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Año 60, entrega 165 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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38 ANALES DE LA UNIVERSIDAD<br />

todas sus figuras animalmente humanas lo fueron, animal —digo<br />

mozo— "de muchos amos". Su vagabundeante libertad es triste<br />

servidumbre; esclavitud a los demás porque empieza por serlo a<br />

sí misma: a la vanidad o fatalidad de sus instintos. Este picaro<br />

perro que nos pintó Cervantes, es el picaro por antonomasia, según<br />

nos da a entender su autor, porque es un animal que habla:<br />

y, entre los fabulosos animales, un perro. El picaro, nos dice el<br />

relato cervantino, ve la realidad con ojos de perro, con ojos sin<br />

sueño; como la oye, con oídos sin sueño. No mira, no escucha:<br />

toca, huele. Percibe, no sueña. — "Percibir —escribe Bergson— es<br />

separar <strong>del</strong> conjunto de las cosas la acción posible de mi cuerpo<br />

sobre ellas".— Esta actitud vital es la <strong>del</strong> picaro como la <strong>del</strong> perro.<br />

Por eso no sueña, no contempla: se anda sin contemplaciones<br />

en todo; sin soñar nada: vigilante, despierto a la aventura,<br />

alerta a su riesgo. Dice, picaramente, como el burlador sevillano:<br />

"importa no estar dormido". Importa, sobre todo, no soñar. Los<br />

ojos <strong>del</strong> perro no sueñan; su mirada no tiene sueños, aunque se<br />

nuble, a veces, de lágrimas de dolor o miedo: como la <strong>del</strong> picaro.<br />

Pero los ojos humanos, para ver, necesitan soñar. ¿Es esta la nueva,<br />

novelera verdad que descubre, que añade Cervantes a la novelería<br />

sentimental, caballeresca y pastoril, para superarla, sin<br />

negarla como hizo con la picaresca? Nuestros ojos humanos sueñan<br />

cuando miran. Todos vemos, cuando miramos con amor,<br />

quijotescamente la vida; como hacía Cervantes; porque la miramos<br />

soñándola; mirándonos en ella como en un sueño: un espejo<br />

de sueños. Entre lo que percibimos animalmente como realidad<br />

de verdad y lo que soñamos humanamente con los ojos para percibirlo<br />

de ese modo, hay, por lo menos, una mitad de sueño: la<br />

que nos pone en la mirada la memoria, el alma según Bergson<br />

o San Agustín; pero también la que pone en las cosas mismas<br />

que miramos, otra alma, otra mirada, que hace que . las sintamos<br />

como si nos mirasen, a su vez, soñándonos. Espejismo maravilloso.<br />

El animal, él perro, no los siente: tampoco el picaro. Cuando un<br />

perro se ve en un espejo, como otro animal, como Narciso, siempre<br />

se ve, se mira, otro: se narcisea. Y a la imagen de su dueño en<br />

un retrato, por parecido que esté, no la reconoce, aunque la huela.<br />

El perro, el picaro, porque nunca sueña su vida y no la noveliza,<br />

decimos que peca contra la poesía. ¿Nos dijo eso Cervantes? Nos<br />

dijo, tal vez, que esa verdad que le faltaba a las melodiosas historias<br />

caballerescas y pastoriles no es la de la realidad que percibimos<br />

como si fuera cierta, la que tocamos, y más que oír y ver,<br />

gustamos por el apetito que la busca, por el hambre, o la sigue por<br />

el rastro invisible <strong>del</strong> deseo al olor de la sangre generadora. Esa<br />

verdad es otra: que no lo es de percepción, de instinto; ni de razón,<br />

ni de ilusión solamente. Detrás de la máscara noveladora, de-

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