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6104491009CAPÍTULO C.I'¡--.'¡.i';: y si hemos de dar crédito á la historia , Lejos estuvieronaquellos ilustres personajes de usarlos coa moderación. La raza depríncipes y nobles sajones fué casi completamente estopada, ,idespojada de los bienes que poseían: ni era grande el número deios hacendados de claso inferior, á quienes fué licito cultivar latierra de sna padres. La política do los reyes no tuvo otro objetodurante mucho tiempo que debilitar por todos ios medios posibles.I 'gales ó ilegales , la, fuerza de los habitantes á quienes se atribuíaiv-u sobra.ios motivos un odio inveterado hacia sus vencedores.Tol


4 -VA.NHOE.de su pasado predominio, y ia comparación entre lo (pie habíansido y lo que entonces eran , fueron circunstancias que hasta lostiempos de Eduardo III mantuvieron abiertas las heridas que habíahecho la conquista, y la profunda línea que separaba álos descendientesde los vencedores Normandos y de los vencidos Sajones.Ocultábase el sol detrás de las colinas que servían de límite üuno de los herbosos ámbitos de la selva de que hemos hecho menciónal principiar este capítulo. Centenares do robustas encinas,que quizás habían sido testigos de la marcha do las tropas romanas,estendian sus hojosos y fornidos brazos sobre una alfombratejidade tupido césped , cuyo verde podía eclipsar al de las mas lucientesesmeraldas. Mezclábanse con ellas , en algunos puntos, hayas,castaños, y maleza de varias clases, tan espesa y entretejidas,que cerraba enteramente el paso á los últimos rayos de! sol. Enotros , los árboles se separaban , formando estendidas calles , encuyas prolongadas líneas se espaciaba deleitosamente la vista,mientras la imaginación se placia cu considerarlas como ingresosá escenas mas selváticas y retiradas. De cuando en cuando los rayosdel sol se revestían do tintas pálidas y rojizas, al atravesar lascorpulentas ramas, ó al reflejar en los musgosos troncos de los árboles,iluminando de lleno las partes del espeso prado en que caian.En medio de aquel espacio se descubría otro , enteramente desnudode árboles, que parecía haber sido consagrado antiguamente á losritos supersticiosos de los Druidas ; porque en la cima de una elevación, que segunda regularidad do sus formas, parecía hecha porla mano del hombre, ex istia aun un círculo de toscas piedras degran volumen , siete de las cuales se mantenían derechas , y lasotras habiau sido arrancadas de sus sitios, quizás por el celo de algúncristiano recien convertido. De estas, unas permanecían juntoal sitio de donde habían sido demolidas; otras habian rodadopor los declives de la colina. Una sola habia caído á lo mas profundode la falda, deteniendo el curso de un arroyuelo, que murmullabaapacible al pié de la altura, y que irritado por este obstáculointerrumpía el silencio de aquellos sitios.Las figuras humanas que completaban este paisaje eran dos, yambas correspondían, en su trage y aspecto, al carácter rústico yselvático de aquellos tiempos y de aquellos lugares. El mayor doestos dos hombres era de un csterior serio, ó por mejor decir, ásperoé inculto. No puede imaginarse una cosa mas sencilla que su


CAPÍTULO I. 5truge, el cual se reducía á un angosto coleto con mangas, hechocon la piel de un animal; pero tan usado, tan traído y tan remendado, (lucera difícil conocer, en vista de los diversos fragmentosque lo componían, á qué especie de criatura Labia pertenecido.Este trago , tan semejante al que probablemente usarían los primeroshombres , llegaba desdo la garganta hasta las rodillas , yera todo lo que defendía al cuerpo déla intemperie de las estaciones.E¡i su parte superior no Labia otra abertura que la muy necesariapara dar paso á la cabeza, de modo que. solo podia ponerse á guisade camisa moderna, ó de túnica antigua. El calzado era unassandalias , sujetas con correas hecha-; con piel de jabalí, y unaspiezas de cuero delgado atadas á las piernas , algo mas' arriba delas pantorrillas , dejando la rodilla descubierta . como la llevanahora los montañeses de Escocia.. Para sujetar el coleto al cuerpo,llevaba un ancho tinturen de cuero , asegurado por una hebilla decobre; á, un lado del chitaron pendía una especie de saco ó bolsa:al otro un cuerno de carnero con una embocadura. En el mismotimaron estaba, sujeto un cuchillo de dos filos, largo, ancho y muyagudo , de los que se fabricaban entonces en aquella parte de Inglaterra.El mango era de cuerno , y esta arma se llamaba ya enaquella época remola, navaja, de Shefíieid. El hombre de que vamoshablando no llevaba en la cabeza otra defensa que su espesa cabellera, formada en trenzas, y tan ennegrecida por el sol y la intemperie,que ofrecía el mas estraño contraste con la crecida barbaque pendía de sus mejillas , y cuyo color era casi amarillo como eldel ámbar. 1.a parte de su atavío de que aun no hemos hablado,era. la mas curiosa , y seguramente merece ponerse en noticia denuestros lectores. Reducíase auna argolla de bronce , semejante ¡iun collar de perro , pero sin ninguna abertura, sino soldada alrededorde! cuello : la cual aunque no impedia la respiración ni losmo\ ¡mientes de la cabeza, no podia quitarse sin el auxilio de la lima.En este singular adorno estaba grabada en caracteres sajonesana inscripción que decía : «Gurth, hijo de Beowulf, vasallo naturalde ( : edric de Hotherwood.»Gurth era porquerizo de su señor, y junto á id estaba sentado,sobre uno délos derrocados monumentos druídicos , otro hombreque representaba tener diez años menos , y cuyo ropaje , aunquesemejante al de Gurth en el corte y la forma , era de mejor materialy de colores estraños y caprichosos. Su coleto era de un púr-


6 IVANHOE.pura brillante, y sobre este fondo parecían algunos restos ele Jii lijosfantásticos de diferentes tintes. Tenia además una eapita queapenas le llegaba á la mitad del cuerpo : era de paño carmes: , finefué bueno en su tiempo , y forrada de una tela amarilla : y r.on.opodia pasarla de un hombro á otro, ó embozarse con ella si se leantojaba, las diferentes posiciones que tomaba y el contraste entresu amplitud y su cortedad presentaban las formas mas riilínil.-.s yestravagantes. Llevaba brazaletes do plata, muy ligeros; y ¡:J cuellouna argolla del mismo metal con la inscripción : «Warnba, hijode Witless , vasallo de Ccdrk; de Rotherwood.» listo personajecalzaba sandalias por el estilo de las de su compañero, pero en lugarde las piezas de, cuero que defendían las piernas al .¡íru:.»,visaba una especie de botines, cada uno de los cuales era ib' distintocolor. Adornaba su cabeza una gorra de que pendían algunascampanillas , semejantes á las que se ponían al cuello de los ¡'.aleones: sonaban todas ellas al menor movimiento que hacia con lacabeza, y como raras veces permanecía un minuto en la mismapostura, el ruido que ocasionaban era poco menos que continuo.Al rededor de la copa de la gorra se veía una guarnición de cuerorecortada á guisa de corona ducal, y del fondo salia una mangalarga que pendía sobre los hombros , como la que suelen llevar losi 'atalanes. De esta parte del tocado pendían las campanillas ; todolo cual unido al aspecto general de su persona, y á la espresion desu fisonomía medio necia, medio aguda, denotaba (pie el tal sugetoera uno de aquellos bufones, que los ricos tenían en su servidumbre,para distraerlos en las fastidiosas horas que á veces estabanobligados á pasar entre las paredes do sus castillos. También llevrbacomo su compañero un saco pendiente del cinto; pero sincuerno ni cuchillo , pues quizás no era muy prudente poner instrumentoscortantes ni punzantes en aquellas manos. En lugar deestos utensilios, estaba provisto de una espada de madera, como laque Arlequín emplea en sus diabluras y fechurías.ha diferencia que se notaba en el aspecto y en los modales de estosdos compañeros era mayor que la que distinguía sus respectivostrages. El porquerizo era torvo y taciturno : miraba continuamenteal suelo, como un hombre abatido y sin esperanza; y cualquierahubiera atribuido su aire indiferente á su estupidez , si decuando en cuando no centellease en sus encendidos ojos la espresiondel brío y del arrojo , manifestando que aquella apare?.le de-


CAPÍTULO I. "3siilia ocultaba la amargura de la opresión y una disposición prontaá la resistencia. Las miradas de "VVamba indicaban , como eranatural en su profesión, una curiosidad vaga, un atolondramientocontinuo, juntos con el orgullo que le inspiraban sus funciones', yel papel que representaba en la servidumbre de su señor. Hablabanen el dialecto anglo-sajon , que como ya liemos dicho , era el quegeneralmente prevalecía en las gentes de inferior condición , eseeptolos soldados normandos y los criados y demás subalternosque dependían inmediatamente de los grandesseñores feudales. Sirefiriéramos pues su diálogo en aquel idioma , es muy probableque la mayor parte de nuestros lectores se quedarían en ayunas; ypara su recreo les presentamos la siguiente traducción :'(¡Maldiga el santo de mi parroquia á estos perversos marranos!»¡lijo su custodio, después de haber hecho resonar los ecos de losmontes con el estrepitoso instrumento de que ya hemos hechojnencion , á fin de reunir la esparcida manada de sus subditos, loscuales respondieron á su llamamiento con una solfa no menos armónica, poro sin dar muestras de abandonar el espléndido banquetede castañas y bellotas en que so estaban deleitando , ni dealzarse de las fangosas orillas del arroyo en que algunos de ellos sehabían medio sumergido y arrellanado , sordos al mandato de sujefe. «¡Maldígalos el santo de mi parroquia á ellos y á mi, repitióGurth, y que me ahorquen si algunos de ellos no van á parar estanoche á manos de algún lobo en dos pies! Aquí, Fangs Fangs,» gritócon toda la fuerza de sus pulmones al perro que lo ayudaba en elejercicio de su ministerio , el cual era un mestizo, con aparienciasde mastin y de alano, y al punto echó á correr como si, dócil á lavoz de su amo, fuera á poner en ejecución sus órdenes; pero loquehizo en efecto fué alborotar á las rebeldes bestias, y esparcirlas masy mas por aquellas cercanías , sea por su natural propensión á lamalicia , sea porque no entendió la señal del porquerizo, sea en finporque no era muy diestro en el cumplimiento de su deber. Fangs,en resumidas cuentas, no hizo mas que aumentar el mal, en lugartle ponerle remedio. «¡Mala lepra te cubra , dijo el porquerizo , yconfunda Hat anas al guardabosque que se ha empeñado en cortarlas uñas á los perros, y los deja incapaces de servir. Wamba, arriba,y ayúdame por Dios : así él te dé su gracia. No tienes mas queir por detrás de esa colina y ganarles el viento, y verás que losechas y se vienen todos juntos tan dóciles como mansos corderos.»


8 IVANIIOE.— Ей verdad , dijo AVamba sin moverse de su asiento , que beconsultado la voluntad de las dos piernas que Dios me ha dado.,sobre la materia , y ambas son de opinión que no procedería biencon mi soberana persona ni con el magnífico ropaje que la cubre, sime fuera á intrincar en esos laberintos de maleza: por lo cual, hijomió, lo que te aconsejo es que llames áFangs,y dejes los marranosabandonados á su destino, en la inteligencia, de que si dan en manosde soldados dispersos ó de bandidos, antes de salir el sol se veránconvertidos en normandos hechos y derechos , con infinita satisfaccióntuya , que de este modo te ves libro de la enojosa tareaile guardarlos.—¡ Los marranos convertidos en normandos! dijoGurth : hombre,esplícame eso que has dicho, que á fe mía no lo entiendo, y nohay que estrañarlp puesto que nú natural torpeza y mis pesadumbresme han encerrado las entendedoras.—¿Cómo se llaman en nuestro Mioma, dijo el bufón , estos gruñidoresbrutos cuando andan á cuatro patas en el monis?—¡ Que pregunta ! contesto el porquerizo. ¿"o lo sabes? He llamancerdos.—• Así es verdad, dijo Wamba ; y dime ahora , majadero , cerdeesbuen sajón...' ¿ no es verdad ? Y ¿ cómo se llaman cuando lianperecido á mano del cortador, y están abiertos por medio, y colgadospor los talones como traidores?—¿Como se han de llamar? dijo el otro. Tocino: eso todo elmundo lo salie.—Menester es, dijo el bufón, que todo el mundo lo sepa para quetú no lo ignores. Tocino no es cosa de nuestra tierra, sino palabrade la lengua normanda francesa. Así ¡mes. (mando el animal vivey está confiado al cuidado del siervo sajón, se le da. el nombre sajón: y cuando está convertido en jamón ó tocino, y pasa al comedorá regalar la gula de los nobles y do los ricos, entonces se ledael nombre francés (1). ¿ Qué dices á esto ? Eii ?—Digo que tienes razón, respondió Gurth, y que es doctrina verdadera,aun que dicha por boca de un loco.(lj Para entender ese juego do pala'ias así como los que siguen, es precisonotar que muchos animales no tienen en inglés el mismo nombre cuando vivos quedespués de muertos pavn vender cu la carnicería. Л4 pues S-wíiie denota el cerdovivo y !>


CAPÍTULO :. p—Mas te puerto decir, aiíadió Wamba: el buey se llama o;zen sajóncuando va á pastar en compañía del esclavo sajón ; pero setrasl'orma en hecfíi la francesa, cuando se presenta ante las ilustresmandíbulas que han de devorarlo : y su pariente inmediatoMynlieer Oalf se cambia en Monshnvilc Vrau de la misma manera: sajón cuando da que hacer al pobre, y francés cuando satisfaceel apetito d.el poderoso.— Por san Duustan, dijo (¡urth, que son harto amargas tus verdades.Lo único que nos dejan nuestros opresores es el aire que respiramos,y aun eso de mala ¡rana , y no mas que lo muy precisopara que no sucumbamos en el surco . y podamos llevar la cargaque nos han echado ¡í cuestas. Lo mejor y lo mas sabroso es parasus mesas, y todo el dinero de la tierra para sus bolsas. Los mejoresy ie.es honrados siguen las banderas de sus enemigos , y van úblanquear con sus huesos las playas mas remotas, y apenas quedanaquí algunos pocos que puedan ó ciñieran proteger á los pobressajones. ¡ Dios eche su santa bendición á nuestro buen amoCedrie. que ha hecho lo que debía, permaneciendo firme en su puesto! Pero deja que ya. se acerca Reginaldo Frente-de-buey en persona,y veremos deque le sirven á Cedrie todas sus penas y fatigas... Aquí,aquí, esclamó entonces el porquerizo dejándola conversacióny dirigiendo la palabra al perro: aquí, aquí. Fangs; bienlo has hecho : reelígelos todos, chucho.—(¡urth, dijo Wamba,tú ene tienes por loco, y no debías, obrandocon seso , liarte tanto al que tiene los suyos destemplados. Si ReginaldoFrente do buey, ó Felipe de Malvoisin llegan á entenderque has proferido el menor denuesto contra los Normandos , no teha de valer la dignidad ríe porquerizo, sino que te has de ver colgadode uno de estos árboles, para servir de espantajo, no ya á losgorriones, sino á todo el que no acate y reverencie tan altos personajes.—¡ Hombre de Dios! esclamó (¡urth : ¿serás capaz de venderme,después de haberme puesto en el resbaladero ?—Venderte 1 respondió Wamba. Venderte no, que seria acción decuerdo, y ningún loco salte promover sus propios intereses. Pero¿qué ruido es este ? preguntó oyendo un tropel de caballos que seacercaban.—Sea quien fuere, respondió Gurth que habia conseguido al caborecoger su manada, y con la ayuda de Fangs procuraba guiar-


10 IVAXIIOE.la por una de aquellas aberturas ó interrupciones de la selva quehemos procurado describir.—No por cierto, respondió Wamba, que quiero ver la gente quees. Quizás vienen de la tierra de las hadas, y nos traen noticias delrey Oberon (1).—¡ Mal torozón te mate ! dijo el porquerizo. ¡ Que quieras hablardeesas cosas cuando nos está amenazandoá poca distancia deaquí una espantosa borrasca de truenos y relámpagos ! Oye , oyelos estampidos , y para lluvia de otoño jamás he visto caer de lasnubes gotas por este estilo. No se menea una paja, y mira comocrujen las encinas , anunciando lo que so acerca. Ten juicio unavez siquiera en tu vida. Créeme , y vamonos á casa lo mas aprisaque podamos, antes que [descargue la nube, que la noche va á serterrible.Wamba conoció la fuerza de estas razones, y se dispuso á seguirlos pasos de su compañero, el cual rompió la marcha, después dehaber recogido un enorme garrote que estaba en el suelo. Este segundoEumeo tomó el camino de uno do los espacios abiertos delbosque, llevando delante con la ayuda de Fangs toda su inarmónicacomitiva.CAPÍTULO II.A pesar de las exhortaciones é instancias de su compañero, comose acercaba mas el ruido de los ginetes que antes habían oido,Wamba no podía menos de detenerse de cuando en cuando conel primer pretesto que se le ocurría , ya para coger un puñado denueces á medio madurar que habían caído de los árboles , ya paraechar un requiebro á la aldeana que atravesaba la vereda. Y tantohizo, que no tardaron en alcanzarlos los ginetes.Componían estos una cuadrilla de diez hombres, dos de los cuales,que venían á la cabeza de los otros, parecían sugetos de importancia,y los demás tenían trazas de asistentes y criados. No eradifícil conocer la condición y carácter del uno de aquellos perso-(1) Personaje fabuioso, muy nombrado en la mitología dolos pueblos del corteie Europa.


CAPÍTULO II, 11najes. Veíase claramente que era eclesiástico de alta gerarquía ; ypor su hábito conocíase pertenecer á la orden delCíster.Este digno religioso montaba una lozana muía de paso, cuyasgualdrapas eran sumamente galanas y vistosas, y cuyo freno adornaban,según la costumbre del tiempo , muchas campanillas deplata. Su posición acaballono manifestaba el desgarbo de un hombreretirado, sino la gracia y la destreza de un ginete inteligente ypráctico. De todo lo cual era fácil inferir cpie tan humilde cabalgadura,por agradable y cómodo que fuera su paso, solo le serviapara caminar por aquellas malezas y soledades. En otras ocasionesmontaba uno de los potros mas generosos y arrogantes délosque se crian en las orillas del Guadalquivir , y en la época de quevamos hablando los mercaderes llevaban, con gran riesgo y gasto,estos animales á Inglaterra para el uso de las gentes ricas y de distinción.Llevábalo por la brida un hermanolego, délos que acompañabanen calidad de sirvientes al prelado. Cubría la silla y gualdrapasde este soberbio palafrén, una gran manta de paño, que casi¡•arria la tierra, y en (pie estaban bordados con gran esplendor variosemblemas eclesiásticos. Otro hermano lego conducía una acémilacargada con el equipaje del monje, y otros dos de la mismaurden, aunque de grado inferior, cabalgaban detrás, riendo y conversandoentre sí, sin prestar atención á los demás que componíanla comitiva.El compañero del magnate eclesiástico era un hombre de masde cuarenta años do edad, delgado, fuerte, alto y nervudo ; figuraatlética, en quien las grandes fatigas y el ejercicio constante nohabían dejado, según parecía, ninguna de las partes blandas de laconstitución humana, sino una armazón de huesos y fibras que habíasobrellevado, sin perder su vigor, muchos trabajos y esfuerzos,y se hallaba en disposición de sobrellevar muchas mas. Cubríalela cabeza un gorro de grana, forrado do pieles, de una hechuraparticular , llamado entonces mortier, mortero, en lenguafrancesa, por su semejanza con este utensilio doméstico; mas estegorro le dejaba descubierta la fisonomía, cuya espresion inspirabaeierta estrañeza, ó mas bien un verdadero terror, al que por primeravez la miraba. Sus facciones, naturalmente prominentes y animadas,habían adquirido un tinte oscurísimo, casi semejante al eleun africano en la ardiente atmósfera délos climas de los trópicos, y.-. nsu estado ordinario mostraban la calma eme sucede á la bor-


12 IVANHOE.rasca embravecida de las pasiones; pero el abultado volumen de lasvenas de la frente, y la facilidad con que temblaba, cuando lo agitabacualquier sentimiento, el labio superior y el poblado y negrobigote que lo sombreaba, daban indicios ciertos de que no era difícilsuscitar de nuevo la tempestad. En sus ojos agudos , oscuros ypenetrantes, so leia la larga historia de las dificultades que habí;,vencido, y de los peligrosa que se había arrojado en el curso de suvida. Sus miradas eran un desafío á todo el que osase oponerse ñsus deseos, sin otro motivo que el gusto de llevar adelante su voluntad,y de ostentar su fuerza y predominio, sobrepujando cuantosobstáculos so opusiesen á sus intentos. Había recibido en lafrente una profunda herida, cuya cicatriz aumentaba la severidadde su aspecto y ¡a siniest a mirada de un ojo, que había sufrido algúndaño do resultas del mismo accidente ; y aunque su vista eraperfecta, se notaba cu ella cierta desigualdad que no dejaba decontribuir á hacer poco grato el conjunto de la persona.La parte superior del ropaje de este sugeto se parecía en la formay corte al de su compañero ; pero su color, que era grana, manifestabaque no pertenecía á ninguna de las cuatro órdenes monacales.¡Sobre el hombro derecho había en este manto una cruzsobrepuesta de paño blanco, de una. forma particular. Descubríasedebajo del manto una vestidura que parecía incompatible con elcarácter que este representaba, á saber, un eamisole de malla, conmangas y guantes de lo mismo, curiosamente labrada y entretejida,y tan flexible como si. saliera de un telar, ó como si fuese delana ó de otro material blando y elástico. Era también de malla ladefensa délos muslos, que dejaban visible los anchos pliegues de]manto : el pié y las rodillas estaban cubiertos de delgadas placasde acero ingeniosamente unidas entre sí: y un botin de malla, quellegaba desde las rodillas hasta el tobillo guarnecía la pierna ycompletaba la armadura del ginete. Llevaba pendiente del cinturon una larga daga de dos filos, única arma ofensiva que se echaba de ver en su persona.No montaba una muía como su compañero, sino ana jaca fuertey andadora, á fin de no fatigar á su caballo de batalla, que conducíadetrás un escudero, y que llevaba todo el aparejo defensivo ,como si fuera á entrar en acción, con una pieza de armadura quele guarecía la cabeza, y de cuya parte delantera salía un pico agudo.De un lado de la silla pendía un hacha ó maza, adornada COL-


CAPÍTULO II. 13dibujos damasquinos; y do la otra, el yelmo coronado de plumas,la capucha de malla, y el montante que usaban entonces los queprofesaban la orden de caballería. Otro escudero llevaba la lanzade su señor , de cuya estremidad colgaba un pendón ó pequeñabanderola, con una cruz de la misma forma que la del manto, y elescudo triangular, cuya parte superior era bastante ancha para defenderel pecho , y disminuía por los dos lados hasta rematar enpunta. El escudo estaba cubierto con un paño de grana, lo que estorbabaque se viese la divisa.A. estos dos escuderos seguían otros dos sirvientes negros , conturbantes blancos y con vestiduras que denotaban proceder de algúnremoto pais de Oriente. Todo el aspecto de la comitiva era estraordinario,y diferente de los usos y costumbres de Inglaterra: el trage de los escuderos era espléndido; los negros llevabancollares de plata, y brazaletes y argollas de lo mismo alrededorde los brazos y de las piernas ; aquellos iban desnudoshasta el codo, y estas desde la mitad de la pantorrilla hastael tobillo. Sus ropajes de seda bordada indicaban la riqueza deldueño á quien servían , contrastando con la marcial secillezque se notaba en la persona de este. Sus armas eran unos sablescorvos, con guarnición y vaina engastadas en oro, y puñales turcostodavía mas ricos y costosos. Tenían además en el arzón de lasilla un manojo de dardos ó rejones , de cuatro pies de largo, conpuntas agudísimas de acero, arma muy usada entonces entre losSarracenos, y cuyo manejo se conserva todavía entre las nacionesorientales, en el ejercicio bélico, á que dan el nombre de eljerrid.Los caballos de estos dos negros eran ó parecían tan estranjeroscomo los ginetcs que los montaban. En efecto, eran sarracenos deorigen, y por consiguiente do raza árabe : sus miembros menudosy delicados, sus cascos pequeños, sus enjutos brazos, y la ligerezade su movimiento, sobresalían mas cuando se comparaban con losmembrudos y pesados caballos de raza flamenca y normanda, queeran los que usaban las gentes do armas de aquel tiempo, comolos únicos capaces de soportar el peso de las armaduras y demásatavíos militares. Colocados al lado de los troteros orientales, parecíanestos la sombra que aquellos despedían.Este singular aparato no solamente atrajo la curiosidad de Wamba,sino también la de su distraido compañero. Inmediatamentereconocieron a) P. Prior de la abadía de Jorvaulx, famoso en todas


14 IVAMI01 .aquellas cercanías por su afición á la caza y á los buenos bocados-Su índole franca y jovial le habia grangeado el afecto de los noblesy délos principales caballeros, con muchos de les cuales teniarelaciones de parentesco, por ser de noble familia normanda. Lasdamas en particular le estimaban . pues poseía mil recursos parídisipar el tedio que con harta frecuencia se introducía en las bóvedasde los castillos feudales. El prior asi.-t i a. como aficionado inteligente,á las diversiones que dominaban entonces en la nobleza,y tenia fama de poseer los mejores halcones, y la mejor jauría detodo el norte de Inglaterra : circunstancias que lo recomendaba;-en gran manera á los ojos de los mozos nobles del país. Las renta?de su monasterio, que estaban en parte á su disposición, le proporcionabanmedios suficientes para los gastos que sus aficiones ^pasatiempos exigían, y para las dádivas que esparcía entre ios pobres,y con que muchas veces aliviaba los males de los oprimidos.Si el prior Aymer consagraba algunos días á correr liebres y venados,si pasaba largas horas en el banquete, la gente que esto vehíse lo perdonaba en atención á su carácter noble y generoso. J'ortanto ningún vasallo sajón ignoraba quien era el prior Aymer. Alpasar junto á él le hacían una profunda reverencia, y él les echabala bendición.'.'ero Wamba y su companero fijaron toda su atención con anheíosacuriosidad en el otro personaje y en su lucido acompañamiento,de modo que apenas prestaron oidos al Prior de Jorvaulx cuandoeste les preguutó si habia por allí cerca algún albergue en quepudieran él y los otros caminantes pasar la noche : tal fué la sorpresacon que miraron el bufón y el porquerizo el aparato mediomonástico, medio militar del desconocido estranjero, y el nuncavisto disfraz y las amias estrañas de sus sirvientes orientales. Esprobable también que el lenguaje de que el Prior se valió para hacersu pregunta, y el sentido de esta no fueron, muy gratos á losdos vasallos sajones, por razones que ya quizás habrá adivinado ei'lector.


CAPÍTULO II. 15Dijo esto en un tono de importancia, que no estaba en armoníacon sus modestas razones.Wamba alzó los ojos, y respondió á lo que el Prior deseaba saber.« Si sus reverencias, dijo, gustan de buenos bocados y de camasmullidas , a. pocas millas de aquí darán con el priorato de Brinxworh,donde su calidad no puede menos de asegurarles lamas favorableacogida ; ó si prefieren hacer penitencia, pueden atravesaresas praderas, al cabo de las cuales hallarán la hermita de Copmanhurst,donde vive un piadoso anacoreta que les franqueará poresta noche el abrigo de su techo.»El prior frunció el gesto al oir estas noticias.—Buen hombre, respondió el prelado, si el ruido de tus campanillasno te ha trastornado los sesos, omitirías sin duda esos consejos.—Verdades, dijo \Yamba, que yo, que no soy mas que un asno,tengo el honor de llevar campanillas como la nuda de su reverencia: con todo eso, tengo entendido que la caridad bien ordenadaempieza por sí mismo.—Bastado insolencias, mentecato, dijo entonces el ginete armado,rompiendo aquel diálogo con voz sonora y altanera : y dínos elcamino de.... ¿como decís, P. Prior, que se llama ese hidalgo?—Cedric el sajón, respondió el Prior. Buen amigo, decidnos si estamoscerca de su morada , y cuál es el camino que á ella conduce.—No es fácil dar con él, dijo entonces üurth que no Labia aundesplegado los labios: y además la familia de Cedric se recoje temprano.—Poco importa, dijo el otro mal humorado caminante : fácil lesserá levantarse, y suministrar lo necesario á sugetos como nosotros. que no solemos pedir la hospitalidad cuando tenemos derechoá exigirla.—Yo no sé, dijo Gurth con harta sequedad, si debo enseñar elcamino de la casa de mi amo á los que reclaman como derecho elabrigo que otros piden como favor.—¿Osas disputar conmigo, miserable vasallo'? dijo el de la armaduraapretando espuelas al caballo, adelantándose precipitadamenteLucia Gurth, y alzando el látigo de montar que llevaba en la,mano, para castigar lo que era, en su opinión, criminal insolenciaen boca de un hombre nacido para obedecer.


ItjIVAÍÑH01C.Gurth le lanzó una mirada en que se pintaban la ferocidad y eldeseo de venganza, y con pronto aunque trémulo movimiento, echómano al cuchillo : pero el prior Aymer se puso entre su compañeroy el porquerizo, y previno la meditada violencia.—Por la Virgen ívtra. Señora, hermano Brian, no penséis que estaisahora en Palestina, echando plantas entre paganos Turcos ó in -deles Sarracenos:nosotros,los que esta isla de Inglaterra habitamos,no gustamos de golpes. Dímc, buen amigo, continuó dirigiendo lapalabra al bufón y acompañando su arenga con una moneda deplata, ¿dónde está el camino de la casa de Cedric el sajón. Imposiblees que lo ignores, y es tu obligación encaminar al estraviado,aun cuando no tenga el carácter sacerdotal que nosotros poseemos.—En verdad, reverendo padre, dijo Wamba, que la cabeza moriscade vuestro reverendo compañero me lia dejado un poco llamadoadentro, y hasta los huesos me tiemblan de susto. "Ni siquierasé si podré llegar esta noche á casa.— Vaya, respondió el monje, que pronto volverás en tí, si quieres.Este reverendo padre ha estado toda su vida peleando en laPalestina: es de la orden de ios caballeros Templarios, de que tendrásnoticias.— Sea lo que quiera, dijo Wamba, con falque no tenga esosarranques sítbitos , con los que van sin meterse con medie por elcamino , aunque sean tardos en responder á las preguntas que seles hacen sobre asuntos en que ni salen ni entran.— Todo te lo perdono , dijo el monje , con tal que me enseñes elcamino de la casa de Cedric.— Vuesas reverencias , dijo el bufón , deben seguir esta, mismavereda hasta que lleguen á una cruz caida, de la cual todavía quedacosa de una vara fuera de tierra ; entonces tomarán el caminode la izquierda, porque hay cuatro que se cruzan en aquel punto ;y yo les aseguro que hallarán buena posada antes que descarguela borrasen. »El Prior dio gracias á su advertido conductor; y la comitiva,apretando espuelas á los caballos , echó á caminar á paso levantado, como gente que desea ponerse debajo de techado antes quereviente la nube que la amenaza. Cuando se alejaba el ruido delas huellas de los caballos , Gurth dijo á su compañero : «Si losreverendos padres siguen tu consejo , milagro será que lleguen áRothenvood antes de anochecer.»


CAPÍTULO II. 17— Sin duda , respondió Wamba; pero pueden llegar á Sheííieldsi no hallan tropiezo , y aquel es buen sitio para ellos. No soy yocazador de aquellos que indican al perro donde está el gamo, si notienen humor de perseguirlo.— Tienes razón, dijo Gurth ; no fuera bien que esc templario vieseá lady Bou ena; y peor fuera quizás que Cedric las hubiese conél. Pero nosotros, como buenos criados, debemos ver, oir y callar.»Volvamos á nuestros viajantes , los cuales se alejaron muy enbreve del bufón y del porquerizo , y siguieron su conversación enel idioma normando­francés , que era el que usaban entonces lasgentes de distinción , salvo los pocos que se vanagloriaban de suascendencia sajona.«¿ Qué significa la familiar insolencia de esos siervos? preguntóel Templario ; y por qué me habéis estorbado tratarlos como merecen1— Hermano Brian , respondió el Prior. tocante á uno de ellos,difícil fuera daros razón de las locuras del que es loco de profesión;en cuanto al otro , sabed que pertenece á esa raza feroz , bárbara éintratable , de la cual os he hablado ya repetidas veces , y de quetodavía se encuentran muchos individuos éntrelos descendientesde los conquistados Sajones. Estos hombres tienen toda su satisfacciónen demostrar , por cuantos medios están á su alcance , laaversión con que miran á sus conquistadores.— Pronto les enseñaría yo á tener cortesía , dijo Brian ; estoyacostumbrado , hermano Prior , á manejar esa clase da gente. Loscautivos turcos son tan rebeldes y tan indómitos como podrá habersido el mismo odin (К ; y sin embargo , con estar ios mesesen mi casa al cuidado de mi maestro de esclavos , so ponen masmansos que unos corderos , humildes , sumisos, serviciales , y dócilesá todo lo que, seles manda. Y cuenta que saben manejar ladaga y el veneno , y no vacilan en ponerlos en práctica cuando seíes proporciona ocasión favorable.— Sí, respondió el prior Aymer , pero cada tierra tiene sus diferentesusos y costumbres ; y además de que con dar de golpes áese hombre no hubiéramos adelantado mucho en las noticias quebuscábamos acerca del camino de la casa do Cedric , si damos conél os arma una quimera , sabiendo como habéis tratado á un vasaol Mo df les рлас­ipaks personaje» de la mitoUc '» ac io¡= S¡>,iimcs


IVANHOE.lio suyo. Acordaos de lo que os tengo dicho acerca de ese opulentohidalgo, el cual es altivo, vano, envidioso é irritable; hombre qusse las apuesta con los mas encopetados , y aun con sus dos vecinosUeginaldo Frente-de-buey y Felipe Malvoisin , que no son niñosiie teta. El nombre de el Sajón , que se le da generalmente, prorededel empeño con que sostiene los privilegios de su alcurnia, ydéla vanagloria con que hace alarde de su no interrumpida descendenciade Hereward, campeón famoso del tiempo de los reyessajones. Se jacta de pertenecer á una nación cuya procedencia nose atreven á confesar otros muchos por no esperimentar la suerteni sufrir los males á que están sujetos los vencidos.— Prior Aymer , dijo el Templario , concedo que en materia dei .elleza seáis vos tan buen voto como el mas galán trovador; peromuy linda debe de ser esa Rowena, para reducirme al sufrimientoy tolerancia de que debo echar mano si he de grangearme el favor• Se tan indómito sajón como su padre Cedric, según me lo habéispintado.— Cedric no es padre de Rowena, dijo el Prior , sino su pariente,v aun no muy cercano. Es su tutor, según creo, y ama tanto ésu pupila como si fuera su hija ; pero la sangre de Rowena es muchomas ilustre que la suya. En cuanto á su hermosura, prontojuzgaréis de ella por vuestros mismos ojos : y si la belleza de sucomplexión y la majestuosa aunque blanda espresiou de sus suavesojos azules no aventajan á las bellezas de Palestina convengoen que jamás deis crédito á mis palabras.— Si su hermosura , dijo el Templario , no corresponde á los encomiosque de ella habéis hecho , ya sabéis nuestra apuesta.— Mi collar de oro , respondió el Prior , contra diez botas de vinode Scio ; y por tan mias las tengo , como si ya estuvieran en lascuevas del convento , bajo la llave del bodeguero.— Y yo debo juzgar por mí mismo , dijo el Templario , y pormí mismo convencerme que no he visto mujer mas hermosa desdeun año antes de Pentecostés. ¿ No son estas nuestras condiciones?Prior , vuestro collar peligra , y ya lo veréis puesto sobre mi golaen el torneo de Ashby-de-la-Zouche.—Engalanaos con él en buena hora, respondió el monje, contal que lo ganéis lealmente , diciendo sin disfraz vuestro parecer, y asegurándolo con vuestra palabra como .caballero. Detodos modos , hermano Brian , exijo de vos que miréis esas cosas


CAPÍTULO II. 3$-orno una diversión inocente; y ya que os empeñáis en llevarla á••abo , seguiré adelante solo por complaceros, pues no es cosa quese avenga con mi circunspección y ministerio. Seguid mi consejo,refrenad la lengua y usad de mas cortesía que á la que estáis acostumbradode resultas del predominio que habéis ejercido con cau-»tivos infieles y groseros Mahometanos. SiCedric el sajón se enfada,y la menor cosa basta para ello, es hombre que sin respeto á vuestraclase de caballero ni á mi dignidad , nos despedirá de su casa,y nos enviará á buscar albergue con los conejos de la selva, aunquesea media noche. Y cuidado con las miradas que echéis á Rowena,á quien él ama como á las niñas de sus ojos; y somos perdidossi llega atener la menor inquietud sobre este punto. Dicenque ha echado de casa á su propio hijo, solo porque se atrevió ádeclarar á ltovena su atrevido pensamiento , porque quiere que laadoren desde lejos.— Harto habéis dicho , contestó el Templario , y por esta nochepodéis contar con mi reserva y moderación , pues así he ds estarrecatado y modesto delante de Cedric y de su pupila , como ia mastímida doncella. V en cuanto á eso que teméis que nos eche de porfuerza de su casa, yo y mis escuderos y los dos esclavos Hamet yAbdala, bastamos para que no se atreva á tanto desacato. No dudéisque sabremos pilantar nuestros reales y defenderlos.— No le demos ocasión para que á esc estremo llegue su enojo,dijo el Prior : pero aquí está la cruz caida de que nos habló el loco,y la noche es tan oscura que apenas se puede columbrar el caminoque él nos indicó. ¿Nonos dijo que volviésemos á la izquierda'!— A la derecha dijo , respondió Brian , si mal no me acuerdo.— No , no , dijo el Prior , á la izquierda: por señas que lo indicócon su espada de madera.— Sí, replicó el Templario , pero la tenia en la mano izquierda,y señaló con ella hacía el lado opuesto. »Tino y otro, después de haber sostenido con tenacidad su opinión,eomo sucede en semejantes casos , llamaron á las otras personas de;a comitiva para que decidiesen ; pero ninguna de ellas había estadoá distancia de oír las señas que habia dado el bufen. \1 finBrian, descubrió loque hasta entonces les habia estorbado ver laoscuridad del crepúsculo.— Alguien 'ay . dijo, a", pié de 3o cruz . y en verdad que parece


20 IVANHOE.dormido 6 rauerto. Hugo . mira si puedes dispertarlo con el cabode la lanza. »Apenas puso Hugo en ejecución las órdenes de su amo ; cuandoSe alzó el dormido , diciendo en buen francés: «Quien quiera quetú seas. no es cortesía distraerme de ese modo de mis pensamientos.— Solo quisiéramos saber , dijo el Prior , cual es el camino deRothenvood , la hacienda de Cedric el sajón.— Allá tengo yo que ir esta noche , respondió el desconocido ; ysi me dierais un caballo , os serviría de conductor, pues aunque imperfectamenteel camino , no deja de ser intrincado y difícil.— Gran sen icio nos harás en ello , dijo el Prior, y no te pesará.En seguida mandó á uno de sus asistentes que montase elcaballo andaluz . y diese el suyo á aquel buen hombre que iba «servirles de guia.Este tomó el camino opuesto al que Wamba les habia indicadocon espreso designio de apartarlos déla hacienda de Cedric. \.uvereda se internó en una espesa maleza y cruzó diferentes arroyoscuyo paso era bastante peligroso , por los pantanos que atravesaban;pero el extranjero sabia como por instinto los sitios mas seguros y los vados mas cómodos : y en efecto, gracias á su tino y discernimiento. los viajeros llegaron á un terreno mas anchoagradable que el que hasta entonces habían visto . y allí , señalandoun edificio bajo é irregular que á corta distanciay30 descubría: & Ved ah! á Rothenvood , dijo al Prior : aquella es la haciendade Cedric el sajón. »Escelente noticia fué estaparael prior Aymer, cuyos nervio.-eran harto delicados y sensibles , y que había sufrido considerableagitación y no poco susto al atravesar aquellos fangales y malospasos , en términos que ni aun tuvo la curiosidad de hacer un»sola pregunta .'1 «11 conductor. Viéndose en camino y cerca del albergue, empezó á dispertarse su curiosidad . y le preguntó quiénera , y qué oficio ó profesión tenia.«Soy un peregrino , dijo, y acabo de llegar de la tierra Sania.,— Y 1 cómo conocéis tan bien esas intrincadas veredas despuésde tan larga ausencia?— Nací, dijo el peregrino, en estas cercanías;» y al acabar csmpalabras,se paró a la puerta de la residencia de Cedric , la cua 1constaba •je yn edificio de desordenada estructura . que ocupaba


CAPÍTULO 111. 21una considerable estension de terreno , y estaba rodeada de vastoscercados o corrales. Aunque sus dimensiones anunciaban la riquezadel dueño , se diferenciaba enteramente de las altas mansionesde los nobles normandos, flanqueadas y cubiertas de torres, segúnel estilo que ya empezaba á prevalecer en la arquitectura usadaentonces en Inglaterra.Sin embargo, Rothenvood no carecía de defensa , porque enaquellos tiempos de revueltas y desorden no podía haber viviendaque no la tuviese, so pena de ser muy en breve saqueada ó devoradapor las llamas. Alrededor de la casa reinaba un foso ó zanja,que so llenaba del agua de un arroyo vecino. Las dos orillas delfoso estaban defendidas por fuertes y puntiagudas estacas , hechascon los árboles de la selva inmediata. Habiauna entrada en la parteoccidental do este circuito , con un puente levadizo que comunicabaeon la defensa interior. Se habían tomado algunas precaucionespara proteger este ingreso con ángulos salientes, por losque podia ser flanqueado en caso de necesidad por ballesteros, yhonderos.El Templario sonó fuertemente la trompa á la entrada de la casa,porque la lluvia que había estado-amenazando toda ia tarde . empezabaá caer eon gran violencia.CAPITULO IIIEn un salón cuya altura no guardaba proporción con su anchuray con su longitud , había una gran mesa de encina, compuestade enormes tablas , tan toscas como cuando salieron del bosque, yencima estaba todo preparado para la cena de Cedric el sajón. Eltecho formado de vigas y estacas, no presentaba otra defensa contrala intemperie sino su propio armazón y el ramaje que la cubría.En cada testero había una profunda chimenea: pero tan malconstruidas eran las de aquel tiempo, que casi tanto humo se esparcía,en lo interior como el que salia por el conducto. El vaporconstante quede aquí resultaba, había revestido el artesón de unnegro barniz de hollín. Colgaban de las paredes diferentes instrumentosy utensilios de caza y de guerra , y en cada rincón había


22 1VANH0B.v¡na puerta que daba entrada á las piezas interiores de! vastoedificio.Las otras partes de este manifestaban en todos sus pormenores latosca sencillez que prevalecía en los usos y costumbres del país, entiempo de los Sajones: sencillez que Cedric tenia á gloria conser-» ar. El pavimento era una composición de tierra y cal, endureciday consolidada como el estuco. El piso se alzaba en la sala principal,formando un estrado que ocupaba una cuarta parte de sufstension. Este espacio se llamaba el dosel, y solo servia á los principalesmiembros de la familia y & las personas de carácter que¡iian á visitarla. Con este objeto había una mesa dispuesta á lo anrhode la plataforma y cubierta de grana; del medio de ella salíao ra mas larga que llegaba hasta la ostrera idad de la pieza, á Ja• nal comían los criados y los huéspedes de clase inferior. Toda estaarmazón tenia la forma de la letra T, y todavía se ven en loscolegios antiguos de Oxford y Cambridge algunas mesas construidasjJor este estilo. Sobre el dosel estaban colocados voluminosossillones, y asientos de encina. Lamosa mas elevada tenia encimaen verdadero dosel de paño, que servia para, defender á los personajesque ocupaban aquel distinguido puesto de la inclemencia ylie la lluvia, la cual solia introducirse por las aberturas de la descoiupaginada techumbre.1.as paredes de la parte del salón á que correspondía la plataformatenían por adorno diferentes colgaduras y cortinas, las cualescomo la alfombra que cubría el piso, estaban revestidas de unaimperfecta tapicería, ó de toscos bordados con brillantes y encendidoscolores. Hacia la parte inferior de la mesa, ni el techo ni lasparedes ni el piso tenían cubierta alguna. Las paredes y el sueloestaban desnudos; lo estaba también la mesa, y los asientos eranunos bancos de groseras tablas.Kn medio de la testera de la mesa superior había dos sibonesmas altos que los demás, para el amo y el ama de la casa, QUE eranlos que presidian aquella escena de hospitalidad, de cuya circunstanciatomaban el mas honroso título de la nobleza sajona, quesignifica repartido? de pm. Delante de cada uno de estes silloneshabia un escabel embutido y guarnecido de marfil, que erar jeterogativashonoríficas de las personas é quienes estaban destinados.Lno de estos sitios estaba ocupado á la sazón por Cedric, e 1cual,aunque de un grado Je nobleza inferior á 3a de los grandes perso-


CAPÍTULO III. 23najes que dominaban entonces en Inglaterra, veia con irritableimpaciencia la tardanza de los criados en servirle lacena, que yareclamaba su imperioso apetito.En el rostro del dueño de la casa se lcia en efecto que era hombrede genio franco, pero de temperamento precipitado y colérico.Su estatura no era mas que mediana; era ancho de espaldas, largode brazos, fornido y robusto como hombre acostumbrado á sobrellevarlas fatigas y malos ratos de la guerra y de la caza, notablementecariancho, con grandes ojos azules, facciones abiertas, bolladentadura, y una cabeza bien formada, cuyo conjunto anunciabael buen humor que muchas veces acompaña los temperamentos vivosé impetuosos. Sus miradas espresaban de cuando en cuando orgulloy recelo, efecto de las grandes contestaciones que habí;; sostenidoen el curso de su vida para defender derechos espuestos ácontinuas invasiones y disputas; así es que su resolución, prontitudy energía habían estado siempre alerta, y siempre dispuestas•i entrar en combate. Su rubia y poblada cabellera estaba divididadesde 1,i parte superior de la cabeza sobre la frente, y caia en todasu estension por ambos lados hasta cubrir los hombros. Tenia enella algunas canas, ¡moque pocas, sin embargo de que ya rayabaen los sesenta.Su trago se reducía ú una túnica verde, guarnecida en el cuelloy las mangas de una piel inferior en calidad ala del armiño, y queprobablemente seria de ardilla cenicienta. Este ropaje no tenia botones,y caia sobre otro mas estrecho de grana que cenia el cuerpo;los calzones eren de lo mismo; pero llegaban á poco mas de mediomuslo, y dejaban descubierta la rodilla, has sandalias eran de¡a misma forma y hechura que las de la gente común; pero de materialesmas lino-, y sujetas con broches de oro. Del mismo metaliranios brazaletes, y una ancha argolla que le adornaba el cuello.Servíale de cintura un rico talabarte , de que pendía casi perpendicularmenteuna espada corta, estrecha, puntiaguda y de '.lostilos. Del espaldar de su sillón colgaba una capa de grana forradade pieles, y un gorro de lo mismo, con vistosos bordados, lo cualcompletaba el trage de calle de un opulento hacendado en aquellostiempos. En el mismo sillón se apoyaba una lanza corta con brillantey ancha guarnición de acero, que le servia en sus paseos yescursiones de arrea y de bastón, según lo requerían las circunstancias.


24 IVANHOE.Los criados, cuyo trage guardaba diferentes proporciones entrelas galas de su amo y el sencillo equipaje de Gurth el porquerizo,observaban atentamente las miradas y aguardaban en silenciólasórdenes de Cedric. Dos ó tres de escalera arriba estaban colocado.':'detrás del sillón del amo sobre la plataforma: los demás ocupabanla parte inferior de la sala. En ella habia otros subalternos de diferenteespecie, á saber: dos ó tres grandes y melenudos mastines delos que servían entonces para cazar ciervos y zorros; otros tantos'de menor estatura, y de una casta notable por lo grueso del cuelloy déla cabeza, y por las grandes orejas que de ella pendían: yuno ó dos mas pequeños, que solo servían para ensuciar y hacerruido, y que esperaban impacientemente la cena, pero valiéndosedel sagaz conocimiento íísionómico que distingue aquella casta, se:guardaban de interrumpir el silencio de su amo, temerosos decierto garrote que al lado de este se descubría, y de que solia haceruso para rechazar la importunidad de sus cuadrúpedos cortesanos.Tan solo un perro de partos, viejo y gruñidor, aprovechándose dela libertad de que gozan los favoritos, se habia colocado junto alsillón de Cedric, y de cuando en cuando osaba llamar la atencióndel amo apoyando la cabeza en su rodilla, ó restregando el hocicoen su mano; á todo lo cual el ceñudo dueño respondía: «Quieto,Balder, quieto; que no estoy ahora para chanzas.»En efecto, el lector habrá ya observado que Cedric no estaba debuen humor. Acababa de llegar á casa lady líowena, que habiaido á vísperas á una iglesia distante, y estaba ala sazón mudándosede ropa, por haberle caido encima parte de la tormenta. Nada sesabia de Gurth ni de la manada puesta á su cargo, aunque haciamucho tiempo que estaban en el bosque; y tan poca seguridad segozaba entonces en aquellos países, que era natural atribuir la tardanza,ó á los bandidos que infestaban los campos y los caminos. 6á algún poderoso barón de las cercanías que se creía absuelto delas obligaciones que imponen las leyes de la propiedad. No dejabade inspirarle recelos esta tardanza; porque la mayor parte de la riquezade los hacendados sajones consistía en ganado de cerda, especialmenteen los países montuosos, donde abundaba el pasto queestos animales necesitan.Además de estos motivos de inquietud, el sajón echaba, menos ásu favorito Wamba, cuyos dichos y bufonadas, malos ó buenosservían coreo de salsa gustosí* '< los platos de que !ncerní se eom-


CAPÍTULO m. 25ponía, y de estímulo á los abundosos tragos de vino con que el amosolía regarlos. Añádase á esto que Cedric no había comido desde mediodia; que la hora ordinaria de la cena habia pasado: circunstanciaque en todos tiempos y naciones ha contribuido notablemente áaumentar el mal humor de los hidalgos, sobre todo cuandovivenlejos de las ciudades y en el retiro de sus haciendas. Espresaba sudesagrado en breves é interrumpidas sentencias, unas pronunciadasentre dientes, y dirigidas otras á los servidores que le rodeaban.El copero le presentaba de cuando en cuando como eficaz calmanteun vaso de vino. Cedric no rehusaba la medicina, y despuésde haber apurado el vaso, decia con impaciencia: «¿Porque tardatanto lady Iíowena?»—Lady Rovena está mudando de ropa, dijo al fin unacon toda la. seguridad que le daba su puesto de confidenta;criada¿queréisque asista á la cena con el manto y la capucha? ¡Pues á, fe queno hay en Inglaterra una dama que tarde menos en vestirsemi señorita!»queEste irrebatible argumento escitó en el sajón una esclamacion deenojo y de impaciencia: «Quisiera, dijo, que escogiera un tiempomas sereno para sus devociones; pero, ¡con dos mil diablos, continuó,volviéndose hacia el copero y alzando la voz, como valiéndosedel pretestoque entonces se le ocurría para desahogar su indignación;¡con dos mil diablos! ¿qué hace Gurth á estas horas poresoscampos de .Dios? ¡Malas nuevas nos traerá de la manada....! Hastaahora ha sido fiel y esmerado, y yo le habia destinado para otracosa: quizás le hubiera dado impuesto de guarda (1).»Osvaldo el copero observó respetuosamente que no hacia masque una, hora que habían tocado la queda, (2); respuesta hartoinoportunaala sazón, pues tan amargos recuerdos dispertaba en losque habían sido víctimas de la conquista.«¡Satanás cargue con la queda, esclamó Cedric, y con elbastardoque la imaginó, y con el descorazonado esclavo quepronunciasemejante palabra en sajón y delante de sajones! ¡La queda! eonti-(!) Estos guardas se llamaban en sajón Cniclits, de donde probablemente se derívalapalabra inglesa KiiUjId. Eran una especie decriados militares, libres ó vasallos,pero siempre superiores á los demás que componían la ser\ idumbre.(N. del T.¡2i Guillermo el conquistador mandó que se tocase (odas las noches á las ochouna campana que sirviese de señal para que los vecinos apagasen el fuego y la?luces: ded.O'id"trajo su origen el nombre de crT/eír, .• ¡¡bv-fnego (• qn'da. 'N. del T. >


•¿6JVASUOK.nuó después de una ligera pausa. Sí; la queda! que obliga á loshombres de bien á apagar las luces de su casa, para que los salteadoresy los asesinos puedan hacer de las suyas con el patrocinio delastinieblas.. ¡La queda! Reginaldo Frente de buey y Felipe deMalvoisinsaben lo que significa la queda, tan bien como todos losaventureros normandos que pelearon enllastings [lj. Apostaré quemis bienes han ido & parar esta noche á manos de algunos bandidosque los conquistadores protegen, y que no tienen mas que esterecurso para no morirpo de hambre. Mi fiel vasallo ha perecido á-sus manos; mis ganados lian desaparecido y.... Wamba? ¿Dóndeestá Wamba? ¿Quien ha dicho que había salido en compañía de< ¡urth?))—Así es, respondió < Osvaldo.—Mejor que mejor,, dijo Cedric. Bueno es que los señores normandostengan loco,; que los diviertan. Locos somos en verdad, todoslos que los servirnos, y mas dignos de su desprecio y de su risa,que si estuviéramos en nuestros cinco sentidos. No hay cuidado...yo me vengaré.» Dijo estas palabras levantándose con impaciencia,y apoderándose precipitadamente de la lanza que estaba apoyadaen ci sillón. « Acudiré, al gran Consejo, donde tengo amigosy partidarios : hombre á hombre llamaré á todos los normandosá pe'ear cuerpo á cuerpo ; y acudan si quieren con sus camisotesde malla, y sus planchas de acero, y con todo ID que puededar arrogancia á su cobardía. Mayores obstáculos he vencido yocon una isnm no mayor que la que tengo ahora en las manos. Porviejo me tienen, y yo me alegro; pero no saben lo que puede lasangre de Herevard, que corre por las venas de Cedric. ; \ Wilfredo,WiKrcdo! esclamó en tono mas bajo. ¡Hubieras tú sabido refrenaraquella desacordada pasión, y no se veria ahora tu padre . contodos sus años, tan abandonado como la encina solitaria que tieneque resistir átodo el furor del huracán, sin otra defensa que susdébiles ramas» Esta consideración convirtióla cólera de Cedric enpesad muere. Dejó la lanza de las manos; volvió á ocupar e! sillón;inclinó !a cabeza, y quedó absorto en reflexiones melancólicas.Sacólo de su profunda distracción el sonido de una trompa á queresncndieion inmediatamente los aullidos clamorosos . y sonoros


CAPÍTULO 111. 21maridos de todos los perros que estaban en el salón, y los de otrosveíníe 6 treinta qne guardaban las partes estertores del edificio.Fué necesario que anduviese listo el garrote, y que se pusiesen enmovimiento todos los criados para apaciguar aquella estrepitosaalgazara.«¡A la puerta todo el mundo! dijo el Sajón cuando se acabo el tumultoy ¡ludieron oir su voz los criados. Id áver que significa esto:sin chula vienen á noticiarme, algún robo ó desaguisado cometidoen mis tierras.»En menos de tres minutos volvió uno de los guardas anunciandoque el prior Aymer de Jorvaulx y el buen caballero Brian de Boisftuilbert,comendador de la valiente orden de los caballeros Templarios,con una corta comitiva, pedian hospitalidad y alberguepor aquella noche, hallándose de camino hacia el torneo que debíacelebrarse de allí á dos días en Ashby-de-la Zouche.« i Aymer, el prior Aymer ! Brian de Bois-Ouilbert! murmuróCedric... ¡Normandos los dos! Pero sajón ó normando, no importa,para todos es le hospitalidad de Cedric. Sean bien venidos puestoque quieren pasar aquí la noche, aunque mejor fuera que la pasaranen otra 'parte. Pero no murmuremos por tan poca cosa : á lomenos, como gentes que reciben favor, es de esperar que estos normandossean algo comedidos y repriman su insolencia. Anda,Hundcberto, añadió dirigiendo la palabra á un mayordomo que•staba detrás de su sillón con una vara blanca en las manos : tomaseis criados; sal á recibir á esos estrangeros, y llévalos á la hospedería. Que se tenga cuidado con los caballos y las muías, y que nose estravie nada en el equipaje. Bales muda de ropa, si la necesitanY lumbre y aguapara lavarse, y vino y cerveza. Di á los cocinerosque añadan lo que puedan á la cena, y que todo esté en la mesacuando vengan á cenar. Dilos que Cedric les da la bien venida;pero que ha hecho voto de no dar tres pasos mas allá del dosel desu salón para recibir á quien no tenga sangre sajona en sus venas.Cuida de todo : y no digan que el sajón ha dado muestras de pobrezay de avaricia. »Kl mayordomo salió con otros criados para ejecutar las órdenes,'• su señor. « El prior Aymer ! repitió Cedric mirando á Osvaldo,hermano sino me equivoco de Gil de Mauleverer, que es hoy señorde Middlheam.»Oswaldo inclinó respetuosamente la cabeza, en señal de consen-


28 IYAN'HOE,tir con io que su amo decía. « Su hermano, continuó el oajon. ocupael sillón y usurpa las haciendas de Ulfgar de Middleham, que esde mejor raza que la suya. ¿ Cuál es el señor normando que no hacelo mismo? Tengo entendido que el Prior es muy fino y amable.Venga enhorabuena y sea bien venido, i Cómo sollama el Templario?— Brian de Bois-Guilbert.— ¡ Bois-Guilbert'. replicó Cedric, en aquel tono distraído á quelo habia acostumbrado el hábito de vivir con inferiores y como sihablara consigo mismo, y no con las personas que estaban presentes.Mucho bien y mucho mal se dice de ese hombro. Dicen que esvaliente como el mas valiente de los templarios : pero altivo, arrogantey cruel: corazón empedernido y rebelde, que no respeta cosaalguna en la tierra. Así dicen los pocos guerreros que han vueltode Palestina. Pero al fin solo es por una noche : sea también bienvenido. Oswaldo, lo mejor que haya en casa; el vino mas añejo,la mejor cidra, los postres mas delicados; llena los mayores cuernos.Pos caminantes y viajeros gustan délo fino y de la buena medida,KIgita, di álady Rosvena que puede dejar de presentarse esta nocheen el banquete si no gusta asistir á él.— Antes bien con mucho gusto, respondióla criada con prontitud; siempre anhela por saber las últimas noticias de Palestina.),Cedric arrojó una mirada furiosa ala atrevida doncella : pero ncosó dejar estallar su cólera, porque Bovvena y todo cuanto le pertenecíagozaban de altos privilegios en la casa, y estaban al abrigode sus arranques. «Silencio muchacha, le dijo; mas valiera quele echaras un nudo á la lengua. Di á tu señora lo que íe iic mandado, y haga lo que guste. Iquí á. lo menos reina sin obstáculo ladescendiente de Alfredo¡ Palestina, repitió el sajón,Palestina¡¡ Cuánto escitan la curiosidad las noticias que nos traen de aquellatierra sagrada los cruzados y peregrinos ! Yo también pudiera oircon anhelante curiosidad lo que de aquel pais nos cuentan: perono. El hijo que me desobedece no es mi hijo, y lauto me interesasu suerte como la del último cruzado. »Al acabar estas palabras, frunció el entrecejo \ clavó cu el suca,sus tristes miradas; pero al punto se abrió la puerta que servia deentrada principal al salón, y los huésped* s entraron precedidos porel mayordomo déla vara blanca y por cuatro criados con hachasencendidas en las manos


CAPÍTULO IV.CAPITOLO IV.El prior Aymcr se había aprovechado de la ocasión que se lehabía ofrecido de mudar ropa, para ponerse una túnica de un tejidofino y costoso, y encima un manto curiosamente bordado. Ademásde la sortija de oro, símbolo de su dignidad eclesiástica, susdedos estaban cubiertos con una multitud de piedras preciosas.Sus sandalias eran del cuero mas fino que venia entonces de España,-su barba estaba dispuesta en pequeñas trenzas del tamaño quesu orden permitía, y la tonsura cubierta con un gorro de granabordado.También el caballero Templario habia dejado el traje de caminopor otro mas galán y espléndido, y que parecía mas digno de unpersonaje de distinción.En lugar del camisote de malla, llevaba una túnica de seda decolor de púrpura oscura con guarniciones de pieles, y encima, formando anchos pliegues, el manto blanquísimo de su orden. Lacruz sobrepuesta al manto era de ocho puntas, como la común delos templarios, y de terciopelo negro. Iba con la cabeza desnuda,enseñando espesos rizos de una cabellera negrísima correspondienteá la tez de su rostro. Su persona y sus modales respirabanlá majestad, aunque los afeaba el hábito de la altanería y del predominiofácilmente adquirido en el ejercicio de una autoridad sinlímites.Seguían á estas dos personas sus respectivos acompañamientos,y á una distancia mas respetuosa, el desconocido que les habia servido de conductor, en cuyo aspecto solo se observaba el atavío comúnde los peregrinos de aquella época. Un ropón de sarga negramuy tosca : una esclavina de la misma tela que le cubría los brazos: toscas sandalias atadas con cuerdas; sombrero grande y sobradamentetraído, con algunas conchas dispuestas en sus alas ;largo bordón con regatón de hierro, y una rama de palma atada &la estremidad superior : tales eran las prendas de su arreo. Entrócon ademan modesto detrás de los últimos criados ; y viendo queapenas habia sitio para él en la mesa inferior, ocupada ya por la•servidumbre de Cedric y por la de los huéspedes, se dirigió á una


MRVANHOE.de las chimeneas, á cuyo calor se pusoá secar la ropa, aguardandoque hubiese concluido alguno de los sirvientes para ocupar supuesto, 6 que el caritativo mayordomo le enviase alguna comida alsitio que por humildad y compostura había tomado.Cedric se levantó con gravedad placentera, bajó de la plataforma,dio tres pasos hacia sus huéspedes, y se detuvo aguardandoque ellos se acercasen.« Me pesa, dijo, reverendo,prior, que mis votos me estorben llegará la puerta de ia mansión de mis padres á recibir á tan digneshuéspedes come ,-cs y eco valiente caballero del Temple. Mi mayordomoos habrá esnlicado la causa de esta que parece descortesía.También os ruego que me perdonéis si hablo en mi lengua nativa,y que me respondáis en la misma si la sabéis : y si no, yo entiendoel normando, y podré responderos á cuanto en este idioma mepreguntéis.— Los votos, contestó el Prior, deben ser escrupulosamente ..ibservados:y en cuanto al habla, gran satisfacción tengo en servirmede la misma que usaba mi respetable abuela Hilda de Middleham.Cuando el prior hubo concluido estas palabras conciliatorias, quetal las creyó sin dada, su compañero dijo breve y enfáticamente:« Yo hablo siempre francés, epiees lengua del rey Ricardo y de sosnobles : pero entiendo el inglés lo bastante para poder comunicareonlos naturales de este país. » Cedric le lanzó una de aquellasprontas 6 impacientes miradas que tantas veces escitaba en aquellostiempos ia comparación entre dos naciones rivales; pero recordandolas obligaciones que la hospitalidad le imponía, reprimiólos impulsos de su resentimiento, é indicó á sus huéspedes los puestosque debían tomar, que eran algo inferiores aunque inmediatosal suyo, ú hizo señal á los criados que sirviesen la cena.Mientras se ponian en ejecución las órdenes de Cedric. columbróalo lejos & Gurth el porquerizo que con su compañero Wambaacababa de entrar en el salón. «Enviadme aquí esos malandrines,dijo el Pajón: y cuando los reos estuvieron en su presencia: ¿ Cómoes esto, villanos? esclamó. ¿Qué habéis estado haciendo fuerade casa 3, estas horas ? Y tú, bellaco, ¿ qué has hecho de ia manadíí 3la has dejado en manos de los bandidos?— La manada está segura: con vuestro perdón, respondió Gurth.— Lo que no os perdono, grandísimo bergante, dijo Cedric, es elhaberme tenido aquí dos horas pensando en vengarme de mis ve-


CAPÍTULO IV. 31einos, y atribuyéndoles las culpas que no han cometido. Pero el¿epo y la cárcel castigarán la primera de estas que me hagáis. »Gurth, que conocía los hábitos destemplados de su señor, no procuródisculpar su falta; pero el bufón, que podia contar con la toleranciade Gedric en virtud de los privilegios anexos á su oficio,tomó la palabra por sí y por su compañero : «Por cierto, tio Cedric,le dijo, que no dais esta Doche grandes pruebas de seso ni de razón.»— ¿Qué se entiende, insensato"? respondió el Sajón. ¿ Quieres iral cuarto del portero á llevar una buena zurra, por esas libertadesque tomas 1— En primer lugar, continuó Wamba, dígame tu sabiduría si esjusto que paguen los unos las faltas de los otros.— No por cierto, majadero, dijo Cedric.— Pues entonces, siguió Wamba, tampoco es justo que el pobreGurth sufra la pena cuando el delito no es suyo, sino de superro Fangs, y en verdad puedo decir bajo juramento que no hemosperdido un minuto en el camino, desde que estuvo reunida lamanada, y Eangs no habia aun acabado de reunir la piara, cuandosonó la campana de vísperas.— Entonces, dijo Cedric, volviéndose hacia el porquerizo, ahorcaá Fangs, y compra otro perro.— Con vuestra venia, tio, dijo el bufón, tan injusto seria lo uno• fimo lo otro. Fangs es inocente, puesto que está cojo, y no puedecorrer tras el ganado. Quien tiene la culpa es quien le arrancó lasuñas: y ciertamente, si hubieran consultado al pobre animal acer-• a de esta operación, no creo que hubiera dado su voto en favor.— ¿ Y quién se atrevió á hacer daño á un perro de mi ganado ?esclamó lleno de furor el iracundo Sajón.—¿ Quién habia de ser ? respondió Wamba: Huberto, el guardaííosquede sir Felipe de Malvoisin. Encontró al perro en el coto desu amo, y le castigó por este desacato.— Malos lobos coman á Felipe de Malvoisin y á su guarda-bosque,dijo Cedric: yo les haré ver que la ordenanza de montes, nohabla con su coto. Basta de esto por ahora: tú villano, marcha á tupuesto: y tú Gurth, pon otro perro en tu manada, y si el guardabosquele toca al pelo, nos hemos de verlas caras. Satanás me llevesi no le corto el dedo pulgar de la mano derecha: á ver si puedemanejar después el arco. Qs pido perdón, mis dignos huéspedes.


&>IVANHOK.A.quí estamos rodeados de infieles, peores que los que habéis vistoen Tierra santa, señor caballero; pero la cena nos aguarda, y suplala buena voluntad la pobreza del banquete- »No necesitaban sin embargo de esta escusa los platos que cubríanla mesa los cuales se reducían á carne de puerco aderezada de diversosmodos, gallinas, venado, cabra y liebre, diversas especies depescado, pan, tortas de harina y dulces, y compotas de frutas y demiel. Las viandas menudas y las aves pequeñas, de que Labia granabundancia, no fueron servidas en platos sino en cuencos de madera,que los pajes y otros criados presentaban sucesivamente á loshuéspedes, y estos se servían á su gusto. Delante de cada convidado de distinción, habia un vaso de plata: los otros de clase inferiorbebían en cuernos.Cuando iban á empezar á comer, el mayordomo alzó la vara \gritó: te Plaza á lady Itovena. » Entonces se abrió una puerta lateralcolocada junto á la mesa del banquete, y lady Eowena entróen el salón acompañada de cuatro camareras. Cedric, aunque sorprendido y quizás enojado de que su pupila se presentase en aquellaocasión y ante aquellos estranjeros, salió á recibirla, yacompañarla con gran ceremonia y cortesía, al sillón que estaba á la mano derecha del suyo, y que era el destinado á la dama principal dela casa. Todos los presentes se pusieron en pié mientras entraba, yella respondiendo con mudas inclinaciones al saludo general quese le hizo, marchó con graciosos ademanes áocupar su sillón. Antesde que se hubiese tomado asiento, el Templario dijo al Prior aioido: «No seré yo el que lleve vuestro collar de oro en el torneoHabéis ganado y es vuestro el vino de tício.— ;. No oslo Labia dicho? respondió el Prior : poro reportaos. \moderad vuestros arrebatos, que el hidalgo os observa. »Sordo á esta advertencia, y acostumbrado á entregarse sin empacho á los impulsos de su voluntad, Brian de Bois-ü uilbert-fijósus ojos en la noble doncella, cuya hermosura le hacia una impre.-ion tanto mas fuerte, cuanto menos se asemejaba á la de las su)tanas de Levante.Kowena era de elevada estatura, mas no tanto que llamase Jaatención, porque sus proporciones eran esquisitas, y conformes élas que mas gustan generalmente en las personas de su sexo. Erarubia en estremo, mas el perfil majestuoso-de la cabeza y de lasfacciones, corregía aquella insipidez que se nott» siempre en 1 os


84 IVANHOK.—Quizás,, elijo ei Flúor, os determinará á ello la ocasión que tíospresenta de ir acompañado : los caminos no están seguros, y nes de despreciar la escolta de sir Brian de Bois-Guilbert.— Padre Prior, respondió el Sajón, cuando yo me pongo en caminopor esta tierra, no necesito de otro auxilio que el de mi acero,ni de otra escolta que la de mis criados. En caso de determinarmeá asistir á las fiestas de Ashby-de-la-Zouche, lo haré con minoble vecino y compatriota Athelstane de Coning'sburgh, y no hayamiedo que nos asalten bandoleros ni enemigos feudales. A vue;tra salud, padre Prior, va este trago de vino, que no creo indignede vuestra aprobación, y os doy gracias por vuestra cortesía.—Y yo, dijo el Templario llenando ei vaso, bebo á la salud delady Rowena, de quien me confieso vasallo; porque desde la primera que uso su nombre en Inglaterra, ninguna ha habido masdigna de este atributo.— Yo os absuelvo de vuestro vasallaje, dijo lady Rowena congravedad y sin descubrirse, ó por mejor decir, usaré de les derechosque me concedéis, exigiendo que pongáis á mi noticia los úl -timos sucesos de Palestina: asunto mas grato á los oidos de unainglesa, que todos esos cumplimientos que ia urbanidad francesaos dicta.—Nada puedo decir de importante, respondió sir Brian de Bois-Guilbert, si no es la confirmación de las treguas con Saladino.»El Templario fué interrumpido por Warnba. que se habia ya colocadoen el sitio que le correspondía, y era una silla adornada condos orejas de asno en su respaldar, y dispuesta á poca distanciadetrás de la de su amo; este le daba de cuando en cuando las viandasde su propio plato , favor de que gozaba el bufón con algunosperros favoritos, de los cuales, como ya ha visto el lector, habiauna buena provisión en la casa. Tenia delante una mesita, y él estabasentado con los talones apoyados en uno de los palos de la silla,con sus mejillas tan enjutas y chupadas, que las mandíbulasparecían dos cascapiñones, y con los ojos entreabiertos, en ademande escuchar con atención lo que se decía, para aprovechar laprimera coyuntura que se lo ofreciese de ejercer las funciones desu desatinado ministerio.«Esas treguas con infieles, esclamó de repente sin hacer muchocaso del Templario á quien cortaba la palabra, esas treguas coninfieles me hacen mas viejo que lo que yo creia ser.


OAi'ii'i-i.o •.—¿Yen quó manera? preguntó Oedric con aire risueño, como ..iaguardase una ocurrencia chistosa.—Acuerdóme ya de tres, dijo "Wamba, en el discurso de mi vida:cada una de ellas debía durar cincuenta años ; con que, teng' >ciento y cincuenta años de edad, cuando menos y por la partemas corta.—Y yo os aseguro, dijo entonces el Templario reconociéndolo yacordándose de loque había pasado aquella tarde, que no haréishuesos viejos ni moriréis en vuestra cama, si os portáis con todo.-ios viajeros estraviados como lo habéis hecho con el padre Prior -eonmigo.—¿Cómo es eso? dijo Cedric: ¿engañar á los viajeros que preguntanpor el camino? Azotes has de llevar por vida mia, ya queeres tan bellaco como loco.—Por Dios, tio, respondió W'amba, sirva de amparo mi locura ámi bellaquería. Tomó la mano derecha por la izquierda, y no hubomas: mas estraño es que ellos tomen un loco por guia.»Aquí fué interrumpida la conversación por uno de los pajes dola portería, que anunciaba hallarse á la puerta un caminante, quepedia albergue y hospitalidad.«Dádsela, dijo Cedric, sin reparar en quien sea : que en una no-Che como la presente, hasta los animales mas feroces se amansan,y buscan la protección del hombre, que es su enemigo mortal, masbien que perecer en la intemperie. Oswaldo, cuida de que se le décuanto necesite.»El mayordomo dejó la sala del banquete, para poner en ejecuciónlas órdenes de su amo.•CAPITULO V.Oswaldo volvió desu encargo, se acercó á Cedric, y le dijo en vozbaja: «Es un judío, que se llama Isaac de York. ¿ He de hacerle entraren la sala?—Deja que Gurth haga tu oñcio, dijo Wamba , con su naturaldesfachatez : el porquerizo debe ser el que cuide del hebreo.—! Un perro judío, dijo el Templario, en nuestra compañía l


36 IV ANUOS.—Sabed, nobles huéspedes , dijo Cedric, que mi hospitalidad nopuede arreglarse á vuestro gusto. A nadie obligo á que le hable ócoma con él. Póngasele mesa aparte , y en ella cuanto necesite : ámenos que quieran hacerle compañía esos señores de los turbantes.—Señor hidalgo, respondió el Templario, mis esclavos sarracenosson verdaderos muslines (1) y huyen del trato y comunicación conlos Judíos.—Se sentará á tu lado, W'amba , dijo Cedric , que un bribón noestá mal junto á un loco.—El loco, dijo Wamba alzando los restos de un pemil, alzará estebaluarte entre él y el bribón.—Silencio, dijo Cedric, que ya lo tenemos aquí.')Al decir esto, se vio entrar y acercarse al lugar ínfimo de ia mesaun hombre do avanzada edad y de alta estatura, aunque encorvadoá fuerza de reverencias é inclinaciones. Fué introducido conpoca ceremonia, y se presentó turbadoé indeciso, haciendoá todaspartes humildes y profundas cortesías. Sus facciones eran represivasy proporcionadas : la nariz aguileña, los ojos neg-ros y penetrantes, la frente alta y simétrica . y majestuosas las canas de labarba y de la cabeza : todo lo cual hubiera formado un hermosoconjunto, si no se notara en él aquel aspecto peculiar de su rav.Kl trage del judío , que parecía haber sido harto maltratado enla tormenta, era una sencilla capa con muchos pliegues, y deiiajouna túnica de color púrpura subido. Llevaba grandes botas guarnecidasde pieles , y un cinturon de que no pendían otras armasque una navaja y un recado de escribir.El gorro era alto, cuadrado, amarillo y de una forma particular,que los Judíos estaban obligados á usar para distinguirse de losCristianos: mas él lo había dejado por respeto á la puerta délasala.El recibimiento que dieron al hebreo de Vorck todos los presentesfué tal, como si hubieran sido sus enemigos personales. Kl mismo Cedric no hizo mas que responder con una ligera inclinaciónde cabeza á sus repetidos acatamientos, señalándole al mismo tiempoel último sitio de la mesa, opuesto al que él ocupaba , sin embargode lo cual, nadie se incomodó para dejarle asiento : lejos deeso, cuando pasó por la fila de huéspedes y criados , echando sentí)Lo mismo rpie musulmán.


CAW'IÜLO V. 31das miradas tímidas y humildes á unos y otros, los criados sajonesse encogían de hombros y continuaban devorando los manjares quedelante tenían, sin cuidarse del hambre que naturalmente habíade tener el recien llegado: y aun los mismos sarracenos, al ver queIsaac se les acercaba, retorcieron los bigotes con indignación, yecharon mano á los puñales, como si estuvieran prontos á acudirai último estremo , antes que contaminarse con el roce de Jaque]proscrito.Quizás Cedric le hubiera acogido con mas cortesía y benevolenciapor la misma razón que le movió á darle la hospitalidad en despechode sus huéspedes , si no hubiera estado enredado á la sazónen una disputa acerca de la cria é índole de los perros de caza,asunto para él de la mayor gravedad, y que no hubiera interrumpidoaunque se tratase de cosas mas importantes quejde enviar áun judío á la cama sineenar. En tanto que Isaac se hallaba espulsode aquella concurrencia, como su nación lo está de las otras de latierra, buscando en vano un alma caritativa que le dejase un palmode banco en que sentarse, el peregrino que se había mantenidojunto á la chimenea, tuvo compasión do su suerte y le dejó suasiento, diciéndole en breves razones: «Buen viejo, mi ropa estáenjuta, y mi hambre satisfecha: tú estás mojado y en ayunas.» Diciendoestas palabras, recogió y echó al fuego las ramas que estabanesparcidas alrededor: tomó de la mesa principal un plato depotaje y otro de cabrito asado : los puso sobre la mesita en que élmismo había cenado, y sin aguardar á que el judío le diera gracias,se retiró á la parto opuesta de la sala, aunque no nos es dadodecir si lo hizo por evitar mayor comunicación con el objeto de subenevolencia, ó por deseo de acercarse á los distinguidos personajesque estaban al testero de la mesa.Hi hubiera habido en aquella época un pintor capaz de desempeñarsemejante asunto, el judío encogido de frió delante del fuego,y presentándole sus trémulas y entumidas manos, le hubiera ofrecidouna escótente personificación emblemática del invierno. Satisfechaaquella primera necesidad , se volvió á la mesa que el peregrinole habia preparado, y despachó lo que tenia delante , conel ansia y satisfacción que produce una larga abstinencia.Entretanto Cedric continuaba su plática sobre montería : ladyRowena conversaba con las mujeres de su servidumbre : y el altaneroTemplario, cuyas miradas se fijaban alternativamente, ora en


38 TV ^NHOE.• 1 judío, ora en la hermosa Sajona, se entregaba á pensamientos queabsorvian toda su atención y parecían escitar en él un gran interés.El prior Aymer sostenía que en el ejercicio de la caza, que era ladiversión general de los nobles y ricos ingleses en aquella época,debían adoptarse, como mas propios y expresivos , los lia-minos ylocuciones de que se valian los franceses, Cedric deeia por el conirarioqueesta innovación no aumentaba en manera alguna el placer,y que no se necesitaba hablar francés para correr liebres y venados.Cada cual sostuvo con igual ahinco su opinión, hasta queel Templario, alzando la voz con aquel tono de predominio y autoridadque siempre usaba en semejantes ocasiones: «1 ,a lengua francesa,dijo, no solo es el idioma natural de la caza, sino también elle la guerra y el del amor. Con él se gana el corazón de las damas,y con él se desafia al enemigo y se escita el valor en la pelea.—Dad una copa de vino al señor Templario, dijo Cedric, y otra;d P. Prior, en tanto que yo les cuento un suceso de ahora hacetreinta años. Cedric el sajón no necesitaba entonces de los primoresque han' introducido los poetas franceses; su lengua natural lebastaba para hallar buena acogida entre las damas, y ahí está elcampo de Northallcrton, que puede decir si en la jornada del santoestandarte no se oían desde tan lejos las bélicas aclamaciones delas filas de los Escoceses como el cr¿ de guerre délos mas intrépidosbarones normandos... ¡A la memoria de los que pelearon en aquellagloriosa acción! Haced la razón, nobles huéspedes.» Bebió, al acabarestas palabras, una copa llena, y continuó su perorar-ion conigual ardor y entusiasmo: «Gran día fué aquel en que no se oia masque el choque de los broqueles, y en que cien banderas cayeron sota-elas cabezas de los que las defendían, y la sangre corría comoagua, y do quiera se veia la muerte, y en ninguna parte la fuga.La fiesta de las espadas la llamó un poeta sajón; y en verdad quelos Sajones parecían una bandada de águilas que se arrojan á lapresa. ¡Que martilleteo continuo de golpes sobre los escudos y losyelmos! ¡Que gritería, cien veces mas alegre que la de un dia deboda! Mas ya no existen nuestros bardos; la memoria de nuestrashazañas se desvanece en la fama de otro pueblo; nuestro idioma yhasta nuestros nombres se van perdiendo, y nadie llora estos infortuniossino un pobre viejo solitario.... Copero, bellacos, llenad lascopas. Señor Templario, á la salud de! mas valiente de cuantos


CAPÍTULO v.ori­pelean en Palestina por el santo Sepulcro, sea cualquiera sugen, sea cualquiera su idioma.3y—No me corresponde, dijo sir' Brian de Bois-Guilbert, hacer razóná vuestro brindis; pues ¿a quién debe darse la palma entre losdefensores de la Cruz, sino es á los campeones jurados del Temple?—A ios caballeros Hospitalarios, dijo el Prior. Yo tengo un hermanoen aquella orden.—Yo seré yo quien amancille su fama, respondió el Templario:sin embargo....—¿Es posible, dijo entonces iady Rowena, que no haya en elejército inglés ningún caballero cuyo nombre pueda competir conios de ios caballeros del Templo y de San Juan ?—Los hay, señora, respondió de Bois-Guilbert: el rey Ricardollevó consigo una hueste de guerreros, que de cuantos han espuestosu pecho á los tiros enemigos en defensa de aquella santaHerra, ceden tan solo á mis hermanos de armas.—A nadie ceden los caballeros ingleses del ejército de Ricardo,»dijo el peregrino que había oído toda aquella conversación con notablesindicios de impaciencia. Los concurrentes se volvieron al sillode donde había salido aquella voz inesperada. «Digo, repitió convoz firme y decidida, que á los caballeros ingleses no se aventajacingue) de cuantos han sacado el acero en defensa de Sion: y digoademás, porque lo be visto, que el rey Ricardo en persona, conotros cinco caballeros, sostuvieron un torneo después do la tomale .lerusalen, desafiando á cuantos se presentasen; y digo que enaquel i lia cada caballero corrió tres carreras, y echó al suelo tresantagonistas; y añado que siete de los vencidos eran caballeros delTemple, y ahí está sir Brian de Bois-Guilbert, que no me dejarámentir.»lis imposible describir con palabras el ímpetu de rabia que conmovióal oir esta arenga el sombrío rostro del Templario. Tales fueronsu resentimiento y su confusión, que su trémula y agitadamano se apoderó do pronto del puño de la espada, y solo pudocontenerlo la reflexión que inmediatamente hizo délas fatales consecuenciasque cualquier acto de violencia podia acarrear en aquellaocasión. Ccdric, que era hombre llano y de buena fé. incapaz deemplear su atención mas que en un solo objeto á la vez, y que habíaoído con arrebato aquellos encomios del valor y de la gloria de-es compatriotas, no hizo alto en el ademan, ni en el iracundo


40 IVANHOE.gesto de su huésped. «Este brazalete de oro es tuyo, peregrino*dijo, si rae nombras á esos caballeros que tan dignamente sostuvieronel honor de las armas inglesas.—Lo haré con mucho gusto, respondió el peregrino, y sin necesidadde galardón: puesto que mis votos me prohiben tocar orocon las manos, y usar prendas de este metal.—Hazme un poder, dijo "vúimba, y yo llevaré el brazalete en tunombre.—El primero en honor y en intrepidez, en fama y en dignidad,continuó el peregrino, fué el valiente Kicardo, rey de Inglaterra.—Yo le perdono, dijo Cedric, su descendencia del tirano duqueGuillermo.—El conde de Leicester fué el segundo, dijo el peregrino: sir Tomás Multon de Gilsland el tercero.—De familia sajona, esclamó Cedric triunfante.—Sir Eoulk Doilly el cuarto, dijo el peregrino.—Sajón también, á lo menos por parte de madre, replicó Cedrkolvidando su odio contra los Normandos al oir los triunfos de estosunidos á los del bey de Inglaterra y sus isleños. ¿Y el quinto?—Sir I'khvin Turneham.—Sajón legítimo, por el alma de mi padre, gritó Cedric. ¿Y e¡otro?—El otro, respondió el peregrino después de haberse parado unrato como si quisiera traer algo á la memoria, el otro era un caballerode poca fama y de humilde gerarquía, que si se colocó allado de tan ilustres guerreros, no fué porque merecía tomar parteen aquella hazaña, sino por completar el número. No puedo acordarmede su nombre.—Señor peregrino, dijo sir Brian de Bois-üuilbert, ese olvidoafectado después de tantos y tan exactos pormenores, no os serviráde nada en esta ocasión. Yo mismo os diré el nombre del caballeroante quien quedé vencido, porque así lo quisieron la fortuna y micaballo. Fué el caballero de Ivanhoe; y para sus pocos años, ningunode los otros cinco le aventajaban en nombradla. Y digo sinrebozo que si se hallara actualmente en Inglaterra, y se atrevieraá repetir en el torneo á que nos dirigimos mi compañero y yo, eireto de San .luán de Acre, armado como estoy actualmente mediríalas armas con él. dándole cuantas ventajas quisiera; y veríamoslas residías.


CAPÍTULO V, 41—Pronto tendríais respuesta, dijo el peregrino, si vuestro antagonistase hallara presente, No turbemos este pacífico alberguedisputando sobre un combate que, como vos sabéis, no puede verificarsepor ahora. Si Ivanhoe vuelve de Palestina, él iráá buscaros,y yo respondo.—¡Buen fiador! dijo el caballero Templario: pero ¿qué fianza daréis'—Tiste relicario, dijo el peregrino sacando del pecho una cajitade marfil, el cual contiene un pedazo de la verdadera Cruz, traídodel monte Carmelo.»El prior de Jorvaulx se santiguó, ejemplo que repitieron todoslos concurrentes, escepto el judío y los mahometanos. El Templariose quitó del cuello una cadena de oro, la puso sobre la mesa, ydijo: «Becoja el peregrino su prenda, pues solo es propia para recibiradoraciones; y conserve el Prior la mía en testimonio de quesi el caballero de Ivanhoe aborda á alguna de las playas que bañanlos cuatro Océanos de Inglaterra, acudirá al reto de Brian deBois-Guilbert; y si así no lo hiciere, quedará, como cobarde en todoslos castillos de los Templarios de Europa.— So será así, dijo lady Kowena, y yo tomaré la defensa de Ivanhoesi no hay otra persona en la sala que alce la voz en su favorYo afirmo que sabrá responder á todo aquel que le llame; y si senecesitara algo mas después de la prenda inapreciable que queríadepositar ese buen peregrino, con mi nombre y fama respondo queIvanhoe no faltará á la cita que le da ese arrogante caballero.»Grande y terrible fué la. lucha que suscitó en el pecho de Cedricesta conversación, durante la cual guardó el mas profundo silencio.El orgullo satisfecho, el resentimiento, el embarazo, eran losafectos que sucesivamente se apoderaron de su alma, y que oscurecieronsus ojos, como la sombra de la nube que pasa por el sembrado,l.os criados, que al nombre de Ivanhoe salieron de la indiferenciacon que hasta entonces habían oído aquel altercado, fijaronlos ojos en su amo. La voz de Kowena dispertó á Cedric de sudistracción.eSeñora. dijo, no está bien que toméis parte en este asunto. Siotra fianza fuera necesaria, yo, aunque justamente agraviado, empeñaríami honor por el honor de Ivanhoe. Pero nada falta á la legalidaddel duelo, aun según los ritos fantásticos de la caballeríanormanda. ¿No es así. padre Aymer?


;2 1VVNH0E.—Asi es, respondió el Prior. Y ahora permitidnos, noble Cedrie,beber el último brindis á la salud de lady Kowena, y nos retiraremosá descansar.•—Por las barbas de todos los reyes sajones, respondió Cedric,que no podéis habéroslas conmigo. Pero á fe mia que en mi tiempoun sajón de doce años no hubiera dejado tan proido la partida.»El Prior tenia buenas ra/.ones para llevar adelante el sistema desobriedad á que le obligaban su profesión y su carácter. No solohacia alarde de mediar en todas las disputas y rencillas, sino querealmente las odiaba. En la ocasión presente tenia ciertos recelosfundados en la índole irritable del Bajón, y en el orgullo y presunciónde que el Templario había dado tantas pruebas, y temía queacabase la noche con algún disgusto. Así que, insistió eortesmenteen su resolución, manifestando cuan arduo negocio era disputárselascon un sajón en una contienda de mesa, añadiendo algunas,aunque ligeras insinuaciones acerca do ia dignidad de su carácter,y terminando su discurso con pedir de nuevo el permiso de retirarse.Sirvióse pue,- ia copa de despedida, y ios huéspedes, después dehacer las debidas reverencias á Cedrie y á lady llovcna, se alzaronde sus sitios y se pusieron en movimiento, mientras los amos decasa se retiraron á sus cuartos por puertas separadas.«Perro judío, dijo el caballero Templario á Isaac; de York al pasarpor su lado, ¿vas tú también á Ashby-de-la-Zouche?—Tengo esa intención, respondió el judío con humilde acatamiento,si no lo lleva á mal vuesa señoría.—A sacar las entrañas á los nobles ron tus usuras, dijo Brian, y ásaquear las bolsas de los pobres con fruslerías. Apuesto á que llevasel saco lleno de alhajas.—Ni una joya, respondió Isaac c; uzándose de brazos, ni una solamoneda de plata ni de cobre, asi me dé su bendición el Idos deAbraham. Yoy á pedir socorro á los hermanos de mi tribu, á liode poder pagar las nuevas contribuciones que se han echado á lospobres hebreos. ¡El padre Jacob me ayude! Soy un pobre miserable,y hasta la gabardina que llevo á cuestas me ha prestado Buhen.—Eres un malandrín embustero.» dijo el Templario con amarga,sonrisa, y se separó del hebreo como si se desdeñara de seguir laconversación, y volviéndose á s\ s esclavos sarracenos, les habló enidioma estraño. El pobre israelita quedó tan asustado de las pala-


CAPÍTULO VI. 43oras que le habia dirijido el Templario, que ya este se había aléjaloy él permaneció largo rato en su humilde postura. Cuando seatrevió á levantar los ojos, parecía un hombre que había visto caerel rayo á sus pies, y que oia aun á lo lejos el estampido do la nube• píeloha arrojado.El Templario y el Prior fueron conducidos á su dormitorio por elmayordomo, y el copero, cuatro pajes con hachas, y otros dos con-alvillas de refrescos. Los criados inferiores indicaron á los que•omponian la comitiva de aquellos personajes y á los otros huéspedeslas piezas que les estaban destinadas.CAPITULO VI.eaiando oí peregrino, precedido por el criado que le alumbraba,marchaba por el intrincado laberinto de cuadras y corredores quecomponían aquella vasta y desordenada mansión, se le acercó pordetrás el. copero, y le dijo al oido que si no tenia inconveniente cuechar un trago en su aposento, serviría de mucha satisfacción álos principales criados de la casa, que deseaban saber noticias dela Tierra santa, y particularmente todo lo que dijera relación conel caballero de Ivanhoe. "VVamba se presentó en seguida, insistiendoen lo mismo, y diciendo que un trago después de media nochevale mas que tres después de la queda. Sin disputar una doctrinafundada en tan grave autoridad, el peregrino dio gracias á ambospor su cortesía; pero se negó á aceptar el convite, por haber hechovoto de no hablar jamás en la cocina acerca de lo que no podíatratarse en el estrado. «¡Pobres criados, dijo "Wamba, si todos hicieranel mismo voto cpie el peregrino!»Z No sentó bien al copero la respuesta del huésped. «Tenia intendón,dijo, de darle una de las mejores cámaras: mas puesto que estan desabrido con los Cristianos, bueno será epue pase la noche juntoal judío. Anwold, dijo al criado que le conducía, lleva al peregrinoadonde sabes; y vos, señor entonado, buenas noches, que pocacortesía merece poco agradecimiento.—Buenas noches y la "Virgen os bendiga,» respondió con mesuray continuó en pos del conductor.


iiIVANliOK.Al llegar á una estrecha antecámara, á la que daban varias piezas interiores y que estaba alumbrada por una pequeña lámparade hierro, fué de nuevo interrumpido por una de las camareras deEowena, la cual le dijo con tono de autoridad que su señora deseabahablarle: y tomando la luz de las manos de Anwold, á quienmandó que aguardase en aquel sitio, hizo seña al peregrino que lusiguiese. Probablemente no creyó oportuno rehusar esta imitación,como habia hecho con la de los criados ; porque , aunque su gestodenotó cuan estraño le parecía este mensaje, obedeció sin réplicaDespués de un angosto tránsito que terminaba en siete escalones,cada uno de los cuales era un robusto leño de encina, entró en lacámara, cuya tosca magnificencia correspondía al respeto con quemiraba Cedric á la que la ocupaba. Pendían de los muros grandescolgaduras, en que se habia empleado toda la destreza de los artífices de aquella época para representar las proezas de la monteríay de la balconería con bordados y sobrepuestos de seda de diversoscolores y de hilos de oro y plata, ha tapicería que cubría la camaera de la misma especie, y tenia además cortinas de seda coloide púrpura. También estaban matizados los forros de los sillones,uno de los cuales , mas elevado que los otros, tenia delante un escabel de marfil curiosamente labrado.Cuatro bugías, puestas en otros tantos candeleros de plata, iluminaban el aposento de la noble doncella. Mas no debe causar envidiasu lujo á las damas de nuestro siglo. Los muros estaban tanmal concluidos y habia en ellos tantas grietas, que las espléndidascolgaduras se agitaban cuando soplaba el viento; y en despecho deuna especie de biombo que defendía las luces, ondeaban á veces enel aire como el pendón de un paladín. El conjunto era magnífico.,con algunos ligeros vislumbres de buen gusto, pero con pocas comodidades,y estas no se echaban menos porque no eran conocidas.Lady Kowena estaba sentada en un sillón elevado, de que liemoshecho mención, y tres criadas le aderezaban el cabello, despojandoló de las joyas que lo cubrían. Tan lindo y majestuoso era suaspecto, que parecía nacida para recibir el homenaje de cuantosfijasen en ella la vista. El peregrino conoció que no podía disputarleesta prerogativa y se inclinó respetuosamente.«Alza, peregrino , le dijo con gentil talante. El defensor del ausentees acreedor al aprecio de todos los que aman el honor y '-•


CAPÍTULO VI. 45verdad. Doncellas, retiraos todas escepto Elgita: tengo que hablarH solas con el peregrino.»has doncellas, sin salir del aposento, se retiraron ala estremidadopuesta , y se sentaron sobre un banco que estaba apoyado contrael muro, donde permanecieron mudas como estatuas , aunque estabantan lejos que hubieran podido hablar entre sí sin interrumpirla conversación de su señora.• Peregrino, dijo la dama después de haberse detenido algunos instantescomo si no supiera de qué modo entrar en materia, habéishecho mención esta noche de un nombre que hubiera debido sermas favorablemente acogido en una casa donde la naturaleza y elparentesco reclaman grandes derechos en favor del que lo lleva. Ysin embargo, tal es el funesto decreto de la suerte que aunque muchoscorazones han palpitado al oiros pronunciar el nombre deIvanhoe, yo soy la única persona que se atreve á preguntaros enqué situación lo dejasteis cuando salisteis de Palestina. Han corridovoces de que permaneció allí después déla retirada de las tropasinglesas, por causa de su mala salud: y que después ha sido perseguidopor la facción francesa, á la que son adictos los caballerosTemplarios.—Pocas noticias tengo del caballero de Ivanhoe, respondió turbadoel peregrino ; y mejor informado estaría si hubiera sabido elinterés que tomáis en su suerte. Creo rpie ha salido con bien de laspersecuciones de sus enemigos en Palestina , y que se halla á lavíspera, de llegar á Inglaterra, donde vos, bella dama, debéis sabermejor que yo la dicha ó la desventura que le aguarda.»Lanzó liowena un j>rofundo suspiro al oir estas palabras, y preguntómas menudamente cuándo llegaría el caballero de Ivanhoeá su patria, y si no correría nuevos peligros en el viaje. A lo primerorespondió el peregrino que nada sabia acerca de la épocade su regreso; y á lo segundo, que el viaje podía hacerse contoda seguridad por Venecia y Genova, y desde este punto por Franciaá Inglaterra. «Ivanhoe, continuó, está tan familiarizado con elhabla y los usos de los franceses, que no haya miedo le suceda lamenor desventura en esta parte de su jornada.—¡ Plegué á Dios, dijo lady Tíowena, y ojalá estuviese ya aquí, ypudiese asistir al torneo que ha de celebrarse esta semana, en quetodos los caballeros de Inglaterra van á lucir su valor y destreza!Si Athelstane de Coningsburgb sale vencedor, malas nuevas aguar-


IVANIÍ0E.dan á. Ivanboe en Inglaterra. ¿Qué aspecto era t-l «u,vi> cuando kvisteis la última vez ? ¿Ha dejado la enfermedad profundas huellasen su vigor y en su bella presencia ?—Algo mas delgado y moreno me pareció, respondió el estranjero,que cuando vino de Chipre en la comitiva de Ricardo ('orazoL.de león. Parecía torvo y apesadumbrado ; pero yo :io le \ i de cerea, no siendo conocido suyo.—Pocas cosas hallará en su tierra nativa, dijo ia dama, que puedan disipar esas nubes que le ofuscaban. Gracias, buen peregrino,por esas noticias que me habéis dado acerca del compañero do miinfancia. Doncellas , ofreced un vaso do vino á este santo varón , •'.quien no es justo que yo detenga mas tiempo.»Una de las camareras presentó una copa de plata iiena de unabebida hecha con vino y especería , que lady Rowena. después d>haber aplicado á sus labios, entregó al peregrino. Este hizo una reverencia, y bebió algunas gotas.«Acepta esta limosna, amigo, continuó la dama presentando ,uperegrino una pieza de oro, en galardón de tus romerías, y en nombrede los santos lugares que has visitado.»El peregrino tomó la limosna haciendo otra inclinación, y siguió" á Elgita fuera del aposento.En la antecámara halló á Anwold, que tornando ia luz de mano.-de la doncella, lo condujo apresuradamente y con poca ceremoniaá la parte esterior y mas humilde del edificio, donde Labia grannúmero de piezas pequeñas dispuestas á lo largo de un corredor, >destinadas para dormitorio de los criados inferiores y de los huéspedesde condición humilde.«¿En cuál de estas piezas duerme el judío? preguntó el peregrino.—El podenco, respondió Anwold, está en la celda inmediata á iatuya. Mucho limpión y mucho barrido necesita antes (pac puedaservir de albergue á un hombre honrado.—¿Y dónde duerme Gurth el porquerizo? dijo el estranjero.—Gurth, respondió el criado, duerme en la otra próxima á iatuya: tú estás en medio para preservar al judío de la abominaciónde sus doce tribus. Mejor aposento se te hubiera destinado si hubierasaceptado el convite del copero.—Bueno es este, dijo el peregrino, que no hay contagio que pasepor un tabique de tablas de encina.»


