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Año 60, entrega 165 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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28 ANALES DE LA UNIVERSIDAD<br />

hace su poesía o la poesía la que hace época de tiempo o <strong>del</strong> tiempo,<br />

de su propio tiempo pasajero? Cuando decimos de una obra<br />

que hace época, como de su autor; de un poeta o novelista, como<br />

de un músico, de un pintor, de un artista en general, — pensemos<br />

en Dante o Cervantes o Shakespeare, en Miguel Ángel o Velázquez<br />

o Rembrandt; en Bach o Beethoven o Wagner, en los grandes, en<br />

suma, — ¿no estamos diciendo, queriendo o sin querer, pensándolo<br />

o no, que es el hombre el que hace su época, y, por consiguiente,<br />

la poesía de una época, haciendo época de la poesía como<br />

de sí mismo, y no al contrario, que es su época con su propia<br />

poesía la que hace al hombre y a la poesía que éste inventa? La<br />

novela, el cuento —si éstos se pueden poéticamente separar— ¿nos<br />

ofrecen siempre, como decía el maravilloso cuentista romántico<br />

francés, la "poesía de una época"? El Romanticismo, diríamos, poetizaba<br />

el tiempo de ese modo, temporalizando la poesía. Dándole,<br />

como a la pintura el Renacimiento, perspectiva luminosa de lejanía.<br />

Para buscar, en esa lejanía misma, como dijo un pintor<br />

romántico ruso, su propia intimidad. Los lejos de la poesía, como<br />

aquellos de la pintura de que nos habló Lope de Vega, nos dan<br />

su propia dimensión imaginativa más característica, porque más<br />

profunda y más íntima por serlo lejana. De esta última expresión<br />

paradójica nace para nosotros el sentido más claro de la que decimos<br />

temporalización de la poesía que hizo el Romanticismo. "Lo<br />

lejano es lo íntimo", afirmaba el pintor ruso a que aludo titulando<br />

así sus Memorias. Este pintor nos dio, me parece, un retrato fasidero<br />

esencial, de la naturaleza y figuración poética de la novela, a propósito<br />

de su inventor: Cervantes. En anteriores ensayos míos encontrará<br />

el lector curioso otra vertiente de este mismo tema. Vea mi Laberinto<br />

de la novela y monstruo de la novelería. ("Cruz y Raya". Madrid, 1935.<br />

Disparadero Español. México. 1941). A este monstruo de la novelería,<br />

sin el cual no hay, a mi juicio, arte de novelar posible —arte al que<br />

llamé laberinto— lo volví a encontrar en mis conferencias como calderoniano<br />

monstruo de su laberinto, en efecto, como castizo Minotauro novelero<br />

espeiñol. Pues, recordando a Nietzsche, se nos planteaba el problema<br />

de la novelería, y de su novelística correspondiente, en el tiempo,<br />

en todos los tiempos, como el de la tragedia griega para el alemán, como<br />

un problema con cuernos. Un problema digno de ser toreado: es decir,<br />

de ser apresado en su propio laberinto de luz —y no sólo de sangre—<br />

como lo hizo Cervantes (como hace el torero con el toro). Para ser vencido;<br />

pero no muerto. Pues si al monstruo de su laberinto, al Minotauro<br />

de la novelería —preso en red luminosa de poesía (repito que como hizo<br />

Cervantes)— no le dejásemos la vida, la novela, como tal, dejaría

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