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Año 60, entrega 165 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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ANALES DE LA UNIVERSIDAD 35<br />

•—como diría Unamuno— y de la verdad sobre la razón. La razón<br />

para ser verdad tiene que dejar de serlo, nos dice Cervantes; y<br />

no solamente en el Quijote sino en todas sus novelas y en su teatro;<br />

recuérdese El Licenciado Vidriera y el Retablo de las maravillas<br />

como ejemplos.<br />

El Caballero andante, como el picaro, también andante como<br />

el caballero, y como, a ratos, el sedante cortesano-pastor, el pastor<br />

fingido, decimos que soliloquean cada cual a su modo. Como<br />

el soliloqueante Don Quijote y el Segismundo de Calderón, para<br />

soñar de veras; o como los picaros Guzmanillos, Pablillos, Estebanillos.<br />

.. para no soñar ni de mentiras; y para no dejar a los<br />

demás que sueñen tampoco. Pero todos soliloquean. Y todos sueñan<br />

lo que son, como nos lo dijo el poeta, aunque ninguno lo<br />

entienda. Pues no se trata de entender, aunque lo parezca, sino<br />

de imaginar y de sentir, o de creerlo de tal modo: de contar y<br />

cantar: de novelar, de novelizarse. Aquellas cuatro esquinas en<br />

que se quiebran esos sueños noveleros, teatralizados por el soliloqueante<br />

segismundeo calderoniano, como tantas veces he repetido,<br />

la ficción, la ilusión, el frenesí, la sombra. . . parecen salimos,<br />

a cada paso, como encrucijada de aventura, cada vez que de estas<br />

prodigiosas novelerías españolas se trata. A todas ellas fuimos a<br />

pedir luz y fuego, can<strong>del</strong>a viva, que no siempre nos prestan. En<br />

las de Cervantes la encontramos con sus propias palabras reveladoras:<br />

"un poco de luz y no de sangre". Son estas palabras, tan significativas,<br />

a mi parecer, no de un soliloquio picaresco •—ni cabaleresco,<br />

sentimental o pastoril— sino de un Coloquio: el de<br />

los perros; que, sin embargo, nos resulta, por Cipión y Berganza,<br />

diálogo bastante soliloqueante. Y tan ilusorio como ficticio; tan<br />

frenético como sombrío; tan de sueño, que de veras lo es, como<br />

aquel que discurre España soliloqueando en la pareja inseparable<br />

<strong>del</strong> libro inmortal. No hay que darle lugar al sueño para<br />

que nos impida el gusto, le dice Cipión a Berganza; y no se lo<br />

dice por los ojos sino por los oídos: por el hablar gustoso, en la<br />

noche, al sosiego de una cómoda paz que no saben si habrá de<br />

durarles, tan venturosa, mucho tiempo. Y poco más a<strong>del</strong>ante nos<br />

da el picaro perro de Mandes su interpretación de la novelería<br />

pastoril, como el cura nos diera, en el Quijote, la de los libros de<br />

caballerías. Eran, aquellos libros pastoriles: "cosas soñadas y bien<br />

escritas, para entretenimiento de ociosos, y sin verdad alguna";<br />

lo mismo da a entender Cervantes que debieran ser, si lo fueran<br />

buenos, los de caballerías; o que JSLSÍ lo fueron, excepcionalmente,<br />

algunos, como el de Amadís. Con esto nos ofrece Cervantes la ruta<br />

de su pensamiento novelador: a más de soñadas y bien escritas,<br />

deben ser las novelas, verdaderas. Esta verdad, ¿es verdad poética,<br />

verdad imaginada y sentida? El sueño o ficción imaginativa, su

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