CAPÍTULO VI. 41Dicho esto, entro en aquella especie de camaranchón, tomó la luzque llevaba el criado , le dio las gracias y las buenas noches. Habiendocerrado la puerta, puso la luz en un candelera de madera, \examinó el aposento, cuyos muebles oran sobrado toscos y sencillos,pues consistían en una tarima cubierta de paja fresca con pioles de,carnero que sen ian de mantas.El peregrino apagó la luz , y se echo sin desnudarse en la pobrecania que le estaba dispuesta, donde durmió, ó á lo menos descansóde las fatigas del dia anterior, basta »me se introdujeron los primerosalbores de la aurora, por la ventanilla que daba, entrada al aire y {%la luz en aquel modesto albergue. Entonces se levantó, y despuésde haber rezado sus oraciones, so ajustó la túnica y entró en elcuarto del judío, alzando con la mayor precaución el pestillo.Isaac de York estaba entregado a. un sueño nada tranquilo nisuave, en una cama semejante á la en que el peregrino había pasadola noche, has diferentes piezas de su atavio estaban cuidadosamentedispuestas en. torno de su persona, á fin de tenerlasá manoen caso de sorpresa. I.a agitación que se pintaba en su rostro eracasi semejante á. una penosa agonía. El movimiento de sus manosy brazos era convulsivo como el que produce la pesadilla. Pronunciabaalgunas exclamaciones en hebreo, y después dijo en voz claray en lengua normando-inglesa: .'Por el Dios do Abraham tenedpiedad de este pobre amda.no. Soy pobre , pobrísimo, miserable...aunque me rompáis los huesos, no puedo daros una blanca siquiera.»El peregrino no aguardó á que Isaac dispertase, sino que le tocócon el bordón . y esta sensación se unió sin duda con los temoresque sus sueños habían engendrado, puesto que se irguió de repente,con los cabellos erizados, y apoderándose de sus vestidos, comoel halcón que echa las garras á la paloma , fijó sus penetrantes"miradas en el peregrino con todos los síntomas de la sorpresa y detterror.Nada temas de mí, Isaac , dijo el estranjero ; vengo de pazcomo amigo.—El Dios de Isaac os lo recompense, dijo el israelita grandementealiviado de la xxmaq-ue le oprimía. Estaba soñando... pero graciasal padre Abraham que no fué mas que sueño. Entoncesyajusfandosu desordenado ropaje : ¿ Y con qué motivo, añadió , tenéisla bondad de dispertar tan temprano al pobre judío?


4$ IVANHOK.—Es para decirte , continuó el peregrino, que si no sales al instantede esta casa , y si no aprietas el paso , vas á tener un mal ratoen el camino.—¡Válganme los Patriarcas! esclamó el judío. ¿Y quién puede tenerinterés en hacer daño á este pobre desventurado?— Mejor lo sabrás tú que yo, respondió el peregrino: lo que puedodecirte es que anoche cuando el Templario se ¡e\ antó de la mesa,habló á sus esclavos sarracenos en idioma árabe, ignorandoquizás que yo lo entiendo y lo hablo, y les dijo que boy por la. mañanaobservasen al judío , se apoderasen de él á cierta distancia deesta hacienda , y lo condujesen al castillo de Felipe de Malvoisin,ó al de Keginaldo Frente-de-buey.»Es imposible describir la angustia que apretó el corazón del judío,y el estraordinario desfallecimiento en que cayeron indas susfacultades al oir tan infaustas nuevas. Dejó caer lánguidamente losbrazos , dobló la cabeza , se aflojaron sus rodillas, y todos los músculosy nervios de su cuerpo quedaron privados de vigor y de elasticidad.Arrojóse á los pies del peregrino, no como un hombre queimplora la protección de otro y quiere escitar su compasión , sinocon el abatimiento del que cede á un poder invisible que le poslracon irresistible golpe.«¡Santo Dios de Abraham! dijo después del primer sobrecogimiento, alzando los trémulos brazos al Cielo, pero sin levantar lacabeza del suelo. ¡Oh santo Moisés! Oh bendito Aaron! No fueronvanos los sueños y visiones que acaban di; pasar por mi fantasía...no... todavía siento el hierro que me atraviesa. Todavía crujenmis huesos, como los de los hijos de Animen y los hombres de Rabbahcuando sentían en sus cuerpos las sierras y las hachas y lasflechas de sus enemigos.—Levántate, Isaac , y óyeme , dijo el peregrino viendo la estremadaaflicción de aquel desgraciado con piedad y desprecio. Motivostienes para temblar, puesto que tan cruelmente han sido 1 rotadosy despojados tus hermanos por los nobles y príncipes de estatierra ; pero, levántate digo, y yo te proporcionaré los medios deescapar. Sal de aquí inmediatamente mientras todos los huéspedesestán aun dormidos, gracias á los humos de la cena. Yo te guiarépor las secretas veredas del bosque , que me son tan conocidascomo álos guarda-bosques que lo custodian : y no te dejaré hastaque te ponga en manos de algún barón ó caballero de los que van


CAPÍTULO VI. 49al torneo, cuya buena voluntad podrás grangearte fácilmente conlos medios que sin duda posees.Cuando llegaron estos anuncios de esperanza á oídos del hebreo,empezó poco á poco y pulgada por pulgada á alzarse del suelo,hasta que se puso en pié; y entonces echándose atrás la blancacabellera que le cubría el rostro , lijó sus ojos en el del peregrinocon miradas que espresaban al mismo tiempo esperanza y temor,no sin algunos vislumbres de sospecha. Pero al oir las últimas palabrasdel cstranjero , se renovaron todos sus sustos y agitaciones,y postrándose de nuevo , esclamó : «¡Qué medios he de poseer yode grangearme la voluntad, de ningún alma viviente! A y de mí!;Un solo medio hay de conseguir gracial ¿ Y qué ha de hacer elpobre judío, reducido después de tantas extorsiones á la miseria deLázaro? Detúvose , y como si la sospecha pudiese mas en su corazónque cualquier otro sentimiento, continuó: Por amor de Dios nome engañes;por el Padre omnipotente de todos los hombres, Judíosy Cristianos, Israelitas é Ismaelitas , no me hagas traición. Notengo medio alguno de grangearme la voluntad del mas pobremendigo cristiano aunque solo bastara á ello un maravedí.» Levantóseal terminar esta plegaria , y se apoderó de la estremidadde la túnica del peregrino con gesto de rendición y súplica: mas élse la arrancó de las manos, como si temiese contaminarse.«Aunque estuvieras cargado con todas las riquezas de tu tribu,dijo, ¿que interés podría yo tener en hacerte daño? Mitrage anunciael voto (p¡e lie hecho de pobreza, y no lo cambiaría por la alhajamas preciosa , salvo por un caballo y por una cota de malla. Nocreas pues (pie tenga el menor interés en acompañarte, ni que esperede tí ventaja alguna. Quédate aquí , si quieres . y ponte bajoel amparo de Cedric el Sajón.— Ahí esclamó Isaac, ¿cómo ha de permitirme viajar en su comitia?Normandos y sajones se avergüenzan de juntarse con el pobreisraelita; y ¿qué he de hacer solo por en medio de las tierras deFelipe de Malvoisin , y de Regiualdo Fren te-de-buey ? Buen mancebo, iremos juntos. Aprisa, vamos; no nos detengamos un minuto...aquí esta un bordón. ¿A qué te paras?—No me paro , dijo el peregrino , sino que pienso en el modo desalir de aquí: sigúeme.»Los dos pasaron á la pieza inmediata á la que había servido dedormitorio al peregrino, y en la cual, como ya sabe el lector , esí


50 IVANHOE.taba hospedado Gurth el porquerizo. «Arriba, Gurth , dijo el peregrino; abre la puerta , y déjanos salir al judío y á nú.»Gurth , cuya ocupación parece tan baja en nuestros tiempos,aunque era de tanta importancia cuando los Sajones dominaban enInglaterra, como la de Eumeo en Itaca, se ofendió al oir el tono familiaré imperioso del peregrino. Incorporóse sobro la cama ; Seapoyó en el codo ; miró á los dos atentamente , y dijo: «;E1 judio yel peregrino salir tan temprano y juntos de la hacienda!...—¡El judio con el peregrino! dijo Wamba , eme entraba á la sazón.No me espantara mas si le viera salir de casa con una hoja ciétocino debajo de la gabardina.—Bueno será, dijo Gurth volviendo á apoyar la cabeza en el pedazode leño que servia de almohada, bueno será que judíos y paganosaguarden á que se abra la puerta principal de la hacienda.No conviene que los huéspedes salgan á estas horas.—No conviene tampoco, dijo el;peregrino en tono imperioso, queme rehuses este favor.»Dichas estas palabras se inclinó hacia el porquerizo , y le hablóal oido en sajón. Gurth, se levantó de pronto , como si cediera á unpoder irresistible. El peregrino, alzando el dedo en actitud deamenaza: «Gurth, cuenta con lo que haces. Tú sabes ser prudentecuando quieres. Abre el postigo, y dentro de poco sabrás mas.»Gurth obedeció al estranjero con tanta satisfacción y prontitud,que Wamba y el judío no sabían como csplicar tan estraordinariamudanza.«Mi muía, mi muía, clamó Isaac cuando se vio cerca del postigo—Dale su muía, dijo el peregrino, y dame á mí otra, para que yopueda acompañarle hasta salir del bosque. Yo la devolveré á la comitivade Cedricen Ashby. Ytú....y continuó hablando con Gurth,en voz baja.—Asilo haré como lo mandas , respondió Gurth, y partió) inmediatamente.—Quisiera yo saber, dijo entonces Wamba, qué es lo que los peregrinosaprenden en Tierra Santa.—¿Qué han de aprender , loco? respondió el peregrino. A encomendarseá Dios , á pedir perdón de sus pecados , y á mortificar elcuerpo con ayunos , vigilias y oraciones.—Algo mas eficaz que todo eso aprendéis, continuó Wamba,porque Gurth no es hombre que sirva á nadie por arrepentimiento,


CAPÍTULO VI. 51ni preste ínulas por ayunos y disciplinas : tan bueno es en estaparte como el gran marrano negro de la manada.—Anda á paseo, respondió el peregrino , loco sajón.—Dices bien , dijo el bufón : si hubiera nacido normandotú , entonces sí tendría ciencia infusa en la mollera.»comoGuríh se presentó entonces á los viajeros conduciendo las dosmuías do los ramales. Los dos cruzaron el foso sobre un estrechopuente levadizo compuesto de dos tablas, que se apoyaba en el postigointerior y en otro mas allá del foso por el cual se salia al bosque.Apenas se apoderaron de las muías, el judío, trémulo y apresurado, sacó de debajo de la túnica y aseguró al albardon un sacode barragan azul, que según dijo, solo contenia una muda de ropa: no mas que una. Subiendo entonces con mas ligereza y solturaque la que permitían sus años , acomodó sin perder tiempo lasfaldas de su vestimenta , de modo que ocultaba perfectamente elsaco,El peregrino montó sin tanto apresuramiento como su compañero;hecho lo cual presentó su mano á Gurth, y este la besó con todaslas señales del respeto y de la veneración. El porquerizo permanecióallí, observando á los viajeros , hasta que se perdieron devista en los frondosos circuitos de la selva. Wamba lo sacó de ladistracción en que estaba sumergido.«¿Sabes lo que observo, mi buen amigo Gurth? dijo el bufón. Queeres estraordinariamente cortés, y piadoso en las mañanas de otoño.Quisiera ser yo ahora un reverendo prior ó un peregrino descalzo^,para aprovecharme de esos arranques de celo y urbanidad,y ciftrto que si así fuera , no me contentaría con que me besaras lamano.—cío basta tu locura á tanto, respondió Gurth, aunque sobra parajuzgar por las apariencias, como hacen los mas entendidos. Masahora lo que importa es que nos vayamos cada cual á desempeñarsu obligación.»Dicho esto, volvieron juntos á la casa.Al mismo tiempo los viajeros continuaron su jornada', apresurandoel paso cuanto mas podían , sobre todo Isaac , cuyo miedo leobligaba á andar mas aprisa que lo que su edad permitía. El peregrino,que parecía perfectamente instruido en todos los recodos yescondrijos de aquella espesura , lo llevaba por las veredas masapartadas y sinuosas , de modo que escitó mas de una vez las sos-


pechas del israelita, el cual le atribuía el designio de llevarle á unaemboscada de enemigos.Razón tenia en verdad para abrigar aquellas inquietudes : porqueen la época de que vamos hablando, no habia raza alguna enla tierra , en los aguas y en los aires, espuesta á una persecucióntan general, tan continua y tan implacable , como la que sufríanlos malhadados hijos de Abraham. hos pretestos mas ligeros y masdescabellados , las acusaciones mas infundadas y absurdas , bastabanpara entregar sus bienes y personas á todos los eseesos delfuror popular. Normandos , Sajones, Bretones y Daneses , aunqueenemigos encarnizados entre sí , se las disputaban en aborrecer álos hebreos , y en envilecerles, despreciarles, saquearles y perseguirles.Los reyes de la dinastía normanda, y los nobles independientesque seguían su ejemplo, sostenían contra aquel pueblouna persecución metodizada , y fundada en los cálculos de su codiciay en las ventajas que les producía. Sabida es la historia delrey Juan , que mandó encerrar en uno de sus castillos á un judíoopulento, y cada día mandaba arrancarle un diente, basta queviéndose con la mitad de la dentadura, consintió pagar una fuertesuma , que era lo que el Monarca deseaba. El poco dinero corrienteque habia en el país , estaba principalmente en manos de aquelpueblo perseguido; y los nobles , imitando el ejemplo que el Reyles daba , empleaban los medios mas violentos, y hasta la tortura,para sacarles alguna suma. Los judíos sufrían todos estos malescon aquel valor pasivo que suele inspirarles el ansia de ganar , yse desquitaban con los inmensos provechos que sabían realizar enun país que poseía tantas riquezas naturales. En despecho mf estamultitud de calamidades que tanto debían desanimarles y abatirles, y á pesar de la contribución particular á que estaban sujetospor un ramo especial de administración llamado el Echiquici' delos judíos, y cuyo único objeto era despojarles y perderles , ellosse aumentaban y multiplicaban . y acumulaban grandes capitales,que trasferian de una mano á otra por medio de letras de cambio, invención que se les atribuye, y que fraguaron sin duda paraenviar sus tesoros fuera de los países en que se les hacían insoportableslos infortunios que les aquejaban.La obstinación y avaricia de los judíos luchaban pues con latiranía de los poderosos ; pero aumentaban en razón de sus padecimientos.Los grandes tesoro= que les producía el comercio au-


CAPÍTULO VI. 53mentaban muchas veces sus riesgos personales ; pero en otras ocasionesles aseguraban cierto influjo y protección. Tal era la sitúacion de los judíos entonces : su carácter se habia amoldado á lascircunstancias, y eran por consiguiente cautelosos , suspicaces,tímidos, obstinados además, egoístas , y sumamente, diestros enevitar los peligros á que continuamente estaban espuestos.E! peregrino rompió el silencio después de haber andado largotrecho á paso levantado y por sendas estraviadas y difíciles.«Aquella encina vieja, dijo, es el término de las tierras de Frente-de-buey; y ya hace mucho tiempo que estamos lejos de las deMalvoisin. Ya no tienes nada que temer—; (>jalá , dijo Isaac , se rompan las ruedas de sus carros comolos de Faraón , para que no puedan alcanzarme! Pero no te separesde mí, buen peregrino. Acuérdate de aquel altivo Templario jde sus dos esclavos sarracenos : gentes son estas que no respetanni término ni jurisdicción.— Sin embargo , respondió el peregrino, aquí es donde cadauno debe tomar por su lado ; porque hombres como tú y como yono deben caminar juntos sino cuando no puede ser de otro modo.Además, ¿ qué socorro puede darte un pacífico peregrino contrados paganos armados ?— ¡ Oh buen joven ! repuso el judío , yo sé que tú puedes defendermesi quieres. Aunque soy pobre , no dejaré de manifestartemi agradecimiento : no con dinero , porque así no me falte la protecciónde Abraham , como es cierto que estoy sin un maravedí;pero— Va te be dicho, replicó el peregrino interrumpiéndole, queno tienes para qué hablarme de dinero ni de recompensa. Puedoservirte de conductor, y quizás de defensa; puesto que no esacción tan indigna de un cristiano defender aun judio contra dosmusulmanes. Por tanto , israelita, cuenta conmigo hasta que encontremosescolta, segura que te acompañe. No estamos ya muylejos de la ciudad de Sheííield donde no te será difícil hallar algunode tu tribu que te ampare y socorra.La bendición do Jacob sea contigo , esclamó el hebreo. En SheíTieidestá mi pariente Zareth , que podrá asistirme , y proporcionarmemedios de continuar con seguridad mi jornada.— Que me place, respondió el peregrino: vamos pues á Sheííield,y dentro de media hora estaremos á vista de sus muros.);


54 IVANH0E.Pasó la media hora, durante la cual los dos viajeros caminaronen silencio : el peregrino desdeñaba hablar con el judío , y solo lohacia cuando era absolutamente necesario; y el judío no so atrevíaá dirigir la palabra á un hombre que venia de visitar los SantosLugares , y que por consiguiente era mirado por los Cristianos concierta veneración. Paráronse en la cima de una pequeña altura, yel peregrino señalando la ciudad do Sheílield, que se divisaba ápoca distancia , dijo : « Aquí es preciso separarnos. »—Deja antes que el pobre judío te dé las gracias por tu bondad:dijo Isaac. Si me atreviera á mas, te rogaría vinieses conmigo ácasa de mi pariente Zareth , que puede suministrarme los mediosde pagarte lo que por mí has hecho.—¿Cuántas veces he de decirte, respondió el peregrino, que no necesitopago mi galardón ? Si entre la larga lista de tus deudores,hay algún pobre cristiano , y te sientes dispuesto á ahorrarle losgrillos y el calabozo , hazlo por mí , y me habrás pagado suficientementemi trabajo.— Aguarda , aguarda, esclamó el judío alzándose las faldas desu gabardina ; algo mas he de hacer por tí que lo que me pides;por tí, y no en favor do otro. Dios sabe que soy pobre el mendigode la tribu : pero perdóname si adivino lo que mas falta tehace en este momento.— Si lo has adivinado en verdad, repuso el peregrino, debes saberque no puedes proporcionármelo , aunque fueras tan rico comopebre eres , según dices.— ¡Según digo ! esclamó Isaac. Bien puedes creerme, puesto• vi?, no he dicho mas que la verdad. Me han dejado en camisa, plagadode deudas ; no tengo sobre qué caerme muerto. Mis bienes,mi dinero , mis navios, todo se lo ha llevado la trampa. Sin embargo, repito que sé lo que te hace falta , y que puedo proporcionártelo.Lo que tú quisieras tener ahora es un caballo y una armadura.»El peregrino se detuvo sorprendido , y volviéndose al hebreo , lepreguntó quién habia podido inspirarle semejante conjetura.«"No importa , respondió Isaac. Lo que conviene es que tú tengaslo que necesitas.— Considera , elijo el peregrino, mis votos . mi trage, mi carácter.—Ya sé lo que sen los < YrU,y o? . respondió el hebreo. No les es-


CAPÍTULO VI. 55torba el ser nobles y ricos para empuñar bordón y calzar sandalias— .ludio! interrumpió el peregrino con voz airada.— Perdona , dijo el judío ; confieso que te he faltado al respeto.Anoche y esta mañana se te han escapado algunas palabras queme han descubierto lo que eres , como las chispas descubren elpedernal. Debajo de esa esclavina hay un cinturon de caballero yunas espuelas doradas. Las vi relumbrar esta mañana cuando en-Irastes en mi aposento. »El peregrino no pudo menos de sonreírse. «Si algún curioso, dijo,examinara menudamente tu vestimenta , ¿ qué de cosas no se desabrirían?— No hablemos de eso , dijo el hebreo mudando de color ; y sacandoapresuradamente el recado de escribir , tomó de lo interiordel gorro un pedazo de papel , y sin desmontarse de la muía, escribióen él algunos renglones. Estaban en lengua hebrea, y cuandohubo concluido, entregó el papel á su compañero , diciéndole:i Todo el mundo conoce en Leicester al rico judío Kirgath Jairamde Lombardía ; dale esa esquela. Tiene de venta seis arneses de Milán,y el mas malo de ellos es digno de una testa coronada , á masde diez hermosos caballos , y el peor podría servir á un rey, parapelear en defensa de su trono. De estos , te franqueará is que Iontodas las cosas necesarias para que puedas asistir al torneo; concluidoel cual, le devolverás cuanto Layas recibido , á menos quetengas medios de pagarle su valor.— Pero , Isaac , dijo el peregrino sonriéndose , ¿ no sabes que en••semejantes ocasiones , las armas y el caballo del vencido pertenecenal vencedor ? Yo puedo tener esta desgracia, y perder lo queno puedo restituir ni pagar.»El judío se asustó al oír esta reflexión : pero cobró ánimo, y dijo:f< No , no; no puede ser. La bendición de nuestro Padre estará contigo.Tu lanza será tan poderosa como la vara de Moisés. »Dicho esto, volvió las riendas á la muía , cuando el peregrino lodetuvo por las faldas de la túnica. «Isaac , le dijo, todavía no hascaído en la cuenta. Yo soy hombre que no reparo en ginete ni encaballo :si me matan el mió , ó si tiene algún menoscabo la armadura,¿qué hemos de hacer? Tus paisanos no dan las cosas á humode pajas, y será preciso pagar el alquiler.»El judío se echó de bruzas en el fuste delantero [del albardon,


56 IVANHOE.como si le hubiera acometido un cólico violento ; pero sus buenossentimientos impusieron silencio á los que dominaban comunmenteen su corazón. «Tío importa, dijo; déjame.'ir. Si hay algunaavería , no te costará nada ; eu cuanto al alquiler, Kirgath .Tairamte lo perdonará en consideración al servicio que has hecho á supariente Isaac. Hasta mas ver. Lo que te encargo es que no te engolfesdemasiado en esa bataola de porrazos ; y no lo digo por elarnés ni por el caballo , sino porque conserves la vida . y salgascon los huesos sanos. »«Gracias por el consejo . dijo el peregrino sonriéndose de nuevo.Me serviré francamente de tu oferta, y mal han tic andar las cosas,si note satisfago como debo. »Entonces se separaron tomando cada uno un camino diferentehacia la ciudad de Sheffield.CAPITULO VILLa condición del pueblo inglés era en aquellos tiempos harto^tcee Q¿rada. Estaba ausente y prisionero el rey Ricardo en poderdel pérfido y cruel duque de Austria. Ni aun se sabia de positivo elsitio de su cautiverio: sus vasallos solo tenían noticias muy vagasacercado la suerte de aquel Monarca , y entretanto sufrían todasuerte de tiranía y opresión.El príncipe Juan . ligado con Felipe de Francia . enemigo mortalde Ricardo , echaba mano de cuantos medios estaban á su alcancepara que el Duque de Austria prolongase el cautiverio de su hermanoRicardo, á quien tantos favores debía. Al mismo tiempo consolidaba su facción en Inglaterra, áfin de poder disputar la sucesiónal trono, en caso de que el Rey muriese, al heredero legítimo,que era Arturo , duque de Bretaña , hijo de Gofredo Plantage.net,hermano mayor de Juan. Sabido es que esta usurpación se verificódespués en efecto. Su carácter era ligero . pérfido y disoluto : conlo cual logró que se le uniesen y abrazasen su partido , no solo losque tenían motivos de temer el resentimiento de Ricardo por laconducta que habían observado en su ausencia , sino también losinnumerables caballeros que habian vuelto de las cruzadas con


CAPÍTULO VIL 5'3todos los vicios do Oriente , sin bienes y sin recursos , llenos dearrojo y temeridad , y reducidos á no tener otra esperanza de mejorarde fortuna , que la que podian darles las revueltas de unaguerra civil.A. estas causas de desconfianza y miedo , se agregaban las gavillasde salteadores , ¡i quienes habían conducido á la desesperaciónlas tiranías de la nobleza feudal, y la severa ejecución de la ordenanzade montes. Aquellos foragidos , reunidos en gran número,se apoderaban de los bosques y despoblados, y arrostraban el rigorde la justicia y la vigilancia de los magistrados del país. Los nobles, fortificados en sus castillos y convertidos en soberanos desus dominios , eran jefes y capitanes de otras cuadrillas no menosilegales y opresivas que las de los ladrones de profesión. Para mantenerA sus secuaces , y para sostener el estravagante lujo y magnificenciaque su soberbia les inducía á afectar, les era preciso tomargrandes sumas prestadas de los judíos , á un interés crecidísimo:y «dios se apoderaban de sus estados , á guisa de bandadas de langostas, de que los deudores no se veían libres sino es cuando seles ofreció la ocasión de deshacerse de sus acreedores por medio dealguna atroz violencia.La Nación inglesa sufría las calamidades que de semejante estadode cosas debían resultar; pero aun eran mas graves las que leofrecía el porvenir. Para colmo de infortunios se propagó en el paísun contagio cuyo carácter era sumamente peligroso y maligno. Eldesaseo, los malos alimentos y la mala condición de las habitacionesde los pobres, fueron circunstancias que contribuyeron á agravaraquella dolencia. Los que sobrevivían, envidiaban la suerte deios que cedían al mal, porque temían que fuesen todavía mas funestoslos desastres que se preparaban.Y sin embargo, en medio de estos trastornos, cuando se anunciabaalgún torneo, que era la diversión favorita de aquella época,pobres y ricos, nobles y plebeyos acudían á presenciarlo afanadosy solícitos, como asiste á la corrida de toros el alegre madrileñoNi obligación ni enfermedad bastaban á privar al joven y al ancianodel gusto de asistir á aquellas funciones. El paso de armasque iba á celebrarse en Ashby, pueblo del condado de Leicester,habia dispertado en alto grado la curiosidad general, porque loscampeones que debian tomar el campo eran de primera nota; yporque se esperaba que lo bonrase el príncipe Juan con su presen-


58 IVANHOE.cia: de modo, que era inmenso el concurso de gentes de toda clasey gerarquía, que se hallaban en el sitio señalado, desde que amanecióel dia del combate.La escena que este concurso presentaba era realmente estraña ycuriosa. Cerca de un bosque, que no distaba una milla de la ciudadde Ashby, habia una vasta pradera cubierta de menudo y lozanocésped, y limitada de un lado por la estremidad de la selva, y deotro por una fila de aisladas encinas, algunas de las cuales eran deestraordinaria corpulencia y volumen. El terreno, como si lo hubiesendispuesto á propósito para aquel certamen marcial, descendíasuave y gradualmente por todas partes, hasta formar una llanuraque estaba guarnecida de fuertes empalizadas, y cuyo espaciotendría un cuarto de milla de largo y la mitad de ancho. La formaera cuadrada, salvo en los ángulos que eran redondos, para mayorcomodidad de los espectadores. Las dos entradas para los combatientesestaban en los lados del norte y del sur del palenque, yconsistían en fuertes puertas de madera, anchas lo bastante paraque pudiesen entrar dos ginetes de frente. En cada puerta se habíancolocado dos heraldos con seis trompetas y otros tantos asistentes,y cierto número de gentes do armas para conservar el ordeny examinar la condición de los caballeros que se presentasen á tomarparte en la lid.Sobre una plataforma inmediata á la entrada del sur, y formadapor la elevación natural del terreno, se habían dispuesto cinco magníficospabellones adornados con pendones pardos y negros, coloresque los cinco caballeros mantenedores habían adoptado, hascuerdas de los pabellones eran del mismo color. Delante de cadauno estaba colgado el escudo del caballero que lo ocupaba, guardadopor un escudero en trage de salvaje ó en otro disfraz fantástico,análogo al papel que el amo debia representar durante la función.Habíase señalado el pabellón de enmedio, que era el de mayordignidad, á Brian de Bois-Guilbert, que por su renombre en todoslos juegos de caballería y por sus conexiones con los otros caballerosmantenedores, habia sido por ellos recibido con la mayor satisfaccióny nombrado su caudillo. A un lado de esta tienda estaban lasde Eeginaldo Frente-de-buey y Felipe de Malvoisin, y al otro la deHugo de Grantmesnil, noble barón de aquellas cercanías, cuyoabuelo habia sido mayordomo mayor de palacio en tiempo de laconquista. Balfo de Vipont caballero de la orden de S. Juan de Je-


CAPÍTULO VII. 59rusalen, ocupaba el quinto pabellón. Desde la entrada en el palenquehasta la plataforma en que estaban las tiendas, había un tránsitoon suave declive y de diez varas de ancho. Guarnecíalo porambos lados una empalizada, como también á la esplanada que estabaenfrente de las tiendas, y todo el circuito estaba custodiadopor partidas de gentes de armas.El lado del norte del palenque terminaba en otro tránsito deTreinta pies de ancho, y esto en un vasto espacio cerrado, para los•aballeros que acudiesen á medir las armas con los mantenedores.Detrás habla tiendas con manjares y bebidas para su obsequio, ypocos pasos de distancia estaban los armeros, los herradores y••tros asistentes prontos á acudir do quiera que fueran necesariossus servicios.Lo esterior de las barreras estaba ocupado en parte por galeríasadornadas con alfombras y tapices, y provistas de almohadones¡jara comodidad de las damas y de los nobles que debían asistir ápresenciar el torneo. El espacio que mediaba entre estos tablados ye] palenque, era el reservado para los hacendados y otros espectadoresde mejor condición que el vulgo, cuya confusa muchedumbrehabía tomado puesto en anchos bancos de césped dispuestosal propósito, y desdólos cuales, defecto de la elevación naturaldel terreno podían ver las galerías y toda la ostensión délapalestra. Centenares de curiosos se habían colocado en las ramasde los árboles que guarnecían la pradera, y hasta el campanariode una iglesia inmediata estaba cubierto de gente.Para terminar el cuadro general de esta escena, solo falta hacermención de otro tablado dispuesto en la mitad del lado oriental delpalenque, enfrente del punto en que los combatientes debían encontrarse.Era mas alto que los otros, adornado con mas suntuosidad,y en medio se alzaba un dosel con las armas Reales de Inglaterra.En torno de este sitio, destinado al príncipe Juan y á suscortesanos, estaban sus escuderos, pajes y otros individuos de laservidumbre en libreas de gala. Enfrente había otro tablado elevadoá la misma altura y engalanado de un modo mas vistoso,aunque no tan rico como el del Príncipe. Cubríanle pendones ygallardetes en que estaban representados los emblemas vulgaresde los triunfos de Cupido, como corazones heridos é inflamadoSjarcos, flechas y carcajes. En medio se leia en brillantes caracteres*sta inscripción; .4 la. Reina de la Hermosura y de los Amores- Mas


60 IVANHOK.no habia llegado el momento de saber á quien pertenecían el tituloy el asiento.Entretanto se agolpaban los espectadores á los puestos que lesestaban señalados, resultando muchas disputas sobre quién debiaocuparlos; pero los guardas ponían término á estas rencillas, empleandosin gran ceremonia los mangos de las mazas y las guarnicionesde los aceros, como argumentos perentorios é irresistibles.Las dificultades suscitadas acerca de los asientos de las gentes dedistinción, se decidían por los heraldos ó por los maestres del campoGuillermo de Wyvil y Esteban de Martival, los cuales armadosdepunta en blanco, recorrían á caballo la palestra ;í fin de conservarel buen orden.Poco á poco se llenaron las galerías de nobles y de caballeros quevenían en trage de gala, y cuyos mantos contrastaban con los vistososadornos de las damas. El número de estas era mayor que elde los hombres, á pesar de ser tan peligroso y sangriento aquel génerode espectáculo. Til espacio interior y mas bajo se llenó muyen breve de hacendados, pecheros ricos, y de otras personas quepor pobreza ó por modestia no osaban aspirar á puestos mas elevados:y por consiguiente allí eran mas frecuentes las disputas ylas contestaciones.«;Perro judío! esclamó un anciano, cuya raída túnica indicabaei mal estado de su hacienda, al mismo tiempo que la espada, ladaga y 1» cadena de oro señalaban su gerarquía. ¡Hijo de perra!¿te atreves á empujar á un cristiano y á un normando de la sangrede Montdidier?»Dirigíase esta enérgica arenga á nuestro conocido Isaac, el cualrica y magníficamente vestido de una gabardina guarnecida degalón y forrada de pieles, procuraba hacer lugar en la primeralínea debajo de la galería á su hermosa hija Rebeca, que habia idoá juntarse con su padre en Ashby, y le daba á la sazón el brazo,con no pocos síntomas de susto 3' de inquietud, al ver el desagradogeneral que escitaba su petulancia. Isaac, aunque hasta ahora lehemos visto sobrecogido de temor, sabia que en la ocasión presenteno corría peligro su persona. En las concurrencias numerosas á queasistían también muchos de sus paisanos, ningún noble por vengativoó codicioso que fuera se hubiera atrevido á hacerle el menordaño. En aquellos casos los judíos estaban bajo la protección de losmagistrados; y si esto no bastaba, nunca faltaba entre losconcur-


CAPÍTULO VII. 61rentes algún barón poderoso cpie por su propio interés los amparabay defendía. Otro motivo tenia Isaac para presentarse conmas seguridad en aquel torneo, pues sabia que el príncipe Juantrataba de negociar un empréstito con los judios de York, dándolesen fianza ciertas tierras y joyeles. Isaac tomaba gran parte en estenegocio, y sabia que el Príncipe se le manifestaría propicio y favorable,á fin de terminar pronta y felizmente un asunto que leinteresaba en gran manera.Animado por estas consideraciones, Isaac siguió delante pormedio de la muchedumbre, atrepellando al ilustre normando, y sincurarse de su alcurnia ni de su clase. Las reconvenciones del ancianoescitaron la indignación de todos los presentes. Uno de estos,hombre corpulento y robusto, con doce dardos en la cintura y unarco de seis pies en la mano, se volvió hacia el judío con rostro enque se pintaban el odio y la cólera al través de unas facciones curtidasal sol y á la intemperie. «Acuérdate, le dijo, que no eres masque una araña que, ha engordado chupando la sangre de tantasdesventuradas víctimas. La araña puede vivir solitaria y oscura enun rincón; pero no hay quien no le ponga el pié encima, si seatreve á presentarse á la luz del dia.» Este discurso, pronunciadoen el dialecto normando inglés, y con voz firme y terrible, detuvolos pasos del hebreo, y probablemente se hubiera alejado de tanpeligroso vecino, á no haber llamado la atención general en aquelinstante la llegada del príncipe Juan con su numerosa y alegrecomitiva.' 'omponíase esta en parte de legos, y en parte de eclesiásticos',ios cuales se presentaron no menos engalanados que sus compañeros.Entre los últimos se distinguía el Prior de Jorvaulx, vestidocon toda la magnificencia que permitía su profesión y gerarquía.Usábanse entonces desmesuradamente largas las puntas de las botas,tanto, que algunos se las ataban á las rodillas; pero las delPrior iban sujetas ala cintura, de modo que, le estorbaban ponerel pié en el estribo. No era ligero este inconveniente, pues gustabade lucir su destreza á caballo. Los otros cortesanos que acompañabanal Príncipe eran los jefes favoritos de sus tropas mercenarias,algunos barones aventureros, otros personajes de perversaconducta, y varios caballeros Templarios y de la orden de SanJuan.Debe tenerse presente que los caballeros de estas dos órdenes eran


62 IVA.NH0K.declarados enemigos del Rey Ricardo, pues habían abrazado el partidode Felipe de Francia en la larga serie de disputas que habíanocurrido entre aquellos dos Monarcas. Las consecuencias de estosdisturbios eran que las repetidas victorias de Ricardo habían sidoenteramente infructuosas; qoe se habían frustrado todas sus arrojadastentativas para el sitio de Jerusalen; y que el resultado detoda su gloria y de todas sus hazañas había venido á parar en unatregua incierta con el sultán Saladino. Los Templarios y los Hospitalarios,siguiendo en Inglaterra y en Normandía la misma políticaque sus hermanos habían adoptado en Tierra santa, se habíanagregado á la facción del príncipe Juan, y en verdad que notenia razón para desear el regreso del Rey, ni la sucesión de Arturo,su heredero legítimo. Por la misma razón, el príncipe Juanaborrecía y despreciaba las pocas familias sajonas de alguna importanciaque aun existían en Inglaterra, y se valia de todas lasocasiones que se le presentaban de vilipendiarlas y abatirlas. Sabiaque todas ellas le miraban con desafecto, como lo hacían tambiénlos comunes del Reino, que de un monarca tan licencioso y tiránico,solo podían aguardar nuevas usurpaciones de sus fueros.El príncipe Juan -se presentó en medio de su brillante acompañamiento,suntuosamente vestido de carmesí y oro, con un halcónen la mano, y en la cabeza una gorra de costosas pieles, adornadacon un círculo de piedras preciosas, del cual salia su rizada cabelleraesparciéndose airosamente en los hombros. Montaba un fogosopalafrén tordo, y dio una vuelta al palenque, á la cabeza de susalegres cortesanos, con quienes hablaba y reia, observando almismo tiempo, como buen conocedor, las beldades que adornabanlas galerías.Notábanse en el rostro de aquel personaje la audacia y la disolución,que le eran características, juntas con la mayor altanería ycon la mas completa indiferencia á las opiniones y sentimientoságenos: mas no podía negarse que era hombre de gentil parecer,pues sus facciones eran naturalmente bellas, y su cortesía habitualles había dado una espresion plácida y risueña, en la cual se leíanla franqueza y la honradez, como si estas fueran en realidad lasprendas naturales de su alma. Semejantes fisonomías suelen, atribuirseá una índole candida y enemiga de disfraz ; pero en generalson efecto del descaro que trae consigo el libertinaje, délasuperioridad que dan la alcurnia y la riqueza, y de otras ventajas


capítulo vii. 63estertores que nada tienen de común con el mérito sólido y verdadero.La muchedumbre ciega é ignorante, que no mira tan de cercalas cosas, recibió al Príncipe con estrepitosos aplausos, que masque á sus prendas personales se dirigían al esplendor de su gorra,á las soberbias pieles que forraban su capa, á sus botas de tafiletecon espuelas de oro, y á la gracia y desenvoltura con que manejabasu palafrén.En medio de su paseo alrededor del palenque, llamó su atenciónei alboroto que habia ocasionado el empeño del judío en apoderarsedeun sitio delantero para su hija. Los ojos penetrantes del Príncipedistinguieron muy en breve áIsaac; pero se fijaron, con massatisfacción en su hermosa bija, que aterrada por el tumulto,apretaba cuanto mas podía el brazo de su anciano padre.La figura de Rebeca podía competir con las mas célebres beldadesde Inglaterra, aun á ios ojos de un conocedor tan esperto comoJuan. La perfecta simetría de sus formas, lucia maravillosamenteen el trage oriental de que usaba, como todas las mujeres de sunación. Su turbante de soda amarillo con venia al color moreno delrostro. El brillo de sus ojos, el airoso arco que dibujaban sus cejas,su bien formada nariz aguileña, sus dientes blancos como las perlasmas linas, las profusas y negras trenzas diestramente labradasy dispuestas en líneas espirales y que caían sobro el cuello, y sobreun trage magnífico de seda de Persia, en cuyas flores y ramas seostentaba el brillante colorido de la naturaleza; todo este conjuntode gala y hermosura eclipsaba á las mas bellas de cuantas concurríanal torneo. Realzaban su esplendor los broches de oro y perlasque sujetaban el trage desdeel cuello hasta la cintura,y de los cualeslos tres superiores estaban abiertos por causa del calor. Tambiencontribuianá darle mas brillo un collar de diamantes, con pendientesde lo mismo, que valían un tesoro,y una gran pluma de avestruzsujeta ai turbante con un botón de las mismas piedras. Las damasque estaban en las galerías altas miraban con desprecio á la hebrea,pero en realidad envidiaban las gracias que la naturaleza lehabia dado, y las suntuosas galas que la cubrían.«Por la calva de Abraham, dijo el Príncipe, aquella judíadebeser la copia de la que volcó el juicio al mas sabio de los reyes. ¿Quédices, prior Aymer ?— La Rosa de Saron y. el lirio de los valles, respondió el prior entono de chanza;pero Y, A. debe tener presente que es judía.


(54 ivanhoe.— Sí, respondió Juan; pero es lástima que el barón de los Ducadosy el marqués de los Bizantes (1) esté disputando un miserablepuesto con esos descamisados, que no tienen en sus bolsillos unasola cruz para preservarse del Diablo. Por el cuerpo de san Marcosque mi proveedor de dinero y su amable hebrea, tendrán puestoen mi galería. ¿ Quién es esa joven, Isaac? ¿ Es tu hermana, ó tumujer, ó alguna de las huris?— Mi hija Rebeca, con perdón de V. A., respondió Isaac con unaprofunda reverencia, pero sin que le embarazase la presencia delPríncipe, no obstante el tono burlón con que este le habia hablado.— Mejor para tí, dijo el Príncipe lanzando una carcajada quefué repetida en coro por sus cortesanos. Pero, luja ó mujer ó lo quesea, tendrá lugar correspondiente á su mérito y hermosura. ¿ Quiénesson aquellos ? preguntó alzando la vista á la galería. Villanossajones...... afuera con ellos: que se aprieten y dejen lugar alpríncipe de los usureros y á su hermosa hija. "Yo les haré ver queel mejor asiento en la sinagoga es de aquellos á quienes de derechopertenece.»Dirigióse esta descortés é injuriosa arenga á la familia de Cedricel Sajón, que ocupaba una parte de la galena con la de su aliadoy pariente Athelstane de Conigsburgh, personaje que, por traer suorigen del último Monarca sajón que ocupó el trono de Inglaterra,era mirado con gran respeto por todos los sajones del norte de aquelpaís. Pero con la sangre de su ilustre ascendencia, Athelstane habiaheredado muchos de sus defectos. Era de agradable aspecto,membrudo y fuerte en su persona, y se hallaba entonces en la flordéla edad; pero carecía de espresion en la fisonomía; sus miradaseran fijas é inanimadas, torpes y üojos sus movimientos, y su índoletan parada é irresoluta, que se le habia dado el sobrenombrede uno de sus progenitores, y todos le llamaban Athelstane el desapercibido.Tenia muchos amigos, y entre ellos Cedric el Sajón, loscuales le profesaban el mas tierno cariño, y todos creían que suflojedad procedía mas bien de falta de decisión que de cobardía,otros decían que el vicio hereditario do la embriaguez habia oscurecidosus facultades mentales, las cuales nunca habían sido de unorden superior; y que el valor pasivo y la suavidad de temple queaun conservaba, eran, por decirlo así, las heces de un ánimo que•'!) Moneda de aquel tiempo.


CAPÍTULO VI). 65hubiera podido ser grande y generoso siei vicio no le hubiera despojadode sus prendas mas nobles y apreciables.A este sugeto se dirigió principalmente el imperioso mandato deJuan, que so hiciese puesto al hebreo Isaac, y á su hija Rebeca,Athelstaue, confuso al oir aquellas palabras, que según los usos ycostumbres del tiempo debían tomarse como un terrible insulto, dispuesto¡i no obedecer, y sin embargo incapaz de resistir, opuso tansolo á la voluntad del Príncipe la fuerza de inercia, tan análoga áÜU carácter. Mantúvose inmóvil, y fijó sus grandes ojos en elPríncipe con un espanto que no dejó de parecer ridículo. Pero Juanno lo consideró así.a El marrano sajón, dijo, duerme ó no hace caso de mí. Púnzalocon la lanza, Bracy.» Este Bracy era uno de los ginetes que ibanal lado del príncipe y capitán de una compañía de aventureros,ó como se llamaban entonces, compañeros libres, gente sin casa nihogar, que servían á todos los que les pagaban. Los que acompañabaná Juan murmuraron contra esta imprudencia, pero Bracy, áquien su profesión absolvía de toda clase de escrúpulo, alzó lalanza sobre el espacio que mediaba éntrela galería y-el palenque,v hubiera ejecutado la orden del Príncipe antes que Aíhelstane elDesapercibido hubiera tenido bastante presenciado ánimo para ©visarlo,si en aquel instante Cedric el •Sajón, que era tan violento comosu amigo era desidioso, no hubiera desenvainado la espada con laprontitud del rayo, y de un solo golpe separado el hierro del hasta.Inflamóse do cólera el rostro del príncipe: echó dos ó tres juramentosde los mas horribles que solia usar, y hubiera pasado mas adelantesu enojo, á no haberle distraído de su propósito, por un lado susmismos cortesanos, aconsejándole cpie se moderase y contuviese, ypor otro la general aclamación que escitó en la muchedumbre la"•allardn acción de Cedric. El príncipe paseó sus iracundas miradaspor todas partes, como si buscase víctimas á su furor, y se detuvieronacaso en el hombre do las doce flechas, de que ya hemos hechomención, el cual persistía en sus aplausos, sin hacer caso del gesto-aondo de Juan. ¿ Qué significan esos gritos ? le preguntó el príncipe.-oro.—No hay buen cazador, dijo el montero, .sao no celebr: un buen—Apuesto, respondió Juan, que eres un Uxe;: tirador,—A cualquiera, distancia,» dijo el desceño:.do,


66 IVANIIOE.Juan, á quien irritaban mas y mas las alusiones que hicieron aigamosde los concurrentes al odio que la nación le profesaba, secontentó por entonces con mandar á uno de los guardias que noperdiese de vista al montero.«Por las barbas do mi padre, dijo el Príncipe, que hemos de versi es tan buen tirador como dice.—Veremos, respondió el tal con el mismo desembarazo con quehabía sostenido la conversación.—Y vosotros, villanos sajones, dijo el Príncipe, arriba, que porla luz de los Cielos se ha de sentar el judío entre vosotros.—l)e ningún modo, con perdón de V. A., dijo el judío: no estábien que los hombres de mi clase tomen asiento junto á los magnatesdel pais. El israelita no habia tenido inconveniente en atropellaral pobre y derrotado descendiente de la línea do Montdidier;pero sabia que debia respetar los privilegios de los sajones ricos—Haz lo que mando, perro infiel, dijo el Príncipe, ó te mandodesollar y curtir la piel para correas del arnés de mi caballo.»El judío dócil á tan suave insinuación, empezó á subir la angostaescalera do la galería.«Veamos quién se atreve á detenerle,» dijo el príncipe Juan lijandola vista en Cedric el Sajón que parecía dispuesto á cerrar elpaso al hijo de Abraham.Mas YVamba evitó el conflicto, colocándose de un salto entre suamo y el hebreo. «Yo,» respondió el bufón á la amenaza del Príncipe,y presentó al judío, á guisa de broquel, un pernil que llevabadebajo del coleto, y de que sin duda se habia provisto por si e¡torneo duraba mas tiempo de to que su apetito permitía. El judíoretrocedió espantado al ver tan cerca de su rostro el objeto de laabominación de su tribu, y se echó á correr por la escalera abajo,,en tanto que el bufón agitaba orgullosamente la espada de maderaen señal de triunfo. Los espectadores deleitados con el chasco, prorumpieronen carcajadas, como lo hicieron también el Príncipe ysus cortesanos.—Dame el laurel de la victoria, primo Juan, dijo el bufón. Hevencido á mi enemigo en batalla campal, con broquel y espada,añadió alzando en una mano la espada y en la otra el pernil.—¿Y quién eres tíi, noble campeón? dijo Juan sonriéndose todavía.—Un loco por todos cuatro costados, respondió el bufón. Yo soy


CAPÍTULO VIII. Q 1 )Waniba; hijo de VYitless. que fué hijo de Weaherhrain. que fuehijo de un alderman (1).—Haced sitio ai judío en el banco inferior, dijo el Príncipe sinquerer desistir de su intento. El vencido no debe estar junto al:vencedor.—"Ni el trizan junto al loco, dijo Waniba, ni el judío junto altocino.—Gracias, amigo, dijo Juan: mucho me gustas. Oye, Isaac:préstame un puñado do bizantes.»Mientras el judío, despavorido al oír esta intimación que no sesentía dispuesto á obedecer y que no se atrevía á negar, metía lamano en el saco de pieles que le colgaba de la cintura, y procurabasacar el menor número posible de las monedas que contenia, elPríncipe cortó la dificultad inclinándose sobre el fuste de la silla,y apoderándose de la bolsa, de la cual sacó dos piezas de oro. Dioselasá Wamba, y continuó su paseo alrededor del palenque, dejandoal hebreo hecho el escarnio de todos los concurrentes, y recibiendotantos aplausos como si hubiera hecho una acción magnánimaó loable.CAPITULO VÍII.El Príncipe se detuvo de pronto enmedio del paseo, y llamandoal Prior de Jorvaulx, lo dijo que había olvidado la circunstancieprincipal de la fiesta.«Se nos ha escapado, P. Prior, dijo, nombrar la hermosa soberanadel amor y de la hermosura, por cuyas blancas manos han deser distribuidas las palmas de la victoria. Por lo que á mí toca soygeneroso, y no tengo inconveniente en dar mi voto á los negrosojos de Rebeca,—¡Santa Virgen! esclamó el Prior volviendo el rostro, ¡una judía!Seria preciso, si así fuera, que nos echasen á pedradas del torneo.Además, que juro por mi santo fundador que la hermosa sajonaT'owena no cede en nada á la hija del israelita.(1)Nombre de los magistrados municipales de Londres y de algunas otras citi'la-(Ses tic ¡oy laten".!..


68 IVAN1I0E.—Sajona ó judía, respondió el Principe, judía ó sajona, perra ómarrana ¿qué importa? Nombremos á Rebeca, aun que no sea masque por hacer rabiar á esos villanos sajones.Estas espresiones escitaron un murmullo de desaprobación entretodos los cortesanos que las oyeron.«Esto pasa de chanza, dijo Bracy. ¿Cuál es el caballero que ha deponer lanza en ristre después de tamaño insulto?—Masque insulto podría llamarse, dijo Waldemar Fitzurse, unode los mas antiguos partidarios del príncipe Juan, y si vuestraAlteza lo pone en ejecución, no puede menos de ser funesto á susdesignios.—Os pago, dijo Juan con altanería, para que me sirváis, y nopara que me aconsejéis.—Los que siguen á vuestra Alteza en los caminos por dondetransita, dijo Waldemar en voz baja y respetuosa, pueden tornarsealguna vez la libertad de aconsejarle, puesto que sus interesesy su seguridad están tan comprometidos como los de vuestra Alteza.»Juan le perdonó esta reflexión en favor del tono en quela habíahecho. «He querido chancear, dijo, y todos os arrojáis á mí comolobos hambrientos. Nombrada la quemas os guste, con dos mil deá caballo; y no me rompáis la cabeza.Lo mejor será, dijo Bracy, que el trono quede vacante hasta quese publique el nombre del vencedor, y este elija la que ha de ocuparlo.De este modo será mas satisfactorio el triunfo, y las damassabrán apreciar el homenaje de los valientes caballeros que puede?)elevarles á tan alta dignidad.—Si sale vencedor Brian de Bois-Ouilbert, dijo el Prior, apuestoá que acierto quién será la reina de la hermosura y de los amores.—Bois-Guilbert, dijo Bracy, es una buena lanza; pero hayen el torneo que no tienen por qué temerla.otras—Silencio, señores . dijo Waldemar , que ya es hora de que elPríncipe tome asiento. Los caballeros y los espectadores están impacientes: el tiempo pasa, y la función va á empezar. »El príncipe Juan, aunque todavía no era monarca, tenia en WaldemarFitzurse todos los inconvenientes de un ministro favoritoque sirve á su soberano, pero á su manera y según sus propias ideasy caprichos. Aunque el carácter de Juan era de aquellos que se obstinanen frioleras, y arman disputas por las mas despreciable? tri-


CAPÍTULO ¥111. 6$vialidades, cedió en aquella ocasiona la insinuación de Waldemar;sentóse en el trono, rodeado de sus cortesanos, y mandó que los heraldospublicasen las leyes del torneo, que en resumen, eran comosigue :Primero. Los cinco mantenedores pelearían con todos los caballerosque se presentasen.Segundo. Todo caballero podia. si gustaba, escoger un antagonistaparticular entre los mantenedores, para lo cual bastaría tocarsu escudo. Si lo tocaba con la parte, inferior de la lanza , las armasdel combate serian las que entonces se llamaban armas de cortesía,es decir, lanzas que en lugar de punta llevaban una pieza redondade madera . de modo que el único daño que podían hacerse era elque resultaría del choque de los cabadlos y de las astas. Pero si elcaballero tocaba el escudo con la punta de hilanza, las armas delcombate serian cortantes y punzantes. •Tercero. Cuando los caballeros sostenedores hubieren cumplid»cu v oto, rompiendo cada uno cinco lanzas, el Príncipe declararíael vencedor del primer dia , el cual recibiría en premio un caballode batalla de esquisíta belleza, intrépido y vigoroso ; y además deeste galardón, tendría la honra de nombrar la reina del amor y dela belleza, á quien tocaba dar el premio el siguiente dia.'uarto. El segundo dia habría un torneo general,en que podríantomar parte todos los caballeros presentes (pie gustasen ; y divididosen dos cuadrillas, cada una do igual número de combatientes*,pelearían hasta que el príncipe Juan hiciese señal de poner fin ála batalla. La reina del amor y de la belleza coronaria al caballeraque el Principe designase como vencedor del segundo dia, conuna corona de oro en forma de laurel. Los juegos do caballería cesaríanentonces; pero el tercer dia habría corridas de toros, tiro a!blanco con arco, y otras diversiones populares para recreo del vulgo.De este modo procuraba el príncipe Juan atraerse el afecto delpueblo, que cada dia lo aborrecía mas y mas por las violencias quecontinuamente ponía en práctica céntralos intereses y sentimientosgenerales de la nación.La palestra ofrecía entonces un magnífico espectáculo. Las galernasencerraban las familias mas ricas, mas nobles y mas poderosa,-,y las damas mas bellas del norte y del centro de Inglaterra.El contraste délas galas de estos ilustres espectadores presentabaun conjunto tan alegre como espléndido. El espacio interior y mas-


70 IVANHOE.bajo, lleno de labradores ricos y de honrados habitantes, en tragomas llano y sencillo, formaba una especie de guarnición de coloresopacosalrededor de aquel circo brillante, realzando su lucimientoy esplendor.Los heraldos terminaron su proclamación con el acostumbradogrito: «Largueza, largueza, valientes caballeros;» y al punto sedesprendió de las galerías una lluvia de monedas de oro y plata,pues era gala de la caballería mostrarse generosa y liberal conaquellos empleados , que según los usos del siglo , eran al mismotiempo los secretarios y los cronistas del honor. A esta prodigalidadrespondieron los heraldos con las aclamaciones : «Amor á lasdamas , honor á los generosos , gloria á los valientes ; » ú que seuniéronlos aplausos de la muchedumbre y los ecos de los instrumentosmarciales. Cuando hubo cesado esto ruido, se retiraron iosheraldosdel palenque en alegre y vistosa procesión , y solo quedaronen él los maestres del campo armados de punta en blanco y ácaballo, inmóviles como estatuas, y «focados cu las estremidadesde la palestra. Al mismo tiempo, el espacio de la estremidad delnorte , aunque ancho , estaba completamente cubierto de caballerosdeseosos de medir sus fuerzas con los mantenedores ; y vistosdesde las galerías, presentaban el aspecto de un mar de ondeantesplumas,brillantes yelmos, altas lanzas con brillantes pendones, loecuales impulsados por el viento , unían su trémula agitación á lade los penachos, y formaban una escena animadísima y lucida.Al ñn abriéronse las barreras, y cinco caballerosa quienes habíatocado la suerte, entraron lentamente en la plaza, lino iba delante,y los otros le seguían dos á dos. Todos ellos estaban magníficamentearmados ; y el manuscrito sajón, deque sacamos estas noticias,relata menudamente sus divisas, sus colores, y la descripciónde los bordados de sus gualdrapas y arreos. No hemos creído necesarioentrar en estas particularidades; pues , como dice un poetode aquel tiempo :Polvo son los caballeros,Y orín sus nobles espadas,» V ellos en el Cielo moran,Y en tranquila paz descansan.Sus escudos se desprendieron hace mucho tiempo dolosde susmuroscastillos; sus castillos no son en el día sino montones deminas, ó llanuras cubiertas de césped; su memoria ha desaparecí"


CAPÍTULO VIII. 71do do los sitios que antes ocupaban; muchas generaciones han desaparecidodespués de la tierra que les ha olvidado, y en que ejercierontoda la plenitud de la autoridad feudal. ¿De qué aprovecharapues al lector saber sus nombres y los símbolos perecederos de sujerarquía ?Ágenos sin embargo del olvido en que habían de caer sus nombresy sos hazañas, los campeones entraron en el palenque, comprimiendosus briosos caballos, obligándolos á moverse pausada ygraciosameute, y ostentando así la destreza de los ginetes. Cuaníoestaban ya en el sitio del combate, sonó detrás de las tiendas delos mantenedores una música estraña y del género oriental, puestoque había \ cuido de Tierra santa; y el conjunto de platillos y campanillasservia al mismo tiempo de bienvenida y de amenazad loscaballeros recien llegados. Los ojos de la inmensa muchedumbrede espectadores so fijaron en los cinco, los cuales se acercaron á laplataforma en que estaban las tiendas, y separándose allí, cadauno tocó ligeramente y con el cabo de la lanza el escudo del caballerocon quien quería, medir sus fuerzas. Los espectadores de claseinferior, y aun muchos do los de mas alta, "jerarquía, inclusas algunasdamas, se disgustaron notablemente al ver que los campeonesescogían las armas de la cortesía: porque el mismo interés que oscilanen el dia las muertes .y catástrofes que se representan en lastragedias, inspiraban entonces los torneos y justas; y este interéscrecía en razón, del peligro que corrían los que en ellas tomabanparte.Habiendo manifestado de este modo sus pacíficas intenciones,ios campeones se retiraron á la estremidad opuesta, donde se formaronen linca; los mantenedores salieron ;i caballo de sus respectivospabellones, capitaneados por Bois-Guilbert; bajaron de la plataforma,y cada uno se colocó delante del caballero que había to-•e.do su escudo.Hicieron la señal los clarines y las trompetas, y todos partierona. carrera tendida, siendo tal la superior destreza ó la buena fortunade los mantenedores, que los contrarios de Bois-Guilbert, deMalvoisin, y de Erente-de-buey, cayeron al suelo al primer encuentro.El antagonista do Grand-Mesnil, en lugar de dirijir el golpeal crestón ó al broquel de su enemigo, se separó en tales términosde esta dirección que rompió la lanza hiriéndole de refilón el cuerpode la armadura; circunstancia mas deshonrosa que la decaer


72 IVAMI01S.al suelo desmontado, porque esta podia ser un accidente inevitable,mas aquella suponía falta de destreza 5' de conocimiento en eimanejo del arma y del caballo. El quinto caballero fué el único quesostuvo el honor de su cuadrilla, haciendo frente al caballero desan Juan, con quien rompió tres lanzas, sin que ni uno ni otro ganaseventaja considerable.Los gritos de la muchedumbre, las aclamaciones de los heraldosy el sonido de las trompetas anunciaren el triunfo de los vencedoresy la derrota de los vencidos. Los primeros se retiraron á sus pe.bellones, y los segundos alzándose como pudieron del suelo, salieronconfusos y avergonzados de la palestra, y fueron á tratar conlos vencedores acerca del rescate de las armas y caballos, que segun las leyes del torneo les correspondían. El quinto fué el que nia,-tiempo tardó en dejar la escena del combate, do la que se retiródespués de haber recibido los Víctores de los espectadores, para mayor bochorno^de sus compañeros.Otras dos cuadrillas do caballeros tomaron sucesivamente eicampo, y aunque tuvieron'varias alternativas en sus respectivosencuentros, la victoria quedó al cabo por los mantenedores, ningunode los cuales quechi desmontado, ni retrocedió delante de su antagonista,como hicieron algunos de estos en la serie de lances enque se empeñaron. Estas repetidas victorias abatieron considera,Memento el ánimo de los campeones. Tres solos se presentaron enla cuarta entrada, los cuales sin aproximarse á los escudos de BoisGuilbert, y de Erente-de-buey, tocaron los de los otros tres, queno habían manifestado tanta fuerza ni destreza. Mas esta, precauciónno les valió de mucho, y los mantenedores quedaron dueñosdel campo como antes. Uno de los recién entrados perdiólos estribosy cayó: los otros dos 110 supieron dar el golpe que se llamabaen el lenguaje caballeresco atktint. y que consistía en herir cotífuerza y empuje el yelmo ó el broquel del contrario, hasta derribarleó romper la lanza.Después de este cuarto encuentro, hubo una pausa que duró largorato, pues nadie se presentaba con ganas de esperimentar la suertede los vencidos. Los espectadores murmuraban; porque entre losmantenedores, Malvoisin y Frente-de-buey eran generalmenteaborrecidos por su altanería,y los otros escepto Grand-Mesnil, eranestranjeros, y por consiguiente mal mirados por la muchedumbrePero nadie manifestó su descontento tan á las claras como Cedrh-


CAPÍTULO VIII. "73el bajón, el cual en cada ventaja eme ganaban los normandos, velata derrota y la humillación de Inglaterra. Mo había adquirido ensu juventud gran habilidad en los ejercicios do caballería, aunquecon i us armas desús abuelos los sajones se había portado en varioslances como soldado determinado y valiente. Miró con ansiaá su amigo Athelstane, esperto en el manejo do las armas normandas,eomo si lo incitara á salir de su inacción, y hacer un esfuerzopara recobrar la victoria que tan decidida parecía en favordel Ti tuplario y de sus compañeros. Pero en despecho de su robuste/; vigor y del valor de su ánimo, Athelstane era demasiado indecisopara responder tan de pronto á los deseos de Cedric.: I.a suerte está contra nosotros, Milord, dijo Cedric con tono expresivo.;,No estáis dispuesto á tomar una lanza?—Mañana entraré en la mélée (1-, respondió Athelstane. Kl toril!.!)de hoy no vale la pena de ponerse la armadura. >Dos cosas desagradaron á Cedric en esta respuesta, lín primerlogar, la palabra ttiélée, espresion normanda con que no debíanmancharse los labios de un sajón: en segundo, el poco interés quedenotaba en el honor y en la gloria, de Inglaterra; pero bastaba quelo hubiese dicho Athelstane, á quien Cedric miraba con el mayorrespeto, para que este no osase contradecirle mi oponerse á sus intenciones.Vdemás, que no tuvo tiempo para replicar, pues Wambasaltoinmediatamente: «Mas vale sobresalir entre ciento, queentre dos...Athelstane recibió esta observación como un elogio; pero Cedric,olio conoció la malicia del bufón, le lanzó una mirada terrible, yle hubiera dado señales mas positivas de su desagrado no obstantehi libertad que le permitía, si no se lo hubieran estorbado el sitio yla ocasión.Duraba entretanto la pausa del torneo, sin otra interrupciónque las esclamaciones de los heraldos: «Amor á las damas, rómpanselanzas; ánimo, valientes caballeros; ved los hermosos ojosque os están mirando. .>1.a música de los mantenedores daba también de cuando encuando señales do triunfo, y de reto á los caballeros que aun no sehabían presentado; la gente baja se quejaba de que pasase el diasin toda la diversión que prometía, y los caballeros j nobles añilno Mismo f|uc eurntnlro i pelee.


74 IVANIIOE.cíanos se hablaban al oído, deplorando la decadencia del espíritumarcial, tan diferente del que reinaba en su tiempo, atribuyéndoloen gran parte á la escasez de damas hermosas, como las queen su juventud coronaban en las justas á los vencedores. El principoJuan daba ya las disposiciones necesarias ¡tara que se sirvieseel banquete, y hablaba de adjudicar el premio á Brian de Bois-Guilbert, que con una sola lanza habia desmontado dos caballeros,y maltratado á otro.Al fin, cuando la música de los sarracenos terminaba una deaquellas largas fanfarrias con que, habia interrumpido el silenciogeneral, se oyó en la parte opuesta el eco de una sola trompeta querespondía al desafío. Volviéronse los ojos de todo el concurso alnuevo campeón, y no bien se habían abierto las barreras, cuandose presentó en medio de la arena. Parecía, en cuanto podia conjeturarsedo un hombre enteramente cubierto de hierro, persona demediana estatura, y no muy fuerte ni robusto. Su armadura erade acero, con ricos adornos de oro; y la divisa de su escudo, unaencina tierna, arrancada por las raices, con el mote español: .Besheredado.»Montaba un gallardo caballo negro, y al dar la vueltapor lo interior de las vallas, saludó cortesmente al Príncipe y alasdamas, inclinando con gracioso ademan la punta de la lanza. Ladestreza con que manejaba su caballo, y cierto aire juvenil que denotabasu talante, le grangearon el favor de ios espectadores; muchosdo los cuales, particularmente de la gente ordinaria, le gritaban:«Toca el escudo de Ralfode Vipont... toca el escudo del.Hospitalario. Son los menos seguros á caballo: mejor saldrás conellos que con los otros.»til campeón, marchando pausadamente en medio de esta gritería,subió á la plataforma por el paso que conducía á ella desde elpalenque, y con estrañeza de todos los concurrentes marchó en línearecta al pabellón del centro, y tocó con la punta de la lanzael escudo de Brian de Bois-Ouilbert, cuyo sonido retumbé'en todoel ámbito de la palestra. Esta arrogancia causó general admiración;mas nadie pareció tan atónito como el mismo caballero, retadopor aquella señal á mortal combate.«¿Os habéis confesado, hermano, dijo el Templario, ó habéis oidomisa esta mañana, puesto que con tan poca ceremonia queréis esponerla vida?—Mas pronto estoy á arrostrar la muerte que tú, respondió e!


CAPÍTULO VIII. 75Desheredado, que tal era el nombre que todos le daban, y con elque estaba designado en los libros del torneo.—En ese caso, repuso el Templario, anda á tomar tu puesto ydespídete del sol, que esta noche has de dormir con los santos dei• 'icio.—Gracias por tu. cortesía, dijo e¡ Desheredado, y en cambio teaconsejo tomes otro caballo y otra lanza, pues te juro por mi honorque así lo lias menester.»Dicho esto con tono sereno .y condado, hizo retroceder al caballo,andando hacia atrás por el pasaje (pie conducía al pabellón, y portoda la estension de! palenque, hasta la estremidad del norte, dondese paró aguardando á su antagonista. El público aplaudió conentusiasmo este golpe maestro do equitación.Brian de Bois Guilbcrt, aunque frenético de cólera al ver la insolenciade su adversario, no dejó de tomar las precauciones queeste le habia aconsejado: estaba su honor en gran manera comprometido,y no debía desperdiciar medio alguno de vencer á tan presuntuosocompetidor. Aludo de caballo, y tomó uno (legran brioé intrepidez; íambk u mandó que lo trajesen una de las lanzas masfuertes de! astillero, por si la que le habia servido hasta entoncesse Pabia resentido algún tanto en los repetidos choques del dia.Por último, sus escuderos le pusieron en los manos otro escudo»porque el que habia tenido durante el torneo, estaba abollado enalgunas partes. Este llevaba la divisa común de Brian, que representabados ginetcs montados en un caballo, emblema de la primitivahumildad y pobreza de los Templarios.El segundo escudo llevaba un cuervo, á. vuelo desplegado, conuna calavera en las garras, y el mote: Guardo el aterro.Cuando los dos caballeros estuvieron situados uno en frente deotro, es Imposible describir el ansia y atención con que el público!es miraba. Había muy pocos entre los espectadores que creyesenpodría salir bien el Desheredado de aquel encuentro; pero su valory bizarría le habían grangeado los buenos deseos de todos.Aun no habían terminado las trompetas la señal del ataque,cuando los dos antagonistas se dispararon de sus puestos con laprontitud del rayo, y se encontraron en medio de la palestra conel estampido del trueno, luciéronse astillas las lanzas al primerchoque, y aun pareció que ambos iban á desplomarse al suelo,porque á tan violento golpe los dos caballos retrocedieron y dobla-


7(5 IVANHOI;.ron el cuarto trasero. Lino y otro se recobraron con la ayuda de labrida y de la espuela, y después de haberse mirado con 0J03 queparecían arrojar fuego al través de las barras de las viseras, volvieronriendas, y pasaron á los estreñios opuestos, donde los asístentes les dieron nuevas lanzas.has aclamaciones generales de todos los espectadores, y el tremolar de las fajas y pañuelos, manifestaban el interés que todostomaban en aquella lid, que era la mas igual y la mas bien desempeñadade todas las del torneo. Pero apenas volvieron d sus puestoslos combatientes, cuando á tan estrepitosa algazara sucedió unsilencio tan profundo, que parecía que nadie osaba despedir elaliento.Sucedió una pausa do algunos minutos, para que recobrasen e 1suyo ginctes y caballos: después de los cuales el Príncipe hizo otrkseñal con ol bastón, y los clarines tocaron á ataque. Pos campeonesarrancaron de sus sitios, y so encontraron en el medio con 1»misma prontitud, con la misma destreza y con la misma violenciaque en la primera ocasión; mas el resultado fué diferente.hueste segundo choque, el Templario se dirijió a! centro de!broquel de su enemigo, y lo hirió con tanto lino y fuerza, (pie lalanza saltó convertida en átomos, y el caballero Desheredado vacilóalgunos instantes en la silla. El campeón, desde el principiode la carrera, había apuntado la lanza hacia el broquel de lloisGuilbert; pero mudando de dirección, casi en el momento del choque,la dirijió al yelmo, (pie era punto mas difícil de acertar, peroque si se conseguía, hacia mas irresistible el empuje. \un con estanotable desventaja, el Templario sostuvo su bien sentado crédito, yno hubiera sido desmontado á no haber estallado las chinchas. Eresultado fué que ginete, caballo y silla cayeron al suelo enmediode una espesa nube de polvo.Desembarazarse de los estribos y del caballo fue para el Templarioobra de un momento. Confuso y aturdido, tanto por su derrota,como por las aclamaciones en que prorumpieron los espectadores,sacó la espada, y amenazó con ella ásu vencedor. El caballero Desheredado echó pié á tierra, y desenvainó la suya: los maestres delcampo, empero, apretando espuelas á los caballos, se pusieron enmedio, y les recordaron que las leyes del torneo no permitían, enla presente ocasión, aquella especio de combate.«En otra parte nos veremos, dijo el Templario lanzando á su an-


CAPÍTULO VIII. 77tagonista una mirada, intérprete del odio y del furor que leatormentaba el pecho;y será donde no haya nadie que nos separe.—No faltará por mí, dijo el .'Desheredado, ni será culpa mia siasí no se verifica. A pié y caballo me hallarás siempre dispuesto ápelear contigo ; sea con espada, con hacha ó con lanza.»Otras y mas agrias razones hubieran proferido, si los maestresdel campo, cruzando sus lanzas entre los dos, no los hubieran obligadoá separarse. El Desheredado volvió á su puesto, y Bois-Guilhertá su tienda, donde permaneció todo el resto del día, entregadoí los arrebatos do la desesperación.Sin bajarse del caballo, el vencedor pidió una taza do vino, y desatandoel barboquejo del yelmo, dijo en voz alta que brindaba á lasalud de todos los verdaderos ingleses, y por la confusión do la tiraníaestranjera. En seguida mandó tocar la trompeta, y rogó á unheraldo dijese á los mantenedores que no hacia distinción entreellos, sino que estaba pronto á medir sus armas con cualquiera deios que quisiesen hacerle frente.El gigantesco Ercnte-dc-bucy, cubierto de negra armadura, fuéel primero que tomó el campo después de la derrota do su compañero.Elevaba en escudo blanco una cabeza negra de buey, mediodespintada por los repetidos golpes que habia resistido; y encimael arrogante mote: Cave: v.dsv.m. El triunfo del Desheredado sobreeste nuevo enemigo fué decisivo, aunque no importante. Los dosrompieron las lanzas gallarda y acertadamente; pero Frente-debueyperdió un estribo, y por consiguiente perdió la batalla.A'o fué menos aventurado el desconocido en su tercer encuentrocon sir Felipe de Malvoisin, a quien hirió con tanto ímpetu en elyelmo, que se rompieron las hebillas, y si no cayó al suelo fué porquelibre de este estorbo, pudo manejar con mas holgura el caballo.Malvoisin quedó vencido, como sus compañeros.En su cuarto encuentro con De Grand-Mesnil, el Desheredado semostró tan cortés, como hasta entonces habia sido diestro y valeroso.El caballo de este contrario era joven y fogoso, y en su primer-arranque se descompasó en tales términos, que el ginete no pudoasegurar la puntería. El vencedor no quiso aprovecharse de estaventaja : alzó la lanza, y pasando junto á su contrario sin tocarle,dio vuelta á su puesto, desde el cual ofreció á De Grand-Mesnil un•segundo encuentro por mcd'o de un heraldo, Mas él lo rehusó, con-


«78 IVANHOKfesáudose vencido, tanto por la urbanidad, como por la destreza desu enemigo.Rallo de Vipont proporcionó el último triunfo al forastero, cayendocon tanta violencia, que inmediatamente se vieron salir trescaños de sangre por nariz y boca. Sus escuderos lo sacaron sin sentidodel palenque.El Príncipe y los maestres del campo declararon vencedor al caballero Desheredado, y los espectadores respondieron con incesantesvivas y aclamacionesCAPITULO ÍX.Guillermo de Wyvil y Esteban de Martival, maestres del campo,,fueron los primeros que dieron la enhorabuena al vencedor, rogándoleal mismo tiempo les permitiese desabrocharle el yelmo, ó que& lo menos se alzase la visera antes de ser conducido á recibir elpremio que Labia ganado, de manos del príncipe Juan. El caballeroDesheredado rehuso ambas cosas con la mayor urbanidad, alegandoque en aquella ocasión no le era dado descubrirse, por lasrazones que Labia puesto en consideración de los heraldos antes doentrar en las barreras. Esta respuesta satisfizo completamente álosmaestres, porque entre las caprichosas promesas que hacían los caballerosen aquellos tiempos, ninguna era mas común, que la d


CAPÍTULO IX.viéndose á ios personajes de su comitiva, ¿no podéis adivinar quiénes este galán que con tanta altanería se porta?—No caigo en ello, respondió De Bracy, ni creía yo que hubieraen medio do los cuatro mares que rodean á Inglaterra, campeónalguno capaz de derrotar á esos cinco mantenedores en un dia dejusta. A fe mia que no olvidaré el modo con que arrojó á De Yipontal suelo. Así salió el pobre Hospitalario de la silla, como guijarrodespedido de la honda.— No os jactéis de eso, dijo un caballero de San Juan que estabapresente, que no fué mejor la suerte del Templario. Tres veces virodar por el suelo ¡i Bois-Guilbert, y á fe que tomaba arena á puhados.»Bracy , que era partidario de los caballeros del Temple , hubierareplicado sin detenerse, pero se atravesó el príncipe Juan diciendo"Silencio . señores: ¿qué significa este inútil debato?»— El vencedor , dijo De Wyvil, aguarda la voluntad do V. A,—Mi voluntad es, respondió el Príncipe, que aguarde hasta queencontremos alguno que nos dé algunas ideas acerca de su nombroy condición. Después de lo que ha hecho , bien puede aguardar deaquí á la noche sin resfriarse.— V. A., dijo Waldcmar Eitzurse, no dará la debida honra al vencedor, si lo detiene hasta saber lo que es imposible averiguar. Yo5 lo menos no tengo dato alguno en que fundar mis conjeturas , ó,meuos que el desconocido sea alguna de las buenas lanzas queacompañaron al rey Ricardo á Tierra santa, y que según dicen,han salido ya de vuelta á Inglaterra.— Quizás sera el ('onde de Salisbury, dijo Bracy, que es casi deia misma estatura.— Mas bien sir Tomas de Multon , el caballero do Gilsland, dijoFitzursc ; Salisbury es mucho mas rehecho.» Suscitóse al oír estoalgún murmullo éntrelos cortesanos, aunque no fué posible saberquién le dio principio. «; Si será el Rey ! a se decían unos á otros;al oiiio. «| Si será el mismo Corazón de León!»— jDics nos libre! esclamó involuntariamente el príncipe Juanponiéndose pálido como la muerte, y dando un retemblido comoSi le hubiera deslumhrado el resplandor de un relámpago. YValdemar,Bracy, valientes caballeros , acordaos de vuestras promesas,y manteneos fieles y leales.—Libres estamos de todo peligro, respondió Waldemar Fitzurse,


80 IVANHOE.¿Habéis olvidado las formas membrudas de vuestro hermano, ypodéis imaginaros que quepan en aquella armadura? De WyvihMartival, el mejor servicio que podéis hacer al Príncipe es acercar alvencedor al trono, y terminar las dudas que le han sacado los coloresal rostro. Mírelo vuestra Alteza de cerca, continuó dirigiendola palabra al Príncipe, y verá que le faltan tres pulgadas para laestatura del Rey , y seis para la anchura de sus hombros. El caballoque monta no podría servir al rey Ricardo para una sola carrera.»Aun no había acabado de hablar , cuando los maestres presentaronel caballero Desheredado al pié de los escalones de madera quesubian del palenque, al trono del Príncipe. Tan turbado estaba estecon el temor deque hubiese llegado á Inglaterra un hermano úquien tantos favores debia, y con quien se había mostrado tan ingratoy fementido, que no bastaron á tranquilizar sus dudas las diferenciasindicadas por "Waldemar. Cuando pronunciaba algunasfrases breves y mal digeridas sobre el valor del Desheredado, y dabaorden de que se le entregase el caballo que servia de premio, todoslos miembros de su cuerpo temblaban , como si aguardase quesaliese de aquella visera que tenia enfrente la voz sonora y formidablede Ricardo Corazón de león.Pero el caballero Desheredado no respondió una sola palabra i laarenga del Príncipe: solo le hizo una profunda reverencia.Dos volantes magníficamente vestidos condujeron el caballo, cubiertode un suntuoso arnés militar ; mas este adorno no realzabasu precio á los ojos de los inteligentes. El Desheredado puso le. manoen el arzón delantero, y saltó sobre la silla sin apoyar el pie enel estribo: blandió la lanza y recorrió dos veces la palestra, haciendolucir la gracia y el vigor del bruto, con toda la inteligencia ytino de un gánete consumado.Este rasgo de ostentación hubiera sido atribuido á vanidad encualquiera otra circunstancia, pero en aquella pareció generalmentedictado por el deseo de manifestar todo el mérito del galardóncon que el Príncipe le había favorecido: así que el público repitiócon nuevo ahinco sus gritos y aplausos.Al mismo tiempo el prior Aymer se acercó al Príncipe \ ie dijoal oido que era ya tiempo do que el campeón diese pruebas de subuen gusto, como las había dado de su valor, eligiendo entre lasdamas que hermoseaban las galerías, la que debia ocupar el tropo


CAPÍTULO IX. 81•le la belleza y del amor, y coronar al vencedor el siguiente dia. Envirtud de esto recuerdo , el Príncipe hizo seña con el bastón al caballerocuando este pasaba segunda vez por debajo del trono. Elcaballero se paró do pronto, bajó la lanza hasta poner la punta á unpié de distancia del suelo, y quedó inmóvil aguardando las órdenesdel Príncipe. Los espectadores admiraron la fuerza y prontitud conque supo reducir al caballo de la violencia del galope tendido á lafirmeza de una estatua ecuestre.'«Señor Desheredado, dijo el Príncipe, puesto que esto es el únicolítulo que puedo daros hasta ahora, vuestro privilegio y obligaciónes nombrar á la hermosa dama que debe presidir la fiesta de mañana,como reina del honor, del amor y de la hermosura. Si, como es-¡ranjero, necesitáis del aviso ageno para dirigir vuestra elección,ío vínico que podemos deciros es que lady Alicia, hija de nuestrovaliente caballero Waldemar de Eitzurse, ocupa hace mucho tiempoen nuestra Corte el primer puesto de la belleza. Sin embargo,'•orno es prerogatiya vuestra dar la corona á quien mas os agrade,la elección será formal y completa, cualquiera que sea la noble damaen quien recaiga : y ahora alzad la lanza.»Obedeció el Desheredado , y el príncipe Juan colocó en la puntauna diadema de raso verde, guarnecida de un circulo de oro, en cuyaliarte superior estaban representados alternativamente corazonesy puntas de flecha, aguisa de las hojas de fresa y las bolas quedistinguen la corona ducal.Juan tenia varios motivos para indicar al campeón la elecciónque debía Lacer en la Lija de Waldemar de Eitzurse: motivos enverdad propios do una índole como la suya , en que se notaba unamezcla estrada de desidia, presunción , sutileza y astucia. Por unlado quería borrar de la memoria de sus cortesanos sus inoportunasé indecentes chanzas acerca de Eebeca la judía; por otro, deseabalisonjear la vanidad do Eitzurse, á quien miraba ya con temory desconfianza, y que mas de una vez Labia desaprobado la conductadel Príncipe en los lances y ocurrencias de aquel torneo,también aspiraba á cautivar la afición de Alicia ; porque Juan eratan licencioso en sus galanteos, como desenfrenado en su ambición.Pero su intención principal era suscitar contra el caballero Desheredado,'á quien miraba con secreta aunque violenta repugnancia]el resentimiento de Waldemar de Eitzurse, que entonces era unpoderoso enemigo, y que llevaría muy á mal el desaire hecho á suc


82 IVA-SIIOK.hija, si, como era probable , el vencedor hacia otra elección que \uque el Príncipe le había insinuado.Y así fué en efecto; porque el Desheredado pasó por debajo de ¡agalería inmediata á la del Príncipe , en la cual estaba sentada Aliciade Fitzurse con todo el orgullo de una beldad que no reconocerival alguna que la eclipse; y sujetando el paso del caballo, parecíaempleado en examinar una por una las damas que formabanaquel espléndido conjunto.Eran dignos de observarse los diferentes ademanes de las damascuando el caballero las pasaba revista. Las unas se ponían encendidasy ruborosas ; las otras serias y entonadas; aquella fijaba susojos en otra parte , como si no hubiera hecho alto en el campeón:esta procuraba sonreírse , y aun hubo dos ó tres que soltaron lacarcajada. Notáronse algunas que cubrieron el rostro con el velo;mas el manuscrito que nos suministra todos estos pormenores diceque eran doncellas añejas que habían gozado hartas veces en sujuventud de aquel triunfo, y que renunciaban á sus derechos altrono en favor de las mas jóvenes.M fin el caballero Desheredado se detuvo delante del balcón o:,que estaba lady Kowcna, y esta circunstancia escitó vivamente lacuriosidad general.Es menester confesar que si hubiera podido influir en la elecciónaquella predilección que resulta en favor de los que se muestraninteresados y anhelantes en la suerte de los otros, el balcón de ladyEowena tenia grandes derechos á la preferencia del que debia conferirel trono. Cedric el Sajón , gozoso al ver el desastre del Templario. y aun mas el de sus dos malévolos vecinos Ereníe-de-bueyy Malvoisin, había estado durante todo el encuentro con la mitaddel cuerpo fuera del balcón, y siguiendo todos los movimientos delque los había derrotado, no solo con sus miradas, sino con susgestos y ademanes. No Labia sido menos vehemente el interés delady llovvena, aun que no lo habia descubierto tan á las claras. Aunel desidioso Athelstanc habia dado algunos síntomas de energía,bebiendo una gran copa de vino moscatel á la salud del caballeroDesheredado.Debajo de la galería ocupada por los sajones se divisaba otrogrupo, que no habia dado pocas pruebas de inquietud durante eicombate.«¡Padre Abraham! dijo Isaac de Yorclc después del primer choque


CAPÍTULO i--&íentre el Templario y el caballero Desheredado : ¡como trata al pobrecaballo! ¡Un caballo que ha sidotraidoá tanta costa nada menosque de las arenas de Arabia! y arrearlo como si fuera asno de yesero!¡Y la armadura que ha costado tantos zequines á José Pereirsel de Milán, además del setenta por ciento de ganancia! Lo mismocuida de ella que si la hubiera encontrado en medio del camino.—¿Cómo queréis, respondió Rebeca, que cuide del caballo y de la,armadura, cuando tiene que cuidar de sus miembros , espuestos átan formidables golpes.—Muchacha, dijo Isaac , calla, que no sabes lo que dices. Lo?miembros de su cuerpo son suyos propios , y puede hacer con elloslo que se le antoje; pero el caballo y la armadura son de... ¡SantoJacob! ¿qué iba yo á decir? Con todo eso, es un gallardo manceboMira, Rebeca , ahora va á pelear con el filisteo. Pídele á Dios quele saque con bien , y también al caballo y á la armadura. ¡Dios diluíspadres! esclamó de pronto... ganó, y el incircuuciso filisteo hacedido al empuje de su lanza, como Og rey de Bashan, y Sihonrevde los Amoritas cayeron bajo la espada de nuestros padres. Seguramente son suyos los despojos del vencido : el oro y la plata, y ff.caballo, y la armadura de acero y de bronce.»Con la misma ansiedad estuvo observando el buen judío todos lo>otros lances del torneo, sin desperdiciar ocasión de calcular la gs -nancia que podia sacar el Desheredado de cada combate en que salia victorioso. Así que, como hemos visto, también los espectadoressituados debajo del balcón enfrente del cual se había parado , mmostraron interesados en su suerte.Sea indecisión , sea cualquier otro motivo de duda, el campeouse mantuvo inmóvil por espacio de mas de un minuto, en tanhque las miradas de los silenciosos espectadores estaban clavadas ensu persona. En seguida se adelantó respetuosa y pausadamentehacia el balcón , y puso la corona que llevaba en la punta de lalanza á los pies de lady Rowena. Al instante tocaron las trompetas.,y los heraldos proclamaron á la hermosa sajona Reina de la hermosuray del amor para la fiesta del siguiente día, amenazandocon graves penas á los que se mostrasen rebeldes á su autoridad.Repitieron después los gritos de largueza, largueza; & que respondióCedric lleno de orgullo y satisfacción, esparciendo profusamentemonedas de oro y plata. Athelstane hizo lo mismo, aunquetardó algún tiempo en decidirse.


84 IVANIIOE.El triunfo de la hermosa Rowena suscitó algunos murmullos entrelas damas de las familias normandas; las cuales estaban tanpoco acostumbradas á verse pospuestas á las sajonas , como losnobles de la misma descendencia á quedar vencidos en los ejercicioscaballerescos que ellos mismos habían introducido. Pero estasseñales de descontento cedieron á los gritos populares de «;Yivalady Rovrena , reina legítima del amor y de la, belleza ! •> Algunosespectadores gritaban además: «¡Vivan los Príncq.tos sajones!jviva la familia del inmortal Alfredo!»Por muy desagradables que fuesen estas aclamaciones á los oídosdel príncipe Juan y de los que le rodeaban, le fué preciso confirmarel nombramiento del vencedor; después de lo cual montó á caballo, y acompañado por sus cortesanos volvió á entrar en el palenque.El Príncipe'se detuvo al pié de la galería en que estaba ladyAlicia, á quien dirigió algunos cumplimientos y galanterías: yvolviéndose á su comitiva : «Por el Santo de mi nombre , dijo, quesi las hazañas del caballero prueban que es hombre de puños , suelección demuestra que tiene los ojos llenos de telarañas.»En esta ocasión , como durante todo el curso do su vida, Juantuvo la desgracia de desconocer enteramente el carácter de las personascuyo afecto quería granjearse. Waldemar Eitzurse se resintióamargamente de la franqueza con qixe el Príncipe manifestabasu opinión acerca del desaire que babia recibido ladyAlicia.A IS'o hay , dijo , derecho mas precioso ni mas inviolable en lacaballería , que el que cada caballero tiene de fijar sus pensamientosen la dama que ha cautivado su corazón. Mi hija no tiene privilegioalguno de que las otras no disfruten , y en su gerarquía yesfera nunca le faltarán los homenajes que le son debidos. »El Príncipe no respondió á esta indirecta reconvención ; sino queapretó espuelas al caballo , como para ocultar su bochorno, y sepuso de un salto al pié de la galería en que estaba lady Rowena,con ¡a corona á los pies, como el campeón la habiadejado.« Recibid, dijo, hermosa dama, el emblema de vuestra soberanía, que nadie mas sinceramente que yo reverencia y acata ; y sitenéis & bien honrar el banquete de hoy en el castillo de Asbby,•en compañía de vuestro noble padre y amigos, conoceremos decerca á la soberana á quien dedicaremos mañana nuestros servicios.»


CAPÍTULO IX, 85Uowena no desplegó los labios. Gedric respondió por ella en lenguasajona.— Lady Rowena, dijo , no posee el idioma en que debiera responderá, vuestra cortesía y presentarse dignamente al banquete enque os dignáis convidarla. El noble Athelstane de Coningsburg yyo no hablamos tampoco otra lengua que la de nuestros padres.Por tanto, nos es imposible aceptar vuestro favor. Mañana ladyh'owena ocupará el puesto á que ha sido llamada por la libre elecciónde! caballero vencedor, que las aclamaciones del pueblo hanconfirmado. »Dicho esto tomó la diadema , y la puso sobre la cabeza de Rowena, en señal de aceptar la autoridad que se le había conferido.


