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I.Relatos.Aupazaragoza

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formación desordenada, pero que servía para conocernos más y decorar<br />

nuestras espinillas con las piedras que saltaban a nuestro paso. Lo hacíamos<br />

con gusto, con las ganas de los que siempre tienen ganas de vivir. La distancia<br />

era mucha pero no nos cabía en la cabeza otra forma de llegar hasta el campo.<br />

Una vez allí rellenábamos aquel rincón del abono infantil desde el que veíamos<br />

cada domingo correr como la centella a Rubial para recibir los pases de García<br />

Castany. Aquellos pases profundos de tiralíneas que propiciaban los centros del<br />

pequeño asturiano. Lo veíamos tan cerca que incluso cuando punteaba el<br />

saque de los corners oíamos el seco encontronazo de su bota negra con el<br />

balón blanco que casi siempre encontraba la cabeza de Diarte o el empeine de<br />

Arrúa para tratar de romper la portería adversaria.<br />

Aquella tarde nos retrasamos. Faltaba Rubén, el más alto de todos. En<br />

la esquina de siempre, que ya he mencionado, esperábamos a que llegase el<br />

amigo lento cuando aquel hombre que permanecía de pie a unos cuantos<br />

metros de nosotros desde hacía algunos minutos, se acercó. Y nos hizo una<br />

pregunta simple, casi sin consonantes. Nos preguntó si pensábamos ir al fútbol.<br />

- Sí, ¿por? – contesto con cierta insolencia Miguelán.<br />

- Pues si es así vais a presenciar un hecho único. Hoy llorará el<br />

cielo. Y serán lágrimas marrones.<br />

Se dio media vuelta y se fue. Nos quedamos con las palabras secas.<br />

Yo no sé si los demás le entendieron. Supongo que no. Yo tampoco. Pero sé<br />

que me estremecí. Era aquel un tipo esquinado y lateral que miraba con tierra<br />

en los ojos. No me gustó nada. Y me asusté, aunque eso no es importante,<br />

porque yo era un chaval temblón y fácil para mis compañeros de juegos. Y eso<br />

que me querían. Claro, que eso lo supe años después, como tantas otras<br />

cosas.<br />

El hombre alto, enhiesto casi, había tirado una amarillenta colilla al<br />

suelo. Nos quedamos mudos, aunque alguno se atrevió a maldecir:<br />

- Este gacho está loco, có. – opinó Miguelán<br />

- ¿Alguien lo conoce? – preguntó Jorge<br />

- Yo no – pude decir – aunque su cara...<br />

- 17 -

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