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3. BAHÍA AZUL<br />
De todos los amaneceres de su vida, ninguno habría de parecerle más luminoso a Irene que<br />
aquel del 22 de junio de 1937. El mar resplandecía como un manto de diamantes bajo un<br />
cielo cuya transparencia jamás hubiese creído posible durante los años que había vivido en<br />
la ciudad. Desde su ventana, el islote del faro podía contemplarse ahora con toda claridad,<br />
al igual que las pequeñas rocas que emergían en el centro de la bahía como la cresta de un<br />
dragón submarino. La ordenada hilera de casas en el paseo del pueblo, más allá de la Playa<br />
del Inglés, dibujaba una acuarela danzante entre la calima que ascendía del muelle de<br />
pescadores. Si entornaba los ojos, podía ver el paraíso según Claude Monet, el pintor<br />
predilecto de su padre.<br />
Irene abrió la ventana de par en par y dejó que la brisa del mar, impregnada del aroma del<br />
salitre, inundase la habitación. La bandada de gaviotas que anidaba en los acantilados se<br />
volvió a observarla con cierta curiosidad. Nuevos vecinos. No muy lejos de ellas, Irene<br />
advirtió que Dorian ya estaba instalado en su refugio favorito entre las rocas, catalogando<br />
espejismos, musarañas ... , o enfrascado en lo que fuera que hacía en sus solitarias<br />
excursiones.<br />
Andaba Irene ya concentrada en decidir qué ropa ponerse para salir a disfrutar de aquel día<br />
robado de algún sueño, cuando una voz desconocida, acelerada y zumbona llegó a sus oídos<br />
desde el piso inferior. Dos segundos de atenta escucha revelaron el timbre calmado y<br />
templado de su madre conversando o, mejor dicho, intentando colocar monosílabos entre<br />
los escasos resquicios que su interlocutora dejaba escapar.<br />
Mientras se vestía, Irene trató de dilucidar el aspecto de aquella persona a través de su voz.<br />
Desde pequeña, éste había sido uno de sus pasatiempos predilectos. Escuchar una voz con<br />
los ojos cerrados y tratar de imaginar a quién pertenecía: determinar su estatura, su peso, su<br />
rostro, su carácter ...<br />
Esta vez su instinto dibujaba una mujer joven, de poca estatura, nerviosa y saltarina,<br />
morena y probablemente de ojos oscuros. Con tal retrato en mente, decidió bajar al piso<br />
inferior con dos objetivos: saciar su apetito matutino con un buen desayuno y, lo más<br />
importante, saciar su curiosidad respecto a la dueña de aquella voz.<br />
Tan pronto puso los pies en la sala de la planta baja, comprobó que sólo había cometido un<br />
error: los cabellos de la muchacha eran pajizos. El resto, clavado en la diana. Así fue como<br />
Irene conoció a la pintoresca y dicharachera Hannah; por puro oído.