1VANH0E.Quiero ver como se portan los mejores tiradores del pais ; y cuentaque los hay buenos.— Veremos , dijo Juan á los suyos, como se porta él mismo ; yeara le ha de costar la función si su habilidad no es bastante á repararlos yerros de su insolencia.— Ya es tiempo, dijo Bracy, de hacer un ejemplar con estos villanos: á ver si escarmientan »Waldemar Fitzurse , que probablemente conocia cuanto aumentabanestas imprudencias el desafecto con que los ingleses mirabanal hermano de Bicardo , se encogió de hombros y guardó silencio.SI Príncipe continuó su retirada, y entonces fué general la dispersiónde la muchedumbre.Los espectadores cruzaban la llanura en cuadrillas mas ó menosoumerosas y por diferentes caminos, según los puntos á que seenderezaban. La mayor parte se dirigía á Ashby: pues muchos detos distinguidos personajes que habían concurrido al torneo estabanalojados en el castillo, y otros en las casas de los principalessugetos de la ciudad. A esta clase pertenecían gran número de loscaballeros que habían tomado parte en el combato de aquel dia , y«tros de los que se disponían á pelear en el siguiente ; los cuales seretiraban hablando de las ocurrencias del torneo, y eran saludadoscon grandes aclamaciones por el pueblo. También recibió muchosVíctores el príncipe Juan , menos por !a popularidad de que gozaba,que por el esplendor y magnificencia de su acompañamiento.Mas sinceros", mas generales y mas bien merecidos eran losaplausos que se prodigaban por todas partes al caballero vencedor,hasta que ansioso de evitar las miradas del público , entró en unote los pabellones colocados á la estremidad de la palestra., cuyoaso le habia sido ofrecido cortesmente por los maestres del campo.Entonces se retiraron los curiosos que se habían reunido en tornode la tienda con el objeto de examinarlo de cerca 3' formar conjeturasacerca do quien podría ser tan misterioso personaje.Al rumor y alboroto de aquel vasto concurso de gentes, reunidasen un solo punto y agitadas por los interesantes lances y sucesosle que habían sido testigos, sucedió el distante y confuso murmullode las cuadrillas que por todas partes se alejaban ; y á este,un profundo silencio , interrumpido tan solo por los operarios querecogíanlas alfombra? y cojines de los tablados, y que partían


CAPÍTULO X.tf)entre si los restos del vino , de los manjares y refrescos, de que sehabían provisto los espectadores.A. cierta distancia de las barreras se habían erigido algunas fraguas, y al anochecer empezó á oírse el marfil leteo de los armeros,que pasaron la noche reparando y componiendo las diferentes piezasde armadura que debían servir en los encuentros del siguientedia.Un fuerte destacamento de guardias , que se relevaba de dos enríos horas , se mantuvo toda la noche custodiando la escena del•orábate.CAPITULO X.Apenas hubo entrado el caballero Desheredado en la tienda quese le había dispuesto, cuando se le presentaron gan número de pajesy escuderos ofreciéndole sus servicios, nuevo surtido de armadurasi la necesitaba, y todo lo preciso para tomar un baño. Quizás• •ra la curiosidad el aguijón del zelo que manifestaron en esta ocasión,pues tocios deseaban saber quién era el caballero que tan honrosostriunfos habia conseguido, y que ni siquiera se habia alzadola visera ni pronunciado su nombre. Empero quedó poco satisfechasu hazañera oficiosidad. El caballero Desheredado rehusó toda!a asistencia que se le ofrecía, y se contentó con la de su escuderoó mas bien mozo de espuela, hombre de rústico y ordinario aspecto,cpie envuelto en una capa de color oscuro, y cubierta la cabezay gran parte del rostro con un gorro de pieles negras á la normanda, parecía descoso de permanecer incógnito como el dueño áquien servia. Cuando todos los estraños salieron de la tienda , elcriado aligeró á su señor de las piezas mas pesadas de la armadura,y le présenlo algunos manjares y vino, de que tenia gran necesidaddespués do tanta fatiga y esfuerzos.Apenas habia acabado de tomar aquel refrigerio cuando el servílarle dio parte de que cinco hombres, cada uno de los cuales traíadel diestro un caballo, pedían licencia de hablarle. El caballero Des -heredado se habia desarmado completamente, y vestido la sobre-• «'«ta de que usaban en casa los sugetos de su condición, liste ro-


88 ITANHOK.paje tenia una capucha que podia cuhrir toda la cabeza en caso necesario,y que ocultaba las facciones del rostro, como la visera deun morrión; pero iba ya entrando la noche, y fué, inútil este disfraz,á menos que le conocieran muy familiarmente las personas quedeseaban hablarle.El caballero Desheredado se acercó ala entrada de la tienda,y encontróen ella á los escuderos de los mantenedores del torneo, áiquienes conoció fácilmente por las libreas pardas y negras que vestían.Cada uno llevaba del diestro el caballo de su señor, con laarmadura de que se había servido en el combate.«Según las leyes de la caballería, dijo el primero, yo, Balduino deOyley, escudero del temible caballero Brian de Bois­Guilbert, ospresento á vos que os apellidáis el caballero Desheredado, el caballoy la armadura que han servido al dicho Brian de Bois­Guilberten el paso de armas de este dia, dejando á vuestro arbitrio el reteneró el rescatar estas prendas, según vuestro noble ánimo os ledicte; porque tal es la ley de las armas.»Los otros escuderos repitieron la misma fórmula, sin otra alteraciónque la de los nombres de sus dueños respectivos , y aguardaronla decisión del caballero Desheredado.« A vosotros cuatro, dijo el vencedor encarándose con los cuatfí.últimos que habían hablado, y á vuestros nobles y valientes señores,digo en general que me encomiendo á su estimación, y que noes mi ánimo privarles de sus armas y caballos, los cuales nunca podrántener dueños que con ellos puedan competir en destreza y valor.Quisiera terminar aquí mimensaje; pero siendo en verdad. Desheredado, como mi nombre lo dice , me veo ел la necesidad de suplicarlesrescaten las armaduras . en la manera que les dicte sucortesía; pues apenas puedo decir que es mia la que me ha servid',en el torneo.—Estamos autorizados, dijo el escudero delieginaldo Frente­debuey, á ofrecer cada uno cien cequines en rescate de estos caballosy armaduras.La mitad de la suma, respondió el caballero Desheredado, bastaá satisfacer las necesidades que en la actualidad me aprietan. Leotra mitad será dividida en dos partes: una para vosotros , señoresescuderos, y la otra para los heraldos , músicos y demás asistentesdel torneo.»Los escuderos, con gorra en mano, hicieron una profundarev


CAPÍTULO x. 89reacia, y manifestaron su gratitud por aquella cortesía y generosidad,nada común entre los campeones, ó á lo menos pocas vecespracticada con tanta profusión. El Desheredado se dirigió entoncesá Bulduino, escudero de Brian de Bois-Guilbert. «De vuestroamo, le dijo, no acepto armas ni rescate. Decidle en mi nombre queno ha terminado nuestro combate, ni terminará hasta que hayamospeleado con espada y lanza, á caballo y á pié. A esta mortal peleame ha desafiado él mismo , y yo no he olvidado el reto. Ai mismolicaipo le diréis que con él no obraré, como con los otros mantenedores, en términos corteses ; sino como con un hombre á quienmortalmen te aborrezco.—Mi amo, respondió Balbuino, sabe responderá los baldones, ólas estocadas y á las cortesías. Puesto que desdeñáis aceptar de suparte el rescate que de los otros caballeros habéis exigido, aquí dejo el caballo que nunca montará, y la armadura que nunca vestirálirian de Bois-íluilbert.—Bien habéis hablado, buen escudero, dijo el Desheredado, bieny dignamente, y como corresponde al que habla en nombre de sudueño ausenle. No dejéis sin embargo aquí el caballo ni la armadura.Restituid ambas prendas á vuestro señor, y si se niega á recibirlas, conservadlas para, vuestro uso, buen amigo. Puesto queestán á mi disposición, os las doy do mi plena y libre voluntad.)'Balduino hizo una reverencia, y se retiró con sus compañeros; yel caballero Desheredado volvió á entrar en el pahellon.«A lo menos, dijo hablando con su asistente ; á lo menos, amigofúirth, no habrá quien diga que el honor de las armas inglesas hasufrido, menoscabo alguno por mi causa.-A yo, respondió (lurtli. no por ser un porquerizo sajón, he re -presentado mal el papel de escudero normando.—Sí, dijo el caballero, pero temblando estaba yo de que descubriesentu aspecto rústico y tu continente desaliñado.— Imposible, dijo (¡urth. El único de quien debo recolar es de micompañero Wamba el bufón ; aunque á la hora estaño sé decir sien él domina mas la astucia que la locura; pero apenas pude contenerla carcajada cuando pasó tan cerca de mí el amo pensandoquizás que üurth estaba guardando sus berra'cos á muchas millasde aquí , en medio do los fangales y espesuras de Kotherwood. Sillegan á conocerme...—No importa, dijo el Desheredado : ya sabes lo ofrecido.


1íOIVANHOE.—Eso es lo de menos, dijo Gurth, que yo nunca dejo á mis amigospor guardar la persona. Tengo el pellejo duro, y así aguantael látigo como el del mas robusto animal de mi manada.—Confia en mi palabra, y ten entendido que sabré galardonar elriesgo que por mí corres, dijo el caballero: y por ahora toma esasdiez piezas de oro.—Jamás, dijo Gurth poniendo el dinero en el bolsillo, jamás huboporquerizo ni mayoral mas rico que yo lo soy ahora.—Lleva esta sortija de oro á la ciudad , continuó el caballero,busca á Isaac de York, y dile que se pague el caballo y las armasque por su crédito he obtenido.—Eso no, por san Dunstan, dijo Gurth.—¡Como, bollacol esclamó el caballero. ¿Te niegas á obedecer mismandatos?—Los obedeceré, dijo Gurth, en tanto que sean justos , sensatosy cristianos ; mas esto no lo es. Dejar que un judío se pague por*us manos seria injusto, porque perjudicaría los intereses de miamo; insensato, porque es acción de necios y desacordados : anti-cristiano,porque seria despojar al fiel para enriquecer al infiel:con que mandad otra cosa en que pueda serviros.—Págale lo que sea justo, dijo el caballero.—Así lo haré , dijo Gurth , tomando la sortija : y añadió entredientes : « Lo justo será la mitad de loque pida.» Con esto salió dela tienda, dejando á su amo entregado ásus cavilaciones, las cuales,por razones particulares que no nos es dado comunicar ahorai nuestros lectores, eran extraordinariamente penosas , turbulentasy amargas.Mudemos ahora de escena , y pasemos á los muros de Asbby, ómas bien, á una casa de campo de sus cercanías , perteneciente áun poderoso israelita, y en la cual se habían alojado Isaac de York,su hija y sus criados. Todo el mundo sabe que los judíos son tanfrancos y generosos en dar hospitalidad á los de su creencia y nación,como opuestos á conceder la misma gracia á los estraños.En un aposento de estrechas, dimensiones, pero magníficamenteadornado con muebles del gusto oriental, Rebeca estaba reclinadasobre un montón de cojines primorosamente bordados , los cualesservían de sillones y canapés , y guarnecían una plataforma pocoelevada, que daba vuelta al cuarto, á guisa de los estrados que usabanen otros siglos los españoles. No se apartaban sus ojos ansio-


CAPÍTULO X. 01sos y llenos de afecto filial, de los movimientos de su padre, ei cual6e paseaba con ánimo abatido y con pasos desiguales é irresolutos,"ra alzaba las manos al Cielo, ora fijaba sus miradas en el suelo,como si le aquejase la mas horrible tribulación. «¡ Oh Jacob!esclamaba: ¡ oh vosotros doce santos Patriarcas de las tribus! ¡Quedesventura es esta para uno que observa hasta los ápices la ley deMoisés!; Cincuenta cequines arrebatados de un golpe, y por iosgarfios de un tirano !—Pero, padre, dijo Rebeca, ye creí que dabais el dinero al Principede buena gana.—¡De buena gana ! gritó el judio: la peste de Egipto le confunda.¡ De buena gana! Sí: como cuando en el golfo de León, soplandouna rabiosa tempestad, arrojé al mar las mercancías , vistiendosus embravecidas olas de las mejores sedas del Oriente,preflimandosus saladas espumas con mirra y aloes, y adornandosos hondascavernas con oro y plata labrada: ¿no fué aquél uno de lostrances mas terribles de mi vida? ¿No fueron mis propias manos lasque hicieron el sacrificio, porque era preciso aligerar la nave?— Fué para salvarnos la vida, dijo Rebeca; y el Dios de nuestros«adres ha echado su santa bendición á todas vuestras empresas yespeculaciones.— ¿ Y de qué sirve? respondió el angustiado Isaac; ¿de qué sirvotodo eso, si el tirano se apodera de lo que es mió, como lo ha hechohoy, y me obliga á reir mientras me roba ? ¡ Oh hija mia ! Desheredadosy vagabundos somos; pero el peor de los males que nos atosiganes que en tanto que nos desnudan y nos roban y nos saquean,todo el mundo se alegra y aplaude, y el único recurso que nos quedaes aguantar y sonreír cuando debiéramos vengarnos.— No penséis en eso, padre mió, dijo Rebeca. Nuestra condiciouno dejado tener sus ventajas. Esos gentiles , tan opresores y crueles,dependen de los dispersos hijos de Sion, á quienes desprecian ypersiguen. Sin el socorro de los hebreos , ni pueden mantener sushuestes en la guerra, ni celebrar sus triunfos en la paz. El dineroque se les presta vuelve con grandes aumentos á nuestros cofres.Somos como la yerba: mientras mas hollada, mas lozana yflorida.¿Qué hubiera sido de la fiesta de hoy , si el despreciado judío le.*hubiera suministrado las sumas necesarias?— Hija , otro asunto has tocado, dijo Isaac, que me atraviesa elcorazón de parte á parte. El hermoso caballo y la rica armadura....


92 IVANHOE.¡negocio perdido!... El solo se traga todos los provechos de la semana....y con todo eso, quizás acabará mejor que yo pienso, porqueel mancebo me parece honrado.—Seguro que lo es, respondió la doncella , y no os arrepentiréisdo haberle manifestado vuestra gratitud por el favor que os hizo.— Así lo espero, dijo Isaac, y también espero en la reedificacióndcíerusalen. Pero del mismo modo que los ojos de mi cara han dever los cimientos y los muros del nuevo templo, verán á un cristiano,aunque sea el mejor de ellos, pagar sus deudas á un judío,salvo con la intervención del juez y del carcelero.»Al decir estas razones, continuó el paseo con el mismo abatimientoque antes, Rebeca, viendo que todo lo que decía para consolarle soloservia para suscitar nuevos motivos de pesadumbre , desistió discretamentede su inútil empeño: conducta prudentísima que nosotrosrecomendamos á todos los que en semejantes casos la quieranechar de consejeros.Acercábanse ya las pardas sombras de la noche, cuando una criadaisraelita entró cu el aposento y puso sobre la mesa dos lámparasde plata llenas de aceite perfumado; otro sirviente colocó sobre unmueble de ébano guarnecido de plata los vinos mas esquisitos y losmanjares mas delicados : porque en lo interior de sus casas los judíosno escaseaban las comodidades y finuras del lujo mas suntuoso.En seguida vinieron á decir á Isaac que deseaba hablarle unnazareno, nombre que daban entre sí á los cristianos. El que vivedel tráfico debe estar á disposición del primero que llega. Isaacvolvió á poner sobre la mesa el vaso de vino que había llevado á loslabios, y deque aun no había probado gota, y mandando á su hijaque so cubriese con. el velo, dio orden que el forastero pasase adelante.Apenas había ocultado Hebcca sus hermosas facciones bajo undelicadísimo tejido do plata que le llegaba hasta los píes , se abrióla puerta y entró Gurth embozado en los anchos pliegues de su capanormanda. Su aspecto era realmente sospechoso, y lo pareciómucho mas cuando en lugar de quitarse la gorra se la encasquetóhasta las cejas.«¿Eres lú Isaac el judío do York? preguntó Gurth en .sajón.—Sí, respondió Isaac en la misma lengua, porque sus continuosnegocios le habían obligado á aprender todas las que se hablabanentonces en Inglaterra. ¿Y tuquien eres?


— Nada te importa, respondió Gurth.CAPÍTULO X. 93— Tanto como á lí saber quien soy yo, dijo Isaac; porque ;.de quésirve hablar, si no sé con quién hablo?— De mucho, respondió Gurth : yo vengo á traerte dinero, y porconsiguiente debo saber á quién se lo entrego : tú vas á recibirlo, yde nada te aprovecha saber quién te lo da.— Oh! esclamó el hebreo. ¿A traer dinero vienes? ; Santo padreAbraham! Kso es otra cosa. ¿Y quién es el hombre de bien que feen via?— til caballero Desheredado, vencedor en el torneo de hoy , respondióel porquerizo. Vengo á pagarte el valor de la armadura quele franqueó Kirgath Jairam de Leicester en virtud de tu recomendación.El caballo está ya en tu establo, y ahora es menester queme digas cuanto vale la armadura.—; Bien decía yo, repuso Isaac, que era un escelente joven! No tuhará daño una copa de vino, dijo entregando al porquerizo una copallena de un licor cual jamás habían tocado sus labios. ¿ Y cuántodinero tienes en tu poder?— ; Virgen santa! esclamó Gurth después de haber apurado laoopa y limpiádose los labios con el revés de ¡a mano. ; Que néctarbeben estos perros, mientras nosotros pobres cristianos apenas podemosgustar una mala cerveza turbia como el lodo en que se enfanganlos marranos! ¿Cuánto dinero traigo ? continuó el porquerizodespués de haber terminado su enérgica esclamaeion. Poca,cosa; pero mas vale algo que nada ; y tú, Isaac, aunque judío, debestener un poco de conciencia.•—Tu amo . dijo Isaac , ha ganado escelentes caballos y costosasarmaduras con la fuerza de sus puños y de su lanza ; pero es hombrede bien, y yo me contentaré con todo lo que traes, y le perdonolo demás queme queda á deber.— Mi amo, dijo Gurth, ha dispuesto do todos los despojos que porley del torneo le correspondían.—; Que locura 1 dijo el judío, i Que desacuerdo 1 No hay cristianocuestas cercanías que pueda comprar tan ricas alhajas, ni judíoque ofrezca por ellas la mitad que yo le hubiera ofrecido. Y tentandoel saco que Gurth llevaba debajo de la capa : Lo menos, dijo,que tú trae^ aquí son cien cequines. ¡ Olí como pesa !— Qué ! dijo Gurth , si la mitad está llena de clavos para dardosde ballesta.


MIVANH0E.— Ochenta zequines, dijo el judío, es el último precio de la armadura,y no gano en ella el valor de un alfiler. ¿Los traes?—Escasamente , respondió Gurth, y eso dejando ó mi amo sinblanca en el bolsillo. Sin embargo, puesto que así lo quieres tendrépaciencia.— Echa otro trago de vino, dijo el judío. Ochenta cequines es pocodinero. ¿Y el interés desde antes de ayer ? Además de que, el cabailo puede haber recibido algún menoscabo en el encuentro. ¡Terribleschoques hubo ! Lo mismo se embestían los homb res uno aotro, que los toros de Bashan. Es imposible que el caballo no hayasacado alguna avería.— Pues yo te digo , repuso Gurth , que el caballo tiene todos susmiembros sanos, y ahí está en tus pesebres que no me dejarámentir. Y" te digo , además, que setenta cequines es cuanto basta ysobra por la armadura ; y la palabra de un cristiano es tan buenacomo la de un judío. Si note contentas con setenta cequines , añadiósacudiendo el saco y haciendo sonar las piezas que contenia,me voy como me he venido.— Iso , no , dijo Isaac. Los ochenta , los ochenta. Échalos aquí. •verás como me porto contigo. »Gurth cedió , contó ochenta cequines sobre la mesa, y el judíole dio el recibo del valor de la armadura. Temblábanle las manosde alegría al repasar una á una las primeras setenta monedas. Contólas últimas diez pausada y deliberadamente , parándose en cadauna, y pronunciando alguna frase á medida que caían en el bolsillo.Parecía epue su avaricia luchaba tenazmente con un sentimientoopuesto, y que aquella le impulsaba á embolsar ¡oda la suma»en tanto que su generosidad le inclinaba á restituir una parte deella á su bienhechor.« Setenta y una .... decia, tu amo es un buen muchacho. Setentay dos gallardo mozo. Setenta y tres.... muy hombre de bien.Setenta y cuatro á este cequin le falta algo en el cordoncilloSetenta y cinco ¡qué ligero es este'. Setenta y seis Si tu amonecesita de algo, no tienes mas que acudir á Isaac de York. Setentay siete se entiende, con buenas fianzas.» Aquí se detuvolargo rato, y Gurth empezó á concebir algunas esperanzas de quelas tres restantes no sufrirían la suerte de sus compañeras: mas eljudío continuó su operación aritmética. Setenta y ocho buen.chico eres tú. Setenta y nueve y algo mereces por tu trabajo.»


CAl'ÍTTJLQ X. 95Detúvose otra vez y estuvo contemplando el último cequin conintención de dárselo al porquerizo. Lo pesó con la punta del ded,y lo echó á rodar sobre la mesa. La generosidad hubiera ganado lavictoria si el sonido del cequin hubiera sido algo sospechoso ó sile hubiera faltado un átomo de su peso. Pero por desgracia deGurth , el retintín fué lleno y sonoro , el cuño nuevo, y pesaba ungrano mas de la ley. Isaac no pudo decidirse á tan duro sacrificioasí que lo dejó caer en la bolsa fingiendo una distracción, y diciendo:«((dienta: cuenta cabal, y espero que tu amo te haga un buenregalo. Apuesto, añadió tentando otra vez el saco ,á que todavíaqueda algo dentro.— Otro tanto como lo (pie acabas de contar , respondió el porquerizocon una contorsión violenta que era en él anuncio de risaDobló el recibo , lo puso en la copa de la gorra y añadió : « ¡Pese átus barbas , esta va á ser hasta los topes 1 Y llenando la copa devino sin que el judío le convidase , se la ochó á pechos , y salió de'aposento sin darle las buenas noches.— iíebeca , dijo el judío , ese ismaelita sabe mas que yo. Sin embargo, su amo es un buen muchacho , y yo celebro mucho qu


96 IVANHOK.«Mi padre ha estado chanceándose contigo, buen hombre, le dijoRebeca. Los favores que debe á tu amo son diez veces de mas valorque el precio del caballo y de la armadura; ¿ cuánto dinero le has,pagado en nombre de tu amo ?—Ochenta coquinas , respondió (ínrth no poco sorprendido al oíraquella pregunta.— Cien enquiñes hay en esta bolsa, dijo Rebeca, devuelve á tuamo loque se le debe . y guárdate lo demás. Vete pronto , y no tedetengas á darme gracias; y ten cuidado como atraviesas las callesde la ciudad, que están llenas de gente, y donde fácilmente podríasperder el dinero y la vida. Rubén, dijo dando una palmada, alumbraá ese forastero . y echa el cerrojo , y la tranca á la puerta. »Rubén , rpie era un judío moreno como un argelino, con unaerecida barba negra como el azabache entró en el aposento conuna antorcha en la mano , y echando á andar delante del sajónabrió la puerta que conducía á uir patio empedrado , y á la extremidadde este , abrió otra que daba á la calle. Curth salió por estay oyó el ruido de los caudados , cadenas y cerrojos que Rubén aseguraba, y que hubieran podido guardar un calabozo.« ¡ Por san Dunstan ! dijo (¡urth cuando se vio fuera de la casa,que esta no es judía sino ángel bajado del cielo. ¡ Diez cequinesdel señorito, y veinte de esta perla de Síon ! ¡oh cien veces venturosodia '. Con otro igual, tengo lo bastante para romper la duracadena de la servidumbre , y quedar tan libre del vasallaje comoel que mas. (¡urth , ánimo, que pronto trocarás el cuerno y bel garrotedel porquerizo por la espada y el escudo, y seguirás á tu amobasta la muerte sin necesidad de ocultar tu rostro ni tu nombre. »CAPITULO XI.Aun no habían terminado las aventuras nocturnas de G urth.. Klmismo llegó á sospechar que le sucedería algún percance, cuandodespués de haber pasado dos ó tres casas aisladas, que eran las últimasdel pueblo, se halló en una larga hondonada que servia decamino, y cuyos fiordes estaban cubiertos de espesos matorrales,con algunas encinas que estendian sus ramas sobre la vereda. 1 i a-


CAPÍTULO XI. 97bia en esta profundos hoyos y barrancos, hechos por los carruajesque habían conducido al torneo todo el aparato y los utensilios necesariosen semejantes ocasiones, lira grande además la oscuridadporque aunque la luna estaba fuera del horizonte interceptaba suresplandor la áspera maleza que guarnecía por ambos lados el camino.Oíase á lo lejos el alegre rumor de los forasteros que pasaban lanoche en el pueblo, interrumpido á veces por grandes carcajadasde risa, y á veces por conciertos y cauciones. Toda esta algazaraindicaba el desorden que reinaba en la ciudad, y Gurth empezó ásentir grandes recelos, al considerar el gran número de nobles quehabían asistido á la tiesta, y que habían llevado consigo numerosoacompañamiento de criados insolentes y disolutos. «líazon tuvo lahebrea, decía Gurth á sus solas, y algo diera yo por hallarme a!cabo de la jornada con la bolsa segura. Tales bandadas han acudidoá Ashby, no diré ya de ladrones de profesión, sino de andantescaballeros, andantes escuderos, andantes músicos, andantes bufonesy andantes saltimbanquis, que un hombre con un bizante enel bolsillo correría gran peligro á estas horas en estas encrucijadas;cuanto y mas, un porquerizo sajón, con un saco lleno de zequines.¡Si á lo menos me viera libre de esta intrincada espesura para divisarde lejos al primer bicho viviente que se acercara!»Gurth, en virtud de estas reflexiones apretó el paso, á fin de llegarcuanto antes á la llanura en que terminaba aquella profundavereda; mas no pudo conseguir lo que deseaba. Al llegar á un puntoen que el monte era mas espeso y tortuoso, salieron do repentecuatro hombres, dos por ceda lado del camino, y le echaron manocon tanta violencia, que aun cuando hubiera sido posible resistirlesera ya demasiado tarde para hacerlo. ((Suelta lo que llevas, dijouno do ellos; nosotros somos los libertadores de los oprimidos, yprocuramos aliviar á cada cual del peso que les abruma.—No me aligeraríais tan fácilmente si pudiera siquiera dar tresgolpes en mi defensa, dijo entre dientes el porquerizo, cuya intrepidezno cedía tan fácilmente, ni aun á fuerzas superiores.—Lo veremos, dijo el bandido. Traed á ese bellaco, añadió habiendocon sus compañeros. "Parece que tiene gana de que se lerompa la cabeza, además de perder lo que tiene consigo. Lo sangraremosde dos \ enas a la vez.»Gurth fué conducido no con muy corteses modales al borde iz-7


atsIVANH0E.quierdo del camino, donde era menos espeso el matorral que lindabacon la llanura. De allí le condujeron á lo interior de la selva,londe de pronto se halló en un espacio abierto é irregular, desnudopor consiguiente de árboles, y bañado por la claridad de la luna.VIH estaban otros dos hombres que sin duda pertenecían á la mismacuadrilla. Todos llevaban espadas y garrotes cortos. Gurth observóque llevaban máscaras, lo cual no dejaba la menor duda acerbade su profesión, aun cuando no hubieran sido tan claras sus primarasdemostraciones.>


CAPÍTULO XI.Vi*—¿Y tú como te llamas? preguntó el ladrón.—Toma! repuso Gurth. Eso seria decir como se llama mi señor—Bien sabes la aguja de marear, dijo el preguntón. ¿ Y cómo haadquirido el caballero esta suma? ¿ La ha heredado, ó por qué mediosha venido á sus manos ?—Por la fuerza de su lanza, dijo Gurth. Este dinero es del rescatede los cuatro caballos, y de las cuatro armaduras de los caballerosvencidos.—¿Cuantos cequines hay aquí dentro?—Doscientos justos.—¡"No mas que doscientos 1 esclamó el bandolero. Liberabnentese ha portado tu amo con los mantenedores puesto que contan gran friolera se ha contentado. ¿Quiénes son los caballeros quflhan pagado?»Gurth los nombró.«¡ Ah bribón! ¿Piensas que me has de engañar? ¿Dónde esta elrescate del caballo y de la armadura del caballero templario Briande Bois-Guilbcrt?—Mi amo, respondió Gurth, no quiere nada del Templario, salvola sangre de sus venas. Los dos están desafiados á muerte, y núpuede haber entre ellos cortesía.—¿De veras? dijo el ladrón; y después de haber guardado silencioai gun rato, ¿qué ibas á hacer al pueblo, continuó, con todo esedinero en la bolsa?—Luí, respondió Gurth, á pagar al judío Isaac de Yorck el preciode la armadura que ha prestado á mi amo para el torneo.—¿Y cuánto lo has pagado?—Pagué á Isaac ochenta cequines, y él me ha dado en cambiociento.—Vaya, vaya, esclamaron todos los de la gavilla al mismo tiempo.Este quiere divertirse á costa nuestra: ¡qué mentira!—Lo que os digo, repuso Gurth, es tan verdad como nos alumbraahora la luna. I .os cien zequines que me devolvió el judío, están, enuna bolsa de seda, aparte de la otra suma.—¡Hombre de Dios! dijo el capitán. Considera que estás hablandoele un judío, de un israelita, tan incapaz de restituir el oro que entraen sus uñas, como el desierto de arrojar la copa de agua que elperegrino vierte sobre sus arenas.—No hay mas piedad en su corazón, dijo otro de los salteadores,


100 IVANHOE.que eu el déla mujer del carcelero cuando no se le unta la mano—Lo dicho, dicho, repuso Gurth.—Venga una luz pronto, dijo el capitán. Examinemos el contenidodel saco; y si es cierto lo que ese hombre dice, la generosidaddel judío no es menos milagrosa que la fuente que apaciguó la sedde sus padres en el desierto.»Inmediatamente trajeron una luz los ladrones, y pasaron al escrutinio del saco. Todos ellos formaron un círculo, y aun los quetenían sujeto á Gurth le dejaron suelto, y fueron á alargar el cuellopor cima de los que se habían echado al suelo, para observarmas de cerca la operación. Gurth tenia atados los brazos á la espalda; pero valiéndose del descuido de los ladrones, hizo un gran esfuerzo,rompió la cuerda, y pudiera haberse escapado si hubiese'podido resolverse á abandonar el dinero de su amo. No eran talessus intenciones. Loque hizo fué apoderarse de uno de los garrotes cortos que habian dejado en el suelo, y darle, un terrible gripalcapitán, que no Labia sospechado su designio; y seguramentehubiera podido rescatar la bolsa, á no serían notable la superior:dad del número de sus contrarios, listos aseguraron de nuevo a 1pobre Gurth.Su arrojo escitó la indignación general de los ladrones, y sobriodola del capitán, en cuya frente se alzaba ya un voluminosochichón, Pero en tiempos en que la prenda que mas se estima elloshombres es el valor personal, cualquier acción intrépida y denodadase perdona fácilmente, cualquiera que sea la intención qupagan hechuras. Los perros no deben acometerse unos á otros, i, -hiendo zorras y lobos en el monte,—¡De nuestra profesión! gritó uno de los de !a gavilla.—¿No es pobre y desheredado como-o-: tres? cotinuo el capitfc'.


CAPÍTULO XI. 101-¿No gana, corno nosotros, el pan que come, con la punta de la espada?¿No lia echado al suelo á Frente-de-buey y á Malvoisin, comohiciéramos si pudiéramos? ¿No es enemigo declarado del templario.Brian de Bois-Guilber.t, á quien nosotros se la tenemos jurada? Yaunque todo esto no fuera así, ¿hemos detener nosotros menos concienciaque un judío?—Vergüenza fuera en verdad, dijo uno de los ladrones, que hastaentonces no habia tomado la palabra: sin embargo, cuando yoestaba en la cuadrilla de Gandelyn, no nos parábamos en tantosescrúpulos. ¿Y qué haremos de ese. insolente villano? ¿Hemos de• tejarle ir con lo suyo?—No, dijo el capitán, si tú eres mas hombre que él. Aquí, bellaco,dijo encarándose con Gurth; ¿sabes manejar el palo (li?—Mejor puedes responder á esa preguntaOurth.que yo , contestó—En verdad, dijo el capitán, que no me ha sabido á almendras..Haz lo mismo con ese otro, y si vences, sales libre de nuestras ma-ZÍOS; sino... pero no haya miedo, que te tengo por hombre Capaz dehacerme pagar tu rescate. Toma el garrote, molinero; dadle uno alsajón. Vamos á ver quien puede mas.»j.os dos campeones, provistos de las armas correspondientes, secolocaron en medio de un espacio descubierto, á fin de aprovecharsede la claridad de la luna. Los ladrones reían y gritaban ásu compañero: «Molinero, cuidado con la tapa do los sesos.» Eleeolinero agarró el palo por en medio, y agitándolo en circulo, timanera del golpe que en la esgrima se llama molinete: «Vamos, villano,dijo; empieza si te atreves. Ahora vas á ver lo que s»n lospuños de un molinero.—Si eres molinero, dijo Gurth, imitando el juego de su contrario,eres dos veces ladrón: y yo como hombre de bien no tengoporqué temerte.»Dicho esto los dos campeones se acercaron uuo á otro, ,\ durantela primera parte de la lucha, demostraron gran igualdad defuerza, de sangre fria y de destreza, defendiéndose y atacando sucesivamentecon lamas pronta agilidad, y produciendo un continuogolpeteo, que á cierta, distancia pareció, el de caletre • • seis animososcombatientes. Menos peligrosas y menos obsíin.-IE -, batallas:'*..EI Kiaiajti ¿el pulo FUÉ un EJERKCIOHW; coma A aíitígutiioeuts EO luírlatcrra.


182 IVANHOB.han sido cantadas en versos heroicos por poetas de diferentes siglosy naciones; pero la de Gurth y el molinero no merecerá tanalto honor, por falta de poeta que haga justicia á sus hazañas. Sinembargo, aunque el arma que usaban aquellos adalides no está»uy en moda en nuestros tiempos, haremos en prosa cuanto pulamospara conservar su fama y su memoria.Largo tiempo estuvieron midiendo sus fuerzas, sin que se notaserentaja alguna en favor do uno ó de otro: el Molinero empezó áiesmayar al ver la incontrastable resistencia de su contrario y larechifla de sus compañeros, que, como sucede en semejantes ocasiones,se burlaban de los primeros anuncios de la derrota. El juegodel palo exige gran serenidad y compostura, y el pobre molinerose hallaba harto aturrullado y confuso. Gurth, que no perdíaíon tanta facilidad su presensia de ánimo, se aprovechó de la flaquezade Vi contrario, y ostentó su singular agilidad y conocimientodel arma que manejaba.Sin embargo, el molinero cobró algún valor, y renovó sus ataques,dirigiendo sucesivamente á Gurth las dos estreñíidades delarma, y procurando acercársele á distancia demedio garrote:«iurth se defendía, estendiendo los brazos y cubriéndose, el cuerpoy la cabeza con estraordinaria firmeza y prontitud. Así so mantuvolargo rato, siguiendo el compás con los ojos, con los pies y,'on las manos, hasta que observando que, las fuerzas de su antagonistase agotaban, le asestó un golpe al rostro, y mientras el molinerolo paraba, afianzó el garrote con las dos manos, y le descargóano de Heno en el lado izquierdo de la cabeza.; de modo, que el molinerocayó cuan largo era sobre la verde grama.Esta, proeza fué grandemente aplaudida por los ladrones. «El saion,gritaron,ha salvado la bolsa y el pellejo.—Amigo, dijo el capitán en confirmación del dictamen generaldel concurso, bien puedes seguir 1 o camino cuando te. acomode.Dos de mis camaradas te acompañarán basta la, tienda del caballero:pues quizás podríais encontrar gente de, mas blanda, conciencia queta nuestra: en una noche como esta no faltan aficionados cerca de loscaminos. Solo te prevengo que asi como nos has ocultado tu nombre,te guardes do averiguar el nuestro y nuestra condición, porquete costará muy cari > la menor co sa que lia gas con este objeto.Gurth dio gracias ai capitán por su cortesía, y lo aseguró que*iguiria su consejo, ¡ de los bandidos tomaron entonces sus gar-


CAPÍTULO XI. 103rotes, v encargando al porquerizo que los siguiera de cerca, empezaroná andar por la vereda que atravesaba una parte del montebajo, y las asperezas inmediatas. Al llegar á la estremidad deaquel punto, se presentaron otros dos hombres, á quienes los ladroneshablaron al oido, y que se retiraron inmediatamente. Esta circunstanciadio á entender á Gurth que la cuadrilla era numerosa,y que estaba distribuida cu varias partes de aquellas cercanías, con.puestos avanzados en torno del punto general de reunión.('muido llegaron ¡i tierra, llana y descubierta, donde no hubierasido fácil á Gurth hallar el camino, los ladrones le condujeron á lacima de una pequeña elevación, desde la cual pudo divisar, á favorde la luna, las empalizadas del torneo, los pabellones situados enuna de sus estremidades, y los pendones que ondeaban entre ellos;oyendo al mismo tiempo las canciones con que los centinelas procurabandistraer el fastidio de la noche.Allí se detuvieron los ladrones.«No piulemos pasar de aquí, dijouno de ellos, sin arriesgar nuestraspersonas. Acuérdate fie la palabra, que has dado al capitán. Silenciosobretodo lo ipie ha pasado esta noche, y no te pesara. Siasi no lo hicieres, ni aun la torre de Londres será parte á guarecertede nuestra venganza.—Buenas noches, caballeros, dijo Gurth. Haré lo prometido, yDios quiera darles un tráfico mas seguro y mas honrado.»Separáronse entonces los bandoleros por el camino por dondehabían venido, y Gurt hacia la tienda de su amo, áquien no obslanlelas amenazas que acababa de oir, refirió menudamente cuantole había ocurrido.El caballero Desheredado quedó atónito al saberla generosidad deRebeca, de lo cual en ningún modo quería aprovecharse; y muchomas de la de ios salteadores, con cuya profesión parecia incompatibleaquella prendo. Sus reflexiones, sin embargo, sobre tan patrañascircunstancias, fueron interrumpidas por la necesidad de tomaralgún reposo, a tía de reparar el cansancio de aquel dia, y de recobrarfuerzas para los ataques del siguiente.El caballero se recostó sobre un lecho suntuoso con que estabaprovista la tienda. El riel porquerizo imitó su ejemplo, sirviéndolode cama, la piel de oso que servia de alfombra, y tomó la precauciónde colocarse al través de la puerta, á Un de que nadie pudieseenerar en el pabellón sin dispertarle.


104 IVAMIOE.CAPITULO XII.Amaneció el dia brillante y sereno,y antes deque estuviera mu;entrado, los espectadores mas desocupados y curiosos empezaron ádirigirse al palenque, como á un punto general de reunión, a finde encontrar puestos cómodos para ver los ejercicios que, se preparaban.Los maestres y sus acompañantes se, presentaron en seguida.jimtameute con los heraldos, con el objeto de saber los nombres de loscaballeros que acudirían á tomar parte en el torneo, y al partidoen qué deseaban alistarse: precaución necesaria para que hubieseigualdad éntrelos dos cuerpos contrarios.Según los usos y formalidades establecidas, el Desheredado debíacapitanear una de las cuadrillas, y Urian de líois-íiuilbert laotra, por haber obtenido el segundo lugar en los combates del dinanterior. Los otros mantenedores se alistaron, como era natural, enla cuadrilla del Templario, escepto lialfo de Vipont, á quien su caldaestorbaba el uso de la armadura. Muchos fueron los distinguidosy nobles campeones que abrazaron una y otra causa.En efecto, el torneo general en que todos los caballeros peleabanS la vez. era el mas frecuente en aquel siglo, aunque harto mas peligrosoque el torneo de bpmbre ;i hombre. Muchos caballeros queno tenían bastante, confianza en su propia destreza para desafiarun adversario de gran reputación, preferían el combate general,donde podían ostentar su calor, y encontrar antagonistas igualesEn la presente ocasión, mas de cincuenta caballeros.se habían alistado en cada cuadrilla, cuando los maestres declararon que no podian admitir mas combatientes; lo que causó general disgusto á los que Labian llegado tarde á inscribir sus nombres.A las diez de la mañana, toda la llanura estaba cubierta de hombres y mujeres á caballo y ¿pié, que se acercaban apresuradamenteó las barreras. Poco tiempo después anunciaron las trompetas lavenida del príncipe Juan: estese presentó escoltado por los caballo -TOS de su Curte que se hablan alistado en la pelea, y por los otro.,que no habían tenido seniehrde intención


CAPÍTULO XII. 105Casi en el mismo instante llegó Cedric el Sajón, con lady Rowuna;pero sin su amigo Athelstane. Este barón babia armado sucorpulenta persona, con áninio de combatir; y con no poca estrañezade Cedric, se habia puesto de parte del caballero Templario.Kl Sajón le reconvino amargamente acerca de una elección tan desacordada;mas no recibió otra respuesta que la que ordinariamentedan en tales ocasiones los que están mas resueltos á seguirque á justificar el partido que han abrazado.Athelstane guardó en su pecho la única razón que tenia paraalistarse en la cuadrilla del Templario. Aunque su natural indolenciale estorbaba grangearse el afecto de lady Eowena, sin embargo,muy lejos estaba de ser insensible á su mérito, y miraba suenlace con aquella dama como negocio concluido y sancionado porel consentimiento de Cedric, y de los otros amigos de la familia.Por tanto, no pudo ver sin enojo que el vencedor del día precedente hubiese; conferido á Eowena la dignidad de Reina del amor yde la hermosura. Para castigar un arrojo que era á su entender lausurpación do los derechos que esclusivaruen.te le pertenecían, Athelstane,fiado en sus propias fuerzas y en la. destreza, que sabíanencomiar con grandes ponderaciones sus aduladores, habia determinadono solo privar al caballero Desheredado del socorro que huMera podido darle peleando en su cuadrilla, sino medir tambiéncon él su hacha si se le presentaba ocasión favorable.Hraey y los otros caballeros de la comitiva del Principe, dócilesa su voz, se habían unido á la cuadrilla de los mantenedores; porqueJuan empleaba todos los medios posibles á fin de que se declaraseen favor de estos la victoria. Los oíros paladines normandosy sajones, nacionales y estranjeros, que se hablan puesto del ladocontrario, tenían á mucha honra que los capitanease un caudillotan valiente como habia probado serlo el caballero Desheredado.! uaudo el Príncipe notó que la Reina del torneo se aproximaba,usando de aquella urbanidad que tan bien le sentaba cuandoquería hacer uso de ella, corrió á su encuentro, se quitó la gorra,y echando pié á tierra, dio la mano á Rowena para, que desmontasedel palafrén: uno de sus mas distinguidos cortesanos tuvo entretantoal corcel por la brida, y todos los demás personajes se man--tvr ieron descubiertos..Así es, dijo el príncipe Juan, como manifestamos nuestra lealu.¿ú la. Reina del amor y de la belleza. Ahora permitidme que os


10(5 IVANHOE.conduzca al trono que os está destinado. Nobles damas, acatad ávuestra Reina, como queráis ser acatadas cuando ocupéis el mismopuesto.»El Principe llevó por la mano a Iíowena basta el sitio deshonor,que estaba enfrente de su trono, y las mas bellas é ilustres damasde las presentes, corrieron á ocupar puestos inmediatos al de susoberana.Apenas tomó asiento Rowena, cuando saludaron su dignidad losinstrumentos bélicos y los gritos del concurso. El sol reflejaba almismo tiempo sus rayos en las resplandecientes armaduras de loscombatientes de ambas cuadrillas, (pie colocados en las dos estremidadesopuestas, conferenciaban entre sí acerca de las disposicionesdéla linea de batalla, y demás precauciones oportunas parasalir airosos del encuentro.Pos heraldos impusieron silencio, para, que se oyese el pregón delas leyes del torneo, en las cuales se notaban varias precaucionesá fin de disminuir los peligros del combate: cautela necesaria,puesto que este debia sostenerse á punta de lanza y dio de espada.El pregón decia que en el uso de esta, solo se permitía (d tajo, yse, prohibía enteramente la, estocada. Los caballeros podían pelearcon el bacba, si lo tenían á bien, mas en ningún caso con daga. IIcaballero desmontado podía volver á entrar en combatí 1con otrodesmontado del lado opuesto; mas ninguno de los montados podíaatacarle ni ofenderle. Cuando un caballero hubiese estrechado a,otro, basta una de las estremidades del palenque, el segundo deberiaconfesarsevencido, y perdería el derecho de entrar otra vezen combate durante el torneo. Su caballo y su armadura, serianentregados al vencedor. El caballero que cayese al suelo, y no pudieserecobrarse ni ponerse en pié, seria socorrido por sus pajes yescuderos; mas seria declarado vencido, y perdería armas y caballo.La batalla cesaría cuando el principe Juan hiciese seña con elbastón: otra precaución indispensable para evitar la, efusión de,sangre que ocasionaría el demasiado encarnizamiento de los combatientes.Cualquier caballero que faltase á las leyes del torneo, óa los usos y reglas de la caballería, seria despojado de la armadura,y con el escudo de revés, puesto á caballo sobre las vallas, paraservir de escarnio al público, en penado su desleal y villana conducta.Terminado ei pegón, !o« bewldo» tv.borlaron a los corrí—


CAPÍTULO XII.íu"íbatientes u cumplir con la obligación del día, y á merecer ei favorde la Reina del amor y de la hermosura.Cumplidas todas estas formalidades, los heraldos se retiraron áms puestos. Los caballeros entraron en coluna á ocupar los suyos,y se formaron en dos lilas, cada uno en frente de un antagonista.Cuando los jefes ó cuadrilleros hubieron colocado á cada cual en,:i


108 IVANHOK.midiendo los aceros con los antagonistas; dos ó tres, heridos é incapacesde continuar, se vendaban con las fajas, y procurabanapartarse del encuentro. Los caballeros montados, los cuales habiancasi todos roto sus lanzas en el primer choque, peleaban con lasespadas, prorumpiendo en sus acostumbrados gritos, y repitiendotajos y reveses con tanto ahinco y tesón, como si el honor y la vidadependiesen de aquel lance.Aumentóse ala sazón el tumulto por haber entrado en combatela segunda fila de cada cuadrilla, que obraba como cuerpo de reserva,y que corrió precipitadamente al auxilio de la primera. Los partidariosde Brian do Bois-Guilbert gritaban; «Mancan, Bauvaii (bEl Temple, el Temple.» El opuesto partido respondía con las aciadaciones: «Desheredado, Desheredado:» cuyas voces eran tomadasdel mote que llevaba en el escudo cada uno de los cuadrilleros.La batalla presentó entonces diferentes alternativas de ventajaen cada uno de los bandos antagonistas, según la furia de los combatientes,su destreza, su vigor, y el fuego y docilidad de sus caballos;y á medida que prevalecía una ú otra cuadrilla, se veíafluctuar la masa general hacia cada una de las estremidades de lapalestra. El retumbar de los golpes y los gritos de los caballeros ylos ecos de los instrumentos marciales, formaban un estrepitosoconcierto que ahogaba los aves de los heridos y de los que caiaoindefensos á los pies (le los caballos. Las espléndidas armaduras,empañadas con el polvo y con la sangre, cedían ya á los tajos delas espadas, ya á los golpes de las hachas. Los ostentosos plumajes,desprendidos de los yelmos, eran arrebatados por el viento, ;>guisa de copos de nieve, i.a hermosura y lucimiento del aparatomilitar había desaparecido. y solo se veía una escena de odio y d*peligro, que no podía inspirar mas que terror y compasión.Tal era sin embargo el imperio de la costumbre, que no solo elvulgo ignorante y grosero, que por lo coi aun se place en espectáculossanguinarios, sino las damas que coronaban las galerías,miraban aquella encarnizada lid, con afanoso interés sin duda,pero al mismo tiempo sin poder apartar de ella los ojos. Cuandoun amante, un marido ó un hermano saltaba de la silla, esparcíasemortal palidez en. algún rostro, y sonaba un grito agudo de es(1; Banca» «xa. el .. ole d« la bandera de loa Templarios, te cual era medio blaicay medio negra. oti se "ai de que aquella orden se mostraba tan benigna y la »venable á los Cristiane:: como formidable y terrible á los Sarracenos.


CAPÍTULO XII. 109panto. Pero en general todas las damas incitaba á los combatientescon palmadas y con las acostumbradas aclamaciones: «Bravalanza... buen golpe,•> cuando observaban algún lance que mere -ciese su aprobación.Y si el bello sexo se interesaba de tal modo en el éxito de tancruel diversión, inútil es decir que no era menos vehemente eialan con que la miraban los hombres. Espresábanlo en ruidosa griteríaá cada mudanza de fortuna : y de tal modo se fijaban las miradasde todo el concurso en la batalla, que no parecía sino que losespectadores eran los que recibían los golpes que no cesaban deasestarse los combatientes. Oíase de cuando en cuando la voz de losheraldos, que gritaban: «Animo, valientes caballeros. El hombremuere: y la gloria vive. Pelead... la muerte es preferible á la deshonra. Bellos ojos merecen grandes hazañas.»En medio de las variadas suertes de la pelea, todos los concurrentesprocuraban distinguir á los cuadrilleros, los cuales acudíaná lo mas empeñado de la batalla, para animar á sus compañeroscon la voz y con el ejemplo. Uno y otro hicieron aquel diagrandes hazañas: y ni el Desheredado, ni Brian de Bois-Guilbert,hubieran podido hallar en las filas contrarias otro enemigo capazde medir con ellos las armas. Repetidas veces se dirigieron uno áotro, para pelear do hombre á hombre, á lo que les impulsaba nosolo su mutua animosidad, sino el deseo de decidir de un golpe e|éxito del torneo, pues la suerte del cuadrillero era comunmente laseñal de la completa victoria.Pero cuando el número de los caballeros de ambos partidos empezóá disminuir, después haberse confesado vencidos los unos,arrollados los otros á las barreras, y retirados© no pocos, por losgolpes y heridas que habían recibido, el Templario y el Desheredado,se encontraron mano á mano con toda la furia que puedeninspirar el odio y la competencia del honor. Tal fué la destreza chambosen el ataque y en la defensa, que los espectadores prorumpieronunánime é involuntariamente cu aclamaciones de aplauso,efecto de la admiración que inspiraban sus proezas.La cuadrilla del Desheredado empezó entonces á flaquear y retroceder.El terrible brazo de Erentc-do-buey por un lado, y posotro el poderoso empuje de Athelstane, lograron deshacerse mu}en breve de los dos caballeros con quienes empezaron el combatí'Hallándose libres de sus inmediatos antagonistas, parece que álos


110 IVÁNHOE.dos les ocurrió al mismo tiempo la idea de ayudar del modo masventajoso á su partido, socorriendo al Templario en la lucha consu rival. Volvieron riendas casi al mismo instante, y el sajón acudiópor un lado y el normando por otro, lira casi imposible resistirá tan desigual é inesperado ataque; y quién sabe, cual hubierasido la suerte del Desheredado, si no lo hubiera salvado el gritogeneral de los espectadores, que no podían menos de decidirse enfavor del que peleaba con tanta desventaja.«¡Ojo alerta, señor caballero Desheredado! > Tales fueron las vocesque sonaron simultáneamente eti todo el ámbito de la palestra;y esto fué lo que le dio á entender el riesgo que corría. Descargóun golpe al Templario, y volvió el caballo para eludir los de aquellosdos nuevos enemigos. Viendo estos frustrada su intención,corrieron en opuestas direcciones á ponerse entro Brian y el Desheredado,y tan violento fué su arranque, que casi se atropellaronuno á otro. Recobráronse con prontitud, y circundando el objetode su encono, insistieron en su designio de echarle al suelo.Hubiéranlo logrado en efecto, á no ser por la estraordinariafuerza y agilidad del generoso bruto con que, habían sido premiadassus hazañas del día anterior; lo cual le fué tanto mas provechoso,cuanto que el caballo de Brian de liois-tíuilbert estaba herido,y los de Frente-de-buey y Athelstane cedían ya á la violentafatiga de los lances anteriores, al enorme peso de sus fornidosamos y de sus armaduras. La admirable destreza del Desheredadoen manejar el agilísimo y fogoso caballo que montaba, le sirviódurante algunos minutos para hacer frente á los tres enemigos: áveces giraba con la rapidez del balcón que se lanza sobre la presa,á fin de mantenerlos separados, á veces descargaba un tajo al uno,después de haber fingido dirigirlo al otro, y siempre estaba su espadaen movimiento, evitando y parando los golpes que de consunole asestaban.Pero aunque todos admiraban aquella increíble prontitud y sereuidad,veían al mismo tiempo que era imposible que durase : los queestaban alrededor del Príncipe le instaban á que hiciese la señalque debía poner término á la lucha , á fin do evitar á tan gallardocaballero un vencimiento que solo podia atribuirse ala despropor--•don de las fuerzas con que se las había.«No, por la clara luz de ios Cielos, respondió (d Príncipe; el motíveteque oculta su nombre y desprecia las ofertas de mi bospi-


CAPÍTULO XI.lalidad, ha ganado ya un premio, y es necesario que cada uno tengasu vez.» Mas apenas hubo dicho estas palabras, un incidenteinesperado cambió el aspecto del combate.Entre los caballeros de la cuadrilla del Desheredado había uncampeón cubierto de negra armadura , montado en un caballo negro,alto, robusto, y según todas las apariencias, fuerte y poderoso.Este combatiente, que no llevaba mote en el escudo, había tomadohasta entonces poca parte cu la pelea. Es cierto que habíacencido con aparento facilidad y soltura á los que le habían atacado: pero sin aprovecharse de sus ventajas, y sin atacar á ningunode los de la cuadrilla opuesta. En fin, mas bien parecía espectadorque combatiente: por lo cual, y por el color de sus armas \ caballo,ios concurrentes le habían dado el nombre de El Negro ¡rollazan.Al ver á su cuadrillero en trance tan apurado, este desconocidosalió de pronto de su inacción, y arrimando espuelas al caballo queestaba descansado y fresco, se lanzó raudo á la pelea, gritando convoz semejante;'; la del clarín: «Aellos, Desheredado.:) Oportunísimofué en verdad su socorro, porque mientras el Desheredado estrechabaá Brian de Bois-Guilbert, Frente-de-buey alzó contra élla espada, mas antes que descargase el golpe, el Holgazán le asestóuno tan terrible, que ginete y caballo se desplomaron al suelo. Enseguida, volvió riendas á Ooningsburgh; y habiéndosele roto la espadaen su encuentro con el normando, arrancó de las manos delsajón el hacha, y lanzándosela á la cabeza le arrojó al suelo sin sentido.Terminadas estas dos proezas, por las que recibió infinitosaplausos de los sorprendidos espectadores, volvió á su primera intolencia,se arrimó á un lado de las barreras, y dejó al Desheredadoque se las hubiese á solas con el caballero del Temple. Mas suposición no (¡ra tan crítica como al principio. El caballo de Brianhabía perdido mucha sangre y no pudo resistir á los golpes de suantagonista. Brian cayó al suelo sin poder desembarazar el pié delestribo. Entonces el Desheredado saltando del caballo, le mandóque se rindiese ; pero el príncipe Juan, compadecido de la peligrosasituación del Templario , mas que lo había estado de la de sumemigOj le evitó el bochorno de confesarse vencido, y arrojando;l bastón á la palestra puso fin á la batalla.De esta solo habia quedado aquel combate particular entre ioslos caudillos; porque de los pocos caballeros que habían pernoane-.ijj


112 IVANHOE.cído en el palenque , la mayor parte habían convenido en suspenderlas hostilidades, y dejar la suerte de la lid confiada á los acerosde sus jefes.Los escuderos, que no habian podido atender á sus amos, por noesponerse álos peligros y dificultades de la batalla, entraron entoncesen la palestra, de donde fueron sacados los heridos con el mayoresmero y precaución , y conducidos á los pabellones inmediatos, ófi ios cuarteles que se les habian preparado en la ciudad vecina.Así terminó el memorable torneo de Ashby-de-la-Zouche, uno delos mas reñidos y encarnizados de aquella época : porque aunquesolo murieron en el campo cuatro de los combatientes , incluso uno¿quien ahogó el peso de la armadura, mas de treinta recibieronatroces heridas y nunca jamás se recobraron de ellas. Muchos níasfueron los que quedaron estropeados para toda la vida; y los quemejor escaparon conservaron trazas del conflicto hasta el sepulcro;por cuyas razones las crónicas antiguas llaman aquella j usta el gen -til llore paso de armas de AsMy.Llegado el momento de que el príncipe Juan nombrase el caboPero que mejor se halda portado en los lances del dia, decidió queaquel honor era deludo al que la voz pública habia designado conel dictado del Negro holgazán. No faltó quien insinuase al Príncipe,que el caballero Desheredado era quien realmente habia ganado ¡a.victoria, puesto que en el curso del dia habia vencido con sus armasseis campeones, y por último desmontado y postrado al sueloal caudillo do los contrarios. Pero el príncipe Juan se mantuvo ensu opinión, alegando que el Desheredado y su cuadrilla hubieransido completamente derrotados, á no haber sido por el eficaz y poderosoausilio de! caballero de la negra armadura, á quien por tanío persistía en adjudicar el premio.No fué poca la sorpresa de todos los concurrentes, cuando se supeque nadie podía dar con el Negro holgazán. Rabia salido de lasi-arreras inmediatamente que cesó la pelea, y algunos cuidosos 1,habian visto internarse en lasciva, con la misma lentitud y conaquel continente Pojo y desidioso que le había grangeado el epítetopor el que era generalmente designado Dos veces le llamaron envano las trompetas y los pregones de ios heraldos: de modo , quefué necesario nombrar otro caballero que recibiese los honores de Pfiesta. Kl Principo no pudo resistir al indisputable derecho del De- -heredado, y lo proclamó campeón o» 1Pe


CAPÍTULO XII. 113Los maestres condujeron de nuevo al vencedor al trono del Príncipe,por medio del campo cubierto de sangre y sembrado de armadurasrotas y de caballos muertos ó heridos.«Caballero Desheredado, dijo el Príncipe, ya que este es el e'micovítulo por el que permitís que se os llame, segunda vez os damossos honores del torneo, y el derecho de pedir y recibir de manos dela Reina del amor y de la hermosura la corona de honor que vuestrovalor tan ampliamente ha merecido.- Kl caballero se inclinóprofundamente sin desplegar los labios.Mientras sonaban las trompetas, y los heraldos enronquecían proclamandohonor al valiente y gloria al vencedor ; y mientras lasdamas tremolaban sus fajas de seda y sus velos bordados, al compásde la algazara y vivas de la muchedumbre, los maestres delcampo conducían al vencedor por medio del palenque, á los piesdel trono de honor que estaba ocupado por lady Rovvena.Los maestres le hicieron arrodillar en la mas baja de las gradasque conducían al trono: y cierto que todos sus movimientos desdeque terminó la batalla, habían parecido mas bien dirigidos por impulsoageno que por su propia y libre voluntad. Algunos observaronque titubeaba y apenas podía sostenerse cuando atravesó segundavez el campo. Rovrcna, bajando de su puesto, con agraciadoy majestuoso talante iba á colocar la corona que llevaba en las manosen torno del .yelmo del campeón , cuando los dos maestres clamaronal mismo tiempo : « no debe ser así, sino con la cabeza descubierta.»El caballero pronunció algunas palabras , cuyo débil yconfuso sonido se perdió en la concavidad del yelmo: pero bien seechaba de ver que se resistía á dejar espuestas sus facciones á losojos del público.Sea por apego á las leyes y usos de la caballería, sea por curiosidad, los maestres no dieron oidos á su repugnancia, sino que ledespojaron del yelmo, rompiendo los cordones del casco, y aflojandolas hebillas de la gola Entonces se dejaron ver las facciones bienformadas, aunque tostadas por el sol, de un joven de veinte y cincoaños, de cuya frente ondeaba rubia y poblada cabellera. Cubríaleel rostro mortal palidez , y en él se notaban algunas gotas desangre.Apenas le vio la soberana del torneo, cuando lanzó sin podersereprimir un grito agudo: recogiendo, sin embarg-o, todas las fuerzasde su ánimo, aunque sin contenor el violento temblor que agi-8


114 IVANHOE.taba todo su cuerpo, colocó en torno de la abatida cabeza del vencedor la magnífica corona destinada á premiar sus hazañas, y pronuncióen voz clara y distinta las siguientes palabras: «Os do.vesta corona, señor caballero, como señal de la victoria cpie habéisalcanzado.» Detúvose un momento, y añadió con ürmeza: «Y jamás ciñeron sienes mas dignas los símbolos de la caballería , deitriunfo y del valor.»El caballero inclinó la cabeza, y besó la mano de la amable Soberana que habia recompensado sus esfuerzos: en seguida subió otroescalón,y cayó desmayado á sus pies.Este accidente produjo una consternación general. Cedric, cuyasorpresa y enmudecimiento al ver á su desterrado lujo, no acertamos á describir, corrió á separarlo de Eowena ; mas ya lo habíanhecho así los dos maestres del campo, los cuales sospechando lacausa del desmayo de Ivanhoe, se dieron prisa á desarmarlo, y haliaron el peto atravesado por la punta de una lanza, la cual habíheridoal caballero en un costado.CAPITULO XIII.El nombre de Ivanhoe corrió inmediatamente de boca en bocacon toda la prontitud que emplean en acontecimientos tan imprevistosla sorpresa y la curiosidad. Ni tardó mucho en llegar idacompañamiento del Príncipe , y á sus oidos, el cual frunció ceñudamente el gesto, al saber una nueva tan desagradable. Dirigiéndose sin embargo á los cortesanos, con aire de desprecio : «Mitores,les dijo, y vos, P. Prior Aymer , ¿qué pensáis de lo que dicenlos peritos acerca de las antipatías innatas y de las atracciones VDándome estaba el corazón que no se hallaba lejos de mí el benjamínde mi hermano , aun antes de saber quién se ocultaba bajoaquella armadura.—Bien puede prepararse Erente-de-buey á restituir el feudo deIvanhoe , dijo Bracy que después de haber peleado valientementeen el torneo y despojádose de sus armas , estaba ya con los otrospersonajes de la comitiva del Príncipe.— Sin duda, dijo Waldemar Eitzurse al Príncipe; porque es re


CAPÍTULO XIII.llftguiar que este valentón venga á reclamar el castillo y las tierrasque Ricardo le dio, y que vuestra Alteza ha adjudicado después generosamente á Frente-de-buey.—Frente-de-buey, repuso el Príncipe, no es hombre que deja escapartan fácilmente los castillos y tierras que tiene entre las uñasY por lo demás, caballeros, creo que ninguno de vosotros me negaráel derecho de conferir los feudos de la Corona á los que me sirveny asisten fielmente, y están siempre apercibidos á esgrimir susarmas en servicio de la Nación, en lugar de los vagabundos que sevan á tierras estrañas, y por consiguiente no pueden acudir cuando el servicio público les necesita y llama.Los oyentes, que estaban vivamente interesados en aquella cuestión,pronunciaron de común acuerdo que el Príncipe habia ejercido un derecho inenagenable y sagrado. «¡Viva el generoso príncipeJuan! Viva quien tan liberalmente sabe recompensar á sus fieles servidores!»Tales fueron las eselamaciones de los palaciegos, de los cualesalgunos habían recibido ya, y la mayor parte esperaba recibiriguales gracias y concesiones, á espensas de los amigos y favoritosdel rey Ricardo. El prior Aymer fué de la misma opinión, añadiendosin embargo que la santa ciudad de Jerusalen no debia entrar enel número de las tierras estrañas de que habia hablado Su Alteza,por ser commuiiis maler, es decir, la madre común de todos losCristianos. «Mas con todo eso , dijo , no creo que el caballero deIvanhoe pueda alegar esta circunstancia en su favor, pues todo»saben que la hueste de cruzados mandada por el rey Ricardo noha dado un paso mas allá de Ascalon, que es una ciudad de Filisteos,como es público y notorio, y de ningún modo acreedora á losderechos y prerogativas de la santa Ciudad.»Waldemar , cuya curiosidad le habia impelido al sitio en queTvanhoe habia caido desmayado, volvió apresuradamente , y dij


116 :> \M,ov.El Principe pronunció estas frases con amarga sonrisa. WaldemarFitzurse respondió que ya habían sacado áIvanhoe de la galería,y que estaba á cargo de sus amigos.«Movióme á compasión, añadió, la angustia de la Peina del amory de la hermosura, cuyas galas se han convertido en luto de resultasde aquel suceso. No soy yo hombre de los que se enternecená los lamentos de una mujer , sobre todo cuando los arranca ungalán: pero es justo decir que la tal Soberana reprimió con muchagravedad los impulsos de su dolor, pues ni siquiera derramó unalágrima; pero bien se echaba de ver lo que pasaba en su corazón,al ver aquellos brazos lánguidos, y aquellos ojos trémulos , que envano procuraban fijarse en las pálidas facciones del amante.—•¿.Quién es, preguntó el Príncipe, esa lady Eowena, de que tantose habla?—Una sajona respondió un cortesano, heredera de vastas posesiones; la rosa del amor, y la joya de la riqueza ; la mas hermosa entrelas hermosas ; una rama de florido mirto: una perla, un rubí,un diamante.—Es preciso consolarla, dijo el Príncipe, y purificar su raza conun marido normando. Parece menor, y por tanto nos toca disponerde su mano. ¿Qué dices á esto, Bracy? ¿Quisieras tú tener buenasrentas y posesiones, casándote con una sajona , como hicieronlos partidarios del Conquistador?—Si las posesiones son de mi gusto , respondió el aventurero,harto será que me desagrade la novia; sea quien fuere: grande fuerami reconocimiento hacia vuestra Alteza por esa buena acción,que satisfará las promesas benignamente hechas ú su servidor yvasallo.—Hablaremos de eso , dijo el Príncipe; y para no perdertiempo, vaya nuestro senescal á convidar de orden mía al banquetede esta tarde á lady Eowena y á su acompañamiento, esto es, a)villano del tutor, y al buey sajón á quien arrojó al suelo el Negroholgazán. De Bigot, dijo hablando con el Senescal , lleva este segundomensaje con la posible cortesía, á fin de adular el orgullode esos sajones, y haz cuanto puedas para que no rehusen la invitación.Usar de urbanidad con esa gente es echar perlas á verracos.>-•Terminada esta conversación, iba el Príncipe Juan á retirarse desu galería, cuando pusieron en sus manos un billete


CAPÍTULO xm. 11*3« ¿Do dónde? preguntó el Príncipe á la persona que se lo habíaentregado.—De países estranjeros, respondió; mas no puedo decir de cuál.I¿I francés que lo ha traído dice que lia corrido día y nocheponerlo en manos de vuestra Alteza.,.paraEl Príncipe leyó atentamente el sobrescrito, y después examinóel sello que sujetaba el cordón de seda alrededor del billete, y querepresentaba las tres flores de lis. Juan lo abrió entonces con algunaagitación , que aumentaba visiblemente á medida que leiasu contenido, el cual era como sigue :Ojo alerta, que el diablo anda suelto.El Príncipe mudó de color ; bajó los ojos, y los clavó después enel Cielo, como un hombre que acaba de leer su sentencia de muerte,Recobrándose de los primeros efectos de,^ sorpresa, llamó áY aldemar de Fitzurse y á Bracy aparte, y les puso sucesivamenteen las manos aquel fatal billete.v Invención pura, dijo P.racy, y terrores falsos.- -La letra y el sello son del Ley de Francia, dijo Juan.—Va es tiempo, dijo Fitzurse , de recoger todo nuestro partido,en York ó en otro punto central. Dentro de pocos días será tarde.Vuestra Alteza debe mandar concluir todas estas pantomimas.—Sin embargo, dijo Bracy, el pueblo no ha tomado todavía parteen los ejercicios del torneo, y no fuera, bien que se retirara disgustado.—Aun queda dia bastante, dijo Waldemar, para ver algunos tiro?de arco. Bastan pocos para adjudicar el premio. Con esto cumplevuestra Alteza lo que ha ofrecido, y harto y demasiado es paraesos villanos sajones.—Te doy gracias, Waldemar, dijo el Príncipe , por haberme recordadola deuda que tengo contraída con aquel insolente campesinoque ayer insultó mi persona. Tampoco ha de haber alteraciónen el banquete. Si fuera esta la última hora de mi poder, la dedicaríaal placer y á la venganza. Vengan mañana las pesadumbres, siquieren.»VI toque délas trompetas volvieron atrás los espectadores que yahabían empezado á retirarse. En seguida se leyó el pregón, en quese anunciaba que en virtud de sus altas y perentorias obligacionespúblicas, el príncipe Juan se veía obligado á poner termino álos ejercicios de la justa, y que los dispuestos para el día siguiente


118 1VANH0E.ai) podian tener lugar ; que, sin embargo, no pudiendo consentiren que se retirasen tantos honrados pecheros y paisanos sin hacerprueba de su destreza y tino, les invitaba á disputar desde luego elpremio que hubiera sido adjudicado el dia siguiente; por último,¡rué este premio se compouia de un cuerno de caza guarnecido doplata, y un collar de seda bordado, con la medalla de san Huberto,patrón de la montería.Mas de treinta personas se presentaron inmediatamente comocompetidores ; entre ellas habia algunos monteros y guardas deios bosques y parques reales. Mas cudrido los tiradores supieron¿on quien iban á rivalizar, se retiraron mas de veinte , que no seatrevían á esponerse á la vergüenza de un vencimiento casi seguro.Porque en aquellos dias,la destreza de cada uno de los tiradoresacreditados era tan famosa y conocida muchas millas á la redonda,como en el dia los nombres de los caballos que se inmortalizanlas carreras de Newmarket.La reducida lista de combatientes en aquella selvática justa , nopasaba de ocho. El príncipe Juan bajó del solio , para examinar decerta sus personas , y vio entre ellos algunos vestidos con la libreade la casa Real. Satisfecha esta curiosidad, buscó al objeto desu encono, el cual no se habia apartado de su sitio, donde se manteníatan impávido como acostumbraba.«Camarada, dijo el Príncipe, desde luego he conocido en tu insolentecharla que no eres verdadero aficionado al arco; y ahora veoque no te atreves á colocarte entre estos hombres honrados quevan á lucir su tino.—Con vuestro perdón, dijo el campesino, tengo otra razónno tirar, además del recelo de no salir airoso.para—¿Y cuál es esa otra razón ? preguntó el príncipe Juan que sinsaber porqué le miraba con afanosa curiosidad.—La razón es, dijo el rústico, porque no sé si esos hombres y yousamos del mismo tiro y á la misma distancia: fuera de que, tampocosé si Y. A. se resolverá á dar el tercer premio del torneo áquien involuntariamente ha incurrido en su desagrado.—¿Cómo te llamas? dijo el Príncipe poniéndose de mil colores.—Locksley, respondió el pechero.—Pues Locksley, dijo el Príncipe, habrás de tirar cuando estosjiros hayan concluido. Si ganas el premio, cuenta con treinta monedasmas; pero si lo pierdes, serás despojado de tus ropas, y azota-


CAPÍTULO XIII. i 19t! o con las cuerdas délos arcos, como bellaco insolente •> palabrero.—¿Qué me ha de suceder si me niego á aceptar ese partido? preguntóLocksley. "V. A. puede servirse de su fuerza y autoridad para.¡ue se me impongan los castigos que fueren de su agrado; mas todosu poder no alcanza á hacerme tirar el arco si no me acomoda.—En ese caso, dijo el Príncipe, el preboste del torneo cortará lacuerda de tu arco, romperá tus flechas, y te arrojará del concursocomo un malsin desvergonzado.—No me parece que V. A. lo hace muy bien conmigo, dijo el campesino.¡Qué 1 ¿Castigarme con la infamia porque no me atrevo ácompetir con los mas diestros tiradores de estos condados ? Sin embargo,será preciso obedecer á V. A.—¡Cuenta con él, guardias! dijo el Príncipe; ya empieza ádesalentarse,y no quisiera yo por todo el oro del mundo que, se escapasesin tirar. Y vosotros, camaradas, ánimo y haced vuestra obligación.Tin cabrito y una bota devino están preparadas para vuestroregalo después de concluido el tiro.»Colocóse el blanco al fin de la entrada del sur del palenque. Losoiupetidores ocuparon sus puestos á la distancia acostumbrada enaquella clase de ejercicios. Echáronse suertes para saber el ordenque habían de guardar entre sí, y se decidió además que cada unotiraría tres voces sin interrupción. Dirigía todas las formalidadesun empleado inferior llamado el preboste del tiro; porque el puestode maestre de campo era demasiado distinguido, y no podia sindeshonra, intervenir en los ejercicios de la gente común.I.os monteros se presentaron uno á uno, y dispararon lastres fiedlascon gran firmeza y tino. De las veinte y cuatro, diez hirieronel círculo; las otras se aproximaron tanto, que atendida la distanciapodían considerarse como escelentes punterías. De las diez quedieron en el círculo, dos eme quedaron fijadas en el centro, habían••ido disparadas por Huberto montero de los bosques de Malvoisin;• en su consecuencia fué declarado vencedor.Ahora, Locksley, dijo el Príncipe con maliciosa risa al perseguidotirador, ¿quieres habértelas con Huberto, ó entregar todo tu•trreo de montería al preboste ?j| -Puesto que ambos partidos son malos, dijo Locksley, probaremosfortuna; pero ha de ser con la condición, que cuando yo hayalibado dos flechas al blanco de Huberto, él ha de tirar r.na al que


1 2 0 1VANHOK.—Es cosa muy debida, dijo el Príncipe, y no te será negada. Huberto,si vences á este villano, te lleno el cuerno de monedas deplata.—Cada uno hace lo que puede, respondió Huberto; pero mi bisabuelo peleó con su arco en Haustings, y yo no quisiera deshonrarsu memoria.»» Quitóse el primer blanco, y se puso otro del mismo tamaño en sulugar. Huberto, que como vencedor en el primer tiro debia tenerla preferencia, apuntó con gran desembarazo, midiendo largotiempo la distancia con los ojos y sosteniendo con las dos manos elarco y la flecha. Al fin dio un paso adelante, y levantando el arco átoda la altura del brazo derecho hasta poner el centro enfrente delrostro, tiró la cuerda hasta cerca de la oreja. La flecha cortó silbandoel aire, y fué á dar en el círculo pequeño del blanco : pero nojustamente en el centro.«No contabas con el viento, Huberto, le dijo su antagonista preparándoseá tirar; que sin este inconveniente el tiro hubiera sidode los mejores.»Dichas estas palabras, y sin dar las menores muestras de inquietud ni zozobra; Locksley pasó á ocupar su puesto, é hizo la punteríacon tan poco aparente esmero, que casi no miró al blanco. Todavíaestaba hablando, cuando la flecha salió del arco, y se clavódos pulgadas mas cerca del centro que la de su competidor.«¡ Voto á tantos! dijo el Príncipe á Huberto, que si dejas que esemalsín salga vencedor mereces ir diez años á galeras.»Huberto no tenia mas que una respuesta en semejantes ocasiones.«Aunque V. A. me mande colgar, cada uno hace lo que puede;mi bisabuelo peleó con su arco en—Satanás cargue con tu bisabuelo y con toda tu generación,dijo el Príncipe : tira, mentecato ; haz lo mejor que sepas, y sinonos veremos las caras.»Huberto, cediendo á esta insinuación, volvida colocarse, y si);echar en saco roto la lección que le habia dado su adversario, ycontando con el soplo de un ligero vientecillo que acababa de levantarseá la sazón, tiró con tan acertada puntería, que la flechafué á dar en el mismo punto central del blanco.«¡Viva Huberto! Huberto es el vencedor! gritaron los concurrentes,que se interesaban mas en un conocido que en un forastero.


CAPÍTULO XIII. 121—No puedes hacer mas, dijo el Príncipe á Locksley con una sonrisaque valia cien insultos.—Pronto lo veremos,» dijo el vencido.1 apuntando con alguna mas atención que antes, partió con suflecha la de Huberto, y la hizo bastillas. El pueblo quedó tan atónitoal ver esta portentosa destreza, que la admiración reprimió losacostumbrados gritos de aplauso. «¡ El diablo tiene en el cuerpo! sedecían unos á otros los monteros : ¡ ese no es hombre, sino Luzbelen persona! Jamás se ha visto un tiro semejante desde que se usó elprimer arco en Inglaterra.—Y ahora, dijo Locksley, con permiso de V. A. plantaré un blancocomo los que se acostumbran en los condados del Norte; y venencualquier honrado montero á tirarlo, y tenga en galardón si atina,una sonrisa de la muchacha de sus pensamientos.»Echó á andar con dirección á la salida de las barreras. «MandeV. A., dijo, que me siga un guardia, si gusta. Solo voy á cortaruna vara de esos sauces inmediatos.»El príncipe Juan dio orden que le siguiesen, temeroso todavía deque se escapase; pero se alzó un grito general de desaprobación enla muchedumbre, y tuvo que desistir de su poco generoso intentoLocksley volvió inmediatamente con su vara de sauce perfectamentederecha, y del grueso del dedo pulgar. Empezó á descortezarlacon grande mesura, observando al mismo tiempo que todobuen tirador debia avergonzarse de servirse de un blanco como losque habian sido empleados hasta entonces. «Lo mismo vale, decia,á lo menos en mi tierra, tirar á la mesa redonda del rey Arturo enque podían comer sesenta caballeros. Un niño de siete años puedetirar á esos blancos de por aquí con una flecha descabezada. Pero elque acierte á esta rama de sauce á distancia de cien varas, bienpuede presentarse á tirar á cara descubierta delante de un monarca,aunque sea el valiente líicardo de Inglaterra.Mi bisabuelo, dijo Huberto, peleó con su arco en la batalla delíastings, y jamás arrojó semejante tiro en todo el curso de su vida.Si esto hombro clava la flecha en la vara, le doy el premio quebe ganado, ó mas bien se lo doy al diablo , que es el que está .en sucoleto. Cada uno hace lo que puede, y yo no me meto donde nopuedo salir airoso. Tanto monta tirar á un cabello ó á una paja óá un rayo desoí.— Cobarde! esclamó el Príncipe: y tú, Locksley, manos á la obra,,


122 1VANH0B.que estas son amores y no buenas razones. No pienses que la has deechar de guapo si no lo eres en efecto.— Cada uno hace lo que puede, como dice Huberto,» respondióel rústico.Preparóse de nuevo y puso nueva cuerda al arco por parecerleque se habia aflojado algún tanto la que tenia. Examinó la puntade la flecha y apuntó con la mayor serenidad, en tanto que la muehedumbretenia fijos en él los ojos y casi suspenso el aliento. Eltiro fué como lo habia anunciado; la flecha partió en dos mitades lavara de sauce. Siguióse una esplosion de vivas, y aun el príncipe.luán quedó tan admirado de la destreza de I.ocksley, que mudó suodio en afición. «Estos veinte nobles ¡1), dijo, son tuyos, y el cuernoque tan dignamente has ganado. Cincuenta mas te ofrezco siquieres vestir la librea de mis monteros y servir cerca de mi persona, porque jamás he visto brazo mas robusto ni ojo mas certeroque el tuyo.— Perdonad, noble Príncipe , dijo Locksley; pero he hecho votode no servir á nadie, salvo á vuestro h'eal hermano el rey Ricardo.Rstos veinte nobles son para Huberto, que hoy se ha servido de tanbuen arco, como el que llevó su bisabuelo en la batalla de Hastings.Si no hubiera sido tan modesto, hubiera acertado á la vara lo mismoque yo.»Huberto meneó la cabeza , y tomó aunque con repugnancia eldon generoso de su antagonista; el cual deseoso de no llamar masla atención, se confundió en la turba y no se le vio mas.No hubiera frustrado la curiosidad del Príncipe, á no habertenidoeste á la sazón asuntos mas graves en que pensar, los cuales molestabansu ánimo, y no podían alejarse de su imaginación. Al darla señal de retirada llamó á uno de los gentiles hombres, y le mandófuese á toda brida á buscar al judío Isaac en Vshby. «Drlealperro que me envíe antes de anochecer doscientas coronas. Ya sabela fianza, y además preséntale esta sortija.. Lo demás de la suma hade ser pagado en York dentro de seis dias. Si así no lo hace , díleque le haré saltar la cabeza de los hombros. Ten cuenta si le ves enel camino, que no hace mucho estaba enseñando á los tontos susbaratijas.^El Príncipe montó á caballo, y regresó á A.shby por en medio dela turba que por todas partes se retiraba.(?) Moneda de aquel tiempo.


CAPÍTULO XIV.CAPITULO XIV.El príncipe Juan daba un suntuoso banquete en el castillo do\shby, el cual no era el mismo ediñcio cuyas altas ruinas escitanaun el interés del viajero. Este segundo fué construido por lord¡íastings, mayordomo mayor de la Corte de Inglaterra, y una delas primeras victimas de la tiranía de Ricardo III, meno3 conocidopor su fama histórica, que por los versos del inmortal trágico inglésShakespeare. El castillo y la ciudad de Ashby pertenecían enarpuel tiempo á Rogerode Quincy,conde de Winchester, el cual duranteel período de nuestra historia se hallaba en Tierra santa. Elpríncipe Juan entretanto ocupaba su castillo, y disponía de sus estadossin escrúpulo. Deseando deslumhrar álos ingleses por su hospitalidady magnificencia, habia mandado hacer grandes preparativos,á fin de que el banquete fuese sobresaliente en abundancia,lelieadeza y esplendor.Los proveedores del Príncipe, que en semejantes ocasiones ejer-•ían toda la plenitud de la autoridad Real, habían saqueado el paispara llevar á la mesa de su amo los manjares mas sabrosos y espaisitos.Era grande el número de los huéspedes, y precisado áyrangearse partidarios y amigos, el Príncipe habia convidado algunasdistinguidas familias danesas y sajonas y á todos los noblesé hidalgos normandos de las cercanías. A pesar del desprecio•on que eran, generalmente tratados los Anglo-Sajones, podíanpresentar una masa formidable en las conmociones y revueltas quese aproximaban; y era importantísimo á la causa del Príncipeitraerse á sus caudillos.Juan se propuso, por tanto, tratar aquellos estraños huéspedesi;onuna cortesía á que no estaban acostumbrados. Pero aunque jamáshubo hombre que escrupulizase menos en acomodar sus hábitosy modales á los intereses del momento, tuvo la desgracia de darrienda suelta á su ligereza y petulancia, frustrando de este modolas ventajas que le habia grangeado su disimulo.Dio notables pruebas de su destemplada índole cuando fué envíateá Irlanda por su padre Enrique II, con el objeto de grangearseíl afecto de los habitantes de aquella importante adquisición recien


124 IVANHOE.hecha por la Corona do Inglaterra. En aquella ocasión los caudillosy magnates de Hibcrma competían en presentar al Príncipe los homenajes de su rendimiento, y el ósculo de paz. Pero en lugar derecibir sus atenciones con cortesía, Juan y sus descarados acompañantesno pudieron resistir á la tentación de divertirse en tirarde sus enormes barbas á los irlandeses : insulto que, como era detemer, irritó sobremanera á aquellos personajes, y produjo funestas consecuencias al dominio de los monarcas ingleses en la isla.Es necesario que el lector no pierda de vista estas inconsecuenciasdel carácter de Juan, á ün de entender su conducta durante el banquetedel castillo de Ashby.En cumplimiento de la resolución que había tomado durante unode sus intervalos de sensatez y cordura, el príncipe Juan recibió aCcdric y á su compañero Athelstane con distinción y cortesía, manifestándose apesadumbrado , aunque no resentido, cuando el primeroalegó la indisposición de lady Rowena como causa que la habia impedido asistir al banquete. Cedrie y Athelstane estaban vestidosal uso antiguo sajón , que aunque no dejaba de ser vistoso,sobre todo cuando se componía, como el de aquellos dos personajes,de telas esquisitas, se diferenciaba tanto en tela y corte del de losotros huéspedes, que el Príncipe se acreditó á los ojos de Fitzursede hombre de gran madurez, por haber comprimido la risa á vistade un disfraz que debía parecer ridículo comparado con las modasreinantes. Sin embargo, examinado sin preocupación, el trage sajón,compuesto de una túnica corta y de un gran manto , era muchomas agraciado y cómodo que la larga túnica de los normandos,ancha y desgarbada , como el gabán de un carromatero y laestrecha y brevísima capa, incapaz de preservar del frió y de lalluvia, y cuyo único objeto era ostentar un vistoso conjunto de pieles,joyas, bordados y galones. El emperador Cario Magno conociómuy bien los inconvenientes de semejante atavío. sirve, preguntaba á los normandos, ese trapo que os cuelga, de loshombros? En la cama, no basta á cubriros : á caballo, no os protegedel viento n i de la lluvia: y cuando estáis sentados, no os guardalas piernas del frió ni de la humedad.»Sin embargo, y en despecho de las objeciones de aquel personaje,la capa corta prevaleció como moda dominante hasta los tiemposde que vamos hablando, sobre todo entre los Príncipes de lacasa de Anjou. Osábanla, por consiguiente, todos los partidarios ;


capítulo xiv. 125palaciegos de Juan; y la pomposa y ancha capa de los sajones soloescitaba burla y rechifla.Los huéspedes tomaron asiento en torno de una mesa cubiertaprofusamente de manjares, l.os cocineros que el Príncipe habiaempleado en aquella ocasión, mostraron todo su saber en variar lasformas de los guisos y asados, y sobresalieron quizás tanto comoios mejores artistas modernos en disfrazar el aspecto natural deaves, cuadrúpedos, legumbres y peces. Además do los productosdel suelo de Inglaterra, se sirvieron golosinas traídas de los paisesestranjeros, sin contar una gran colección de pasteles do diferentesclases, entre los cuales descollaban las tortas de dulces y deconservas, que solo se ponían entonces en las mesas de los másateospersonajes. La provisión de vinos era tan abundante, como ricay variada.'Pero, aunque amigos de buenos bocados, los normandos no eranoestemplados ni comilones. Gustaban de convites, pero en ellospreferían la delicadeza y la finura; y motejaban la glotonería y la'•mbriaguez de los sajones, como vicios peculiares de una raza degradaday humilde. El príncipe Juan, sin embargo, y los que creíanserle agradables imitando sus defectos, se abandonaban con frecuenciaá los escesos de la gula y de lo. botella; y la historia, diceque la muerte de aquel magnate procedió do un hartazgo de albérchigosy cerveza nueva. Su conducta en esta parte era una esceprioná las costumbres generales de sus compatricios.Los caballeros y nobles normandos observaban con afectada gra-\ edad, y mirándose entre sí con aire burlón, los groseros modalesde Cedric y Athelstane, que tan estrados y ridículos les parecían;mas ellos, que ignoraban la diversión que ofrecían ásus huéspedes,continuaban hollando las leyes mas fundamentales de la etiquetay de la buena crianza. Entonces, como ahora, no era tan mal vistauna infracción de las reglas de la hombría de bien y de la sanamoral, como el menor descuido contra el ceremonial que la modaestablece. Cedric, que se enjugó las manos en una toalla, en lugarde secárselas sacudiéndolas con afectados movimientos, como haeianlos pisaverdes de aquel siglo, no fué menos ridículo á los ojosdel concurso, que Athelstane cuando se engulló en un santiamén¡m enorme pastel, compuesto de los mas raros y esquisitos ingredientes.Esto incidente dio lugar á un menudo interrogatorio, delcual resultó que el franUln de Coningsburgo ¡como lo llamaban los


12*1 IVANHOE.normandos; había tomado por alondras y pichones ios que era,,realmente papafigos y ruiseñores: lo que escitó mas y mas la risadélos otros huéspedes, que no hubieran llevado á mal su glotonería,pero que no podían perdonarle su ignorancia.Alzáronse los platos, y empezaron á circular las copas. La conversacióngiró sobre las hazañas del torneo; el montero desconocidoque habia ganado el premio del tiro al blanco; el caballero negro,que tan desinteresadamente habia renunciado al galardón quemerecía, y el bizarro Ivanhoe, que á tanta costa habia comprad!su triunfo. Hablábase con franqueza militar, y las carcajadas;,los chistes resonaban por todo el circuito de la mesa. Solo en lafrente del príncipe Juan se notaba el ceño de la inquietud, como siaquejasen su espíritu graves y amargos recelos; y únicamente tomabaparte en la conversación cuando le dirijia la palabra algunode sus cortesanos favoritos. Entonces dispertaba de su distracción,llenaba una copa de vino, y respondía con alguna observación impremeditaday á veces fuera de propósito.«Bebamos ahora, dijo, á la salud de Yvilfrido de Ivanhoe, campeón del paso de armas, y por la satisfacción que tendríamos enverle entre nosotros si su herida no se lo estorbara. Llenemos todoslas copas para este brindis, y sobre todo Cedric de Botherham.padre de un hijo que tanto promete.—Con perdón de Y. A., dijo Cedric poniéndose en pié y dejandola copa vacía sobre la mesa, yo no doy el nombre de hijo al jovendesobediente, que desprecia mis mandatos, y abandona los usos ycostumbres de sus padres.—Imposible parece, dijo el Príncipe con fingida estrañeza, qu


CAPÍTULO XIV. 127guno do ios hijos de Enrique II estaba libre del misino cargo, élles habia escedido á todos en ingratitud y rebeldía.


128 IVANHOE.que acometido por una multitud de perros, no sabe á cual de ellosdirigirlos primeros ímpetus de su venganza. Al fin habló , aunquecon voz ahogada por la cólera ; y dirigiéndose al Príncipe,como primer autor de las ofensas que habia recibido : «Cualesquieraque hayan sido , dijo , las locuras y vicios de nuestra raza, an -tes hubiera consentido un sajón en ser hollado como el bicho masinmundo, que sufrir en su sala, y mientras se bebe el vino de susbodegas , los insultos con que se me ha tratado en vuestra presencia;y sea cual fuere la desgracia de nuestros padres de Hastings,debieran guardar silencio á lo menos los que hace poco y mas deuna vez han perdido silla y estribo ante la lanza de un caballerosajón. Dijo estas últimas palabras mirando á frente-de-buey y alTemplario.«Bien dicho , \ á tiempo , dijo el príncipe Juan. ¿Qué os parece.Milores? Nuestros subditos sajones hacen grandes adelantos en ingenioy sutileza. Se les van aguzando las entendederas, y se vanponiendo mas duros que los tiempos que corren . que no es pocodecir. Voto á tantos, que será preciso embarcarnos, y volver cuantoantes áNormandía.—¿ Por miedo de los sajones ? dijo Bracy. lina lanzado moniebasta para esos jabalíes.— Basta, de chanzas . caballeros , dijo leitzurse , y bueno lucraque V. A. asegurase al noble Cedric que en estos dichos inocentes,que quizás sonarán mal en sus oídos , no ha habido la menor intenciónde ofenderle ni insultarle.— ¡ Insultarle i dijo el príncipe .luán volviéndose á su primeraurbanidad ; no creo que nadie me juzgue capaz de permitir que seinsulte á tan digno huésped en mi presencia : y en prueba de ello,bebamos á su salud , puesto que se niega á brindar por la de sohijo. »La copa dio la vuelta, en medio de los aplausos con que los caballerosnormandos querían ahogar la memoria de las imprudenciasque habían cometido : mas no produjeron el efecto que pensaban, pues aunque Cedric no era sobradamente despejado , ni loscumplimientos ni las lisonjas podian borrar de su memoria las injuriasque se les habian hecho. El Príncipe brindó en seguida á lasalud de sir Athelstane de Coningsburgh ; y Cedric bebió, guardandoprofundo silencio. Athelstane respondió á aquella cortesíahaciendo una reverencia y bebiendo una copa llena.


