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EL RÍO ALAGÓN<br />
A<br />
“… regato platicador<br />
que con su linfa pura<br />
continua en curso y son.<br />
Dale regalo al oído<br />
Y al campo dale frescor…”<br />
José Mª Gabriel y Galán.<br />
Malvas y ortigas.<br />
orillas del Alagón nace el poeta<br />
Gabriel y Galán, en Frades, junto a<br />
la sierra de Herreros, donde la Peña<br />
Gudina alumbra las aguas del que es uno<br />
de los ríos más sugerentes de la provincia.<br />
Por ello no es de extrañar que sus versos<br />
engarcen instantes de la naturaleza,<br />
traduciendo en poemas ese lenguaje onomatopéyico<br />
del campo. Un paupérrimo<br />
caudal mana entre encinas y quejigos, y se<br />
cruza en nuestro camino si comenzamos<br />
la senda yendo de Frades a Endrinal. Al<br />
pie de la carretera se hace apetecible<br />
contemplar los nidos que aún habitan las<br />
cigüeñas en los prados que alinean fresnos<br />
Cruzando las pontoneras en el paraje de las Ollas de la Sapa.<br />
en sus regaderas. Lo agradable de esta<br />
vista reside en la condición de naturalidad<br />
de la escena, al ser cada vez más escaso el<br />
disfrute de esta ave y su nidada en su<br />
hábitat original, lejos de un casco urbano.<br />
Esta naturalidad a la que se alude se<br />
repetirá a lo largo del curso, pues es éste el<br />
mayor atractivo del Alagón. Así, cuando<br />
pasemos por Frades, podremos observar<br />
en una de sus charcas junto al pueblo, el<br />
intermitente buceo del zampullín, un pato<br />
miniaturizado de color oscuro que entra y<br />
sale del agua con eficaces zambullidas.<br />
Avanzando un poco más, y a la entrada<br />
del medieval Monleón, recibe el primer<br />
tributario, el arroyo Carnicero, invitándonos<br />
a sentarnos en la orilla y oír el canturreo<br />
de las pequeñas cascadas. Desde aquí<br />
observaremos con claridad la sierra de las<br />
Quilamas, siendo el roble el arbolado que<br />
cubre el escenario. No ha de extrañarnos<br />
que al entrar en este pueblo nos impresionen<br />
sus reminiscencias históricas. Se hace<br />
muy agradable su paseo, por lo que<br />
conviene abandonar el vehículo a la entrada<br />
y dejarnos despistar entre las pocas y<br />
agrupadas casas que se cobijan intramuros.<br />
Al acercarnos a la hiniesta torre del homenaje,<br />
si salimos por la Puerta de Coria<br />
alcanzaremos a ver de nuevo nuestro río,<br />
que se adorna de los primeros alisos<br />
formando un fresco bosque de ribera en<br />
su caída hacia El Tornadizo.<br />
Bancales de vid<br />
Ésta y otras poblaciones de vida sosegada<br />
nos rodean, como las Casas de Monleón,<br />
accesibles por caminos desde el castillo y<br />
con el encanto de un paisaje sonoro sin<br />
contaminar. El cercano Robledal de las<br />
Carboneras interpreta en su topónimo los<br />
oficios crecidos de la madera. Si preguntamos<br />
por las trochas que nos conducen<br />
a estos pueblos de ritmo pausado, será<br />
sencillo que entre en la conversación el<br />
acarreo de mulos con leña y carbón para<br />
soportar el invierno. Cuanto más pequeño<br />
y aislado es un pueblo, más patrimonio<br />
lingüístico alberga; allí las palabras tienen<br />
más expresividad que en las urbes, y gozan<br />
de una llaneza que dota a la plática de la<br />
vivacidad del paisaje. Escuchar a los abuelos<br />
y abuelas es tan gratificante como<br />
detenerse ante un martín pescador o una<br />
muralla del medievo.<br />
San Esteban es nuestro siguiente punto de<br />
encuentro, y de nuevo la sorpresa surge,