I.Relatos.Aupazaragoza

Para Luis Francisco Esplá, cuando llega el momento de la flojera, a lo
que el torero instintivamente ha de propender en todo caso es a fagocitar esos
miedos. El fagocito, según explican los diccionarios, es una célula emigrante
que existe en todos los organismos y que tiene la propiedad de englobar y
digerir cuerpos extraños, especialmente microbios. Si el torero es capaz de
hacer lo mismo con todos esos miedos que se agolpan en su mente cuando el
toro deja los chiqueros para buscar su destino, que también lo será el del
torero, éste los habrá vencido. Y para ilustrar esta particular teoría de los
miedos, el Maestro Esplá siempre cuenta una vieja anécdota futbolística.
Alfredo Di Stefano es uno de los mejores jugadores que ha dado la
historia del fútbol. Que la FIFA lo haya considerado el mejor jugador del siglo
XX y que ese mismo juicio compartan todos los futbolistas que ganaron el
Balón de Oro hasta el año 2000 nos descubre la enorme dimensión que como
jugador de fútbol tuvo aquél a quien todos coincidieron en apodar La saeta
rubia.
En el verano de 1953 se produce su fichaje por el Real Madrid, tras un
rosario de incidencias contractuales adornado con inevitables tintes políticos
que enfrentarán al club merengue y al F. C. Barcelona, que se disputaban el
mejor derecho sobre el argentino. Una resolución salomónica de la FIFA que
decide que La saeta rubia juegue un año con los blancos y otro con los
azulgranas provoca que estos últimos renuncien a su fichaje. Con la llegada de
Di Stefano al Madrid se produce un cambio en la hegemonía futbolística en
España, que en los últimos veinte años había ostentado el Barça, y a partir de
ese momento el Madrid conocerá su período más glorioso de triunfos y su
proyección internacional resulta incuestionable. En el Real Madrid, Di Stefano
jugará durante once temporadas, hasta 1964, ya con treinta y ocho años.
Durante dos cursos ligueros más lo seguirá haciendo en el Real Club Deportivo
Español de Barcelona, retirándose al filo de los cuarenta.
Toreros y futbolistas se han dispensado siempre una admiración mutua.
No es raro ver en los tendidos de las plazas de toros a futbolistas deleitándose
con una faena en esas tardes en que ellos no son los protagonistas. Como
tampoco a los toreros, fuera de temporada, emocionarse en el palco de un
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