CAPÍTULO xiv. 129« Y ahora , caballero , dijo el príncipe Juan rpie empezaba á sentirlos efectos del vino , puesto que hemos hecho justicia á nuestroshuéspedes sajones, justo es que nos paguen en la misma moneda.El noble Cedric tendrá la bondad de nombrar al caballero *normando que mas digno le parezca de ser proferido por sus labios,y de ahogar en el vaso todo el resentimiento que haya producidoen su alma la conversación de esta tarde.En tanto que el Príncipe hablaba , Fitzurse se acercó por detrása Cedric y le dijo que brindase por el príncipe Juan , pues aquellaera una escelento ocasión de manifestar un espíritu conciliadorentre sajones y normandos. Cedric no le respondió ; púsose en pié,y habló en los términos siguientes: « V. A. me manda nombrar áun normando digno de los aplausos de este concurso ; y en verdadque es cosa dura , pues es decir al esclavo que cante los loores desu señor , y al vencido aun oprimido por los males de la conquista, que entone las alabanzas del victorioso. "Nombraré sin embargoá un normando , primero en las armas y primero en gerarquíael mejor y el mas noble de su raza. Y llamaré falsos yviles á Jos labios (pie no paguen este tributo á su bien merecidafama , y así lo sostendré con mi vida. A la salud de Jíicardo Corazónde león.El príncipe Juan , que esperaba oír su propio nombre al fin deia arenga del Sajón , quedó atónito y confuso oyendo ¡nesperadainenteel de su ofendido hermano. Alzó maquinalmente la copa , yfolvió á ponerla sobro la mesa, para observar como recibían elbrindis los convidados . de los cuales muchos no sabían qué hacer,.•revendo que era tan peligroso beberlo corno rehusarlo. Algunosdiestros cortesanos imitaron el ejemplo del Príncipe , aplicando la• •opa á los labios , y poniéndola en seguida sobre la mesa. Otroshubo que . animados por sentimientos mas generosos , esclamaron:• Viva el rey Tiieardo! ; < íjalá se restituya pronto á sus hogares'..»ífrente-de-buey , llrían y algunos otros no llevaron las manos álas copas , respondiendo al brindis con desdeñosa risa ; mas nina-unoosó contradecir abiertamente aquel homenaje tributado alMonarca reinante.Habiendo gozado á sus anchas do esto triunfo , Cedric dijo á sucompañero : ;< Vamos , noble Athelstane , nada tenemos que haceraquí., puesto que hemos respondido á la cortés hospitalidad deli'ríncipe. Los que deseen saber algo mas do nuestras groseras cos-'j


130 rVANHÓE.Lumbres , que nos busquen en nuestras casas paternas. Harto hemosdisfrutado del banquete Iteal y de la urbanidad normanda. >•»Levantóse al decir estas palabras, y salió en compañía de Athelstanede la sala del convite. Siguiéronle otros muchos huéspedes,partidarios de los sajones y justamente ofendidos de las injuriasdel príncipe Juan y de sus palaciegos.«Por las barbas do mi padre, dijo el Príncipe cuando los vio fuerade la sala, que los sajones se han burlado y triunfado de nosotros.—Harto hemos brindado, dijo el prior Aymer, y ya era tiempode dejarlo.—Su Paternidad, dijo Bracy, lleva mucha prisa.—Sí llevo, señor caballero, respondió el Prior, pues que tengoque andar muchas millas antes de llegar á casa.—Todos tienen gana de irse, dijo el Príncipe á Fitzurse en vozbaja; mas miedo tienen que deseos de ayudarme.—No hay que temer, respondió "Waldemar; yo sabré reducirlos^y todos ellos se reunirán con nosotros en York. Padre Prior, quisierahablaros en particular antes que montéis á caballo.)'Ya se habían retirado los otros huéspedes, eseepto los de la comitivapersonal del Príncipe y sus mas zelosos partidarios, «listosson los resultados de vuestros consejos, dijo Juan á Pitzurse; estosberracos sajones vienen á hurlarse de mí en mis barbas; y al oir elnombre de mi hermano, todos mis amigos tiemblan como si tuvieranperlesía.—Tened paciencia, replicó el consejero: pudiera responderosechando la culpa á las imprudencias que han frustrado mis designios:mas no es ahora tiempo de reconvenciones, bracy y yo vamosá ver á esos cobardes, y á probarles que no pueden retroceder despuésde haberse adelantado tanto.—Será en vano, decía el principe Juan paseándose desatentadamentepor la sala, y manifestando estraordinaria agitación, á quelos tragos del banquete contribuían en gran manera. Será en vano...esos hombres han visto la mano que escribía la sentencia enel muro; han conocido al león por la huella que dejaba estampadaen la arena; han oidosus rugidos en el bosque. Nada hay que baste,á reanimar su valor.— ¡Ojalá, dijo Fitzurse áBracy, pudiera reanimarse el suyo! peroel nombre de su hermano le dá la calentura. ¡Cuan desgraciados


CAPÍTULO XV. 181son los cortesanos ele un principe que carece de fortaleza y de perrscv( rancia tanto en el mal como en el bien!CAPITULO XV.Waldemar Fitzurse redujo y congregó ios diseminados miembrosdel bando del príncipe Juan, con no menor fatiga que la queemplea la araña para unir los sueltos hilos de su destrozada telaPocos eran los partidarios que le seguían por inclinación y afecta,y ninguno por estimación personal. Por tanto fué necesario qu tFitzurse les ofreciese nuevas ventajas y recompensas, y les traje.*á la memoria las que ya estaban disfrutando. A los nobles, jóvenesy disolutos, prometió la impunidad de sus escesos y la facilidad decometer otros; á los ambiciosos, medios de aumentar su poder; y élos interesados, grandes sumas y cuantiosos estados. Los jefes deias tropas mercenarias recibieron un buen donativo en oro: argumentoque ejercía en ellos un imperio irresistible, y sin el cualningún otro hubiera podido producir efecto. Sin embargo, aquelelicaz agente fué mas liberal en promesas que en dádivas; pero aicabo nada omitió de cuanto podia decidir al irresoluto, y animaral descorazonado. Hablaba del regreso de Ricardo como de un sucesoque no estaba en los límites de la posibilidad; mas cuando inferíapor las miradas inciertas y respuestas dudosas que recibía,que aquel ora el único temor que contenia á muchos, aseguraba oonla mayor confianza que la presencia del Rey, aun suponiendo posiblesu vuelta, no alteraba en manera alguna sus cálculos políticos.«Si Ricardo vuelve, decía Fitzurse, vuelve á enriquecer sus hambrientoscruzados á espensas de los (pie no le han seguido en laTierra santa; vuelve á tomar cuentas severas á los que durante suausencia hayan dado el menor paso que pueda llamarse ofensa delas leyes, ó usurpación de las tierras y privilegios de la Corona:viene á vengar en las órdenes del Temple y do san Juan de Jerusalcnel zelo con que han abrazado el partido de Francia durantelas guerras ele Palestina; viene en fin á castigar como rebelde ytraidor á todo el epie se haya declarado en favor de-su hermano


132 1VAM10U.¿Qué podéis recelar de su poder? continuaba el astuto confidentedel usurpador. Confieso que es un caballero valiente é intrépido - ,mas ahora no estamos en los tiempos del rey Arturo, en que urpaladin solo combatía con una hueste entera. Si Ricardo vuelve,volverá solo sin partidarios ni amigos. Los huesos de los que le hanacompañado blanquean ¡i la hora esta las arenas de Palestina. Lospocos que se han salvado de este desastre han venido, corno \Yüfridode Ivanhoe, mendigos, derrotados. ¿Y qué significa la legitimidadde sus derechos? respondía á los que se mostraban es ore:pulosos sobre este punto. ¿Es mas positivo y sagrado el título deprimogenitura de Ricardo, que el del duque Roberto de Normandía,hijo mayor del conquistador? Y sin embargo, Guillermo el Rojo ;>Enrique, sus hermanos menores, le fueron sucesivamente proferidospor la voz de la Nación. Roberto no cedia eti prendas noblesy generosas á Ricardo; era buen caballero, escelente caudillo, generosocon sus amigos, y á mayor abundamiento, cruzado y conquistadordel santo Sepulcro. Sin embargo, murió ciego y miserable,preso en el castillo de Cardiffe, porque el pueblo no quisoprestarle obediencia. En cuanto á prendas personales, puede queel príncipe Juan sea inferior á su hermano Ricardo; pero cuandose considera que este no puede venir sino con la espada de la venganzaen la mano, mientras el otro no tiene en las suyas sino recompensas,inmunidades, privilegios, riqueza y honores, no sepuede dudar cual es el Rey que la nobleza, si obra con discero -miento, debe suportar y defender.»Estos y otros argumentos, adaptados á las circustancias partí rolaresde las personas á quienes se dirigían, tuvieron el influjo ¡ocseesperaba en los nobles de la facción del Príncipe. Muchos deellos consintieron en asistir á la asamblea que debía reunirse nvYork, y cuyo objeto era tomar las medidas necesarias para pone.'la corona en las sienes de Juan.Ya era algo entrada ¡a noche, cuando molido de todos esto- otaosy diligencias, aunque satisfecho con sus resultados , Fitzurscde vuelta al castillo de Ashby, se encontró con De Bracy, que eilugar de los tragos de gala con que habia asistido al banquete, estabacon una túnica corta verde , calzones del mismo color , cascode cuero en la cabezo, espada corta, cuerno de caza al hombro , ungran arce en la mano, y un haz de flechas sujeto al ciuturon. óiFitzurse 'caliera visto esta figura en uno de los aposentos ester'."


CAPÍTULOXY. 133res-, ao "hubiera fijado en ella la atención, tomándola por uno de losguardia* del Príncipe ; mas hallándola en uno de los salones delcuarto de Juan, la miró con alguna curiosidad, y reconoció al caballeronormando en trage de un montero ó campesino.¿Qué significa esta trasformacion, De Bracy ? le preguntó conalguna acritud el confidente. ¿Estamos en tiempos de máscaras ymojigangas cuando va á decidirse de un momento á otro la suertede nuestro amo ? ¿Porqué no has ido como yo á persuadir á esasgallinas, (pie se echan á temblar al oir el nombre de Ricardo , comodicen que hacen los hijos de los Sarracenos ?—Estoy pensando en mis negocios como tú en los tuyos, respondióDe ¡iracy con gran serenidad.—; En mis negocios! repitió Waldemar : di mas bien en los delPríncipe, que son mios y tuyos.— V la única razón que tienes para hacerlo, respondió De Braoy,es el deseo de promover tus propios intereses. Vamos, Fitzurse : túme conoces, y yo te conozco. La ambición es tu norte; la diversiónes el mío, como corresponde á nuestras respectivas-edades. Acercadel príncipe Juan, lo mismo piensas tú que yo: que es demasiadodébil, para ser un monarca resuelto ; demasiado insolente y presuntoso,para ser un monarca amante de sus pueblos; y demasiadomudable y tímido, para ser un monarca de cualquiera especie.Pero es


134 IVANH0E.—Ninguno debe quedar, respondió De Bracy : la obra de la conquistadebe ser completa.—No es tiempo de pensar en eso, dijo Waldemar: en la crisis quiseacerca , nada nos es tan necesario como el favor de la muchedumbre; y el Príncipe no puede menos de hacer justicia contra elque agravie á los que gozan de alguna popularidad.—Hágalo aú conmigo si se atreve, dijo De Bracy, y verá la diferenciaque hay entre unas lanzas como las cpie están bajo misórdenes, y esa canalla sajona. Pero nada temas, porque es imposi"ble que me descubran. ¿No parezco en este atavío un montero hechoy derecho ? Verás como todo el mundo echa la culpa á los bandidosdélas selvas de York. Tengo buenas espías que observan todoslos movimientos de esos sajones. Esta noche duermen en Burton,en el convento de san Wittol ó Witthold. Mañana se ponen á mialcance, y me lanzo sobre la avecilla, ni mas ni menos corno un gerifalte.Después me presentaré á cara descubierta, y con mi ropajeacostumbrado: la echaré de caballero galán ; arrebataré á la desventuradahermosa de las manos de sus raptores; me la llevaré alcastillo de Frente-de-buey, ó á Normandía si es necesario, y jamásvolverá á poner el pié en esta isla, si no es convertida en esposa deMauricio De Bracy.—¡ Maravilloso plan, dijo Fitzurse, aunque no ha salido enteramentede tu caletre! Vamos, sé franco. ¿Quién te ayudó en la invención?Quién ha de ayudarte á ponerla en práctica?—Yaya, una vez que se te ha de decir todo,respondió De Bracy,sábete que el templario Brian de Bois-Guilbert, fué el que arreglótoda la tramoya; aunque la primera idea fué mia. El Templario ylos suyos han de ayudarme, haciendo el papel de bandoleros , delos cuales he de libertar yo después á la hermosa cautiva.— ¡Voto á tal, dijo Fitzurse! que el proyecto es digno de esas dos¡•abezas! y en lo que mas lucen tu sensatez y discernimiento, es enconfiar la dama á tan honrado compañero. No dudo que puedasarrebatarla de su comitiva, pero como la has de sacar después delas uñas de Brian de Bois-Guilbert, me parece algo mas dudoso.Es halcón que no suelta tan fácilmente la perdiz.—Es Templario, dijo De Bracy : y por lo que hace á agraviar elhonor de la que ha de ser la mujer de Braey, por mi padre que noshabíamos de ver las caras.—Entonces, dijo AValdemar, puesto que nada de cuanto yo diga


CAPÍTULO xv. 135puede quitarte esa idea de la cabeza, porque conozco poresperienciala obstinación de tu índole, á lo píenos no pongas mucho tiempoen realizarla; y ya que la empresa es prematura, á lómenos quenonos perjudique con su duración.—Dígote, prosiguió De Bracy, que es negocio do pocas horas , y¡pie no tardaré en hadarme en York á la cabeza de mis valientes yarrojados compañeros, para sostener cuantos planes pueda fraguartu política. Pero ya oigo á. los mios que se reúnen, y los caballosque van llegando al patio del castillo. A Dios. Voy, como buen caballero,á merecer las sonrisas de la hermosura.—¡ Como buen caballero! dijo Fitzurse siguiéndole con los ojos.Como un insensato, dirías mejor, ó como un niño de la escuela queen el momento del peligro se echa á correr tras la mariposa que pasarevoloteando. Pero tales son los muñecos que yo tengo que manejar...y ¿en favor de quién? De un príncipe tan necio como vicioso,y rpie probablemente será dueño tan desagradecido, como hasido hijo rebelde y hermano desleal. Pero también le tengo quemanejar como los otros; y por orgulloso que sea, si presume separarsus intereses de los mios, pronto sabrá lo que le aguarda.»Las meditaciones del pobre Fitzurse fueron interumpidas por lavoz del Príncipe, que le llamaba desde su cámara; y con gorra enmano, el futuro canciller de Inglaterra, porque tal era el alto puestoá que el ambicioso normando aspiraba, acudió á toda prisa árecibirlas órdenes de su futuro Monarca.CAPITULO XVI.El curioso lector no puede haber olvidado que el éxito del torneose debió al oportuno socorro de un caballero desconocido, al cualdieron los espectadores el nombre del Negro holgazán-, con alusiónala conducta pasiva é indiferente que habia observado. Aquel caballerosalió repentinamente del campo, inmediatamente despuésde la victoria; y cuando fué llamado para recibir el galardón quesu valor merecía, nadie pudo descubrir su paradero En tanto quele emplazaban los heraldos y las trompetas, el caballero se habia internadoen los bosques, hacia el norte de la ciudad de Ashby, evi-


130 IVANHÓK.tatido los caminos frecuentados y tomando los atajos y las veredasmas cortas. Pasó la noche en una mala venta, donde se reunieronalgunos viageros, entre, ellos un trovador que le trajo las últimasnoticias del tornee.A la mañai a siguiente salió temprano, con ánimo de hacer unalarga jornada: su caballo no necesitaba de muelo» reposo, porquecomo ya hemos visto, no había trabajado con esceso durante la batalla.Sin embargo, no pudo realizar su designio, por haberse estraviadomas de una vez en los tortuosos laberintos déla selva; d>modo que al anochecer,se encontró en la frontera occidental del condadode York. Ya á la sazón estaban harto molidos trinóte y caballo,y fué preciso pensar seriamente en buscar algún albergue enque pasar la noche, que á toda prisa se acercaba.El sitio en que el viajero se, hallaba cuando le asaltaron estas reflexiones, no era el mas propicio para el logro de los fines que deseaba; y ya vio que no le quedaba otro recurso que el de los cabafieros errantes, los cuales en semejantes ocasiones dejan pastaral caballo la menuda yerba, y se echan debajo de una encina kmeditar á sus anchas en la dama de sus pensamientos. Pero el Holgazánno tenia siquiera este recurso de que echar mano: tan insensibleal amor, como indiferente había parecido en los combates, nopodía darse á reflexiones melancólicas sobre la crueldad de alguna princesa empedernida y sorda á sus ayos: el amor por consiguiente no podia satisfacer su apetito, ni aliviar su cansancio, ni suplirla falta de la cama y de lacena. Viósocon harta pesadumbre en mediede ásperas malezas, en que solo se distinguían estrechísimas verédas, formadas sin duda por los numerosos rebaños que pastabanen aquellos bosques, por las liebres y venados que los habitaban, ,\por los cazadores que los perseguían.El sol, que hasta entonces había dirigido su rumbo, se habíaocultado detrás do las colinas de la izquierda, y en aquellas circunstanciascada paso que diera en busca de camino podia estraviarlo mas y mas en la espesura. En vano procuró dirigirse por lo>sitios menos quebrados, creyendo que de este modo llegaría al rancho de algún pastor, ó á la choza de algún guarda-bosque: peroviendo que nada favorable resultaba de sus diversas tentativas,resolvió abandonarse al instinto de su caballo, porque la esperiencia le había demostrado la admirable sagacidad con que estos animales sacan á los viageros dotan incómodos apuros.


CAPÍTULO XVI. 131Cl caballo empezaba ya á sentir la fatiga de tan larga jornada.\ el peso de un gincte que llevaba encima algunas libras de hierro:mas apenas conoció por la flojedad de las riendas los designiosiic su amo, cobró nueva fuerza y vigor; y en lugar del mal humory áspero gruñido con que hasta entonces había respondido ala espinela,envanecido con la confianza que se le dispensaba, enderezó¡as ..'rejas y apretó el paso, con indicios de satisfacción y seguridad.Tomó al principio una dirección contraria á la que ei ginete habíaseguido hasta entonces; mas este no quiso oponerse á lo que sutestudo le dictaba.El éxito justificó sus esperanzas, porque á poco trecho se presenil.'un sendero algo mas ancho y hollado que, los anteriores, y no•'ardo en oírse el sonido de una campana, lo cual indicaba la proximidadde alguna ermita ó capilla.En efecto, llegó muy en breve á un espacio abierto, vestido dem nudo césped, en cuya, estremidad, y al pié de una suave elevación,se alzaba en una roca solitaria y escabrosa. Ceñíanla por unlado frondosas colgaduras de hiedra, y por otro enmarañados gruposde encinas y matorrales, cuyas raices, buscando la humedad de,un profundo barranco, pendían desnudas del borde del precipicio,como la pluma del crestón de un guerrero, que engalana lo que dis-[derta ¡deas de destrucción y de peligro. En uno de los senos delfisco se distinguía una tosca y grosera cabana, apoyada en aquelmuro natural, y construida con los troncos que la seis a vecina suministraba,unidos con pegotes de musgo y greda. Un retoño deencina, despojado de sus ramas, con otro pedazo de madera atadohacia su estremidad superior, adornaba la entrada sirviendo de rústicoemblema de la santa Cruz. A poca distancia, y á la mano derechade la choza, se veía salir de la roca un manantial de aguacristalina, que eaia en una escavacion labrada en la piedra viva ,aunque sin gran artificio ni primor. Desprendíase de ella, y corríapor el cauce que con su mismo impulso había formado; y atravesandoen tortuosos giros la llanura, se perdia entro los frondosos senosdel bosque.Alzábanse junto á la fuente las ruinas de una humilde capilla, cuyotecho había desaparecido en parte. Nunca tuvo en sus mejorestiempos aquel edificio mas de diez y seis pies do largo, y doce deancho, el techo era proporcionalmente bajo, y se apoyaba en cuatrotíreos concéntricos, que arrancaban de los cuatro ángulos, sos-


138 IVANHOE.tenido cada uno en una corta y gruesa pilastra. Dos de estos arcosexistían aun, pero sin la bóveda que babian sostenido, la de losotros dos se conservaba entera. La entrada de este antiguo santuario era un corredor estrecho y embovedado, con algunas molduras,como las que se ven todavía en los antiguos edificios sajones. Cuatropilares de reducida elevación formaban el campanario, que seerguía sobre el pórtico, y de él colgaba la verdosa y enmohecidacampana, cuyos ecos hirieran poco antes los oidos del Caballero dela negra armadura.Tal era la pacífica y retirada escena que iluminaban aun los vislumbres del crepúsculo, y que prometía, al viajante un alberguetranquilo para aquella noche; pues era obligación de los ermitañosque habitaban los bosques, ejercer la hospitalidad con todos loscaminantes que llamaban á sus puertas.El caballero Holgazán, que no se había detenido ¡íexaminar menudamentetodos los pormenores que acabamos de describir, diogracias muy sinceras á san Julián, patrón de los viajeros, por haberledeparado tan buena hospedería; bajó del caballo, y llamó á lapuerta de la ermita con el regatón de la lanza.Algún tiempo estuvo sin oír respuesta alguna, y la que oyó alcabo no era muy satisfactoria por cierto.xSigue tu camino, quien quiera que seas, dijo una, voz agria ydestemplada que parecía salir de lo profundo de un sótano, y noturbes mis devociones.—Padre mió, respondió el caballero, aquí está un pobre caminante,que se ha cstraviado en medio de estos bosques, y que osofrece una ocasión de ejercer la hospitalidad y la caridad cristiana.—Hermano, repuso el habitante de la ermita, yo recibo la caridadagena y no puedo ejercerla. No tengo un mendrugo de panen esta pobre cueva, ni mas cama que la que usan los mas humildesanimales. Sigue pues tu camino, y Dios te dé su santa gracia.—¿Y cómo he de hallar el camino, repuso el délas negras armas,en medio de estos matorrales y en una noche tan oscura? Ruégeosque abráis la puerta, ó á lo menos que me enseñéis el camino,—Y yo te ruego, hermano, dijo el anacoreta, que no me molestes.—Enseñadme el camino, dijo el caballero, ya que no puedo esperarotra cosa.—Fácilmente lo encontrarás si quieres, respondió el ermitaño.Esa vereda del bosque atraviesa un pantano, y pasado este batía-


CAPÍTULO XVI. 139cas un rio que se puede vadear, ahora que han pasado las lluvias.Sen cuidado cuando pases á la orilla izquierda que es algo escabrosay resbaladiza. También creo que hay algunos agujeros mas alládel rio, aunque no los he visto, porque raras veces me alejo de esta-anta capilla. Sigue después adelante y—¡Un pantano, un vado, unos agujeros! dijo el caballero interrumpiéndole: señor ermitaño, dígote que aunque seas mas santoque torios los anacoretas juntos, no me obligarás á menearme deaquí en toda la noche. El que vive de la caridad, aunque tú no lomereces en verdad, no debe negar el abrigo de su techo á un caminanteestraviado. Abre la puerta, ó voto á tantos que la echo alsuelo y entro á tu pesar.—No seas importuno, buen amigo, repuso el ermitaño, y si me obligasá valerme de las armas carnales, cara te ha de costar la fiesta.»Hacia algún rato que el caballero oia algunos ladridos ; pero enaquel momento llegaron á ser tan furiosos, que no pudo menos deatribuir al ermitaño la intención de ponerse en defensa, llamandoá su socorro á una jauría entera, que sin duda habia estado hastaentonces en algún distante escondrijo. Estos preparativos hostilesaumentaron su mal humor, en términos que dio una terrible patadaala puerta, haciendo temblar todo aquel frágil edificio.El anacoreta no tuvo por conveniente esponerse á otro ataque.'(Ten un poco de paciencia, buen caminante, le dijo con voz algomas suave que al principio : voy á darte entrada, aunque sé quehallarás poca satisfacción en esta miserable choza.»Abrióse la puerta, y se presentó á la vista del caballero un hombrefuerte y robusto, con su túnica y capucha (P, un cinto decuerda, una tea encendida en una mano, y en la otra un cayado,que podia muy bien desempeñarlas funciones de garrote. Dos corpulentosy peludos mastines estaban prontos á arrojarse al caminante,inmediatamente que se abriese la puerta; pero el reflejo dela luz en el peto del caballero hizo mudar de propósito al ermitañoel cual reprimió el furor de aquellos animales, y cambiando su asperezaen urbana socarronería, convidó al caballero á entrar en su«moza, alegando como escusa de lo que antes habia hecho, la multitudde ladrones y foragidos que andaban por aquellos alrededo-.1) Ya se verá mas adelante quifin era este personaje que aquí se presenta «oes»riaitaEo.


140 ¡VAMIOE.res, y que ni respetaban á san Dunstan ni á los varones piadosoquese consagraban á su servicio.«Harta defensa contra ladrones es la pobreza de vuestra choza,respondió el caballero al ver que no contenia otros muebles que unmontón de paja, una mesa coja, y dos banquillos. Además, quevuestros perros bastan á acogotar al ciervo mas vigoroso, cuanto ;nías á un hombre.—El buen guarda-bosque, continuó el anacoreta, me ha permiti do el uso de estos animales para une me guarden en esta soledad,hasta que mejoren los tiempos.Dicho esto fijó la tea en un pedazo de hierro que le servia de candelero ; colocó la mesa delante del fuego reanimándolo con alguñas ramas ; y sentándose en uno de los banquillos junto á una dflas estremidades do la mesa, convidó al forastero á que hiciera bmismo.Sentáronse, y miráronse con gravedad, diciendo cada uno en suinterior que raras veces había visto una persona mas atlética \fornida que la que tenia enfrente.«Reverendo ermitaño, dijo el caballero después de haber miradoy remirado a su huésped, si no temiera interrumpir vuestras santas meditaciones, os rogaría que me informaseis de tres cosas queme importa mucho saber: primera, dónde he do colocar el caballeesegunda, qué es lo que me daréis de cenar : y tercera, donde lie dedescansar esta noche.— Te responderé por señas, dijo el ermitaño, que es mi reglacuando puedo esousar palabras. V en seguida apuntó con los dedosálos dos rincones de ¡a pieza. Aquel es tu establo, dijo; esta es tucama, y esta es tu cena. » ha cual se reduciaá un puñado de judíassecas, que el ermitaño sacó de la alacena, en una mala escudilla.El pobre caminante se encogió de hombros al ver tan tristespreparativos. Alzóse sin embargo de su asiento, salió de la. cabana,trajo el caballo, que hasta entonces había estado atado á una encina,lo desaparejó con el mayor esmero y lo cubrió con su capaQuizás escitaron algún interés en el ánimo del anacoreta el cuidado y la destreza con que el caballero atendía á las. necesidadesdel animal: lo cierto es que dijo algo acercado un pienso que sehabía dejado allí el buen guarda-bosque,y sacév de un rincón unce,pioso haz de heno, que estendió debajo del caballo, y otro mas fresco, con una buena cantidad de grano. El caballero le dio gracias por


CAPÍTULO XVi. 141su cortesía: hecho lo cual, cada uno volvió á ocupar su puesto juntoá la m?sa, sobre la que estaban colocadas las intactas judías. El ermitaño,después de una larga oración, que fué latín en su origen, y•jue solo conservaba de él tal cual terminación sonora y retumbante• lióel ejemplo á su huésped, introduciendo dos ó tres judías en una•anchísimaboca, guarnecida de blancos y añlados dientes que podríancompetir con los del oso mas montaraz; ¡ triste molienda pornerto para tan escelcnte molino!Antes de hacer lo mismo, el caballero se quitó el yelmo, el petoy otras piezas de la armadura, dejando descubierta una cabezabien poblada, facciones espresivas, ojos azules notablemente animadosy vivos, boca bien formada, con espesos bigotes, algo masüscuros que el cabello, y todo el aspecto de un hombre animado,intrépido y emprendedor,como lo indicaba también susólida corpulencia.El ermitaño, como si quisiera corresponder á la confianza del. iajero, se bajó la capucha y descubrió una cabeza redonda, queostentaba la lozanía de la juventud. Nada se notaba en sus faccionesque indicase la austeridad monástica ni las privaciones ascéticaspropias de su estado: todo lo contrario se leia en su faz rollizay apelmazada, en su poblado y negro entrecejo, en su mórbida ybien proporcionada frente, y en sus mejillas redondasy encendidascomo las de un trompetero, do la que pendía la barba, en ensortijadosy lozanos tufos. Aquel rostro, juntamente con sus membrudasformas, daba á entender que el anacoreta gustaba mas de lomos ytorreznos, que de raices y de judías. No dejó de observar el huéspedesta natural analogía. Después que con gran dificultad hubo concluidola ardua masticación de algunas do aquellas acartonad».? legumbres,se halló en la absoluta necesidad de pedir al solitario algunabebida con que suavizar su empedernida dureza: alo oyierespondió el anacoreta colocando sobre la mesa un jarro del ag.V»Durísima que manaba de la fuente.«Esta agua, hijo mió, dijo el anacoreta, es del pozo de san !>•,.< ••>iun, en el cual se bautizó de sol á sol quinientos paganos daneses ybretones. ¡Santo mió do mi alma! » y aplicando el borde de sus negrasbarbas, bebió de aquel precioso licor un trago que en su mo'erada cantidad no correspondía al encomio que acababa de pronunciar.• Figúraseme, reverendo padre, di\o el caballero,que los fu


I4S4IVANHOK.bocados con que os alimentáis, y ese maravilloso aunque frió licotque bebéis, os han sentado prodigiosamente. Parecéis hombre masá propósito para empuñar la lanza ó domar un toro, que para gastarel tiempo en estas asperezas rezando oraciones y viviendo ¡tejudías duras y de agua fresca.--Señor caballero, respondió el solitario, vuestros pensamientos,como los del vulgo ignorante, son carnales y como tales bajos y mezquinos.El Cielo lia sido servido bendecir la pobre pitanza con quesostengo mi humanidad, así como el Dios de Israel bendijo el aguay las raices que Sidrac, llisac y Abdenago pretirieron á los manjaresque el Bey de los Sarracenos les ofrecía.—Santo padre, dijo el caballero, puesto que la Providencia divinase ha dignado obrar en vos tan admirable portento, permitid í¡este lego pecador que cometa el arrojo de preguntar vuestro nombre.—Puedes darme, dijo el huésped, el del ermitaño de Copmanhurst,porque así es como me llaman en estas cercanías. Algunoses verdad, suelen añadir á este dictado el de santo; mas yo me reconozcoindigno do tan encumbrado titulo. Y ahora quisiera yo¡saber cómo se llama mi noble huésped.—Por ahí, respondió, me conocen por el nombre del caballeroN'egro. Algunos añaden el sobrenombre de Holgazán; mas yo nopongo un gran empeño en que se me dé este distintivo. »El ermitaño no pudo menos de reírse al oir esta observación.« Ya veo, dijo el ermitaño de Copmanhurst, que eres hombre deceso, y veo además que note acomoda mi pobre y monástica ración,por estar acostumbrado al desorden de los palacios y de lo?campamentos, y al lujo y finura de las ciudades. Ahora mismo caigoen que cuando el buen guarda-bosque dejó aquí esos perros yesos haces de heno, dejó también alguna vianda, que por no serpropia de mi uso, habia desaparecido enteramente de mi memoria:lo que no es estrado en medio de mis graves meditaciones.—Desde que os quitasteis la capucha, dijo el caballero Negro, medio en la nariz que tendríais algo mejor que darme que esas malvadasjudías,que Dios perdone. El guarda-bosque debe de ser unhombre de bien, y no hay hombre que merezca este dictado y quepueda ver con indiferencia que os llenáis el cuerpo de esa broza, yy humedecéis el gaznate con ese líquido insustancial. Vamos á vei.los frutos de la caridad de tu bienhechor.»


CAPÍTULO XVI. 14;!El ermitaño lanzó á su huésped una espresiva mirada que manifestabaciertos recelos y dudas acerca de la confianza que podríahacer en su prudencia y discreción. Sin embargo, el rostro del caballeroindicaba toda la franqueza y toda la jovialidad que puedepintarse en la fisonomía do un hombre. Su sonrisa érala de la lealtady buena fé, de modo que el ermitaño congenió con él, y empezó á tratarse sin tanta afectación como al principio.Después de haberse mirado recíprocamente los dos comensales, eiermitaño pasó á uno de los rincones de su aposento, y abrió unapuertecilla que estaba disimulada con gran cuidado y no poco aríificio. Del seno del oscuro escondite á que daba entrada, sacó ungran pastel colocado en una desmesurada fuente de peltre. Péisolodelante del huésped, el cual valiéndose de su puñal, no tardó eninformarse de loque dentro se ocultaba.«¿Cuánto tiempo hace que estuvo aquí la última vez el buenguarda-bosque? preguntó el caballero á su huésped después de haberengullido algunos fragmentos menudos que se desprendierondel pastel al tiempo de cortarlo.—Habrá cosa dedos meses, respondió precipitadamente el anacoreta.Por la luz de los ('icios, dijoel caballero, que todo lo que veo aquíes milagroso. Juraría que el cabrito montes cuyos miembros llenanlo interior del pastel corria por estos bosques hace pocos días. •Quedó algo confuso el ermitaño al oir esta reflexión, y por otrolado ponia algo fruncido el gesto al ver la disminución del pastelen que el caballero estaba haciendo terribles estragos: ocupaciónen que no podia acompañarle, después de todo cuanto había dichoacerca de su abstinencia y frugalidad.a Yo he estado en Palestina, padre mió, dijo el caballero hacieitdo una ligera pausa, y me acuerdo de una costumbre que allí reina,y es que todo el que da do comer á un estraño, para seguridady confianza de osle, come de todos los manjares que le sirve. Lejosestoy yo de creer que sois hombre capaz de criminales designios:sin embargo, tendría satisfacción en que participaseis de mieolia.•—Para tranquilizar vuestros escrúpulos y sin ejemplar, quierodaros ese gusto y salir por una vez de mi regla.» Esto dijo el ermitaño,y como id tenedor era utensilio desconocido en aquella época,clavó inmediatamente los dedos en el pastel.


144 IVANHOE.Eota una vez la valla, parecía que iban los dos á competencia eedar cabo al cabrito y ála masa que lo envolvía; y aunque probablementeel caballero era el que había estado mas tiempo en ayunas,su huésped le venció en aquel combate.—Santo varón, dijo el caballero cuando estuvo satisfecho su apetito,apuesto mi caballo contra uncequin, á que ese honrado guarda-bosque,á cuya caridad debes el cabrito que ya no existe, dejótambién como su digno aliado, algún pellejo de vino ó cosa semejante.Esta sin duda seria una circunstancia indigna de Ajarse enla memoria de tan santo anacoreta; pero creo que si buscaras otravez en tu escondite, hallarías algo que confirmaría mis conjeturas-El ermitaño respondió con un gruñido, y volviendo al sitio dedonde habia sacado el pastel, sacó una bota de cuero, que contendríasus cuatro cuartillos. También puso sobre la mesa dos grandescopas de cuerno, engastadas en plata; y creyendo que todo escrúpuloy ceremonia seria en adelante inútil, las llenó ambas, y brindandoá la salud de su huésped, vació la suya, de un sorbo.— A la tuya, respondió el caballero, é hizo la razón con la re -ma prontitud.—Buen ermitaño, continuó, no ceso de maravillarme de que •&hombre de tus puños y de tu vigor, y que además gusta de lesbuenos bocados, se haya sepultado vivo en estas soledades. Debierasestar en un fuerte ó castillo, comiendo de lo bueno y bebiendode lo fino, mas bien que manteniéndote, de yerba y agua, y cuandomas de los regalos del guarda-bosque. Alo menos, si yo me, hall:?,ra en tu pellejo había de pasar la vida de un rey, á, costa de las rosesque pastan en estas cercanías. No faltan por cierto en el bosq .•;y nadie echaría, menos un venado, si era para la mesa del servidorde san Dunstan.—Señor caballero Holgazán, respondió el ermitaño, cuenta co::-, L>que se habla, que las paredes tienen oídos. Soy un pobre anacoreta,fiel al Bey y ala ley; y si osara tocar ala caza del señor o'e ~¡ •te coto, no me habia de libertar de la cárcel, y ni aun quizás do bhorca.—Sin embargo, repuso el Holgazán, si yo fuera tú, me aprovediaria de las noches de luna, y mientras los guardas están en sietesueños, me saldría por esas encrucijadas, y de cuando en cuandodejaría caer una flecha en una manada de ciervos. ¿Cuánto va'fue algunas veces te has entretenido en ese pasatiempo?


CAPÍTULO XVI. 145—Amigo Holgazán, dijo el ermitaño, ya has cenado y bebido,que es todo lo que deseabas, y mucho mas de lo que merece quienentra de por fuerza en su alojamiento. Mejor es gozar tranquilamentedolo cpie Dios nos envia, que meterse en averiguar por dondeviene. Llena la copa, y buen provecho te haga. No me obliguescon tu impertinente curiosidad á demostrarte que si se me hubierapuesto en las mientes, no te hubiera sido tan fácil introducirteaquí de golpe y porrazo.—Por el santo de mi nombre, dijo el caballero, que lo que hasdicho aumenta mas y mas mi curiosidad. Eres el mas misterioso decuantosermitaños he visto; y algo mas he de saber de tí antes deponerme en camino. En cuanto á tus amenazas, sabe que mi oñcioes buscar peligros y arrostrarlos.—Señor caballero Holgazán, repuso el ermitaño, á tu salud. Muchorespeto tu valor, pero en cuanto á tu discreción es harina deotro costal. Si quieres tomar armas iguales conmigo en buena pazy amistad, se entiende, te he de dar tan severa penitencia que hasde estar un año eidero pagando la pena de tu curiosidad.»El caballero respondió que estaba pronto, y que solo deseaba saberlas armas que escogía.(. Cualquiera, respondió el ermitaño, porque desde las tijeras deDálila y el clavo de Jael, hasta la cimitarra de Goliat, no hay armaalguna que no me atreva á manejar contigo. Pero en caso deelegir, ¿qué dices de estas frioleras?»Al decir estas palabras, abrió otro escondite, y sacó de él dos anchasespadas y dos escudos, como los que usaba en aquel tiempola gente del estado llano. El caballero, que observaba atentamentetodos sus movimientos, descubrió en el mismo sitio una ballesta,dos(i tres arcos, bodoques para la primera, y flechas para los segundos,además de un arpa, y otros varios objetos nada propios dela vida eremítica.v Te doy palabra, dijo, de no incomodarte con preguntas indiscretas.Lo que contiene esa alacena satisface completamente mi curiosidad,y allí estoy mirando un arma (dijo esto tomando en susmanos el arpa) en la que quisiera medir mis fuerzas contig-o, masbien que de otro modo—No creo, repuso el ermitaño, que hayas dado motivo al epítetode holgazán, con que te distinguen. Confieso que te he sospechadoinjustamente. Veo que eres hombre de armas tomar; perc según re-10


146 IYANHOE.glas de cortesía debo aceptar las que me propongas. Siéntate pues,llena la copa, bebamos, cantemos y viva la alegría. Siempre quequieras echar un trago y cantar una copla, no te faltará un pedazode pastel en Copmanhurst, á lo menos mientras yo sirva la capillade San Dunstan, que será hasta que cambie la túnica de pañoburdo por un agujero en la tierra. Echa un trago, mientras yoprocuro templar el arpa. Nada aclara la voz, ni agúzalos oídoscomo el vino. Por lo que á mí toea, quiero que me salga por los dedos,antes de tomar el instrumento en las manos.»CAPITULO XVII.A pesar de la receta del bien humorado ermitaño, y de la docilidadcon que el caballero le puso en práctica, no era tan fácil ponerentono las cuerdas del arpa.«Creo, dijo el caballero, que le falta una cuerda, y que las otrasestán harto rozadas.—Bien se conoce que lo entiendes, dijo el ermitaño. El vino tienela culpa. Le dije á Allan-á-Lale que echaría á perder el arpa si 1cponia las manos encima después de la séptima copa; pero qué! eshombre que no escucha razones. Amigo, á tu salud. Al decir estobebió una copa, sacudiendo la cabeza, como en desaprobación de ladestemplanza del tal Alian -á-Dale.El caballero apretó algunas clavijas, y después de un ligero preludio quiso saber del huésped qué clase de música era la que masle gustaba.«Cualquier cosa, dijo el anacoreta, con tal que sea inglés puro.Vosotros, los que por esos mundos de Dios corréis á caza de aventuras,gustáis de lucir en los estrados las novedades que aprendéisen vuestras caravanas; pero en mi celda no se ha de cantarnada que no sea fruto de la tierra.— Vamos á ello, dijo el caballero; oiréis una canción que me enseñóun músico sajón en Palestina.»Muy pronto se echó de ver que aun que el de la negra armadurano era un hombre consumado en los primores de la gaya ciencia,tenia gusto y habia recibido buenas lecciones. El arte suavizando


CAPÍTULO XVII. 147una voz áspera y de poca estension, había hecho cuanto podía hacerpara que halagase los oídos y llegase al alma. Cualquiera inteligentemas profundo que el ermitaño hubiera aplaudido su'.ejecucion,enérgica á veces, y á veces llena de un entusiasmo melancólico,que daba nuevo realce á los versos que cantó; los cuales decían:LA VTELTA DEL CABALLERO CRUZADO.De Egipto, y á su despedí»,Vuelve el valiente Cruzado,Hierro turco ha destrozadoLa cruz que le adorna el pecho.La»za le abolló el broquel,V cimitarra el crestón;Vías no llegó el corazón.Que es enamorado y fiel.Corre al llegar á la arena(Tanto amor su pecho incita;A la mansión donde habitaLa hermosura por quien pena.El balcón cerrado mira,Por ser ya la noche entrada:V osla amorosa tonadaCon trémula voz suspira:


Pàg 149.


CAPÍTULO XVII.Cual ay': se precipitaDeade alt» cumbre el veneídor torrente,Y férvido se irritu,Y amenaza á la genteRonco, veloz, indómito y valiente.¿Cuándo será que vuelvaf,a linda flor, y un rápido momentoBrille en la verde selva,Y en vez de airado vientoDe aura gentil amoroso aliento?¿De milgraciosas ninfasA percibirse el cántico sonoro,Y de secretas linfasEl solitario lloroRodando limpias por arenas de oro?Astuto byuconeroEntonces sal.üo por la noche humbria.Y' con arco certeroLacho en gentil porfíaCon brutos de pujanza j de osadía.Persigoles altivo,Arrogante y sereno los combato.Burlóme fugitivoTal vez de su arrebatoY - de repente vuélvome y los mato.Ufano, receloso,Cargo en mis hombros la sangrienta fiera.Y vuelvo silenciosoA mi dulce ribera...¿Ouién? ay! al cielo serenar pudiera?En noche tormentosaMísero braconero así cantabaEn tanto que horrorosaTempestad resonaba,Y el firmamento cóncavo temblaba.i jH9«Voto á tantos, dijo el caballero, que cantas biea y con gusto, yque has encomiado dignamente las alabanzas de tu profesión.Los dos compañeros estuvieron largo rato cantando y bebiendo,hasta que interrumpió su diversión un apresurado golpeteo que seoyó á la puerta de la ermita.Para poner al lector al corriente de esta interrupción, es necesarioque volvamos á tomar el hilo de la historia de otros personajesque hace mucho tiempo hemos perdido de vista; porque á guisadel buen Ariosto, no gustamos de acompañar largo rato á losactores de nuestro drama.


150 IVANHOE.CAPITULO XVIII.Cuando Cedric el Sajón vio caer á su hijo sin sentido en ei torneode Ashby, su primer impulso fué mandar que se apoderasende él sus criados; pero se le ahogaron las palabras en la garganta,y no pudo resolverse á reconocer delante de tan numeroso concursoal hijo que habia despedido y desheredado. Mandó sin embargoá Oswaldo que no le perdiese de vista, y que le condujesecon dos de sus siervos á la ciudad inmediata cuando se hubiesedisipado la muchedumbre, Oswaldo no pudo ejecutar las órdenesde su amo: porque cuando se dispersó la turba, Ivanhoe habiadesaparecido.En vano le buscó el ñel copero por todas aquellas cercanías: viola sangre que habia arrojado al caer á los pies de lady Rowena;pero no pudo volver ó ver su persona: parecía que algún nigromantele habia arrebatado por los aires. Quizás Oswaldo, supersticiosocomo todos los sajones, lo hubiera asegurado así á Cedric,atribuyendo á aquel prodigio la inutilidad de sus diligencias y ladesaparición del caballero, á no haber echado la vista casualmenteen un hombre vestido como escudero, y en cuyas facciones reconocióá su compañero Curth. Ansioso de saber la suerte de su amo,y estraordinariamente inquieto no pudiendo descubrirlo en ningunaparte, el ñel porquerizo continuaba sus indagaciones, olvidandolos riesgos que él mismo corría al presentarse sin precauciónalguna en medio del concurso. Oswaldo le echó mano comofugitivo, cuya sentencia debia pronunciar Cedric.Sin embargo, el copero prosiguió tomando cuantas noticias podíaacerca de la suerte de Ivanhoe, y lo único que pudo averiguarfué que le habían tomado en brazos unos lacayos muy bien vestidos,y conducido á la litera de una dama de las del torneo, en lacual se habia alejado inmediatamente de la vista de los espectadores.Oswaldo comunicó esta noticia al padre sin pérdida de tiempo,presentándole también á Gurth, á quien consideraba como desertordel servicio de su amo.El corazón de Cedric estaba atosigado por las mas amargas in-


CAPÍTULO XVIII. 151quietudes acerca del paradero de Ivanhoe: la naturaleza habia recobradosus derechos, á pesar de la resistencia que le oponía elestoicismo patriótico. Mas apenas supo el Sajón que su hijo estabaen manos seguras, y probablemente en las de algún amigo, la ansiedadpaterna que sus dudas habían escitado, cedió al resentimientodel orgullo agraviado, y á la memoria de lo que en su opinión haldasido un acto de rebeldía y desobediencia. «Vaya donde quiera|dijo; cúrenlo los que tienen la culpa de sus heridas, una vez quepretiere las mojigangas de los normandos á la fama y al honor desus abuelos.—Si para sostener la gloria de su familia, dijo lady Rowena queestaba presente en esta conversación, basta ser intrépido en elcombate y prudente en el consejo, valiente entre los valientes ygalán entre los galanes, solo el padre de Ivanhoe podrá decir—Basta, lady Rowena, dijo Cedric; este es el único punto en quer»o estamos de acuerdo. Preparaos para el festín que da el Príncipe,al cual estamos convidados con estraordinarias demostraciones dehonor; y los normandos no acostumbran tener estas urbanidadescon los sajones desde la catástrofe de Hastings. Debemos ir, aunqueno sea mas que por manifestar á esos bárbaros cuan poca mellahace en el corazón de un sajón la suerte de un hijo que sabevencer á los mas encopetados de esa perversa raza.—Pues yo os declaro, dijo lady Bovena, que no iré á la tiestadel Príncipe; y os ruego cpie consideréis que eso que en vuestraopinión es valor y desprendimiento, puede atribuirse por los otrosá crueldad y falta de sentimientos naturales.—Quédate pues en casa, ingrata doncella , respondió Cedric ; túeres la cruel que te places en .sacrificar la suerte de un pueblo oprimidoá un cariño imprudente, y que jamás tendrá mi aprobación.Uhelstane y yo iremos al banquete de Juan de Anjou.»Y en efecto, como ya ha visto el lector, los dos sajones asistieronal convite, cuyos principales sucesos hemos mencionado. Y olvieronú casa, del castillo del Príncipe, y montaron á caballo con sus guardiasy criados, y entonces fué cuando Cedric vio por primera vezal pobre Gurth. Como la cena le habia dado tan mal humor, se aprovechódel primer pretesto que tuvo para estallar. «¿Y porqué no lehabéis cargado de cadenas, perros villanos?» esclamó en el primerÍmpetu de su cólera.Sin atreverse á replicar, los criados de Cedric ataron á Gurth, el


]59 IVANHÓE.cual se sometió humildemente á esta operación, lanzando unamirada espresiva á su amo, y diciéndole al mismo tiempo: «Estees el pago que recibo por amar vuestra sangre mas que la miapropia.—A caballo y marchemos, dijoCedric.—Ya es tiempo, dijo Athelstane; y si no andamos aprisa, causayernosgran inquietud al P. Abad que nos aguarda esta noche conimpaciencia.»Los viajeros, sin embargo, apretaron tinto el paso, que llegaronal monasterio de san Withold antes que se realizase el temor deAthelstane. El Abad , que era de familia sajona , trató á sus huéspedescon aquella profusión que caracterizaba entonces á la gentedesupais: la segunda cena duró hasta muy tarde, ó por mejordecir, no concluyó basta el siguiente dia; sin embargo de locual, los viajeros almorzaron opíparamente antes de ponerse encamino.Al tiempo de salir del patio del convento , ocurrió un incidentefunesto á los ojos de los sajones. Estos se distinguían á la sazón entretodos los pueblos de Europa por su ciega creencia en agüerosy presagios, á cuyo origen se deben atribuir los restos de estas supersticionesque se encuentran en las antiguallas populares de Inglaterra.Los normandos se habían cruzado con otras razas y naciones,y tenian ideas algo mas sanas, comparadas con el estadode la ilustración general. Habían desaparecido los errores que susabuelos trajeron de Escandinavia, y se jactaban de pensar con masjuicio en semejantes materias.Lo que asustó á los acompañantes de Cedric en el acto de salirdel convento en que babian pasado la noche, fué nada menos queun perro negro tan largo como flaco y estenuado , que comenzó ¡5lanzar lastimeros aullidos cuando los caminantes se pusieron enmarcha, ladrando después con obstinado ahinco, corriendo de unlado á otro, y procurando ag-regarse á la cabalgata.«No me gusta esa música, P. Cedric, dijo Athelstane, porque estabaacostumbrado á darle este respetuoso título.—Ni á mí tampoco, tío, dijo Wamba; y mucho me temo que noscueste la torta un pan.—Paréceme, dijo Athelstane, á quien habia hecho mucha impresiónla escelente cerveza del Abad; paréceme que seria mucho mejorquedarnos en el convento hasta la farde. Una liebre y un perro


CAPÍTULO XVIII. 153que aulla son de malísimo agüero al principio de la jornada. Loque se hace en estos casos es volver atrás, y no ponerse en caminohasta después de haber coñudo otra vez.—¡Tontería! dijo Cedric con impaciencia ; los dias son ya demasiadocortos, y la jornada de hoy es larga. El perro es el de ese bribónde Gurth, tan buena alhaja como su amo.»Bicho esto, y afianzándose bien es sus estribos, resuelto á proseguirel viaje, lanzó la jabalina al pobre Fangs , el cual habia seguidoá su amo al torneo, donde lo perdió en medio de la bulla , yhabiendo al fin dado con él á la puerta del monasterio, estaba celebrandoá su modo tan agradable encuentro. La jabalina entró en laespalda del animal, y poco faltó para dejarlo clavado al suelo. Fangshuyó repitiendo sus aullidos de la presencia del irritado sajón , yGurth sintió partírsele el corazón como si le llegasen mas á lo vivolos males de su perro que los suyos propios. Habiendo procuradoen vano alzar las manos á los ojos para enjugárselos, y viendo queAVamba, temeroso de la cólera de Cedric, se habia colocado prudentementeá retaguardia : «líuégote, le dijo, que me limpies los ojos,que el polvo me hace daño, y estas ligaduras no me permiten el usode los miembros que Dios me ha dado.»AVamba satisfizo su demanda; y los dos caminaron juntos algúnrato, guardando triste silencio. Al fin, Gurth no pudo reprimir lossentimientos que le ahogaban.«Amigo AVamba, dijo á su compañero, de todos cuantos locos estamosal servicio de Cedric, tú eres el único cuyas locuras son bienrecibidas. Anda y díle de mi parte que no cuente conmigo, puestoque ni de grado ni por fuerza logrará que permanezca bajo su autoridad.Que me arranque el pellejo á latigazos, que me cargue degrillos y cadenas, que me corte la cabeza si quiere ; pero servirle,eso no. Anda y díselo.—Loco soy, dijo AVamba, y por loco paso; mas no lo bastante paraencargarme de tu comisión. Cedric tiene otra jabalina en la cintura,y es hombre que no yerra tiro.—Pues que me tire, con dos mil de á caballo, dijo Gurth. Ayerdejó á su hijo, á mi pobre señorito V'ilfrido bañado en sangre: hoyha querido matar á la única criatura viviente que me tiene algúncariño. ¡ Por san Edmundo, san Dunstan, san AYithold, san Edv\ ardoel Confesor, y todos los santos sajones del calendario, que no selo perdono'. * Es de advertir que Cedric no juraba nunca sino por los


154 IVANHOE.santos que habían tenido sangre sajona en sus venas, y todos suscriados imitaban la misma práctica.«En mi entender, dijo el bufón que estaba acostumbrado á ser elpacificador de los disturbios domésticos, Cedric no tuvo intención«le matar áFangs, sino de asustarle. El perro dio un salto en aquelmomento, y recibió el golpe: mas no te dé cuidado,'que yo lo curocon un ochavo de cerote.—Si así fuera , dijo Gurth... ¡ pero no!... vi que apuntaba ;biencon el dardo; le oí silbar por el aire con toda la rabiosa malevolenciadel que lo arrojaba. ¿ No vistes que se mordía los puños de furiacuando el pobre animal echó á correr? Lo que quiso fué dejarlo enel sitio. ¡ Por la vida de mi padre que no vuelvo á obedecerle en mivida!»El indignado porquerizo volvió á guardar silencio, y no fueronparte á sacarlo de él todos los esfuerzos que hizo para ello el bufón.Al mismo tiempo Cedric y Athelstane, que iban á la cabeza dela comitiva, hablaban sobre el estado de los negocios, las disensionesde la Familia Real, los feudos y disputas de los nobles normandos,y la probabilidad de que los sajones pudieran sacudir elyugo que les oprimía, ó recobrar á lo menos su independencia ypoder durante las revueltas civiles que por todas partes amenazaban.Cedric no hablaba nunca de semejantes asuntos sin animarseestraordinariamente. El restablecimiento de la independencia desu Nación era el ídolo de su alma, al cual habia sacrificado voluntariamentesu ventura doméstica y los intereses de su propio hijo.Pero el pueblo conquistado no podia llevar á cabo tan ardua empresasin estar íntimamente unido entre sí y sin obedecer auncaudillo. Era, pues, necesario escogerlo entre los altos personajesque descendían de la Familia Real sajona, y en esta condición estabande acuerdo todos aquellos á quienes Cedric habia confiado.secretamente sus designios y sus esperanzas. Atbelstaue se hallabaen aquel caso, y aunque sus prendas mentales no eran las quetan delicado puesto requería, tenia una bella persona, no carecíade valor, se habia acostumbrado á los ejercicios marciales, y parecíadispuesto á seguir los consejos de hombres mas espertes ysensatos. Sobre todo, gozaba gran reputación de generoso y liberal,y todos le creían hombre de buena índole. A pesar de todasestas circunstancias, tan favorables para constituirle jefe de la noblezasajona, otros muchos de la misma nación preferían los títu-


CAPÍTULO XVIII. 155sos y derechos de lady Rowena que descendía del rey Alfredo, ycuyo padre había sido un caudillo famoso por su prudencia, suvalor y su generosidad altamente estimado por sus oprimidos«•ompatriotas.No hubiera sido muy difícil á Cedric, si tales hubieran sido susintenciones, colocarse á la cabeza de otro partido no menos formidableque los dos de que hemos hecho nieucion. En lugar de ascendenciaPeal, tenia intrepidez, actividad, energía, y sobre todoun zelo ardiente é inapeable en favor de la causa, por cuya razónhabía merecido el sobrenombre de Sajón: su alcurnia no cedía áninguna, si no es á la de su pupila y á la de Athelstane. No eclipsabaestas prendas el mas ligero vislumbre de egoísmo: en lugarle debilitar mas de lo que lo estaba el partido con nuevas divisiones,solo se empleaba en estinguir las que ya reinaban, y esteera el objeto que se habia propuesto en el proyectado enlace doAthelstane con lady Rowena. Presentóse muy en breve un granobstáculo á este designio en la mutua inclinación de Rowena y deivauhoe; y de aquí el destierro de este de la casa paterna.Cedric no había puesto en ejecución tan severa medida, sino enla esperanza de que durante la ausencia de Ivanhoe, Rowena leborraría poco á poco de su memoria, y se hallaría mejor dispuestaá recibir la mano de Athelstane; mas el éxito frustró sus planes.< "edric, para quien el nombre de Alfredo era poco menos que el dela divinidad, habia tratado al único retoño que existia de su raza,con una veneración igual á la que se tributaba en aquellos tiemposá las princesas reconocidas. La voluntad de Rowena era leysuprema en casa de su tutor; y Cedric, como si quisiera que la soberaníade aquella dama fuese venerada por todos los que de él dependían,se envanecía en obedecerla y acatarla como el primero desus subditos. Acostumbrada de este modo, no solo al pleno ejerciciode su voluntad, sino al de una autoridad despótica, Rowenahabía aprendido durante su educación á irritarse contra todo loque se oponia á sus deseos; y por consiguiente, reclamó con energíasu independencia en aquel paso decisivo de la vida de la mujer,en que la doncella mas obediente y mas tímida suele contestaria autoridad de los padres y superiores. Confesaba abiertamentesus opiniones acerca de este asunto: y Cedric, que no podia apartarsedel giro que habia tomado, no sabia á veces de qué mediosechar mano para ejercer sus derechos de tutor.


loóIVANHOK.En vano procuró deslumhrarla con el aspecto de un trono ideal.Uowena, que juzgaba de las cosas con sensatez, ni creia que puiliesenrealizarse aquellos planes, ni por su parte lo deseaba. Sincurarse de ocultar su inclinación á Wilfrido de Ivanboe, declarabaque poniendo aparte este, sentimiento, antes se encerrarla todasu vida en un convento, que ocupar un trono con Atbelstane, áquien siempre Pabia mirado con deprecio, pero que ya empezabaó mirar con odio, de resultas del enojo que le causaba su galanteo.Sin embargo, Cedric, que no tenia una alta opinión de la constanciade las mujeres, persistía en emplear todos los medios queestaban á su alcance para reducirla á consentir en aquella unión,con la cual se imaginaba hacer un importante servicio á la causadélos sajones. La repentina 6 inesperada aparición de su hijo enel torneo de, Asbby fué un golpe mortal para sus designios y esperanzas.Es verdad que el amor paterno domelló por algunos instantessu orgullo y su patriotismo; pero recobraron de consunomayor brio, y le impulsaron á esforzar sus diligencias para veriíiearel enlace de bofena y do Atbelstane. así corno para tomarotras medidas que parecían necesarias al restablecimiento de la independenciade los sajones.De este asunto iba conversando con su amigo al principio delviaje, lamentándose secretamente de cuando en cuando de que estuviesetan noble y bonorílica empresa en manos de un hombreque, mas que sangre, parecía tener hielo en las venas. El ilustresajón no carecía de vanidad, y gustaba de que le lisonjeasen conlos recuerdos de su prosapia, y de sus legítimos derechos a! homenajey ala soberanía; pero bastaban á satisfacer su mezquino orgullolos obsequiosos rendimientos de sus vasallos y de los sajonesque le trataban con frecuencia. Sabia arrostrar el peligro; pero noquería tomarse el trabajo de ir en su busca. Convenía con Cedricen los principios generales acerca de los derechos (pie los sajonestenian á sacudir las cadenas que la conquista les habia impuesto;y mucho mas en los suyos al trono que se estableciese después dehaber conseguido aquella emancipación; pero cuando se tratabade plantear los medios de ejecutar tan importante designio, solose descubrían en él la irresolución, la lentitud, la flojedad, que lehabían acarreado el sobrenombre de Desapercibido. Las ardientesy vigorosas exhortaciones de Cedric producían en su alma el mis-


CAPÍTULO XIX. i 57mo efecto que en la mar la "bala roja, la cual después de hacer unpoco de espuma y ruido, se hunde y se apaga.Si dejando aquel empeño, que era lo mismo que machacar enhierro frío ó espolonear una muía cansada, Cedric volvía riendasal caballo y pasaba á conversar algún rato con lady Rovena, esperimentabanuevas incomodidades y contradicciones; porque supresencia interrumpía la plática que tenia aquella noble dama conElgita, su confldenta, acerca del valor y galantería de WilfrJdo;y la astuta criada, para vengarse y para vengar á su señora, sacabainmediatamente la conversación de la cuida y derrota de Athelstaneen el torneo, (pie era lo mas desagradable que podía llegará los oidos de Cedric. De modo, que por todos estilos la funciónhabia sido para él un encadenamiento de sinsabores, y nocesaba de maldecir interiormente el torneo, ei que lo había proclamado,y su propia necedad en haber concurrido á tan endiabladafiesta.Llegó la hora de mediodía, y Athclstane fué de opinión que sesteasela comitiva en un bosquecillo agradable, por el cual vagabasusurrando un arroyo cristalino. Allí descansaron y pastaron lascabalgaduras, y los viajeros dieron fin de las abundosas provisionesdebidas á la hospitalidad del Prelado. Duraron largo rato estasoperaciones; ele modo, que les pareció imposible llegar á Rotherwoodsin caminar una parte de la noche. Montaron á caballo, yempezaron á caminar algo mas aprisa que hasta entonces.CAPITULO XIX,Llegaron los viajeros ú ias cercanías de un terreno quebrado ymontuoso, y ya iban internándose en su hojoso, y espeso laberinto,peligroso como todos ios bosques en aquel tiempo, por el númerode bandidos á quienes la opresión y la pobreza habían dado las armasde la desesperación, ios cuales formaban numerosas cuadrillasque arrostraban sin temor el vano aparato déla autoridad publica.No obstante que se aproximaba la noche, Cedric y Athelstauo secreían seguros,por tener nada menos que diez criados en su escolta,sin contar á Curth y a V amba, de los que nada se podía espe-


358 IYAKHOE.rar, por ir el uno amarrado, y ser el otro bufón y por consiguientecobarde. También les daban mucha confianza, en medio de aquellastinieblasy soledades, su origen sajón, y el respeto con que suscompatriotas les miraban; porque la mayor parte de los bandidos,é quienes las ordenanzas de montes habían reducido a abrazaraquella vida desalmada, eran campesinos y cazadores sajones, ypor lo común no se atrevían á las personas ni á las propiedades delos que traían su mismo origen.Se habían ya internado algún trecho en la espesura de la selva,cuando llegaron á sus oidos los gritos de una persona que con elacento del terror pedia ausilio á todo el que alcanzase á oírla. Aiacercarse al lugar de donde estas voces salían, vieron con sorpresauna litera puesta en el suelo, y junto A ella una mujer joven, ricamentevestida al uso de las judías, y á cierta distancia un anciano,cuyo gorro amarillo denotaba ser del mismo origen, el cual sepaseaba desatentadamente con gestos de amarga desesperación, yagitando sus manos en señal de haberle ocurrido alguna gravedesventura.A las preguntas de Athelstane y de Cedric, el judío no respondióal principio sino lanzando esclamaciones con que invocaba laprotección de todos los patriarcas del viejo Testamento contra loshijos de Ismael, que le habían asesinado sin piedad. Cuando empezóá recobrarse un poco de su angustia y de su terror, Isaac deYork (pues este era el apesadumbrado hebreo) refirió como pudoque había tomado en Ashby una escolta de seis hombres, y dosmuías para llevar la litera de un amigo suyo, enfermo á la sazón.La escolta se había obligado á acompañarle hasta Doncaster. Habíanllegado sin encuentro ni tropiezo al punto en que se hallaba;pero habiendo sabido por un leñador que en el bosque inmediatohabia una gavilla de salteadores, la escolta le había abandonadollevándose además las midas de la litera, y dejándole con su hija,sin medios de defensa ni de retirada, espuestos á ser robados y asesinadospor aquellos bandoleros, á quienes por momentos aguardaba.«Si os dignarais, nobles señores, añadió el judío con el tonoy el gesto déla mas profunda humildad, permitir que estos pobresjudíos continuasen su jornada bajo vuestra protección, juro pollastablas de Moisés quejamos habrá sido concedido mayor favor áun israelita desde los dias de nuestro cautiverio, y que el agradecimiento corresponderá ásu grandeza y á vuestra misericordia.


CAPÍTULO XIX. * 159"—Perro judío, esclamó Athelstane, que era hombre de aquellosque solo conservan en la memoria las ofensas, y sobre todo las masmezquinas y despreciables; bien caro pagas ahora tu insolencia enla galería del torneo de Asbby. Huye, ó pelea, ó componte con losbandidos como quieras; que si ellos se contentan con robar á losque roban á todo el género humano, digo que son hombres de bieny que merecen recompensa.»Cedric no aprobó la repulsa de su compañero. «Mejor será, dijo,dejarles dos criados y dos caballos, para que les conduzcan hastala aldea inmediata. Poco nos importa llevar dos hombres mas 6menos; y con vuestra espada y los otros que nos quedan, harto seráque puedan intimidarnos veinte de esos bribones.Bowena, á quien habia sobresaltado la noticia de la proximidadde los ladrones en número considerable, insistió fuertemente en laopinión de su tutor. Pero Rebeca, saliendo del abatimiento en quehasta entonces habia permanecido, y abriéndose camino por entrelos criados que rodeaban el palafrén de la Sajona, se echó de rodillasy le besó la guarnición deltrage, como se acostumbra en Crientecuando se dirige la palabra á personas de superior gerarquía-Púsose en pié, y echándose atrás el velo, le rogó encarecidamenteque tuviese compasión de su padre y de ella, y que les permitieseir en su acompañamiento. «No lo pido por mí, decia, ni aun porese pobre anciano. Conozco que los agravios y males que se hacenú los judíos son faltas leves, si no ya acciones loables, á los ojos delos cristianos. ¿Qué importa que nos roben y nos maltraten en 1»ciudad, en el campo ó en el desierto? Lo pido por uno en cuyasuerte se interesan muchos, y quilas vos misma. Disponed que eseenfermo sea trasportado con cuidado y esmero bajo vuestra protección.Si negáis 1esta gracia, el daño que le sobrevenga de susresultas, emponzoñará hasta el último instante de vuestra existencia.^La gravedad y mesura con que Rebeca pronunció estas palabras,escitaron vivamente el aubelode Rowena.«El judío es viejo y débil, dijo á su tutor; la bija joven y hermosa;su amigo está enfermo de peligro. Judíos son ; empero nosotrosno podemos, á fuer de cristianos, abandonarlos en esta situación. Losdos caballos de mano podrán servir para el padrey la hija; sus muíasllevarán la litera, y la carga que ellas llevan se colocará en lasacémilas de los criados.»


i 60IVAXHOE.Cedric dio su consentimiento á todas estas disposiciones: Athelstañeno se atrevió á exigir otra cosa, sino que los judíos marcharíaná retaguardia, donde "Wamba podría defenderlos y asistirlos con elescudo de piel de jabalí.—Mi escudo, respondió Wamba, so quedó tirado por el suelo enla palestra de la justa, como ha sucedido á los de otros caballerosmas valientes que yo.»Subiéronsele los colores á la cara á Athelstane al oír esta alusióná la suerte que había esperimentado en el torneo. ROM ena celebróinteriormente la ocurrencia del bufón ; y para aumentar el enojo deAthelstane, dijo á Rebeca que no se separase de su iado durante iamarcha.«No conviene que sea así, respondió Rebeca con humilde majestad,puesto que mi compañía dará deshonra ámi protectora.»A la sazón los criados habían concluido precipitadamente la mudanzade las cargas, porque á la voz ladrones todo el mundo se habíapuesto alerta, mucho mas empezando á oscurecer. En medio deesta operación, fué preciso que Gurth echara pié á tierra, para colocarparte de la carga en la grupa de su caballo, .y consiguió delbufón le aflojase la cuerda que le aprisionaba. Wamba, con intenciónó sin ella, lo hizo de tal modo, que el porquerizo no halló dificultaden desembarazarse de un todo; y hecho así, se escabulló entrela maleza, y se separó de la comitiva.Como el trastorno habia sido general, pasó largo rato antes quese echase de menos al preso; pues iba detrás bajo la custodia de uncriado, y nadie pensó mas en él. Cuando empezó á susurrarse queGurth habia desaparecido, todos tenían fija la atención en los bandidos,y no hizo gran impresión el suceso.Entretanto los caminantes se hallaron en una vereda tan estrecha,que solo podían transitar por ella dos hombres de frente. 1.a veredabajaba á una hondonada, bañada por un arroyo cuyas orillas ásperasy quebradas estaban cubiertas de sauces enanos. Cedric y Athelstane,que marchaban siempre á la cabeza, conocieron cuan peligrosoera aquel desfiladero; mas, poco prácticos en las maniobra?de la guerra, el único medio que se les ocurrió de evitar el riesgofué apretar cuanto mas podían el paso. Adelantáronse por tantosin mucho orden, y apenas habían cruzado el arroyo con algunosdélos suyos, cuando fueron atacados de frente, flancos y retaguardia,con un ímpetu, al que en su desordenada distribución no po-


CAPÍTULO XIX. 161dian oponer la menor resistencia. Los gritos de guerra de que usabanen todo encuentro los sajones, se oyeron a! mismo tiempo enambas cuadrillas, porque los agresores eran de aquella misma nacion,y su ataque fué tan pronto y simultáneo, que parecieron masnumerosos de lo (pie eran en realidad.Los dos gefes sajones fueron hechos prisioneros al mismo tiempo,y eon circunstancias análogas á la índole de cada uno. Cedric,ai verse atacado por un enemigo, le arrojó la jabalina con muchomas acierto que á Fangs, y le dejó clavado á una encina que detrásse hallaba. En seguida, apretando espuelas al caballo, se dirigió йotro, sacando ai mismo tiempo la espada, y asestándola con tantafuria, que la hoja dio en una rama del árbol, á cuyo violento golpele saltó el acero de las manos. Al punto se apoderaron de él dos ótres bandidos, y lo obligaron á desmontar. Otro habia tomado poria brida al caballo de Athelstane, el cual se vio en tierra antes dehaber podido sacar la espada, ó tomado alguna precaución de deleusa.Los criados, embarazados por las acémilas, aterrados y sorprendidosal ver la suerte do sus amos, cayeron sin dificultad en poderde los salteadores : lariy llovería, que iba en medio de todos, y elhebreo y su hija (pie marchaban detrás, sufrieron la misma desventora.Uno solo se. escapó de. toda la comitiva, y este fué Wamba, ecual manifestó mi aquella ocasión mas presencia de ánimo, que losque creían aventajársele en sensatez. Apoderándose de la espadade uno délos criados, (pie no sabia que hacer con ella, se adelantócomo un león hacia los malvados, echó al suelo á los que se le acercaron,é hizo valientes aunque inútiles esfuerzos para socorrerá suseñor. Convencido entonces déla superioridad del número de losbandidos, bajó eon prontitud del caballo, se metió en los matorrales,y quedó fuera, del campo de batalla.Mas el intrépido bufón, al verse libre y seguro, tuvo mas de unavez la tentación de volver atrás, y participar de la cautividad deun amoá quien miraba con sincero afecto.•Los hombres no cesan de charlar, decia, de los bienes que acarreala libertad; mas yo ¡pusiera saber qué he de hacer á la horaesta con la mia.»Ai pronunciar estas palabras, oyó detrás una voz que lo llamabaeon mucha cautela ; al mismo tiempo le saltó encima un perro, la­11


102 IYA.NH0E.miéndolo y festejándole. El perro era Fangs, y detrás estaba el peri[i:erizo,el cual al oir que Wamba lo llamaba con la misma precaución,salió de las matas y se presentó á su vista.• ¿Qué es esto? dijo (íurth con no pocas muestras de sobresalí •¿ Qué significan esos gritos, y ese martilleteo de espadas?— L na chanza de estos tiempos, respondió c; bufón: todos estánprisioneros.—Quiénes? esclamó (Íurth con impaciencia.—Milor, y Milady, y Athelstane, y Flundiberto, y Oswaldo. ¿Qufquiere decir todos'.'—; Por Idos santo! dijo el porquerizo: ¿cómo ha sido eso? quiéneshan sido los agresores ?—El amo, dijo Wamba, se dio mucha prisa á pelear : Atliolstamio tomó con mucha calma, y ninguno de ¡os otros estaba prevenido,i.as tropas contrarias llevan gabanes verdes, y mascarillas negras.Todos están tendidos en el suelo como las algarrobas que echas áios gorrinos. Y voto á sanes, que el lance me baria re ir si no fuer.-,porque tengo mas ganado llorar.» Al decir esto derramaba lágrimasde sincero dolor.« Wamba, dijo (íurth arrojando fuego por ¡os ojos; armado estás,y tu corazón ha sido siempre mejor que tu cabeza. Somos dos : porodos hombres resueltos pueden mucho : sígneme.— ¿V adonde? respondió el bufón ; ¿ y con qué objeto?— A rescatar á Cedric.— ¡Tú, esclamó Wamba , que no hace mucho renunciaste* á st,servicio!— Entonces, dijo Gurtb, Cedric era feliz. Sigúeme te digo. •Wamba iba á seguir los pasos de su compañero , cuando se presentóen la escena otro personaje, que les mandó detener so pena dela vida. A vista de su trage y armamento le hubieran tenido poruno de los de la cuadrilla que habia acometido á sus amos ; per.además de no llevar máscara, por el vistoso tahalí que ie adornabael pecho, y por el cuerno que de él pendía , por la majestuosa es -presión de su voz y de sus modales, conocieron á pesar de la oscuridadque era Locksley, el montero que habia ganado el premio deiblanco en el torneo.« ¿ Qué alboroto es este ? preguntó. ¿ Quiénes son los que atacany hacen prisioneros en estas selvas?—Mira de cerca sus gabanes, dijo Wamba, y díme si no son los


CAPÍTULO XIX.de tus Iiijus: porque voto á sanes, que se parecen al tuyo como unguisante verde á otro guisante verde.—No tardaré en saberlo, dijo Locksley; y os mando, si queréisconservar la vida, que no os apartéis de este sitio hasta que yovuelva. Ohedecedme, y os saldrá la cuenta á vosotros y á vuestrosamos. Voy á disfrazarme como ellos.»Al decir esto, se despojó del tahalí y del cuerno , y con una plumaque se quitó de la gorra, lo pusoeu manos de Wamba; sacó unamascarilla, y repitiéndoles sus encargos de no alejarse de allí, marchóá ejecutar el reconocimiento.«¿Nos vamos ó nos quedamos? dijo Wamba al verse á solas coasu amigo, ó mienten las senas , ó las suyas son de un ladrón quetrae el vestuario en el bolsillo.— Sea el mismo Luzbel, si quiere, respondió Gurth. Por aguardarsu vuelta no hemos de estar peor que estamos. Si es de los dela gavilla, á la hora esta les ha dado el aviso, y de nada nos ha deservir echar á correr. Además, que yo he esperimentado, hace poco,que los ladrones de camino no son la peor gente del mundo. -El montero volvió al cabo de algunos minutos.«Amigo Gurth , le dijo , ya sé quiénes son , quién los paga, yadóude se encaminan. Por ahora no creo que haya que temer cometanalguna violencia con vuestros amos. Tratar de atacarles, siendonosotros no mas que tres, seria locura; porque has de saber que,son hombres aguerridos , y como tales han puesto centinelas paraque den el alarma en caso de necesidad. Alas no tardaremos en recogerbastante fuerza para burlarnos de todas sus precauciones.Vosotros sois dos servidores de Cedric , y fieles según creo. Cedrieei Sajón es el defensor de los derechos de los ingleses, y no faltaránmanos inglesas que acudan á su auxilio. Venid conmigo, y veréis.»Dicho esto, se internó en el bosque á paso acelerado, seguido porel porquerizo y el bufón: el cual, como saben ya nuestros lectores,no era hombre que podia estar mucho tiempo sin menear la.lengua.


1.6-1 1VANHÜF.— Amigos inios, respondió el montero , quién quiera que yo sea,no es del easo ahora. Si logro rescatar á vuestro amo, bien podéisdecir que soy el mejor amigo que habéis tenido en la -vida. Llámemecomo me llamare, tire ó no bien al arco , guste de andar de díaó de noche, son negocios que no os atañen ; y por consiguiente, notenéis que calentaros las cabezas en averiguarlos.-Nuestras cabezas están en la boca del león, dijo Wambo á Uurtbal oido. Salgamos del paso como podamos.--Silencio, dijo Grurtli; no le ofendas con tus locuras, y tocio irábien •>CAPITULO XX.Después do haber andado tres horas á paso picado, llegaron lossirvientes de Cedric con su misterioso guia á un sitio descubierto,en medio del cual se alzaba una robusta emana, esparciendo poliposamentesus ramas por una vasta circunferencia. Junto al troncoestaban echados por tierra cuatro ó cinco monteros , y otro sepaseaba á la luz de la luna, á guisa de centinela.Al oir los pasos que se acercaban, la centinela dio el alarma, losotros se alzaron con gran prontitud , y apercibieron los arcos.Apuntáronse inmediatamente seis flechas al punto de donde veniael ruido de los caminantes, cuyo conductor fué reconocido \ saludadopor los otros con todas las demostraciones de afecto y sumisión.Desaparecieron por consiguiente todos los preparativos hostiles.«¿Dónde está el molinero? fué su primera pregunte.En el camino de Rohterham.--¿Con cuántos? preguntó el jefe, que tal lo parecía.— Con seis hombres, y buenas esperanzas de botín.— ¿Y dónde está Allan-á-Dale? dijo Locskley.— Ha ido á echarle una ojeada al 1'. Prior de Jorvaulx.— Bien pensado, continuó el capitán ¿ Y el hermano ?- En su ermita.--Allá voy yo, dijo Locksley ; dispersaos todos, y buscad avuestros compañeros. Recoged cuanta fuerza podáis , porque hay


CAPÍTULO XX. 165caza en el monte . y es menester perseguirla. Estad aquí todos alromper el día.... deteneos. Lo mas importante se me olvidaba. Vayandos de vosotros , tan aprisa como puedan , hacia el castillo deFrente-de-buey , que por allí anda una cuadrilla de galanes disfrazadoscomo nosotros, y se llevan consigo algunos prisioneros.Observadlos de cerca , porque aunque lleguen al castillo antes quepodamos reunimos , nuestro honor exige que les castiguemos , yasi será por vida mía. Ved lo que hacen , y despachad al mas ligero, para que lleve las nuevas á todos los amigos. »Los monteros dieron á entender que obedecerían , y se separaronpor distintos caminos. Al mismo tiempo, el capitán con sus doscompañeros , que ya no le miraban solo con respeto, sino con miedo, tomaron la dirección de la capilla de Copmanhurst.Cuando llegaron á la llanura en cuya estromidad se alzaba lavenerable aunque arruinada capilla, y la selvática choza, que tantoconvidaban al recogimiento, "Wamba dijo en voz baja á Gurth: «Sison ladrones, verdad es el refránque dice que detrás de la Cruzesta el Diablo ; y por las barbas de mi padre , que no me engaño.' 'ye ; oye que coplas están cantando los de adentro. »En efecto el anacoreta y su huésped se desgañifaban repitiendoá dúo el estribillo de una antigua canción que decía así:.Choquen vasos, y á raudales,V :'. ¡orientes caiga el vino;Por beber se pierde el tino.¿Quién no rabia por beber?Vino es dicha á los mortalesVino anima los amores-,Vino aboga los dolores;Vino es padre del placar.*— 1' no lo hacen mal, continuó Wamba , que Labia acompañadolas cadencias del coro , aunque sin atreverse á echar toda la voz-;, Quién diantres había de aguardar semejante canción en una ermita,y á media noche ?— Cualquiera, dijo Gurth , que sepa lo que es el ermitaño deCopmanhurst, el cual es conocido en toda esta comarca , y asímata venados como canta maitines ; y hay quien dice que la mitadde la caza (pie roban al amo del coto va á parar á su celda , y queel guarda-bosque se ha quejado al amo , y que le han de arrancardel cuerpo el sayal si no se enmienda. »Durante esta conversación , Locksley , con ios repetidos golpes


!t>61V4-NH0E.ijue dio á la puerta del ermitaño , interrumpió la grave ocupación>i que estaban entregados él y su huésped. «Por san Dunstan, dijoel ermitaño parándose de repente en medio do un gorgorito , queferiemos mas caminantes estraviados á ¡a puerta , y no quisierapor todo el oro del mundo que me vieran en esta disposición. Cada•ual tiene sus enemigos, señor caballero Holgazán ; y al vernosaquí mano á mano , al cabo de tres horas, con esta pobreza (pac oshe podido ofrecer, como la caridad lo manda, no faltarían malvadosque lo atribuyesen á borrachera y á comilona, vicios tanopuestos á mi carácter, como á la natural disposición de mi índole.— Son unas malas lenguas , repuso el caballero , y yo les he delar su merecido. Verdad es , padre mió , que cada cual tiene susenemigos, y hombre hay en estas cercanías con quien yo quisieramas bien hablar al través de las barras del yelmo , que cara ácara.— Ponte el tuyo, amigo Holgazán , dijo el ermitaño , tan aprisacomo telo permita la índole que tu sobrenombre denota; mientrasyo guardo estos jarros de peltre , cuyo contenido me está alborotandolos cascos. Para que no oigan de afuera el ruido cantemoslo que quieras ; cualquier cosa no importa ¡ Sobre que nosé lo que hago 1 »Enseguida entonó con recia voz un devoto De pro/mtdis , concuyo estrépito ahogó el retintín de los jarros y de los otros restosdel convite: entretanto el caballero se armaba y procuraba hacerel dúo al anacoreta en cuanto se lo permitíala risa que le retozabaen el cuerpo,«¿Qué diantres de maitines son esos á estas horas ? dijo una voza. la puerta.—Dios te asista, buen caminante , dijo el ermitaño á quien elruido que él mismo hacia , y quizás también los efectos del vino,no permitían reconocer una voz que ciertamente no le era estraña.Prosigue tu camino en nombre de Dios y de san Dunstan, y no nosinterrumpas á mi venerable hermano yá mí en nuestras devotasoraciones.—¿Eslás loco ? continuó el de afuera. Abre á Lockslcy.— Seguros estamos ; todo va bien , dijo el ermitaño á su compañero.— Pero ¿ quién es ? respondió el caballero. Me importa saberlo.— ¿Quién es? replicó el anacoreta. Dígote que es un amigo.


CAPÍTULO xx. 1(57— Pero ¿ qué amigo? porque puede ser amigo tuyo y no mió.— i, Qué amigo ? dijo el ermitaño. Mas fácil es hacer esa preguntaque responderla. ;. Qué amigo ? Ese honrado guarda-bosque dequien te he hablado.— Tan honrado , como tú penitente , dijo el caballero. No lo dudopero abre la puerta antes que la eche abajo á golpes. »! ,os perros , que al principio del ruido esterior habían hecho unasalva espantosa de ladridos , conocieron sin duda la voz del quellamaba; pues mudaron de tono , y acercándose á la puerta y meneandola cola, parecían interceder en favor del que estaba aguarlando.¿ Qué es esto , ermdaño? dijo el montero cuando le abrieron lapuerta. ¿Quién es este compañero?— Un hermano de la orden , respondió el ermitaño con gestomisterioso. Toda la noche hemos estado en oración.— Sin duda, dijo Locksley,, es algún individuo de la orden militante; y como él hay muchos por ahí fuera. Lo que importa esque dejes el rosario y tomes el garrote. Ha llegado el caso de echarmano de todos nuestros amigos. Pero ¿estás en tus cinco sentidos ?¿Así admites á un caballero á quien no conoces? ¿Has olvidadonuestras reglas ?— ¡ Qué no lo conozco'. respondió el ermitaño: como á tí, ni masni menos.— Cómo se llama ? pregunto el montero.— ¿ Cómo se llama ? respondió el anacoreta sin detenerse. Sir Antoniode Scrabelstone. ¡Cómo si yo me sentara ábebercon unhombre, sin saber cómo se llama !— Has bebido mas de lo que puedes, dijo Locksley . y quizáshablado mas de lo que debes.-Buen montero , dijo el caballero , no os enfadéis con mi honradohuésped. No ha hecho mas que darme la hospitalidad que yole hubiera exigido por fuerza, si me la hubiera negado.—-¿Por fuerza! repuso el ermitaño: deja que trueque la túnica poran gabán verde, y si te defiendes de doce golpes de mi garrote,digo que no soy hombre de pro.»\1 decir esto, se despojó de su grosero saco, y quedó en coleto ycalzones de gamuza, sobre lo cual se puso con la mayor prontitudel gabán verde y calzones del mismo color. «Átame esas agujetas»dijo á Wamba, y tendrás u:? vaso de vino seco por tu trabajo.


168 IVAN'HOE.—Gracias por el viuo seco, respondió el bufón; pero ¿no crees tuque es caso de conciencia ayudar á convertir un santo varón en unpecador mundano"?—No tengas cuidado, dijo el ermitaño.—Así sea, respondió Wamba: y acabó la operación de atar los innumerablescordones del nuevo ropaje que el anacoreta había vestido, y entretanto l.ocksley hablaba aparte con el caballero.—No lo podéis negar, le decía: vos sois el caballero de la negraarmadura que decidió el combate en favor de los ingleses y encontra de los estranjeros el segundo día del paso de armas.—¿Y qué se inferiría de eso en caso de ser así? preguntó el Holgazán.—Si es así, respondió el montero, contaríamos con vuestro socorro cu favor del débil.—Mi obligación es socorrer al necesitado, dijo el caballero; y nocreo que hay razón para pensar de mí otra cosa.—Convendría sin embargo saber, dijo l.ocksley, si sois tan bueninglés como buen caballero; porque el negocio que tenemos entromanos atañe á todo hombre de bien, pero mas particularmente álos que tienen sangre, inglesa en las venas.—A nadie pueden ser mas caras Inglaterra y la vida de todo ii¡glés que á mí, respondió con entusiasmo el caballero.—Quiera Dios que asi sea. respondió el montero, pues nunca hanecesitado tanto Inglaterra del apoyo de los que la aman comoahora. Y ahora os hablaré de la empresa, en que, si sois realmenh'lo que decís, podréis tomar honrosa parte. Una cuadrilla de malsines, adoptando el trago de los que valen mas que ellos, se hanhecho dueños de la persona de un noble inglés, llamado Cedric o]Sajón, déla de su hija, y de la de su amigo Atbelstane de Coningsburgh, y los han llevado á uno de los castillos inmediatos. Dinaahorasi, como buen caballero y buen inglés, quieres y puedes ayodarnos á rescatarlos do sus enemigos.—Mis votos me obligan á ello, dijo el caballero; pero ¿quién eretúque tan á pechos tomas este negocio?—Yo no tengo nombre, dijo el montero, pero amo á mi patria ¿á todos los que la aman. Bástete saber esto de mí por ahora, puestoque nos debe bastar á nosotros lo que de tí has querido decirnosCree, sin embargo, que cuando empeño mi palabra, es tan inviolable como si calzara espuelas de oro.


CAPÍTULO XX. 169—No lo dudo, respondió el caballero, porque estoy acostumbradoн leer en la fisonomía de los hombres, y en la tuya estoy leyendola honradez y la resolución. Nada mas quiero saber, sino ayudarteя poner en libertad á esos cautivos; después nos conoceremos mejoruno á otro, y creo que seremos amigos.—¡Con que tenemos un nuevo aliado! dijo Wamba, que habiendoacabado de vestir al ermitaño se habia acercado á Locksley, y oidolas últimas palabras de la conversación. Mucho me alegro, porqueel valor de este paladín es metal mas fino que la capucha del ermitañoy que la honradez del montero, el cual tiene trazas de serun caballero nocturno, como el anacoreta las tiene de socarrón camandulero.—Calla, Wamba, dijo Gurth; poco importa que sean fundadasi us sospechas. Cristiano viejo soy y creo en Dios á puño cerrado;pero si el mismo Satanás se ofreciera á darnos ayuda en este aprieto,temo que la aceptaría.»K! ermitaño estaba ya completamente armado de espada, broquel,arco, flechas, y una gran partesana al hombro: salió de la celda óla cabeza de Ь partida., echó la llave y la dejó debajo de la puerta., ¿Estás en aptitud de hacer algo bueno, le preguntó Locksley,ó corren todavía en tu mollera los raudales de vino de la canción?—Algo me hormiguean los cascos, respondió el anacoreta, y ódecir verdad, las piernas no están muy seguras; pero el agua deлап Dunstan hace prodigios, y ya verás cuan pronto se me pasao­Üicho esto, se aproximó á la concavidad do la roca, en que borí>ollabanlos cristales de la fuente, y se echó á pechos un trago,que á ¡loco nías la deja, exhausta.—¿Cuanto tiempo ha que no haces otro tanto? preguntó el de lanegra armadura.—Dos meses justos, dijo el ermitaño, que fué cuando se reventóla bota;c se fue lo que, contenía, y solo me quedó para apaciguaria sed esta prodigiosa fuente, producto de un milagro del Santobendito.»Después de haber bebido, se lavó el rostro y las manos, para purificarsede todos los restos do la francachela. Enarbolando entoncesla partesana, como si se hallara en frente del enemigo: ¿ Dóndeestán, esclamó, esos follones opresores de la inocencia., y robadores de nobles doncellas? Lléveme Luzbel, si no basto yo solo para,una docena de ellos.


.1 70 IVANHOE.—¡Como juras, hermano ! dijo el caballero.—No me hermanees mas, respondió, que harto hermaneado estoycuando tengo el saco al hombro. Por san Jorge y el dragón, quecuando visto el gabán verde, me las apuesto á jurar, á beber, y ¡ienamorar, con el mejor montero de estas cercanías.• —Al negocio y callemos, dijo Locksley, que eres mas ruidoso queiina mujer. Y vosotros amigos, no os entretengáis con sus dicharachos.Vamos, á reunir nuestras fuerzas, que no necesitamos de muchaspara apoderarnos del castillo de Eeginaldo Frentc-de-buey.—¡ Frente-do-buey! eschimó el Holgazán. ¡El noble Normandose ha echado al camino! ¡Padrón y opresor lo tenemos!—Opresor, dijo Locksley, siempre lo ha sido.—Y en cuanto á lo ladrón, dijo el ermitaño, ya quisiera el tener• a mitad de la conciencia que algunos ladrones que yo conozco.—Ancla y calla, dijo Locksley : mejor fuera que nos dirigieras alpunto de reunión, y te dejaras de baldar con tanta imprudencia.»CAPITULO XXI.En tanto que se tomaban estas disposiciones para rescatar a < e-•Iric y á los suyos, los malvados que los conducían procuraban llegarcuanto antes al sitio que debia servirles de prisión. Vero sobrevinola noche, y los bandidos no eran muy prácticos en los circuitosde la selva. Paráronse muchas veces, y otras volvieron atráspara tomar el camino de que so habían estraviado. Lució la mañanaentes que pudiesen marchar con seguridad y certeza ; pero lo


CAPÍTULO XXI.—¿ Y qué es lo que te ha hecho mudar de plan? preguntó Brian.—Poce te importa, respondióel aventurero.—So creo que hayan hecho impresión en tu ánimo, dijo el Tem-¡.itirto, las sospechas que lia procurado inspirarte YValdemar de Fiteu'se.—liso se queda para mí, repuso Bracy. Dicen que (d demonio seie cuando un ladrón roba á otro ladrón: y yo sé que no hay fuerza,«imana que detenga á un caballero como tú en la prosecución de-os designios.—No es cstraño, dijo el Templario, que los compañeros libres s«s~lechen de un amigo, de un camarada, de todo el mundo, cuandoodo el mundo sospecha de ellos, y con razón.—No es ocasión esta de reconvenciones , dijo Bracy : basta decirpie conozco tus escrúpulos, y (pie no quiero darte ocasión de arrebatarmela presa que tantos riesgos me ha costado.—¿Qué tienes que temer? dijo Brian. has promesas me atan lasmanos.—; Y tan bien como las observas ! replicó Bracy. DesengañémoíoS,señor Templario: las leyes do ¡a galantería se interpretan aleo«tajadamente en nuestros tiempos; y en negocios como este , none iio de tu conciencia.—¿Quieres que te diga la verdad ? dijo el Templario. No son los¡jos azules de tu dama los que cas golpe me han dado entre los queiTeñen en la comitiva.—¿Qué? dijo Bracy. ¿Te gusta mas la criada?—No, señor caballero, dijo el Templario. Entre las cautivas haynía que no cede en nada á la sajona.—Por las barbas de mi padre, dijo Bracy, que te lia dadoa hebrea.17Jflechazo—Y* aun cuando así fuera , dijo Brian de Bois-Guilbert, ¿quiénmede oponerse á ello ?—Nadie que yo sepa , dijo Bracy : mejor que yo sabes tus intereses: mas yo hubiera jurado que echabas el ojo mas bien al sacoie! padre que á la hermosura de la hija.—i ,os dos me acomodan , respondió Brian ; á mas de que, el sacoloí viejo usurero es mitad para mi y mitad para Frente-de-buey,pae no presta su castillo á humo de pajas. Quiero tener algunaorenda para mí solo en el botiu, y ninguna me conviene tanto comela judía. Mas ahora que sabes mis intenciones, y que nada tic-


1*72 1VAÍJH0K.nes que temer de mí ¿por qué no sigues tu primer designio? Yuves que no corremos los dos la misma liebre.—No importa, coutestó líraey ; lo diclio dicho. Verdad será loqueme cuentas; pero yo no me fio en tu conciencia. •Durante todo este diálogo, Cedric procuraba sacar de los que lecustodiaban algunas noticias acerca de quiénes eran y del objetoque se proponían. Si sois ingleses, les decía, ¿ por qué os apoderáisde vuestros compatriotas , como podrían hacer los normandos? Sisois mis vecinos, ¿cómo ignoráis mis principios y mi modo de ponsar? Hasta los bandidos esperimentan los frutos de mi protección,porque nadie mas que yo compadece sus males y maldice la tiraníade sus opresores. ¿Qué queréis do mí? ¿ Y de qué puede servirosvuestro silencio? Peores sois que los brutos indómitos en vuestrasmociones, y hasta los imitáis en vuestro silencio.:-.'En vano exhortaba Cedric á sus guardias, los cuales tenían razoues muy poderosas para no ceder á súplicas ni amenazas, Continuaroná su lado, caminando cuanto mas aprisa podían hasta queal fin de una calle do añosos árboles so descubrió el musgoso y antiguo castillo de Fronte-de-buey. Era una fortaleza de mediana estension,en medio de la cual se alzaba un torreón cuadrado, rodeadode edificios de menor altura, y estos de un vasto cercado, guarnecidode un foso profundo, á que suministraba sus aguas unarroyo inmediato. Frente-de-buey , que por la perversidad de sucarácter se habia puesto en guerra abierta con todos sus vecinos,habiu aumentado la fortificación de su residencia , construyendoen los muros torres elevadas que flanqueaban sus ángulos. La enirada , como la de todos los castillos de aquel tiempo, era una bar -baeaua embovedada, especie de obra estertor, que terminaba en dostorrecillas.Apenas divisó Cedric las pardas y verdosas almonas del castillode i'rente-de-buey, que se erguían entre los espesos bosques que larodeaban,conoció la causa real del infortunio en que se hallaba sumergido.(Injusto fui, dijo, para con los ladrones y foragidos de.estas selvac cuando les atribuí tamaño desacato: tanto montaría confundir alos lobos de estos montes con las voraces zorras de Francia. Decidcae, perros, ¿qué es ¡o que vuestro amo quiere de mi, mi vida ó micaudal? ¿No será lícito á dos nobles sajones como Athelstane y yo.po: ecr las tierras que sus padres les dejaron? Acabad con nosotros


CAPÍTULO XXI. I ! 73j consumad vuestra tiranía, quitándonos la vida como nos habéisquitado ia libertad. Si Cedric el Sajón no puedo rescatar á Inglaterra,morirá en la demanda. Decid á vuestro cruel amo que lo únicoque le pido es que deje libre y sin deshonra á lady Rowena. Esmujer , y no tiene por que temerla. Cuando faltemos Athelsfane yyo, nadie tomar:! las armas en su defensa.;Los de la escolta permanecieron tan sordos á este discurso coiaual primero, y así llegaron á la puerta del castillo, Hracy tocó tresveces ia trompa, y los ballesteros que guarnecían las torres echaroninmediatamente el puente levadizo, y le dieron entrada. Losenmascarados obligaron á los prisioneros á echar pié á tierra, y lescondujeron á un aposento, en que encontraron algunos manjares,de, los que solo se sintió dispuesto á comer Athelsfane. Sin embargo,el descendiente de los reyes sajones no pudo saborear largotiempo las provisiones de sus carceleros, porque inmediatamente sele dio á entender que él y Cedric, debían ocupar una habitación separadade lady líowena. Era inútil resistir : así que , siguieron 0sus conductores por una gran sata, cuyas bóvedas sostenían gruesaspilastras de arquitectura sajona, como las que se ven en los rei'ectorios y salas capitulares de ios antiguos monasterios de lupiaierra.Lady Kovena fué separada de sus doncellas, con cortesía en verdad,pero sin consultar su gusto y llevada á un aposento distantei.a misma sospechosa distinción se hizo á Rebeca, en despecho ditassúplicas de, su padre, que llegó hasta ofrecer dinero, en aquellaangustiosa estremidad, porque la dejaran á su laclo. «Perro infiel,respondió unode los conductores, cuando hayas visto la habitaciónque se te ha señalado, no querrás mirar en olla á tu hija.» V sinmas ceremonia fué arrebatado por diferente camino que los otrosprisioneros. Los criados, después de haber sido desarmados y registradoscon el mayor rigor, pasaron á la otra ala del castillo; y Tíovena no pudo conseguir el único favor que pidió, y fué la compañíade su camarera Lílgita.La pieza cu que estaban encarcelados los dos proceres sajonesde los que hablaremos en primer lugar, era una especie de cuerpode guardia, que en otros tiempos había sido el salón principal delcastillo. Después hahia servido á diferentes usos, porque el dueñoactual de la, posesión, á fin de realzar las comodidades, la seguridady la hermosura de su residencia, había construido otro salón mas


grandioso que el primero, en que se notaban las pilastras esb.lta.:y delicadas, y los primorosos adornos introducidos por los ñormandos en la arquitectura inglesa.P'edric se paseaba por el cuarto, indignado con las re (lección ívque hacia sobre los sucesos pasados y sobre su condición presentemientras la desidia de su compañero le servia en lugar de pacienciay filosofía, para alejar de sí todo lo que podia molestarle: sol>pensaba en las incomodidades personales de su situación, y aunestas le hacían tan poca impresión, que solo desplegaba los labioparadar de cuando en cuando alguna respuesta á las animadas ;••vehementes peroraciones de su amigo.«.Sí, decia Cedrie hablando á veces consigo mismo, y dirigiendootras la palabra al inalterable descendiente de Eduardo; aquíen. esta misma sala fuá donde mi padre asistió al convite que TorquilWoll'ganger dio al valiente y desventurado Harold cuando estemarchaba contra los noruegos que se habían unido al rebeldtTosti. Aquí, en esta misma sala fué donde Harold dio tan magnánimarespuesta á los embajadores de su pérfido hermano- Mil vecesvi á mi padre enardecerse al referir aquel lance. Cuando se dio entradaai enviado de Tosti, los muros de esta vasta pieza podíanapenas contener la turba de nobles caudillos sajones, que bebíanel brindis de venganza y muerte alrededor de su Monarca.— Es regular, dijo Athelstane á quien sacó de su distracción esteepisodio del discurso de su amigo, es regular que nos envíen ¡i mediodia algún vino y algo que comer: apenas nos han dado tiempopara desayunarnos, y jamás me ha hecho provecho comer inmediatamentedespués de apearme, á pesar de que los médicos dicen quees bueno.»Cedrie continuó el hilo de su historia sin hacer caso de ios ingeniososcomentarios de su compañero.«El emisario de Tosti, dijo, entró en la sala sin que le desanimasenlos gestos terribles de los que le rodeaban, y se adelantó conpaso firme hasta el trono de Harold. á quien hizo una reverencia.—¿Qué condiciones, dijo, tiene que esperar tu hermano lord Rey,si deja las armas y te pide la paz? —El amor de un hermano, respondióel generoso Harold, y el hermoso condado de Cumberland.—Paro si Tosti acepta estas condiciones, dijo el enviado, ¿quéposesionesse darán á su fiel aliado Hardrada, rey de Noruega? —Sietepies de tierra, contestó denodadamente Harold, y quizás doce


CAPÍTULO Y.XI.lliípulgadas mas, puesto quo dicen que Hardrada es de estatura, gigantesca.Resonaron entonces las esclamaciones de los concurrentesen las bóvedas de la sala, y se llenaron las copas y los cuernoenhonor de los estados que debía poseer el rey noruego en la tierrade nuestros padres.—De buena gana haría .yo ahora !o mismo, dijo Atbelstane. quevasa me va pegando la lengua al paladar.—Retiróse el abochornado embajador, continuó mas animado todavía( edriiq en despecho de la indiferencia de su auditorio, y llevéá Tosti y á su aliado la ominosa respuesta del ofendido hermano.Entonces fué cuando los muros de Stamford y las fatales agua»del Welland, tan célebres en nuestras antiguas profecías, presenciaronaquel terrible encuentro, en quo despees de haber obstentadoun valer impertérrito, e! rey de Noruega y Tosti cayeron condiez mil de sus mas valientes partidarios 1). ¿.Quién hubiera pensadoen aquel glorioso día, y en medio de aquella completa vichería. que el mismo soplo que agitaba las banderas triunfantes detos sajones, impelíalas velas de los normandos á las funestas píavasde Sussex.' ¿Quién hubiera dicho que pocos dias después, e !mismo ííarold no poseería mas tierra en su reino que la que concedió.f*n el ímpetu de su rabia, al noruego invasor? ¿Quién hubieracreído que vos, noble Atbelstane, descendiente de la sangre deHarold, \ que yo, cuyo padre no fué el mas débil de los defensoresde la diadema sajorna, seríamos prisioneros de un vil normando, en .esta misma sala en que nuestros antepasados asistieron á tan gloriosobanquete?—;Tristes memorias por cierto! dijo Athelstane; pero yo esperoque no nos pedirán un rescate escesivo. Y en todo caso, ¿qué interéspueden tener en matarnos de hambre? Con todo eso, es medio diny no veo anuncios de comida. Asomaos á esa ventana, y por losrayos del sol conoceréis que no me engaño en la hora.— Podrá ser asi, respondió Cedric; pero yo no puedo fijar la vis-U, Nuestros lectores entenderán estas alusiones á una de las épocas mas interesantesde U historia de Inglaterra, si se toman el trabajo de consultar algunos delos esceientes historiadores que posee la literatura de este país. Basta decirles porahora, que esta batalla de Slamfort, en que el rey Harold derrotó á su hermanoTosti y á los Noruegos, ocurrió por los años 106C>, y que muy pocos dias después,ei mismo Herold perdió la corona en los campos de Hastings. Noruegos y Sajones sedisputaron con furioso encor.oel puente del rio Welland. Un noruego solo lo.defendio,sin otras armas que sus brazos, hasta que l-> atravesi una lanza que le arrojarondesde el rio.


