YUJA WANG - Blog del Auditorio Miguel Delibes

Debussy y Ravel. Pero, además, de autores como los citados,
hay otro compositor, Emmanuel Chabrier, cuya aportación
principal fue la de trabajar las posibilidades abiertas por el estilo
inspirado en la música popular. Su frescura, patente en obras
como las Piezas Pintorescas de 1881, se relaciona con transparentes
texturas, el placer por usar como elemento de interés de
las composiciones el color instrumental del piano y por la
preferencia por un lenguaje musical que pretende comunicar
la sensación de espontaneidad y naturalidad. La influencia de
Chabrier, al sumar la referencia a diversos “paisajes sonoros”,
llevó el pianismo francés un poco más allá, abriendo el camino
que seguirían Debussy o Ravel, además de Albéniz. Durante
una primera fase, que se extiende a partir de la década de los
80 y hasta mediados de la década de los 90, el compositor
español escribió y publicó numerosas obras siguiendo un
criterio fundamentalmente comercial. Sin embargo, a partir
de entonces, sus composiciones empezaron a mostrar signos
de una evidente ambición artística y estética. La Vega –1896–,
Espagne –1897– y, por supuesto, Iberia –1905-8–, Navarra –1908,
concluida por Déodat de Sévérac– y Azulejos –1909, acabada por
Enrique Granados– documentan perfectamente esa segunda
fase de la trayectoria creativa del compositor. Aunque se puede
confirmar que siguen, en general, lo que podríamos considerar
como variantes de la forma de sonata, estas piezas representan
una concepción fundamentalmente sonora y textural de
la composición. Un poco a la manera de Chopin, Albéniz
prolonga diferentes planos de texturas a lo largo de sucesivas
secciones, que son las que, siendo claramente diferenciadas,
se podrían relacionar con la forma de sonata. Dichas texturas,
derivadas de complejas y ricas combinaciones sonoras resultan
en la característica, y muy virtuosística, polifonía albeniciana,
que se evidencia particularmente en todos los números de Iberia.