En las tierras septentrionales de la provincia, los alcornocales de Valdelosa, ejemplo castellano de bosque mediterráneo, aprisionan en su corteza el paso del tiempo, sólo roto en el estío con el arranque del corcho: ha llegado la saca.
LA SACA N o deja de sorprendernos, por mucho que visitemos Valdelosa, la inabarcable extensión del bosque mixto que se presenta ante nosotros, a poco que pongamos los pies en las afueras del pueblo. Y le llamamos mixto porque en su interior se mezclan e hibridan alcornoques, encinas, robles y quejigos. Ésta mixtura de arbolado noble marca la identidad del monte mediterráneo. Más también acompañan a estas leñosas la cohorte de matorrales, aromas volátiles que nos anuncian la presencia de jaras, cantuesos o mejoranas. Esta pincelada botánica es la tarjeta de presentación de un paisaje densamente florido en primavera, cuya sonoridad de aves e insectos es el mejor indicador de su calidad. Pero vayamos por partes, y empecemos por el principio. Podemos encauzarnos hacia cualquiera de las pistas que recorren el alcornocal, o preguntar por la red de senderos de la localidad. En ambos casos el patrón se repite. A primera vista reconoceremos los alcornoques por la desnudez del bajo de sus troncos, que contrastan con el encorsetado aspecto de las partes altas. Doscientos años puede ser la edad de estos escultóricos seres vivos, si lo que buscamos es la media. Por supuesto los habrá más jóvenes, renuevos que darán el relevo a los portentosos ejemplares de más de quinientos años, que llamarán nuestra atención por su desmedida compostura. Para lograr ese aspecto han tenido que pasar por las manos de varias generaciones de sacadores, como allí les dicen a los que se encargan del descorche. Durante la vida del árbol son variados los tratamientos que recibe el alcornoque. En un paseo por el monte con el señor Remigio Sánchez, con más de 50 años a sus espaldas trabajando los alcornoques, pudimos conocer los avatares anuales que se suceden de forma cíclica. Empezamos hablando del desmoche, consistente en aliviar de ramas dejando tan sólo 3 ó 4 denominados vientos. Las que se dejan han de quedar levantadas, es decir orientadas hacia el cielo, dejando vestido el ejemplar y quedando regazado. El primer año que se desmocha no se debe descorchar porque el árbol sufre mucho y debilita su resistencia. A los cuatro o cinco años del desmoche se procede al olivado, y a los tres el entresaque. El primero tiene por fin reducir el número de brotes jóvenes para fortalecer el desarrollo del resto; el segundo, eliminar algunos ejemplares al completo, donde la densidad sea alta, o donde haya un par de ellos que se estén haciendo la competencia. Todo este trabajo, en realidad, mima el arbolado hasta el extremo, provocando una imagen dinámica de la floresta, cercana una calculada coreografía. Con las leñas cortadas en el suelo podemos ver perfectamente el grosor del corcho, el cual protege al árbol tanto de los rigores meteorológicos, como de los incendios. Se hace curioso el hecho que dicha protección en forma de corteza la empleemos los humanos como aislante térmico, imitando una vez más a la Naturaleza. Si bien este trabajo se realiza cuando la savia está parada, es decir, otoño e invierno, el oficio de desvestir el árbol de su corcho queda relegado para los meses estivales. Los profesionales de la saca suben desde Extremadura en una trashumancia laboral. La saca A mediados de julio, dependiendo como venga el año, los sacadores se van repartiendo el monte para comenzar su labor. Una vez en el árbol, y si éste no ha sido trabajado nunca, se comenzará por la base, sacando sólo hasta la altura del pecho. Este primer corcho, rugoso y estético de nombre bornizo, ofrece formas caprichosas, aunque su destino serán los belenes navideños, o los versátiles aglomerados. El corcho que saldrá después se le dice hembra, será liso y con poros, siendo el empleado para la fabricación de tapones de calidad. Si el alcornoque ya fue sacado anteriormente, tras arrebatar igualmente la parte baja, habrá que continuar hacia la copa. Como el oficio se hace por parejas, el de Izda: el corcho hembra aflora a la luz dejando al alcornoque en su encarnada desnudez.