1.76 IVANHOEta en aquella vidriera de colores, sin que se dispierten en ni i almapensamientos diferentes de las privaciones y penalidades actuales.Cuando se hizo esa ventana, amigo mió, no se conocía en Inglaterrael arte de hacer cristal ni el de pintarlo. El orgullo del padre doWolfganger fué el que le indujo á traer un artista de Normandiapara hermosear su salón con ese nuevo adorno, que trasformabendita luz de] día que Dios nos ha dado, en tan fatásíicos vislumbres.Eicstranjero vino aquí pobre, mend'go, andrajoso, sumiso, se.iudando con gorra en mano á los ínfimos criados de la servidumbre;y volvió repleto y poderoso, contando maravillas á sus rapaeecompatriotasde la riqueza y de la sencillez de los no liles sajoneslocuras vaticinadas ;oh amigo Athelstane! por los descendientes deHengisto y de sus denodadas tribus, que habían conservado losencillosmodales de sus progenitores. Esos estranjeros llegaron aser nuestros amigos Íntimos, nuestros confidentes y servidores:nos dieron sus artes y sus artífices y desde entonces empezamos ádespreciar la honrada dureza, la noble sencillez en que habían vi.vido nuestros padres. Nos enervarnos con el lujo de los normandos,antes que la espada normanda nos sometiera. ¡Harto diferentes era:nuestros manjares domésticos, comidos en paz y libertad,deesa*delicadezas y golosinas cuya afición nos ha entregado como si«'-vos humildes al conquistador estraujero!—La mas pobre comida, dijo Athelstane, me serviría ahora. d


CAPÍTULO XXI.17JMientras el Sajón estaba sumergido en estas tristes consideraciones,se abrió la puerta y entró un maestre-sala con la vara blanca,símbolo délas funciones que ejereia. Este importante personajemarchaba con talante majestuoso, y le seguían cuatro criados qu Ptraían una mesa cubierta de manjares, cuya vista y olor compensaronpor entonces todas las incomodidades- que Athelstane habíasufrido. Todas estas personas estaban enmascaradas y cubiertasde anchos capotes.«¿Que mojiganga es esta? preguntó Cedric. ¿Pensáis (pie con o-ciendo como conocemos al dueño de este castillo, podemos ignorarquien nos ha hecho prisioneros? Decidle, continuó queriendoaprovecharse de aquella oportunidad para abrir una negociaciónacerca de su rescate, decidle que nos sometemos á su rapacidad,como podríamos hacerlo en iguales circunstancias con un ladrón decaminos, puesto que el único motivo que Frente-de-buey ha podidotener para privarvos de nuestra libertad es el ilegal deseo de enriquecerse á costa nuestra. Que diga cuánto pide por nuestro rescatey lesera pagado, con tal que no pida una suma superior á nuestrasfacultades. >•El maestre-sala bajóla cabeza sin dar otra contestación,«Y decid á sirlieginaldo Frente-de-buey , dijo Athelstane, qu


?~8 IVANHOE.guisos. Cedric se colocó en frente de Athelstane, el cual tío habíaperdido tiempo en acomodarse, y muy en breve manifestó que siias desventuras de su patria le hacían olvidarla comida cuandono estaba puesta la mesa, la vista, de los manjares escitaba en él las-•scelentes disposiciones gástricas que con las otras calidades heredarade sus abuelos.Poco tiempo habían estado los cautivos empleados en satisfacer¡as primeras necesidades del apetito, cuando interrumpió esta seriaocupación el sonido de una trompeta que se oyó á la puertadel castillo. Repitióse tres veces el llamamiento con tanta violenciacomo si saliera ele boca de uno de aquellos caballeros en-•andados , cuyo aliento teníala virtud de disipar como el vaporde la mañana torres y barbacanas , almenas y rastrillos, ¡.os-ojones se alzaron de la mesa y corrieron ;i la ventana; mas vieronenriada su curiosidad, porque solo daba al patio del castillo , y el-unido venia del recinto esterior. Parecía, sin embargo , (pie apmiincidente era de gran importancia; porque al mismo tiempo se notógran confusión y alboroto en lo interior.CAPÍTULOXXII.Dejando á los caudillos sajones volver á ocupar sus puestos, ciandosu infructuosa curiosidad les permitió satisfacer su medio satisfecho apetito , entremos en la prisión algo mas rigurosa delpobre judío Isaac de York , el cual había sido precipitadamenteconducido á un calabozo embovedado y subterráneo, y en que penetraba por todas partes la humedad del foso inmediato. Alumbrabanesta triste mansión dos ó tres agujeros , á los que no pedia alcanzarla mano del cautivo. Por estas aberturas solo entraba unaluz pálida é incierta cuando el sol brillaba, en todo su esplendor , lacual se convertía en total lobreguez mucho tiempo antes que desapareciesendel cielo los albores del día. Colgaban de los monis enmohecidascadenas y argollas que antes habían servólo, a. otrosdesventurados, de quienes sin duda se temía que hiciesen ¡ Igunosesfuerzos para recobrar su libertad ; y en una de (días se % r alirunoshuesos medio pulverizados y que parecían canillas hcnjem-N.


.M'ÍTTjto xxn. i~9drobsblemonte habia perecido allí alguna víctima de la tiranía,•ondenada no solo á morir , sino á convertirse en esqueleto en el-no de tan impío sepulcro.Kn uno de los ángulos de este fúnebre aposento habia una chii¡eneacubierta de algunas barras de hierro medio devoradas por'i orin.El aspecto de aquella mazmorra hubiera podido intimidar un•orazon algo mas fuerte que el del judío; el cual, no obstante , senantnvo mucho mas sereno en aquel urgentísimo peligro, que•liando en el ataque de sus raptores: solo tenia ideas confusas é ingertasacercado los males que le amenazaban. Los aficionadosála•aza dicen que la liebre padece mas angustia y sobrecogimiento•candólos galgos la persiguen, que cuando al fin le echan el diene¡1). También es muy probable que los judíos , amenazados deautos peligros, y víctimas de tantas persecuciones , tenían siem-•¡•3 á la mano y en reserva algún espediente para hacer rostro áes golpes y crueldades de los poderosos. Así que, pasado el primere-do, s,. disminuía el terror con la esperanza del remedio aperchado.Ni era esta la voz primera (pie Isaac se habia visto en tan•ritióos apuros : por tanto, tenia en su favor la esperieneia, y casia certeza de salir de bis garras de su opresor. Sobre todo, contaba•oiivla inflexible obstinación , rasgo característico de la nación áine pertenecía, y de ella habían dado notables testimonios los jubosde Inglaterra, sufriendo los males mas atroces que el poder yviolencia pueden imponer, antes que ceder ala codicia de sus ti-•Ü nos.1*o." esta disposición de resistencia pasiva, y con su ropa dispuesade modo (pie pudiese preservar sus miembros de la humedad,-aae se sentó en uno de los rincones del calabozo, donde visto á lanciertaluz que por los agujeros entraba, con el aspecto abatido yos brazos cruzados, el alio gorro y la peluda gabardina , hubieraM'recidoá ¡indiestro pintor el emblema del hábito de la iírnominia,leí incansable empeño de enriquecerse, y de los demás mezquinos. viles sentimientos que de aquellas disposiciones nacen. El judíolormaueeió inmóvil en aquella postura por espacio de tres horas»d eaboce bis cuales se oyeron pasos en la escalera. Crujieron losN.. *it ,;.'• miraaXf* ile Inexactitud de este rasgo 'ir historia natural. El>•«•*•• '•'-- como lo ha lió oa el antiguo üst sajón do "He ha sacado lo* principales'y..', pore;'i'i.n-! y verídica historia


180 IVA.NII0E.cerrojos, chillaron los goznes, y entró en la prisión el mismo Frente-de-hueyseguido de los dos esclavos sarracenos del TemplarioEl robusto y gigantesco Frente-de-buey habia pasado toda suvida en los campos de batalla, ó en conmociones y disturbios pnvados, y su principal empeño habia sido estender y consolidar sopoder feudal, sin reparar en los medios que á ello podian contribuir. Sus facciones correspondían á su carácter, y espresaban lasmalvadasy feroces pasiones de su corazón. Las cicatrices que cubrian su rostro hubieran escitado en otras facciones la compasiónó el respeto , como señales honrosas de valor; pero en las suya»,realzaban la ferocidad de su aspecto y el miedo cpie naturalmenteinspiraba. Este formidable caudillo vestía un ceñido coleto de gamuza,en que se notaban las señales del roce de la armadura. IVtraia mas arma que un puñal al cinto, y al lado opuesto un enorme manojo de llaves.Los esclavos que venían en su compañía se habian despojado disus vistosos arreos orientales, y traian calzones y chaquetas ibtosco lienzo, con las mangas remangadas hasta el codo, á guisa dicarniceroque se prepara á ejercer sus sangrientas funciones. Cadacual venia provisto con un canastillo, y cuando entraron en el calabozo se detuvieron á la puerta, hasta que Frente-de-buey la hubocerrado con dos vueltas. Lomada esta precaución, se adelantó á paso mesurado hacia el judío, fijando en él sus miradas como si quisiese aumentar el terror que le sobrecogía, á guisade las serpiente»,que según cuentan, aseguran la presa, entorpeciéndola antes consu maléfico aliento. Parecía pn efecto que los ojos del normanditenían aquella estraña. virtud. El judío quedó encogido \ estátb'o.mirando de hito en hito al barón con el aletargamiento del horror,y con tan angustioso sobresalto, que parecía que toda su persona se comprimía y arrugaba, á efecto del gesto iracundo de secarcelero. El desventurado Isaac no pudo siquiera alzarse! para bacer la reverencia que su situación exlgia, ni echar mano ala caerá,ni articular una sola palabra de súplica: tan espantoso era


CAPÍTULO XXII. 181por seíias á uno de los esclavos. El satélite negro se acercó; y sacandodel canasto un gran peso de cruz, con varias pesas, las echóá los pies de Frente-de-buey, y se volvió á la respetuosa distanciaá que habia quedado su compañero.Los gestos y movimientos de estos hombres eran pausados y majestuosos,como si estuviesen penetrados del horror y de la crueldad•te aquella escena. Frente-de-buey rompió el silencio, hablando deeste modo a su malhadado cautivo.« Malditísimo perro de la mas maldita casta, dijo con voz roncay espantosa, que rosonó en las bóvedas de la mazmorra, ¿veseste ¡leso? El judio pronunció con eco desfalleciente un si languidísimo.« En esos i>esos, continuó el implacable liaron, vas á pesarmeahora mismo mil libras de plata de buena, ley, según la. de la torrede Londres (1).—; Santos Cielos! esclamó el judío recobrando el habla, graciasa lo inminente del peligro; ¿hubo jamás demanda mas descabellada?¿Quién oyó jamás hablar de mil libras de plata, sino en loscuentos y romances? ¿Cuál es el hombre que ha gozado déla vistade semejante tesoro? .Saquea mi casa, y la. de toda mí tribu; saqueatoda la. (dudad de York, no sacarás de ella ia suma de que hablas—Soy moderado, dijo Frente-de-buey, y si escasea la plata, notengo inconveniente en tomar oro. A razón de un marco de oro porseis libras de plata, puedes libertar tus miserables huesos de lostormentos que tu imaginación no puede concebir.—Apiádate de mí, noble caballero, dijo Isaac; soy pobre, viejo,desvalido. No es digno de ti tan humilde triunfo.¿Qué gloria resultade aplastar un gusano?—Podrás ser viejo, dijo l'reiite-de-buey, y mas vergüenza parati el haber envejecido en la usura y en la truhanería. Débil eres sinduda, perqué no hay judío que tenga manos ni corazón. Pero eresrico, y todo el mundo lo sabe.—Juróte, noble caballero, dijo el judío, por todo lo que tú y yocreemos en común...—No perjures,dijo Frente-de buey, no selles tu suerte con tu obsfiliación, basta que hayas visto y considerado lo que te aguarda.No pienses que hablo solo por escitar tu terror, y la baja cobardía1; VIH estaba aat ijr(IAinfante ia curia ile moneda 'le Lulidivs.1¿'


182 IVANHOE.tan innata en tu raza. Este calabozo no ee sitio propio de chanzas,Cautivos diez veces mas distinguidos que tú han muerto dentro deestas cuatro paredes, y nadie ha sabido mas de ellos. Pero la muer-*e que han sufrido seria para tí una golosina: la tuya será larga,.^olorosa y terrible.»Hizo otra seña á los esclavos; estos se acercaron, y les habló ,iparte en su propio idioma, porque también había estado en Palestina. Los sarracenos sacaron inmediatamente de las canastas algún•arbon, unos fuelles, y un frasco de aceite. Mientras uno echabaHimbrecon eslabón y pedernal, el otro dispuso el carboneóladiimenea de que hemos hablado, y sopló con les fuelles hasta que-tuvo encendido.« ¿Ves, Isaac, dijo entonces el normando, esas barras de hierrojue cubren el carbón? En esa ardiente cama vas aechar un sueño,desnudo como si fueras á reposar en mullidos colchones. Uno de esosesclavos mantendrá el fuego, y el otro untará tus malditos miembroscon aceite, para que no se queme el asado, quesería lástimapor cierto. Escoge pues ahora entre ese buen rato que te espera ylas mil libras de plata, porque voto á tantos que no hay remedioó uno ú otro.—Es imposible, dijo el cuitado judío, que abrigues semejantes ín -tenciones. El Dios de la naturaleza no formó jamás un corazón capazde tamaña crueldad.—No confies en eso, Isaac,dijo Frente-de-buey, porque te engaíiastristemente.¿Crees tuque el que ha visto una ciudad saqueadaen que mil cristianos perecieron en las llamas ó pasados á degüello,se detendrá en atormentar á un perro judío por mas que añile ygrite? ¿O piensas que esos esclavos, que no tienen mas ley, maspatria, ni mas conciencia que la voluntad de su amo, y que tanpronto manejan el palo como el veneno, y la.cuerda como el ¡moa:,tendrán compasión de tí, cuando ni siquiera entienden el idiomaen que les hablas? Ten prudencia, viejo: desembarázate de unaparte de tu inútil riqueza; devuelve á los cristianos una porciónde lo que les has robado con tus usuras. Muy en breve volveres áhenchir la bolsa con tus arterías; pero no hay medicina en la tierraque pueda restituirte el pellejo y la carne que dejes en esos barrotes. Despáchate y prepara el rescate, y alégrate de escapar á tanbajoprecio de este calabozo, de que pocos han salido con vida. Nogastaré mas palabras contigo, Decídete entre la bolsa y el pe-


CAPÍTULO XXII. 183¡lejo. Tu suerte está en tus manos: habla, y se te dará gusto.— Ten compasión, dijo el judio : no puedo escoger entre los mediosque propones: mis facultades no me permiten suscribir á tanexorbitante demanda.—Desnudadlo, esclavos, dijo el caballero, y asístanlo los de sucasta si pueden.»Los satélites, obedeciendo mas bien los ojos y los gestos del Barónque sus palabras, echaron mano del infeliz Isaac, le arrancaron delsuelo, y colocándole entre los dos, aguardaron la última señal delferoz normando. El mísero hebreo miró sucesivamente á los tres,esperando leer en sus rostros algunos síntomas de misericordia;pero el de Frentc-de-buey manifestaba la misma fria é implacablesonrisa que al principio; y los ojos feroces de los sarracenos cente~lleaban entre sus negras pupilas, realzando su horrorosa espresionel blanco círculo que los rodeaba, como si lejos de repugnar al ministerioque iban á ejercer, gozasen de antemano de la escena quese preparaba. El judío miró en seguida las ardientes ascuas, sobrelas cuales iban á ser estendidos sus miembros; y perdiendo toda esperanzade compasión de parte de su verdugo, cedió de su tenazresolución.Pagaré, dijo, las mil libras de plata; quiero decir, añadió despuésde haberse parado un momento, las pagaré con la ayuda demis hermanos ; y será preciso que pordiosee á la puerta de la Sinagogaantes de poder juntar tan inaudita suma. ¿Cuándo y adondelas has de recibir?Vquí, y ahora, respondió Frente-de-buey. En estas balanzaslian de ser pesadas, y contadas en el suelo de este calabozo. ¿Piensasque te dejaré ir sin tener el rescate en mis manos ?—¿Y quién me asegura, preguntó el judío, que se me dejará libredespués de haber pagado?—La palabra de un noble normando que es algo mas que la deun perro usurero, dijo Frente-de-buey. La fe de un normando, quees mas pura que el oro y la plata de toda tu tribu.—Perdona, noble Lord, dijo el hebreo; pero ¿porqué he de confiaren la palabra del que no confia en la mia?—Porque no te queda mas arbitrio humano, dijo el caballero confirmeza. Si estuvieras en tu escritorio de York, y yo fuera á pedirte,prestado dinero, podrías dictar el interés y las fianzas. Este esmi escritorio ahora; aquí mando yo, y ni siquiera me digno rene-


184 IVASnOK.tir los tórnanos en virtud de los que se te ha de concederla libertad.>El judío suspiró al oír estas palabras. «Concédeme á lo menos, dijo,con mi libertad la de los compañeros que viajan conmigo. Me.desprecian porque soy judío: sin embargo, se apiadaron de mi desventura,y si les ha ocurrido la misma desgracia que ámí, fué poiquese detuvieron á darme socorro: además, que pueden ayudarmeá pagar el rescate.—Si hablas de esos villanos sajones, dijo Frcnte-de-buey, su rescatedependerá de otras condiciones que el tuyo. Métete en tus negocios,judío, y deja los ágenos.—¿Con que entonces, preguntó el hebreo, solo quedaremos libre*mi amigo el herido y yo?—¿Cuántas veces te he de decir, repuso el caballero, que tratesde tus asuntos y no de los que no te atañen ? Puesto que has decididoya tu suerte, paga el rescate y lo mas pronto mejor.—Oye un momento, dijo el judío, siquiera por ese mismo caudalque quieres adquirir á costa do tu«Detúvose aquí por miedo deirritar al normando; mas este echándose á reir concluyó la fraseinterrumpida.c De mi conciencia querrás decir: ya ves que soy masmanso que lo que crees, y que sé oir denuestos de un inferior aunquesea judío. No eras tan paciente, Isaac, cuando pediste justiciacontra .lacobo Fitzdotterel porque te llamó usurero y sanguijuelachupadora de sangre, cuando tus impías exacciones habían agotadosu patrimonio.—Juro, dijo Isaac, que estás equivocado en ese asunto, Fitzdotterelsacó el puñal contra mí en mi propio aposento porque le pedíel dinero que me debia, habiendo espirado el término de su pagaré,que era por Pascua.—Poco me importa, dijo Frente-de-buey : lo que me importa e>saber cuando tendré lo mió. ¿Cuándo me pagas Isaac?—Deja que mi hija Rebeca vaya ái York, dijo el judío, con tu .-a!vocondueto: y lo que tarde en volver un hombrea caballo de aquellaciudad . eso tardará el tesoro •> Aquí se paró, y lanzó un profundosuspiro. «Eso, continuó, tardará el tesoro en estar en tómanos.—¡Tuhija! esclamó Frente-de-buey, con alguna sorpesa. PortaCielo santo que ahora me desayuno de esa noticia. Creí que esa muchachade ios ojos negros era tu concubina, y la he dado á sir Briaide Bois-Guilbert para que le sirva


C/VPÍTTJLO xxii. 185El chillido que lanzó el pobre hebreo al recibir este terrible golpehizo temblar las bóvedas del calabozo. Eos dos sarracenos sorprendidosle dejaron de las manos. Él se aprovechó de esta oportunidadpara echarse de rodillas, y estrechar en sus brazos las de Frente-dobuey.«Toma todo lo que de mí has exigido, dijo ; toma diez veces mas;déjame en canosa, si quieres; atraviésame el corazón; tríeme en esahornilla, con tal que mi bija salga deeste castillo libre y con honor.Si has nacido del seno de una mujer, no desoigas el ruego de unpadre que solo pide el honor de su hija. Es la hmígen de mi difuntaBaque!, y la única que conservo de las seis prendas de su amor.¿ Privarás á un pobre viudo del único apoyo que le queda en latierra? ¿ be obligarás á desear que el único objeto de su cariño reposeen el sepulcro de sus padres, al lado de la que le dio el ser ?4--Quisiera, dijo el "Normando con menos aspereza, cpiisiera haberlosalado antes. Yo creí que los de tu raza solo tienen apego albolsillo.—No pienses tan mal de nosotros, dijo Isaac aprovechándose deaquellas buenas disposiciones: la zorra perseguida, ama á sus cachorros;el despreciado y perseguido descendiente de Abrabamama á sus hijos.—Sea así en buena hora, dijo el caballero, y así lo creeré de ahoraen adelante, puesto que lo dices; pero de nada te puede servireso por ahora. No puedo remediar lo que ha sucedido, ni evitar loque puede suceder: he empeñado mi palabra á mis amigos y compañeros,y no faltaré á ella por todos los judíos y judías déla tierra.Adcemis, ¿que daño ha de suceder á la muchacha, por estar enmanos de Bois-Guilbert como parte que le corresponde en el botin?— ¡Qué daño! esclamó el judío, retorciendo las manos, con las demostraciones del mas acerbo dolor. ¿Cuando respiró Bois-Guilbertotra cosa que crueldad á los hombres, y deshonra alas mujeres?— ¡Perro infiel! dijo el caballero lanzando fuego por los ojos ydejándose llevar de la cólera que habia estado comprimiendo. ¿Asíblasfema tu lengua de víbora de un caballero? Apercíbete á pagartu rescate, ó á morir.— Ladrón villano, dijo el judío en respuesta á los insultos de suopresor, con rabia impotente, pero que le reventaba en el corazón;ni una sola moneda tendrás de mí. si no pones en libertad á mibija Rebeca.


18tjIVANHOE.—¿Estás en tu sentido, israelita? dijo el caballero. ¿Tienen tuscarnes algún ensalmo que las preserven del hierro encendido ydel aceite hirviendo?—No me importa, dijo el hebreo, desesperado ya á impulsos delamor paterno: haz lo que quieras. Mí hija es mi carne y mi sangre,cien veces mas preciosa á mi corazón que estos miembros que contan infernal crueldad amenazas. No, no te gozarás con mi plata, ámenos que sea derritiéndola yo mismo en tu codiciosa garganta:ni un lúzante tendrás de mi, aunque fuera para libertarte de laeterna condenación que toda tu vida merece. Toma mi vida, si quie-'res; y di después que un judío supo, en medio de los tormentos,frustrar tus esperanzas.—Ahora lo veremos, dijo Frente-de-buey, y pronto sabrás lo queson hierro y aceite. Desnudadle, esclavos, y al fuego con él.»Un despecho de la débil resistencia del anciano, los esclavos lehabían ya despojado de su ropaje esterior, é iban á continuar laoperación, cuando el sonido de una trompeta, dos veces repetido,penetró en los ámbitos del subterráneo, y en seguida se oyerongritos que llamaban con ahinco á sir tteginaldo Frente-de-buey.Noqueriendo que le encontrasen en aquella infernal ocupación, el perversoBarón mandóá los esclavos que restituyesen á Isaac sus vestiduras,y salió con ellos del calabozo, dejándole ocupado en dargracias á Dios por haber escapado de aquel apuro, y en lamentar lasuerte de su hija, sobre la cual su afecto le inspiraba los mas negrospresentimientos.CAPÍTULO XXIII.El aposento que se habia destinado á lady Itowena conservabaalgunos restos de ornato y magnilicencia, de modo que dcbia considerarsecomo una distinción y señal de respeto, de que nohabían sido dignos los otros cautivos. Hacia mucho tiempo quehabia muerto la mujer de sir Tteginaldo, para quien se amueblóen otra época; y el descuido y el abandono habían degradado todossus adornos. La tapicería pendía en varias partes, dividida engirones y fragmentos, y en otras el sol y el tiempo habían borradosus colores y dibujo. A pesar de su decadencia, aquella era la


CAPÍTULO XXIII. 187única pieza de la casa que había parecido digna de servir de habitaciónÁ la heredera sajona, ALA que dejaron sola, abandonada á lasMeditaciones que su suerte debia inspirarle hasta que estuviesenpreparados los actores (pie debían tomar parte en aquel infamedrama. Todas estas disposiciones habían sido trazadas en una conferenciaque tuvieron Frente-de-buey, el Templario y Bracy, en elcual, después de largo y acalorado debate sobre las ventajas peculiaresque cada uno quería sacar de la parte que habia tomado en laempresa, quedaron al lin de acuerdo sóbrela suerte de sus desventuradasvíctimas.Era ya cerca de la hora de medio dia, cuando Bracy, en cuyo favorse habia fraguado en su principio aquel atentado, empezó á poneren ejecución los designios que habia concebido para apoderarsede la mano y de los bienes de lady Kovena.Sin embargo, no se ocupó todo el intervalo de que hemos hechomención en el consejo de los caudillos; porque Bracy habia empleadoalgún tiempo en adornarse con todos los primores de las modasque entonces reinaban. Habían desaparecido lamascarilla y el gabánverde. Su larga cabellera caía en trenzas sobre las pieles delvestido, el cual era una túnica que no pasaba de las rodillas, sujetacon un cinturon cubierto de bordados y realces de oro, de la quependía una espada de extraordinarias dimensiones. Ya hemoshecho mención de la estravagante hechura de los zapatos que usábanlosgalanes de aquel tiempo; y las puntas de los de Mauriciode Bracy podian apostárselas con las astas de ciervo mas largas yretorcidas. Tal era el gusto reinante; y en la ocasión deque vamoshablando, realzaban el efecto del atavío la buena presencia y gallardocontinente del que lo llevaba, cuyos modales tenían la granade un cortesano y la franqueza de un militar.Saludó á lady Kowena quitándose el gorro de terciopelo, al que•ervia de broche un medallón que representaba á san Miguelhollando la cerviz del Príncipe de las tinieblas; y con el mismoHIZO seña ALA dama que tomase asiento; mas como ella permanecíam pié, el caballero se quitó el guante de la mano derecha, y se la¡ resentí) en ademan de conducirla al sillón inmediato. Revena•vi¡ usó con gesto majestuoso la oferta.—Si estoy, dijo, en presencia de mi carcelero, como no puedo• •(darlo, me conviene permanecer en esta situación hasta saber le- mrte que me está reservada.


188 IVAXHOK.«Ali! hermosa Bowena, dijo Bracy, estáis en presencia de vuestrocautivo, que no de vuestro opresor, y esos lindos ojos son losque deben decidir la ventura de mi vida.—No os conozco, respondió la dama con toda la altivez de unanoble ofendida y de una hermosa insultada. No os conozco; y lainsolente familiaridad con que me dirigís esa algarabía de coplero,no justifica en manera alguna la violencia que con migo habéisusado.—Tuya es la culpa, hermosa doncella, continuó el aventureroen el mismo tono con que había empezado la conversación; y detus prendas hechiceras, si he traspasado la línea del respeto, cuandoestoy mirando en tí la reina de mi corazón y la estrella domis ojos.—Os repito, señor caballero, que no os conozco, y que ningúnhombre que calza espuela dorada, y lleva cadena al cuello, se introduce,como vos lo habéis hecho, en presencia de una dama indefensa.—Mi desgracia es que no me conozcáis, dijo el aventurero; aunquedebo lisonjearme con la idea de que el nombre de Bracy hallegado á vuestros oidos, si alguna vez oistes á los poetas y á losheraldos celebrar las hazañas del campo y del torneo.—Heraldos y poetas, dijo lady líovena, canten si quieren tusencomios, mas propios de sus labios que de los mios. ¿Cuál de ellosrecordará en sus trovas ó en los libros de justa la memorable victoriade esta noche, ganada contra, un anciano y unos pocos tímidossiervos, y de la cual ha sido botín una infeliz doncella arrebatadamal de su grado al castillo de un raptor?—Sois por demás injusta, lady Bovena, dijo el caballero mordiéndoseconfuso los labios y hablando en tono mas análogo á suíndole que el de galantería que hasta entonces había adoptado.Desconocéis la fuerza de la pasión, y no podéis escusar la pasiónagena aunque la inspiró vuestra hermosura.—Os ruego, dijo lady líovena, que dejéis ese idioma de pisaverde,tan impropio en boca de un caballero. Sin duda me obligareisá tomar asiento, si empezáis esa cáfila, de necedades, de que no haymancebo de barbería que no tenga suficiente acopio para estarcharlando de aquí á Navidad.— Doncella orgullosa, respondió Bracy despechado al ver el menosprecioque le habia grangeado su galantería, también es or-


CM'ÍTIÍLO xxm, 18í*trulloso el hombre que está en tu presencia. Sabe pue^ que el modocon que he sostenido mis pretensiones es el que mas correspondeá tu índole, puesto que prefieres la fuerza abierta á los mediospacíficos y & la cortesía.—-Cortesía en la lengua, dijo lady Rowena, y ruindad en las ac• •iones es talabarte de caballero en la cintura de un despreciableulano. No me admiro de que te desconcierten la reserva y el de• oro. Mas convendría á tu honor haber conservado el trage y elhabla de un bandido, que disfrazarlos sentimientos del que realmente lo es. con modales y palabras de galantería.—bien me aconsejas, dijo el caballero; y en pocas y terminantespalabras, que son las que convienen á acciones resueltas, te decíar > que jamás saldrás de este castillo sino como esposa de Mauricio


190 IVA..NH0K.—¡Wilfrido aquí! eselamó lady Rowena con desden. Tai; cierto;s eso, como que Keginaldo Prente-de-buey es su rival. •>De Ilracy la estuvo mirando algún rato con firmeza. «¿Lo ignorabasen efecto? le preguntó. ¿No sabias que viajaba en la litera deljudío? ¡Digno carruaje por cierto de un cruzado! y terminó estaesclamacion riéndose á carcajadas.—ó" aunque fuera cierto elijo lady Rowena violentando sus sentimientosy comprimiendo el terror que le había dado aquella noticia,aunque le parecía imposible disimularlo; y aunque estuvieraaquí Wilfrido, ¿en dónde; está su rivalidad con Prente-de-buey?;A qué tiene que temer si no es un breve cautiverio y un rescatehonroso, según los usos de la caballería?—Rowena, dijo el caballero, ya veo que estás en el mismo errorque alucina á todas las de tu sexo, las cuales piensan que no puedehaber otra rivalidad entre los hombres que la que nace de la pasiónque ellas inspiran. ¿No sabes qiie hay celos en la ambición yen la riqueza, lo mismo que en el amor? Nuestro huésped Prentede-bueyse desembarazará con tanta prontitud, con tanta facilidad,y con tan pocos escrúpulos del que contradiga sus derechos ála rica baronía, de, Ivanhoe, como del que le dispute la posesión deunos ojos azules. Acepta mis proposiciones, y el campeón heridono tendrá nada que temer de Keginaldo Prente-de-buey, de quiendebes recelar los mayores escesos si no te ablandas, como de unhombre que jamás ha sentido un impulso de compasión en sopecho.—¡Sálvalo, por el Dios que está en los cielos! eselamó lady líow ooa abandonándose sin reserva al terror que le inspiraba le. suertede su amante.—Puedo salvarle, lo deseo, y tal es mi intención, dijo liraoy:porque cuando Rowena consienta en ser mi esposa, ¿quién se atreverá,á poner las manos en su pariente, en el hijo de su tutor, en elcompañero de. su infancia? Tu mano debe ser el precio de su seguridad:porque yo no soy uno de esos héroes novelescos que patrocinany amparan á los que se oponen como invencibles obstáculosa sus deseos. T T sa en su favor del poder que en mí ejerces, y estáubre: continúa en tu tenacidad, y muere: y tú misma no v-]:('rc>:recobrar tan pronto la libertad.— La indiferencia cor, que bables, dijola doncella sajona, no puedeconcillarse con les e+rocidades que tus palabras espre-on\"o


CAPÍTULO XXIII.ít)Ireo que tus intenciones sean tan perversas, ni que sea tan grandetu poderío.—Lisonjéate con esa creencia, dijo el caballero, y el tiempo te desengañará.Tu amante, el ídolo de tu corazón, está herido en este•astillo. Su vida es un obstáculo á los deseos de Frente-de-bueylóseos mucho mas imperiosos en su corazón, que todos los queaciertan á escitar el amor y la ambición. Con un puñal ó con unajabalina puede deshacerse en un momento de este embarazo. Y siReginaldo no se atreve á obrar tan á las claras, el médico le daráuna medicina, ó la enfermera que le asiste le despachará de cualquiermanera, y Wilfrido, en su actual situación, muere sin efusiónde sangre. También Cedric...—¡Cedric también! esclamó lady Rovcena: ¡minoble, mi generosotutor! Merezco los males que me rodean, por haber olvidado susuerte, tan preciosa á mis ojos como la de su hijo.—La suerte de Cedric, dijo el normando, depende también de turesolución, y yo la pongo en tus manos.»Hasta aquí lío nena había sostenido su papel en aquella terribleescena con valor inapeable; pero no había considerado todavía cuaninminente y cuan serio era el peligro que la amenazaba. Su índoleera, la que los fisonomistas atribuyen á la beldad perfecta, es decir,suave, tímida y blanda; pero su educación y los sucesos de su juventudla habían alterado y fortalecido. Acostumbrada á que todoslos que la rodeaban cediesen á sus deseos, hasta el mismo Cedric,que no dejaba de ser arbitrario y predominante con los otros, habíaadquirido aquella confianza y seguridad que resulta de la docilidadagena. Apenas podia concebirla posibilidad de que la desobedeciesen,y mucho menos la de que la tratasen sin respeto ni deferencia.Su altanería, su hábito de dominar, habían formado en ella uncarácter opuesto á la naturaleza, el cual no pudo por consiguientesostenerse cuando descubrió de pronto el peligro en que se hallaban .ella misma, su amante y su tutor, objetos en que todos sus afectosse encerraban ; y cuando vio que su voluntad, que hasta entoncescon la mas ligera indicación era obedecida y respetada, teiia que doblarse ante un hombre de índole firme, altiva y determinada,que tenia la fuerza en las manos y estaba resuelto áosaría.Después de haber mirado en torno de sí buscando auxilio, que


nadie podía darle, alzó las manos al cielo, y se abandonó á todoiosestreñios del dolor y del despecho. Era imposible mirar á tanhermosa criatura, devorada por aquella cruel angustia, sin compadecerla y aliviarla. Braey no pudo ser insensible á aquel espectáculo,aunque su embarazo era mayor que su compasión. Se habiaadelantado en demasía, y no le era dado retroceder: mas conoció«pie en la situación en que se hallaba U'owena, tan inútiles serianlas raaoues como las amenazas. Dio algunos pasos por el aposento,ora exhortando á la hermosa doncella y procurando tranquilizarla,ora cavilando lo que debería hacer en aquel apuro.«Si me dejo llevar, decía en su interior, por las lagrimas de estadesconsolada criat ira, ¿ qué habré sacado de los riesgo-- que be corrido, sino la pérdida de mis esperanzas, y la burla y la rechifla delprincipie .luán y de sus alegres cortesanos? Por otra parte, ¿cómohe de salir del paso en que me he comprometido? No puedo mirarcon serenidad eso hermoso rostro desfigurado por las contorsionesdel terror, ni esos ojos divinos bañados en llanto. [Ojalá hubieraconservado su primera altivez, y ojalá tuviera yo un corazón ditironee como el de, Reginaldo!Agitado por estos pensamientos, lo único (pie pialo hacer fué decir algunas palabras de consuelo á la bella cautiva, asegurándolaque no habia motivo para que so abandonase á tan terrible desesperación.Pero en medio de este discurso, llegaron á sus oídos losecos penetrantes de la trompeta que habia sobresaltado á los otroshabitantes del castillo, y este incidente interrumpió bis planes desu ambición y de su brutal galantería. Quizás celebro aquella interrupciónmas que su desventurada prisionera; porque su conferenciacon esta había llegado á un punto en que ni sabia continua!ni abandonarla empresa comenzada.Y aquí nos es forzoso presentar pruebas algo mas sólidas que lanarración do una novela, para justificar á, ¡os ojos de nuestros leetoros el deplorable cuadro que acabarnos do descubrirles. Es doloroso pensar que aquellos intrépidos barones, á. quienes se deben laslibertades do que goza actualmente la Inglaterra, eran opresoresimplacables, y capaces de los mas crimínales esce-os,contrarios ¡asolo á las leyes de Inglaterra, sino ñ las de la. naturaleza y á las de¡a humanidad. Pero con solo estractar de las obras del laboriosoHenry uno de los innumerables pasaje.- que ha copiado de los autorescontemporáneos, nos con» enceramos de que ¡as ficciones: la


CAPÍTULO XX) 11. 193fantasía no alcanzan á la espantosa realidad do los horrores deaquel siglo.La descripción que da aquel escritor de las crueldades que ejercíanen el reinado de Esteban los grandes barones y señores de castillos,que eran todos normandos, suministra hartas pruebas de loscscesos de que eran capaces cuando se inflamaban sus pasiones.•Oprimían á las gentes pobres, dice el cronista sajón, obligándolosá edificar sus castillos; y cuando estaban edificados, los guarnecíancon hombres malvados, ó mas bien demonios, que se apoderabande los villanos, sin distinción de sexo, si creían que poseíanalgún dinero, y les encarcelaban y les daban tormentos atroces.\lgunos morían ahogados en fango; y otros colgados por los pies,ó por los pulgares de la mano, ó por la cabeza, y debajo de estoscuitados se encendían hogueras. Apretaban á otros las cabezas concuerdas añudadas, hasta que penetraban en los sesos; y otros eranarrojados á mazmorras en que hormigueaban serpientes y sapos yotras alimañas y sabandijas malignas.» Mas no queremos dar ánuestros lectores el mal rato de que lean lo restante de la descripción.Otra prueba de los amargos frutos que produjo la. conquista, yquizás la mas convincente que puede citarse, es que la emperatrizMatilde, aunque hija del rey de Escocia, y después reina de Inglaterray emperatriz de Alemania; hija por consiguiente, esposa ymadre de monarcas, se vio obligada durante los años de su juventudque pasó en Inglaterra para recibir educación, á tomar el velode monja, como único recurso que le quedaba para huir de la persecuciónlicenciosa de los nobles normandos. Así lo declaró ellamisma ante el Concilio del clero de Inglaterra: el cual reconoció lafuerza y validez de tan poderoso motivo, y la notoriedad de los hechosen que se fundaba, dando un testimonio auténtico é irrefragablede la corrupción de costumbres cpie deshonraba aquella época.Rra un hecho público, decía el clero, que después de la conquistadel rey Guillermo, sus partidarios normandos, ensoberbecidos contan señalado triunfo, no reconocían otra ley que la de sus destempladosapetitos: y no solo despojaban á los conquistados sajonesde sus haciendas y bienes, sino que atentaban también al honor desus mujeres y de sus hijas con el mas descarado desenfreno; y deaquí provino que muchas matronas y doncellas tomasen el veló religioso,y se acogiesen al abrigo de los conventos, ne porque las13


194 IVANHOK.llamase la vocación divina, sino solo para preservar su honor deaquellos hombres perversos y desbocados.Tales eran las costumbres licenciosas de aquella era, si hemos dedar crédito á la declaración de todo el clero inglés; y nada masañadiremos para justificar la probabilidad de las escenas que hemosreferido y de las que vamos á referir, con el apoyo, no tan respetablecomo el que acabamos de citar , del Cronicón que nos sirve dfguiaCAPÍTULOXXIV.Mientras ocurrían las escenas que acabamos de describir en diferentespartes del castillo , la judía Rebeca estaba aguardando lasuerte cpie se le deparaba en lo interior de una torrecilla algo distantede las principales alas del edificio. Allí la habían conducid,dos de sus enmascarados raptores, y al entrar en la pieza, se hall'con una vieja sibila quo cantaba una antigua trova sajona, llevandoel compás á los giros que daba su uso por el suelo. Alzó la vistala vieja cuando oyó el ruido , y la fijó en la judía con aquella raa -ligua envidia que escita siempre en la decrepitud y en la fealdad,sobre todo cuando se le agrega una perversa condición , el aspeetrde la juventud y de la hermosura.«Marcha de aquí, bruja, dijo uno de los enmascaradosmanda. Deja tu puesto á quién vale mas que tú.VA ame ;•— Ah '. respondió la vieja, ¡cómo se pagan mis servicios ! Acuerdómede cuando una sola palabra do mi boca bastaba para echar fesuelo al ginete mas intrépido, y ahora estoy á disposición del masruin de los lacayos!— Señora Ilrfrieda, dijo otro de ¡os desconocidos , no perdáis e!tiempo en palabras, sino dejad libre el puesto. Lo rpie manda el am •se obedece sin chistar. Pasaron tus tiempos, amiga, y hace ya 'argosaños que se puso el sol en tu horizonte. Eres como el caballo,que fué bueno en su tiempo, y ahora pasta como un asno ruin ¡ayerba del prado. Anduviste y corriste como la mejor , pero ya cojeas.¡ Vamos á fuera, cojeando ó cómo puedas!— ¡ Malditos perros! esclamó la tal, sea vuestro sepulcro una pe-


CAPÍTULO XXIV. 195oilga; y Satanás cargue con mis huesos uno á uno si salgo de aquíantes de haber hilado el copo de mi rueca.— A.nda á decirlo al amo si quieres, dijo el hombre; y se retiródejando á Rebeca en compañía de la vieja , ante la cual tan contrasu gusto habia sido traída.— ¿ Qué mil diablos es esto ? decia entre dientes, echando de cuan -do en cuando una mirada maliciosa á Rebeca; pero ya caigo. ¡ Bellosojos, cabellos negros y una tez blanca como la nieve ! Fácil esadivinar para que la envían á esta torre, donde bien puede gritary chillar, que así la oirán en el castillo como si estuviera á cien varasdebajo de tierra. Lechuzas tendrás por vecinas, hija mia, y contanto respeto oirán y tanto caso harán esos hombres de sus aullido>como de tus lamentos. ¡ Y es estranjera la buena moza! añadió observandoel ropaje y el turbante de Rebeca. ¿ Y de qué tierra eres ?¿Sarracena? ¿Egipcia? ¡Qué ! ¿no respondes? ¿ Lloras y no sabeshablar ?— No os enfadéis, buena mujer, dijo Rebeca.— iJasta, basta, repuso Urfrieda; que así se conocen los judío.-por el habla como la zorra por la huella.— ¡Por Dios santo te pido, esclamó Rebeca, que me digas quéeloque puedo aguardar de la violencia que conmigo se ha usado!I Van á quitarme la vida? Háganlo cuando quieran.—Tu vida, perla! respondióla sibila. ¿De qué les puede servir tuvida? Nada temas por esta parte. Lo que van á hacer contigo es loque Laclan antes con las doncellas sajonas. Aquí me tienes á mí;joven era yo, y dos veces mas hermosa que tú cuando Frente-debuey,padre (ie ese Reginaldo, tomó por asalto este castillo á la cabezade sus normandos. Mi padre y sus siete hijos defendieron sucasa solariega piso por piso y aposento por aposento. No habia unladrillo, no habia un escalón que no estuviese cubierto de sangre.Murieron en la demanda; todos ellos perecieron : y antes que estuviesenfrios sus cadáveres y seca la sangre que habían derramado.Labia yo caído en manos del vencedor , y era el escarnio de todosios suyos.— ¿No hay de dónde esperar socorro ? ¿ No hay medio alguno deescapar de aquí? dijo Rebeca. Cuenta con un cuantioso galardón.— No pienses en eso, dijo la vieja; de aquí nadie escapa, si no espor las puertas de la muerte; y estas siempre se abren tarde; añadiósacudiendo su blanca cabellera. Con todo, puede servir de con-


190 1VANH0E.suelo que los que quedan detrás han de esperimentar ¡a mismasuerte. Pásalo bien, judía. Judía ó cristiana, no importa; todas pasanpor el haro. Hombres son estos con tanto escrúpulo como compasión.Pásalo bien , hija: que ya he hilado mi copo. Se acabó mitarea y ahora empieza la tuya.— ¡ Detente, detente por el Dios de los cielos! clamó la judía ¡detenteaunque sea para maldecirme y despreciarme. Tu presenciopuede protegerme.— ¡ Mi presencia ! respondió la vieja. De maldita la cosa te serviríala de la reina mas encumbrada.»Dijo estas palabras saliendo de la pieza y riéndose con espantosascontorsiones cpie realzaban su fealdad. Cerró la puerta y bajó lentísimamentela escalera echando mil maldiciones en cada escalón.Rebeca debia aguardar una suerte mas desventurada que la deRowena: porque si esta podía esperar alguna sombra de respeto ycortesía ¿ que probabilidad habia de que se usase de algún comedimientocon una mujer de aquella nación tan perseguida y despreciada? Sin embargo, la hebrea tenia la ventaja de que sus pensamientoshabituales, y la firmeza natural de su índole la habíandispuesto á hacer frente á peligros como los que en aquella ocasiónla amenazaban. Desde sus mas tiernos años habia tenido un carácterserio y observador ; la pompa y riqueza que su padre ostentabaen lo interior de su casa , y que veia reinar en las de los otros judíosopulentos no la habían alucinado; y jamás habia perdido devista la situación precaria de los de su Nación, ni los riesgos quecontinuamente corrían. Como Damocles en su famoso banquete,Rebeca, en medio de toda aquella profusión y magnificencia que lerodeaban, veia siempre sobre la cabeza del judío la espada que colgabade un cabello. Estas reflexiones le habían dado cierta madurezy templanza, y suavizado en ella la altanería y la obstinación,que quizás en otras circunstancias hubieran sido las calidades sobresalientesde su índole.El ejemplo y las lecciones de su padre la habían enseñado ítratar con urbanidad y blandura á todos los que se le acercaban.No podia imitar los escesos de humillación de Isaac; porque no cabíanen su alma la mezquindad de intenciones, y el sobresalto habitualque le dictaban aquella conducta : en su humildad se notahanalgunas vislumbres de soberbia, como si se sometiera á los males


CAPÍTULO XXIV. 197á que la condena su origen, con la certeza de ser acreedora por sumérito persnial á la estimación pública.Preparada de este modo á las cireustancias adversas que pudieransobrevenir, babia adquirido la magnanimidad y la firmeza necesariapara hacerle frente. La posición en que á la sazón se hallabarequería gran presencia de ánimo, y ella echó mano de todas lasdeterminaciones capaces de sostener el suyo.Su primer diligencia fué examinar el aposento que se le habíadestinado, y halló que no había casi esperanza de socorro ni de fuga.No había en él ni pasadizo, ni comunicación con otra pieza. Laúnica interrupción del muro, que era el mismo que formaba latorre, consistió en la puerta por donde había entrado y en una ventanaó postigo, ha puerta carecía de cerrojo y de pestillo en la parteinterior. La ventana daba á un espacio circular ó azotea; la cualá primera vista le dio algunas esperanzas de poder escaparse porallí; mas en breve descubrió que esta parte del edificio no teniacomunicación con el resto de la fortaleza, sino que era un puestoaislado, asegurado, según era costumbre en aquellos tiempos, porun parapeto con almenas en que podían colocarse algunos ballesteros,no solo para defender la torre, sino para flanquear el murodel castillo.No le quedaba pues otro recurso que su propia fortaleza y la vehementeconfianza en el Señor de las virtudes y Protector de lainocencia. Todas las cireustancias de su situación le anunciabanque debía considerarse como en una crisis de castigo , y sufrirlosin contaminar su alma con el pecado. Dispuesta de este modo alaresignación que conviene á una víctima, todas sus reflexiones lamuducian á la firme resolución de someterse sin mormurar á,¡mantos infortunios pudiera encontrar en el camino de la vida, resistiendoai mismo tiempo á todo lo que pudiera manchar la pure-'.a de su corazón.La cautiva tembló sin embargo, y mudo de color al oír pasos enla escalera, y mucho mas al ver que la puerta se abría lentamente,y (pie la cerró por dentro con llave la persona que entraba, que eraun hombre de alta estatura, vestido como los bandoleros que la habíanatacado en el camino. La gorra 1c cubría la mitad del rostro,y la otra mitad el embozo de la capa. De este modo, y como si letvergonzasc á él mismo el crimen que estaba resuelto á cometer,i desconocido se adelantó hacia donde estaba la judia . y se paró


198 IVANHOB'en frente de ella. A pesar de lo que indicaba sutrage , parecía queno acertaba á esplicar el motivo que allí le conducía. Rebeca, esforzándoseen cuanto lo permitía su turbación, lo sacó de este embarazo.Habíase desabrochado dos costosos brazaletes y un collar, yios presentó al supuesto bandido, creyendo sin duda que con satisfacersu codicia podría grangearse su protección.«Toma estas frioleras, le dijo, buen amigo, y por Dios ten piedadfie mí y de mi anciano padre. Las alhajas que te doy son de algúnvalor; pero con mucho mas puedes contar si nos sacas de estecastillo libres y sin daño.—Hermosa Rebeca , respondió el bandido; esas perlas son .leOriente, y no llegan en albor á la de tu dentadura; finos son esosdiamantes, y el esplendor de tus ojos los eclipsa. Yo no hago .-150de la riqueza.—No sea así en la ocasión presente, dijo Rebeca; sé compasivo ypide rescate. Con el dinero se compra el bienestar, y con ofender aldesvalido solo se compra remordimiento. Mi padre satisfará todos tusdeseos, y si obras con cordura, nuestros despojos te bastarán pararestituirte á la sociedad, para lograr el perdón de tus errores pasados,y para preservarte de la necesidad de cometer otros nuevos.—Bien hablas, dijo el embozado en lengua francesa, siéndole quizásdifícil seguir la conversación en la sajona, en que Rebeca lahabia empezado ; pero sabe, brillante lirio del valle , que tu padreestá ya en manos de un poderoso alquimista que sabe convertiren oro y plata las barras de hierro del fogón de un calabozo. El venerableIsaac se halla á la hora esta en un alambique, que le harádestilar gota á gota todo lo que mas ama en la tierra, sin que puedanvalerle mi mediación ni tus súplicas. Tu rescate elebe pagarseen amor y en hermosura, y no acepto otra moneda.—No eres bandolero, dijo Rebeca en el mismo lenguaje de que sehabia servido el disfrazado, porque ningún bandolero sabe rehusarofertas como las que acabo de hacerte. Los de esta tierra no conocenel idioma en que me hablas : eres normando y quizás de noblenacimiento. Sé también noble en tus acciones, y arroja esa máscaraque oculta designios de ultraje y de violencia.—Y tú , que tan bien sabes adivinar, dijo el estranjero desembotándose,no eres verdadera hija de Israel, sino una hechicera entodo, salvo en juventud y en hermosura. Verdad es que no soy bandolero,lindísima rosa ; soy uno que lejos de privarte de esos ador--


CAPÍTULO XXIV. 199nos, que tan bien te sientan , quisiera cubrirte el cuello con todosios diamantes y perlas de Turquía.—¿Qué quieres de mí, preguntó Rebeca, si no es mi riqueza? Nadapuede haber común entre los dos: tú eres cristiano y yo judía.¿ Que relaciones puede haber entre los dos ?—Las de puro amor y no mas, y así te quiero amar. Soy caballerotemplario. Mira la cruz de mi orden.—¡ Te atreves á ostentarla en una ocasión como esta ! dijola Israelita.¿Quieres injuriar á un mismo tiempo á tu religión, á tu estadoy a tu persona ? ¿ No te horrorizas de presentar el símbolo massagrado para los "cristianos en el mismo instante en que intentasobrar como hombre irreligioso y vil esclavo ? i Qué; tan poco te,niportan tu honor, tus votos y tus promesas !»Al oír esta reconvención se inflamaron de cólera los ojos deltemplario. «Oye, Rebeca, le dijo: hasta ahora te he hablado con dulzura; de ahora en adelante te hablaré como vencedor. Eres micautiva y te he conquistado con mis armas. Estás sujeta á mi voiuntadpor la ley general délas naciones y no cederé una pulgadade mi derecho , ni hay poder humano que me estorbe tomar portuérzalo que rehusos ámis súplicas.—Detente, dijo Rebeca ; detente y óyeme antes de arrojarte ácometer ese horrible pecado. Podrás abusar de mi fuerza, puesto queLíos crió débil á la mujer : pero mi voz te proclamará villano ymalsín de un cabo de Europa á otro. Si hay quien mire con indiferenciala deshonra de una doncella inocente , nadie mirará sinhorror el crimen que meditas.»El Templario conocía la verdad de cuanto decia Rebeca. «Notetaita penetración, judía, le dijo, después de haber reflexionado ensus últimas espresiones ; pero mucho has de gritar para que tuvez llegue á uidos de alma viviente. Quejas, lamentos, insultos, invocacionesá la justicia, todo se queda aquí dentro , nada sale delrecinto de estos muros. Una sola cosa puede salvarte, Rebeca ; sométeteala suerte y yo te pondré en tal estado, que las mas encopetadasde las normandas tengan que humillarse ante la queridade la mejor lanza.— ¡ Someterme á mi suerte! esclamó Rebeca. ¡Sagrados cielos!¿ A. qué suerte ? ¡Cobarde guerrero ! Yo te escupo , y no temo tusamenazas. El Señor que protege la inocencia ha acudió al socorrode su hija, yme saca de este abismo de infamia.»


200 IVANHOE.Al decir estas palabras abrió las celosías de la ventana , que daba, como hemos dicho, á una elevada plataforma, y en un instante sé colocó en el borde del parapeto, colgada, digámoslo así, delprecipicio. Bois-Guilbert, que hasta entonces no habia echo movimientoalguno, y que estaba muy lejos de aguardar esta desesperada resolución, no tuvo tiempo de detenerla. Adelantóse hacia Rebeca,la cual esclamó : « No te muevas, orgulloso templario, ó siquieres, acércate. Si das un solo paso mas, me arrojo. Mi cuerposerá destrozado; perderé hasta la forma de criatura humana en ia?piedras del patio, antes que ser víctima de tu barbarie.»Al mismo tiempo juntó sus manos y las alzó al cielo , como siimplorase su misericordia, antes de consumar el sacrificio. Quedóatónito y vacilante el templario, y aquel espíritu feroz que jamáshabia cedido á la compasión ni á la amenaza , empezó á ceder Ula admiración que le causaba tanta fortaleza. «Vuelve atrás , dijo,mujer temeraria, .luro por el cielo y por la tierra que no he de hacerte daño.—No me fio de tu palabra, respondió Rebeca ; harto me has dadoá conocer tus intenciones. Faltarías á ese nuevo juramento reputándole por falta leve; y ¿qué te importaría á tí el honor ó el deshonorde una. miserable judía?—Sobrada injusta eres para conmigo, dijo el templario ; te juropor el nombre que llevo, por la cruz que tengo á los pechos, por laespada que ciño, por los antiguos timbres de mi padre, que no hede hacerte la menor ofensa Apártate de esa horrible situación, sinoes por tí, por tu padre á lo menos. Seré su amigo , y en estecastillo necesita, de uno que sea poderoso.—¡ Ahí respondió Rebeca ; demasiado lo sé.... pero ¿podré confiaren tu palabra, cuando huellas la buena fama de tantos y tannobles caballeros como cuenta tu orden?—Deshónrense mis armas y mi nombre, dijo Briau de Bois-Guilbert,si doy lugar á tus quejas. Muchas leyes y muchas obligadones he violado : pero mi palabra, nunca.—Cedo, dijo Rebeca ; pero no mas que hasta aquí: y bajando delparapeto, se apoyó en una délas almenas que lo guarnecían. De.aquí no me muevo. Quédate tú donde estás; y si pretendes abreviarcon un paso solo la distancia que nos separa, verás que la doncellajiídía prefiere la muerte á la deshonra.»Mientras hablaba Rebeca eu estos términos, su noble ymagna


CAPÍTULO XXIV. 201uima resolución, que tan bien correspondía á su elevado y majestuosocontinente, daba á sus movimientos y miradas una dignidadcasi sobrehumana. El terror que debia dominarla en tan formidablecrisis, no alteró la serenidad de sus ojos, ni el color de sus mejillas;al contrario, estas se sonrosaron, y aquellos se encendieron á impulsodel orgullo con que contemplaba que su suerte estaba en susmanos, y que nada podía estorbarle la muerte, que preferia milveces á la infamia. Bois-Guilbert, que era altivo y arrojado, creyóno haber visto jamás una hermosura tan animada ni tan resuelta


202 IVANHOE.ria, sin dejar en pos de mí quien conserve el antiguo nombre deiíois-Guilbert.»Paróse un momento al terminar estas palabras, y añadió: «Rebeca,la mujer que prefiere ia muerte á la deshonra, tiene un almasuperior y exaltada. Mia has de ser... aguarda... no te asustes..Mía, con tu consentimiento, y con las condiciones que quieras dictar.Parte conmigo mis esperanzas, mas estendidas que las que alcanzaná verse desde los tronos de los monareas. Óyeme antes deresponder, y juzga por tí misma antes de negar. El Templariopierde sus derechos, como hombre; su poder, como agente libre;pero es miembro y parte de un cuerpo formidable ante el cuaJtiemblan los dueños del mundo, como la gota de agua que se desgajadel cielo llega á ser parte del irresistible Océano, que minalas rocas, y traga potentes armadas. Tal es el imperio de mi orden.En ella, no soy un oscuro individuo, y puedo aspirar algún dia é.empuñar el bastón del mando. Los pobres soldados de mi orden nosolo pisan el cuello de los magnates, sino que con nuestro camisotede malla subimos las gradas del poder, y con nuestro guanteletede acero arrancamos sus insignias. Durante toda mi vida be estadobuscando un corazón intrépido y generoso con quien partir miambición, y el tuyo es el único que he encontrado. Pero no es estaocasión de alzar el velo que cubre mis designios. Esa trompetaanuncia algún negocio importante que requiere mi presencia.Piensa bien en lo que te he dicho: no te ruego que me perdones laviolencia que he usado, porque ha sido necesaria para conocer tucarácter. El oro no se conoce sino cuando se aplica á la piedra detoque. Volveré pronto, y hablaremos.»El Templario, que durante esta conversación se Pabia colocadoen la plataforma, aunque á cierta distancia de la almena en queRebeca se apoyaba, volvió á entrar en el aposento de la torre, ybajó precipitadamente la escalera-, dejando á la judía menos asustadadel peligro de una muerte horrorosa á que acababa de verseespuesta, que de la ambición furiosa, y de la profunda maldad de!hombreen cuyo poder se hallaba. Cuando volvió á su prisión, loprimero en que pensó fué en dar gracias al Dios de .lacob por laprotección que le habia concedido, rogándole que continuase dispensándosela,tanto á ella como á su padre. Otro nombre pronunciaronsus labios en aquella fervorosa súplica, y fué el del cristianoherido, á quien su mala suerte habia traído á manos de aque-


CAPÍTULO XXV. 203dos enemigos sedientos de su sangre. A la verdad, no dejó de sentiralgún escrúpulo por haber mezclado en sus devociones el nombrede uno con quien no podía tener la menor relación, un nazareno,un enemigo de su nación. Pero la plegaria habia ya salido desu boca, y las mezquinas preocupaciones de su secta no pudieroninducirla á revocarla.CAPITULO XXV.< úando el Templario llegó al salón del castillo, ya estaba en éli >e Bracy. «Tu galanteo, dijo este, ha sido sin duda interrumpido,romo el mió, por este intempestivo llamamiento. Pero tú vienesmas despacio que yo, y de peor gana: de lo que infiero que no hansido tan malhadados como los mios tus amores.—Con qué ¿según eso, dijo el Templario, no te han salido lascuentas como pensabas?—No por cierto, respondió de Bracy; lady Rowena ha conocidoque me es imposible ver llorar á una mujer.—¡Que vergüenza! dijo Brian. ¡El jefe de una compañía de aventureroshace caso de esas niñerías! Lágrimas de mujer son gotasde agua que animan las llamas de la tea del amor.—¡Si no hubieran sido mas que gotas! contestó Bracy; pero lapobre muchacha ha vertido un raudal capaz de estinguir cien hogueras.Jamás se vieron tantos retortijones de manos, ni tantossoponcios, ni chillidos desde los dias de TStiobe. Ligóte que la sajonatiene el diablo en el cuerpo.—Y yo te digo, repuso el Templario, que la judía no tiene undiablo solo, sino una legión entera, y solo así hubiera podido saliriel lance con tan indomable orgullo y resolución. Pero ¿dónde está.Frente-de-buey? ¿Qué significa esa trompeta que tanta prisa trae?—Supongo que estará negociando con el judío, dijo el Normando,y que los aullidos de este no le permitirán oirlo que pasa afuera,tin judío que se separa de sus talegos, y con las suaves condicionesde Frente-de-buey, es capaz de ahogar con sus gritos todaslas trompetas del ejército de la Cruzada. Decid á los criados que lobusquen.»No tardó en presentarse Iteginaldo Frente-de-buey, que como el


204 IVANHOE.lector ha visto, habia sido interrumpido en su diabólica tarea porel mismo incidente que suspendió los galanteos de sus dos amigos:y que se habia detenido para tomar algunas disposiciones acercade aquella inesperada novedad.«Veamos la causa de este maldito trompeteo, dijo Frente-dehuey. Aquí tenemos una carta, y está en sajón, si no me engaño..El Barón miró y remiró la carta, y la volvió por todos lados, como si las diferentes posiciones del mensaje pudieran hacerle entendersu contenido. Viendo que sus esfuerzos eran inútiles, se laentregó á Bracy.«Puede ser, dijo este, que sean garabatos de Nigromante; peroyo no los entiendo. El capellán de casa se empeñó en enseñarmeá escribir; pero viendo que mis letras eran como hierros de lanza,tuvo que desistir de la tarea. De Bracy era en efecto tan ignorantecomo la mayor parte de los caballeros de su época y de su nación.—Dádmela, dijo Brian de Bois-Guilbert, que á lo menos los templariostenemos la ventaja de reunir la sabiduría al valor.—Aprovechémonos pues, dijo Bracy, de tu reverendo saber: ¿quedice el papel ?— Es un desafío hecho y derecho, respondió el Templario ; peropor Dios que si no es chasco, es el reto mas estraordinario que pasójamás por el puente levadizo del castillo de un barón.—¡ Chasco! esclamó Frentc-de-buey: cara le ha de costar la liesta á cualquiera que se meta en chanzas conmigo sobre asuntos deesta especie. Peed, sir Brian.»El Templario leyó en estos términos:«Wamba, hijo de Witless, bufón del noble Cedric, conocido porel nombre del Sajón, y (lurth, hijo de Heowolf, porquerizo...»«¿Estásloco? dijo Frente-de-buey , interrumpiéndole.—Por san Lúeas, que así está escrito; oid lo que sigue : «y Curtb.hijo de Beovcolf, porquerizo del dicho Cedric, con la ayuda y asistenciade nuestros aliados y confederados, que hacen causa comúncon nos en este nuestro feudo ; á saber: el buen caballero llamadopor la presente el Negro Holgazán, á vos Reginaldo Frente-de-buey,y á vuestros aliados y cómplices, sean los que fueren , sabed: quehabiéndoos, sin previa declaración de feudo ni otra causa conocida,apoderado maliciosamente y de mano armada de la personadonuestro señor y amo, el arriba dicho Cedric . alias el Sajón ; comotambién de la persona de la noble doncella. lady Tíovena de llar


CAPÍTULO X\V. 20¿gottstandstede ; como también de la persona del noble Athelstanede Poningsburgh ; como también de las personas de otros hombreslibres , guardias de los arriba dichos; también de las personas dealgunos siervos de los mismos ; y de cierto judío, llamado Isaac deYork ; y de cierta judía, hija del dicho judío ; y de ciertos caballosy muías, cuyas nobles personas, con sus dichos guardias y siervos,y dichos caballos y muías, caminaban en paz y quietud por caminoreal: por tanto os requerimos y demandamos que las dichas noblespersonas, á saber: Cedric, alias el Sajón, Rowena de Hargottstandstede,y Athelstane de Coningsburgh , con sus sirvientes,guardias, y otros acompañantes; y los caballos y muías, y los referidosjudío y judía, con todas las monedas y efectos de su pertenencia,nos sean entregados en el término de una hora después delrecibo de esta , á nos, ó á la persona ó personas que para ello designaremos,sin daño corporal ni menoscabo de bienes de las dichasnobles personas, criados y guardias, judío y judía , muías y caballos.Y os damos por requeridos y demandados ; y de no cumplircon este nuestro requerimiento y demanda, os declaramos ladrones,y malsines, y traidores desleales, y pelearemos contra vos, en batalla,ó sitio, ó de otro modo; haciendo todo lo que pueda contribuira vuestro daño y destrucción. Dios os guarde muchos años. Fechoy Armado por nos, en la víspera de san Withold, bajo la encinagrande de Hart-hill, y escrito por el que se titula hermitaño deOopmanhurst.»VI pié de este precioso documento se veia , en primer lugar, untosquísimo bosquejo de una cabeza de gallo con su cresta, con unmote que espresaba ser aquel el geroglíñeo del infrascrito Wamba,hijo de Witless. Debajo de este curioso emblema estaba la cruz, queservia de firma á Gurth, hijo de Beowolf. En otro lado se leía, enenormes y mal formadas letras, el nombre del Caballero Holgazán;y por conclusion habia una flecha bastante bien dibujada, símbolodel montero Locksley.Los caballeros oyeron la lectura de este estraordinario documento,desde la cruz á la fecha, y se miraron unos á otros, inciertos yatónitos, como si ninguno de ellos pudiera decidir si era negocioserio ó de burlas. De Bracy fué el primero que rompió el silenciocon estrepitosas carcajadas, que repitió, aunque no tan de veras, elTemplario. Frente-de-buey, lejos de reírse, daba indicios de desaprobaraquella inoportuna alegría.


206 IVANHOE.«Yo os aseguro, caballeros, dijo el Barón, que mas convendríapensar maduramente en los efectos que puede producir este escrito,que reírse fuera de propósito de las necedades que contiene.—Frente-de-buey, dijo de Bracy á Brian de Bois-Guilbert, no harecobrado sus sentidos desde el último batacazo. La idea de un desafíohace temblar todos los huesos de su cuerpo aunque venga deun bufón y de un porquerizo.—Por San Miguel, respondió Frente-de-buey, que quisiera vertecargar con todas las consecuencias del negocio. Esos majaderos nose atreverían á cometerían increíble desacato, á no estar sostenidospor alguna gavilla numerosa. Hartos foragidos hay en esosbosques, llenos de resentimiento contra mí, por las ganas que lestienen a mis liebres y á mis venados. Uno fué sorprendido con lasastas de un ciervo en la mano, y no tardó cinco minutos en pagarcon la vida : do cuyas resultas me tienen disparadas mas flechassus compañeros que las que se tiraron al blanco en el torneo deAshby. ¡ Hola! dijo, llamando á su criado: ¿ Se sabe cuánta es lagente que trata de sostener ese precioso desafío?— Habrá á lo menos unos doscientos hombres en la selva , respondióun escudero.— - Buena la hemos hecho, dijo Frente-de-buey. Esto es lo que resultade prestar mi castillo á gentes que no se contentan con su negocio,sino que me atraen esa bandada de tábanos, á que me zumbenlos oidos.— i Tábanos ! repuso el aventurero: llámalos mas bien zánganossin aguijón: holgazanes que se van al monte á destruir la caza agena,en lugar de destripar terrones para ganar un pedazo de pan.— Sus aguijones, dijo el Barón, son (lechas largas como pinos, yá fé que no se les escapa una mosca cuando apuntan.— ¿No os caéis muerto de vergüenza, señor Barón? dijo el Templario.Congregad á los vuestros, y vamos á ellos. Un caballero,un escudero solo basta para veinte de esa canalla.— Basta y sobra, dijo Bracy; y vergüenza me diera enristrar b.lanza contra semejantes enemigos.—No creáis, señor Templario, dijo Frente-de-buey, que sean turcosni agarenos; ni vos, valiente de Bracy, os imaginéis que se parecenen nada á los campesinos franceses. Son monteros ingleses,contra los cuales no tenemos otra ventaja que las armas y los caballos;todo lo cual nos aprovecha de muy poco en los rodeos y es-


CAPÍTULO XXV. 207pesuras del monte. ¿Salir contra ellos? Apenas tenemos gente paradefender el castillo. Los mas valientes délos míos están en York:también están allí tus lanceros , Bracy. Lomas que está á nuestradisposición son veinte hombres, á mas de los que nos han ayudadoen esta bella hazaña.— ¿Crees tú, dijo el Templario, que puedan reunirse en númerosuficiente para asaltar el castillo ?— Eso no, dijo Frente-de-buey : esos bandidos tienen á la verdadun jefe intrépido y arrojado; pero carecen de máquinas , de escalas,y de todo lo que se necesita para un asalto. Dentro de los murosdel castillo nada tenemos que temer.•—Pedid socorro á vuestros vecinos, dijo el Templario. Que se juntentodos ellos , y vengan á rescatar á tres caballeros sitiados porun bufón y un porquerizo, en el castillo de la Baronía de Frentede-buey.—¡Mis vecinos! repuso el Barón. ¿Quiénes son ellos? Malvoisiuestá á la hora esta en York con su gente; y allí están todos misotros aliados, y allí estaría yo con ellos si no hubiera sido por estainfernal empresa. .—Pues enviad un hombre á York , dijo Bracy , y acudan todosnuestros amigos. Si esos bandidos resisten á mis lanceros, digo quemerecen calzar espuela dorada.—¿ Y quién ha de llevar el mensaje? dijo Frente-de-buey. Esoshombres conocen todas las veredas, y se echarán sobre todo lo quesalga del castillo... Ahora me ocurre una cosa, dijo parándose algunosinstantes: Templario, téi sabes leer , y apuesto á que sabesescribir. Si pudiéramos encontrar el tintero del capellán, que murióhace un año...—La tia Bárbara, dijo el escudero que aguardaba las órdenes desu amo, lo tiene guardado en un rincón, en memoria del capellán,que, según dice, fué el último hombre que la trató con alguna cortesía.—Anda y tráelo, Engelredo, dijo el Barón, y el Templario nos escribirácuatro renglones, en respuesta á ese desafio.—De mejor gana lo baria con la punta de la espada que con lapluma, dijo el Templario; pero sea como gustes.Sentóse Brian, y escribió en lengua francesa lo siguiente:—«Sir Beginaldo Frente-de-buey, y sus nobles y valientes aliadosy confederados no reciben retos de manos de esclavos, siervos y


208 IVANHOE.fugitivos. Si la persona qo.e se llama el Caballero Negro tiene en realidadderecho á los honores de la caballería, debe saber que se envileceen esa compañía, y nada puede requerir do gente noble y de ilustresangre. Tocante á los prisioneros que hemos hecho, en virtud delo que nos mándala caridad cristiana, os aconsejamos que enviéis unsacerdote que los confiese y reconcilie con Dios, puesto que tenemoslafirme intención de decapitarlos esta mañana antes de mediodía,para que sus cabezas, puestas en las almenas de este castillo, os manifiestenel caso que hacemos de los que vienen á su socorro. Por tantoos requerimos que les enviéis un eclesiástico, que es el único favorque podéis hacerles.»El escudero se hizo cargo de la carta, y la entregó al mensajeroque estaba fuera de los muros del castillo, aguardando la respuesta.tíl montero, cumplido su encargo,volvió á los cuarteles generalesde los aliados, establecidos á la sazón debajo de una decrépita encina,á tres tiros de flecha de distancia del castillo. Allí esperabancon impaciencia la respuesta á su intimación, Wamba y Gurth consus confederados , el caballero Negro, Locksley y el jovial anacoreta.En torno, y á cierta distancia de ellos, se notaban muchoshombres armados, cuyos gabanes verdes y rostros curtidos á la intemperiedenotaban su género de vida. .Mas de doscientos estabanya reunidos, y otros muchos acudían sin cesar. Eos jefes ó capitanesestaban vestidos, armados y equipados como los otros ; solo sedistinguían de ellos, por una pluma que llevaban en la gorra.Además de estas gavillas, se habían congregado muchos sajoneshabitantes délos pueblos inmediatos, y no pocos siervos de los vastosestados de Cedric ; y aunque el intento que los animaba era elmismo, estos no formaban una fuerza tan ordenada ni tan bien armadacomo los monteros, ó si quier bandidos. Su armamento consistíaen los instrumentos rústicos, que la necesidad convierte á vecesen medios de venganza y destrucción. Llevaban hoces, picas ygarrotes; ni podían echar mano de otra cosa, porque los normandos,según el estilo común de los conquistadores, no permitían álos vencidos sajones la posesión ni el uso de ninguna especie de armas.De resultas de lo cual, esta fuerza no era tan formidable á lossitiados como hubiera podido serlo en otras circunstancias', consideradosu número, su vigor físico y la intrepidez que suele inspirarla defensa de una causa justa. Tal era el ejército á cuyos jefesfué entregada la carta de Brian de Bois-Guilbert.


CAPÍTULO xxv, 209inmediatamente fué puesto el papel en manos del creido ermitañopara que se hiciera cargo de su contenido.•Por vida de mi padre, dijo este, juro que no puedo esplicaros estagerigonza, la cual, sea arábiga ó francesa, está fuera de mis alcances.»El anacoreta entregó la carta á Gurth, el cual se encogió de hombrosj< la pasó á Wamba. El bufón la examinó atentamente con ademanesde afectada inteligencia, y después de muchos gestos misteriosos,como si le hiciera gran impresión lo que leia, la dio áLoclvsley, diciendo que no habia entendido una palabra.• Si las letras grandes fueran arcos, dijo el montero, y las pequeñasfueran flechas, algo podria alcanzar en el asunto; pero tan seguroestá el contenido de mi comprensión como de mis manos unciervo á doce millas de distancia.—Yo voy á sacaros del apuro, dijo el caballero Negro, y habiendo¡eido la carta para sí, la esplicó después en sajón á sus compañeros.—¡ Decapitar al noble Oedric! esclamó Wamba. Voto á tantos queos habéis engañado, señor caballero.—No, amigo mió, dijo el de las negras armas. Os he referido puntualmentelo que, contiene la carta.-Por Dios, dijo Gurth, que hemos de hacer añicos el castillo.—¿ Y con qué? replicó Wamba. ¿Con las manos? has mias nopueden servir ni para amasar yeso.—Todo eso es astucia para ganar tiempo, dijo Locksley -, no seatreverán á cometer un atentado que tan caro les puede costar.—Lo mejor seria, dijo el caballero Negro, que uno de nosotros seintrodujera en el castillo, para saber lo que pasa adentro. Una vezque piden un sacerdote, este bHen ermitaño podria ejercer su ministerio,y darnos las noticias que deseamos.—Antes ciegues que tal veas, respondió el fingido ermitaño.Has di 1saber, caballero holgazán, que no quiero esponerme tan tontamente.—;Si hubiera uno entre nosotros, continuó el caballero, que pulieraentrar en el castillo...»Todos se, miraron unos á otros sin responder.V a estoy viendo, dijo Wamba , que esto ha de venir á parar enque el loco haga una locura y caiga eu la ratonera, mientras los•uerdos se quedan en salvo. Présteme el buen anacoreta su saco yveréis come sé desempeñar este encargo,15


210 IVANHOE.—¿Crees tú, preguntó el caballero á Curtb, que es hombre áquien se puede conñar este encargo?—No sé, dijo Gurtb ; pero si no sale con ella, será la primera vezque le haya faltado el ingenio para sacar provecho de su locura....—Vamos pronto, buen amigo, dijo el caballero, que Dios nosperdona este atrevimiento; y ponte ese sayal, y sepamos cuál es laactual situación de tu amo en el castillo. No deben ser muchos losque lo defienden, y harto será que no podamos apoderarnos de susmuros por medio de un ataque pronto y decisivo.—Y al mismo tiempo, dijo Locksley, de tal modo sitiaremos laplaza, que ni una mosca ha de salir de su recinto. Manos á la obra,buen amigo, dijo dirigiéndose á Wamba, y bien puedes asegurará esos tirauos que pagarán con sus personas cualquier violenciaque cometan con las de los cautivos.—Pax toMscum, dijo "Wamba disfrazado ya con la túnica del ermitaño;y marchando gravedosamente, se encaminó al castillo adesempeñar su encargo.CAPITULO XXVICuando el bufón, calada la capucha y metidas las manos en lasmangas, se paró á la puerta del castillo de Frente-de-buey: elguardia que la custodiaba le preguntó quién era, qué objeto le traia—Pao; wliscuin, respondió Wamba; soy un humilde religioso yvengo á suministrar ausilios espirituales á los pobres presos de estecastillo.—Hace veinte años, dijo el guardia, que no cidra por sus puertasun hombre de vuestro carácter.—Id, hermano, continuó el fingido fraile, y anunciad mi venidaal señor de esta fortaleza, que ya veréis la acogida que me dá,correspondiente al hábito que, aunque indignamente, visto.—Pero si no es así, dijo el guardia, y el amo las ha conmigo, noos irá muy bien.»Fl guardia dejó su puesto, después de haber proferido esta amenaza,y entró en el salón del castillo, donde después de haber despachadosu comisión, recibió con gran sorpresa suya, la orden de


CAPÍTULO XXVI. 211su amo de darle entrada siu pérdida de tiempo. Volvió á la puerta, ytomadas las precauciones necesarias, obedeció el mandato del BarónLa estrada presunción con que Wamba se encargó de comisióntan ardua y tan difícil no bastó casi á sostener su ánimo cuandose bailó en presencia de un hombre tan temible y tan temido co,rao Vrente-de-buey; y al dirigirle el pax TOIJÍSCUHI, que era la fórmulacon que debía empezará representar su papel, conoció en laspiernas y en la voz cierta vacilación que no estaba en su carácterPero Frente-de-buey estaba acostumbrado á ver temblar gentes detoilas gerarquías: así que la timidez del fingido eclesiástico no leinspiró ni podia inspirarle la menor sospecha.«¿Quién eres, padre, y de dónde vienes? le preguntó.— I'n.i; Tülriscum, repitió Wamba: soy un pobre religioso queviajando por estas asperezas , he caído en manos de ladrones, qwidainTiator incidit in lutrones: los cuales ladrones me han enviado á estecastillo para ejercer mi ministerio con ciertos reos condenados ámuerte por vuestra justicia.— Bien, dijo Frente-de-buey, ¿y puedes decirme, reverendo padre,cuántos serán esos foragidos?—Valiente caballero, respondió) Wamba, nomen lilis le/jio. Tantosson, que forman una legión entera.—Dime sin preámbulos cuántos son, repuso el barón.—Ah! respondió el fingido ermitaño. Creo que entre monteros ycampesinos podrán ser unos quinientos hombres.—¡Qué! dijo el Templario entrando ala sazón en la sala. ¿Todoese enjambre se ha reunido en torno de nosotros? Preciso es esterminarloá toda costa. En seguida llamando aparte á Frente-debuey,¿conoces á ese fraile? le preguntó.—Es forastero, respondió, y debe de ser de algún convento rnu.\distante de aquí. No sé quién es.•—Entonces, continuó Brian, no debemos confiarle nada de palabra.Démosle una carta para los lanceros de Bracy, mandándolesque acudan aquí sin pérdida de tiempo. Para mayor disimulo, y áfin de que los de afuera no sospechen nada, bueno será dejarle iral cuarto de los sajones antes de enviarlos al matadero. >En virtud de esta opinión del Templario, Frentc-de-buey mandóá un criado que acompañase al ermitaño á la pieza en que estabancnceHrados Cedric y Athelstane.El encierro de Cedric, en lugar de disminuir, habia aumentado


212 IVANHOE.su impaciencia. Peaseábase de un lado á otro de la sala con tantodenuedo y precipitación como si saliera al encuentro de su enemigo,ó como si fuera á saltar A la brecha de una plaza sitiadaUnas veces hablaba á solas, otras dirigia la palabra al estoicoAthelstane: el cual aguardaba tranquilo el éxito de aquella aventura,digiriendo entretanto los manjares de que tan abundantementehabia comido á mediodía. Interesábale poco la duraciónde su cautiverio, considerándolo como uno de los infinitos malesque esperimenta el hombre en esta vida, y que hallan luego el galardónen la otra«Paa voblscmn, dijo el bufón al entrar en la pieza. La bendiciónde san Dunstan y de todos los santos del cielo sea con vosotros.—Sálvete fit vos, respondió Cedria ¿Qué se os ofrece?—Vengo A prepararos para el último trance, respondió Wamba.—Es imposible, respondió atónito el Sajón. Por infames y perversosque sean mis enemigos, no creo que se atrevan á cometertan cruel atentado.—¡Ahí dijo el bufón, los sentimientos de humanidad y de compasiónson para ellos lo que un freno de seda para un caballo desbocado.Recordad pues, noble Cedric, y valiente Athelstane vuestrasflaquezas y pecados; porque este dia será el de vuestro examenen otro tribunal.—¿Oyes esto, Athelstane? dijo Cedric; si ha de ser, apercibámonosá sufr ir el golpe con valor y dignidad: mas vale morir comohombres, que vivir como esclavos.—Siempre he aguardado lo peor de esa gente, respondió Uhelstane;y tan sereno iré á la muerte como á un convite.—Vamos pues á lo principal, dijo Cedric: empezad, padre, mió, ádesempeñar vuestro ministerio.—Poco á poco, tio Cedric, dijo Wamba en su tono natural. VAsalto es grande, y debes mirarte bien en ello.—A fe mia, dijo Cedric, que esa voz no me es desconocida.—Es la de vuestro fiel siervo y bufón, dijo Wamba bajándoselacapucha. Si hubierais tomado el consejo de un loco, no os hallaríaisaquí á la hora esta. Si lo tomáis ahora, pronto estaréis fuerade aquí.—¿Qué estás diciendo, mentecato? preguntó Cedric.—Lo que digo es, respondió Wamba, que tomes este saco y estacuerda, que son todas las órdenes que tengo encima, y ene te


CAPÍTULO XXVI 213vayas paso entro paso de este castillo, dejándome tu capa y todostus atavíos; y no tengas cuidado, que si es menester dar el salto,yo lo daré por tí.—¡Dejarte en mi lugar! dijo admirado Cedric. ¿Sabes que tecuelgan, si te descubren?—Mas vale que cuelguen á un villano que á un noble, respondióWamba; á menos que tengas á mengua que mi villanía ocupeel lugar destinado á tu nobleza.-Ks'á bien, Wamba, dijo Cedric. Acepto tu oferta, con unacondición: que en lugar de cambiar de ropa conmigo, sea con lordAthelstane.—Eso no, por san Dunstan, dijo el bufón, que no seria procedercon cordura. Bueno es (pie el hijo de Witless sufra la muerte porel hijo de Hereward; pero seria malísimo que muriese por el hijode padres con quienes nada tiene ni ha tetddo jamás que ver.monar­—Bellaco, dijo Cedric, los padres de Athelstane fueronca- de Inglaterra.—Sean lo que fueren, repuso Wamba; pero mi pescuezo está demasiadosujeto á mis hombros, y no se separa de ellos á humo depajas. Por tanto mi buen amo, ó aceptad mi proposición, ó permitidque me vaya por donde he venido.—Dejemos en pié el árbol antiguo, dijo Cedric. y no se perderánlas esperanzas del bosque. Salva al ilustro Athelstane, amigoWamba, que tal es la obligación de todo el que tiene sangre sajonaen las venas. Tú y yo resistiremos aquí la rabia de nuestrosinjustos opresores, mientras él, libre y seguro, suscita elbrío y (d eníusiasmo de todos los nuestros, y viene con ellos á redimirnos.—No, padre Cedric, dijo Athelstane, dando un golpe en la mesa,porque en ciertas ocasiones sus hechos y sus palabras no eran indignosde su alto nacimiento, antes consentiría en pasar una semanaá pan y agua en los muros de este castillo, que abrazar esaoportunidad que tu siervo te proporciona.—Vosotros os creéis hombres do seso, dijo el bufón, y me llamáisloco; pero, tío Cedric, primo Athelstane. el loco va á decidiresta cuestión, y os ahorrará el trabajo de haceros tantos cumplimientos.Vo soy como la yegua de Juan Duck, que no consienteque nadie la monte sino es su amo. Vine á salvar el mió, y si noacomoda, santas pascuas: ofertas de esta especie no son pelotas que


214 IVANHOE.van de mano en mano. Por nadie me dejo ahorcar sino por mídueño legítimo.—Idos, noble Cedric, dijo Athelstane: no desperdiciéis esta ocasión.Vuestra presencia basta para reunir todos vuestros amigos,y hacerles venir á darnos libertad. Si permanecéis aquí, todo sepierde.—¿Y hay alguna esperanza de socorro por ahí fuera? preguntóCedric al bufón.—¡Esperanza! respondió Wamba. Cuando vistas mi sayal, escomosi te pusieras la casaca de un general en jefe. Quinientos hombresestán á cien pasos de aquí, y yo era esta mañana uno de suscaudillos. Mi gorra de bufón era un casco, mi espada de madera unbastón de comandante. Veamos que efecto produce el cambio de uncuerdo por un loco: quizás ganarán en prudencia, lo que pierdenen valor. Manos á la obra: y cuidado como tratas al pobre Gurth yá su compañero Fongs. Sime tuercen estos picaros el pescuezocolgad todos los emblemas de mi oficio en la sala de Kothervood,en memoria de que sacrifiqué mi vida por mi amo como siervo fie!,aunque loco.»Wamba pronunció estas últimas palabras entre chanzas y veras,y los ojos de Cedric se llenaron de lagrimas.«Tu memoria, dijo Cedric, durará entre los hombres, mientrashaya quien aprecie el afecto y la fidelidad. Pero no nos aflijamos,antes de tiempo, pues no dudo que hallaré medios de salvar áladyRowena, á tí, noble Athelstane, y á tí también, pobre YVamba.Hízose el cambio de los vestidos, y Cedric se detuvo, habiéndoseleocurrido una duda de pronto.«Yo no sé otra lengua que la mia, dijo, y algunas pocas palabrasdel normando. ¿Cómo he de salir de este apuro?—Con dos palabras tienes cuanto basta y sobra, respondió Varaba.Pax mbiscti'íii es una respuesta general para toda especie depreguntas. Con el Pax toMscum puedes entrar y salir, comer ybeber, hablar de veras ó en chanza. No tienes mas que hacer, sinoponerte muy entonado y recalcarte al pronunciar Pax tolnamm.Es cosa irresistible. Centinelas y guarda-bosques, caballerosy escuderos, infantes y ginetes, todos te obedecerán. Creo que sime llevan al palo mañana, como es muy posible que lo hagan, hede aturrullar al verdugo con un sonoro Pax voblscum.—Si no es mas que eso, dijo Cedric, pronto se aprende el oficio.


