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ver contenido - Yacht Club Argentino

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exponía el paño a la probabilidad de que se rompa en<br />

cualquier instante.<br />

Una vez que el tormentín quedó nuevamente pasado a<br />

la banda de estribor, hubo como un acuerdo tácito de<br />

dejar que el barco siga corriendo para el norte,<br />

olvidándonos de Puerto Stanley, porque con esa amura<br />

y ese rumbo se comportaba mejor, sin guiñar<br />

demasiado ni acostarse, el tormentín desen<strong>ver</strong>gado<br />

parecía aguantar, y la corriente, junto al viento y la<br />

marejada, jugaba a favor, con la tranquilidad de que no<br />

había que temer ningún peligro por la proa.<br />

El resto de la noche se navegó sin grandes novedades,<br />

todo parecía estar bajo control, con la sensación de<br />

que se había tomado la decisión correcta, solo había<br />

que concentrarse en mantener el barco corriendo sin<br />

cometer errores en las barrenadas, nada más que eso.<br />

A la madrugada el Skipper larga unas estachas bien<br />

largas por popa, lo que estabiliza bastante la marcha en<br />

las grandes barrenadas.<br />

A las 9 de la mañana una gran ola cruzada con<br />

rompiente, se precipita sobre el barco, cacheteándolo<br />

por babor, rompiendo con su carga de agua una de las<br />

ventanas de la cámara principal.<br />

Los que en ese momento estábamos de guardia fuimos<br />

sorprendidos por un descomunal ruido e inundados por<br />

completo. El crujir de la lámina de policarbonato<br />

estallando, más la sorpresa de quedar totalmente<br />

bañados y empapados, junto al golpe frío, nos paralizó<br />

por unos instantes, quedando completamente<br />

aturdidos y tardando un rato en reaccionar.<br />

De allí en más, se armó una tapadera del lado exterior,<br />

trabajo liderado por el Skipper en tiempo record, con<br />

una vela vieja y una placa de madera terciada, para<br />

evitar que entrara el agua en forma franca con cada<br />

nueva ola, mientras el tercer tripulante, que en el<br />

momento de la rotura estaba descansando en su<br />

cucheta y se había salvado de mojarse, se hizo cargo<br />

del timón.<br />

Este trabajo casi nos lleva al borde de la hipotermia,<br />

porque habiendo quedado empapados no tuvimos tiempo<br />

de cambiarnos y ponernos los trajes de agua, de manera<br />

que realizamos toda la tarea lo más rápido posible,<br />

mojados y sin protección, expuestos al viento congelado.<br />

Recuerdo que después de ubicar un paquete en proa,<br />

que contenía una vieja vela pequeña que podía servir,<br />

me encontré en la situación de tener que buscar un<br />

cuchillo en la cocina, pues los dedos mojados y<br />

congelados no me respondían para abrir las fajas con<br />

que estaba atada. Incluso en el acto de querer cortar, el<br />

cuchillo se me escapaba de las manos. Superado ese<br />

detalle, salí para afuera y le fui pasando el paño al<br />

Skipper, desde el cockpit, tratando de que no se me<br />

escapara de las manos.<br />

Por suerte arriba de la ventana hay un buen pasamano<br />

soldado a la carroza, y como pie se utilizó el tangón,<br />

sobre cubierta, una punta hecha firme en los obenques<br />

y la otra con un cabo tensado por un molinete, de<br />

manera que quedaba bien trincado contra la carroza en<br />

la base de la ventana.<br />

Una vez armada la tapadera, el agua seguía entrando<br />

tipo catarata con cada golpe de mar, pero en forma<br />

bastante más controlada, y de ese momento en<br />

adelante, y por varios días adicionales, tuvimos que<br />

convivir con eso.<br />

Cerramos la escotilla y los que quedamos mojados<br />

tratamos de algún modo de escapar del enfriamiento,<br />

en mi caso, por ejemplo, tenía toda mi ropa térmica<br />

disponible puesta, y obviamente empapada, de manera<br />

que lo único que nos quedó por hacer fue meternos<br />

bajo unas bolsas de dormir para <strong>ver</strong> si de esa manera<br />

lográbamos entrar nuevamente en calor.<br />

Casi todo el interior, salvo partes de la proa y la popa,<br />

había quedado mojado por el agua salada, la ola había<br />

empapado de lleno el tablero de instrumentos, los GPS,<br />

el motor que estaba debajo del piso, las cartas<br />

náuticas, las herramientas, etc. etc.<br />

Ya no se contaba con el calor de la estufa, que<br />

obviamente se había apagado, lo cual por otro lado<br />

resultó providencial, por lo que pasaría mas adelante.<br />

Después de un par de horas, los que quedamos mojados<br />

y congelados fuimos recobrando el calor, mientras el<br />

tripulante que quedó seco seguía timoneado.<br />

El cuarto tripulante, que desde el inicio quedó<br />

descompuesto en su cucheta, estaba tan muerto y<br />

asustado que prácticamente no se levantó, ni en el<br />

peor momento, como si no existiera.<br />

De ahí en más nos pusimos el traje de agua y las botas<br />

en forma permanente, en mi caso sobre la ropa de<br />

abrigo mojada, para de ese modo tratar de lograr una<br />

mejor barrera térmica. El barco por dentro parecía un<br />

El “Milcavi” en Puerto Williams<br />

El <strong>Yacht</strong> enero 2008<br />

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