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Jorge Teillier: la segunda mirada / Juan Nicolás Padrón<br />

y evidentes referentes culturales: los libros<br />

de aventuras de Julio Verne y Emilio Salgari;<br />

el sentido trágico del ser humano en Panait<br />

Istrati; la imaginación folclórica de los cuentos<br />

de hadas; la mágica atmósfera de Alain Fournier;<br />

la tradición poética de Rubén Darío y Paul<br />

Verlaine; la experiencia del descubrimiento de<br />

la provincia en el mexicano Ramón López Velarde<br />

y en el colombiano Luis Carlos López; la exigencia<br />

creativa de Vicente Huidobro; el legado<br />

chileno de Omar Cáceres y Carlos Pezoa Véliz,<br />

entre algunos; así como la tradición poética<br />

española de Jorge Manrique o la tensión subjetiva<br />

de Rainer María Rilke, Friedrich Hölderlin<br />

o François Villon; la imaginería natural de Dylan<br />

Thomas, el simbolismo desolado de Saint-<br />

John Perse y el universo de la cultura beat de<br />

Allen Ginsberg, entre otros. Utilizó los íconos<br />

de su generación para la búsqueda de una<br />

utopía que no se forja en una idea de progreso<br />

citadino asociado a las máquinas, ni está<br />

vinculada con el consumo como ‘desarrollo’.<br />

El poema emerge porque se ha memorizado<br />

una anécdota del pasado asociada a su lugar,<br />

a un tiempo de infancia o adolescencia, y<br />

porque ha encontrado la música de las palabras<br />

necesarias para relacionarlo al mensaje<br />

de una anécdota. Memoria e instinto para<br />

fundar una poética que prevalece y se repite<br />

desde el primero de sus libros hasta el último,<br />

con una heroica persistencia por resucitar lo<br />

transitado.<br />

Repasemos lo que el propio Teillier afirmó<br />

sobre su experiencia con la poesía, que para<br />

él era igual a vivir en el mundo donde verdaderamente<br />

habitaba; en primer lugar, estaba<br />

convencido de que “ninguna poesía ha calmado<br />

el hambre o remediado una injusticia social,<br />

pero su belleza puede ayudar a sobrevivir<br />

contra todas las miserias”; postulaba un apotegma<br />

que todavía no ha querido ser aceptado<br />

en las sociedades más necesitadas de asimilarlo:<br />

“no importa ser buen o mal poeta, escribir<br />

buenos o malos versos, sino transformarse<br />

en poeta, superar la avería de lo cotidiano,<br />

luchar contra el universo que se deshace, no<br />

aceptar los valores que no sean poéticos,<br />

seguir escuchando el ruiseñor de Keats, que<br />

da alegría para siempre”. Esta condición salvadora,<br />

“una manera de ser y actuar” cuestionadora<br />

de que la miseria física conduce a la miseria<br />

espiritual, es su llamado ante la pérdida de<br />

valores de la civilización occidental, porque:<br />

Lo que importa no es dar en el blanco, sino lanzar<br />

la flecha. Y de nada vale escribir poemas si<br />

somos personajes antipoéticos, si la poesía<br />

no sirve para comenzar a transformarnos<br />

nosotros mismos, si vivimos sometidos a los<br />

valores convencionales (Trilce 1968-1969:<br />

13-17).<br />

Pareciera hoy todavía una herejía repetir<br />

la proyección que el poeta le daba a su ejercicio:<br />

La burguesía ha tratado de matar a la poesía,<br />

para luego coleccionarla como objeto de lujo<br />

… El poeta es un ser marginal, pero de esta<br />

marginalidad y de este desplazamiento puede<br />

nacer su fuerza: la de transformar la poesía<br />

en experiencia vital, y acceder a otro mundo,<br />

más allá del mundo asqueante donde se vive<br />

(Trilce 1968-1969: 13-17).<br />

El reclamo esencial del poeta quizás no fue<br />

muy bien entendido en su momento; abogaba<br />

“por un tiempo de arraigo”, que significa la<br />

lucha por el sentido de la pertenencia, que lleva<br />

directamente a la identidad cultural. Posiblemente<br />

el arma más poderosa para luchar con<br />

eficacia contra la globalización neoliberal<br />

que desde los finales años del siglo pasado<br />

se ha extendido como pandemia en el planeta<br />

y amenaza con arrasar los valores culturales<br />

de los pueblos al homogeneizarlos y convertirlos<br />

sólo en mercancías. Su prédica no podía<br />

ser la de un nacionalista, ni mucho menos la<br />

de un provinciano o poeta localista, si su<br />

proyección y alimentos espirituales fueron<br />

siempre universales; su previsión se fundaba<br />

en la creciente renuncia a echar raíces en la<br />

tierra natal, fenómeno que ya estaba ocurriendo<br />

en su época, junto al desarraigo de la emigración,<br />

una especie de destierro autoimpuesto<br />

por quienes generaban cultura y que a la larga<br />

no sólo se volvería contra el lugar al que renunciaban,<br />

sino también contra ellos mismos.<br />

Las razones de Teillier fueron las de un<br />

iluminado en los momentos cuando las ciudades<br />

de Europa y de los Estados Unidos continuaban<br />

creciendo y llenándose de escritores<br />

latinoamericanos:<br />

Un creador debe estar siempre alerta frente<br />

al diálogo con los creadores de otras latitudes.<br />

Pero los que eligen el éxodo no serán sino<br />

zombies, no estarán ni aquí ni en ninguna<br />

parte, serán los hombres desarraigados. El<br />

18<br />

Cathedra no. 18, julio-diciembre 2013

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