CAPÍTULO XXVI. 215Paíe VOUSCWM... 110 haya miedo que se me olvide. A Dios, nobleAthelstane: á Dios, amigo AVamba. Tu corazón vale mas que tucabeza. 3ili intención es venir á salvaros á todos, ó volver á moriren vuestra compañía. La sangre real de Sajonia no ha de ser derramada,mientras la de Cedric circule en sus venas; ni habrá quientoque á un cabello de este leal servidor, si la vida de Cedric puedeestorbarlo. A Dios.—A Dios, tío, dijo AVamba, y cuidado con Pax wbiscnm. Cedricdejó á sus amigos y se puso en marcha para llevar á cabo la proyectadaempresa. No tardó mucho en hallar ocasión de poner enpráctica los consejos del bufón, porque al llegar aun pasadizo oscuroy embovedado, por el cual ereia poder pasar al salón del cashile,le salió al paso una mujer.—Pax to'jiscam, dijo el fingido fraile sin hacer caso de aquelladesconocida, y procurando desembarazarse cuanto antes de ella,,cuando oyó que le respondía con voz suave: et vobis. Queso, dominereverendissime, pro misericordia restra.—Soy sordo, dijo Cedric en buen sajón, renegando en su interiorde las instrucciones que el bufón le habia dado, puesto que tan'•ortado se hallaba en el primer encuentro. «Pero en aquellos tiemposla sordera al idioma latino era harto común entre clérigos yfrailes, y no lo ignoraba la persona que acababa de hablar á Cedric,pues inmediatamente le dirigió la palabra en sajón.«liuégoos encarecidamente, reverendo padre, le dijo, que os digneisvisitar y suministrar los socorros espirituales á un prisioneroque está herido en este castillo; y que os apiadéis de su situación,como vuestro santo ministerio os lo manda; y en cambio tendréisuna copiosa limosna para vuestro convento.--Hija, respondió Cedric muy embarazado y confuso; el tiempoque se me ha concedido para permanecer en esta fortaleza no mepermite satisfacer á todos los que necesitan las obligaciones de miministerio. No puedo detenerme un instante, sin esponerme á perderla vida.—Por los votos que habéis pronunciado, repuso la muje*, ospido que no dejéis sin consuelo al desventurado.»Cedric pronunció entre dientes algunas espresiones de impacienciay mal humor, que le arrancaron del embarazo en que se hallaba;y probablemente hubiera partido por medio, quitándose•nterarnente la máscara, si no hubiera venido ala sazón, y cuando


216 IVANHOE.ya iba á estallar su enojo, la vieja Urfrieda, á quien elejamos en laescalera de la torrecilla.«¿Qué es esto, mi alma? dijo con agria voz y asperísimo tono ála que estaba hablando con Cedric. ¿Así pagas las bondades que hetenido contigo? ¿Abandonando al pobre herido que puse átu cuidado?¿Y obligando á este santo varón á que se ponga como un afuria para desembarazarse de las importunidades de una judía?—¡Judía! esclamó Cedric, aprovechándose de aquella ocasiónpara salir mas pronto del paso. Apártate, mujer; apártate pronto.Tu sola presencia amancilla.—Venid por aquí, padre mió; dijo la vieja, que no sabéis las entradasy salidas del castillo, ni podéis dar un paso en él sin conductor.Venid, que tengo que baldaros. V tú, bija de raza maldita,vuelve al cuarto del enfermo, y aguárdame allí. ¡Pobre de tí si teapartas de su lado sin mi.permiso!»"Rebeca obedeció á la vieja, de quien á fuerza de importunidadeshabia conseguido antes que la dejase salir de la torre; y Urfrieda.creyendo imponerle una tarea enojosa, la obligó á cuidar al prisioneroherido; encargo que la hebrea aceptó con mucho gusto. Convencidade la crítica situación en que este se hallaba, y deseosa deaprovecharse de todos los medios que se le ofreciesen para mejorarsu suerte común, Rebeca aguardaba algún auxilio del religioso,que según las noticias dadas por Urfrieda, había penetrado en elominoso castillo. Salió al pasadizo para esperarlo, é inducirlo á queentrase en el aposento de Ivanhoe: y vahemos visto cuanto se frustraronsus intenciones.CAPITULO XXVII.Cuando Urfrieda, á fuerza de gritos y amenazas, hubo reducidoá la»judía á volver á la nueva prisión que le habia señalado, condujo á Cedric, aunque contra la voluntad de este, á otra pieza, cuyapuerta cerró por dentro, con gran misterio y precaución. En seguidasacó de una alacena dos copas y un jarro de vino; y dijo,mas bien en tono de afirmación que de pregunta: «padre, tú eressajón; no puedes negarlo:" y continuó, viendo que Cedric no se


CAPÍTULO XXVII.21Tdaba prisa á responderle: «los acentos de mi lengua nativa sonsuaves ;í mi oído, aunque raras veces los oigo sino en boca de esosmiserables siervos, á quienes los feroces Normandos abruman decadenas y de ignominia. Eres sajón y hombre libre, salvo del serviciode Dios. Tus acentos me llegan al alma.—¿Nunca vienen eclesiásticos sajones á este castillo? preguntó'• 'edric. Obligación suya es socorrer y amparar á sus desventuradoscompatriotas, oprimidos por el yugo de los conquistadores.—No vienen, respondió la vieja; ó si vienen es muy rara vez. Digoesto, porque lo be oblo, que yo por mi parte no he visto aquí otroeclesiástico ipie el capellán normando: pero ya hace muchos años¡pie murió. Dejemos esto; y pues eres sajón, como no puedo dudarlo,deja que te haga una pregunta.—Soy sajón, respondió Cedric; pero indigno del título de sacerdote.Nada puedo decir; y es inútil que te molestes en preguntarme.Déjame pues salir de aquí lo mas pronto que pueda: notardaré en volver ó en enviarte un compañero mió, si tal es tudeseo.—Detente, que no abusaré de tu paciencia, dijo Erfrieda. La tierratria abogará muy en breve mi voz, y no quiero bajar á su lóbregamorada sin dejar quien conserve mi memoria, y refiera missucesos. Horribles son, espantosos; y necesito cobrar fuerzas paracontarlos. Al decir esto, llenó una copa de vino, y la bebió con tantaavidez, como si la aquejara el ardor de una fiebre violenta. Embrutece,dijo después de haber bebido; pero no alegra. Echa untrago, padre mió. si quieres oírme, sin que se te ericen los cabellosi edric hubiera rehusado de buena gana aquel convite, mas no seatrevió á resistir á los gestos violentos que la, vieja le hacia. Bebióuna copa llena; y Urfrieda, algo mas tranquila con esta condeseendenoia. volvió á tomar la palabra:«No be nacido, padre mió, en la, miserable condición en quemeves ahora. Luí libre, feliz, noble, amada, y amada muy de verasAhora soy esclava, desventurada y envilecida. Serví de juguete álas pasiones de mis opresores, mientras fui hermosa; ahora soy objetode su desprecio y de. su rencor, ¿lis de estrañar que aborrezcaai género humano, y sobre todo, á la raza execrable que me hatrashumado de lo que fui, en lo que soy? ¿Puede olvidar la míseradecrépita que tienes á la vista, y cuya rabia solo puede exhalarseen impotentes maldiciones, que su padre fué el dueño de este cas-


218 IVANHOE.tillo, el señor de Torquilstone, ante quien temblabau millares devasallos?—¡Tú,hijadeTorquil! dijoCedric horrorizado. ¡Tú, hija de aquelnoble sajón, amigo y compañero de armas de mi padre!—¡El, amigo de tu padre! repitió Urfrieda. Luego eres Cedric, áquien todos conocen por el dictado del Sajón: porque el noble Herewardode Rotherwood no tuvo mas que un hijo, cuyo nombre esconocido á todos los que tienen sangre sajona en las venas. Y sieres Cedric de Rotherwood, ¿ que significa ese hábito religioso?¿Has perdido toda esperanza de salvar tu patria y has huido de laopresión acogiéndote á la sombra del claustro ?—Nada te importa saberlo, respondió Cedric, prosigue tu deplorablehistoria, que supongo será un tejido de crímenes y de iniquidades.Sobrado crimen es ya tu existencia en esta mansión.—Razón tienes, dijo la desventurada sajona. Crímenes hay en mihistoria tan negros y tan espantosos, que todos los fuegos del infiernono bastan á purificarlos.—Si, noble Cedric, en estos salones, manchados con la sangre demi padre y de mis hermanos, he vivido como manceba de su asesino,como esclava y partícipe de su desenfreno, y esto basta paraque cada una de las respiraciones que exhalo sea crimen y maldición.—¡Infeliz mujer! esclamó Cedric. ¡Y mientras todos los verdaderossajones, mientras todos los amigos de tu padre, reverenciabantu memoria como la suya y la de sus valientes hijos, estabas túmereciendo su odio y execración ; viviendo con el que se encenagóen la sangre de los tuyos, con el que esterminó hasta los tiernosretoños de tu familia, y unida con tu verdugo en los lazos de unamor ilegítimo!—En lazos ilegítimos, respondió la vieja; pero no en ios del amor;que el amor huye de estas infames bóvedas como de las cavernasinfernales. No; de esa culpa estoy exenta á lo menos. La pasiónque ha reinado y reina inestinguible en mi alma es el odio á Frente-de-bueyy á su familia, y con igual furor reinaba en los momentosen que participaba del estravío de mi opresor.—¡Lo odiabas y vivías! dijo Cedric. ¿No tenias á tu disposiciónun puñal, una cuerda? Pues apreciabas semejante vida, fortunatuya ha sido que los secretos de una fortaleza normanda sean comolos del sepulcro; porque si hubiera yo llegado á soñar que la hija


CAPÍTULO XXVII. * 219• le Torquil era la concubina del verdugo de su padre, mi acero tehubiera atravesado el corazón en los brazos del perverso.—¿Hubieras osado vengar de ese modo la fama de Torquil ? preguntóUlrica (que este era su nombre verdadero, y no el de Urfriedaj.Ahora conozco que eres digno del renombre que por tu patriotismohas ganado: renombre que ha llegado á estos muros empapadosen delitos. Y yo, aunque envilecida y degradada, palpitabale gozo al saber que existia quien pensaba en rescatar mi infeliz n a-.don. No: no se ha estinguido en mí el deseo de venganza que animabaal que me dio el ser. ¡Venganza!... yo he gustado sus delicias;yo he fomentado las discordias de nuestros enemigos, y loshe ecsitado al combate, en medio de los desórdenes de la embriaguez; he visto correr su sangre, he oído los ayes de su agonía. MírameCedric. ¿Nío notas en estas facciones marchitas alguna semejanzacon las del amigo de tu padre'?—No me lo preguntes, Ulrica, dijo Cedric, tan compadecido comoaterrado de lo que oia. Tu semejanza con Torquil, es como la delcadáver que sale de la tumba reanimado por el ángel de las tinieblas.—Ángel de luz, dijo Ulrica, era yo cuando armé el brazo del hijocontra el padre. La oscuridad del Averno debería ocultar lo quevas á oir ; poro la venganza alzará el velo que cubre este misteriode iniquidad. Largo tiempo había reinado la desunión entre Lrente-de-buey,y el brutal Reginaldo, su hijo: largo tiempo estuve yofomentándola. Al fin, estalló en medio de los vapores del vino, y míopresor cayó sóbrela mesa á manos del que le debia la vida : tales*on los secretos que estos muros ocultan. Abrios, esclamó, alzandola vista al techo, abrios, bóvedas de abominación, y confundid envuestras ruinas á todos los que saben este espantoso arcano.—¡Ytú, dijo Cedric, monstruo de iniquidad y de desventura,;, qué suerte has tenido desde la muerte del autor de tus males?—Adivínalo, respondió Ulrica, y no lo preguntes. Aquí... aquí hevivido hasta que la vejez prematura estampó en mi rostro un sellomortífero y helado: insultada y escupida, donde antes todos meobedecían y acataban; obligada á satisfacer la venganza, que antesrecogió tan amplia cosecha, con vanos murmullos é infructuosasmaldiciones ; condenada á oir desde mi torrecilla solitaria, los gritosdel banquete, en que tantas veces resonaron los míos, ó los quejidosy sollozos de las nuevas víctimas de la opresión.


220 IVANHOK.--Lírica, dijo Cedric, con un corazón que todavía echa menos e¡galardón de sus crímenes, y los crímenes que le merecieron aquelgalardón, ¿osas dirigir la palabra á quien viste un hábito como elmió ? ¿ Qué podría hacer por tí el santo Eduardo, si se presentase ¡itu vista en carne mortal ? El piadoso Rey obtuvo del cielo la graciade curar las úlceras del cuerpo ; mas solo Dios puede sanar la, lepradel alma.—"No me abandones aun, dijo Ulriea, infausto profeta de condenación.Dime, si puedes, adonde me conducirán estos nuevos impulsosque me agitan en mi soledad. ¿Por qué se despiertan en mi pe"cho, con nuevos é irresistibles horrores, los pensamientos de m¡malhadada, juventud ? ¿ Cuál es la suerte que reserva la tumba á ¡aque ha sido en la tierra objeto de la cólera celeste ? Atorméntenmecon crueles suplicios YVoden, Herta, Zernebok, Alista y Scogula (1:mas bien que sufrir los negros presagios que me angustian durantelaslargas horas de la noche.—No soy sacerdote, dijo Cedric apartándose con horror de aquellatriste pintura del crimen, de la miseria y de la desesperaciónNo soy sacerdote, aunque lo parezco en mi trago.—Sacerdote ó lego, dijo Lírica, eres el único mortal temeroso deDios, y honrado por los hombres, que mis ojos han visto, en estosúltimos veinte años. ¿Quieres conducirme al despecho?—No al despecho, respondió Cedric ; sino al arrepentimiento detus culpas. Encomiéndate áDios y haz penitencia; y procura quesea aceptada la ofrenda de tu contrición. Pero ni puedo, ni debodetenerme.—Un solo instante, dijo Lírica : si no quieres que vengue en tí eldesprecio y la dureza con que me tratas. ¿Piensas que duraría muchashoras la vida de Cedric el Sajón, si lo hallase Erente-de-bue.\en este castillo y con este disfraz? Ya se han i*ecreado en tí sus miradas como las del halcón en la paloma.—Venga, dijo Cedric, y destróceme con pico y garras, mas bienque profanar mis labios con palabras que mi corazón no prueba.Moriré como Sajón con la verdad en la boca, y la honradez en elpecho. No me toques ni me detengas. La presencia de Keginaldo esmenos odiosa á mis ojos que la de tu infamia y miseria.— Sea así, dijo Ulriea, desistiendo de su empeño. Vete si quieres,y olvida en tu insolente superioridad, que la desgraciada que has(1; Divinidades infernales de los antiguos Sajones paganos.


CAPÍTULO XXVII. 221visto es la hija del amigo de tu padre. Vete, Cedric. Si me separaumis males de todo el género humano, y me hacen odiosa á los ojosde aquellas de quienes debía esperar algún auxilio, también mesepararé de todo el mundo en mi venganza. Nadie me ayudará;pero se estremecerán los hombres al oir la ejecución del designioque abrigo en mi corazón. A Dios: tu desprecio ha roto el últimovinculo que me ligaba con los hombres, puesto que ni aun siquierame queda la esperanza deque mis compatriotas se apiaden de mismales.— Ulrica, dijo Cedric, algo movido á compasión, ¡has podido viviren ese abismo de crímenes y de infortunios; y ahora te das áia desesperación, cuando debieras abrir los ojos y eiafregarte alarrepentimiento!—Cedric, respondió Ulrica, bien veo que no conoces el corazónhumano. El amor desenfrenado del placer, el deseo insaciable devenganza, el orgullo inseparable de la gerarquía en que nací, taleslian sido los móviles de mi conducta: y por cierto que estos venenososingredientes alucinan hartas veces la razón, é imponen silencioá la voz de la conciencia. La vejez no tiene placeres; las arrugasno tienen influjo, y hasta la venganza muere en impotentesmaldiciones. Entonces es cuando el remordimiento se presenta armadode vívoras; entonces se echa de menos lo pasado, y el porvenirsolo ofrece desesperación. Las pasiones se callan y el culpable,semejante al demonio, es víctima del remordimiento, pero no sabearrepentirse, 'fus palabras han reanimado mi abatido espíritu. Bienhas dicho: nada es imposible para quien sabe y se atreve á morir-Tú me, has enseñado el camino de la venganza, y yo lo seguiréhasta el fin. La venganza ha residido cu mi alma con otras pasiones:de hoy mas vivirá sola en ella, y tú mismo dirás que si Ulricaha vivido culpable, su muerte fué digna de la hija de Torquil. Yasé que este castillo está sitiado por fuerzas enemigas: date prisa,diles que estrechen el asedio, y cuando veas ondear una banderaroja en la torrecilla del ángulo oriental de la fortaleza, entoncesios sajones pueden pelear sin recelo. Poco les quedará que hacer;suyos serán estos muros, en despecho de toda la resistencia que lesopongan los malvados. No pierdas tiempo; sigue tu suerte, que yose, la que me aguarda.)»Cedric hubiera querido saber los pormenores del designio quefdriea anunciaba de un modo tan enfático y terrible; pero en aquel


222 IVAXHOE.momento se oyó la formidable voz de Reginaldo Frente-de-buey.«¿Dónde diablos se oculta este fraile? por mi vida que no le valdráser fraile si viene á sembrar traición entre mis gentes.—¡Que buen profeta! dijoTJlrica, es una mala conciencia! no tedetengas: sal como puedas de sus manos: vuelve á tus sajones.Que canten el bimno de guerra, y que no tarden en venir á consumarel sacrificio.» Dijo, y se escapó por una puerta oculta, al mismotiempo que Frente-de-buey entró en el aposento. Cedric, aunquecon repugnancia, hizo una profunda reverencia al altanerobarón, á la cual respondió este inclinando ligeramente la cabeza.«Tus penitentes, padre, dijo, han hecho una larga confesión: y áfe que lo aciertan, puesto que es la última que han de hacer en suvida. ¿Están dispuestos á morir?—Aguardan lo peor, dijo Cedric, esplicándose en francés lo menosmal que podia. Saben que estando en tus manos no tienen que esperarmisericordia.—Conozco en tu acento, dijo Frente-de-buey, que eres sajón.—Soy, dijo Cedric, del convento de san Withold de Hartón.—Mejor fuera y mas me convendría que fueras Normando, dijoel barón: pero la necesidad no tiene ley. Tu convento es un nido depájaros dañinos; pero dia llegará en que ni la capucha baste á protegerla canalla sajona.—Hágase la voluntad de Dios, dijo Cedric temblando de cólera,aunque Frente-de-buey lo atribuyó á miedo.—Ya se meflgura, dijo el barón, que ves entrar á mis alabarderospor las puertas del refectorio; pero si desempeñas el encargo quevoy á darte, puedes estar seguro, y dormir tan tranquilo en tucelda como el caracol en su concha.—Manda lo que gustes, dijo Cedric comprimiendo su agitación.— Sigúeme, dijo el barón, por este pasadizo y saldrás del castillopor la poterna.»Vrente-de-buey echó á andar delante de Cedric, instruyéndoleal mismo tiempo en el encargo que intentaba confiarle.«Y"a ves, fraile, le decia, esa manada de marranos sajones que sehan atrevido á presentarse delante de mis almenas. Díles lo quehas visto de la fuerza de estos muros; y no creo que después de oírtese detengan mucho tiempo en tan inútil empresa. Toma este papel;pero antes de todo.... ¿Sabes leer?—Nada, respetable señor, respondió Cedric,


CAPÍTULO XXVII. 228—Mejor que mejor. Lleva este papel al castillo de Felipe deMalvoisin;díle que va de mi parte, que lo ha escrito Brian deBois-Guilherty que le ruego lo envié á York, aunque sea reventando un caballo.Asegúrale al mismo tiempo que nos encontrará firmes detrás denuestras almenas. ¿No seria una vergüenza que nos intimidase esepuñadode vagabundos, que tiemblan cuando ven tremolar mispendones y oyen relinchar mis caballos? Mucho me alegraría deque, echando mano de algún artificio los redujeses á permanecerenfrente del castillo hasta la venida de nuestras lanzas. Mi venganzaestá dispierta, y es como el halcón que no se duerme hasta tenerlleno el buche.—¡Por el santo de mi nombre! dijo Cedric, con la energía propiade su carácter, y por todos los santos del calendario que serán obedecidasvuestras órdenes! Ni un sajón so ha de apartar de estascercanías si yo puedo ejercer algún influjo en ellos.—Hola! dijo el barón; parece que mudas de tono, y que hablascomo quien no gusta mucho de esa gente. ¿No eres tú también deimismo ganado!»Cedric no era muy práctico en las artes del disimulo, y algo hubieradado en aquel momento por tener á su disposición alguna delas ingeniosas ocurrencias de Wamba; pero la necesidad aguza elentendimiento; y para justificar su enojo echó mano del odio quedebían inspirar á todos los religiosos aquellos malsines descomulgados.«Tienes razón, dijo Frente-de-Buey, lo mismo despachan á unP. Prior queá un villano.—¡ Hombres desalmados! dijo Cedric. •>Frente-de-Buey llegó á la poterna, y pasando el foso por una tabla,á una pequeña barbacana que comunicaba con el campo pormedio de un portalón fuerte y bien defendido.«Despáchate, dijo el barón, y si ejecutas bien mi encargo, y vuelvesaqui dentro de pocos dias, hallarás la carne sajona mas barataque la de javalí en el mercado de Sheífield. Parece que eres hombrede buen humor; déjame despachar á estos bellacos, y ven á vermedespués,que te recompensaré.—Yo te prometo que nos.hemos de ver, y pronto; dijo Cedric.—Vaya eso por ahora, dijo Frente-de-buey poniendo á Cedricuna pieza de oro en la mano. Abrió la poterna, y dejó salir al fingidofraile diciéndole: ¡Cuenta con cumplir la palabra queme has dado'


224 IVANHOE.— Licencia te doy de que me arranques el pellejo si cuando tevuelva á ver no merezco algo mas que el cumplimiento de tu amenaza.«Esto dijo Cedric echando á correr por el campo: y volviéndosede pronto hacia el castillo,arrojó la moneda de oro á la puerta esclamando: «¡Traidor, impío. Satanás cargue contigo y con tu dinero!.)Frente-de-buey oyó, aunque imperfectamente, estas últimas palabras;mas pareciéndole sospechosa la acción, gritó á dos ballesterosdélas almenas que disparasen algunas flechas al fraile. Arrepintióseen seguida y revocó la orden, creyendo que el fraile no seatrevería á desobedecerle. » En todo caso, dijo, mas vale tratar delrescate de estos verracos sajones. Hola! ¿Dónde está Gil el carcelero"?Que traiga á mi presencia á Cedric y á su compañero Athelstane ócomo se llama, que hasta los nombres de esa gente saben á tocino yensucian los labios de un normando. Quiero lavarlos mios con vinocomo dice el Príncipe Juan. Poned un jarro sobre la mesa de laarmería, y conducid allí á los cautivos.»Los mandatos del barón fueron inmediatamente obedecidos; y alentrar en aquel gótico aposento, de cuyos muros pendían los despojosganadosporel valor de su padre y por el suyo, vio el jarro de vinosobre la enorme mesa de madera de encina, y á los dos sajones queacababan de entrar, custodiados por cuatro alabarderos. Frente-debueyempezó por refrescarse el paladar con un buen trago: y enseguida dirigió la palabra á los prisioneros. No echó de ver desdeluego la trasformacion de Cedric en su bufón; porque este se habiacalado hasta las cejas el gorro de su amo, y porque la pieza estabaalgo oscura: además de que el barón no habia examinado jamásatentamente las facciones de Cedric, creyendo que se degradabasu dignidad si fijaba la vista en el rostro de un sajón; así que, alprincipio de la entrevista no concibió la menor sospecha de la fugade su principal enemigo.«Valientes paladines! dijo Frente-de-buey, ¿qué tal os sienta elaire de este castillo? ¿Os acordáis de la insolencia y de la altaneríaconque os portasteis en el banquete de un príncipe déla casa de.Anjou? ¿Cuándo merecisteis vosotros sentaros á la mesa del principe Juan? ¡Por Dios y por san Dionisio que si no estrujáis las bolsashasta el último bizante, habéis de estar colgados por los pies ólas rejas del castillo hasta que os hayan comido los cuervos! Vamos,esplicaos: ¿Cuánto dais por vuestros indignos pellejos? ¿Qué dicestú, viejo de Rotfcerwood?


CAPÍTULO sxvi 1 . 225—Yo no doy inedia blanca por mi persona, dijo Wamba; y enmaído á colgarme por los pies, lias de eaber que desd'e que mepusieron el primer capillo en la cabeza, tengo según dicen trasfornadoslos cascos; y puede ser que con la colgadura vuelvan ásu sitio natural.—¡Santa Genoveva! esclamó Frente-de-buey: ¿quién es este quehabla?»Y al decir esto, quitó el gorro de Cedric de ia cabeza de Wamba,y descubrió en el cuello la argolla de plata que indicaba su condiciónde siervo.«¡ Gil, Clemente, perros vasallos! esclamó furioso el normando.;. quién es este que me habéis traído?— Yo os lo diré, respondió Bracy, que entró á la sazón. Este esel bufón de ('edric, que pegó tan terrible chasco á Isaac de Yole enel torneo.—No importa, respondió Frente-de-buey: los dos colgarán deana misma cuerda, á menos que Cedric y este marrano de Coliingsburghpaguen cuanto se les ha dejado poseer hasta ahora: yno solo esto, sino que nos han de quitar de eii frente ese enjambrede malvados; y han de firmar una renuncia formal de sus privilegios,obligándose á vivir de hoy mas como nuestros siervos y vasallos.¡ Id, dijo á dos de sus guardias que estaban á la puerta,traedme al verdadero Cedric, y os perdono por esta vez vuestraequivocación; además que no hay mucha diferencia entre un loco y•m hidalgo sajón.—Cierto es, respondió Wamba: pero vuestra sabiduría ignora|ue han quedado mas locos que hidalgos en el. castillo.—¿Qué dice este majadero? dijo el barón á los guardias, los cualesen sus miradas daban áentender que si aquel no era el verdaieroCedric, no habia quedado otro en el aposento que le había ser-. ¡do de prisión.¿Qué quieres apostar, dijo Bracy, que Cedric ha tomado las de.illadiego con la túnica del fraile?Bestia, de mí, dijo Frentc-de-buey: yo mismo le abrí la poremay le di libertad con mis manos. Bien está, señor bufón;tu locura ha podido mas que la vigilancia de estos animales queme sirven: pero, una vez que te gusta el estado religioso,te daré las órdenes sagradas, y te pondré como nuevo. Hola, arrancadáese tunante el pellejo de la cabeza, y cebadlo de las alme-13yo


226 IVANHOE.ñas abajo. Tu oficio es chancear. ¿Tienes gana de chancear ahora?—Digo, respondió "Wamba, sin que turbase su buen humor e]aspecto de la muerte, digo que tus hechos valen masque tus palabfás; pues en lugar de hacerme simple religioso me das el birreteencarnado, que es distintivo de Cardenal.— Va Aeo, dijo Bracy, que quiere morir en su oficio. Dejadlo vivir,Frente de buey. Mas vale que se venga conmigo, y sirva de.diversión ¡i mis lanceros. ¿Que dices á esto, bufón?—Digo, respondió Wamba, que tengo una argolla al cuello, vque no puedo quitármela sin permiso de mi amo.las ar­—La lima normanda, d-ijo Frente-de-buey, sabe rompergolláis sajonas.— Y aun por eso, dijo Wamba, queremos tan sinceramente nosotroslos sajones á vosotros los normandos. Vuestras sierras cortannuestras encinas, vuestro yugo oprime nuestros cuellos, vuestrascucharas agotan nuestro potaje. ¿Cuándo querrá Dios que salgamos de una vez de vuestras uñas?—Bien haces, Bracy, en divertirte con los disl ales de este necio,cuando estamos amenazados por todas partes. ¿Xo ves que se han burlado de nosotros, y que nuestra proyectada comunicación con núestros amigos ha sido frustrada por este mismo á quien quieres protejer?¿Qué podemos aguardar si no es un ataque general y pronto.'—Vamos pues á las murallas, dijo de Bracy. ¿Me has visto algunavez detenerme cuando llega la ocasión de dar y recibir golpes ?Venga también el Templario, y pelee por su vida, como ha peleado antespor su orden. Haz tú lo que puedas con tu gente, y yo os ayudaréen cuanto esté á mis alcances; y aseguro que tan fácilmente escalarán los sajones este castillo como las nubes. Si queremos tratar conlos bandidos,¿porqué no emplearemos la mediación de este buen hidalgo,que con tan devota atención está contemplado el jarro de v ino? Vamos, sajón, dijo á Athelstane, presentándole una copa de vino, refréscate el gaznate con este soberano licor, y dinos qué es loque puedes hacer para conseguir tu libertad.—Lo que un hombre puede hacer, respondió Athelstane, con talde que no sea lo que puede deshonrarlo. Dejadme ir libre con miscompañeros, y pagaré un rescate de mil marcos.—Y además, dijo Frente-de-buey, nos has de asegurar la retirada de esa vil canalla, que asedia el castillo contra todas las leyesdivinas} humanas.


CAPÍTULO XXVII. 227—11«ró cuanto pueda, repuso Athelstane, y creo que ¡o consegro*ti-, además que Cedric me ayudará en la empresa.— listamos de acuerda, dijo Erente-de-buey: tú y ios luyes quedareis,en libertad, y hebra paz entre nosotros, por tales mil mar'-cOo de plata, lisióos una, friolera, sajón, y bien puedes agradeceríamoderación de la demanda, Pero cuenta que el judio no entra cuel irado.— Ni la judia tampoco, dijo ürian de iíois-tíuübert, que ala sazónentraba cu el aposento.— Ninguno ilc ¡os dos, dijo Frente-de-buey, ,-on de la comitiva dolosdos sajones.— Además, dijo Athelstane, que yo seria, indigno del nombre-decristiano.si tuviera roce alguno con un ¡ierro de esta secta.—Ni tampoco, dijo el hurón, se incluye en el tratado ese bufón,-á-jquien guardo en mi poder,para que sirva de ejemplo á todos los que •quieran,usar de chanzas pesadas conmigo.—Ni el rescate comprende tampoco á lady. Rowena. dijo Braoyi.que es la parte que me toca en el botín, y no estoy do humor dé.dejarlair tan fácilmente d¡ entre las manos.—hady líowena, dijo Athelstane con noble arrogancia,.es la prometidaesposa de Athelstane de Coningsburgh; y Athelstane de Oenipgsburghse dejará tirar antes por cuatro caballos furiosos, quesalir de este castillo sin {.esta, ilustre dama. El siervo Wamba ha, salvadoboy la .vida de Cedric, á. quien miro como padre, y yo quien* •perder la vida antes que se le toque á un cabello.—¡Tu.prometida esposa! ¡Lady Rowena esposa de un esclavo'..esclamóde bracy. Sajón, tú has soñado que estás todavía en los tiemposde san Eduardo el confesor. Dígote, sí no lo sabes.que losprín-.cipes de la casa de Anjou no dan esa clase de pupilas, úhombresdeetu alcurnia.—Mi alcurnia., altivo Normando, respondió Aílieistane, provieneiie un manantial algo mas puro y antiguo que la de un vagabundofrancés, que solo vive vendiendo la sangre de ios ladrones que se'alistan bajo el trapo de su pendón. Leyes fueron mis .antepasado» •uertesen campaña, y sabios en consejo: y festejaban en sus salonesá tantos centenares de maguabas, cuantos tú puedes contar •derrotados lanceros en tu escuadrón; reyes cuyos nombres han sidoencomiados por los poetas, cuyas leyes han sido conservadaspor los doctos; reyes, cuyos huesos fueron enterrados en medio de>•


228 IVAKHOK.las oraciones de los santos, y sobre cuyas tumbas se lian edificadomonasterios.—Me alegro, deBraey, dijoFrente-de-buey,que miraba con satisfacciónel bochorno del aventurero: el sajón no se muerde la lengua.—Justo es, dijo Bracy, que tenga la lengua suelta quien tienelos brazos atados. Diga lo que quiera, no por eso eonsiguirá la libertadde lady Rovena.»Athelstane, que acababa de pronunciar uno de los mas largosdiscursos que habian salido de sus labios en toda su vida, no replicóá las nuevas injurias del Normando: pero la conversación fué interrumpidapor la llegada de un criado, con el aviso de que un fraileestaba en la poterna, y pedia entrada en el castillo.—Por san Benito, dijo Frente-de-buey ¿tendremos aquí otro impostor,ó un fraile real y verdadero? Registradlo antes de abrirlela puerta: porque si introducís aquí otro disfrazado, juro por loscielos que os he de mandar sacar los ojos, y habéis de morir con lasplantas de los pies en un brasero encendido.—Descargad sobre mí toda vuestra cólera, dijo Gil el carcelero,si este no es un verdadero religioso. Vuestro escudero Jocelyn leconoce, y yo aseguro que es Fr. Ambrosio, lego asistente del Priorde Jorvaulx.—Que entre al instante, dijo Frente-de-buey, pues sin duda nostrae noticias interesantes. El diablo anda suelto estos dias por todosestos alrededores. Elevaos estos prisioneros; y tú, sajón, piensa enlo dicho.—Reclamo, dijo, un cautiverio honroso, con la debida asistenciacual corresponde á mi gerarquía, y al que está tratando de su rescate.Además, requiero al mejor de entre vosotros que me respondacuerpo á cuerpo y con las armas en la mano, por esta agresión contrami libertad. Va te he enviado este desafío por tu maestresala, yno he recibido respuesta. Aquí está mi guante.—Yo no respondo, dijo Frente-de-buey, al desafío de un prisionero,ni tú debes aceptarlo tampoco, Bracy. Gil, cuelga el guantede este Sajón de una escarpia del castillo: allí quedará hasta quesea hombre libre. Si lo pide antes, ó si quiere alegar que ha sidohecho prisionero villanamente ó á traición, se las entenderá con -migo, que soy hombre que no me niego á pelear á pié ni á caballo,mucho menos con él, aunque traiga en pos á todos los vasallos sajones de sus estados.»


CAPÍTULO XXVII 229Los guardias se llevaron á los prisioneros, y al mismo tiempoentró Fr. Ambrosio, cuyo aspecto denotábala mayor turbación.—lísteos el verdadero Pax'coUscum, dijo Wamba al pasar juntoai fraile, todos los demás lian sido moneda falsa.presen­—¡"Dios mió do mi alma! dijo Fr. Ambrosio, al verse encia de los dos normandos. ¿Estoy al fin entre cristianos?—Estás seguro, dijo Bracy; aquí tienes á Keginaldo Frente-debuey,que nada aborrece tanto como á un judío; y al caballeroBrian de Bois-Guilbert, que tiene por oficio matar agarenos. Siestas no son buenas señales, digo que no sé donde las hallarásmejores.— Va veo que estoy entre amigos y aliados de nuestro reverendo1'. Yymer. prior de Jorvaulx, dijo el fraile, sin hacer caso del tonoburlón con que le habia hablado Bracy: como tales, le debéis asistenciade caballeros, y caridad de cristianos.— Dejémonos de preámbulos, dijo Frente-de-buey, y dinos tú loque tienes que decir: y sea pronto, que no estamos ahora para perderel tiempo.— María Santísima , dijo Fr. Ambrosio, ¡cuan pronto se enciendenen cólera estos seglares ! Sabed pues que unos bandidos desalmados,sin temor á Dios, y sin respeto á nuestra religión...— Fraile, dijo Frente-de-buey, dinos en plata si el Prior está enmanos de los bandoleros, ó que le ha sucedido.— Seguramente , dijo Ambrosio , está en manos de esos hombresde Bella!, que infestan los bosques do estas cercanías.— Tú que no puedes , llévame á cuestas, dijo Frente-de-bueyvolviéndoso á sus compañeros.— ¡ Con qué en lugar de darnos socorro el Prior, nos lo pide!Buenos estamos para sacar de apuros á su reverencia. Y en dos palabras¿ qué es lo que el Prior quiere de nosotros?—< 'on vuestro perdón, dijo fray Ambrosio, habiendo sido impuestasmanos violentas en mi reverendo prelado, y habiéndose atrevidoesos hombres de Bolial á despojarlo de sus ropas y alhajas, y dedoscientos mareos de oro tino y puro, y exigido además mayor cantidadpor su rescate ; por tanto, el reverendo padre espera que vosotros,como sus leales amigos, facilitéis esta suma, ó acudáis á libertarlocon vuestras armas, según mejor os lo dicte vuestra prudencia.—¿Quién ha dicho á tu amo, dijo Frente-de-buey, que un barón


230 IVANHOE.normando afloja la bolsa para rescatar á un fraile? ¿Y cómo podemosemplear nuestras armas en su defensa, cuando á cada instanteestamos aguardando que nos asalten esos foragidos?— De eso iba á hablar, dijo fray Ambrosio ; pero vuestraprecipitacionrmeha cortado el hilo ; además que soy viejo, y este lance meha trastornado el sentido. Os diré, pues, que ya se acercan á vuestrasmurallas.— Alas almenas, dijo llracy, y veamos qué es lo que intentan ::y al decir esto abrió una ventana que daba á la fortaleza estorior yhamo inmediatamente á sus dos compañeros. «Por san Dionisio queel anciano tiene razón. Manteletes traen y pavosos , y los flecherosque se divisan en el bosque forman una nube densa que amenazaborrasca.»Keginaldo Frentc-de-buey miró también por la ventana , y enseguida tocó la trompeta , y mandó congregar toda su gente.« Bracy , dijo, cuida de la parto de oriente. Noble Brian . tú entiendesel" ataque y la. defensa, y estarás mejoren la parte opuesta:yo tomo á mi cargo la barbacana : pero no nos lijemos en un puntosolo ; acudamos á donde sea mayor la necesidad, y con nuestrapresencia escitemos el valor de los nuestros, donde quiera que seamas fuerte el ataque. Somos pocos, pero la actividad y el valor supliránel número, puesto que los que nos atacan son villanos sinjefe y sin disciplina.— Pero, nobles caballeros, esclamó fray Ambrosio, en medio delalboroto y confusión que ocasionaban aquellos preparativos de defensa,¿ no habrá ninguno entre vosotros que quiera oír el mensajedel reverendo padre. Aymer . prior de .Torvaulx ? oidme por Dios,noble sir B.eginaldo.— Dirigid vuestras plegarias al cielo , dijo Frente-de-buey, quesn la tierra poco tiempo tenemos de escucharos. Anselmo , pronto,aceite y pez hirviendo , para bautizar á los primeros que se acerquen.Que no pierdan tiro los ballesteros. Bnarbolad mi banderasobre la puerta: pronto sabrán esos infames que las tienen que haberconmigo.— Pero, noble señor, continuó el fraile , perseverando en su intentodo que le prestasen atención, considerad mi voto de obediencia,y que á la hora esta no he desempeñado el encargo de mi superior.—Dejadme en paz, dijo Frente-de-buey, y retiraos cuanto antes.-


CAPÍTULO XXVIII. 231Kl Templario había estado observando los movimientos de los sitiadores,con alguna mas atención que sus insensatos compañeros.Por la orden que profeso, dijo, que estos hombres se acercan con¡ñas disciplina que la que yo aguardaba. Mirad como saben aprovecharlas desigualdades del terreno, y ponerse á cubierto de los tirosde las ballestas. No distingo bandera ni pendón, y sin embargoapuesto mi cadena de oro á que los dirige algún noble caballero ú'itm guerrero diestro en esta clase do ataques.— Si no me engaño , dijo Bracy, so columbra entre la turba uncrestón de caballero, y el resplandor de una armadura. ¿ No veis áun hombro alto, con armas negras, que parece ocupado en distribuirla gente y arreglarla? Por san Dionisio, que os el Negro Holgazán,que echó al suelo ¡í 1'rente-de-buey en el torneo de Ashby.—Tanto mejor, dijo el liaron, pues viene á que le dé el desquite.Vlgun pájaro de cuenta debe ser, puesto que no se atrevió á reclamarel premio que debió al acaso. Parece que no es hombre epuegusta de acompañarse con gente de forma, y por Dios que me alegrode. verle entre tan ruines combatientes.»tas demostraciones de inmediato ataque que por todas partes haciaei enemigo, obligaron á los caballeros aponer término á la conversación.Cada uno de ellos acudió al puesto que se le había designado,á la cabeza de las fuerzas de que no podían disponer ; yaunque estas no bastaban á la defensa déla fortificación, los candidosaguardaron con serenidad el asalto que les amenazaba.CAPITULO XXVIII.Debemos retroceder con nuestra historia, para poner en noticiade los lectores algunos hechos que deben tener presentes, á fin de,entender los que siguen. Ya habrán adivinado los mas discretosque cuando el caballero de Ivanhoo cayó desmayado á los pies delady líowena, y parecía abandonado de todo el mundo, debió socorroy asistencia á la hermosa judia Rebeca, y es de suponer quesolo á fuerza de impunidades podría conseguir esta de su padre qued caballero fuese conducido á la casa que el viejo había tomado enios arrabales de Ashby.


232 iVANHOK.No hubiera sido difícil inducir á Isaac á dar este paso en otrascircunstancias, porque era naturalmente agradecido , y no carecíade sentimientos humanos ; pero luchaban con sus buenos deseoslas preocupaciones y la timidez, propias de la situación en quelos judíos se hallaban entonces en Inglaterra : y estos fueron losgrandes obstáculos que tuvo que vencer su hija.«Santo Abraham. decía Isaac, sin duda es un buen joven , y yono puedo mirar sin derramar lágrimas la sangre que salía, por e'finísimo peto de acero. Pero ¡ traerlo á nuestra propia casa ! Muchacha ¿estás en tus cinco sentidos? ¿No sabes que es cristiano yque nuestra ley nos prohibe habitar con ellos,salvo cuando redro»da en bien de nuestro comercio ?—No digáis eso, padre mío. respondió Rebeca ; no nos es perimtido mezclarnos con los cristianos en convites y diversiones ; per'cuando el cristiano yace en la miseria y el abandono, entonces e*hermano del hebreo-—Quisiera, dijo Isaac, saber sobro "sta materia la opinión del rabino Jacob Ben Tudela; sin embargo, no debemos dejar que el buenmancebo perezca, por falta de asistencia. Di á Seth y á líuben quile lleven á Ashby.—De ningún modo, dijo Rebeca ; mejor será que vaya en mi !itera, y yo montaré uno de los palafrenes.—Eso seria esponerte & las risas y á los insultos de estos perrosIsmaelitas,» dijo Isaac, dirigiendo sus miradas suspicaces á la turba de caballeros, y escuderos. Pero Rebeca, firme en su propósito,,estaba ya ocupándose en dar las órdenes necesarias para ponerloen ejecución. Isaac la agarró por el brazo de pronto , diciéndole«Por las barbas de Varón , que no hemos pensado en io principa!Si este joven se nos muere en las manos ¿sabes cuales serán lasconsecuencias ? Que nos achacarán esta desgracia, y nos harán pedazos.—No morirá, dijo Rebeca, procurando desasirse de la mano de so,padre, si cuidamos do sus heridas; pero morirá si le abandonamos,y seremos responsables de su vida á Dios y á los hombres.—Eso no, repuso Isaac: tanto me duelen las gotas de sangre que.vierten de su herida, como si fueran bizantes de oro que cay (-sen demi bolsa. Gracias á las lecciones de Miriam, bija del Rabino Manasesde Bizancio, eres diestra en el arte de curar y en las virtudesde las yerbas y- de los elixires, Por tanto . haz lo que te dicte í-


CAPÍTULO xxvui. 233buen corazón; eres una joven cumplida, la bendición de tu padre yel cántico de alegría de tu casa y del pueblo de mis abuelos.»Sin embargo, no eran infundados los temores del hebreo. La generosay agradecida Rebeca se espuso, en su regreso á Asbby , 6las audaces miradas del Templario Brian de Bois-Guilbert, el cualvolvió atrás dos ó tres veces para contemplar á sus anchas la hermosurade ía judía. Ya hemos visto las consecuencias déla impresiónque hizo en su alma corrompida, y el accidente que le facilitóla ocasión de apoderarse de la que habia destinado á ser victima desu desenfreno.lícheca no perdió tiempo en la ejecución de su designio. ívanhoefué ¡levado por orden suya á la casa que Isaac habia tomado áias puertas de Asbby, y ella misma examinó y vendó las heridasdel caballero. Todos los que han leido las crónicas y romances delos tiempos de la edad media saben que las mujeres eran muydiestras y entendidas en la prácticas de la cirugía, y que los paladinesconfiaban generalmente la cura de sus heridas á la mismadama cuyos ojos les habían atravesado el corazón.hos judíos do ambos sexos poseían y pacticaban la medicina entodos sus ramos, y los Monarcas y los Barones mas poderosos, encaso de accidente y de enfermedad, tenían siempre á la cabecera dela cama algún docto anciano do aquel pueblo despreciado. La opinióngcn< ral atribuía á los hebreos un conocimiento profundo enlas ciencias ocultas, y particularmente en el arte cabalística, cuyonombre y origen provenían del tiempo de los sabios de Israel. Losrabinos no negaban su conocimiento en lasarles sobrenaturales:circunstancia (¡nono aumentaba el odio , pero que disminuía eJdesprecio con que eran umversalmente mirados.( n mago judío era tan execrable á los ojos de la muchedumbrecome' un usurero de la misma nación ; pero nadie se burlaba delprimero, y todos lo hacían del segundo. Es además probable, envistade la prodigiosas curas que de los judíos se refieren, que poseíansecretos propios de su nación , y que, los ocultaban escrupulosamentede los cristianos, de quienes desconfiaban.La hermosa Rebeca habia aprendido en su niñez las prácticastradicionales de su gente ; pero, dotada de un ingenio penetrantey de un espíritu observador, las halda perfeccionado de un modosuperior á lo que pedia esperar de su edad, de su sexo, y aun de laépoca en que vivía. Habia tenido por maestra ala hija de unce-


234 IVANHOE.ieb're rabino, la cual, en prueba del entrañable amor que profesabaá Rebeca, la babia hecho depositaría de los secretos y recetas quesu padre le había comunicado poco antes de morir. La desgraciadaMariam fué víctima del fanatismo de aquellos tiempos ; pero suinteligente discípula conservaba cuidadosamente el tesoro de susaber.Rebeca, que á su notable hermosura reunía tan estraordinariahabilidad, era el objeto de la veneración de los judíos de su tribuioscuales la consideraban como una de aquellas mujeres favorecidaspor la divinidad, de quienes habla


CAPÍTULO xxvm. 235favores que el Dios de Israel nos concede, ora sean monedas de oroy plata, ora virtudes y recetas medicinales, no deben prodigarse ávolitas y á locas. Cosas son estas de que solo deben gozar aquellosa quienes la Providencia las ha dispensado. Y en cuanto á ese, queios nazarenos llaman < 'orazon de León, si supiera mis negocios cbnsu hermano, mas me valiera caer en manos de un león deldumeaque en las suyas. Por tanto me someto á tus consejos, y ese buenmancebo irá con nosotros ,-í casa, y podrá estar en ella como en lasuya propia hasta que se curo de su herida. Y si Corazón de Leónvuelve á Inglaterra, como ya lo susurra la gente, nuestro huéspedserá para mí un muro de defensa (pie me preserve de los males que¡Hiedan amenazarme. Si no vuelve, Ivanboe podrá fácilmentepagarme los gastos que me ocasiona, con los despojos que gane suvalor, como ha hecho en el último torneo. Ks un buen muchacho;•umple la palabra que da; restituye lo que se le presta, y socorreal israelita en medio de los ladrones y de los hijos de Belial.»Ivanboe volvió en sí cuando ya iba cerrando la noche. Dispertóde un sueño agitado con aquella confusión de ideas que naturalmentesigue ¡i la. completa insensibilidad. Durante mucho tiempole fué imposible traer á la memoria las circunstancias que habíanprecedido á su desmayo, y ligar la cadena de sucesos que le habíanocurrido el dia anterior. Sentía el dolor de la herida y unextraordinario abatimiento; á lo cual se unían en su imaginaciónideas confusas de golpes y estocadas, de encuentros de caballos ygañeres, y la polvareda, y el ruido de las armas, y la gritería yalboroto de una pelea encarnizada. Hizo un esfuerzo para levantarla cortina de su cama, y lo consiguió, aunque sintiendo al mismotiempo un dolor agudo.Hallóse con gran sorpresa suya en un aposento magnifleamenteamueblado; pero como vio cojines en lugar de sillones y otrosadornos del gusto oriental, casi llegó á creer que durante su sueñohabia sido trasportado otra vez á la tierra de Palestina. Aumentóse,su sorpresa cuando se alzó un lienzo de la tapicería, yvio entrar una mujer ricamente vestida á la manera de Levante,seguida por un criado de color algo mas oscuro que el trigueño.Cuando el caballero iba á dirijir la palabra á la hermosa aparición,la judía le hizo seña de que guardase silencio, colocando eldedo sobre sus labios de rubí; el criado se acercó al enfermo, ledescubrió el costado, y Kebeca examinó el vendaje y pareció sa-


23i¡ IVANMOK.fcisfecha del estado déla herida. Hizo todo esto con tanta seneiHez, majestad y modestia, que aun en tiempos mas civilizados,nadie hubiera osado criticar su conducta como indecorosa ni impropiade la delicadeza de su sexo. Ivanhoe no vio en ella la mujeicaritativa que se emplea en aliviar los males de sus semejantes,sino un ser ideal que baja á la tierra para detener con sobrenatural poder el golpe do la muerte. Rebeca dio algunas órdenes enhebreo á su criado; y este, que la servia en semejantes ocasiones,la obedeció con puntualidad.Los acentos de una lengua estrada en los labios de la hermosaRebeca, produjeron en el caballero el mismo efecto que la supersticiónatribuyo á los ensalmos de las Hadas, que. aunque no stentiendan por la suavidad del sonido y por la blanda sonrisa quelos acompaña, penetran y suavizan el corazón. Ivanhoe no quiseinterrumpirla mientras estaba dando aquellas benéficas disposiciones;pero cuando vio que iba á retirarse, no pudo coatener socuriosidad, y le dirijió la palabra en lengua arábiga, que habiaaprendido en sus viajes por Palestina, y que le pareció la maspropia de que podia hacer uso hablando auna joven que teniaun turbante en la cabeza y un caftán (1) al hombro: «Amable doncella,le dijo, tened la bondad... .y>Rebeca interrumpió á su enfermo con una sonrisa, que rara.-veces lucia en un rostro cuya espresion natural era la de la melancolía.«Soy inglesa, le dijo, señor caballero, y hablo la lenguade mi país, aunque mi trage y mi familia son de otros climas.—Noble señora, dijo Ivanhoe: y Rebeca le interrumpió de nuevo—No me deis, señor caballero, dijo Rebeca, el epiteto de nobleConviene que sepáis sin pérdida de tiempo que vuestra criada esuna pobre judía, hija de Isaac de York, á quien habéis concedidotan generosa protección: y no debe pareceres estraño que su familiaagradecida os suministre los auxilios que, vuestra situaciónrequiere.»No podemos decir si lady Rowena liabria visto con satisfacciónel interés y la ternura con que Ivanhoe contemplaba las hermosa!:facciones, la estatura majestuosa y los ojos bridantes de la amableRebeca: ojos cuyo resplandor amortiguaban sus largas pestañanegras,que algún poeta de aquel siglo hubiera comparado á la11 'I'jajp Oriental


CAPÍTULO xxviu. 237¡strella de la tarde cuando introduce sus rayos por entro las ramasde un bosque de jazmines. Pero Ivanboe era buen cristianoy amante iirme; y no podia ser infiel á su Dios ni á su dama. Rebecasabia lo primero, y por esto se apresuró á noticiar al caballerosu linaje: sin embargo, aunque instruida y prudente, pagabael tributo


238 IVANHOK.nuestra nación es mas diestra en.curar.heridas que en hacerlas, jnuestra familia en particular posee secretos, que le han sido trasmitidosdegeneración en generación, desde los dias de Salomón,ycuya virtud-habéis esperimentado. No, nazareno-, perdonad si o.-,digo que no hay módico cristiano en Inglaterra, que pueda.ponerosen estado de usar vuestra armadura antes de un mes.—¿Ycuándo podré vestirla, dijo Ivanhoo, por la virtud de tusmedecinas?—Dentro de ocho, dias, respondió la hebrea, si sigues dócilmentemis consejos.—Por la Virgen, santísima, dijo Ivanhoo, (pie no estamos en ocnsionde desperdiciar los instantes. Si cumples ío que prometes, yo.te ofrezco mi yelmo Heno de escudos de oro. vengan de donde vinieren.—Yo ejecutaré fielmente lo que te ofrezco, respondió Rebeca, y.tepondré en estado, de armarte en el término que he dicho, con tal dequeme hagas un favor en lugar del dinero que me propones.—Si el favor que me pides está, en mi poder, dijo Ivanhoo, y estal que un cristiano pueda concederlo sin escrúpulo á uno de tucreencia, no dudes que lo haré con satisfacción y con agradecimiento.—Lo que únicamente te pido, dijo Rebeca, es que de ahora enadelante vivas en la persuasión de que un judío puede hacer un.beneficio á un cristiano, sin otro móvil que la beneficencia.—Fuera un crimen en mí el dudarlo, repuso el caballero : confioen tí y en tu habilidad, y espero que dentro de ocho dias podré acudirdonde el honor y la obligación me llamen. Y ahora permítemeque te haga algunas preguntas sobre lo que pasa pur ahí fuera.¿Qué es.del noble Cedric y de su familia? ¿Qué es de la amable dama...aquí se detuvo, como si no quisiera marchitar el nombre deRowena, pronunciándolo en presencia de una judía : de la que fuénombrada Reina del torneo ?—¿La que tú, dijo Rebeca, dcsignastes para ocupar el trono de lahermosura, con un discernimiento que no fué menos aplaudido quetu valor?»Aunque Ivanhoe habia perdido mucha sangre, no por esto dejaronde encenderse sus mejillas al considerar que él mismo habíadescubierto el secreto que procuraba ocultar.«Quise hablar, dijo Ivanboe, del príncipe Juan; y holgárame tarn


CAPÍTULO XXVIII. 23^,bien de saber algo de mi fiel escudero, y por qué no ha venido áservirme.— Permite, dijo Rebeca, que me valga de la autoridad de médico,y pongq un término á tus preguntas, y á esas reflexiones que,teagitan, dándote cuenta de todo lo que puede interesarte. El príncipe.luán disolvió el torneo, y salió precipitadamente para York conios nobles, caballeros y eclesiásticos de su partido; después de haberrecogido cuanto dinero pudo, exigiéndolo de grado ó por fuerzade la gente mas rica de estos países. Dicen que va á sentarse enel trono de su hermano.—No será sin derramar mucha sangre antes, si hay todavía inglesesen Inglaterra, repuso Ivanhoe, incorporándose de golpe enla cama. Aquí estoy yo para defender los derechos de Ricardo,,contrae! mejor, y aun contra los dos mejores del partido del rebelde.—Para eso es necesario tener fuerzas, dijo Rebeca, tocándole ligeramenteen el hombro. Por ahora solo debéis seguir mis consejosy estar tranquilo.—Verdades, dijo [vanhoe; tan tranquilo como lo permitan los,tiempos revueltos en que vivimos. Hablemos ahora de Cedric y délossuyos.—Hace poco, dijo Rebeca que el mayordomo estuvo aquí á cobrarel valor de la lana de los rebaños de su amo, y por él hemos sabidoque Cedric y Atbelstane de Coningsburgh salieron muy disgustadosdel convite del Príncipe, y estaban disponiéndose para volverásus casas.—Fué alguna dama con ellos al banquete ? preguntó Wilfrido..—Lady Eoucna, respondió la judía, con mas individualidad quela que con tenia la pregunta, lady Rowena no asistió al banquetedel príncipe Juan: y según dijo el mayordomo, se halla ahora encompañía de su tutor, de camino hacia Rotherwood; y en cuanto átu fiel escudero (íurth...—¿ Con qué sabes su nombre ? dijo el caballera; pero sin dudabasde saberlo, puesto que debe á tu generosidad los cien cequiues querecibió ayer.— No hables de eso, dijo Rebeca. Ya veo cuan fácilmente descubrela lengua lo que quisiera ocultar el corazón.—]Mi honor, dijo Ivanhoe, me obliga á restituir esta suma, y nolindes que la pondré en manos do tu padre.—Sea como quiera, respondió Rebeca, mas no antes de ocho días'


240 IVANHOE.y ahora no pienses ni hables de eso, si no quieres atrasar tu curación.—Debo obedecerte, dijo lvanhoc, y seria ingratitud en mí resistirá tus mandatos. Solo quiero hacerte una pregunta, y será la última,acerca de la suerte del pobre (lurth.—Me duele decirte, señor caballero, respondió la judía, (pie, estápreso por orden de tu padre ; y observando que esta noticia aíligiaá Ivanhoe, añadió inmediatamente : pero el mayordomo uswaldodice que, si. no ocurre alguna otra novedad (pie exaspere el ánimode Cedric, no hay duda que le perdonará ; por ser un siervo lie!, áquien el anciano ha mirado siempre con gran afecto, y que solo liacometido una falta., y eso por amor á su hijo. Y dice además que ély sus otros compañeros, particularmente Wamba el bufón, estabanresueltos á facilitar la fuga de (lurth, en caso de que no se, aplacasela cólera de su amo.—Quiera Dios que así lo hayan ejecutado, dijo Ivanhoe, porqueno parece sino que la mala suerte se empeña en perseguir á todoslos que me aman y favorecen. El rey, que tanto me ha honrado ydistinguido, se halla próximo á perder la corona por la traición deun hermano, que le debo innumerables beneficios; mis atencionesacarrean disgustos y sinsabores á la dama mas hermosa de Inglaterra;y un pobre servidor está espuesto á morir á manos de mi padre,solo porque me ha dado una prueba de afecto y lealtad.— El mal estado de tu salud, dijo Rebeca , y la pesadumbre quete agita te hacen interpretar torcidamente los altos designios de laProvidencia. Has sido restituido á tu patria, cuando mas necesidadtiene de brazos fuertes y de corazones leales; has humillado á losenemigos de tu rey y á los tuyos, cuando mas entonada se hallabasu soberbia ; y cuando te has visto débil y herido, los cielos tehan deparado asistencia y médico, entre las gentes mas despreciadasde la tierra. Estas consideraciones deben darte ánimo y brío, yla esperanza de hacer grandes proezas en favor de la justa causa quedefiendes. A Dios : toma la medicina que voy á enviarte por manode Rubén. Tranquilízate, á fin de que tengas las fuerzas necesariaspara emprender la jornada de mañana.»Convencido por las razones de Rebeca, Ivanhoe se sometió enteramenteá sus consejos. Tomó la bebida que Rubén le administró,y como era narcótica y calmante, le proporcionó una noche tranquila,y sueños agradables. A la mañana siguiente, Rebeca lo en-


CAPÍTULO xxvni. 241contra libre de tode síntoma de calentura, y capaz de soportar las'atigas del viaje.fvanboe fué colocado en la misma litera en que salió del torneo, yno se omitió ninguna de las precauciones necesarias á su comodidad.Lo único que no pudieron conseguir las instancias de Rebeca,fué que se caminara despacio, como lo juzgaba indispensable parala conveniencia del herido: porque Isaac, semejante al viajero ricode quien Labia .Tuvenal en su sátira décima, tenia siempre ala vistauna gavilla de salteadores , sabiendo que tanto los nobles normandos,como los bandidos sajones , tendrían la mayor satisfacciónen despojarle. Por tanto caminó ápaso levantado, haciendo cortasparadas y mas cortas comidas ; de modo que se adelantó á Cedric y-Uhelstane, que habían salido muchas horas antes que él; pero quese habían detenido largo tiempo á la mesa del Abad de san Withold.Sin embargo , gracias á la eficaz virtud del bálsamo de Miriam,y á la robusta constitución de Ivanhoe, no le resultaron deaquella marcha precipitada los ineovenientes quo Rebeca temía.Con todo, bajo otro punto de vista, la prisa de Isaac produjo fatalesconsecuencias ; porque de sus resultas se suscitaron grandesdisputas entre él y los hombres quo había tomado para que le sirviesende escolta. Eran sajones, y no estaban esentos de la aficióná los buenos bocados , que los normandos les echaban en cara , comopereza y glotonería. Habían aceptado la proposición del judíocon la esperanza de que este baria una opípara provisión para lamarcha; masía precipitación de esta frustró todas sus esperanzas.También se quejaban del daño que sufrían los caballos , que ibansiempre al troto, y que solo descansaban algunos minutos : por último,la cantidad de vino y do cerveza que debia consumirse encada comida fué otro gran motivo de reconvenciones y disputasentre Isaac y su escolta : de todo esto resultó, que cuando llegó lahora del peligro, y sobrevino á Isaac la calamidad que con tantarazón temía, se vio abandonado por aquellos en cuya defensa confiaba, aunque nada habia hecho para grangearse su afecto.Así fué como Cedric y los suyos encontraron al judío, á su hija yai herido: y así fué como todos ellos cayeron en manos de Bracy, yde sus confederados. Al principio nadie hizo alto en la litera , yquizás nadie hubiera sabido lo que contenia , si no fuera porqueBracy quiso examinarla creyendo que iba dentro lady Rowena, lacual no se habia alzado el velo que la cubría. No fué poca la admi-Itl


242 iva.NÍIOK.ración del aventurero cuando descubrió un hombre herido, el cual,creyéndose en manos de bandidos sajones, que conocían y respetabaai su nombre, confesó francamente se!' Wilfrido de fvanhoe.Las ideas del honor caballeresco, que no habían abandonado entoramente á Bracy, á pesar de su maldad y ligereza, no le permitieronvender á un hombre herido é indefenso : poique sabia queFrente-de-buey no tendría el menor escrúpulo en dar muerte inmediatamenteal que venia á disputarle el feudo de 1\animo. Porotra parte, ciar libertad á un rival favorecido por iady lioweiía, comolo denotaba lo ocurrido en el torneo, y como lo aseguraba lavoz pública, que atribuía á estos amores el destierro tic Wilfrido dela casa paterna, era un esfuerzo demasiado superior a la generosidaddel normando. Adoptó en estas circunstancias un término medioce : re los dos quo so le ofrecían ; y fué mandar á dos do sus escuderosque no se apartasen de la litera, ni permitiesen que nadiese acercase ó ella. Si alguien preguntaba quién iba dentro de la litera,debían responder que era un escudero de Bracy, que había sidoherido en el primer encuentro. Al llegar al castillo , mientrasFrente-de-buey y el Templario se, ocupaban en Levar adelante susplanes,


CAPÍTULO xxix.de tantos embarazos. Y vosotros, escuderos ; aquí tenéis ballestasy bodoques. A la barbacana, y que no quede sajón con vida.»Los escuderos, que como todos los partidarios de Bracy, no gustabande la inacción , sino de la vida guerrera, y de las empresasaventuradas, á que estaban acostumbrados, se dirigieron alegremente al punto que les había señalado Frente-de-buey. Ivanhoequedó confiado á Urfrieda; mas esta , que solo pensaba en llevar 6cabo sus proyectos de venganza, dejó al enfermo en manos d*Rebeca.24iCAPITULO XXIX.Los momentos de peligro suelen ser también momentos de franqueza,en que el cariño se muestra sin disfraz : la agitación general de los sentimientos rompe los lazos del disimulo, y descubre loque ta prudencia oculta en tiempos mas tranquilos. Al hallarse denuevo junto á Ivanhoe, Rebeca observó con estrañeza el placer queesperimentaba de tantas escenas de males y peligros. Cuando le tomóel pulso y le preguntó por su salud , sus movimientos y palabrasindicaban un interés mucho mas vivo que el que ella hubieraquerido manifestar abiertamente. Sintióse agitada por un tembló?estraordinario. «¿Fres tú, hermosa doncella?» le dijo fríamenteIvanhoe, y esta pregunta la hizo volver en sí, recordándole que elsentimiento que abrigaba en su corazón no podia ni debía ser correspondido.Escápesele un suspiro, en que Ivanhoe no hizo alto; \las preguntas que le dirigió acerca de su salud fueron hechas enel tono de la amistad. Ivanhoe le respondió en pocas palabras quesu salud se hallaba lo menos mal que podia hallarse en aquellas circunstancias, «y eso, añadió, gracias á tu habilidad , querida Rebeca.»Me llama querida, se decia á sí misma Rebeca, pero ¡con cuantodesden, y con cuanta indiferencia! Su caballo, y sus podencos sonmas preciosos á. sus ojos que la pobre y humillada judía.«Mi espíritu, continuó Ivanhoe, está mas enfermo de ansiedad quemi cuerpo de la dolencia que lo aqueja Por lo que he oido á esoshombres que me han custodiado hasta ahora, be venido en conocimientode que estoy privado de mi libertad; y si no me engaña la


244 IVAHHOE.voz áspera y terrible que los ha echado do aquí, mi prisión es elcastillo do Frente-de-buey. Si es asi ¿cómo acabará todo esto, vcomo podré protegerá lady Rowena, y ámi padre'?»Ni aun siquiera se acuerda del judío y de la judia, decía interiormenteRebeca. ¿Por qué nos hemos de interesar en su suerte?¡ Oh , cuan justamente me castigan los cielos por haber puesto enél mis pensamientos'. Después do esta acusación interior, pasó á noticiará tvanhoe todo lo que sabia: qvie el Templario lírian de liois-Guilbert, y el liaron de Frente-de-buey mandaban las fuerzas delcastillo, y que este se hallaba sitiado por gentes que ella no conocía.Anadió , por último, que habia en la fortaleza, un eclesiástico,que quizás podría darle noticias mas seguras— ¡Un eclesiástico ! repuso el caballero. Tráelo aquí inmediatamente, Rebeca., si puedes. Di le que hay aquí un enfermo que necesitade sus socorros espirituales: díle lo que (mieras , con tal deque me lo traigas, bis preciso hacer algo para salir de este apuro :pero ¿ qué he de hacer sin saber lo que pasa ?»Rebeca, en cumplimiento del encargo de Ivanhone , hizo cuantopudo para que el fingido eclesiástico pasase al aposento del enfermo:pero lo estorbó como hemos visto 1 Tfrieda que también deseabahablarle : y Rebeca volvió á dar cuenta á Ivanhoe de la inutilidadde sus diligencias.No tuvieron mucho tiempo para lamentarse de esta falta de noticias,ni para imaginar nuevos medios de adquirirlas , porque elruido quo ocasionaban los preparativos de defensa crecía por momentos, y llegó á ser un verdadero alboroto. El paso de los guardiasy ballesteros que iban á ocupar las almenas resonaba en los pasadizosy escaleras que conducían á los diferentes puntos de la fortificación.Oíanse al mismo tiempo las voces de los caudillos queanimaban á sus partidarios, y que dictaban todas las providenciasque la defensa de la plaza requería; y en seguida el estrépito do lasarmas y los clamores y vocería de los soldados. Aunque todos estosanuncios eran terribles, como presagios de una catástrofe espantosa, habia en el conjunto de aquellos sonidos cierta sublimidadque penetró el alma de Rebeca. Animáronse sus ojos, encendiéronsesus mejillas , y medio agitada por el temor, medio reanimada porel entusiasmo, repitió á su compañero estas palabras : «Suena el estrépitode las aljabas, y de las lanzas, y délos broqueles; y las vocesde los capitanes, y la gritería de loa soldados.


CAPÍTULO XXIX. 245Pero Ivanhoo era como el caballo de que hace mención aquel suilhnepasaje, el cual ardia de impaciencia por correr á la pelea queaquellos rumores anunciaban. «Si yo pudiera , decía, acercarme áesa ventana y ver lo que pasa en los muros; si tuviera un arco, unahacha para dar un solo golpe en nuestra defensa... pero es inútil.Las fuerzas me abandonan.—rso te agites, noble caballero, le decia Rebeca ; el ruido ha cesado,y quizás no llegará el caso de que vengan á las manos.Poco se te alcanza de estas cosas , respondió Ivanhoe; esa pausaindica que los hombres están en sus puestos aguardando el momentodel ataque. Lo que hemos oido hasta ahora era la amenaza,lejana de la tormenta ; pronto estallará con toda su furia. ¡ Qué nopueda yo acercarme á esa ventana !—No lo emprendas, dijo Rebeca, si no quieres que se abra tu herida.Y observando la estraordinaria impaciencia del caballero, yome pondré á la ventana, dijo, y te daré cuenta de todo lo que observe.—No lo harás ; no lo permito, dijo Ivanhoe, cada ventana, cadaabertura de este castillo será muy en breve blanco de la furia delos sitiadores. I na Hecha perdida...Venga en buen hora, dijo en voz baja Rebeca ; y en seguida subiócon paso firme los dos ó tres escalones que llevaban á la ventana.—Rebeca, querida líebeca, chimó Ivanhoe, no son estos pasatiemposde muchachas. No te espongas á la muerte, ni me hagas infelizpara, siempre por haber yo sido la causa de tu desgracia. A lomenos guarecido con ese broquel viejo que está en el suelo, y descubrelo menos que puedas de tu persona.»Rebeca siguió el consejo de Ivanhoe, y parapetándose con ungran broquel que estaba abandonado en un rincón del aposento,pudo ser testigo de todos los sucesos del primer ataque y referirlosal herido á medida que iban ocurriendo. Su situación era. muy favorable,porque la ventana estaba en un ángulo del edificio principal,y desde ella se descubría, no solo el recinto de la fortaleza,sino una obra esterior, que probablemente seria el primer objeto delataque. Era una especie de baluarte de poca elevación y de nomucha solidez, que servia de defensa á la poterna, por donde Erente-de-bueyhabia despedido á Cedric. El foso del castillo lo dividíadel resto de la fortaleza: así que, en caso de caer en manos del ene-


:346 IVANHOB.migo, era fácil cortar su comunicación con esta, retirando el piieullevadizo.En el baluarte había un rastrillo que correspondía e


CAPÍTULO XXXI. 247sitiados: en avant, de Bracy: Beau-Séawt; Fmit-de-Bm'f á lare*-cmsse, según los gritos de guerra adoptados por cada uno de losi-andidos.Mi unos ui otros, sin embargo se contentaron con gritos y aclamaciones:sino que el furioso ataque do los sajones fué vigorosamenteresistido por los normandos. Los monteros, acostumbradosen sus pasatiempos y ejercicios al manejo del arco, en que eran sobresalientes,hicieron una descarga cerrada, de la que no escapóninguno de los que tenían alguna parte de su cuerpo fuera de lasalmenas. De resultas de estas descargas, que duraron algún tiempoá manera de aguacero, murieron dos ó tres de la guarnición, yquedaron muidlos heridos, porque cada flecha tenia un blanco particular,y no quedó tronera, abertura ni ventana á que no se dirigieseun tiro. Pos partidarios de Frente-de-buey y sus aliados,fiados en sus fuertes armaduras y en los parapetos de la fortificación,respondieron obstinadamente con otra descarga de ballestas,arcos y hondas, haciendo considerable estrago en los enemigosque casi se presentaban á cuerpo descubierto. El silbido de las flechas,piedras y bodoques era solo interrumpido por los clamoresde los combatientes de uno y otro lado, cuando notaban algún dañoconsiderable en el partido opuesto.«¡Que tenga yo que estar aquí encerrado como un fraile en sucelda, dijo ivanhoe, mientras otros están jugando mi libertad ó mimuerte! Mira otra vez por la ventana, Rebeca; pero cuenta no teasesten un tiro. Mira otra vez, y dime si se aproximan al asalto.»Rebeca con nuevo brio, que le habían dado sus actos de devoción,volvió á colocarse en la ventana, abroquelándose de modo que eraimposible la, viesen desde abajo.«¿Qué estás viendo? preguntó Ivanhoe.—Nada, sino una nube de flechas que oculta á los que las disnaran.—Pisto no puede durar, dijo Ivanhoe: si no vienen en derechuraá tomar el castillo á viva fuerza, sus Hechas poca mella han dehacer en las piedras de los baluartes. Mira si distingues al caballerodel candado, y que tal se porta en esa coyuntura; porque losmoldados no pelean sino les da ejemplo el caudillo.—No le veo, respondió la judía.—¡Malsín cobarde! esclamó Ivanhoe; ahora deja el timón cuandoo oís aprieta la borrasca.


248 IVANHOE.—No lo deja, uo lo deja; dijo Rebeca; ahora le veo; se dirige conuna partida considerable hacia la barrera de la barbacana. Estánechando abajo las estacas y las empalizadas con hachas, y en mediode todos se distingue el plumero negro del caballero del Candado,á guisa del cuervo entre las arenas de la playa. Ya han hecho una brecha en la estacada.... corren á ella... pero vuelven atrásFrente-de-buey defiende la brecha con los suyos. ¡Como descuella,su enorme estatura entre los que lo signen! Los sitiadores la atacande nuevo, y se disputan el paso, hombre á hombre. ¡Dios de Jacob»parece el choque de dos océanos, impulsados por viento contrario,-*Rebeca apartó el rostro de la ventana, como si le fuera imposiblesoportar la vista de tan horrible escena.«Mira otra vez, Rebeca, dijo Ivanhoe, que atribuyo á otra causaeste movimiento. No es regular que tiren Hechas ahora, puesto quepelean mano á mano. No tengas miedo. Rebeca volvió á la ventana,y esclamó inmediatamente: « ¡Santos profetas de la ley! Frente-de-bueyy el caballero de la negra armadura pelean ahoracuerpo á cuerpo en la brecha; parece que los de uno y otro partidocontemplan eon ansia este terrible encuentro. El cielo defienda Jacausa del oprimido y del preso. ¡Dios mió! gritó de pronto con elmayor sobresalto, cayó á los pies de su enemigo.—¿Quién cayó? preguntó Ivanhoe. Por Dios Santo, que no metengas en esta inquietud.—El caballero negro, dijo Rebeca casi desfallecida; y en seguidagritó con júbilo: No... ¡Bendito sea el Dios de los ejércitos! Estáotra vez en pié, y peleando como si tuviera la fuerza de veintehombres en su brazo. Se le rompió la espada, pero ha tomado elhacha de un montero. ¡Dios mió, cuantos golpes descarga á suenemigo! El gigante vacila como la encina á los hachazos de! leñador...ya cayó... al suelo.—¿Frente-de-buey? preguntó Ivanhoe.—Frente-de-buey, dijo la judía; y los suyos capitaneados por elTemplario, acuden á su socorro. El campeón se detiene viendo quele acometen tantos. Ya han retirado al Barón, y lo traen á lasmurallas.—¿Han tomado los sitiadores las barreras? preguntó Ivanhoe.—Las han tomado, dijo Rebeca, y ya estrechan á los sitiados enlos muros. Algunos aplican escalas, y otros se, agolpan, y se precipitanunos á otros como abejas para subir por ellas. De arriba


CAPÍTULO XXIX. 249les echan piedras, vigas, y troncos de árboles. Los que caen heridosse retiran, y otros vuelven á ocupar sus puestos. ¡Santo Dios*,¿has dado tu imagen al hombre, para que se la maltrate y desfiguretan horriblemente su propio hermano?—No pienses en eso, dijo Ivanhoe, que ahora no estamos entiempo de reflexiones. ¿Quién cede? ¿Quién adelanta?—Ya no hay escalas en el muro, dijo Rebeca; todas han caído alsuelo. Los pobres sitiadores ruedan como reptiles. Los sitiadosganan.—San Jorge sea con nosotros, dijo Ivanhoe. ¿Posible es que esosvillanos se amedrenten?—No, respondió Rebeca; que se rehacen y pelean con valor. Elcaballero negro se acerca á la poterna, con una hacha formidableen la mano. Bien puedes oir los terrible golpes que le descarga.Los del muro le arrojan vigas y piedras; mas él las aparta comosi fueran plumas.—Por san Juan de Acre, esclamó Ivanhoe, incorporándose congrandes muestras de alegría, no hay mas que un hombre en Inglaterraque sea capaz de semejante hazaña.—La poterna cede, dijo Rebeca; ya cruje.., ya está hecha astillas.La barbacana, es nuestra. ¡O Dios! Los Normandos dejan elparapeto... ya están en el foso. ¡Hombres, si hombres sois en verdad,perdonad al rendido!—El puente, dijo Ivanhoe : observa el puente que comunica conel castillo, ¿Lo han pasado los sitiadores?—No, dijo Rebeca; el Templario lo ha destruido, y se retira aicastillo con algunos pocos. Los otros... ya oyes sus quejidos lastimeros.Cierto es que la. victoria es mucho mas cruel que el combate—¿Qué hacen ahora? dijo Ivanhoe. Observa bien, que no es ocasiónesta de espantarse al ver muertos y heridos.—Todo está suspenso, dijoh'ebeca; los nuestros se fortifican en labarbacana, y en ella se parapetan de los pocos tiros que les disparande cuando en cuando los de adentro; y creo que es mas bienpara incomodarlos que para hacerles daño.—Los nuestros, dijo Ivanhoe, no abandonarán una empresa quehan empezado tan gloriosamente, y que con tanta felicidad hanllevado á cabo. No por cierto; apostaría mi vida á que no cede esebuen caballero que ha echado abajo las barras de hierro y tablasde encina de la poterna. ¡Cosa estrada! No hay dos hombres en la


2fi0IVANHOE.Cristiandad capaces de tamaño arrojo. Pero ¿qué significan el cerrojoy el candado azul en campo negro? Rebeca, mira si puede*distinguir alguna otra particularidad en su persona.—Nada absolutamente, respondió '{choca; su armadura y repajo,c-l caballo y sus «meses, todo es igual y negro como las alas de v¡»cuervo; pero estoy segura que podrí::, distinguirle de ahora enadelente entre mil guerreros. Con la misma serenidad, acude alpeligro que si fuera á un banquete. Parece que cada gobio que dalleva en sí todo al espíritu que le anima. ¡Dios le perdone el p».* a_do de haber derramado la sangre de su hermano! Terrible cosa es.pero sublime al mismo tiempo, ver ¡i un hombre solo triunfar detantos enemigos.—Rebeca, dijo Ivanhoe, tú has hecho la pintura de un héroe: seguramenteese intervalo es para tomar algún descanso y prepararios medías do pasar el foso; porque t;on un caudillo como ese nohay demoras, ni contemplaciones, ni descuidos. Mientras mas pe.ligros mas gloría. Juro por el honor de mí casa, y por el nombre ¡lela dama do mis pensamientos, que pasaría diez años de cautive:-.'-»solo por pelear un día al lado de ese buen caballero en una. causatan justa como esta.— ¡Ab! dijo Rebeca, quitándose de la ventana y acercándose a' lechodel herido, esos movimientos de impaciencia, esta lucha M ¡vuestra actual debilidad, no hacen otra cosa que retardar vuestroalivio. ¿Como podéis dar heridas á los otros si no se curan lasvuestras?—Rebeca, dijo el caballero, tú no puedes imaginarte cuan difícilaspara el que está acostumbrado á la guerra y á los hechos de caballería,permanecer tranquilo, mientras otros pelean á poca distancia.111 amor de la batalla es nuestro alimento: el polvo de larefriega es el aliento que nos anima. No vivimos, ni deseamos \ i-vir, en tanto que no somos victoriosos y nombrados. Tales son lasíeyes de la caballería que hemos jurado obedecer, y á las cuales sacrificamoscuanto mas apreciamos en el mundo.—¡Ahí dijo la judía, ¿qué es eso sino sacrificar al ídolo de la \ a-nagloria, después de haberse consumido en los fuegos de Moloc?¿Qué os queda en galardón de toda la sangre que habéis vertido,de todos los males que habéis sufrido, de todas las lágrimas quehabéis hecho derramar, cuando la muerte biela el brazo del guerrero,y detiene la carrera de su caballo?


CAPÍTULO XXIX. 251—¿Qué queda? dijo Ivanhoe, la gloria, que es el 'Orillo que dorar -.¡estro sepulcro, y el bálsamo que conserva nuestro nombre.—La. gloria, dijo Rebeca, es una armadura vieja cubierta de,rín , que cuelga sobre el destruido sepulcro del guerrero: es lainscripción borrada que apenas puede leer el erudito, para, satisfacerla curiosidad del pasajero. ¿Es esta suficiente recompensa de•antos afectos sacrificados, y de una vida miserable, empleada enhacer miserables á ios otros? ¿Qué virtud tienen las trovas de unbardo, que baste á suplir la falta del amor doméstico, de los sentimientossuaves, de la paz y de la ventura? La gloria, señor caballero,en los tiempos en que vivimos, no es mas que la fama que•¿>. adquiere en las tabernas cuando un cantor vagabundo celebraá un concurso de villanos ebrios las hazañas de los que ya novisten.—Por el alma de mi abuelo, dijo Ivanhoe, que estás hablando delo que no entiendes, y ajando el esplendor déla caballería, que es;«» único que distingue al noble del bajo , al caballero galán delmalsín grosero y agreste ; lo único que realza, el honor sobre la vida; nos hace vencedores de ios trabajos y fatigas, y nos enseña áno temer otro mal sino es la deshonra. Tú no eres cristiana , Rebea.ypor consiguiente, desconoces la dulzura (pie esperimenta el¡•orazon de una dama , cuando su amanto ha. inmortalizado subrazo con alguna noble y atrevida hazaña, la caballería es la. cunadelos afectos puros y generosos, el apoyo de los oprimidos , lavengadora de los agravios , el yugo que doma el poder del tirano.Sin ella, nobleza es palabra sin significación, y su lanza y su espadason la mejor defensa de la libertad y de la independencia.—Mi nación, dijo Rebeca, hizo prodigios de valor en defensa de¡a patria; mas nunca tomó las armas sino por espreso mandatodel Dios de Israel, ó para rechazar la opresión. El sonido de la trompetano dispierta ya á.Iudá de su sueño ; y sus despreciados hijosse presentan como víctimas que gimen bajo el peso de una esclavitudmas larga aun que la de Babilonia. Bien has dicho, caballero,no está bien que una doncella hebrea hable de guerras ni batalias,mientras el Dios de Jacob no suscita un nuevo (¡edeon, unsegundo Macabeo.»La orgullosa doncella concluyó estas palabras entono de dolor yamargura, que espresaba su despecho al considerar la degradaciónde su pueblo. Mugíala también la idea de que Ivanhoe la juagase


252 IVANH0E.indigna de dar su voto en puntos de honor, y de abrigar en su a;ma sentimientos exaltados y generosos.«¡Cuan mal me conoce, decia, si cree que la censura que he hechode la estravagancia caballeresca de los nazarenos procede dfbajeza y cobardía ! ¡Ojalá mi sangre derramada gota á gota pudiese redimir la cautividad de Judá! ; Ojalá pudiera ella pagar lalibertad do mi padrey de su bienhechor! Entonces veria el cristianesi una hija de Israel no es tan arrojada y valiente, como la soberbiadoncella nazarena envanecida con los pergaminos de su raza, ycon poseer algún mal castillo entre los hielos áridos del norte.»Rebeca, al terminar estas reflexiones, lijó sus ojos en el caballeroherido.«Duerme, dijo : la naturaleza, fatigada de tañía inquietud y agitación, se aprovecha del primer intervalo de reposo para repararcon un sueño benéfico las fuerzas perdidas. Ah ! quizás mis ojos lecontemplan por última vez : quizás dentro de pocos momentos desaparecerádel rostro esa espresion generosa y valiente que aun duranteel sueño lo anima ; quizás no tardarán en marchitarse susfacciones con el hielo de la muerte : y el mas ruin villano de esteodioso castillo hollará con desden el cuerpo en que se abriga tannoble espíritu. El en tanto reposa tranquilo, sin que, le, asuste eigolpe que le amenaza. ¡ Y mi padre ! Oh padre mió ! ¿ Posible esque tu bija olvide tus canas por los rubios rizos de un estranjero?Oh Dios de mi pueblo! Los males que me rodean no son mas quelas amenazas de tu cólera, contra la hija ingrata que piensa en eicautiverio del infiel antes que en las calamidades que atosiganla vida de su padre : que no se cuida de la desolación de Judá. ,\fija sus pensamientos en la gentileza de ese joven. Arranquemos estaquimera del corazón, aunque sea destrozando todas sus fibras.»Rebeca se cubrió con su velo , y se sentó á cierta distancia deIvanhoe, volviéndole la espalda, y procurando fortificar su espíritu,no solo contra los riesgos que circundaban su vida y su honor,sino también contra los arrojados pensamientos que iban echandoraices en su alma.


