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cambio, ni alternativa. Era obediencia debida o desobediencia punible sin<br />
normas escritas.<br />
El virus no falló, aunque tampoco funcionó como estaba previsto. Es<br />
cierto que los propios creadores quedaron sorprendidos de su magnífica<br />
capacidad de selección y eficacia, pues afectó a unos pocos miles de<br />
seguidores, pero no a otros. No afectó a la gran mayoría de los miembros de<br />
los campamentos aledaños al poblado. Ni el campamento oficial de la<br />
Federación de Peñas, ni el suntuoso palacio de la Directiva se vieron<br />
afectados. Tampoco afectó a buena parte de los socios del Real Zaragoza que<br />
se agrupaban en el campamento de “ahoranoeselmomento” o en el de<br />
“ahoramasquenunca”. Sin embargo la población de la aldea se vio diezmada de<br />
forma horrorosa y la gran mayoría de habitantes del pequeño núcleo disidente,<br />
quedaron sumidos en un profundo letargo cual degustadores de embrujada<br />
manzana. Los “aupazaragozanos” que no se sumieron en la abulia quedaron<br />
reducidos a la mínima expresión. Los laboratorios habían hecho un gran<br />
trabajo, pues el daño más importante se había asestado en el corazón mismo<br />
de la resistencia.<br />
Pero el regocijo se tornó pronto en desconcierto. Aquellos que quedaron<br />
en estado catatónico, de repente, como desembarazados de una carga moral<br />
que los humanizara se volvieron salvajes, violentos e irracionales. No<br />
escuchaban, no paraban, no cedían. Salieron del campamento y ninguna<br />
empalizada pudo contenerles. Se movían como una voraz metástasis que<br />
rastreaba y daba caza, primero a aquellos que estaban más cerca de su<br />
reducto, los autoproclamados zaragocistas que habían sobrevivido al virus, la<br />
propia junta directiva y todos los que habitaban los aledaños campamentos.<br />
Después fueron ganando metros y fijaron su nuevo objetivo en los que nunca<br />
se habían definido como zaragocistas y habían manifestado otra devoción<br />
ajena al equipo de su ciudad y en la culminación de la locura, incluso aquellos<br />
que habíamos despreciado el fútbol éramos su objetivo en una incontrolable<br />
escalada de eliminación sistemática de todo el que no fuera como ellos.<br />
Cuando alcanzaron La Romareda y ésta se tiñó de sangre la noticia dio<br />
la vuelta al mundo. Pero los instigadores sonrieron y se frotaron las manos. Su<br />
salvajismo sería castigado por las fuerzas del orden, ya no necesitaban excusa<br />
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