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LA CADUCIDAD

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<strong>LA</strong> <strong>CADUCIDAD</strong><br />

SOMBRAS (Viene de página anterior y termina)<br />

Pensaba en él, hasta cuando no lo tenía en su retina.<br />

Sentado en la cama, contra la pared, mirando su reflejo en el<br />

cristal, veía su rostro blanco y liso. Su pelo negro. Se parecía tan<br />

poco al viejo H, con la tez morena y curtida, y el pelo lánguido, ¿o<br />

quizá no? Simplemente habría que esperar unas décadas. Le<br />

asustó pensar en el futuro, y en cómo sería su vida dentro de<br />

cincuenta años. ¿Estaría perdiendo el tiempo? Era joven, lo sabía,<br />

tenía todo a su alcance. Aun así, en el cristal, yo no veía el rostro<br />

húmedo, y jovial de antes, todo lo contrario, uno semejante a H.<br />

Tenía miedo, la arena del reloj caía en su cabeza, tenía dificultad<br />

para encontrar aire. Acabaría ahogándose.<br />

Incomprensiblemente deseaba tener una vida como la<br />

suya, despreocupada, e independiente. Disfrutando de los rayos<br />

del sol, y de la sombra de los árboles. Recibir con gratitud la<br />

mirada de un animal, tan solitario y abandonado como él. Aspirar<br />

el humo de los cigarrillos, inadvertido entre la multitud, mientras<br />

sus ojos se agotaban leyendo.<br />

Comenzó a leer subido en el escritorio y pegado a la<br />

ventana. Entre hoja y hoja, intercalaba miradas fugaces con su<br />

amigo, era la forma de recibir su aprobación. De sentirse cerca.<br />

Pero su autosatisfacción le parecía poco, necesitaba más. Oír su<br />

voz, tenía ya demasiadas imágenes.<br />

La idea de bajar al parque, y tener con él una conversación<br />

le abrumaba, le oprimía el estómago con violencia, cortándole la<br />

respiración por momentos, aun así, sus temores ante un choque,<br />

o un rechazo, no eran escusas suficientemente fuertes para<br />

impedir abandonar su nido entre las nubes, y pisar el sólido<br />

asfalto. Solamente así podría aliviar su ansia por descubrir el<br />

enigma, y llegar a conocer al viejo H. La verdad, sea cual sea, y si<br />

es posible conocerla, es mejor que permanecer en penumbras,<br />

atisbando rayos imaginarios que iluminen nuestra mente.<br />

Llegado el momento de retirar sus ojos del translucido<br />

cristal, el prisma de su mirada se vio empeñado por pequeñas<br />

gotitas que golpeaban la ventana. La gente comenzó a huir en<br />

bandada, y los senderos del parque quedaron solitarios. El agua<br />

se perdía entre los guijarros, la ciudad se purificaba, mientras los<br />

coches levantaban olas contra la acera a su paso.<br />

El cielo se rompió, atravesado por la luz, fragmentándose en<br />

pedazos. Pero el viejo H no volvió a sentarse en el banco. La<br />

piedra se secó, en ella quedó el recuerdo de su morador. Solo los<br />

gatos continuaban en su sitio, esperando su almuerzo, maullando,<br />

intentando que alguien amparara en su aspecto lastimero.<br />

Los días se acortaban y el verdor de los árboles, se<br />

apagaba, dejando paso a un suave amarillo, rodeado de intensos<br />

naranjas. Rara vez miraba ya por la ventana, en un principio, se<br />

extrañó de su ausencia. De nuevo volvieron las cavilaciones por<br />

descubrir que podía haberle sucedido. Divagaba, como de<br />

costumbre, era su rutina, pero después, el paso del tiempo hizo<br />

su función. De su mente se borró la imagen del viejo hombre.<br />

No recordaba su vestimenta, ni la figura de su silueta. Quizás<br />

algún día, tras mirar por la venta de su habitación tuviera un<br />

destello en su mente, pero al final, como todo lo que vemos lejano,<br />

le recordaría a una sombra cada vez más difusa.<br />

Solo sombras y oscuridad, como aquel día que subía<br />

borracho por la calle, iluminado por las farolas, emitiendo una<br />

imagen negra en movimiento, erosionada y llevada por el viento.<br />

El plazo. El plazo de la<br />

caducidad es rígido, no se suspende ni<br />

se interrumpe, sino que comienza a<br />

correr y, acaba en un momento<br />

determinado.<br />

Y aquí estamos nosotros,<br />

nuestro tiempo de vida no significa<br />

nada para la inmensidad del Universo,<br />

y nos empeñamos en creer que sí, que<br />

somos especiales, que marcaremos<br />

con nuestra presencia. Pero<br />

¿Realmente es así? La respuesta está<br />

en cada uno. Todos marcamos,<br />

inevitablemente, en nuestro círculo.<br />

Pero ese círculo caducará algún día, y<br />

nos veremos reducidos a nada, ni<br />

siquiera a un simple recuerdo, porque<br />

cuando las personas que nos<br />

recuerden hayan muerto, nosotros<br />

habremos caducado definitivamente.<br />

Pero así es, a nosotros se nos<br />

ha dado un plazo en este mundo para<br />

hacer cosas, unos más grandes y otros<br />

más pequeñas, pero no de menos<br />

importancia, y cuando ese plazo<br />

caduca, como todo, nosotros nos<br />

esfumaremos, para dejar paso a otros<br />

seres, puede que mejores, puede que<br />

peores, pero a los que también se les<br />

entrega un tiempo, se les da una<br />

oportunidad de vivir, aunque ese tiempo<br />

caduque.<br />

Y, realmente, la naturaleza,<br />

nuestra madre, funciona así. Nacemos,<br />

crecemos y morimos, caducamos.<br />

Eva Herrero.<br />

Olmo Gómez<br />

Página 7

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