CAPÍTULO XXX. 253CAPITULO XXX.Durante el intervalo de suspensión de hostilidades que siguió alprimer triunfo de los sitiadores, mientras estos se disponían á estrecharel asedio, y los sitiados fortificaban sus medios de defensa, el'Templario y De Bracy tuvieron una nueva conferencia en el salóndel castillo.«¿Dónde está Frente-de-buey? preguntó De Bracy, que había dirigidola acción en la parte opuesta á la que el Barón defendíaPor ahí corren voces de su muerte.— Vive, dijo el Templario; vive aun; pero aunque hubiera tenido!a cabeza de buey que lleva en las armas y diez planchas de hierroencima difícil le hubiera sido resistir al hacha de su enemigo. Dentrode pocas horas Frente-de-buey estará en compafda de sus padres;y cierto que es una gran pérdida para la empresa del príncipe-luán.—Y un gran refuerzo para el reino de Satanás, dijo Bracy; estosson los frutos de sus blasfemias contratos ángeles, y de sus chanzasy amenazas de echar las estatuas de los santos por las almenasabajo.—Anda, loco, repuso el Templario: tu impiedad y la del Baróncorren parejas.—Gracias, señor Templario, dijo Bracy; solo te ruego no olvidesel refrán: quien t :ne tejado de vidrio.... ya sabes lo d?má-\ Lo quete digo es que so,' mejor cristi IDO que tú: pues si no miente la famano eres tú de los i .ejores.—Poco me impo da lo que digan, respondió Brian: lo que importaahora es defencer el castillo, y eme no seamos el escarnio de eso smalsines. ¿Cómo han peleado los que tenias enfrente?—Como leones, respondió el aventurero. Agolpábanse á los murosá guisa de abejas furiosas, acaudillados por el villano que ganóel premio del blanco en el torneo de Ashby, á quien conocí fácilmentepor el tahalí y el cuerno. Estas son las consecuencias de ladecantada política de Fitzurse; envalentonar á esos perros para quese rebelen contra sus señores. Siete veces me apuntó el villano contan poco reparo como si fuera un gamo de esas selvas. Cada aber-


254 . IVA.NHOE.tura de mi armadura recibió una flecha de una vara de largo, quirebotaba en mis costillas como si hubieran sido de bronce. Graciasal camisote de malla de España, que llevo debajo del peto; que áno ser así, hubiera dado cuenta de mi persona.—Pero, á lo menos, dijo el Templario, tubas conservado tu puesto, y nosotros perdimos el nuestro.—Malo es eso, dijo Bracy; los villanos se guarecerán en la obraestertor; atacarán mas de cerca el castillo, y si no tenemos muchocuidado se aprovecharán do algún rincón de turre, ó de algunaventana olvidada, y los tendremos encima en un santiamén. Somospoquísimos pare, una línea de defensa tan estendida: los núestros dicen (pao no pueden asomar la cabeza fuera de los parapetossin recibir un tiro. Frente-de-Buey se muere y se acaba el socorríque nos daban su fuerza brutal y su genio indomable. ¿Qué liemosde hacer ahora? No seria bueno hacer déla necesidad virtud, y entendernoscon esos bellacos, para el rescate do nuestros cautivos?—Qué vergüenza! esclamó el Templario. ¡Noshemos apoderado dinoche do unos caminantes indefensos, y no podernos conservarlosen una fortaleza, porque nos ataca una gavilla de salteadores! ¡Quésediria de nosotros! Que cedemos aun puñado de bufones,porquerizos,y otra canalla inmunda, que es la hez do la especie humana.No te cubres de bochorno, Mauricio de Bracy! Enterrémonos en beruinasde este castillo antes de consentir en tanta humillación.—Pues corramos á los muros, dijo Bracy, que ni Turco ni Tereplario despreció tanto la vida como yo la desprecio. Creo sin embargo,que no hay deshonra en desear queso presenten en el campocuarenta siquiera de mis valientes compañeros. ¡Oh lanceros deBracee! Si supierais los apuros da vuestro capitán ¡cuan prontoondearla mi bandera entro los árboles do ese bosque, y cuan pocose detendrían ó esperaros esa cuadrilla de vagabundos!—Desea cuanto quieras, dijo el Templario, y saquemos el mejor'partirlo posible de los hombres que tenemos á nuestra disposiciónCasi todos son partidariosde Frente-de-buey, aborrecidos en estosalrededores por su insolencia y tiranía,—Tanto mejor, dijo de Bracy, con eso se mantendrán firmes jderramarán la última gota de sangre, antes que esponerse á lavenganza de sus enemigos. Animo, y manos á la obra; y ya verássi Mauricio de Bracy se porta como hombre de valor y de noble alcurnia.,-


CAPÍTULO XXX. 255-~A las murallas, gritó elTemplarío; y los dos caudillos se present.uouinmediatamente en las almenas, para disponer todo cuanto¡•odian dictar la destreza.mili'ar y el valor en defensa ele la plaza..No tardaron en conocer que el punto mas peligroso era eiopuesto á la barbacana, do que so habían apoderado los sitiadores.Es cierto C[ue el foso (pie mediaba entre ella y el castillo era ungran osbiá'-ulo que im podia vencerse con facilidad, y de otro modoora imposible atas .ir ia puerca principa!; pero Bracy y el Templa-,rio tucron parecer que los sitiadores podían llamar la atencióndo la guarnición hacia .aquella parte, por medio de un ataque viólenloy repentino, \ ai mismo tiempo aprovecharse de cualquier otropunto descuidado, ''ara. frustrar este plan, solo les quedaba el recur"-" d.- coloca r cent i radas en todo el recinto de la plaza, que pudierancomunicar cutre sí, y dar el grito de alarma en caso necesario. Tambiénse dispuso que Bracy tornase el mando do la puerta, y que elTemplario se colocaría, á el, ría distancia, con un cuerpo de veintehombres, á .io de acudir en todo caso ú los otros puntos amenazado..-.1.a pérdida do la barbacana tenia también el grande inconveniente,deque, a, p -sar do la considerable altura do la muralla, lossitiados no podían observar tan completamente como antes las operacionesy movimientos del enemigo, porque la maleza del bosque'legaba i ¡asta la obra esícrior, y do este modo podían introducirseen elias nuevas fuerzas, no solo al abrigo, pero sin noticia de laguarnición, inciertos por tanto del punto en que reventaría la borrasca,de Bracy y su compañero debían estar prevenidos para hacerrostro en todo el circuito do los muros; pero los escuderos y soldadosempezaban .-i desmayar, viéndose cercados por todas partespor enemigos furiosos qr. 3 podían escoger ú sus anchas el punto yla hora del ata.ip.KeEntre tanto, el dueño del castillo y acia en cama, atormentadopor ¡os dolores que io ocasionaban sus heridas, y por la angustia ydespecho que mas y mas las irritaban. Ni siquiera tenia el recursocpi.e aletarga el alma, sin tranquilizarla, como el opio calma losdolores sin detener los progresos de la enfermedad; pero que á lomenos era preferible á ¡as horrorosas agonías déla desesperación3 de la rabia. La avaricia era el vicio dominante de Erente-de-buey;y lejos de dar limosna á los establecimientos piadosos, había muchasveces arrostrado la indignación de los eclesiásticos, y usurpadosus haciendas y caudales. Mas era llegado el momento en


256 1YVNH0E.que la tierra y todos sus tesoros iban á desvanecerse para siempreá sus ojos: y su corazón, aunque duro como el mármol, se estremecióal considerar el oscuro abismo del porvenir. Luchaban en él laagitación de la ñebrecon los sobresaltos de la imaginación, y losimpulsos del recien despertado remordimiento con la inflexibilidady dureza de su índole: horrible situación del alma, semejanteá laque domina en aquellas tenebrosas regiones en que el desengañovive sin remordimiento, el dolor sin esperanza, y en que seemponzoñan los tormentos presentes con la certeza de ¡pie jamástendrán fin ni intervalo.«¡Dónde están ahora, deciael Barón,esos curas! ¿Dónde están esosCarmelitas, á quien mi padre fundó un convento, dándoles sendosprados y sendas tierras de labor? Estarán sin duda á la cabecerade algún villano moribundo. ¡Y yo moriré corno un perro; yo,bijo del que les dio el pan que comen! ¿No dicen que es buenorezar?A lo menos para rezar no se necesita el favor ageno.... pero ¡yo....rezar! no me atrevo.—¿No te atreves? ¿Cuándo has dicho otro tanto, Frente-de-buey?esclamó junto á la cabecera del Barón una voz tremida y aguda.»Trastornado por su mala conciencia, y por la agitación de susnervios, Frente-de-buey creyó que esta interrupción de su soliloquio,procedía de alguno de aquellos ángeles perversos quebabiaacudido para distraer sus meditaciones, y estorbarle pensar en elgran negocio de su salvación. Estremecióse, miró por todas partes;y recogiendo todas sus fuerzas, esclamó: «¿Quién está ahí? ¿Quiénrepite mis palabras? ¿Quién eres tú. que graznas en mis oídos? Pontedelante de mí, para que yo pueda verte.—Soy el Demonio que te persigue, respondió la voz.—Déjate ver en forma corpórea, dijo Frente-de-buey, y verásque no te temo. Por las cavernas del iníierno, que si pudiera lucharcon estas fantasmas que me atormentan, como con un enemigo decarne y hueso, me habia de burlar de tí, y de todas tus legiones.—Piensa en tus pecados, siguió la voz; en la rebeldía, en la rapiña,en el asesinato. ¿Quién indujo al licencioso príncipe Juan á tomarlas armas contra el anciano que le dio la vida, contra el generosohermano, que le prodigó tantos beneficios?—Alientes, Demonio, hechicero ó quien quiera que seas, respondióFrente-de-buey. Mientes como un villano. No fui yo solo; foímoscincuenta caballeros y barones, los mejores que han enristrado lan-


CAPÍTULO XXX. 25.7zu: la flor de la nobleza de Inglaterra. ¿He de responder de los pecadoságenos. P'also enemigo, me burlo de tí y de tus acusaciones.Pete, y déjame morir en paz, si eres mortal,y si no lo eres, todavíano ha llegado tu hora.—No morirás en paz, repitió la voz. No, que tu muerte será emponzoñadapor el recuerdo de tus homicidios, por el eco de los alaridosque han retumbado en estas bóvedas, porla sangre que hainundado estos pavimentos.—No me impones silencio contris cargos, respondió el barón conamarga y violenta sonrisa. El judío ha esperimentado la suerte quemerece. Y por lo que hace á los sajones que han muerto á mismanos, eran enemigos de mi patria, de mi linaje y do mi soberano.Ya ves que estoy bien parapetado contra tus tiros. ¿Te hasido, ó porqué callas?—No, infame parricida , repuso la voz: acuérdate do tu padre,de su muerte; acuérdate de la sala del banquete, regada con susangre, que acababa de verter la mano de su hijo.— ¡Ahí esclamó el liaron, después de haberse parado algún rato.Ya veo que tienen razón, los que dicen que nada se te escapa. Yocreía que ese secreto estaba depositado solo en mi pecho, y en el delaque fué mi cómplice. Anda y busca la bruja sajona Pírica, que tepodrá decir lo (pie solo ella y yo vimos. Ella fué la que lavó lasheridas, y amortajó el cadáver, y propagó la noticia de que el viejohabia muerto de cólico. Ella fué la que me puso en el resbaladero ydebe tener su parte en el castigo. Anda, y hazle saborearlos tormentosprecursores del inlierno.—- \ a los saboreo de antemano, dijo Lírica, poniéndose de prontoenfrente del barón. Vahe apurado la copa, y solo ha podido dulcificarmesu amargura la esperanza do ver lo que estoy viendoahora. ¿De qué te sirve apretar los dientes, y echarme esas miradasfuribundas? ¿De qué sirven esos gestos de amenaza? Pisa mano, quecomo la del padre (pie adquirió el nombre que llevas, hubiera podidoen otro tiempo, partir la cabeza de un toro indómito, estaahora tan enervada y tan débil como la mía.—¡Vil saco de huesos! esclamó Frente-de-buey. ¡Detestable lechoza! ¡Ahora vienes á deleitarte en las ruinas del edificio que hasechado al suelo!—KeginaldoFrente-de-buey, repúsola vieja: esta es i lrica, estaes ia bija del asesinado Torquil de Wolfganger: esta es la hermana


№8 IVANH0E.de sus hijos degollados: esta es la que te pide padre, familia, nombre,fama, todo lo que ha perdido á manos de un Frente­de­buey. Talesson los males que he sufrido...—¿Te atreverás á negarlo? Pues¡den, si hasta ahora has sido el Demonio de mi persecución, ahoralo soy yo de la tuya; y te perseguiré y te atormentaré hasta el últimomomento de tu infame existencia.—".so es lo que no verán tus ojos, furia aborrecible, respondióe're¡ite­de­buey. ¡Hola ! Gil, Clemente, Eustaquio, Esteban, Mauro,acudid, y arrojada esa maldita de cabeza por una tronera del casfilio.Nos ha vendido á los sajones. ¿ En cpié tardáis, picaros?—Llámalos mas de recio, dijoUlrica, con sonrisa burlona. Llama; todos tus vasallos, y amenázalos con el azote y el calabozo. Sabe,••rgulloso caudillo, añadió mudando de tono, que ni te darán respuestani ausilio. Oye, oye esos espantosos sonidos, dijo deteniéndosepara que el Barón escuchase el rumor del combate, queestaba á la sazón en su mayor encarnizamiento. Esos gritos son losprecursores de la ruina de tu casa y de tu familia. El edificio deía prosperidad de Frente­de­buey, cimentado en crímenes y ensangre, va á desmoronarse ante sus mas despreciados enemigosEl Sajón, Reginaldo, el Sajón asalta tus murallas. ¿Y tú yacesamilanado en tu cama, mientras que él se prepara á hollar tus timbresy tu soberbia?—¡Que no tenga yo, dijo Frente­de­buey, un momento de vigorpara ir 'á recibir á esos menguados como merecen!—No pienses en eso, noble y valiente guerrero, dijoLírica.muerte no será la del soldado; morirás como la zorra en la guarida,cuando los pastores ponen fuego á la maleza que la circunda,—¡Execrable fantasma! mientes, repuso Frente­de­buey; mis soldadospelean con brio; mis compañeros sostienen el honor de susarmas. Yo oigo desde aquí los gritos animosos de Bracy y delTemplario; y yo te juro por mi honor que cuando encendamos lahoguera con que hemos de celebrar nuestro triunfo, sus llamashan ile consumir tus huesos y tu pellejo. He de vivir con la satisfacciónde haberte enviado del fuego terreno al fuego infernal, •] •;ejamás habrá consumido un ser mas diabólico que tú.—Vive en esa esperanza, dijo Lírica, hasta que la real ices; por..,no; quiero que sepas desde ahora la suerte que te aguarda; y aunquepreparada por estas débiles y trémulas manos, no son parí­; .ievitarla tu fuerza, tu poder, ni tu valor. ¿No ves ese vapor espeso1ú


CAPÍTULO xxx. 259que se alza por todo el aposento? ¿Lo Las atribuido quizás á laturbación que ocasionan tus heridas, ó al desorden que ofusca tumaginacion? ¿No, Frente-de-buey: de otra causa procede. ¿Teacuerdas del pajar que está en el piso bajo de esta torre?—¡Mujer! esclamó furioso el liaron. ¿Le has pegado fuego? Pero,-i... ya veo... ya veo ¡as llamas...-Sí: dijo Lírica, ya cunden, ya se acercan al sitio en que estás.Esas llamas sirven de aviso á los sajones para que vengan á apagarlas.A Dios Frente-de-buey. Asístante en tu agonía Mista, Skogula,y Zernebock, divinidades do mi pueblo. En sus manos te dejo;pero sabe, si esto puede servirte de consuelo, que Lírica va áembarcarse contigo y á ser la. compañera de tu castigo como lo basido de tu culpa. A Dios, parricida. ¡Plugiese al cielo que hubiesecien lenguas en cada piedra, de este edificio, y que no cesasen derepetirte este dictado durante los pocos instantes que te quedan de\ ida!»i bebas estas palabras, salió del aposento, y Frente-de -buey oyó••1 tremendo ruido de les cerrojos y llaves, que ella aseguraba conel mayor esmero, á Jlu de quitarle basta la mas remota esperanza.Estovan, Mauro, Clemente, Gil, esclamaba en los últimos estremosdelterror y de la desesperación .. venid... que me quemo. Venidó mi ayuda, valiente Bois-Guilbert, intrépido Bracy. Frente-debuey os llama, traidores vasallos; vuestro amigo, perjuros y falsoscaballeros. Caigan sobre vosotros todas las maldiciones del infiernosi me dejais perecer tan miserablemente. ¿No me oís? No... nopueden oírme. Mi voz se confunde en el estrépito déla batalla. Elhumo se agolpa cada \ ez mas: las llamas calientan ya el piso. Vengaun soplo de aire, aunque sea á costa de mi aniquilación. -.El perverso,enagenado por el frenesí de, su despecho, repetía los gritosle, los combatientes; y después prorumpia en maldiciones espantosascontra sí mismo, céntralos hombres, contra todo la mas sagradoque ellos respetan. «Las llamas me rodean, gritaba; el demoniomarcha contra mí en medio de su propio elemento. Perversoespíritu, huye de aquí. No... no me llevarás solo. Vengan conmigoñus compañeros. Todos son tuyos; tuyos son también losmuros de mi fortaleza. ¿ Han de quedarse aquí el inmoral Templario,el licencioso Bracy? Lírica, vieja endemoniada, los hombresue me han ayudado en esta empresa, los perros sajones, y losmalditos judíos, mis prisioneros, todos, todos iremos juntos. ¡Como


260 EVAKHOE.hemos de divertirnos en el camino!» Frente-de-buey prorumpicen ruidosas carcajadas, cuyos ecos resonaron en las bóbedas de,aposento. «¿Quién se rie? esclamó. ¿Eres tú, ülrica? Habla y teperdono; solo tú ó Satanás pueden reirse en ocasión como esta.Pero corramos el velo: seria una impiedad repetir las últimas palabras dsl blasfemo parricida.CAPITULO XXXI.Aunque Cedric no confiaba mucho en la ejecución de los plañe?de Ulrica, no dejó de comunicar su promesa al caballero del Candadoy á Locksley. Estos supieron con satisfacción, que tenían un aliado en la plaza que podría facilitarles la entrada en caso convenien'te; y acordaron con el Sajón la necesidad de aventurar el ataque.Cualesquiera que fueran sus inconvenientes, como el único medio queles quedaba de libertar á los cautivos de las manos de! cruel Erente-de-buey.«Rescatemos la sangre real de Alfredo, decía Cedric.—Salvemos el honor de una hermosa dama, decia el caballero—¡Y por san Cristóval bendito, decia el valiente montero; aunque no hubiera otro motivo que ol libertar á ese pobre, AYamba. 1odos debíamos perecer antes que dejarle en poder de esos impíos!—Y r o dig'O lo mismo, dijo el fingido ermitaño; un loco que con su.-ocurrencias hace tan buen paladar á una copa de vino como unalonja de jamón, no carecerá jamás de mi au xilio mientras yo puedablandir una partesana.--Razón tenéis, hermano, dijo el caballero del «'andado; habeihabladocomo hombre de juicio. V ahora decidme, amigo Locksley.¿no seria bueno que el noble, Cedric tomara el mando del asalto''—Ni por pienso, dijo Cedric. Yo no he aprendido á defender n,atacar esas mansiones del poder tiránico, erigidas por los normandos en mi desventurada patria. Pelearé como el que mas; pero todosmis vecinos saben que no estoy acostumbrado á la disciplina d


CAPÍTULO XXXI. 261gusto á mi cargo la dirección de los flecheros: y que me cuelguende! árbol mas alto de estas selvas, si se asoma uno solo de los sitiados al muro sin llevar mas flechas en la cabeza que las que se dispararonen el torneo de Ashby.—Bien dicho! respondió el caballero Negro; y si me oreéis dignodo tener algún mando en esta empresa, y hay algunos entre núestros bravos monteros que quieran seguir los pasos de un caballeroque así puedo llamarme, pronto estoy, con lo que la esperiencia meba enseñado, á conducirlos al ataque de esos muros.Distribuidos de este modo los respectivos cargos de los jefes, empozaron el primer asalto en los términos deque ya está informadoel lector.Cuando los sitiadores tomaron la barbacana, el caballero Negroon\ ió la noticia de tan feliz suceso al montero Loeksley, previniéndoleque aquella era la ocasión de observar mas de cerca y con masvigilanciarpie nunca el castillo, á fin de evitar que lossitiados conpregasen todas sus fuerzas, hiciesen una salida repentina, y volviósen á apoderarse del puesto de que habían sido arrojados. El Cabadoro tenia gran empeño en estorbar semejante designio; porque sabiaque los hombres que mandaba., alistados con precipitación, imperfectamentearmados y poco acostumbrados á obedecer, debíanpelear con gran desventaja con los soldados veteranos de los normandos,que estaban bien provistos de armas ofensivas y defensivas:y (pie para contrarestar el zelo y la intrepidez de los sitiadores, contaban con la superioridad que dan los hábitos militaros yel diestro manejo déla espada y del broquel.El Caballero empleó la suspensión que siguió á la toma de labarbacana, en dirigir la construcción de un gran tablado ó puentevolante, por cuyo medio esperaba pasar el foso, en despecho de tedala resistencia que podrían oponer los enemigos. Esta operaciónexigía algún tiempo: mas osle nc era gran inconveniente para lossitiadores, los míales esperaban que entre tanto lírica ejecutaríasu proyectoCuando el puente estaño concluido: «No debemos perder tiempo,lijo el caballero del Candado; el sol declina y yo no podré pasaraquí el clia de mañana. «Milagro será además, que no vengan lar.ceros de York al socorro de esa gente, en cuyo caso no nos será tanfácil llevar á cabo la. empresa. Vaya uno de vosotros á Loeksley , ydígale que ahora es la ocasión de disparar una descarga cerrada* ir


3tS2IV ANUDE.de flechas por el lado opuesto, y hacer todas las demostraciones deesaltar por aquella parte: y vosotros, valientes ingleses, manteneosfirmes á mi lado, y disponeos á echar el puente sobre el fosoinmediatamente que, se abra la poterna. Seguidme cuando yo em-;.uezo ¡i pasar el puente; y me ayudareis ¡i echar abajo la puertaprincipal del castillo. Los que no quieran emplearse en este ser-. icio ó no están bien armados para desempeñarlo, coloqúense sobrea barbacana, preparen los áreos, y no dejen hombre á vida en laso menas. Noble Cedric, ¿queréis tomar el mando de los que formena reserva?—No por cierto, dijo Cedric; eso de mandar no está en mis libros;n'.ro maldígame toda mi prosperidad, si no te sigo valientemente'.onde quiera que vayas. La causa es mia, y mió debe ser el ma-, ir peligro.—Considera, dijo el caballero, noble Cedric, que no tienes masiieun yelmo, una espada y un mal broquel, y (pie careces de'"to y espaldar.—Mucho mejor, respondió < 'edric, así estaré mas ligero para suoirlas murallas; y perdona que te hable con alguna vanidad; masiioy verás, señor caballero, que el pecho desnudo de un sajón sabeoponerse á los tiros con tanta intrepidez como la armadura de ace-•o del mejor paladín normando.— Empecemos en nombre de Dios, dijo el caballero: abrid lapuerta y echad el puente.»Inmediatamente se abrió el portalón de la barbacana que daba alfoso, y que correspondía con la puerta principal del castillo ; en seguida, los monteros empujaron el puente , que formaba entre lafortaleza y la obra esterior un paso resbaladizo y peligroso , por elcual solo podían marchar dos hombres de frente. Conociendo la importanciade tomar el punto por sorpresa, el caballero Negro, seguidode Cedric, pasó el puente y llegó al lado opuesto, empezando ádar terribles golpazos con el hacha en la puerta del castillo. Protegíanloen parte de los tiros de los sitiados , las ruinas del puenteantiguo, que el Templario había cortado al retirarse de la barbacana, dejando un enorme contrapeso pendiente de la parte superior'le la portada. Los monteros que siguieron al caballero no tenían estedefensivo : dos murieron inmediatamente á los tiros de la guarnición; otros dos cayeron en el foso, los otros so retiraron.Kntonces fué sumamente peligrosa la situación del caballero y de


CAPITULO XXXI. 263' edric, y mas jo hubiera sido, á no haber mostrado la mayor tenacidadlos monteros de la barbaema en molestar con incesantes descargasá los sitiados, distrayendo de este modo su atención , y estorbandoque cayese sobre los dos caballeros la borrasca de vigas ypiedras que desde arriba podían arrojarles : no obstante lo cual,crecían por instantes los peligros (pie les rodeaban. «¿No os caéismuertos de vergüenza? decía Bracy á los soldados que estaban sobrela puerta. ¿ Os llamáis ballesteros y permitís que esos dos bellacosse burlen de vosotros? Vengan acámanos, y picas, y palancas, y descarguémosles encima esa parte de la comiza. •> Dijo estoseñalando á un grandísimo cantón que sobresalía del muro, sirviendode comiza entre este y las troneras.Poro en aquel instante los sitiadores vieron tremolar una banderaroja en la torre que Vírica había designado á Oedric. Id buenmontero Locksley fué el primero que descubrió esta señal de próximavictoria: cuando lleno de impaciencia, y deseoso de apresurarel asalto, se dirigía á la barbacana con el designio de observarde cerca, los progresos que el caballero y Cedric hacían:; San Jorge, eselanió ! Viva Inglaterra. Al ataque, monteros.No dejemos al buen caballero y al noble Cedric solos en el lancemas crítico. Ermitaño, veamos si eres tan diestro en la pelea cornosupones. Arriba, valientes amigos: nuestro es el castillo, puesto quetenemos amigos dentro. ¿Veis la bandera ? Esa es la señal del triunfode la buena causa. Honor y despojos nos aguardan ; gloria ybotín. Hagamos un esfuerzo, y la plaza es nuestra.»\1 decir esto apuntó el arco y disparó una flecha al pecho de unsoldado, que bajo la dirección de Bracy , estaba descarnando conuna barra, uno de los ángulos de la comiza , á fin de precipitarlasobre Cedric y el caballero del Candado Otro soldado ocupó el lucrardel muerto, tomándole la barra de las manos para continuar laoperación, y ya sus golpes habían conseguido que la comiza empezaseá ceder, cuando recibió una flecha en el yelmo, y cayó muertode las almenas al foso. Eos otros que estaban en los muros parecíanamedrentados, porque veían que no había armadura que pudieraresistir á los golpes de aquel formidable tirador.¿Ya perdéis ánimo, cobardes? esclamó Bracy. Dadme la barray venus. •Y tomándola con intrepidez y firmeza, empujó con cuanto vigorpudo o] canto de la comiza, cuyo peso era suficiente no í-o'o pera


264 IYANHOE.arrebatar ios restos del puente antiguo, bajo el cual estaban guarecidosCedric y el caballero, sino para hundir el puente nuevo . >sepultar con él á los que lo ocupaban. Los sajones vieron el peí igro, y los mas atrevidos, inclusos el ermitaño, no osaron poner elpié en las tablas. Tres veces disparó Locksley á liracy , y tres ftechas fueron rechazadas de su escelente armadura.«¡ Maldiga Dios el acero de España! dijo despechado el montenHubiéralo forjado un herrero inglés, y así lo atravesaran mis Hechascomo si fuera tafetán. ¡ Cantaradas, amigos, noble, ('edric! atrásó sino perecéis !»Los tremendos golpes que el caballero del Candado descargaba enla poterna, hubieran ahogado el rumor de veinte trompetas: así quilosgritos de Locksley no llegaron á sus oidos ni álos de Cedric. Elfiel Gurth se aventuró á pasar el puente para retirar á su amo deaquel inminentísimo riesgo, ó para morir á su lado. Pero ya resbalabala piedra, y el celo de aquel escelente servidor hubiera sido iofructuoso, y Bracy hubiera llevado á cabo su propósito, si no bubiera oído en aquel instante la voz del Templario.— Todo se ha perdido, Bracy, gritó Brían. El castillo arde.•— ¿ Estás loco ? dijo de Bracy.— Las llamas consumen toda el ala del lado de poniente. Vanohansido todos los esfuerzos que he hecho para apagarlas.Brian de líois-Guilbert dio esta noticia con la inalterable frialdadque formaba una de las bases principales de su carácter; mas no larecibió del mismo modo su compañero.— ¡Santos del cielo i dijo de Bracy. ¿ Qué hemos de hacer ahora''.Ofrezco un candelera de oro á, san Nicolás de Limoges...—Buenos estamos para votos, repuso el Templario. Óyeme y si •gue mis consejos. Reúne tus hombres, como si fueras á hacer nnasalida, abre la poterna , empuja al foso los dos solos hombres queestán en el puente volante, hazte camino hasta la barbacana, Almismo tiempo, yo saldré por la puerta principal y atacaré la barbacanapor el lado opuesto. Sí volvemos á apoderarnos del punto,nos defenderemos en él hasta recibir socorro; si no, á lo menos capitularemoscon honor.— Bien pensado, dijo Bracy; yo haré cuanto pueda; pero Te/epiarlo, no me faltes.— Mano y guante ; dijo Bois-Guilbert. Date prisa, en nombre


CAPÍTULO XXXI. 265De Bracy reunió sus hombres, corrió á la poterna, y la abrió depar en par: pero apenas lo había hecho, cuando la fuerza portentosadel caballero del Candado echó al suelo á cuantos quisieronestorbarle la entrada. Dos de los primeros ca yeron inmediatamente:los otros cedieron, á pesar de todos los esfuerzos que su jefe haciapara detenerlos.«Perros, esclamó Bracy. ¡Dos hombres solos bastan para arrollaros!— ; Es el mismo demonio! dijo un veterano, retirándose cubiertode contusiones y cardenales.— ; \ aunque lo fuera! respondió el normando:;, huiríais de élbástala, boca del infierno'? El castillo está ardiendo, villanos. Si noroñéis valor, haga sus veces la desesperación ; dejadme habérmelasnon ese valiente campeón. »Bracy sostuvo valientemente la fama que había adquirido en lasguerras civiles de aquella agitada época. El con su espada , y suenemigo con su hacha, hicieron retemblar el pasadizo embovedad"que terminaba en la poterna, á, fuerza, do desesperados y repetidosgolpes. AI fin, el normando recibió uno , que, amortiguado algúntanto por id escudo , sin lo cual hubiera dado ñn de su vida , cayótan de lleno y con tanta violencia sobre el crestón , que no le fuédado resistirlo, y dio con su cuerpo en tierra.< Kíndete, de Bracy, dijo el vencedor, apoyando una rodilla sobreel peto del vencido , y presentándole delante de las barras deiyelmo la daga con que los caballeros mataban á sus enemigos , yque se llamaba en aquellos tiempos, la daga de gracia. Ríndete údiscreción. Mauricio do Bracy, ó mueres.— No me rindo á un vencedor desconocido, dijo con voz apagadael normando. Di cómo te llamas, ó haz de mí lo que quieras. Jamásse dirá que Mauricio de Bracy se ha entregado á un guerrero sinnombre.SI caballero del (andado se inclinó, y dijo algunas palabras a!oido de Bracy.«Soy tu prisionero y me rindo á discreción , dijo el normandocambiando su tono altanero y obstinado en el de la mas profunda.-¡•'.misión.— Pasa á la barbacana, dijo el guerrero, y aguarda allí mis órdenes.— Deja que te informe antes, dijo Mauricio de Bracy, de lo que tt


Ü66IVANHOEimportasaber. Wilfrido de Ivanhoe está herido y prisionero en este¡•astillo, y perecerá en las llamas si no acudes á su socorro.— ¡ Wilfrido de Ivanhoe.' esclamó el de las negras armas. ¡ Wilfridoespuesto á perecer'. La vida de cuantos están en el castillo meresponderá del menor daño que le sobrevenga. Enséñame dóndeestá.— Esa escalera que tienes enfrente, dijo de Hracy , conduce é. suaposento. ¿Quieres que te guie'.'—No, respondió oí caballero: repítote que vayas á la barbacana...no me ño de tí, Mauricio.»Durante este combate y la breve conversación que le siguió. Oedric,á la cabeza de algunos de los suyos, entre bis cuales se distinguíael ermitaño, penetró por el pasadizo, cuando vio abierta lapoterna, arrollando á los desanimados partidarios de Hracy, de loscuales unos pedían cuartel, otros presentaron débil é inútil resistencia,y los demás huyeron despavoridos. De Hracy se alzó comopudo del suelo , y echó una triste mirada al que le, había vencido.; No se fia de mí! dijo. ¿ Y acaso he merecido yo su confianza ? Recogiósu espada , se quitó el yelmo en señal de sumisión . y encaminándoseá la barbacana, entregó la espada á Locbsley . á quiénencontró en el camino.Entretanto aumentaba el incendio, y ya penetraban las llamasen el aposento en que estaban Ivanhoe y Rebeca. Ivanhoe habiadispertado de su sueño oyendo el estrépito de la, batalla; su enfermera,cada vez mas ansiosa y mas inquieta , se había vuelto á poneren la ventana, para observar las ocurrencias del ataque, y darcuenta de ellas al herido ; pero el humo que se alzaba por todo elcircuito de la fortaleza le impedia ver lo que, pasaba. Al fin las ráfagasque se introducían en el aposento, y los gritos de «#?•••


CAPÍTULO XXXI.'¿67rota y sangrienta ia armadura , y deshecho en parte , y en partequemado el plumero de su morrión. « \1 fin te encuentro, dijo áRebeca; y vengo á probarte que mi espada es capaz de sacarte delos mas inminentes peligros. No hay mas que un camino para salvarte: yo lo he abierto al través de mil riesgos ; sigúeme sin detenerte•— No te seguiré sola, respondió denodadamente Rebeca. Si tedioia vida una mujer y no una ñera de estos montes : si hay la menorsombra, de caridad en tu corazón ; si tu alma no tiene la mismadureza que tu armadura, salva á mi padre ; salva á este caballeroherido.— El caballero herido, respondió lirian, con su frialdad acostumbrada,tomará el tiempo como venga ; y debe serle indiferente morircu las llamas , ó á los filos del acero. Y en cuanto á tu padre,¿ quién diablos ha de dar á la hora esta con el judío ?--Fiera implacable, esclamó la doncella , antes morir mil vecesen el incendio que recibir la vida de tus manos.— Eso no depende de tí, dijo Brian ; una vez te has burlado


'¿68IVANHOE.lírica. Los sitiadores persiguieron á sus enemigos de salón en salón,y de aposento en aposento , saciando la rabia que por espaciede tanto tiempo les babia animado contra el sangriento Frente-debueyy contra los instrumentos de su. tiranía. La mayor parte


CAPÍTULO XXXI 269te levadizo; mas le habían cerrado el paso los monteros, los cuales,después de haber disparado innumerables descargas ala fortificación,apenas vieron el incendio y el puente echado, se agolparoná su entrada, tanto para estorbar la salida de la guarnición , comopara asegurar una parte del botín, antes que las llamas hubiesenconsumido enteramente el edificio. Por otra parte, los sitiadoresque habían entrado por la poterna , desembocaban entonces en elpatio; y atacaban con furor los restos de la guarnición, los cualesse hallaban comprometidos á un tiempo por frente y retaguardiaAnimados sin embargo por la desesperación, y sostenidos por elejemplo de su indómito jefe, los que rodeaban al Templario peleabancon inflexible valor. Estaban bien armados, y aunque inferioresen número, mas de una vez lograron rechazar á, sus enemigos.Rebeca, á caballo, en el de uno délos esclavos Sarracenos de Brian.se hallaba en medio de la pelea ; y este, á pesar de la confusión delencuentro, atendía incesantemente á su seguridad. Púsose muchasveces á su lado, y descuidando su propia defensa , cubria á la Hebreacon su broquel triangular : después volvía al ataque , abatíaal mas arrojado de los enemigos, y se colocaba de nuevo junto á laque se había apoderado de su corazón.Athelstane, que como ya sabe el lector , era lento é irresolutouero no cobarde, viendo una mujer protegida con tanto esmero porel Templario, no dudó que seria lady Rowena, de quien suponía quese había apoderado por fuerza , procurando llevársela consigo áouia costa.Por san Eduardo, dijo, que la arrancaré de sus manos, y él moriráá las mías.—Pensadlo bien antes, le dijo el bufón, que muchas veces el ca/.ador apresurado coje gato por liebre: cualquiera cosa apuesto óque no es lady Rowena. ¿No veis aquellas trenzas negras ? Si nosabéis distinguir lo negro de lo blanco, bien podréis ir solo á esaempresa, que no seré yo quien os siga. No se rompen mis huesos áhumo do pajas ni sin saber por quién.... ; y estáis sin armadura!ved que gorra de seda, no aguanta tajo ni revés ; y no se diga polvosaquello de tute metiste, fraile mosteo. Dcws voliscum, temerário caballero, añadió, viendo (pie Athelstane se le escapaba do lasmanos, con (pie hasta entonces le habia tenido asido.»Tomar una hacha , que alguno de los guerreros muertos en laacción habia dejado por el suelo, y abrirse camino hacia el Teta-


210 IVANHOE.plario, echando á tierra de cada golpe á uno de los que le rodeaban,fué obra de un momento para el noble sajón, cuya fuerza naturalcobraba mayor empuje del furor que á la sazón le animaba.Muy en breve se puso á pocos pasos deBrian, á quien desafió en lostérminos mas violentos.«Deja, falso Templario, á esa dama que no eres digno de tocar.Déjala, capitán de una cuadrilla de ladrones y asesinos.—Perro, eselamó el Templario apretando los dientes, yo te ensc -fiaré á blasfemar de mi orden:» y con estas palabras dirigió y apretóel caballo hacia el sajón; y empinándose sobre los estribos paraaprovecharse de la bajada del caballo que habia dado una corvetadescargó un terrible golpe sobre la cabeza de Athelstaue.Bien decia Wamba que el gorro de seda no preserva de tajo mrevés. Tan agudo era. el filo de la espada del Templario, que partió,como.si fuera una vara de sauce, el mango del hacha con que elSajón habia parado el golpe,y penetrándole en la cabeza , le, abatióal suelo cubierto de sangre.«Así perezcan, dijo el Templario, todos los enemigos de mi orden;»y aprovechándose del terror que habia producido la muertedel sajón, gritó á los suyos que le siguiese el que (pusiese escaparcon vida y partió á carrera hacia el puente levadizo, dispersando a.los enemigos que le hacían frente. Detrás pasaron sus esclavos sarrácenos, y algunos pocos de los soldados de la guarnición á caballo.Su retirada fué algo peligrosa por el gran número de flechasque los monteros les dispararon; mas á,pesar de todo llegaron aipié de la barbacana, de que Brian suponía que Bracy habia tomadoposesión, según el plan concertado entre ellos anteriormente.—Bracy , Mauricio de Bracy , gritó el Templario. ¿ estás ahí'.'—Aquí estoy, respondió el normando, pero soy prisionero.—¿Puedo librarte ? le preguntó el Templario.—No, repuso Bracy: me he rendido á discreción, .y seré ñe¡ a mipalabra. Escapa como puedas, que hay moros en la costa ; pon lamar de por medio, y no puedo decirte mas por ahora.—Está bien, dijo Brian, y sino volvemosá vernos, acuérdate deque he cumplido mi palabra. Haya moros en la costa, y venga siquiere toda la morería, que á fé no me alcanzarán en el preceptoriodel temple. Allá voy volando como el pájaro al nido.»Dicho esto, echó á correr con sus esclavos. Rebeca y los pocos dela guarnición que se 1c habían agregado.


CAPÍTULO XXXI. 271Los que habían quedado en el castillo, por falta de caballos, conriuaarouresistiendo desesperadamente á los sitiadores, después dela fuga del Templario ; vendiendo caras las vidas, pues sabían queDO les serian perdonadas. El fuego cundía rápidamente por todaslas partes del castillo, y Ulrica, que lo había encendido , aparecióculo alto de una de las torres, semejante á una de aquellas furiasinfernales,que, según los errores mitológicos de los antiguos sajones,cantaban el himno de venganza y de muerto en el campo debatalla. Llevaba suelta y desgreñada su blanca cabellera, ánima-Ios los ojos con el deleite de la venganza y con el fuego déla embriaguez:y blandía con gesto amenazador la rueca, á guisa de laslátales hermanas que hilan y abrevian la vida de los mortales. Latradición ha conservado algunas de las estrofas que. con voz trémulapero terrible y sonora, entonó en medio de aquella escena deincendio y destrucción ; y aunque es casi imposible espresar ennuestras lenguas modernas aquella semibárbara poesía , inspiradapor un deseo feroz de venganza, y llena de alusiones á las ideasmitológicas de los pueblos del Norte; nos hemos atrevido á presentará nuestros lectores una remota imitación de aquel origina!.Afilad el acero , fuertes lujesDel dragón Boreal,brillen las teas,Descendientes de Engisto ; acero y llamasLuzcan ya por do quier. Nupciales pompasNo enuncia su esplendor. Venganza, muerte....Esto el acero, esto la llama indica.¿Porqué, agitando sus funestas alas.Grazna sobre las torres del castillo.Cuervo voraz? Manjares abundososLos hijos de Vallialla te aperciben.Desciende y gozarás, y en tanto, suene,Pueblo sajón, el canto de alegría.IIIII.¡Que parda ,iube, erguidos torreones,Y orgullosas almenas oscurece !Pronto enrojecerá, como la sangreDel guerrero vencido, y en su seno


272 IVANHOE.[(enejará la destructora llamaSus ráfagas voraces... pronto. En lmm >Se envolverán el opulento alcázar.Y la soberbia del señor altivo !IV.'Perezcan todos, ni una vida escapeDe la aniquilación. Venid, guerreros,Segura esta la victima. A raudalesVerted sangre opresora; en sangre impíaLos hierros empapad, y si en la vuestraFalta calor vital, calor os prestenEstas que enciendo llamas vengativas.No haya piedad: venced todos perezcanYa el incendio habla vencido todos los obstáculos, y alzaba hasta los cielos una masa inmensa de esplendor que iluminaba muchasmillas á la redonda. Las torres se desplomaban una á una, ysus ruinas, y el maderaje encendido que caia al patio, arrojaron deél á los guerreros que aun lo ocupaban. Los pocos vencidos quehabianescapado de la destrucción universal , huyeron á los bosquesinmediatos. Los vencedores, reunidos en numerosas cuadrillas, mirabancon asombro y no sin algún temor, aquel espantoso volumende fuego. Durante gran rato se vieron las frenéticas contorsionesde Lírica , que se mantenía en la misma torre en que a]principio se había colocado, alzando los brazos en señal de júbilo,como si se enseñorease sóbrelas llamas que su ven ganza había producido.Al fin hundióse la torre, con fragoroso estrépito , y la insanapereció en el misino fuego que habia consumido á su opresor.Siguióse á esta catástrofe un silencio de horror, durante el cuallos monteros permanecieron inmóviles. La, voz de Locksley fué laprimera que se oyó. «Amigos, esclamó, ya no existe la caverna dela tiranía. Apodérese cada cual dolos despojos que pueda, y vayantodos á la encina .grande, que es el punto general de reunión. Mañana,al romper del día se hará el justo reparto, entre nosotros y losvalientes aliados que nos han ayudado en tal honorífica empresaCAPITULO XXXII.I ,os primeros albores del día penetraban \ a entre las vacilantesombrasde la espesura: brillaban en las frondosas ramas las perlas


CAPITULO XXXII. 273del rocío matinal. La" cierva conducía al cervatillo , de la enmarañadamaleza al hermoso y florido prado; y el venado, sin temor dela flecha del cazador, se pascaba orgulloso á la cabeza de la alegremanada.Los monteros estaban ya reunidos debajo de la gran encina, dondehabían pasado la noche; los unos entregados al sueño, los otrosen torno de la bota de vino ; aquellos refiriéndolos sucesos y proezasdel dia anterior, y estos calculando la parte que les tocaría delbotín (pie estaba ya en manos y á disposición del capitán.Los despojos habían sido ciertamente cuantiosos: porque aunquemucho se habia perdido en las llamas, los monteros, á quienes nodetenían ningún peligro cuando tenían á la vista la esperanza dealgún galardón, habían recogido una gran cantidad de plata labrada,de ricas piezas de armadura, y de telas costosas y esquisitas.Sin embargo, tan estrechas eran las leyes prácticas de su sociedad,que ninguno osó apropiarse la parte mas pequeña del botín,del cual se habia hecho una masa general, que debía ser distribuidapor el caudillo.lil punto de reunión, como ya hemos dicho, era una añosa encina; no la misma á que Loeksley habia conducido á Wamba y á< íurth en su primer encuentro ; sino otra que estaba en el centrode un frondoso anfiteatro, á media milla de distancia fie la demolidafortaleza de Frente-de-buey. Allí tomó asiento Loeksley sobreun trono de césped, erigido bajo las ramas del árbol. Rodeábanlosus compañeros ; y él colocó al caballero del Candado á su manoderecha, y á Cedric á la izquierda.Perdonad esta libertad , nobles señores , dijo el montero ; masdebéis saber que yo soy monarca en estos dominios ; y mis ásperosy agrestes vasallos, dejarían muy pronto de obedecerme, si meviesen ceder á otro hombre el puesto á que ellos me han elevado.Ahora bien, señores: ¿ dónde está nuestro capellán? ¿Dónde estáel anacoreta? ¿Nadie ha visto al ermitaño de Copmanhurst ? Noquiera Dios que se haya dormido junto á una bota de vino. ¿ Quiénle ha visto después de la toma del castillo?—Yo le vi, dijo el Molinero, á la puerta de la bodega de Frente-debuey, jurando que habia de probar del vino de Borgoña del Barón.—Los santos del cielo, dijo Loeksley, le hayan libertado á la horaen que se desplomaron las ruinas de la fortaleza. Vamos, Molinero,toma contigo algunos hombres, y búscalo por todas partes.18


271 IVANIiO/'..Saca agua del foso, y viértela hacia el sitio en que le vistes. Si e.-preciso, hemos de levantar todas las piedras del castillo hasta darcon él.»ha docilidad con que se prestaron el Molinero y los que le acompañabaná ejecutar las órdenes del capitán, en el momento interesantede repartirse los despojos, manifestaba cuanto se. interesabantodos los de la cuadrilla en su digno compañero.Oso perdamos el tiempo, continuó Locksley, porque cuando sepropagare la fama de estos sucesos, las partidas de Bracy, de Malvoisin, y de los otros amigos de Frente- de-buey acudirán á vengareste agravio, y ya será tiempo de pensar en nuestra seguridad.Noble Cedric. añadió volviéndose al Sajón; este despojo está dividirloen dos porciones : elige la que mas te acomode, para recomponsar á tus vasallos que nos han ayudado en esta empresa.—Buen montero, respondió Cedric; mi corazón está oprimido dedolor. YA ilustre Athelstane de Coninsgburgh no existe: el últimoretoño de la Beal familia de Eduardo. Con él han perecido espararzas que no volverán á florecer. La centella que ha apagado su sangre no volverá á encenderse. Mi gente, escepto los pocos que estánaquí conmigo, aguardan mi presencia para trasportar sus restosmortales al último domicilio. Lady ltowena desea con impacienciavolver á líothenvood, y debe ser escoltada con fuerza suficiente Yahubiera yo debido ponerme en camino; solo aguardaba, ñola distribucióndel botín, porque así Dios me ayude, ni yo, ni ningunode los míos tocará al valor de un bizante; aguardábala ocasión dedarte las mas sinceras gracias, á tí, y á esos valientes monteros,por la vida y el honor queme habéis salvado.—Nosotros no hemos hecho mas que la mitad de la obra, dijoLocksley: vuestros vecinos y criados deben tener también su recompensa.—Gracias á Dios, dijo Cedric tengo con que recompensarles, sinprivaros de vuestro galardón.—ó' algunos, dijo Wamba, se han recompensado por sus manosNo todos se vuelven á sus casas con los bolsillos vacíos; no todosllevan gorra con cascabeles.—lían hecho bien, repuso el montero. El rigor de nuestras \vye?no habla mas que con nosotros.—Pero tú. fiel servidor, dijo Cedric volviéndose á Wamba: ¿cómopodré pagarte debidamente? ¡Tú, que has presentado las manos á


CAPÍTULO XXXII. 275las cadenas, y que te has espuesto á la muerte por salvarme! Todomeabandonaban, y tú te sacrificabas por mí.»Al decir estas palabras, se asomaron las lágrimas á los ojos deCedric: señal de ternura, que ni aun la muerte de su amigo Athelstanele habia arrancado; pero en la impremeditada lealtad del bufon, habia cierta candida sensibilidad que le llegó al corazón, muchomas que el dolor y la pesadumbre.«Si con tus lágrimas ecsitas las mias, dijo Wamba, esquivándosede las caricias de su amo, me verás hacer pucheros; y entonces seacabaron mis bufonadas y tendré que dejar el oficio. Pero, tio, siquieres realmente hacerme un favor, concede un perdón generosoá mi camarada Gurth, que te ha robado una semana de serviciopara consagrarse al detn hijo.—iPerdonarlo! esclamó el Sajón. No por cierto ; recompensarlecomo lo merece. Arrodíllate, Gurth. El porquerizo obedeció inmediatamente.Ya no eres siervo ni vasallo, dijo Cedric, tocándole conuna vara; hombre libre eres, en poblado y despoblado: en la praderay en el bosque ; y dueño de una hacienda que te doy y concedoen mis estados de Walbrugham, para tí, y para tu descendencia,de generación en generación ; y maldiga Dios al que á estose oponga.»Gurth se alzó del suelo, y dio tres saltos en señal de alegría porél beneficio que acababa de recibir.«Venga una lima, esclamó; no mas argolla en el cuello de unhombre libre. ¡Noble Cedric! Doble fuerza me da la libertad, y condoble valor pelearé en defensa tuya y de los tuyos. Este corazónnació para la libertad; ahora se halla en su elemento. Fangs, ¿meconoces? dijo al fiel can, que viendo tan alegre á su amo, se puso ásaltar y ladrar, como en celebridad de su buena dicha.—Fangs y yo, dijo Wamba, te conocemos todavía, aunque unoy otro llevamos argolla al pescuezo. Dentro de poco, ni tú conocerásá nadie, ni te conocerás á tí mismo.—Antes me olvidaré de mí mismo que de tí, dijo Gurth, y si fuerascapaz de hacer uso de tu libertad, estoy seguro que nuestrobuen amo te la concederia.—No, dijo Wamba, no creas que te la envidio. El siervo se calienta al hogar, mientras el libre da y recibe porrazos en el campo; ycomo dice el sastre de mi lugar, mejor está el necio en el banquete,que el cuerdo en la batalla.»


270 IVANIIOE.Oyéronse á la sazón pasos de caballos, y apareció lady Rovenaen medio de un gran acompañamiento de ginetes, y de otra ¡ñasnumerosa escolta de infantes, que anunciaron su llegada con elchoque de las picas y de los arcos. Iba magníficamente vestida, ymontaba un palafrén alazán, sobre el cual lucia su majestuosa persona; notándose tan solo en sus mejillas la palidez que sus últimospadecimientos habían producido. Leíase en su frente, con los restosde su pasada agitación, la vivificante esperanza del porvenir, y lasatisfacción de verse libre de tantos infortunios. Había que Ivanhoeestaba seguro, y que Athelstane había muerto. La primera noticiahabía llenado su corazón de alegría; y si no le causaba una, viva,satisfacción la segunda, á lo menos debe perdonársele que celebraseverse exenta de importunidades y disgustos en el único puntosobre el cual sus ideas no convenían con las de su tutor CedricCuando Rowcna dirigió su caballo hacia el sitio eu que estabaLocksley con sus compañeros, todos se levantaron, como impulsadospor un instinto de respeto y cortesía. La n»ble doncella les saludóinclinándose repetidas veces, en términos que sus doradastrenzas se mezclaron con la ondeante crin de su caballo. La gratitudy el júbilo enrojecieron sus mejillas, Espresó err pocas y comedidaspalabras su agradecimiento á todos los que habían contribuidoá su rescjite. Dios os bendiga, díjoles al concluir, «Dios y ¡aVirgen os bendigan, y os galardonen los riesgos que habéis corridopor acudir á la defensa de los agraviados. Si alguno de vosotrostiene hambre, Rovena le dará pan ; si tiene sed, Kowena le, darávino y cerveza; silos normandos os arrojan de estos bosques, Kowenatiene cotos en que todos podréis cazar á vuestras anchas.—Gracias, noble dama, dijo Locksley ; gracias en nombre do miscompañeros y en el mió. La mayor de nuestras recompensas es habercontribuido á vuestra seguridad. Muchos desaguisados hemoshecho en estas malezas : mas no dudamos que nos sean perdonadosen premio del servicio con que os heriros probado nuestro afecto >Rowena les hizo otra cortesía, y volvió riendas, con ánimo de ponerseen camino hacia Rotherwood; pero detúvose un momento,mientras Cedric se despedía de los monteros , y se halló inesperadamentecerca del prisionero De Bracy. Estaba debajo de un árbolentregado á tristes meditaciones , cruzados los brazos , y tan distraído,que ella pasó á su lado, creyendo que no la había visto. Masel normando alzó los ojos, y no pudo menos de cubrirse de rubor


CAPÍTULO XXXII. 27)al verla tan cerca. Quedó turbado y sin saber qué hacer: al fin seadelantó, detuvo al caballo por la rienda , é hincó una rodilla entierra.«¿No se digna lady Rowena, dijo, echar una mirada ó un caballerosin libertad, y á un soldado sin honor ?—Señor caballero, respondió la doncella sajona , empresas comola vuestra deshonran mas si se llevan á cabo que si se frustran.—Sin embargo, respondió de Bracy, la victoria echa un velo sobrelas faltas que la han precedido. Solo deseo saber si lady Ro .venaquiere perdonar un atentado, hijo de una pasión fatal, y asegurarleque pronto sabrá si de Bracy es capaz de emplearse en empresasmas nobles.—Os perdono, dijo lady Rowena, mas lo que no perdono es la miseriay la desolación que vuestro desacuerdo ha ocasionado.—Deja esas riendas , dijo Cedric, que á la sazón se aproximaba.Por el sol que nos alumbra , si no fuera mengua, habia de clavarteal suelo con una jabalina; pero dia llegará, Mauricio de Bracy, enque las pagues todas juntas.—Bien puede amenazar á sus anchas , respondió el normando,quien amenaza á un cautivo : proeza digna de un sajón.»Retiróse al decir esto, y dejó pasar á lady Rowena.Cedric, antes de separarse de sus aliados, manifestó su especialagradecimiento al caballero del Caudado, haciéndole las mas vivasinstancias para que le acompañase á Rotherwood.«Bien sé, le dijo, que vosotros los caballeros andantes no queréismas fortuna que la que os adquiere la punta de la lanza, y que noos curáis de bienes ni de haciendas. Pero la guerra es una damacaprichosa, y bueno es tener un rincón donde meterse, en caso deque haya descalabro en las aventuras. En Rotherwood tienes uno& tu disposición, noble guerrero. Cedric posee lo bastante para repararlas injusticias de la suerte, y todo lo suyo es de sus libertadores.Ven pues á mi morada , no como huésped, sino como hijo,como hermano.—Harto bien me habis hecho, respondió el de las negras armas,mostrándome las virtudes que abriga el pecho de un sajón. Iré áRotherwood, y. pronto : mas por ahora me lo impiden negocios gravesy urgentes. Quizás, cuando nos veamos en tu morada, te pediréuna gracia que pondrá á prueba tu generosidad.—Antes que la pidas cuenta con todo lo que de mí puedas desear,


278 IVANHOE.respondió el sajón, apretando en sus manos las del caballero. Cuentacon ello, aunque importe la mitad de mi hacienda.—No empeñes tan ligeramente tu palabra, dijo el paladín; aunqueespero conseguir mi demanda sin comprometer tus bienes ni tuhonor. A Dios; hasta entonces.—Solo me queda que decirte, añadió Cedric, que durante las exequiasdel noble Athelstane, fijaré mi residencia en el castillo de Coaingsburgh.Aquellas puertas estarán abiertas á todo el que quieraparticipar del fúnebre banquete; y jamás se cerrarán para quientan animosamente se esforzó, aunque en vano, por salvar al ilustrejoven, de las cadenas y del hierro de los normandos. Ligólo en nombrede la noble Edita, madre del difunto Príncipe.—Y cuenta, dijo Wamba, que ya habia tomado el puesto acostumbradojunto á su señor, cuenta que el convite será suntuoso, yes lástima que no asista á él Athelstane.Esta chanza hubiera costado cara al bufón, si Cedric no hubieratenido presente los últimos servicios que le habia hecho.Rowena saludó cortesmente al del Candado : Cedric le repitió susofertas, y toda la comitiva tomó á paso levantado el camino deRotherwood.Apenas se habían separado del sitio en que quedaban sus amigos,atando vieron una procesión que marchaba en la misma direcciónque ellos, por entre las verdes calles de la selva. Eran los monjes deun monasterio inmediato, que acompañaban el cadáver de Athelstane,entonando los salmos y oraciones que la Iglesia dedica al sufragiode las almas. Llevaban el ataúd los servidores de la ilustrefamilia, y se encaminaban al castillo de Coningsburgh, para depositarlos restos mortales del Barón en la misma bóveda en que reposabanlos de su progenitor Engisto. Muchos de sus vasallos, al saberla noticia de su muerte, se habían unido al triste acompañamiento,y seguían el ataúd, dando muestras del dolor que aquellapérdida les ocasionaba. Los monteros se pusieron en pié, y tributaroná la muerte el mismo homenaje espontáneo y respetuoso queantesjhabian tributado á la hermosura. El canto pausado y melancólicode los religiosos les trajo á la memoria los compañeros quehabían perdido en los combates del dia anterior : pero semejantesrecuerdos no duran mucho en hombres acostumbrados á una vidade aventuras y peligros: y antes que el eco de los himnos fúnebresse hubiese perdido en los circuitos de la espesura, los monteros es-


CAPÍTULO хххп. 279tañan de nuevo ocupados en la distribución de sus despojos.


280 IVANHOE.«Noble caballero, dijo al del Candado, si no miras con desdenuna prenda de mi uso, ruégote que conserves esta para recuerdodel valor que has manifestado en tan memorable aventura y siconsientes en ello, y como sucede ordinariamente á los de tu profesión,te hallas en algún lance apurado en estos alrededores, tocaestas palabras con el cuerno así Wa-sa-hoa, y quizás nofaltará quien acuda á tu socorro.»Entonces aplicó el cuerno á los labios y repitió muchas vecesaquel toque, hasta que el caballero lo hubo aprendido.«Con todo mi corazón te agradezco tu regalo, dijo el caballero,y no podré jamás recibir ausilio mas eficaz ni mas de mi gusto queel que me dais tú y tus arrojados monteros. En seguida tocó elcuerno del mismo modo que se lo habia enseñado Locksley.—Perfectamente, dijo este; y bien se echa de ver que tanto entiendesde montería como de guerra. Apuesto á que has sido buencazador en tu tiempo. Camaradas, acordaos de este toque, que esde ahora en adelante propio y peculiar del caballero del CandadoEl que lo oiga y no acuda inmediatamenle, será azotado por mismanos con la cuerda de mi arco.—¡Yiva nuestro Capitán! gritaron con entusiasmo todos losmonteros. ¡Viva el caballero negro del Candado, y quiera Diosque se sirva de nosotros cuanto antes, para que vea si acudimos ásu ayuda.»Locksley procedió en seguida á la distribución del botin, lo queejecutó con la mas escrupulosa imparcialidad. Puso á un lado ladécima parte para el tesoro público; otra porción fué destinada áun fondo común de reserva; otra para las viudas é hijos de los quehabían perecido en la acción, y para el entierro y sufragios de losque no habían dejado familia. Lo demás se repartió entre los bandidos,según la clase y. servicios de cada cual; y cuando sobrevenia alguua duda, el Capitán decidía con gran madurez y prudencia,y su decisión era recibida con sumisión y sin réplica. El caballeroNegro observaba con estrañeza y admiración la equidad 3justicia que reinaba en aquellos hombres desalmados, y todo cuantooia y notaba aumentaba la idea que ya habia formado del ingenioy de la sensatez de su jefe.Cada uno de los monteros se apoderó de la parte que le correspondia. El que hacia de tesorero, acompañado de cuatro hombres,llevó la porción del fondo común, al sitio en que solían ocultarlo


CAIÚTULO XXXII. 281< ¿Dónde, dijo Locksley, estará nuestro ermitaño? Ko suele estarausente cuando cada uno debe tomar lo que le toca. A su cargodebe correr esta parte. También nos hallamos con un monje prisioneroque no tardará en venir, y quisiera que nuestro ermitañoestuviera aquí para tratarle con el debido respeto. Mucho dudo quevuelva á parecer.—Mucho lo sentiría, dijo el del Candado, puesto que le soy deudorde una noche de alegre hospitalidad. Vamos todos á las ruinasdel castillo, y quizás sabremos algo de su paradero.»Al terminar esta conversación, se oyó una gritería que anunciaba la llegada del mismo cuya ausencia causaba tanta inquietud;y no tardó en resonar la voz estrepitosa del ermitaño de Copmanliurst, mucho antes que se descubriese su persona.«¡Plaza, jdaza, gente buena, gritó; plaza á vuestro ermitaño y ósu prisionero! Ya estoy con los mios, y vengo como un águila conla presa en las garras. Y ral decir esto, penetró por el círculo demonteros que le habían salido al encuentro, y se presentó echandoplantas delante del Capitán, con la partesana en una mano y enia otra una cuerda por la que conducía, atado por el cuello, al abatidoy desventurado judío Isaac de York. ¿Donde está Allan-a-Dalenuestro cantor? ¡Por san Hermenegildo que merezco ser inmortalizadeen uno de sus romances.—¡Hombre del diablo, dijo Locksley : apuesto á que ya habrásechado un trago esta mañana! Pero, ¿quién es ese que traes contigo?—Un cautivo, respondió, de mi espada y de mi lanza; ó por mejordecir, de mi arco y de mi partesana: cautivo en verdad; pero"edimido por mi de peor cautiverio. Kcsponde, judío: ¿No te he rescatado de las garras de Satanás? ¿No me prometiste que te bariasermitaño?-—¡Por amor de Dios! esclamó el hebreo, ¿no hay quien me saquedélas manos de este loco quiero decir, de este respetable varón?—¡Como es eso! dijo el ermitaño: ¿Volvemos á las andadas? ¿Quieresque te friamos en una sartén como infiel relapso? Vamos, Isaac,710 nos andemos en chanzas, y acuérdate de mis consejos.—Dejémonos de profanar las cosas santas, dijo Locksley, y dinos donde has encontrado ese prisionero.—¿Dónde habia de ser sino en la bodega? dijo el ermitaño. Allí sodirijieron mis primeros pasos, con designio de libertar del incen


282 IVANHOK.«lio los preciosos huéspedes de tan r spetahle sitio; y en efecto, yahabia puesto al abrigo un pellejo de vino seco,é iba á llamar á algunade estas buenas alhajas que siempre están listos en tales ocasiones,para que me ayudaran en tan importante obra, cuando dicon una puerta cerrada que méllamela atención. Aquí está sinduda, dije á mi sayo, lo mas rico y escogido de la cueva; y el bribóndel mayordomo, asustado con la pelotera, se ha dejado la llaveen la cerradura. Abro, y ¿qué encuentro? Sendas colgaduras de•adenas mohosas, y este perro judío que inmediatamente se entregoá discreción. No hice mas que echar dos ó tres tragos con el hebreo,para recobrar las fuerzas que en la batalla habia perdido, ytraté de sacarle de allí para ponerle en vuestras manos, cuando....^zasla torre se vino abajo con horrible estruendo, y las ruínfgse amontonaron á la puerta, y me dejan sin tener por donde salir.Tras de aquella, cae otra y crecen los obstáculos. "Viéndome sin esperanzas,y no pareciéndome honroso salir de este mundo en compañíade un judío, alcé la partesana para despacharle, cuandocompadecido de sus canas, preferí atacarle con la armas espiritu;;~les. Gracias á san Dunstan bendito, la semilla ha caído en buenterreno: bien es verdad que le hablé con irresistible elocuencia. Sinembargo, al fin me sentí algo intercadente, ó sino, ahí están Gilbertoy Wibaldo que no me dejarán mentir.—Verdad es, dijo Gilberto. Cuando con la ayuda de Dios y denuestros puños desembarazamos los escombros, y pudimos entraren la bodega, el cuero estaba medio apurado, el judío medio muerto,y el amigo mas que medio intercadente, como él dice.—Mientes y remientes, dijo el ermitaño. Vosotros fuisteis los queos bebisteis la mitad del cuero, diciendo que era para matar el gusano.¿No lo habría yo reservado para regalo de nuestro Capitán?Pero todo esto importa poco. Lo cierto es que el judío entiende todolo que le he esplicado.—Judío, dijo el Capitán, ¿eso es verdad?—Así os apiadéis de mi suerte, dijo Isaac, como no be entendidouna sola palabra délo que ese hombre me ha estado esplicandodurante toda esta terrible noche. El miedo, el espanto, el dolor sahabían apoderado de mi alma; en términos, rpie aunque el padreAbraham hubiera venido á exhortarme me hubiera encontradosordo á sus avisos.—También tú mientes y remientes, hebreo, dijo el ermitaño. Mis


CAPÍTULO XXXII. 283palabras hicieron mella en tí, y por mas señas que prometiste cedermetodos tus bienes.—Así logre yo lo que deseo, esclamó el judío, mas asustado quenunca, como es cierto que semejantes palabras no han salido demis labios. ¿Qué ha de dar quien nada tiene? Quizás ni aun hijatengo á la hora esta. Compadeceos de mi suerte, buenos señores,y dejadme ir á llorar mis cuitas.—No, dijo el ermitaño; si no cumples tu promesa debes hacerpenitencia: y diciendo estas palabras alzó la alabarda, y ya iba ádescargarla sobre el pobre Isaac, cuando le detuvo el caballero deli 'andado.—Por santo Tomás de Canterbury! dijo el fingido ermitaño, resentidode esta acción, que yo te enseñaré á meterte en negocioságenos, por mas fuerte que sea esa olla de hierro que te cubre los'•ascos.—No te enfades; respondió el caballero; ya sabes que somos compañerosy amigos.—No hay mas amigos, dijo el ermitaño.—¿Cómo es eso? repuso el caballero, que parecía tener gusto particularen provocar á su huésped. ¿Has olvidado que yo fui quiente indujo á quebrantar el voto de abstinencia, con el pastel y el pellejode marras?—Es verdad, dijo el ermitaño, y si entonces te hice aquel regaloahora estoy dispuesto á hacerte otro que no te ha de saber á almendras.Y diciendo esto le amenazó con el puño cerrado.—No lo acepto, dijo el de lo Negro, á menos que tú resistas miumlpe si yo resisto el tuyo.—Manos á la obra, dijo el ermitaño.—Hola! gritó el Capitán: peleas debajo de la encina que es nuestrocuartel general.—No es pelea, dijo el caballero, sino una chanza amistosa. Yaya,amigo, da si te atreves, y aguanta si puedes.—(tran ventaja tienes en el puchero que te guarece la cabeza,dijo el ermitaño; pero de nada te valdría, aunque fueras el mismoGoliat.»Desnudóse al decir esto el brazo, y haciendo un vigoroso esfuerzo,lanzó al caballero un puñetazo que hubiera podido derribará untoro. Mas su adversario se mantuvo Arme como una roca. Eosmonteros admiraron y aplaudieron su estraordinaria fortaleza..


281 IVANHOE.«Ahora, dijo el del Candado, quitándose el guantelete de acero;si te llevé alguna ventaja en la cabeza, no quiero tenerla en lamano. Toma esta friolera y no te dobles si puedes.—Genam nieam dedi vapulatori, dijo el anacoreta: es decir, que hecaido en las garras del lobo. Da recio, y si me tumbas, tuyo es elrescate del judio.»Esto dijo el ermitaño, y se preparo á recibir el ataque de su antagonista:el cual, aunque las habia con un hombre robustísimo yacostumbrado á semejantes hazañas, no tardó en hacerle medir eisuelo con su persona. Los bandidos confesaron unánimemente quehabia pocos hombres en Inglaterra, capaces de hacer otro tantoEl ermitaño se alzó, sin muestras de resentimiento.Terminado este episodio, tan propio de las costumbres de aquellostiempos y de la vida de aquellas gentes, se notiflcó formalmente aijudío que pensase seriamente en su rescate. «Retírate á un lado, ledijo Locksley, á consultar con tu bolsillo, en tanto que examinamosá un prisionero de diferente naturaleza.—Es quizás alguno de los partidarios de Prente-de-buey? preguntó el caballero.—No por cierto, dijo Locksley; ninguno de ellos era digno de loshonores del rescate. Todos han sido despedidos con licencia de ir abuscar nuevo amo. Aquella guarida de desalmados ha desaparecidopara siempre; y harta venganza, y harto botín han recogidosus vencedores. El cautivo de que hablo es de mas quilates. Sileneio, que ya lo tenemos aquí.» Al decir esto, se presentó entre dosmonteros, ante el trono selvático de Locksley, nuestro antiguoamigo, el prior Aymer de Jorvaulx.CAPITULO XXXIII.Kn las facciones y en los ademanes del prelado cautivo se leia eitemor.«¿Qué es esto? esclamó con voz alterada. ¿Qué leyes son lasque sigue esa gente? ¿Sois acaso turcos ó infieles, que desconocenel respeto debido á un sacerdote? ¿Habéis saqueado mis maletas?Otro cualquiera en mi lugar os hubiera hecho un ejemplar castigo:pero yo soy manso é indulgente y tengo piedad de vosotros. Os


CAPÍTULO XXXIII. 285ofrezco un perdón generoso y que no se hablará mas de esta cala-,vcrada, con tal que me devolváis mi ropa, y que dejéis libres á miscompañeros.— Venerable señor Prior, dijo el Capitán, mucho me pesa quehayáis sido tratado por alguno de mis compañeros en términospoco dignos de vuestro carácter y dignidad, como lo debo inferirde vuestra reprensión.— El trato que he recibido, dijo el Prior, animado por esta arenga, seria cruel para con una fiera de estos montes; cuanto mas paracon un cristiano, con un sacerdote, con el prelado de la respetablecomunidad de .lorvaulx. Un tal Allan-á-Dale, borracho ycoplero de profesión, ha tenido el arrojo de amenazarme con castigocorporal, y aun con la muerte si no le pagaba doscientas coronasde rescate, además de todo lo que me ha robado, que no es una bagatela.— Imposible me parece, dijo el Capitán, que Allan-á-Dale hayacometido tantos desacatos con una persona tan conocida en estosalrededores por su virtud.— Tan cierto es lo que digo, repuso el Prior, como ahora nosalumbra el sol. Hizo mas: juró que me había de colgar del roblomas alto de estas selvas.— ¿Lo juró? dijo Locksley: pues mal habéis bocho en no cumplircon su demanda: porque Allan-á-Dale antes se dejará cortar lesorejas que faltar á un juramento.— Ya veo que estáis de buen humor, dijo Aymer, procurando hacerde la necesidad virtud. A mí no me disgustan las chanzas, ypor cierto (pie el chasco es ingenioso. Pero yo he estado de caminotoda la noche, y ya es tiempo de descansar.— Pues muy de veras os anuncio, dijo Locksley, que paguéisun buen rescate, ó escribáis á vuestros monjes que procedan ánueva elección: porque si no aflojáis la bolsa, se me figura que envolvereis á ocupar la silla prioral del monasterio.— ¿Sois cristianos, dijo Aymer, y así respetáis á los ministrosdel Señor ?—Cristianos somos, respondió Locksley: pero no pudiendo robará los gentiles robamos á nuestros hermanos. A ver, ermitaño,acercaos, y esplicad á este reverendo padre los textos latinos relativosal negocio.»El ermitaño, cuya intercadencia no se había disipado enteramen-


286 IVANHOE.te, se caló un girón de hábito sobre elgabau; y recordándolos latínajos que habia aprendido en casa del Domine de su lugar, venerable prelado, dijo: «.Deus salvwmfacietlenignUatem vestram; quieredecir, seáis bien venido.—¿Qué farsa es esta? esclamó el Prior. Amigo, si eres en efectode la Iglesia, mas te convendría indicarme el modo de escapar delas manos de esos gentiles, que divertirte en hacer contorsiones eomo un bailarín de mojiganga.—Bien decís, respondió el ermitaño; y para que veáis queme aprovecho de vuestra amonestación, os digo que no hay mas que unmedio de escapar de aquí con vida. Hoy es dia de pagar el diezmo—Las personas de mi clase no lo pagan, dijo el Prior.—Todo el mundo, dijo el ermitaño, nos lo paga á nosotros, comocada hijo de vecino. Con que así, facite rmhis amicos de mammo-%e iniqnüatis. Placeos amigos dedos hombres de bien, y sino, nuil aest redemplio.—Yo soy aficionadísimo á la montería y á los monteros, dijo A ymer,y por consiguiente merezco que me tratéis con alguna consideracion. Tan bien sé tocar el cuerno como el mejor. Vaya...tratadme como amigo.—Dadle un cuerno, dijo el Capitán, y veremos qué tal lo hace.El Prior Aymer tocó el cuerno, y Locksley sacudió la cabeza.«Padre prior, dijo, eso no paga vuestro rescate. Algo mas valeesa persona que aire y sonido: además que ya se echa de ver á quénación perteneces. Las fdtimas notas de tu toque aumentan cincuentacoronas á tu rescate, como corrupción de la antigua montería nacional.—Sobre gustos no hay disputas, dijo el Prior.Despachemos proata, queme están aguardando en casa. ¿Cuánto queréis por dejarme libre?—¿No fuera bueno, dijo aparte el teniente de la gavilla al Capitán,que el Judío designase el rescate del Prior, y el Prior el de;judío ?—Loca ocurrencia, dijo Locksley; pero al fin nos divertiremosVen acá judío. El que está en tu presencia es el padre Aymer, Priorde la rica abadía de Jorvaulx. Dinos ahora cuánto debemos pedirlepor su rescate, puesto que debes conocer las rentas del monasterio—Y tanto como las conozco dijo Isaac. Muchas veces he tratadocon los buenos padres, y les he comprado el trigo y la cebada de


CAPÍTUM xxxnr,U8~¡sus oteros, los frutos de sus huertos, y la lana de sus rebaños. Oh!son muy ricos! muy ricos! Si yo tuviera la mitad de sus rentas,habia de pagar una gran sama por mi rescate.— .ludio, dijo el Prior, nadie sabe mejor que tú las deudas denuestra casa. Todavía no hemos podido pagar las cuentas del añopasado.—Ni la última provisión de vino de Gascuña, repuso Isaac; peroesas son friolerillas.—Te engañas, hebreo, dijo el Prior; esos vinos de que hablas entrarom...—De poco aprovecha todo eso, dijo Locksley.pronto esta duda, y no te andes en comentarios.Isaac, resuelve-lil padre Prior, dijo el judío, puede muy bien daros seiscientascaronas, y volverse muy tranquilo á su celda..—Sescientas coronas, que me place, dijo Locksley. Fías habladocomo hombre de seso. Prior, ya has oído tu sentencia.—Tiene razón, esclamaron los monteros.—¿Estáis en vuestro juicio? dijo el Prior. ¿Dónde he de ir yo pójesemontón de dinero? Auncpie vendiera las halajas del monasteriono podría juntar ni la mitad. Os daré una buena suma, os lo prometo;mas para esto es necesario que yo vaya en persona á proporcionármela.Dejadme ir á Jorvaulx, .reguardad enjrehenes á misdos compañeros.—Ni por pienso, dijo Locksley. Tus compañeros irán por las seiscientasdel pico, y tit te quedarás con nosotros; y cuenta que sigustas de montería, ya verás la provisión que tenemos.— otra cosa puede hacerse, dijo el judío, queriendo grangearseei favor de los monteros. Yo puedo enviar á Ymrk por las seiscientascoronas , de cierto depósito que está en mi poder, si el reverendopadre tiene la bondad de Armar un recibo.—firmará lo que tú quieras, dijo el capitán : y tú pagarás el rescatedel padre, y el tuyo al mismo tiempo.— ¡Mi rescate! ¡ Ah, valientes guerreros! esclamó el judío. ¡Quérescate queréis del que no tiene sobre qué caerse muerto ! Si mepedís cincuenta coronas , teugo que ir con un háculo en la mano,mendigando de puerta en puerta.— El Prior decidirá la cuestión , dijo Locksley. ¿ Cuánto creéis,padre Aymer, que puede pagar el judío ?— ¿ Cuánto ? respondió el prelado. Isaac de York tiene en sus ar-


288 tVANHOK.cas lo que bastarla á redimir las diez tribus de Israel, del cautiveriode los asirios. Pocos negocios be tenido con él; pero el mayordomode casa ha tenido muchos , y dicen que el oro y la plataque hay en la habitación de ese perro son la ignominia de una nacióncristiana. Todos los hombres de bien se escandalizan de verque se/permite á esas sabandijas chupar la sangre del Estado, y aunla de la Iglesia, con sus usuras y estorsiones.— Poco á poco, padre mió, dijo Isaac ; aplacad algún tanto vuestrocolérico humor. Vuestra reverencia ha de saber que yo no pongoá nadie el puñal al pecho para que tome mis escudos. Cuandoel eclesiástico y el lego, el príncipe y el harón , el prior y el caballero,llaman á la puerta de Isaac para pedirle dinero prestado, nousan de esos términos descorteses. « Amigo Isaac , sácame de esteapuro ; cuenta con el pago. Isaac, buen Isaac, soy hombre perdidosi no acudes á mi socorro.» Pero cuando llega el término del pagaré, y voy á pedir lo mió, entonces son los denuestos y las maldicionesde Egipto, y perro judio, y los demás primores.— Prior , dijo el capitán ; judío ó no judio, lo que ha dicho es laverdad pura. Pronuncia tú su sentencia, como él ha pronunciadola tuya ; y basta de injurias y vituperios.— A no ser un [afro J'amoms, dijo el Prior, palabras que os esplicaréen otro tiempo y lugí.r, no osariais colocar en la misma línea áun judío y á un cristiano. Mas, puesto que debo apreciar la libertadde ese hombre, digo redondamente que perjudicáis gravementevuestros intereses si lo dejais ir por unbizante menos de mil coronas.— Fallo definitivo, esclamaron los bandidos.— Y sin apelación, dijo el capitán.—¡ El Dios de mis padres me socorra! gritó Isaac. ¿ Queréis arruinarmede un golpe como el castillo de Frente-de-buey ? He perdidoá mi hija, y ¿ queréis que pierda basta el último bocado de pan ?— Si has perdido á tu hija, dijo el Prior, tendrás menos bocas quemantener.— Ah! reverendo prelado, dijo Isaac, el estado que profesas no tepermite saber lo que es el amor de padre. ¡ Oh Rebeca ! i Hija de míbienamada Raquel! Si tuviera á mi disposición tantos cequinescuantas hojas hay en estos árboles, todos los daria por saber si vives,y si has escapado de las garras de aquel impío.— ¿No es pelinegra tu hija? le preguntó uno de los bandidos.¿No llevaba un velo bordado de plata?


CAPÍTULO XXXIII. 289— Sí; esa es, respondió el anciano, temblando de inquietud , CO­MO antes babia temblado de miedo.bendígate Jacob, si puedes darmealguna noticia de la prenda de mi alma.— Lo único que puedo decirte , continuó el montero , es que elTemplario la sacó del último encuentro, y que ya yo le babia apuntadocon la flecha , cuando me detuvo el temor de herir á la dama.— ¡ Ojalá, dijo el judío , la bruñeses disparado , aunque hubiesesatravesado el corazón á la desventurada Rebeca ! Antes yazca en elsepulcro de mis padres, que en los brazos del licencioso y sanguinarioBois-Guilbert.— Amigos, dijo el capitán, aunque ese hombre no es mas que unjudío, su angustia me llega al corazón. Di la verdad, Isaac; ¿has dequedar completamente arruinado si pagas las mil coronas del rescate? »(saac, volviendo á la consideración de su dinero , cuya afición átuerza de un hábito inveterado luchaba en su alma con los impulsosdel amor paterno, quedó pálido y confuso al oír esta pregunta:mas al fin , no pudo menos de confesar que le quedaría algún sobrante— No importa, dijo hocksley , contigo no repararemos en pelillos; y además (pie sin el auxilio de buenos sacos de escudos , tanfácil te será sacar á tu bija de las manos de ürian , como matar unciervo con pelotas de lana. Pagarás la misma suma que el Prior, ópor mejor decir, cien coronas menos. cuyas cien coronas serándisminuidas de la parte que me toque en tu rescate. Con eso evitaremosel poner al judio en la misma clase que al prelado , y tenoresseiscientas coronas para tratar de la libertad de tu hija. Bois-< ¡uilbert es tan aficionado á los ojos negros, como á la plata acuñada: date prisa á tentar la codicia de Brian, antes que suceda algunacatástrofe. Seguir las indicias que me han traído mis compañeros,le encontrarás á pocas millas de aquí, en el preceptorio de suorden. ¿He dicho bien, amigos?»Los monteros espresaron su aprobación á las medidas tomadaspor el jefe. Isaac, aliviado en parte de sus temores por los datos queiiabia adquirido acerca del paradero de Rebeca, y por la esperanzale rescatarla, se arrojó á los pies del generoso bandido, y quiso beíarla guarnición de su gabán : mas el capitán retrocedió , no sin¡arle muestras de desprecio.Álzate, desdichado , le dijo: yo he nacido cu Inglaterra , y no10


2У0IVANHOE.gusto de esas postraciones á la turca. Arrodíllate delante de Dios?y no delante de un pobre pecador, como yo soy.— Aquí tienes á uno, dijo el Prior, que puede mucho con Briaude Bois­Guilbert. Entendámonos , y haré cuanto pueda porque tesea devuelta tu hija.;Isaac lanzó un profundo suspiro , alzó las manos al cielo , y seabandonó á los escesos de su dolor. Locksley lo llamó aparte.«Piensa bien, le dijo, lo que vas á hacer en este negocio. Sí quieresseguir mi consejo , halba al Prior. Es ambicioso , ó á lo menosnecesita tener barro á mano para sus profusiones. Fácilmente podrássatisfacerlo ; y no creas que me alucinas con esa fingida pobreza.Conozco basta las barras del arcon de hierro en que guardastus talegas. ¿ Qué es del manzano que tienes en el jardín deYork , y de la piedra que está debajo, y que sirve de entrada á unescondrijo? El judío al oir esto quedó pálido como la muerte. Pero'nada temas, continuó el capitán • años hace que nos conocemos.¿Te acuerdas del montero que tu hermosa hija sacó de la cárcel deYork, y que estuvo en tu casa hasta que restableció su salud? ¿ Teacuerdas de la pieza de oro que le pusistes en la mano cuando sedespidió de tí? Aunque eres un afortunado usurero, jamás empleastestus fondos á mas altos intereses ; puesto que aquella cortacantidad te ha producido hoy nada menos que quinientas coronas.—¿Eres tú Dicon Tira­el­arco? preguntó Isaac: por el Idos deIsrael que me pareció haber conocido tu voz.—Yo soy Dicon Tira­el­arco, respondió el Capitán, y soy tambiénLocbsley, y todavía tengo otro nombre mejor que todos esos.—Pero, antes de todo, dijo el judío, debo decirte (pie te engañasencuanto alo de la piedra y el manzano. Así me ayuden los Profetas,como es cierto que allí no hay mas que algunas frioleras depoco valor; y si quieres, las partiré do buena gana contigo; cienvaras de paño verde para gabanes, como los que usa tu gente;cien estacas de boj de España, y cien cuerdas de seda, duras, fuertesy bieu torcidas. Dispon á tu gusto do todo esto, con tal (pie nohables á alma viviente del manzano ni de la piedra, querido Dicon.—IS'o desplegaré los labios sobre el asunto, dijo el Capitán; y encuanto á tu hija, cree que me duele su situación. Pero ¿qué he dehacer? Las lanzas de los Templarios pueden mas que nuestras flechas,y lo mismo nos barrenan que telarañas. Algo hubiéramos hechopor tu hija, si antes hubiéramos sabido su aventura; mas abo­


CAI'ÍTI LO XXXIII.ra solo puede saharte la política. ¿Quieres que me entienda con eíPrior?—Haz lo que quieras, buen Dicon, repuso el Judío, con tal (pieme restituyas mi amada Rebeca.—No vengas á interrumpirme, dijo el moni ero. con tu importunacodicia, y haré cuanto me sea dado en tu favor.»Locksley se separó del judío, mas este le siguió como si fuer»la sombra do su cuerpo.«Prior Aymer, dijo Locksley, dos palabras aparte. Por ahí dicenque eres jovial y caritativo; lo cierto es que nadie ha dicho de tique seas opresor ni tiránico. Aquí tienes á Isaac que podrá desempeñartu casa si consigues del Templario la libertad de su hija.—Poco á poco, dijo Isaac; ha de volver Ubre, y tan honrada «rimocuando se separó de mí; si no, no hay nada en lo dicho.—tsaac. dijo el montero, ó callas ó so acabó mi mediación. ¿QtVdices á esto, prior Aymer?—Digo, respondió el Prelado, que el negocio es condicional:porque si por un lado hago bien, por otro contribuyo á la felicidadde un judío, lo cual os contra mi conciencia. Siu embargo, si elIsraelita quiere contribuir á la reedificación de nuestro arruinadomonasterio, tomaré á mi cargo la negociación del rescate de Su hija—No nos paremos, dijo Locksley... (estáte quieto, Isaac), en cuarentamarcos mas ó menos.—Pero, por el Dios de los cielos, dijo el judío, buen Tira-el-areo..—Buen judío, buen diablo de los infiernos, dijo el montero perdiendola paciencia. ¿Quieres poner tus talegos miserables en lemisma balanza que el honor y la libertad de tu hija? Por las barbas de mi padre, que le be de despojar del último maravedí, si sigues molestándome»Isaac se cruzó de brazos, y bajó la cabeza.«¿Y quién me salo garante, dijo el Prior de vuestras promesas?—Cuando Isaac haya salido bien con su empresa, por tu mediación,dijo el Capitán, juro por San Huberto que le he de ver conmis ojos pagar lo estipulado, y si no, las habrá conmigo: y mas levaldría, en este caso, haber pagado diez tantos mas.—Bien está, judío, dijo Aymer; puesto que debo tomar cart-as'eoel asunto, dame tu recado de escribir. ¿Pero que no hay pluma?—En cuanto á pluma, dijo Locksley, yo te podré facilitar cuantas quieras. \ siendo revolotear sobre su cabeza una bandada de2tíá


292 IVANH0E.ánades, apuntó al eme iba delante, el cual cayó inmediatamente,atravesado por una flecha.«Aquí hay plumas, dijo el montero, mas de las que bastan parala provisión de tu monasterio por espacio de un siglo.»El Prior se sentó debajo de un árbol, y escribió con gran sosiegouna epístola á su amigo; y habiéndola cerrado, la entregó ai judío,diciéndole: «esta te servirá de salvo conducto para el preceptoriode Templestowe, y probablemente lograrás por su medio elrescate de la muchacha. Mas cuenta con las proposiciones que tacespara conseguirlo, porque el buen caballero Bois-Guilbert nohace nada sin cuenta y razón.—A otra cosa, dijo el montero. Ya no tienes que hacer nada aquj,si no es firmar el recibo de las quinientas coronas de tu rescateEl judío será mi tesorero, y si llego á tener la menor noticia deque rehusas el pago, juro que he de poner luego al monasterio, ytodos vosotros habréis de ser reducidos á cenizas, aunque sepanque me han de ahorcar diez años antes.»El Prior se puso á escribir de nuevo, aunque no de tan buenagana como antes, y estendió y firmó un recibo par valor de lasquinientas coronas que el Judío habia dado por su rescate, obligándoseá pagarlas leal y exactamente.«Y ahora, dijo el Prior, tendréis la bondad de restituirme lasmuías y palafrenes, y las personas de los monjes que me acompañan;juntamente con las alhajas y ropa de mi uso, lo cual se hallacomprendido en mi rescate.—En cuanto á los monjes, dijo Locksley, ahora mismo van aser puestos en libertad, porque seria injusto detenerlos; también sitedevolverán las muías y palafrenes, con alguna plata menuda,para que puedas continuar tu jornada. Mas por lo que hace á laropa y alhajas, has do saber que somos hombres de conciencia, yno podemos permitir que un hombre de tu carácter se lleve cons.go esas vanidades mundanas.—Mírate bien en ello, dijo el Prior, y considera (pie son bienesde un sacerdote, y que se espone á terrible castigo todo seglar quelos toque.—Yo cuidaré de eso, reverendo padre, dijo el ermitaño, y tusalhajas vendrán á mi poder.—Hermano, ó amigo, ó lo que quiera que seas, dijo - ymer,si en efecto has recibido órdenes sagradas, no sé que cuenta


CAPÍTULO XXXIII. 29¡ídarás á tu prelado de la parte que has tenido en esta fechuría.—Amigo Aymer, respondió el Anacoreta, has de saber que toda!a comunidad de mi convento se recopila en mi persona: y quenadatengo que ver con el arzobispo de York, ni con el abad de Jorvaulxy de todo su capitulo.—Eres irregular, dijo el Prior, y en tí estoy viendo uno de losmuchos que se dan por eclesiásticos, sin serlo, profanando los santosritos, perdiendo las almas de los fieles, y dándoles piedras enlugar de pan.—Díme lo que quieras, repuso el ermitaño.—Basta, dijo boksley; haya paz entre vosotros. Tú, Prior, siquieres escapar con vida, no provoques la cólera de nuestro ermitaño;y tú. buena alhaja, no detengas mas al reverendo prelado.»Este consideró al fin que comprometía su dignidad, disputandocon el capellán de una gavilla de ladrones: juntóse con los otrosmonjes de su acompañamiento, y montó á caballo con menos pompa,que cuando cayó en manos de los bandidos.Solo quedaba que arreglar la fianza que había de dar el judío,tanto por su rescate como por el de Aymer. Viendo que era indispensableesta formalidad, firmó y selló una orden á uno de suscompañeros de York, mandándole que pagase mil coronas al portador,entregándole al mismo tiempo las mercancías especificadasen la nota que iba adjunta.«.Mi hermano Sheva, dijo, arrojando un profundo suspiro, tienela llave de todos mis almacenes.—¿Y la de la piedra que está debajo del manzano?Loeksley.preguntó—Dios me libre, respondió Isaac, y no permita que se descubra.¡amásese secreto.—So será por mi boca, dijo Loeksley, con tal de que ese papelproduzca el efecto deseado. Pero ¿qué haces, Isaac? ¿Estás lelo?¿No piensas ya en el peligro de tu hija?—Si. dijo el judío, saliendo de la suspensión en que le babiapuesto la firma que acababa de echar. Me voy sin detenerme. A Diostú, á quien quisiera llamar buen hombre, y á quien ni quiero nidebo llamar malvado. •Antes que Isaac se separase de la cuadrilla, el Capitán le dio elconsejo siguiente. Sé liberal en tus ofertas, Isaac; no te parea endinero, si quieres sacar á tu hija de las garras de Brian de Boii-


294 IVANHOK.(ruilbert. Oréeme: el oro que rehuses por libertarla te isa do darcon el tiempo mas tormento que si cayera derritido en la pararanta.Isaac convino con harto dolor de su corazón en la verdad deestas observaciones, y se puso en camino con dos monteros, quedebian guiarle y custodiarle en su jornada.El caballero Negro, que habia estado observando con el mayormterés todos estos procedimientos, se despidió de Locksley paramarchar adonde sus arduos negocios le llamaban; ni pudo menosde espresar la sorpresa cpie le causaba el ver reinar tanto orden ydisciplina, entre gentes que estaban fuera de la protección ordinariay del indujo de las leyes.•


CAPÍTULO XXXIV '295CAPITULO XXXIV.Dábase un espléndido banquete en el castillo de York, al que elpríncipe Juan había convidado diodos los prelados, nobles y caudillos,con cuyo socorro esperaba realizar sus miras ambiciosas, yocupar el trono de Ricardo Corazón de León. Waldemar Fitzurse,su diestro y político agente, era el resorte secreto de toda aquellamáquina, y id que sostenía entre todos los partidarios el valor queera necesario para hacer una declaración píiblica de los intentosdel Príncipe. Pero había sido forzoso diferir el último golpe, por la•ausencia de algunos miembros importantes de la confederación.El brío emprendedor é irresistible, aunque brutal é imprudente deFrente-de-buey; el arrojo y la ambición de Mauricio de Bracy; la,sagacidad, la pericia militar y el acreditado valer de Brian de Bois-Muilbert, eran elementos indispensables al buen éxito del plan, ymientras maldecían en secreto su importuna ausencia, ni Juan nisu favorito osaban dar un paso adelante de su ayuda. También habíadesaparecido Isaac de York, y con él la esperanza de ciertassumas que debía suministrar, en virtud del contrato celebrado conel Príncipe. Todas estas circunstancias eran fatales á, su partido, entan crítica y decisiva urgencia.Por la mañana del dia siguiente al de la destrucción del castillode Frente-de-buey, empezó á susurrarse, en la ciudad de Yorkque el Barón, de Bracy, Brian y sus confederados habían perecidoó caido en manos de sus contrarios. Waldemarfué el que dio la primera,noticia al príncipe Juan, indicándole sus temores de que tamañadesgracia hubiese, provenido del ataqué planteado por Bracycontra el Sajón y su familia. En otras circunstancias, el Príncipe nohubiera visto en aquel atentado masque una risible niñería; perocomo entonces se oponía, ó á lo menos retardaba la ejecución desus miras, se puso á declamar violentamente contra los agresores,deplorando la infracción de las leyes y del orden público, como hubierapodido hacerlo el mismo rey Alfredo.«¡Inicuos raptores! decía el Príncipe. Si llego á sentarme en e]trono de Inglaterra, por las barbas de mi padre que los be de colgaren las puertas desús castillos.


298 1VANH01Í.—Para sentaros en el trono de Inglaterra,dijo Fitzurse, es necesario no solo que vuestra Alteza pase por alto esos atentados, sino queconceda su protección & los que los cometen, á pesardeese celo lau -dable en favor de las leyes, que ellos están acostumbrados á quebrantar.Buenos estarían nuestros negocios, si los bellacos sajonesvieran convertidas en horcas las puertas de los castillos de los Baronesnormandos. Eso es lo que desean C'edric y todos sus partidarios.Vuestra Alteza conoce que no podemos retroceder del puntoá que hemos llegado; pero bien ve cuan peligroso seria dar un pasocuando nos faltan tan útiles cooperadores.El Príncipe oyó con impaciencia estas observaciones, y se puseá pasear por el aposento, con todos los síntomas de la inquietud \del despecho.«Villanos, decía, traidoresapuro.haberme abandonado en este—Locos y desacordados mas bien merecen llamarse,dijo Waldeinar:insensatos que se divierten en frioleras, y dejan el negociomas importante.—¿Qué hemos de hacer? dijo el príncipe, parándose delante de!consejero.—No sé que se pueda hacer otra cosa, respondió este, que lo qw •ya he dispuesto; ni soy hombre de los que se ponen á declamar contra la mala suerte antes de haber hecho todo lo posible para mejorarla.—Eres el ángel de mi guarda, dijo el príncipe, y si tengo la dichade que no me falten tus consejos, el reinado de .luán será famosoen los anales de esta isla. Refiéreme las disposiciones que has tomado.—He dado orden a Luis Winkelbraud, teniente de Mauricio,quetoque á caballo, y tremole el pendón, y marche al castillo doFrente-de-buey, á dar cuanto socorro pueda á nuestros amigos.El príncipe .luán enrojeció de cólera como si. acabara de recibirun insulto.«Por la Virgen santa, dijo que te has atrevido á mucho. ¡Tocartrompeta y desplegar bandera en una ciudad en que se halla elpríncipe Juan, y sin su consentimiento!— Pido á Vuestra Alteza mil perdones, dijo Fitzurse. maldiciendointeriormente la pueril vanidad de su protector; pero cuando urgentanto las circunstancias, y cuando puede ser tan fatal la per


CAPÍTULO XXXIV.elida de un minuto, uo he vacilado en tomar á mi cargo esta disposición,que he juzgado necesaria á vuestros intereses.—Te perdono, Fitzurse, dijo el Príncipe, porque conozco la rectitudde tus intenciones. Mas ¿quién es este que se acerca? Bracy es,voto á tantos, y cierto que viene en buen estado.»Era Bracy en efecto, y,su persona y su ata\ío denotaban la borrascaanterior. Venia cubierto de lodo desde el crestón hasta la espuela;rota y ensangrentada la armadura; sin espada al cinto, ycon todas las señales de un guerrero que ha sábado la vida áespertasdel honor ó de la libertad. Quitóse el yelmo de la cabeza,lo colocó sobre un mueble, y se mantuvo algún rato en silenciocómo si necesitara cobrar aliento para referir las tristes nuevasde que era portador.' l.'e Bracy, dijo el Príncipe: ¿qué significa todo eso, se han rebeladolos sajones, qué te ha sucedido?— Habla, de Bracy, dijo Fitzurse casi al mismo tiempo que elPríncipe. ¿Eres hombre ó gallina; dónde están Frente-de-Buey y elTemplario?—El Templario, dijo de liracy. ha huido: Frente-de-Buey hamuerto asado en las llamas que han consumido su castillo. Yo solohe escapado con pellejo para traeros las noticias.—Y bien frió me dejan, repuso el Príncipe aunque tanto hablasdo incendios y llamas.—Aun no sabéis lo peor, respondió de Bracy. y acercándose alPríncipe, dijo en voz baja y enfática: Ricardo está en Inglaterra.,¡o he visto y he hablado con él.El Príncipe quedó pálido como la cera: se apoyó en el espalda rde un sillón, como si acabase de recibir un dardo en el pecho.Sueñas, de Bracy, dijo Fitzurse: no puede ser.—Es tan verdad como la verdad misma, respondió el normando:fe hablado con él, y he sido su prisionero.—¿Con Ricardo Plantagenet? dijo Fitzurse.—Con Ricardo Plantagenet, respondió de Bracy; con Ricardo Corazónde León, con Ricardo de Inglaterra.—; V has sido su. prisionero! repuso Waldemar. ¡Con qué tienefuerzas á su mando!—Noalgunos monteros estaban con él pero no le conocíanI e oí decir que iba á separarse de ellos muy en breve, puesto quesolo se les unió para atacar el castillo de Beginaldo-.2ÍO


~'J8IVANH0E.—Esa es la manía de Ricardo, dijo Fitzurse: caballero andante,errando do aventura en aventura, y dándolo todo á la punta dela espada como Tirante el blanco ó Palmario de Inglaterra, mientraspeligran su persona y los negocios del Estado. ¿Y toqué piensashacer, Mauricio?—¡Yo! Ofrecí el servicio de mis lanceros á Ricardo, y no quiso admitirlos.Mi proyecto es apretar espuelas con los míos Inicia elpuerto maspróximo, y no parar hasta Flan des. Gracias á Dios, tocioestá revuelto en Europa, y un hombre como yo sabe aprovecharsede estas tormentas. Créeme, AYaldemar, tu cabeza pende de unhilo. Deja aparte la política; empuña al acero, y vente conmigo áver lo que la suerte nos depara.—Soy viejo, Mauricio, dijo Fitzurse, y tengo una hija.—Dañada en casamiento, repuso el normando, y yo la manten -dré como merece su condición, con la ayuda de mi lanza.Ni por pienso, dijo Fitzurse: cuando llueve, es necesario ponerse,al abrigo; y yo me marcho cuanto antes á la iglesia de san Pedro,cuyo arzobispo es amigo y casi hermano mió.»Durante esta conversación, el príncipe .luán fué saliendo poco ápoco del abatimiento en que le había puesto la. inesperada noticiadet arribo de su hermano, y escuchó con la mayor atención lo quedecían aquellos dos apoyos de su partido. «Me dejan, decía en susadentros; se desprenden de mí, como la hoja marchita que separa delárbol el soplo mas ligero. ¿No podré yo hacer nada por mi mismo,cuando estos bellacos me abandonen?» Paróse al terminar estas consideraciones,y prorumpiendo en una risa forzada, (pie dio á su fisonomíauna espresion diabólica: «Milores, dijo, por el santo de minombre que sois hombres tan constantes en vuestros designios,comoingeniosos en vuestros planes. ¡Que diablos! riqueza, placer, honor,todo lo que nuestra empresa prometía lo arrojáis por la ventana,justamente cuando no se necesita mas que un golpe para cogerel fruto de tantos afanes.No os entiendo, dijo Fitzurse; Ricardo tardará en estar á la cabezade un ejército, lo que tarde en saberse en Inglaterra su llegada;y entonces se acabó esto. Lo que os aconsejo es que os embarquéispara Francia, ó que imploréis la protección de la Reina madre.—Yo no me curo de mi seguridad, dijo el príncipe: basta una palabraque yo diga á Ricardo para tenerla. Pero aunque tú, de Braey,y tú, Fitzurse, os mostráis tan apresurados por separara" de mí,


CAPÍTULO xxxiv.29ano por esto se escaparán vuestros pescuezos del nacha del verdugo.¿Piensas tú Waldemar, que el Arzobizpo estorbará que te arranquende su lado, si llega á hacer la paz con Ricardo? ¿Y qué estástú hablando de embarcarte, Mauricio? ¿ por dónde te dirigirás alamar que no encuentres á Roberto Estoteville con todas sus fuerzas, yquizás al conde de Essex que está recogiendo las suyas? Si nos hacíansombra estos armamentos antes de la llegada de Ricardo, ¿quéserá cuando se sepa, que este ha pisado las playas de Inglaterra?Sstoteville con los suyos I >asta para echarte á tí y á todos tus lancerosde cabeza en el rio Humber.» Waldemar,y de Bracy se miraronuno á otro, con no poco sobresalto al oir tan fatales nuevas.(¿•Queréis que os diga francamente lo que pienso, continuó el Príncipe,arrugando el entreoyó, como si no osara confesar el atroz designioque ocultaba en su corazón. Este objeto de nuesto terror viajasolo: es necesario salirle al encuentro.—No seré yo, dijo el normando, quien toque á una pluma de su cimera.Fui su cautivo,me entregué á discreción, y él me dio libertad.--¿Quién habla de hacerle daño? dijo el príncipe, con violentasonrisa. Capaz eres de creer que voy á mandarlo asesinar. No: uncastillo... esta será su habitación. En Inglaterra ó en Austria ¿quéimporta? has cosas quedarán como estaban al principio de nuestraempresa: entonces se trató como condición indispensable que Ricardoquedaría prisionero en manos del Archiduque. ¿Qué tiene esode estrado? Mi tio Roberto vivió y murió en el castillo de CarditVe.Sí, dijo Waldemar; pero su hermano Enrique se sentó en un trouomas sólido que puede serlo el vuestro. No hay mejor prisión queia que hace el enterrador, ni mejor castillo que la bóveda de la parroquia.Esta es mi opinión.—Prisión ó sepulcro, dijo de Bracy, yo me lavo ¡as manos y nome meto en esas honduras.—Villano, dijo el Príncipe, ¿vas á vendernos?—Yo no vendo anadie, dijo Mauricio, ni sufro que se junte elnombre de villano con el mió.—Silencio, de Bracy, dijo Fitzurse, y vos, señor, no estrañeis losescrúpulos de un valiente caballero. Creo que no tardaré, en disiparlos.—No alcanza á tanto tu elocuencia, dijo el Normando.—Sir Mauricio, continuó el astuto cortesano; no os asustéis comovenado perseguido sin conocer el objeto de vuestro terror. ¿No de-


300 IVANHOE.ciáis, hace tres dias, que toda vuestra ambición quedaría satisfecha,si hallarais ocasión de pelear de hombre á hombre, ó á la cabezade vuestros lanceros cénese mismo Ricardo, cuyo nombre os hacetemblar ahora? Mil veces lo habéis dicho en presencia de losamigos de Su Alteza.Cuerpo á cuerpo, ó á la cabeza do mis valientes, repuso el normando:tú lo has dicho. Tero atacar de buenas á primeras á unhombre solo, en medio de una selva, cuándo ha salido de mis labiossemejante designio?—No eres buen caballero si eso te causa escrúpulo, dijo Waldemar.¿Cómo ganaron fama 'Pristan y Cancelóte? No fué por ciertopresentándose frente á frente á sus enemigos, sino saltándoles encimade lo oscuro de una emboscada, como el lobo á la oveja.—Ni Lancelote ni 'Pristan, dijo Mauricio, hubieran usado hacerotro tanto con Ricardo Plantagenet.—Has perdido el seso, dijo "Waldemar; ¿no estás al sen icio delpríncipe Juan? ¿No ha comprado este con moneda contante tu valory tu lanza, y el valor y las lanzas de los compañeros libres de tuescuadrón? Tenemos el enemigo á la vista, y ¡toparas en escrúpulos,cuando tu honor, tu vida y lado todos nosotros está pendientede un cabello!— Ricardo, dijo de Bracy, pudo matarme y no lo hizo. Es verdadque me despidió de su presencia, y que no admitió mis servicios,por consiguiente, no le debo vasallaje ni sumisión; pero ponerlelas manos encima.. . eso no.—Ni es menester tampoco, dijo Ritzurse: envía á uno de tus oüi-Salescon veinte lanzas.—Hartos asesinos tenéis en vuestros tercios, respondió de BracyEn el mió no hay hombres de esa calaña.—¡Que seas tan obstinado! esclamó el Príncipe. ¿Qué >e han hechotantas protestas de celo y de lealtad?—Yo haré por V. A., dijo el normando, todo lo que correspondeaun caballero; pero ocharme á ladrón de caminos....— Waldemar, dijo el Príncipe ¡qué desgraciado soy! Mi padre, elRey' Enrique, tuvo cuantos fieles servidores necesitó para afianzarsu dominio. Apenas dio á entender que le molestaba un obispo,cuando la. sangre de Tomás regó los escalones del altar; y era unsanto, canonizado después: Tracy, Morville, BritoflJ, hombres fie-(1) Nombres ile lo? caballeros de la servidumbre de Enrique II. que dieron


CAPÍTULO XXIV, 301ies y decididos, ya no existe el espíritu que os animaba. BeginaldoFitzursé ha dejado unhijo; pero sin su valor, y sin su fidelidad.—El hijo de Reginaldo es tan valiente y tan fiel como su padre,dijo Fitzursé; y pues que no hay otro arbitrio, yo tomo á mi cargoesta peligrosa, empresa. Caro le costó á mi padre el celo que acreditóenfavor de su amo; y sin embargo lo que hizo por Enrique es algodiferente de lo que yo voy á hacer en vuestro favor; porque masvaldría atacará una legión de demonios, que poner la lanza enristre contra Corazón de león. De Bracy, quédate aquí para sostenerel ánimo de los nuestros, y para custodiar la presencia del Príncipe.Si recibís las noticias que espero enviaros, todo mudará de asnéete;ya no habrá dudas sobre el éxito de nuestros planes. Page,marcha á casa, y di á los armeros que tengan pronta la mejor demis armaduras; á Wetherel, á Toresby, y á las tres lanzas deSpyinghow, que se preparen á marchar; ú Hugo, el correo, lomismo. A Dios, ilustre Príncipe, hasta mas ver. Dijo, y salió apresuradamentedéla cámara.—Con tanta serenidad echará el guante á mi hermano, dijo o]príncipe Juan, como si fuera un hidalgo sajón. Espero sin embargoque obedecerá mis órdenes, y tratará la persona de mi queridohermano con el respeto debido.»De Bracy respondió con una maliciosa sonrisa-«Por Santiago de Galicia, dijo el Príncipe, que mis órderfes soníerminantes; quizás tú no las oirías por estar algo lejos. Positivamentele mandé que respetase la vida de 'Ricardo, y pobre de Waldemars así no lo hiciere.—Mejor será dijo Bracy, que vaya, árecordárselo; pues así comoyo no oí. esas órdenes de que habláis, así pudo él también no haberlasoido.— No, no, dijo el príncipe impacientándose: estoy seguro quelas oyó: además que tengo otro negocio en que emplearte, Mauricio,-en acá dame el brazo, y paseémonos.De Bracy presentó el brazo al Príncipe, y los dos se pasearon por¡1 aposento, como dos íntimos amigos.Después de un rato de silencio: ¿qué piensas de Waldemar defitzurse? dijo el Príncipe, con el tono de la mas sincera confianza..Sabes á lo que aspira? A ser Canciller de Inglaterra.suerte al fiebre T«más do Bocket, incitados ¿i tan horroroso crimen por a Ignota'!';p"fsi'.>.nf« qq« soltó J u soberano.y*c


•XX¿IVAJU10K.Mucho me he de mirar en ello antes de conceder tai! elevado cargoá quien tan poco respeta la sangre real de mi familia: que al finRicardo es rey, y es mi hermano. .Apuesto á que te figuras quehas perdido algo en mi estimación por haberte rehusado á ese desacato. No: Mauricio, tu loable firmeza te dá mayor precio á mis ojos.Hay cosas necesarias y urgentes que se confian á. hombres indignosde estima y de afecto: y á veces el que niega un servicio se grangeael agradecimiento del que se lo pidió. La prisión de mi malhadadohermano no da tantos derechos ala toga de Canciller, como tu noblefranqueza al bastón de Mariscal. Piensa en ello, y disponte óempuñarlo.— Vil tirano, dijo Mauricio de liracy, cuando se retiró el Príncipe,harto necio esquíen se fia en tus palabras. ¡Waldomar custodio dotu conciencia! (1) Poco tiene que custodiar por cierto...Mariscal deInglaterra... gran cosa, y digna de dar algunos pasos para lograrla.^Esto decia Bracy, saliendo déla cámara del Príncipe en actitudfiera y majestuosa, y apretando el puño como si tuviera ya elbastón prometido.Apenas se habia retirado el normando, cuando el Príncipe mandóllamar á Hugo el correo, que era también el jefe de sus espías,ínterin venia, .luán se paseaba con la mayor agitación.«Hugo, le dijo, ¿que te ha mandadoAValdemar?—Ate pidió dos hombres resueltos, diestros en las veredas y escondrijosde los bosques de estas cercanías, y en seguir las huella?de hombres y caballos.—¿Se los has proporcionado?—Y de los buenos, respondió el confidente, lino de ello.-- se liaempleado toda su vida en rastrear ladrones, y ha llevado mas hombresá la horca que gotas de agua tiene el Támesis. El otro es cazadorintruso, y conoce cuantas cuevas y barrancos hay de aquí óEichemond.—Bien; dijo el Príncipe, ¿listan listos?—Al instante van á ponerse en camino.—¿Que gente de puños lleva AValdemar consigo?—Thoresby y AVetherel, llamado por su crueldad Esteban de Ace-U¡ lecese en Inglaterra que el canciller es custodio de la conciencia del Bey, porestar á la cabeza de la administración de la justicia y ¡rozar de gran autoridad enlosnegrf"'"; eclesiásticos.


