I.Relatos.Aupazaragoza

―Me lo regalaron mis padres por mi cumpleaños. –recuerdo que le dije.
―Seguro que tú eres bueno jugando, ¿eh?
―No tanto como tú. Me dicen que soy un poco paquete. El entrenador
me tiene de suplente y sólo me saca de defensa. Dice que corro como los
perros.
―Hay perros que corren como liebres, ¿has visto correr a éste? –me
respondió muy seguro- . Pero no te preocupes, a mí también me toca estar
muchas veces en el banquillo. –me decía mientras seguía tocándola y el perro
se alejaba olisqueando algún rastro.
―¿De qué juegas? –le pregunté.
―De extremo.
―A mí también me gustaría ser extremo –él seguía manejando la bola
como los jugadores que yo veía en la tele- ¿Sabes que aquí hubo un campo
de fútbol? –me atreví a preguntar.
―Ya lo creo, menudo campo. Mira, allí una portería y allí la otra.
Él lo decía como si las estuviera viendo de verdad, pero por un lado me
señalaba a los pinos que utilizábamos como portería y por el otro en dirección a
la niebla. Los otros chicos del partido empezaron a reclamarme.
―Me llaman. ¿Quieres venir a jugar con nosotros? –le propuse.
Entonces él me devolvió la pelota.
―Gracias, pero yo también tengo que irme. Hoy tengo un partido muy
importante. Quizás otro día.
Di una patada a la pelota para enviársela a los chicos. Le vi marcharse
trotando y desaparecer entre la niebla, tocando sus tobillos con las manos
mientras corría en línea recta, como mirando algo con atención a su derecha.
Seguí jugando el partido y pronto vi al abuelo volver de sus
investigaciones por el parque. Espantó otra vez al perro, que andaba
correteando por allí y le tiró varias piedras. Me dijo que teníamos que irnos, que
hacía frío para estar allí. Yo, como siempre, le pedí que sólo un gol más, que
íbamos empate y había que decidir quién ganaba.
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