El Tajo que habló - Calzada de Valdunciel

EL TAJO QUE HABLÓ, pág. 16
atacaban ellos les lanzaban cantos y piedras que cortaban. Vieron
que a las fieras les hacían cortes en su piel; además, de golpearlos
tanto algunos morían.
Empezaron a acumular piedras de todo tipo para defenderse.
Aprendieron a matar así a animales, probaron sus carnes y les
gustaban, de esta forma empezaron a mezclar ya carnes con su
alimentación. Pasaron de vegetarianos a carnívoros, con lo cual
también empezó para ellos otra necesidad, que era tener que atacar
y matar a otros animales para su nueva forma de alimentación.
Las rocas con aristas cortantes las utilizaban ya para quitarle la
piel y para partir en trozos a los animales que cazaban. Se dieron
cuenta que con los huesos astillados de los animales que comían los
podían utilizar para excavar el suelo, para sacar raíces o para hacer
otras cosas sencillas.
El Homo Erectus y sus antepasados hacía muchos millones de
años que vivían en la selva, y seguían viviendo en ella. Conocían
perfectamente hasta el más pequeño movimiento y ruidos: cánticos
de los pájaros, bramidos, mugidos o gorgogeos de los animales. Los
producidos por la lluvia, el viento, relámpagos y truenos, todos en
general. Pero había un ruido en especial al que le tenían un tremendo
pánico. Se producía los días de mucho viento y ocurría para hacer la
selección natural del arbolado. Lo barruntaban segundos antes de que
ocurriera, era el ruido que producían los árboles que derribaba el
viento. Ese ruido que produce el árbol cuando empieza a troncharse
cerca del suelo, en su caída, pasa rozando sus ramas con las de otros
árboles que coge a su paso hasta hacer el impacto contra el suelo
todo él. Le tenían tanto miedo porque la caída se producía en poco
tiempo, a veces ocurría que atrapaba debajo a alguno de su grupo y
moría junto con otros animales. Sabían que aquello siempre producía
muerte. Después de caer el árbol pasaba un tiempo en el que
ninguno se acercaba al árbol caído, especialmente a la parte de las
ramas rotas de la copa que había en el suelo. Les producían
pinchazos y heridas.
Antonio Gordillo Asunción