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CARLOS RUIZ ZAFÓN LAS LUCES DE SEPTIEMBRE

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3. BAHÍA AZUL<br />

De todos los amaneceres de su vida, ninguno habría de parecerle más luminoso a Irene que<br />

aquel del 22 de junio de 1937. El mar resplandecía como un manto de diamantes bajo un<br />

cielo cuya transparencia jamás hubiese creído posible durante los años que había vivido en<br />

la ciudad. Desde su ventana, el islote del faro podía contemplarse ahora con toda claridad,<br />

al igual que las pequeñas rocas que emergían en el centro de la bahía como la cresta de un<br />

dragón submarino. La ordenada hilera de casas en el paseo del pueblo, más allá de la Playa<br />

del Inglés, dibujaba una acuarela danzante entre la calima que ascendía del muelle de<br />

pescadores. Si entornaba los ojos, podía ver el paraíso según Claude Monet, el pintor<br />

predilecto de su padre.<br />

Irene abrió la ventana de par en par y dejó que la brisa del mar, impregnada del aroma del<br />

salitre, inundase la habitación. La bandada de gaviotas que anidaba en los acantilados se<br />

volvió a observarla con cierta curiosidad. Nuevos vecinos. No muy lejos de ellas, Irene<br />

advirtió que Dorian ya estaba instalado en su refugio favorito entre las rocas, catalogando<br />

espejismos, musarañas ... , o enfrascado en lo que fuera que hacía en sus solitarias<br />

excursiones.<br />

Andaba Irene ya concentrada en decidir qué ropa ponerse para salir a disfrutar de aquel día<br />

robado de algún sueño, cuando una voz desconocida, acelerada y zumbona llegó a sus oídos<br />

desde el piso inferior. Dos segundos de atenta escucha revelaron el timbre calmado y<br />

templado de su madre conversando o, mejor dicho, intentando colocar monosílabos entre<br />

los escasos resquicios que su interlocutora dejaba escapar.<br />

Mientras se vestía, Irene trató de dilucidar el aspecto de aquella persona a través de su voz.<br />

Desde pequeña, éste había sido uno de sus pasatiempos predilectos. Escuchar una voz con<br />

los ojos cerrados y tratar de imaginar a quién pertenecía: determinar su estatura, su peso, su<br />

rostro, su carácter ...<br />

Esta vez su instinto dibujaba una mujer joven, de poca estatura, nerviosa y saltarina,<br />

morena y probablemente de ojos oscuros. Con tal retrato en mente, decidió bajar al piso<br />

inferior con dos objetivos: saciar su apetito matutino con un buen desayuno y, lo más<br />

importante, saciar su curiosidad respecto a la dueña de aquella voz.<br />

Tan pronto puso los pies en la sala de la planta baja, comprobó que sólo había cometido un<br />

error: los cabellos de la muchacha eran pajizos. El resto, clavado en la diana. Así fue como<br />

Irene conoció a la pintoresca y dicharachera Hannah; por puro oído.

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