LA CADUCIDAD
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
<strong>LA</strong> VERDADERA HISTORIA DE NIGHT AND DAY<br />
Por Carolina Gallardo España<br />
Advertencia:<br />
La lectura de este relato debe acompañarse con la versión de Ella<br />
Fitzgerald, de la canción<br />
Night and Day, de Cole Porter. Puede<br />
encontrarse, por ejemplo, en el siguiente enlace:<br />
http://www.youtube.com/watch?v=PEM_63_P0CY<br />
Mi primera vez en NY<br />
La primera vez que vi a dos hombres besarse, besarse en la boca con pasión, yo tenía doce años.<br />
Era mi primera visita a New York; era otoño y yo estaba fascinada. La ola humana que te arrastra,<br />
que te respira con temperatura propia independiente al clima de la Bahía... La ola humana que escuchas<br />
junto a ti hablando hasta diez idiomas a un solo ritmo. Es resplandeciente; es algo que todavía hoy me<br />
embruja por completo, vaciando mis pensamientos hasta silenciar toda mi mente. ¡Ah!, y el vértigo de mirar<br />
hacia arriba y encontrarse con la sorpresa de que, de verdad, pero de verdad, el cielo está tan lejos.<br />
Yo caminaba por Broadway extasiada, por los lugares de aquel José Martí consternado por tan<br />
grande ciudad, apurado por llegar al despacho de abogados donde trabajaba. Viví, sí, viví a John Dos<br />
Pasos solitario y reflexivo mientras cruzaba el Puente de Brooklyn. En Harlem sentí a Federico García<br />
Lorca mirando como en trance a los bailarines negros con el corazón burbujeando, enamorado de New<br />
York y su indiferente libertad. En Manhattan, cada vez que salía del hotel y caminaba por la Quinta<br />
Avenida, era Truman Capote quien me acompañaba y, siempre tan alegre, me invitaba a apurar y bajar el<br />
paso hasta Washington Heights, hasta los Dominicanos, siempre sonriente. En Central Park, Woody Allen<br />
me indicó direcciones, mientras las hojas caían esparciendo por todas partes pequeñísimas partículas de<br />
luz del día en siete colores; me explicó con total escepticismo que no importaba por donde caminara,<br />
siempre sería dulcemente abrumador, abrumador sin remedio. Y tenía razón; claro, era New York. Y esa<br />
era mi primera vez.<br />
Por supuesto, Connecticut con mi madre, y claro que Newport estaba en el mapa de viaje.<br />
Fue allí, en Newport, una tarde de otoño, mientras comía en una terraza no recuerdo que cosa,<br />
cuando a lo lejos escuché Night and Day cantada por Ella Fitzgerald. La canción de Cole Porter así<br />
interpretada me recordó por fin algo; en ese momento no supe exactamente qué, pero esa sensación<br />
indefinida de recordar me sobresaltó, incluso me alegró, pues hasta ese momento, todo lo que estaba<br />
experimentando en ese viaje era completamente nuevo para mí.<br />
Así que, con la firmeza y decisión de una niña de doce años, me paré de la mesa, dije “ya vengo”, y<br />
comencé a caminar, a caminar tras aquella melodía, tras Night and Day, tras Ella Fitzgerald, tras Cole<br />
Porter. Más allá se veía la playa, y me di cuenta de que Night and Day estaba mucho mas lejos de lo que<br />
había creído; pero no me importó, y seguí caminando detrás de la canción, que no paraba de sonar. La<br />
seguí hasta encontrarla; la canción salía de una casita de madera junto a la playa fría.<br />
Y entonces los vi, parados en la arena, descalzos; dos hombres bailaban Night and Day abrazados.<br />
Yo nunca había visto a dos hombres bailando así, de esa forma.<br />
Y de repente se besaron.<br />
Yo perdí la noción del tiempo y la distancia recorridos; simplemente me senté en la arena a<br />
mirarlos, a contemplar cómo se comían.<br />
Cuando me di cuenta lo que estaba haciendo allí sentada, me paré de golpe y eché a correr. Al<br />
regresar al hotel de Newport, el regaño de mi mamá me hizo olvidar las ganas de contarle lo que había<br />
visto.<br />
Sin embargo, dos días después, de regresó a mi hotel en Manhattan, hablé del asunto con Thomas,<br />
un señor que conocí por primera vez en ese viaje, y con el que posteriormente, a lo largo de los años, tuve<br />
otras muchas conversaciones cada vez que fui a New York. Thomas era el cajero del Hotel Prince George;<br />
era un griego como de unos sesenta años en aquel entonces, e idéntico a Francisco Gavilondo Soler; sí, a<br />
Cri-Cri, el grillito cantor. Por cierto, Thomas hablaba como nueve idiomas con una fluidez hermosa. Además,<br />
sabía todo sobre New York, ¡todo! Era un placer grandísimo hablar con él. (Continúa...)<br />
Página 8