LA SACA arriba, encaramado en las ramas, va desenvolviendo el cabezo, los brazos del árbol, donde la experiencia guía las manos al ser delicada la maniobra. Los abuelos cuentan que era mejor estar en las ramas que en el suelo, al ser más limpio, esto es, que no te caían encima los restos de corta del que anda en lo alto. Tapa a tapa se va acabando el árbol, siendo cada tapa la superficie de corcho que se extrae entera, tratando de que ésta sea del mayor tamaño posible. Ver la facilidad con que se desenvuelven hacha en mano hace parecer sencilla la saca, pero cambiaremos de opinión si pensamos que el corte ha de llegar tan sólo a unos cuatro centímetros de profundidad, y a penas se debe marcar el tronco. Marcar significará dañar la parte viva del ejemplar, diferenciándose de este modo los buenos de los mediocres en el oficio. El hacha tiene el mango de madera de carbizo, es decir de quejigo, al igual que la palanca, vara de hasta dos metros con la que se va separando la preciada corteza en las partes elevadas. Describir con palabras este proceso no expresa con fidelidad la experiencia del instante en el monte. El golpeteo del hacha o el leve quejido en el momento del descorche son la banda sonora de este ancestral oficio que se enriquece con los cantos de abejarucos y abubillas. Estas aves, al igual que los sacadores viene del sur: Una vez descorchados, los troncos adquieren una pátina de aspecto ferruginoso. 30 EMOCIONES EN SALAMANCA Palanca en mano, el sacador consuma la extracción en una maniobra de precisión, tacto y fuerza. los hombres de Extremadura, las emplumadas de África, desarrollando cada uno su labor a lo largo del verano. La inminencia del otoño marca la vuelta a los lugares origen de unos y otros, cuando el alcornoque empieza a engordar la bellota. Quedan ya lejos en el tiempo las mañanas en que los cerdos aprovechaban la montanera desde primeros de octubre hasta la nochebuena, pasando su peso de los sesenta kilos a las doce arrobas. Pero todavía nos queda este privilegiado escenario, donde se junta una rica diversidad de especies, que convertirán una jornada de paseo, en una grata experiencia personal. Anden por los caminos de Valdelosa, cercanos y desconocidos… Texto: Raúl de Tapia Martín. Fundación Tormes-EB. Fotografía: Francisco Martín. A poco que pregunten en el pueblo por los alcornoques del camino de Aldearrodrigo, en seguida les indicarán el trayecto. Una pista de tierra nos dejará al pié de dos ejemplares superlativos. Posiblemente superen los seiscientos años en su longevidad, lo que nos hace pensar que ya cuando Colón visitó Salamanca, por los pagos de Valcuevo, estos ejemplares superaban el siglo. Testigos del tiempo, su monumentalidad los convierte en catedrales vivas, donde la naturaleza ha ejercido de azaroso cantero. Entre ambos llegan a cargar tres mil kilos de corcho, lo que antaño suponía muchas idas y venidas en carros y caballerías. Son varias las personas que han de aunarse para abrazar al completo su tronco, y la verdad es que ambos “abuelos” invitan al menos a acariciar su corteza y sentir el paso de los siglos.
Entre dos orillas Tributaria generosa de la cuenca del Duero y en menor medida de la del Tajo, la provincia salmantina ha sacado partido de sus variados cursos fluviales; bravos en ocasiones, la mayoría, silenciosos y laminares, constituyen escenarios únicos para la práctica del piragüismo.