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tantos olores que nos volvíamos<br />
locos. Queríamos correr y jugar, pero<br />
el humano gritó algo como “¡Caza!”.<br />
Durante mucho tiempo nos enseñaron<br />
a cazar, a levantar la liebre y todas<br />
esas cosas.<br />
Incluso nos ataban a un coche y nos<br />
hacían correr detrás. Pero no todos<br />
valíamos para ese trabajo, y<br />
desgraciadamente algunos de mis<br />
hermanos y hermanas desaparecieron<br />
y nunca los volví a ver. Más tarde<br />
descubrí que nada bueno les habría<br />
pasado. Así que al final quedábamos<br />
seis.<br />
Cuando salíamos a cazar, los<br />
humanos se referían a nosotros con<br />
nombres extraños que nunca antes<br />
habíamos oído. Aprendí que mis<br />
hermanos se llamaban Veloz, Julio,<br />
Nana, Mancha y Tigre, y yo era<br />
Noche. Veloz olía a frío y era el que<br />
corría más rápido, pero no era tan<br />
resistente como yo. Julio era el que<br />
olía a madera y era de color gris.<br />
Nana era del color de la crema y olía<br />
a bellota. Mancha era blanca y tenía<br />
la cabeza marrón, olía a otoño. Y<br />
Tigre era el más travieso y juguetón.<br />
Era de color marrón clarito, casi del<br />
mismo color que Nana, pero tenía<br />
rayas por todo el cuerpo. Él olía a<br />
tierra húmeda.<br />
Salir a cazar no era tan malo.<br />
Corríamos mucho y perseguíamos<br />
liebres e incluso alguna perdiz. Nos<br />
sumergíamos en los olores del bosque<br />
y estábamos atentos a cualquier<br />
movimiento de los arbustos. Lo peor<br />
eran los disparos de las escopetas de<br />
los humanos. Me aterrorizaban, pero<br />
después, si habían conseguido cazar<br />
muchas liebres, nos daban comida y<br />
algún golpecito en la cabeza a modo<br />
de aprobación. Lo malo era si los<br />
humanos no conseguían ninguna<br />
presa o pocas. Se enfadaban mucho y<br />
a gritos nos hacían subir al coche.<br />
Nos llevaban a la jaula, como la<br />
llamábamos nosotros, y un humano<br />
Institut Samuel Gili i Gaya<br />
venía con un palo grueso. Entonces<br />
cerrábamos los ojos para que pasara<br />
rápido, aunque el dolor nos<br />
acompañaba unos días y las cicatrices<br />
se quedaban con nosotros para<br />
siempre.<br />
Ese era nuestro pan de cada día o de<br />
casi cada día. Además, apenas<br />
comíamos. Solo cuando hacíamos<br />
bien nuestro trabajo y aun así<br />
teníamos que compartir una ración<br />
diminuta entre seis.<br />
Pronto llegó el frío y con él la<br />
temporada de caza terminó.<br />
Recuerdo que estábamos durmiendo<br />
los unos pegados a los otros para<br />
darnos calor porque hacía mucho frío<br />
cuando el humano que casi siempre<br />
llevaba el palo abrió la reja de<br />
nuestra diminuta y sucia jaula y nos<br />
ató unas cuerdas al cuello. Tiró de<br />
nosotros con fuerza para que nos<br />
levantáramos y nos llevó al remolque<br />
de su todoterreno. Condujo durante<br />
mucho tiempo. El frío de la noche<br />
cortaba nuestras pieles y Mancha se<br />
puso a llorar. El humano paró cuando<br />
e m p e z ó a s a l i r e l s o l . N o<br />
entendíamos qué estaba pasando. No<br />
habíamos hecho nada malo. Nos hizo<br />
bajar con brusquedad. Y empezó a<br />
caminar, nosotros detrás, por un<br />
bosque en el que nunca antes<br />
habíamos estado. Julio me interrogó<br />
con su mirada y le lamí la oreja,<br />
c o m o h a c í a é l d e p e q u e ñ o .<br />
“Tranquilo”, le dije. Me miró<br />
asustado y con el rabo entre las<br />
piernas siguió caminando. Yo<br />
también estaba aterrada, pero era la<br />
hermana mayor, tenía que mostrar<br />
seguridad.<br />
El humano paró en un claro del<br />
bosque. El sol se colaba entre las<br />
ramas. Nos ató a un tronco delgado y<br />
de su mochila sacó unas cuerdas<br />
recias. Las anudó de una forma<br />
extraña y las colgó de un árbol. Había<br />
seis. Veloz me tocó el hocico, “¿Qué<br />
está pasando?”, temblé. Cogió a Julio<br />
por el rabo, lo desató del árbol y le<br />
puso esa cuerda en el cuello mientras<br />
lo sujetaba. Y entonces lo soltó. Se le<br />
escapó un ladrido de dolor y calló.<br />
Sentí cómo mi cuerpo se sacudía con<br />
fuerza y me hacía un ovillo para<br />
intentar protegerme. Mancha empezó<br />
a llorar con más fuerza y se le unió<br />
Tigre y Nana. El humano gritó con<br />
fuerza y se oyó un disparo, luego<br />
otro. Solo oía la respiración<br />
entrecortada de Nana y de Veloz.<br />
Cogió a Nana del cuello y ella aulló.<br />
Cerré los ojos y dejé de oírla. Nos<br />
desató, Veloz me miró y pegó un<br />
tirón de la cuerda. El humano cayó y<br />
empezamos a correr. “¡Más rápido,<br />
más rápido!”, me ladró mi hermano.<br />
Oí un disparo, luego otro y dejé de<br />
escuchar las patas de Veloz contra el<br />
suelo.<br />
Corrí durante mucho tiempo. No tuve<br />
valor para parar y cuando cayó la<br />
noche no sabía dónde estaba.<br />
El canto de los pájaros me despertó.<br />
Me dolía todo el cuerpo. Tenía varias<br />
heridas. Supuse que me las había<br />
hecho cuando escapaba. Mi barriga<br />
rugió con fuerza. Alcé la cabeza y<br />
observé. Vi una vía del tren. Detrás<br />
de mí había un bosque. Me levanté y<br />
empecé a caminar al lado de la vía,<br />
no tenía ningún otro sitio adonde ir.<br />
Estuve varios días caminando por el<br />
día y descansando por la noche hasta<br />
que llegué a una especie de pueblo.<br />
El ruido que hacían los humanos me<br />
aterraba e intentaba alejarme de ellos,<br />
pero a la vez también me quedaba<br />
cerca por si podía conseguir comida.<br />
Mi nariz me guió hasta un lugar<br />
donde había carne. Me senté enfrente<br />
del escaparate y se me empezó a caer<br />
la baba contemplando salchichas,<br />
entrecots, conejos y corderos<br />
colgados. Entonces, un humano que<br />
llevaba el delantal lleno de sangre<br />
salió por la puerta, cogió una piedra y<br />
me la lanzó mientras escupía “Fuera<br />
de aquí, chucho”. Me tocó en el