CAPÍTULO XXXV. 30í¡ra;, y tres lanceros que estuvieron untes en la gavilla del mayosladrón que ha nacido en Inglaterra.—Basta, dijo el. Príncipe, y después de haber pensado algún rato:Hugo, añadió, importa á mi servicio que sigas los pasos á Mauricio do Bracy, de modo que él no lo observe. Sepamos de cuandoen cuando, lo que hace, con quién habla, y de que asuntos hablaCuidado con esto, y con tu cabeza.»Hugo hizo una cortesía y se retiró.»Si Mauricio me engaña, dijo el Príncipe, como me lo temo, pollossantos del cielo, que ha de perder la vida, aunque estuviese Ricardoá las puertas de York.,CAPÍTULOXXXV.Volvamos al judío Isaac de York: el cual moutado en una. ínulaque le había franqueado el capitán délos bandidos, y acompañadopor dos de estos, que le servían de guia y de escolta, se encaminabaal preceptario de los Templarios de Templestowe, con el objeto denegociar el rescate de su hija. Aquel edificio distaha solo una jornadadel demolido castillo de Krente-de-buey; y el judío esperaballegar al término de su viaje antes de anochecer. Despidió á losmonteros á la salida del bosque, les dio una pieza de plata paraque echaran un trago, y empezó á dar espuelas á la. muía, encuanto so lo permitía su abatimiento físico y moral. Pero casi desfalleció cuando llegó á cuatro millas de distancia del preceptorio:empezó á sentir dolores agudos en todos sus miembros, y aumentabanconsiderablemente su padecer las penas é inquietudes queagobiaban su espíritu: al fin le, fué imposible pasar de un pueblecilioque estaba en el camino, y en que residía un rabino de sutribu, antiguo conocido suyo, y muy diestro en el arte de curar.Natán Ben Israel acogió á su dolorido compatriota con todo el afectoque su ley prescribía, y que los judíos se manifestaban siempre recíprocamente.Lo primero que le ordenó fué el reposo: y en seguída le aplicó los remedios mas eficaces, para cortar los progresosde la fiebre que el miedo, el cansancio y la pesadumbre habíanacarreado al mísero hebreo


304 IYA.NHOK.Al día siguiente, Isaac quiso lavantarse y continuar la marcha;y aunque Natán se opuso á esta determinación, como médico y comoamigo, diciéndole que aquella locura podria costarle la vida, no nudoreducirle á quedarse, pues Isaac aseguraba que mas que la vidale importaba el negocio que le llevaba á Templestowe.—¡A Templestowe! dijo el Rabino sorprendido; y volviendo a tomarleel pulso, decía entre sí: el pulso ha bajado, pero ha dejadotrazas en el cerebro.—¿Y porqué no? dijo Isaac: yo bien sé que allí se anidan los mascrueles enemigos que tuvieron jamás los hijos de Israel; pero yasabes que los negocios del tráfleo son imperiosos, y que á veces tenemosque acudir á los preceptorios de los Templarios y á las ene< -miendas de los de, san Juan como si no fueran el azote de nuestropueblo (1).—Lo sé, dijo Natán; pero quizás no ha llegado á tu noticia queLucas de Beaumanoir, jefe de los Templarios ó (irán Maestre, cornoellos dicen, se halla á la hora esta en Templestowe.—Lejos estaba de figurármelo, respondió Isaac, porque las últimascartas de nuestros hermanos de París decían que á la sazón sehallaba en aquella ciudad, implorando socorros de Pelipe contra eisultán Saladino.—Hace pocos días en efecto que ha llegado á Inglaterra, cuandomenos le aguardaban sus hermanos: y viene armado de cólera yde venganza á corregir y á castigar. Está furioso contra todos losde su orden que han faltado ó los votos y á las reglas de ella, y eso?caballeros tiemblan como la hoja en el árbol. ¿No has oido hablarde Lucas de Beaumanoir?—Y" tanto, dijo Isaac. Los cristianos le aplauden como el mas celosoobservador de todos los puntos de la ley nazarena; y nuestroshermanos le llaman feroz destructor de sarracenos, y tirano do ioshijos de Israel.—Y no se engañan, contestó el Rabino, otros Templarios ceden alos placeres mundanos, ó á las promesas de oro y plata; pero eseBeaumanoir es hombre de otro temple. Odia la sensualidad, despreciael dinero, y solo aspira á morir matando sarracenos. Este(1) Las casas d« ios caballeros Templarios se llamaban preceptorios, y preceptor-jl superior década una de ellas. Corno los principales caballeros de la orden de Sa¡iJuan, que después fin; de Malta, eran comendadores, sus casas se llamaba» eivomieudas:pero ambos títulos so daban ¡udiaüntameute & unas y á otras,


CAFÍTULO xxxv. 305hombre ha cobrado tal ojeriza al pueblo de Israel, que con razóndebemos temerle. Dice cosas impías y falsas de la virtud de nuestrasmedicinas, como si fueran ensalmos y amaños de Satanás. ElSeñor lo confunda.— Sin embargo, repuso Isaac, tengo de ir á Templestowe, aunqueme echen los que lo habitan en un horno ardiendo.»Entonces esplicó á Natán el motivo de su espedicion. El Rabinole oyó con interés, y manifestóel dolor que le producía aquella desgracia,del modo en que solían hacerlo los de su creencia; desgarrandosus vestiduras, y esclamando: ¡Oh hija mía, hija mía! ¡Ohhija de Sion! ¡Oh cautiverio de Israel!—Ya ves, dijo Isaac, que el negocio urge, y que no puedo detenerme.Quizás la presencia de Lucas de Beaumanoir, que es eljefe, retraerá á Lrian de Bois-Guilbert de los atentados que medita,y le inducirá á restituirme la prenda que me ha robado.—Ponte en camino, hermano, dijo el Rabino, y ten prudenciaque fué la que salvó á Daniel en la cueva de los leones. Quiera e\Dios de Abraham que todo salga á medida de tus deseos. En todocaso, huye de la presencia de Lucas de Beaumanoir, que tiene particulardeleite en ultrajar y vilipendiar á los Isrealitas. Habla á solascon ese Bois-Guilbert, y quizás lograrás reducirle; porque lagente dice que esos nazarenos del preceptorio están divididos enbandos. Dios desbarate sus consejos. Pero, cuenta con que vuelvasá referirme el éxito de tu empresa, y que mires siempre esta casacomo la de tu padre. ¡Pobre Rebeca! la discípula de la sabia Miriam,de cuyas medicinas decían esos desacordados nazarenos queeran obras de nigromancia.»Isaac de York se despidió de su huésped, y al cabo de una horade marcha se halló á las puertas del preceptorio.Este establecimiento de los Templarios ocupaba el centro de unasvastas praderas, que el fundador habia legado á la orden. Estabai>ien fortificado, porque los Templarios nunca descuidaban estaprecaución, que ala sazón era de suma importancia, estando tanagitada y revuelta Ihglaterra. Dos alabarderos, vestidos de negro,guardaban el puente levadizo, y otros dos, con el mismo trage, sepaseaban á pasos mesurados sobre la muralla, pareciendo espectrosmas bien que hombres. Tal era el uniforme de los empleados inferioresde la orden desde que el uso del ropaje blanco, semejante alde los caballeros y escuderos, habia dado origen, en las montañas20


306 IVANHÓE.de Palestina, á la formación de unos falsos Templarios que habianacarreado gran deshonra á los verdaderos. De cuando en cuandoatravesaba el patio un caballero déla orden, con su manto blancola cabeza inclinada, y los brazos cruzados. Si se encontraban dos,se saludaban en silencio, con una profunda cortesía: porque tal erala regla que observaban, fundada quizás en lo que dice la Escritura:«pecado hay en muchas palabras, y la vida y la muerte estánen tu lengua.» En fin la severa disciplina de Lúeas de üeaumanoirhabia hecho renacer el ascético rigor de los tiempos primitivos delTemple, en lugar del desorden en que por tanto tiempo habia vividoaquella orden militante.Isaac se paró á la puerta, sin saber como podría introducirse enel preceptorio: porque sabia que la nueva severidad de los Templariosno era menos funesta á los de la nación hebrea, que su antiguodesarreglo; y que á la sazón, la ley que profesaba le esponia ála persecución de los caballeros, como en otra época su riqueza lehabría espuesto á las estorsiones de su implacable tiranía.Entretanto Lucas de üeaumanoir se paseaba por un pequeño jardindel proceptorio, situado dentro de las murallas; y conversabatriste y confidencialmente con uno de los caballeros de la ordenque habia venido en su compañía de Tierra Santa.El Gran Maestro era un hombre avanzado en edad, como ¡o denotabael color de su larga barba y de las pobladas cejas que sombreabansus ojos; mas' los años no habian apagado el fuego que en estoscentelleaba. Sus facciones ásperas, y la espresion de fiereza que enellas se leía, anunciaban el guerrero intrépido y formidable; entanto que la palidez de su rostro, y el orgullo de sus miradas dabaná conocer su valor y entereza, y la secreta satisfacción del que sejuzga superior á cuantos le rodean. En medio de estos rasgos peculiaresde su fisonomía, se notaba en ella cierto aire de nobleza ymagnanimidad, debido sin duda á su trato frecuente con príncipesy soberanos, y al ejercicio de la autoridad suprema, en una sociedadde guerreros, ligados no menos por las leyes del honor, quepor las reglas de su instituto. Su estatura era elevada, y á x>esar deios años y de los trabajos, erguida y majestuosa. El corte y hechurade su manto, eran los mismos que prescribía la orden de sanBernardo; y se componía de un paño común, ajustado al cuerpo,con la cruz peculiar á la orden, de paño color de grana, sobre elhombro izquierdo. No adornaban este atavío los armiños con que


CAPÍTULO XXXV.se engalanaban los prelados de otras-órdenes .religiosas; pero enconsideración ¡i su edad, se había aprovechado del permiso que ledaba la regla, y llevábala túnica forrada de piel de cordero, con lalana hacia afuera, que era el mayor lujo que su conciencia le permitíausar, en vez de los ricos forros de pieles estradas, tan á la modaen aquellos siglos. Tenia en la mano el báculo correspondiente ásu dignidad. Llamábase aMciw.y terminaba por la parte superior,envina placa redonda, en que estaba grabada en medio de una orla,la cruz octangular de la orden. Su compañero estaba vestido delmismo modo; pero el profundo respeto con que le hablaba, dah* áentender que nada era igual entre ellos, sino el trago. Aunque* erapreceptor, ó superior ele una de las casas de la orden., no marulhtbade frente con él, sino algadetrás; de manera que el gran Maestrepudiera dirigirle la palabra sin volver la cabeza.Conrado, decía Lúeas de Beaumanoir, querido amigo y compartero en mis batallas y peligros, en tu fiel corazón puedo desahogar¡as cuitas que atosigan el mió, En tí solo puedo depositar mis ardientesdeseos de reunirme con los justos-. Ninguno de los objetosque se han presentado hasta ahora á mis ojos en Inglaterra me haservido sino esde tormento y mortificación, salvo lasjtumbasde noestros hermanos, (pie aun adornan la iglesia de laórden en la orgullo -sa capital. ¡Oh, valiente ltoberto de,Eos! esclamaba yo interiormente:al ver las estatuas do aquellos buenos soldados de la cruz recostadassobre sus sepulcros. ¡Ohdigno Guillermo de Mareschal! abrid vuestrasmoradas de mármol, y admitid á un hermano, cansado de Javida, que mas bien quiere pelear con cien paganos, que ser testigode la decadencia, de su santa orden.—Escierto, respondió Conrado Mont-Fitchet, es demasiado cierto.Las irregularidades de nuestros hermanos de Inglaterra son muchopeores que las de los de Francia.—Porque son mas ricos, decia el gran Maestre. No e> por alabarme:pero ya sabes la vida que he llevado, mi celo en cumplir hastalos ápices do nuestra regla. Mi deseo es pelear con gentes endiabladasy perversas, mí incansable ardor es acometer al león rugiente,que gira en tomo buscando á quien devorar. Buen caballero, eclesiásticodevoto: á esto he aspirado en el curso de mi larga esperiencia.Mi divisa ha sido lo que dice nuestro padre san Bernardo, en elcapítulo cuarenta y cinco de nuestra constitución: ni leo xmperferiat-nr.Este es el ardor que ha devorado mi sustancia y m ; jugo vi-


308 1VAMI01S.tal, y hasta mis nervios y la médula de mis huesos, Pero por el santoTemple 1-e juro, que si no eres tú y algunos pocos que conservanla severidad del instituto, no veo entre nuestros hermanos, sinohombres indignos del hábito que visten. ¡Que diferencia entre loque prescribe nuestra regla, y el modo que tienen de observaría losTemplarios del día! Se les prohibe usar de galas profanas, de crestónen el yelmo, de oro en el freno y en los escritos. ¿Y acaso hay caballerosque se presenten con tanto lujo y esplendor en los campamentosy justas, como los humildes soldados del Temple? Se. lesprohibe el ejercicio de la cetrería, la caza con arco y ballesta, todadiversión campestre y destructora, todos los desórdenes á que ellasdan lugar. ¿Y dónde están los mas acreditados cazadores, y los halconesmas famosos, y las jaurías mas nombradas, si no es en nuestrospreceptorios? Se les prohibe leer, salvo los libros que los superioresles permitan, y las vidas de los sautos, en las horas de refectorio;se les recomienda que empleen todos sus esfuerzos en estriparja magia y la heregía; y todo el mundo les acusa de estudiarlo»malditos secretos cabalísticos de los judíos, y la nigromancia dejos sarracenos. Se les prescribe una rigorosa abstinencia, comidassencillas y frugales, como raices, potajes, frutas; carne, solo tresveces la semana; porque el uso diario de las sustancias animalestrae corrupción al alma y al cuerpo; y sus convites son tan delicadosy opíparos como los de los monarcas mas poderosos. La bebidade nuestros antepasados era el agua pura de la fuente; y hoy, cuandose quiere exagerar el destemple de un bebedor, se dice comunmenteque se las apuesta con un Templario. Kste jardín en que estamos,hermoseado con árboles peregrinos, y plantas curiosas delos climas mas remotos ¿no es mas propio del serrallo de un Emir,que del humilde retiro de los siervos del verdadero Dios? ¡A Conrado!Y si no fuera mas que esto! ¡Si se redujeran á estas prácticasviciosas la relajación de nuestra disciplina y la corrupción de nuestrascostumbres! Va sabes que no nos es lícito recibir aquellas devotasmujeres, que eu los primeros tiempos se asociaban como hermanasde la orden: porque, como dice el capitulo cuarenta y seis,el enemigo se vale de la compañía de las mujeres para apartar ámuchos de! verdadero camino. Y además, en el último libro, quees como la cúpula del edificio glorioso alzado por el santo Fundador,senos prohibe hasta dar el ósculo de cariño á nuestras madresy á nuestras hermanas: v.l omnium mwlienm oscula fiigiantnr.


CAPÍTULO xxxv. 309cómo se observan estos preciosos documentos? Me avergüenzo, amigomió; me lleno de rubor al reflexionar en la corrupción, en la liviandadque se notan en nuestros compañeros. Estos males turbany molestan, en medio de las delicias celestiales de que están gozando,á las almas de nuestros puros fundadores: de Hugo de Payen,de Oodofredo de S. Omer, y de los otros siete bienaventurados quese les unieron para consagrar sus vidas al servicio ycustodia delTemple santo. Yo les he visto, Conrado, en los éxtasis y raptos demi espíritu: les he visto llorar lágrimas amargas, al considerarlospecados y locuras de sus hijos; ese lujo frenético, ese espíritu mundanoque los pierde y alucina. «Beaumanoir, me decían aquellos varonesangélicos: dormido estás, despierta. Mira esa mancha que afealos muros del Temple; esa mancha semejante á la que deja la lepraen las paredes del leproso. Los soldados de la Cruz, que deberíanhuir de las miradas de la mujer, como de las del basilisco, vivenen pecado, no solo con las de su propia creencia, sino con las hijas(iel maldito pagano y con las del mucho mas maldito hebreo. Beaumanoir,sal de ese letargo; venga la causa de la Orden. Mata, destruyeá los pecadores; no distingas de sexo ni de religión.» Esto medijo aquella visión; y ya estaba yo dispierto, y aun oia el ruido de¡a armadura de aquellos santos guerreros y de sus mantos, tan alijosy tan puros como su espíritu, fíi... sabré obedecerles; purificaréla fábrica del Temple. Las piedras empapadas en crímenes, caerána! suelo á impulsos de mi brazo.Cautela, sobre todo, reverendo padre, decia Montddtchet. El tiempoy la costumbre han arraigado profundamente el mal. La reformaes justa y necesaria; pero debe ser prudente.—No, sino pronta y terrible, dijo el gran Maestre. La Orden estáá la orilla del precipicio. La sobriedad, el zelo, la piedad de nuestrospredecesores les grangearon poderosos amigos ; nuestra presunción,nuestra riqueza , nuestro lujo, nos han acarreado enemigosformidables. Despojémonos de esa opulencia, que tanta envidiacausa á los príncipes de Europa, de ese orgullo que les ofendeexaspera, de esas costumbres licenciosas que son el escándalo detodo el mundo cristiano. Conrado, oye esta predicción: la orden delTemple será completamente destruida ; las naciones de la tierra noconocerán el sitio en que estuvieron edificados sus cimientos.— Dios aparte de nosotros tamaña calamidad . esclamó el Preceptor.y


310 IVANHOE.—Amen, dijo el gran Maestre con tono grave y devoto; mas paraque Dios nos asista, debemos hacernos dignos de su misericordia.Conrado, ni el cielo ni la tierra pueden sufrir con paciencia la maldadde esta generación. La tierra sobre la cual se alza el edificio denuestro poder está ya minada : cuanto añadamos al engrandecimientode su estructura, servirá tan solo de precipitar su ruina. Siqueremos evitar esta catástrofe, retrocedamos de la carrera de lainiquidad; mostrémonos fieles campeones de la Cruz ; sacrifiquemosá nuestra vocación , no solo nuestra sangre y nuestra vida,sino nuestro reposo, nuestros afectos naturales, y hasta los placeresy recreos que pueden ser legítimos en otros; pero que son vedad'osá los guerreros y defensores del Temple del Señor.»Apenas habia concluido el gran Maestre su declamatoria homilía,se presentó en el jardín un escudero, vestido con el humildetrage que usaban los aspirantes de la Orden; los cuales durante elnoviciado, no podían usar el ropaje ni la armadura de los caballeros.Hizo una profunda reverencia, y se mantuvo en pié sin desplegarlos labios, aguardando que el superior le diese licencia dehablar.«Aquí tienes á Damián, dijo Lúeas de Beaumanoir, con el atavíocorrespondiente á la humildad cristiana, y en el ademan respetuosoy modesto que conviene al que se halla en presencia de su prelado;y no hace tres días que estaba tan engalanado como un saltarín, yque andaba á brincos y piruetas, como si estuviera en un estrado.Habla,, Damián .• ¿qué ha ocurrido?—Un judío está á la puerta de las murallas, noble y reverendopadre: y pide licencia de hablar con el hermano Brian de Bois-(iruilbert.—Has hecho bien en prevenírmelo, dijo el gran Maestre. El hermanoConrado de Mont-Fitchet es preceptor de la Orden ; mas enmi presencia no es mas que los otros hermanos. Me importa observarla conducta de ese Brian, añadió, volviéndose á su amigo.—Todos dicen que es un valiente caballero, respondió Conrado.— En punto á valor, no hemos degenerado de nuestros predecesores, los héroes de la Cruz. Pero Brian vino á la orden cuando sehabian frustrado sus esperanzas mundanas : renunció al siglo, nocon la sinceridad de su alma , sino á impulsos del despecho y delení^OcDesde entonces no ha sido mas que un agitador activo, un revoltoso,un hombre inquieto .y desasosegado, el jefe do todos los que


CAPÍTULO XXXV. 311resisten á mi autoridad y murmuran de mis reformas. Es menester»Hie sepa el tal Brian y todos los que se le parecen que la Providenciadivina lia puesto en mis manos el cayado y la vara: aquel paraapoyar al débil y al enfermo; esta para corregir al delincuente yal díscolo, Damián, venga el judío á mi presencia.»Damián hizo otra reverencia y salió del jardín ; dentro de pocosminutos volvió á presentarse conduciendo á Isaac de York. El esclavodesnudo que parece ante un implacable tirano de Oriente, yaguarda á cada instante la señal que ha do abatir su cabeza, no esperimentaun terror mas profundo que el que se, apoderó del judíocuando se vio enfrente del formidable Oran Maestre de los Templarios.Llegado que hubo á distancia de tres varas de Laicas de Beaumanoir,este le hizo seña con el báculo que no pasase mas adelante.El judío se arrodilló, besó la tierra en señal de reverencia, y levantándosetrémulo y confuso, quedó en pié, con los brazos cruzadosy los ojos fijos en el suelo.—Damián, dijo el Oran Maestre, retírate, y ten una guardia listapara recibir mis órdenes. No permitas que nadie entre en el jardínhasta que yo llame.» El escudero obedeció el mandato de su jefe.«Judío, dijo el anciano, óyeme: ni yo gusto do perder el tiempo idlas palabras , ni me conviene tener larga conversación contigo. Sébreve por tanto á las preguntas que yo te haga, y sobre todo, nodigas mas que la verdad. Si te atreves á engañarme, he de hacerque te arranquen la lengua.»El judío iba á responder : mas el Oran Maestre le detuvo.«Silencio, dijo Beaumanoir, no hables sino es para responder ámis preguntas. ¿ Cuáles son tus negocios con el hermano Brian deBois-Guilbert ?»Isaac no sabia salir de aquel lance. Si referia la verdad, temía escandalizaral inflexible Oran Maestre, de lo cual podrían originárselefatales consecuencias. Si ocultaba el objeto que allí le traía,¿qué esperanza le quedaba de rescatar á su hija? Beaumauoir conociósu embarazo, y se dignó dirigirle algunas palabras benignasy templadas.¿Nada temas, le dijo, si obras con rectitud. Responde sin disfraz,y declara los negocios que tienes con Brian de Bois-Guilbert.—Soy portador de una carta , dijo el Judío, con voz trémula , yagitada, que el prior Aymer, de la abadía de Jorvaulx dirige albuen caballero Brian de BOis-Guilbert.


312 IVANHOE.—i En qué tiempos estamos, Conrado ! dijo el Maestre. Un prior dela orden del Cister escribe á un soldado del Temple, y no encuentramensagero mas á propósito que un perro judío. Dame esa carta.»Isaac desató temblando la cubierta del gorro armenio que usaba,en la cual para mayor seguridad, habia guardado la carta delprior; y ya iba á acercarse al Maestre, estendiendo el brazo y encorvandoel cuerpo, ¡i fin de abreviar lo menos posible la distanciarespetuosa en que se habia colocado.—Atrás, impío, dijo el gran Maestre : yo no toco la gente de tucasta sino es con la punta de mi acero. Conrado, toma ese papel, yentrégamelo.-»Beaumanoir examinó el sobrescrito, y empezó á desatar el hiloque lo aseguraba. « Reverendo padre, dijo Conrado, interrumpiéndole,aun que con ademan respetuoso. ¿Vais á romper el sello?—¿Y porqué no? dijo Beaumanoir. ¿No está escrito en el capítulocuarenta y dos de leeüone lilcrarmn que ningún Templario puederecibir cartas , aunque sean de su padre , sin permiso del granMaestre, ni leerlas sino es en su presencia ?eBeaumanoir leyó precipitadamente la carta de Aymer, con grandesgestos de horror y de sorpresa : volvió á leerla mas despacio, yentregándosela á Conrado con una mano, y dándole una palmadaen el hombro con la otra : he aquí, le dijo , una correspondenciadigna de dos cristianos. ¿Cuándo , añadió con voz pausada yalzándolos ojos al cielo, cuándo vendrás con el bieldo á limpiar estaora de mies corrompida?Mont-Fitchet tomó la carta, é iba á leerla en voz baja. Léela enalto, dijo el gran Maestre: y tú, judio, escucha atentamente, que escosa que te atañe.Conrado leyó lo siguiente : «Aymer, por la gracia de Dios, Priorde la casa Cistereiense de santa María de .íorvaulx, á sír Brian deBois-Guilbert, caballero de la santa Orden del Temple, salud. Sabed, carísimo hermano, que nuestra presente condición no es delas mas agradables , puesto que nos hallamos en manos de ciertosdesalmados bandidos, que han detenido nuestra persona , y nosexigen rescate ; y en esta situación hemos tenido noticia de la desgraciade Eren te-de-buey, y de vuestro escape con la judía. Nos:hemos alegrado sinceramente de saber que estáis libre de todo peligro;sin embargo, por lo que respecta á la hebrea os rogamos queuséis de cautela : porque corren voces de que vuestro gan Maestre


CAPÍTULO XXXV. 313viene de Normandía con eldesigmio de ajustaroslas cuentas. Portanto el rico judío su padre, Isaac de York, habiéndome rogado queinterceda en su favor, no he tenido inconveniente en hacerlo, aconsejándoosque se la restituyáis. No dudo queme complaceréis comoverdadero hermano.Hasta que nos veamos , en mejores circunstancias que las presentes.Dado en esta caverna de ladrones , después de la madrugada.AYMI.R, Pr. S. M. Jorvolciencis.»


314 IVANHOE.doles de la eterna ventura celestial. Bien dice nuestra santa regla:acometamos al león , destruyamos al que todo lo destruye : y diciendoestas palabras, blandía el báculo, símbolo de su dignidad,como si tuviese delante á un enemigo y fuese á batallar con él. Tubija, añadió, hace sin duda esas curas prodigiosas por medio depalabras, y ensalmos, y otras prácticas cabalísticas.—No, reverendo y bravo caballero, dijo Isaac. Lo quemas comunmenteempleaos un bálsamo de raras virtudes, cuyo secreto posee.—¿ Quien le descubrió ese secreto ?—Miriam, sabia matrona de nuestra tribu.—Ah! falso judío! esclamó el gran Maestre. Miriam , la hechiceraabominable, cuyos sortilegios llenaron el mundo do horror y escándalo.Pues bien : esa perversa murió en una hoguera, y sus cenizasfueron esparcidas á los vientos: y quiera Dios que suceda lomismo á la orden de los Templarios, si la discípula no esperimentala suerte de la maestra. Yo le enseñaré á usar encantos con los soldadosdel Santo Temple. Damián, echa á ese judío por la puerta dela fortaleza, y déjalo muerto si vuelve ó si hace la menor resistencia; y con su hija , tomaremos las medidas que correspondan ánuestra dignidad.El pobre Isaac fué arrojado del preceptorio : sus ofertas, sus suplicasfueron infructuosas. Volvió á casa del Rabino, á consultarcon él sobre el partido que debia abrazar en tan terrible apuro.Hasta entonces solo le había inspirado recelo el honor de Rebeca:mas ya se trataba de su vida. El gran Maestro mandó llamar a)preceptor de Templestowe.CAPITULO XXXVI.Alberto Malvoisin, presidente, ó según el lenguaje técnico de laorden de los Templarios, preceptor de la casa de Templestowe, erahermano de Felipe de Malvoisin, de quien ya se ha hecho menciónen esta historia , y como aquel barón , amigo íntimo y aliado deBrian de Bois-Guilbert.Alberto sobresalía entre los hombres disolutos y perversos deaquella época; pero se diferenciaba de Brian, en que sabia echar ú


CAPÍTULO XXXVI. 31f>sus vicios y á su ambición el velo de la hipocresía. Si no hubierasido tan repentina la llegada del gran Maestre, nada hubiera notadoen Templestowe que no fuera conforme á la severidad primitivadel instituto; y aun, á pesar del descubierto en que se halló áios ojos del rigorosísimo Beaumanoir, oyó con tanto respeto ycontrición sus amonestaciones, y se dio tanta prisa en reformarlos desórdenes que dominaban en el preceptorio, introduciendo lasesterioridades del orden en donde acababa de reinar el desarreglo,que Lúeas de Beaumanoir empezó á mejorar la mala opinión quede él habia formado al principio, y á creer que era hombre de sanamoral y de buenos y nobles sentimientos. *Pero estas favorables ideas so disiparon en gran parte, cuando elgran Maestre llegó á entender que Alberto habia hospedado en elpreceptorio auna cautiva hebrea, la cual, según todas las aparienciashabia sido arrebatada do los brazos de su padre: así que, cuandoel preceptor compareció ante el gran Maestre, lo primero que"ste hizo, fué lanzarle una terrible mirada.«En esta casa, dedicada á, los altos fines de la orden de los caballerosdel Temple, dijo con tono severo Lúeas de Beaumanoir, sehalla á la hora esta una mujer judía, traída á su respetable recintopor uno de nuestros hermanos, y con vuestro consentimiento, señorpreceptor.»Alberto quedó inmóbil y aterrado; porque la infeliz Kebeca habiasido alojada en un ala secreta y remota del edificio; y se habíantomado además todas las precauciones necesarias para apartarla delas miradas de los curiosos. Leyó en los ojos del gran Maestre laruina de Bois-Guilbert y Ta suya propia, si no conseguía alejar latempestad que les amenazaba.:¿Forqué callas? dijo Beaumanoir.—¿Me es lícito justificarme? preguntó el Preceptor con hipócritahumildad, aunque con el solo objeto de ganar tiempo, á fin deimaginar alguna respuesta que pudiese dar el colorido de la prudenciay de la regularidad á su conducta.—Licencia tienes; habla, dijo el gran Maestre: habla y dime sitienes noticia de nuestro instituto.—Seguramente, reverendo padre, respondió el preceptor. No hesubido al alto puesto que ocupo en la orden, sin estar penetradode tan importantes preceptos.— ¿Pues cómo has permitido que profane y contamine estos sa-


316 ITANHOE.grados muros una mujer, y mucho mas siendo judía y hechicera?—¡Una judía hechicera! esclamó Alberto de Mabvoisin. ¡Dios noslibre!—Sí, hermano; una judía hechicera. ¿Te atreves á negar que esaKebeca es hija del vil usurero Isaac de York, y discípula de la perversay maldita Miriam?—Vuestra sabiduría, reverendo padre, dijo el Preceptor, ha disipadolas tinieblas de mi entendimiento. Estrado es en efecto queRois-Guilbertesté tan prendado de la hermosura de esa mujer; masno es estraño que yo haya procurado poner estorbos insuperablesá esa pasión. Con este objeto la he recibido en esta casa; pues miintención era evitar que hubiese el menor trato entre ellos, dandoá nuestro hermano el tiempo de volver en sí, y de considerar elabismo en que iba á precipitarse.—¿Ha pasado algo entre ellos, dijo el gran Maestre, contrario álos votos que profesamos?—¡Qué! ¡bajo los techos del preceptorio! esclamó Malvoisin. ¡Diosnos ampare y defienda! No, reverendo padre: si he faltado en abrirlas puertas á esa mujer, ha sido para evitar mayores males. La pasiónde Bois-Guilbert me ha parecido efecto de locura mas bienque de perversidad; y he creído que podría curarse mas eficazmentepor medio de la blandura que con reconvenciones y castigos.Mas puesto que tu sabiduría ha descubierto que la hebrea está iniciadaen las artes diabólicas, quizás deberemos atribuir á su influjola desventura de nuestro hermano.—No hay duda; no hay duda, dijo Beaumanoir. Observa, Conrado,cuan peligroso es ceder á los primeros halagos del enemigo. Noscomplacemos en mirar á una mujer para satisfacer una vana curiosidad,y para deleitarnos en esa flor engañosa que se llama hermosura:de esta criminal flaqueza se vale Satanás, para completar consus artes infernales la perdición que tuvo origen en la indiscrecióny en la ociosidad. Puede ser que nuestro hermano merezca mascompasión que castigo; y el apoyo del báculo, mas bien que elgolpe de la vara. ¡Quiera Dios que podamos restituirle al seno desus hermanos, y al conocimiento de la verdad!—Fuera lástima por cierto, dijo Conrado Mont-Fitchet, que la(•rden perdiera una de sus mejores lanzas, cuando mas necesita elapoyo de todos sus hijos. Trescientos Sarracenos han perecido ámanos de Brian de Bois-Guiibert


CAPÍTULO XXXVJ. 311—Tienes razón, dijo el Oran Maestre, procuremos deshacer el encantode que es víctima ese desgraciado. El favor del cielo romperálos lazos de esta Dálila, como Sansón rompió las cuerdas conque le habían atado los Filisteos, y Brian quedará libre de sus cadenas,y volverá á verter á raudales la sangre de los infieles. Maspor lo que hace á esa maga aborrecible que se ha atrevido á ejercersus hechizos con un soldado del Temple, la impía morirá demuerte.—¡Y las leyes de Inglaterra! dijo Malvoisin, el cual, aunque mirabacon placer que la cólera de su superior habia tomado una direccióndiferente de la que él temía, procuraba moderarla; á fin deque no llegara al estremo.—has leyes de Inglaterra, dijo el gran Maestre, permiten y mandaná cada uno juzgar y ejecutar justicia en los límites de su jurisdicción.El Barón menos ilustre puede prender, sentenciar ycondenar á una hechicera que ha delinquido en sus dominios. ¡Yno tendrá la misma facultad el gran Maestre de los Templarios enios muros de un preceptorio! Sí: la juzgaremos y pronunciaremossentencia. La hechicera pagará con la vida, y el descarrío de Brianserá perdonado. Dispon la sala del castillo para el juicio.liberto de Malvoisin hizo una reverencia, y se retiró, no á darlas disposiciones que el gran Maestre le habia mandado, sino ábuscar á Bois-Guilbert, y á darle cuenta de todo lo que pasaba. Notardó en encontrarle, pateando de rabia de resultas de los nuevosdesaires que le habia hecho la judía. «¡Ingrata! decia. ¡Perversa, Aquien en medio de las llamas y de la sangre salvé la vida, arriesgandola mía propia! Te juro que por arrancarla de aquel peligrome detuve en el castillo de Frente-dc-buey hasta que ya crugianlas vigas sobre mi cabeza. Fui blanco de cien flechas, que golpeteabanen mi armadura, como el granizo en un techo de plomo, y solome serví de mi escudo para protegerla. Esto he hecho por ella;y ahora la infame me maldice porque no la dejé perecer en el incendio;y no solo no quiere darme la mas pequeña señal de agradecimiento,pero ni aun la roas remota esperanza de que llegue eidía en que me trate con menos crueldad. El Diablo se ha apoderado•le su persona.


318 IVA.NHOK.que tengo, creo que Lúeas de Beaumanoir tiene razón cuando diceque esta doncella te ha trastornado con maleficios.—¡ Lucas de Beaumanoir ! dijo Brian de Bois-(¡uilbert. ¡ Estas sontus precauciones, Malvoisin ! ¿ Has permitido que ese hombre sepaque Rebeca está en el preceptorio ?— ¿He podido estorbarlo acaso? dijo Malvoisin. Nada he omitidopara que este secreto quede entre los dos ; pero nos han vendido., ysolo puede haber sido el Diablo. Sin embargo, no te azores : la cosaestá mejor de lo que yo temí al principio , y tú no tienes nada quetemer si renuncias á tu proyecto. Eres digno de piedad, según diceBeaumanoir; te han hechizado. Bebeca es nigromante, y comotal debe morir.— No morirá, esclamó Bois-G uilbert.— Morirá, y debe morir, respondió Malvoisin: ni tú, ni yo podemossalvarla. Lúeas de Beaumanoir ha jurado la muerte de la israelita, y tú no ignoras sus deseos y su poder de ejecutar su intento.— ¿ Creerán los siglos futuros que haya podido existir en el nuestrotan estúpida crueldad ? decia Brian de Bois-Guilbert, paseándoseaguadamente por la pieza.— Crean, dijo el Preceptor, lo que les dé la gana; lo que yo creoes que en el siglo en que vivimos, de los ciento los noventa y nueveresponderán amen á la sentencia del gran Maestre.— No importa, dijo Brian. Alberto, tú eres mi amigo, deja escapará la hermosa Rebeca, y yo la haré llevar á un sitio secreto yseguro.—Aunque quisiera, no puedo: dijo el Preceptor: la casa está lieñade criados y asistentes del gran Maestre , y de templarios queestán á su devoción : y, si quieres que sea franco contigo, aunquesupiera salir bieu con la empresa, no me atrevería á engolfarme entantas honduras. Harto me he comprometido por darte gusto: noestoy de humor de tener á cuestas una sentencia de degradación,ni de perder el preceptorio por los ojos negros de una judía. Si quieresguiarte por mi consejo , echa el halcón á otra parte. Piénsalobien, Brian : tu dignidad actual, tu engrandecimiento futuro, tododepende de la opinión que goces en la orden. Si te obstinas en retenerá Rebeca , das ocasión á Beaumanoir para que te eche delTemple ; y es hombre que no sabrá desperdiciarla. Tiene sobradoapego al báculo que su trémula mano empuña, y ya ha sospechadoque aquel es el término de tus miras. Te arruinará cuando le


CAPÍTULO XXXVI. 819*ofrezcas el menor pretesto, y no es friolera esto de proteger á unajudía, ítem mas hechicera. Cédele en este asunto, puesto que no tequeda otro arbitrio.— Malvoisin, dijo Bois-Guilbert: alabo tu serenidad.— Brian , respondió el Preceptor , un amigo sereno y de sangrefría es el único que puede darte consejos saludables. No te cansesen dar coces contra el aguijón: por mas que hagas, no puedes salvará Rebeca; mas te digo : te espones á perecer con ella. Échate álos pies del gran Maestre...— ¡Echarme á sus pies! esclamó con ojos iracundos el altivo éindómito templario. No , Alberto. Iré á verle, y le diré en susbarbas...—Pues bien , continuó Malvoisin ; díle en sus barbas que estásloco de amor por la judía, y verás la prisa que él se da en despacharla.Y tú, cogido con las manos en la masa, en un delito contrarioá nuestro instituto , no puedes contar con el socorro, de tushermanos: y abandonando todas las quimeras de poder y de ambición,tendrás que alistarte como un lancero mercenario , y tomarparte en las revueltas de Flandcs y Borgoña.—Dices bien, Malvoisin , respondió Brian , después de haber reflexionadoalgunos momentos. No quiero que Beaumanoir se ria demí; y por lo que hace á Rebeca, la tengo por indigna de que yo espongami vida y mi honor en bien suyo. Debo abandonarla, y dejarlaseguir su suerte.—No te arrepentirás de esa resolución, dijo Malvoisin. Las mujeresson juguetes que nos divierten en los ratos perdidos : el negocioprincipal de la vida es la ambición. Perezcan mil veces todas lashermosas antes que tú vuelvas el pié atrás en la brillante carreraque has emprendido. A Dios, que no conviene prolongar esta conversación.Voy á preparar todo lo necesario para el juicio.— ¡ Qué ! ¡ tan pronto ! dijo Bois-Guilbert.—- Si, respondió el Preceptor; el juicio va de prisa cuando ya estápronunciada la sentencia de antemano.— Rebeca, dijo Bois-Guilbert, cuando quedó solo. ¡ Qué caro mecuestas! ¿ Porqué no me es dado abandonarte á tu suerte, como estefrió hipócrita me aconseja ? Haré un esfuerzo por salvarte; peroi ay de tí si continuas ingrata á mis beneficios! Mi venganza seráentonces igual á mi amor. Bois-Guilbert no arriesga el honor y lavida, para tener en galardón injurias y desprecio.-


320 IVANH01S.Apenas hubo dado el Preceptor las órdenes necesarias , cuandoConrado Mont-Fitchet vino á noticiarle que el gran Maestre habiadecidido proceder al juicio sin pérdida de tiempo.«¿Qué delirios son estos ? dijo Alberto de Malvoisin. Toda Europaestá llena de físicos hebreos ; y por cierto que nadie atribuyasus curas portentosas al arte mágica ui á los sortilegios.— El gran Maestre, respondió Conrado, piensa de otro modo; yAlberto, hablemos claro. Hechicera ó no, mas vale que esta judiaperezca, que ver la orden dividida por disensiones y bandos, ó privadade un guerrero como Brian. Ya sabes que su reputación esgrande, y que la merece ; mas de nada le serviria si el gran Maestrele creyera cómplice, y no víctima de la hebrea. Aunque perecieracon ella todo el pueblo de Israel, mejor es que muera sola, y queno perdamos un miembro útil, y con él la fama de nuestra granfamilia,— Hasta ahora he estado batallando con él, y persuadiéndole queta abandone, dijo Malvoisin ; pero seamos justos : ¿hay motivos suficientespara condenar á esa infeliz como hechicera? ¿Qué dirá elgran Maestre cuando vea que la acusación carece de pruebas?— No carecerá, dijo Conrado ; sobrarán pruebas irresistibles paracondenarla.— Pero no se nos da tiempo para preparar la máquina, respondióMalvoisin.—Prepárala lo mas aprisa que puedas, dijo Conrado, y te saldrála cuenta. Templestowe es un pobre preceptorio: el de la casade Dios tiene rentas dobles y otras muchas ventajas. Encárgate dedisponer los pormenores del proceso, y ya sabes que yo puedomucho con Beaumanoir. ¿Quieres ser preceptor de la casa deDios, en el fértil condado de Kent? ¿ Qué dices?—Entre los que han venido con Brian, dijo Malvoisin, hay doshombres que me son muy conocidos: porque estuvieron muchotiempo al servicio de mi hermano Felipe, y de él pasaron al chKrente-de-buey. Puede ser que ellos sepan algo acerca de Rebeca—Búscalos inmediatamente, dijo Conrado de Mont-Fitchet, yalgunos bizantes pueden refrescarles la memoria, no pares en eso—Despáchate, que el juicio ha de empezar á las doce, .tamas h


CAPÍTULO xxxvi. 321mediodía, cuando Rebeca oyó pasos eu la escalera secreta del aponerteque se le había destinado. El ruido indicaba la llegada demuchas personas, y esta circunstancia le causó alegría: porquemas temía las visitas privadas del feroz y apasionado Bois-Guilbert,que todos los otros males que podían sobrevenirle. Las puertasdel aposento se abrieron, y entraron Conrado, el preceptor, ycuatro alabarderos vestidos de negro.•.Hija de raza maldita, dijo Alberto de Malvoisin, levántate, y sígnenos.—¿A dónde, dijo Rebeca, y para qué?—Mujer, dijo Conrado, no te toca preguntar, sino obedecer. ¡Sabesin embargo, que vas á. ser presentada ante el tribunal del granMaestre de nuestra orden, para responder á los cargos que se tebagan.—•.Bendito sea el Dios de Abraham! dijo Rebeca, cruzando lasmanos. Hl nombre de juez es para mí como el de protector. Debuena gana te sigo: permíteme tan solo que me cubra con el velo »Rebeca bajó pausadamente la escalera, atravesó una larga galería,al fin de la cual, por una gran puerta, entró en el salón principalde! preceptorio, donde Lúeas de Beaumanoir habia reunido eltribunal de que, como gran Maestre de la orden de los Templarios,era presidente nato.La parte inferior de aquel vasto salón estaba llena de escuderosy gente délos alrededores, que con gran dificultad hicieron calleá Rebeca: la cual se presentó en medio de los don preceptores, yseguida de los cuatro alabarderos. Estos la condujeron al sitio queie estaba destinado. Al pasar por la muchedumbre, con los brazoscruzados y la cabeza inclinada, sintió que le habían puesto unpapel en la mano; mas ella continuó sin examinar su contenido.La idea de tener en aquel concurso alguna persona que se interesabaen su suerte le dio algún aliento; y alzando los ojos, echó unamiradaal sitio en que se bailaba; ycierto que le causó grande estrañezala escena que procuraremos describir en el siguiente capítuloCAPITULOXXXVII.El tribunal erigido para el proceso déla inocente y desgraciadaRebeca, era la plataforma, que, como hemos dichoanteriormente?21


322 IVANHOK,llenaba el testero dele* salones délas casas de aquella épocay servia tan solo para los dueños de la mansión y otras personasdistinguidas.Enfrente de la acusada se alzaba el dosel del gran Maestre, elcual estalla vestido con el ropaje de gala de la Orden, y tenia en lamano el báculo místico, símbolo de su autoridad. A sus pieshabía una mesa, y á ella dos secretarios, que tenían el cargo deponer por escrito todos los procedimientos de la causa. Las túnicasnegras de estos dos eclesiásticos, sus cabezas desnudas, y susmiradas graves y humildes, contrastaban con el aparato guerrerode los caballeros Templarios que asistían al juicio, ora como miembrosdel preceptorio, ora como individuos de la comitiva de Lúeasde Beaumanoir. Había cuatro preceptores en la audiencia, y ocupabansitios inferiores al del. gran Maestre, y algo mas elevadosque (1 piso inferior. Los bancos de los caballeros estaban al pié deitribunal y á la misma distancia de los preceptores que estos de!gran Maestre. Detrás de ellos, pero en la mis.na plataforma sehabían colocado los escuderos, con ropajes blancos, diferentes enhechura de los que usaban los otros individuos del Temple. Todoel concurso presentaba el aspecto de una gravedad majestuosaEn los rostros délos caballeros se notaba el aire militar correspondiente á su profesión, unido á la severidad y al recogimientopropios de unos hombres consagrados al servicio de Dios: esta última circunstancia era indispensable en presencia de un jefe comíBeaumanoir.En los otros puntos de la sala había guardias armados con partesanas,y otras muchas gentes atraídas por la curiosidad, y porel deseo (le ver á una hechicera judia, y al gran Maestre délosTemplarios. La mayor parte de estos espectadores eran dependientesde la Orden; como lo denotaban sus negros ropajes. Pero во sihabía negado la entrada á los habitantes de los pueblos y camposcircunvecinos: porque Lúeas de Beaumanoir tenia particular satisfacción en dar la mayor publicidad al edificante espectáculo de laadministración de la justicia. Inflamáronse sus grandes ojos azulesal considerar aquel aparato, como si lo envaneciera el papel queiba árepresentar, y la superioridad (pie le daban su puesto ymérito. Abriese la sesión con un salmo, que él mismo entono envoz suave; pero mas firme y segura de lo que correspondía á suedad. Este era el mismo que los Templarios cantaban, antes de ate


CAPÍTULO XXXVIIlinearal enemigo, y que Beaumanoir juzgó mas oportuno en aquellaocasión. Aquellos ecos majestuosos, repetidos por cien voces acostumbradasá entonar los loores del Altísimo, subieron á las bóvedasdel salón, y se esparcieron entre sus arcos, con un ruido semejanteal que produce una remota cascada.Cuando cesaron los cantos, el gran Maestre echó otra mirada entorno del concurso, y observó que uno de los asientos de los preceptores estaba vacío. Brian de Bois-Guilbert, que debía ocuparlo,se había colocado en la estremidad de uno de los bancos destinadosá los caballeros. Ocultábase en parte el rostro con un pliegue desu manto, y con la otra mano empuñaba la espada; divirtiéndose áveces en escribir con la punta envainada en el tablazón del pavimento.« ¡ Hombre desventurado! dijo el gran Maestre, después de haberle lanzado una mirada de compasión. Ya ves, Conrado, cuantole abruma esta obra. Mira á que estado se halla reducido un valiento y digno caballero por las miradas de una mujer, á quienha prestado su sabiduría el enemigo común. Ni se atreve á mirarnos, ni osa lijar sus ojos en la que, ha causado su ruina. ¿Sabes loque está formando con la punta de la espada? Letras cabalísticasque ie, sugiero el Demonio. Quizás es un pacto fraguado contra mivida: pero yo lo miro con desprecio.»Después de este diálogo, que el gran Maestre tuvo aparte con suconfidente y amigo Conrado de Mont-Fitchet, alzó la voz, y dirigióestas palabras á la asamblea.« Reverendos y valientes hombres, caballeros, preceptores y compañerosde esta Orden, hijos mios y hermanos, vosotros bien nacidosy piadosos escuderos, que aspiráis á llevar la honrosa distinciónde la Cruz, y vosotros cristianos, mis hermanos en eiSeñor, séaos notorio que tenemos suficiente, autoridad y jurisdicciónpara proceder al acto solemne de que vais á ser testigos; porque,aunque indignos de tanto honor, se nos ha cometido con estebastón la facultad de juzgar y sentenciar en todo lo relativo á laconservación de nuestra santa Orden. En estas reuniones, es nuestraobligación oír el dictamen de nuestros hermanos, y procedesegún nuestro propio juicio. Pero cuando el lobo se ha introducidoen el rebaño y arrebatado una de sus ovejas, el buen pastor reúneá todos sus compañeros para que aperciban arcos y hondas, y arrojeny destruyan al enemigo: lo cual está de acuerdo con la divisa


~12-iIVANHOE.«le nuestra Orden, que nos manda atacar sin cesar al león rugiente -Por tanto, hemos mandado comparecer á nuestra presencia á unamujer judía, llamada Rebeca, hija de Isaac do York; mujer infamepor sus sortilegios y hechizos; con los cuales ha echado un male -licioy trastornado el espíritu, no de un hombre vulgar, sino de uncaballero; no de un caballero seglar, sino de uno que se ha consagradoal servicio del Temple; no de un caballero compañero, sinode un preceptor, primero en honor y en dignidad. Nuestro hermanoBrian de Bois-Guilbert, á quien todos los presentes conocencomo digno campeón de nuestra Orden, se ha hecho famoso por sushazañas en Palestina, purificando aquel sagrado suelo con la sangrede los sarracenos que lo habían contaminado. La sagacidad yprudencia de nuestro hermano no son menos notorias que su valory pericia militar; y tanto es su mérito, que los caballeros de las regionesorientales le consideran digno de empuñar este bastón,miando la divina Providencia se digne aliviarnos de su peso. Cuandoese caballero tan honrado, y tan digno de serlo, olvida las consideracionesdebidas á su carácter, á sus votos á sus hermanos y ásu engrandecimiento futuro, uniéndose con una judia, vagandocon ella por sil ios remotos y solitarios, y defendiendo la vida deesta mujer con peligro de la suya propia; cuando un hombre detan eminentes prendas se alucina basta el estremo de conducir estaperversa al sagrado asilo de un preceptorio, ¿qué podremos decirsino es que algún espíritu maligno se ha apoderado de su alma, óque esta se halla aprisionada y seducida por algún ensalmo infernal?Si así no fuera, ni su valor, ni su fama, ni ninguna otra ceusideraciónterrena le pondrían al abrigo del justo castigo que hubieramerecido. Muchos y muy graves son los delitos comprendidosen el que da lugar á este proceso. 1." Nuestro hermano hasalido de los muros del preceptorio sin nuestro especial permiso,contra el capítulo xxxm: 2.° Ha tenido comunicación con una judía;capítulo LVII; fi.° lía conversado con mujeres cstrañas, contrala regla; 4. 0 Ha solicitado los ósculos de una mujer. Por cuyosodiosos delitos, Brian de Bois-Guilbert saldría espulso de la Orden,aun cuando fuera su brazo derecho.»El gran Maesire interrumpió aquí su discurso. Los jóvenes de laasamblea casi no pudieron contener la risa al oir el último cargo;pero sus miradas sevtras les impusieron moderación, y todo eiconcurso continuó escuchando con el mayor silencio.


CAPÍTULO xxxvn. 325Tal y tan rigurosa seria la suerte de uu caballero Templariosi hubiera infringido nuestra regla en materias de tanta gravedadTero cuando por medio de encantos y hechizos Satanás ha conseguidodominarle y oprimirle, quizás por haber mirado con criminal ligereza los ojos de una mujer, lo juzgamos mas digno de compasión que de castigo; y reservándonos la imposición de la penitencia,que baste á purificarlo de su culpa, debemos dirigir el filode la espada contra el maldito instrumento de tan infernal operación.Preséntense los testigos de la causa, y depongan de los hechos que han presenciado, á fin de que podamos pronunciar sentencia, según los méritos del proceso.»En seguida fueron llamados los testigos para probar los riesgosque Brian habia corrido, en el incendio y la toma del castillo, porlibertar á Rebeca de los tiros y de las llamas: las declaracionesfueron tan exageradas como debía esperarse de unos hombres g-roseros é ignorantes, en quienes hace grande impresión todo lo estraordinario,y cuya vanidad se bailaba al mismo tiempo lisongeada por la satisfacción que daban sus dichos al personaje principalde aquel solemne acto. Pintaron como portentosos losesfuerzos del caballero Templario en aquel crítico lance; su celo er¡defensa déla judía, como digno do los héroes de los tiempos antiguos;su sumisión á todo lo que olla decía, como absolutamenteinesplicable en un sugeto de tan elevado carácter y de tan altivaíndole.Después fué examinado el preceptor de Templcstow e acerca de iaentrada de Brian en el preceptorio. Alberto de Malvoisin procuré'astutamente justificar á su amigo, ocultando todas las circunstanciasque podrían hacer mas odioso su delito; pero en su declaraciónse echaba de ver que atribuía la fogosa pasión de Bois-Guilbert áun estravío mental, que solo podía proceder de causa sobrenaturaly diabólica. Lanzó profundos suspiros, y se dio de golpes en lospechos al confesar que habia tenido la ilaquezade admitir á la judíaen los muros del preceptorio. «Sírvame de defensa lo que lmdicho anteriormente al muy reverendo gran Maestre. El sabe qiuaunquemi conducta fué irregular, mis motivos fueron justos \loables. Con la mayor alegría me someteré á la penitencia que sodigne imponerme.Bien has dicho, respondió el gran Maestre. Tu intención fuebuena, puesto que solo aspirabas á detener ¡i tu hermano en el bor


326 - IVANHOB.de del precipicio; pero tu conducta fué errada, como la del que detieneal caballo desbocado, no por el freno, sino por los estribos, deio que resulta que él mismo se espone á morir sin conseguir el finque se proponía. Tres veces la semana se permite al Templario coioercarne: pero tú te abstendrás durante los siete dias. Seis semanases el término que te señalo á esta penitencia, y quedarás absuelto.»El preceptor, con aire de hipócrita sumisión, hizo unareverencia y volvió á ocupar su puesto.profunda«Bueno seria, hermanos, dijo el gran Maestre, que tomásemos algunosinformes acerca de la vida anterior de esta mujer: porquesi resulta que es una de las iniciadas en las artes mágicas y sobronaturales,podremos mas fácilmente averiguar la causa del descarríode nuestro hermano.»Hermán de Goodalricke era uno de los preceptores que asistíanal juicio: los otros eran Conrado, Malvoisin y el mismo Brian detiois Guilbert. Hermán era un veterano, cuyo rostro estaba notablementedesfigurado por heridas de cimitarra turca, y gozaba degrande influjo y preponderancia en la Orden. Levantóse, hizo unaeran reverencia al gran maestre, el cuai le concedió inmediatamentelicencia de hablar: «Quisiera saber, muy reverendo padre,como responde atan espantosos cargos nuestro valiente hermano,Brian de Bois Guilbert, y bajo qué aspecto considera él mismo susrelaciones con esa judía.—Brian de Bois-Guilbert, dijo el gran maestre; ya oyes las preguntasque quiere hacerte este venerable preceptor, hermano nuestro.Temando que le respondas.»Brian volvió la cabeza hacia el gran maestre, pero sin desplegarios labios.—Brian, habla, yo te conjuro, dijo el gran Maestre.»Brian hizo cuanto pudo por contener Ja indignación y el desprecioque todo aquello le inspiraba. «No acostumbro, dijo, responderá cargos infundados. Si alguien ataca mi honor, sabré defenderlocon mi brazo, y con la espada que tantas veces he esgrimido en defensadel Temple.—Te perdono, hermano Brian, dijo el gran Maestre. Pisa jactancia,esa vanagloria que ostentas en presencia de tu superior, esuna nueva tentación del enemigo. Digo que te perdono, porqueconsidero que no es Bois-Guilbert quien habla, sino el espíritu ma-


CAPÍTULO xxxvn. 327:igno que »e ha apoderado de su alma. Inflamáronse de cólera lasmegillas de Brian al oír estas espresiones, mas no se dignó darlesrespuesta. Y puesto, continuó Beaumanoir, que la pregunta del reverendopreceptor ha quedado imperfectamente satisfecha, procedamosadelante, hermanos míos, y con ios ausilios de nuestro fundador,procuremos descubrir este misterio de iniquidad. Comparezcaná mi vista los que han sido testigos de la vida y de las operacionesde esa mujer. Al decir esto se notó alguna confusión, enel auditorio. El gran Maestro preguntó la causa, y supo que se bailabaentre los espectadores un hombre que habia estado impedidoy gafo, peer (d espacio de muchos años, y á quien la judía habia restituidola salud con el uso de un bálsamo milagroso.»El pobre campesino sajón fué presentado al tribunal, y todo suaspecto indicaba el terror que le producía la idea de los grandes castigosque se le iban á imponer por haber recibido la salud de manosde una israelita. Conservaba aun grandes reliquias déla parálisis,corno se ochabade ver en lasdos muletas que lo sostenían.Manifestógran repugnancia á dar su declaración, y no la dio sin vertermuchas lágrimas; resultando de ella, que dos años antes, bailándoseen York, trabajando en su oficio de carpintero, por cuentade Issac, se. vid) de pronto acometido por una dolencia que lo privóded uso de sus miembros; que habia permanecido largo tiempoen aquella penosa situación, hasta que Rebeca le aplico varios remedios;y que el que mas habia contribuido á su alivio era unbálsamo fortificante, cuyo olor era fuerte y aromático. Además,lijo (pie Rebeca le habia dado una pequeña vasija llenado aquellapreciosa medicina, y una pieza de oro, para restituirse á su casapaterna, que no distaba de Templestowe. Y' con permiso de vuestrapaternidad, dijo el sajón, no creo que la doncella tuviera intenciónde hacerme, o] menor daño, aunque ha tenido la desgracia de nacerindia.—Silencio, villano, «lijo el gran Maestre, y retírate. Propio es debrutos irracionales como tú fiarse en brujerías, y estar al salariode esos infieles. ¿Tienes en tu poder ese ungüento de que hablas?»El pobre sajón metió su trémula mano en el bolsillo y sacó de él¡na caja de plomo, en que habia grabados algunos caracteres hebreos,lo que, según el voto unánime de la asamblea, era unaprueba segure, do que el diablo se habia metido á boticario. Beaumanoir,tomó la caja en las manos, y como era muy versado en


828 IVANIIOE.casi todas las lenguas orientales, leyó con facilidad el epígrafe, qudecia:El león de la tribu de Jada lia vencido. ¿ No hay algún médicoen la audiencia que pueda descubrir los ingredientes de que secompone esa droga ?Dos personas, que se daban el título de médicos, compareciero:.inmediatamente á este llamamiento del Maestre. Kl uno era calzadorde asnos, y el otro barbero: ambos examinaron con mil aspavientosy visajes el bálsamo, y declararon que no conocían los simplesde que se habia formado, salvo que olía mucho á mirra y alcanfor, las cuales, en su opinión, eran medicinas orientales. Per"animados por el odio común de los físicos ignorantes á todos losque saben mas que ellos, indicaron que puesto que aquella composición no estaba á sus alcances, debía de ser obra de la fármacopea del Averno; añadiendo, que aunque no eran nigromantes, poseíantodos los ramos del arte que profesaban, en cuanto á las leyesse lo permitían. Terminado el informe do estos profundos é imparcialesdoctores, el sajón pidió que so le devolviese su medicina,que le habia producido tan saludables efectos: mas el gran Maestrele respondió con un gesto terrible. ¿Cómo le llamas, villano ? lepreguntó.«Higg, hijo deSnell, contestó el de las muletas.—Higg, hijo de Snell, repuso Beaumanoir, mas vale pasar todala vida impedido en la cama que aceptar la salud de manos impías:mas vale despojar á los infieles con la fuerza de las armas, de lo queposeen, que recibir de ellos donesy aun salarios. Anda, y vive prevenido.—,;.Ah'. dijo el sajón, la lección viene tarde, puesto que soy unhombre inútil: pero dos hermanos míos: que sirven al rico RabinoNatán Ben Samuel, sabrán que vuestra reverencia dice que masvale robarlo que servirle fielmente.—Echad fuera ese bellaco, dijo Beaumanoir, que no estaba preparado á refutar esta aplicación práctica de sus consejos.Higg, hijo deSnell, se retiró: pero, interesado por la suerte de subienhechora, se ocultó entre la muchedumbre, y aguardó á que sepronunciase la sentencia á pesar del terror que le inspiraban elgesto furibundo y la voz amenazadora del gran Maestre.Tales eran los trámites que se habían seguido en la causa, cuando Beaumanoir mandó á la judía que se descubriese. Abriendo entoncesror primera vez los labios, respondió sumisamente, pero cor


CAPÍTULO XXXVII, 321»dignidad, que las hijas de su pueblo no se descubrían cuando estabansolasen una reunión de estranjeros. La suavidad de su voz escitó en la audiencia un movimiento de interés y de compasión.Pero Beaumanoir, que so jactaba de saber comprimir todos les sentimientosnaturales, opuestos, en su entender, al cumplimiento desu obligación, repitió con tono severo el mismo mandato. Losguardias iban á arrancar el velo á lajudía, y esta se dirigió al granMaestre, y le dijo: «no por el amor de vuestras bijas, que ya sé quinolas tenéis: pero por amor de vuestras madres y hermanas, y porel honor de su sexo, no permitáis que pongan esos hombres las manosen la persona de una pobre, doncella indefensa. Os obedeceré,añadió con una espresion de paciencia y de amargura, que casisuavizó el corazón del mismo Beaumanoir: vosotros sois los ancianosde vuestro pueblo, y por consiguiente los defensores del inocente jdel oprimido.»Quitóse el velo, y miró á sus jueces con rubor, pero con dignidad.Su estraordinariabelleza escitó un murmullo de admiración: ylas miradas que so echaban unosá otros los caballeros jóvenes dallaná entenderque la justificación de Brian consistía mas bien eulas gracias de la acusada que en sus sortilegios. Pero Higg, el hijode Snell. no pudo resistir á la impresión que hizo en él la vista de laque le había restituido la salud. «Dejadme salir, decía á los guardiasdéla puerta; dejadme salir, que yo he tenido parte en su pérdida,y no puedo fijar los ojos en ella.—Silencio, buen hombre, dijo Rebeca al oir estas palabras: nopuedes hacerme daño, puesto que no has dicho mas que la verdad,u¡ salvarme cou tus quejas y lamentaciones. Silencio; retírate, ypiensa en tu seguid iad.»Aun no habian sido oidas las deposiciones de los dos partidariosde Frente-de-Buey, á quienes Malvoisin habia dado de antemanolas instrucciones necesarias. Aunque eran hombres toscos y endurecidosen la vida militar, dieron muestras de vacilar en su propósito,cuando vieron la juventud y la hermosura de aquella des venturada; pero una seña espresiva del preceptor de Tcmplestoweles hizo volveren sí. Dieron su declaración con una individualidadque hubiera sido sospechosa á jueces de otro temple, refiriendocircunstancias comunes y naturales en sí mismas: pero capacesile inspirar dudas y recelos al tribunal y al auditorio, seapor los exagerados pormenores, sea por los siniestros comentarios


¡130 ÍYANHOE.que les anadian. Los hechos «le que dieron cuenta, eran «3 indiferentesy comunes, ó físicamente imposibles; pero unos y otros debíanhacer grande impresión, en una época en que tan profundamentearraigadas estaban la ignorancia y el fanatismo. Do los primerosresultaba que Rebeca habia murmurado algunas palabras.en unalengua estrada y desconocida; que había entonado cánticos, tansingularmente melodiosos y patéticos, que resonaban de un modoextraordinario en ¡os oídos, y agitaban el corazón; que hablaba ásolas y alzaba los ojo?, como si aguardase respuesta de un sitio elevado;que la forma de su ropaje no era semejante á la que usabanlas mujeres en aquel país ven aquel tiempo; que en sus sortijas seveían símbolos cabalístico-, y que el bordado de su velo representabafiguras y caracteres desconocidos.Estas trivialidades tan inocentes y tan sencillas, fueron admitidascomo pruebas, ó alo menos como graves indicios de las ciencia*sobrenaturales que se atribuían á la acusada.Mas áesto se agregaron testimonios nada, equívocos, que aunqueincreíbles, hollaron asenso en el concurso, ó á lo menos en la mayorparto de las personas que lo componían. Uno de los soldados dijoque la habia visto curar á. uno de los herido-; del capullo de Frentede-buey. «Lo primero que hizo tal era la. relación de! testigo! fuétrazar alguna., figuras con la mano, y pronunciar sobre la heridaalgunas palabras misteriosas en un idioma que nadie pudo entender;al instante se desprendió de la parte la flecha que en ella habiapenetrado, se estancó la sangre, se cerró la herida, y el paciente,que poco antes se hallaba en el artículo de, la muerte, echó á andarpor las murallas, y ayudó al testigo á manejar una máquina queservia para, arrojar piedras á los sitiadores > Esta historia se funda,ha probablemente en la asistencia que Rebeca habia dedo á Ivanhoedurante la mansión de este en el castillo de Frente-de-buey. Ladeposición de este hombre era tanto mas irrebatible, cuanto que.para darle mayor apoyo, sacó y presentó al tribunal y al auditoriola misma flecha que, tan milagrosamente se habia desprendido delcuerpo del soldado. Pesaba una onza, y por tanto nadie pudo dudarde tan maravilloso suceso. Su compañero habia visto desde una tronerainmediata la escena entre el Templario y Rebeca, cuando estaiba á pricipitar.se de lo alto «le la torre. Para no quedarse, detrásen punto á ponderación, el testigo refirió que la judía se lanzó enefecto del parapeto de la torre, y tomando la forma de un cisne


CAPÍTULO XXXVII.Golblanquísimo, voló tres veces alrededor del castillo, después délanial, apareció de nuevo sobre el parapeto, en su forma natural.Menos de la mitad de esta portentosa relación hubiera bastadopara condenar & una vieja pobre y fea, aunque no hubiera sidojudía. Pero esta ultima circunstancia, unida & tan formidable testimonio,debia sor fatal á Eebeca, y lo fué en electo, si posar de su•squisita belleza y de su juventud.El gran Maestre recogió los votos de los preceptores y caballeros,y preguntó á Rebeca, con voz pausada y majestuosa, si toda•dgo que alegar, contra la sentencia que Usad imponerle.«Tan solo implorar vuestra compasión, dijo la amable judía, trémulay conmovida: aunque creo que es débil argumento y noduloque será infructuoso. Tampoco ¡no servirla probar que la curaie los enfermos y heridos de otra nación no quedo ser desagradableá los ojos del Padre universal. No me cansaré en demostrar quemuchos de bis hechos que esos hombres (Dios les perdone; han recitado,son enteramente imposibles y absurdos; y digo que no rebatiréesta, acusación, porque veo (pie le habéis dado entero crédito.¿De qué mo serviría decir que mi trago, mi idioma, y misosos son los do todo mi pueblo? Quisiera decir de mi patria; pero00 hay patria para nu oí pera mis desgraciados compañeros.. Nomo justificaré á espensas de mi opresor, que esta, oyendo todasesas patrañas y ficciones en actitud mas propia de víctima quedetirano. Dios juzgará entre lirian y Rebeca. Lo que sí aseguróosque antes sufriría mil muertes las mas horrorosas que podáis imaginar,(pie dar oídos á las solicitaciones de ese hombre perverso:solicitaciones dirigidas á una mujer abandonada de todo el mundo,cautiva suya,y*pr¡vada de toda defensa. Pero es vuestro compañero,y una sola palabra que pronuncie pesa mas en la balanzade vuestra justicia, que las protestas mas solemnes de una desventuradajudía. Estoy lejos do querer acusarle de los delitos que some imputan; pero apodaré á su honor y ú su conciencia. Di, BriaudeBois-Guilbert: ¿no son falsas esas acusaciones? ¿No son tanquiméricas y calumniosas como terribles y fatales?» A estas palabrasde la judía siguió un silencio universal y profundo. Todaslas miradas se fijaron en Bois-Guilbert, el cual permaneció inmó-1 íl y callado.«Habla, continuó la judía: si eres cristiano, si eres hombre, Laida.Te lo ruego por el hábito que vistes, por el nombre que lias he-


332 IVANHOE.redado, por la órdeu de caballería que has recibido, por el honor detu madre, por la tumba en que reposan los huesos de tu padre: disi son falsas ó verdaderas esas acusaciones.— Respóndele, hermano, dijo el gran Maestre, si te lo permite eienemigo que te domina.»Kn efecto, Bois-Guilbert estaba aguadísimo y trémulo á impulsode las pasiones que lidiaban en su corazón. Solo pudo pronunciar,mirando á Rebeca, y con voz abogada: el papel, el papel.—¿Lo veis? dijo Beaumanoir. Ese papel de que habla es probalilemente el pacto diabólico, en virtud del cual está condenado aisilencio.»i'ero Rebeca interpretó de otra, manera laesclamacion que el granMaestre habia arrancado á su opresor; y aprovechándose de i;,atención con que iodo el concurso le miraba, echó la vista sobreei papel, que le habían entregado de un modo tan misterioso, jleyó estas palabras escritas en lengua Arábiga: pide v.n campeón.Mientras todos los espectadores se ocupaban en comentar de diversosmodos la estrada cuanto inesperada, respuesta del Templario.Rebeca hizo mil pedazos el papel, sin que nadie la observase.(Asando cesó el rumor ocasionado por aquel incidente, el gran Maestrevolvió ¡i tomar la palabra.c.Rebeca, de ningún provecho te sirve el testimonio de este caballero,puesto que está poseído por el Espíritu de las tinieblas.¿Tienes algo mas que decir?—Solo puede quedarme una esperanza de vida, dijo la judía, slo o no voy á proponer es conforme á vuestras leyes y á vuestrosusos. Mi vida na sido miserable, sobre todo la última parte de ella:pero yo debo conservar en cuanto me sea posible el don de micriador, y aprovecharme de todos los medios de defensa que subondad me facilita. Niego los cargos que se me hacen; sostengo ni.iuocencia; declaro falsa y calumniosa la acusación: pero pido y reclamoel privilegio del juicio de combate, y pareceré en él porlo»-dio de un campeón.—¿Y quién, dijo Beaumanoir, enristrará lanza en defensa de unajudía?— Dios me suscitará defensor, dijo Rebeca: en la noble Inglaterra. en esta tierra libre, generosa y benéfica donde hay tantos queesponen la vida por el honor, no faltará quien quiera esponerla porla justicia. Basta por ahora que yo reclame el derecho que nopue,5¡. serme negado: aquí está mi prenda.»


CAPÍTULO XXXVIII. 333Al decir esto, tomó un guante, y lo arrojó delante del granMf estre, con un ademan sencillo y majestuoso, que eseitó generalmentela admiración y la sorpresa.CAPITULO XXXVIII.La conducta de Rebeca durante el proceso interesó vivamente ¡irodos los que la habían presenciado, y aun hasta al mismo Lúeasde Beaumanoir. Su índole no era naturalmente cruel ni severa, perocon pasiones frias y con una idea exaltada de sus deberes, sucorazón se habia endurecido lentamente á fuerza de combates , ydel hábito de ejercer un poder sin límites. Ablandóse, notablementela aspereza de su fisonomía, al considerar aquella hermosa criatura,sola, desamparada, y que al mismo tiempo se habia defendidocon tanto valor y firmeza. Dos veces se levantó como para preservarsede aquellos impulsos de ternura, tan impropios de un corazónque en semejantes circustancias solía revestirse de la durezade la roca.«Mujer, dijo , grande es tu desacato si la compasión que me inspirases efecto de las artes que ejerces. Pero reas bien quiero atribuirloal sentimiento natural que debe producir la consideraciónde que sea vaso de perdición una persona tan favorecida por el Hacedorsupremo. Arrepiéntete, hija mia : confiesa el delito que hascometido de pacto diabólico y nigromancia : abandona los erroresde tu secta , abraza este santo emblema que tengo en las manos,y serás feliz ahora y siempre. En el asilo de algún claustro religiosopodrás consagrarte á la oración y á la penitencia; al arrepentimiento,y á la ciencia del verdadero Dios. Sigue mis consejosv vivirás. ¿ Qué razón tienes para morir por la ley de Moisís?—Es la ley de mis padres , dijo Rebeca ; fué dada en el monteSinaí entre truenos y relámpagos, entre fuego y nubes.—Venga el capellán del preceptorio , dijo Beaumanoir, y hagaver á esta obstinada infiel....—Perdonad que os interrumpa , dijo Rebeca ; yo no sé argüirpor mi religión; pero puedo morir por ella. Respondedme á la demandaque he hecho de un campeón.—Dadme el guante de esa mujer, dijo Beaumanoir. Prendaesesta,


331 ¡VANHOlí.añadió, considerando la delicadeza de su tejido y la pequenez de i;-¡forma,prenda es esta demasiado leve para negocio de tanta gravedadRebeca, tu causa, comparada con la de nuestra santa Orden,que es la que tú desafías , es como este guante frágil y delicado,comparado con nuestros guanteletes de acero, que tan poderosasarmas empuñan , y tantos valientes enemigos confunden jaterran.—Pon mi inocencia en la balanza , dijo Rebeca, y el guante deseda pesará masque todos los guanteletes de un ejército entero.—¿Conque persistes en negar tu culpa, y en pedir el juicio poicombate ?—Persisto, noble señor, respondió Rebeca.—Hágase pues en nombre de Dios, dijo el gran Maestre . y declárese su justicia en favor de la razón y de la verdad.- -Asi sea, respondieron los preceptores.—Hermanos , dijo Beaumanoir , bien os consta que hubiéramospodido negar á esa mujer el privilegio que demanda : pero , aunque incrédula judía, es estranjera, y está indefensa ; y no permitaDios que yo la prive de la benéfica protección de nuestras leyesAdemás que somos caballeros y soldados, como eclesiásticos y religiosos,y seria denuesto de nuestra fama rehusar el combate que srnos ofrece. Ahora se presenta una cuestión que debo someter ávuestro juicio. Rebeca, hija de Isaac de York, en virtud de muchascircunstancias sospechosas, parece culpable ante vuestros ojos, porhaber practicado artes ilícitas y diabólicas, en la persona de un noble caballero de nuestra orden : se ofrece á probar su inocencia poimedio del combato , como nuestras leyes se lo permiten. ¿A quiéndeberemos entregar, según vuestra opinión, la prenda de la batalia'.''¿Quién será el campeón de la orden de los Templarios en esteduelo ?—Este cargo, dijo ¡1 Preceptor de Ooodalricke, atañe de derechoá llrian de Rois-Guilbert: además, que él es el único que puede saber la verdad en esta materia.—¡ Y si nuestro hermano Bois-Guilbert, repuso el gran Maestre,se halla sometido al influjo maligno de sus sortilegios 1 Digo estopor via de precaución: porque si no fuera por tan estraordinariaocurrencia, á nadie podría confiarse tan dignamente la defensa denuestra Orden, como á ese valiente y acreditado hermano.—Reverendo padre, dijoel Preceptor de Goodalricke. no hay pac


CAPÍTULO X\.\VI1I. 33f>lo, ni ensalmo, ni brujería que liaste á encadenar el brazo del gucrrere que pelea en el juicio de Dios. La prueba del combate como todaslasque se practican en semejantes casos, no es mas que el mediode conocerla sentencia de la, sabiduría Divina, en materias contenciosas,que la débil razón del hombro no es parle á decidir ; y lasabiduría, di\ ¡na no depende de las diabluras de ruja mujer supersticiosa.—•Tienes razón, hermano, dijo Lúeas de Boaumanoir. Alberto dovíahoisin, entrega la .prenda del reto á Liban do Uois-GuilbertY dirigiendo la palabra á este : Hermano le dijo ; en virtud de laautoridadque ejerzo, aunque indignamente, en nuestra Orden, osmando tomar las armas en este duelo, recomendándoos que peleéiscon valor y confianza, y no dudéis que con el favor de Dios triunfarála buena causa.. V tú, Rebeca, ten entendido que el duelo severificará dentro de tres dias, y que para entonces debe estarapereibido tu campeón.—Es harto breve ese término, dijo Rebeca, para que unaestranjerapueda encontrar un guerrero, de religión contraria á la suya,que quiera esponer vida, y honor en su defensa.—No podemos ampliarlo, dijo el gran Maestre : el duelo debe verificarseen nuestra presencia, y negocios de mayornos obligan á salir de aquí dentro do pocos dias.importancia—¡Hágase la voluntad de Dios! respondió la judía. Mi confianzaestá en él, puesto qu; salva en siglos como en instantes.—Ríen has dicho, mujer, continuó el gran Maestre. Quédanos quedesignar el sitio del combate, y quizás el de la ejecución.está el Preceptor de esta casa?»¿DóndeAlberto de Malvoisin, que aun tenia en sus manos el guante deRebeca, estaba á la sazón hablando con calor y en voz baja conBrian de Bois-Guilbert.«.¡Qué! dijo Lúeas de Beaumanoir. ¿ No quiere aceptar la prendadel reto?—La acepta, reverendo padre, dijo Malvoisin, ocultando el guante en la túnica ; y por lo que hace al sitio del combate , parécemeque podría disponerse en el campo de san Jorge, que pertenece áestepreceptorio, y sirve comunmente para los ejerciciosde sus individuos.militares—Está bien, dijo el gran -Maestre. Rebeca, allí deberá presentarsetu campeen : si así no se verifica . ó si el que se presente en tu


:)36 1YANII0E.nombre es vencido en el juicio de Dios, morirás de muerte,conforme á tu sentencia. Regístrese nuestro fallo, y léase en altavoz, para que nadie pueda alegar ignorancia.»Tino de los que hacían las funciones de secretario del capitulo escribióla sentencia en un grueso volumen, que contenia las actas delas reuniones solemnes de los caballeros Templarios del preceptoriode Templestowe. Terminada esta operación , el otro secretarioleyó en público la sentencia, que traducida fielmente de la lenguanormando-francesa, decia así:«La Judía Rebeca, hija de Isaac de York, es acusada de soríilegio, seducción, y otras artes criminales y perversas . practicadascon un caballero de la orden del Templo; y niega los ¡ cargoshechos en la causa, y dice que las deposiciones de los testigos quela acusan son falsas y calumniosas ; y que no siéndole posible presentarseen persona al combate que reclama, mediante el privilegiodel juicio de Dios, comparecerá en su nombre y defensa un caballerocampeón : el cual peleará bien y realmente, según las reglasde la caballería, con las armas legales y permitidas, y á su costa ypeligro. Y por tanto, hadado la prenda correspondiente , la cuallia sido entregada al-noble señor y caballero lirian de Bois-Ouilbert,de la orden del Temple, nombrado para este duelo, por superiorautoridad, caballero campeón en defensa de la dicha Orden yde su misma persona, como ofendida y agraviada por las prácticasy malas artes de la apelante. En vista de todo lo cual , el muyreverendo padre y poderoso señor Lúeas, marqués de Beaumanoir,conceded la apelante el privilegio del combate en juicio de Dios,que reclama, y la facultad de comparecer en él por medio de uncampeón; y señala para este acto el día tercero después del de lafecha, y el cercado llamado de San Jorge, lindero con los murosde este preceptorio de Templestowe. Y el dicho gran Maestre manday requiere que la apelante comparezca por medio de campeón,so pena de ser condenada á la de muerte, que merece , como convictade sortilegio y nigromancia; y también al demandado' quecomparezca por sí mismo, so pena de ser tenido por malsín, cobardey mal caballero ; y el noble señor y muy reverendo padre mandaque el combate se verifique en su presencia, y en los términosSegales y acostumbrados en semejantes ocasiones -. y Dios ayude yproteja la justa causa.»«Amen», dijo el gran Maestre, y repitió el concurso.» Rebeca no


CAPÍTULO xxxviu. 33-7desplegó los labios , alzó los ojos al Cielo, cruzó los brazos, yen esta actitud se mantuvo algunos minutos. Después pidió congran modestia al gran Maestre, que se le permitiese escribirá sus amigos á iin de enterarles lo que pasaba, y que le proporcionasenalgún campeón , según los términos de la sentencia.El < Irán Maestre, no podiendo negarse á petición tan justa y t anlegal, le permitió nombrar un mensajero , el cual podría entrar ysalir de la prisión basta el dia del combate.«¿Hay alguna persona en este concurso, dijo Rebeca, que en bienlie la buena causa., ó por el precio que pida , quiera encargarse dellevar una carta ?»Nadie respondió a esta pregunta, porque cada cual temia que elÍ irán Maestre le sospechase de judaismo si manifestaba el menorinterés en defensa de la acusada. Ni aun la esperanza de una buenarecompensa pudo disipar este temor.Rebeca, después de haber aguardado con ansiosa inquietud quealguien se ofreciese á servirla, esclamó: «¡Será posible ! ¿No habráen esta tierra de nobleza y generosidad quien se interese en lasuerte de una doncella inocente y perseguida? ¿Se me nejará loque se concede al peor de los criminales?Higg , hijo de Snell , alzó entonces la voz: «Estoy privado, dijo,del libre uso de mis miembros; pero ó ella debo la salud poca ó muchade que gozo. Yo llevaré la carta , continué) dirigiéndose á Rebeca, y haré cuanto puede hacer un cojo con muletas. ¡ Ojalá tuvieraalas para reparar el daño que ha hecho mi lengua ! Lejos estabayo de creer que cuando hablaba de su caridad estaba preparandosu ruina.—Dios , respondió Rebeca , es el que dispone do nuestra suerte.101 puede redimir mi cautividad por los medios mas humildes: ypara llevaí' este mensaje , tan bueno es el caracol como el águila.Busca á Isaac de York, y aquí tienes para pagar hombres y caballos.Entrégale este billete. Yo no sé si me inspira el espíritu deDios; pero comió en no morir de resultas de esta causa . y en queno faltará quien tome á su cargo mi defensa. A Dios : de tí dependemi muerte ó mi vida.El Sajón tomó el billete, que contenia algunas líneas para el Hebreo. Muchos de los presentes quisieron disuadirle de su propósito:per > el hijo de Snell estaba «esuelto á servir á su bienhechora. Le'22-


¿313 tVANHOB.habia dado la salud del cuerpo, y el buen hombre quería servir deinstrumento para salvarla.«Mi vecino Buthan, decia, me prestará su yegua, y estaré en\ orlt en menos que canta un pollo.»Mas no tuvo necesidad de ir tan lejos porque á un cuarto de midadel preceptorio de Templestowe encontró dos hombres á caballo,¡>m conoció ser de la nación hebrea, por su trage y por sus gorrasamarillas. Se acercó á ellos , y distinguió á su amo antiguo Isaacle York. El otro era el rabino Ban Samuel. Los dos se encaminaban«.! preceptorio, por tener ya noticias de que el tiran Maestre habiaonvocado el capítulo para la causa de una judia.—Hermano Ben Samuel, decia Isaac, mi alma está inquieta y no- i por qué. Estas acusaciones de nigromancia sirven para perseguirnosy hacernos odiosos.—Ten ánimo, hermano, le respondió el Rabino : tú tienes con quémmprar el favor de esas gentes. El dinero es el que domeña los ánimosde esos hombres crueles. Pero ¿quién es ese de las muletas quese dirige hacia nosotros? Parece que quiere hablarnos. Amigo, con-'ínuóel físico, hablando con Higg hijo de Snell. No te rehuso los socorrosde mi arte; pero yo no curo á ¡os vagabundos que viven depedir limosna por los caminos. Si estás paralítico de las piernasl por qué no trabajas con las manos? No todos pueden ser pastoresni correos, ni soldados: mil ocupaciones hay que, no necesitan el usole los pies.» El Rabino interrumpió su arenga, viendo que Isaac,después de haber tomado el billete de manos del cojo , y leido deprisa, cayó de la muía abajo, como si le hubiera privado de la vidaun rayo del cielo.El Rabino desmontó con gran inquietud y precipitación: y aplicóá su compañero los remedios que creyó oportunos. Ya habia sacadola lanceta del estuche, y se disponía á ejecutar una obra maestrade flebotomía, cuando Isaac recobró el uso de sus sentidos. Loprimero que hizo fué arrojar la gorra al suelo y cubrirse de polvolas canas. El médico al principio atribuyó aquella acción á la turbaciónocasionada por el desmayo, ó á un ataque repentino de delirio,y continuado en su propósito, disponía lo necesario para laoperación : mas pronto lo desengañó el desventurado viejo.«¡Hija de mi dolor! esclamó; bien podrías llamarte Benonien lugarde Rebeca. ¿Por qué me obliga tu muerte á maldecir la fe demi pueblo? ¿Por .qué no bajo contigo al sepulcro?


CAPÍTULO xxxvni. 339—Hermano, dijo con la mayor sorpresa.el Rabino lien Samuel,jeres padre en Israel, y te atreves á pronunciar esas palabras? ¿Hamuerto tu bija, la sabia y hermosa Rebeca?—Vive, dijo Isaac; pero vive como Daniel, llamado Beltheshazzar,cuando estaba en la cueva de los leones. Es cautiva, y será víctimade la crueldad, lira la corona de palmas de mi frente, y ahora va áperecer. ¡ Hija de mi amor! ; Consuelo de mi vejez ! ¡«>h Rebeca!; Hija de Raquel! Ya se acercan las tinieblas de la noche eterna enque vas á sumergirte.—Vuelve á leer esa carta, dijo el Rabino, quizás hallarás algunaesperanza de salvación.—Léela tú , hermano lien Samuel, respondió Isaac, porque misojos están Lechos dos fuentes de lágrimas.El fisico leyó en lengua hebrea el contenido de la carta, que decíaasí:< A Isaac, hijo de Adonikam , á quien los cristianos llaman Isaacde York: paz, y las bendiciones multiplicadas de la promisión. Padre,estoy condonada á morir por un delito cuya naturaleza ignoro;a saber, por magia ó nigromancia. Si encuentras un hombrefuerte y aguerrido que quiera enristrar lanza , y esgrimir espadaen mi favor, según las leyes y usos de los nazarenos; y presentarseen el preceptorio de los templarios, dentro de tercero día, quizásnuestro padre Uios le dará vigor para defender á la inocente y á ladesamparada. Si no puede ser así, lloren por mí las vírgenes de mipueblo, como por el ciervo herido por el cazador, y por la flor cortadapor la hoz del campesino. Mira pues lo que puedes hacer pararescatarme de esta miseria. Quizás se movería á compasión de misuerte el guerrero Nazareno que tú y yo conocemos. AVilfrido, hijode Cedric, que los gentiles llaman Ivanhoe : mas puede ser que á lahora esta no le sea dado todavía soportar el peso de la armadura.Sin embargo, escríbele ó hazle saber lo que pasa; porque goza demucho favor y estima entre la gente de su pueblo; y si se acuerdade que fué nuestro compañero en la cautividad, acaso encontraráotro guerrero que quiera tomar armas en mi defensa. Y* en todo casole dirás al mismo AYilfrido, hijo de Cedric, que muerta ó viva, soyinocente del crimen que se me imputa. Y si es la voluntad de Diosque seas privado de tu hija, no te detengas en esta tierra de sangrey de crueldad: sino ve á Córdoba, donde tu hermano vive segurobajo el amparo del trono de Boabdil el Sarraceno: porque me-


340 1VA.NH0E.nos crueles son ios moros con la raza de Jacob que los nazarenos deInglaterra.Isaac escuchó con toda la atención posible la carta que el Rabim:Ben Samuel habia leido; y después se abandonó á todos los estreñiosde su dolor, desgarrándose los vestidos, cubriéndose de polvola cabeza, á guisa de los orientales, y esclamando con la mas amarga aflicción: «¡Hija mia! ¡carne de mis carnes, y hueso de mishuesos!)i—Cobra ánimo, Isaac, le dijo el Rabino, que de nada aprovechala desesperación. Date prisa, y busca á ese Wilfrido, hijo de CedricQuizás te dará consejo y apoyo; porque el joven goza de la privanzay del favor de Ricardo, á quien los nazarenos llaman Corazon de León, y todo el mundo dice (pie ya ha vuelto de sus romerías.Puede ser que consiga del rey una carta con su sello, mandandoáesos hombres sanguinarios, que se abstengan de procederadelante en su inhumano designio.—Sí, dijo Isaac; voy á buscarle sin pérdida de tiempo, porque esun buen mancebo, y se compadece del destierro de Jacob. Pero, estáherido y no puede usar armadura,, y ¿quién otro osará encargarse de la defensa do la hija de Sion?—Hablas, dijo el Rabino, como si no conocieras á esas gentes.Con el oro comprarás su valor, como compras tu seguridad. Nodesmayes ni te detengas, y yo también me emplearé en tu bien,pues seria pecado dejarte abandonado á tamaña calamidad. Voy ála ciudad de York, donde hay reunidos ahora, con motivo délaspresentes revueltas, muchos guerreros y soldados; y no dudo queencontraré uno que convenga en pelear por tu hija. El oro es eiDios de esta nación, y por el oro empeñará la vida, como empeñasus alhajas y haciendas. Supongo que no tendrás inconveniente encumplir el contrato que yo celebre en tu nombre.—No lo dudes, hermano, dijo Isaac de York; y el cielo quieredarme socorro en esta aflicción Sin embargo, no promotas lo quete pidan desde luego, porque ya sabes que esa maldita gente pichpor arrobas, y fuego, si es preciso, toma por adarmes. Pero, haz leque quieras, porque yo no sé lo que digo con esa atroz pesadumbre.¿Y de qué rae servirían todos los tesoros del mundo, si he d


CAPÍTULO XXXIX. 341do distintos caminos. El cojo Higg estuvo algún tiempo contemplándolos.—¡Estos perros judíos! decía Higg hijo de Snell. El mismo casohacen de mí, que si fuera un esclavo ó un montón de estiércol,¿Qué les hubiera costado echarme en la gorra algunos tuzantes?¿Ni qué obligación tenia yo de traer y llevar recados, esponiéndomeá tener otro hechizo á guisa del Templario, como todos medecían? Es verdad que la doncella me dio una pieza de oro: pero yaveremos.... ¡tan mas, que la gente del lugar dirá que soy correode judíos, y me quedaré con el apodo. ¡Si me habrá echado la judíaalgún sortilegio, ó como se llama! Pero con todos los que se 1cacercan sucede lo mismo, y no obstante creo que daria la tienda yla herramienta por salvarlo la vida.CAPITULO XXXIX.Al anochecer del día en que se había celebrado el juicio, si asípuede llamarse, de ltebeca, se oyeron algunos golpes pausados alapuerta de su prisión. No por esto interrumpió la doncella las oracionesde la tarde que su religión prescribía, y que terminaban,con un himno, cuya traducción, aunque imperfecta, ofrecemosaquí á nuestros lectores :Cuendo ísraeí sal;.,Del cautiverio que sufrió bumiáado.El .Señor dirigíaAl pueblo bienamado,De llame, y humo, y eupi jndor a r x - . i RY de día se alzaby.Como gigante, el guia ne'oulo.-•>.Y de noche dorabaSu fulgor gloriosa,El desierto callado y arenoso.Y el pontífice santoV el guerrero, y la virgen \ e: levita,Con armonioso cantoLoaban la infinitaBondad del Padre nue en eUuio u/iic...2s'


342 IVANHOE.No admira el gran portentaCual en era parsada el enemigo;Que libre de tormento,Camina sin testigo,El pueblo de quien fuera Dios amigo.Mas ora, aquí presente,Dios de eterna bondad, aunque invisible,Tu blando influjo sienteKl ánimo apacible,Solaz vertiendo y júbilo indecible.Y aunque silba el tremendoPresagio de huracán, y velo oscuroVa los aires cubriendo,Cual en sólido muroMI inocente en tí vive^eguro.Empero tú despreciasCarne de oveja y sangre de cabrito.Y el homenaje preciasDel ánimo contrito,Y mucho mas la caridad que el rito.Cuando cesaron los ecos del himno devoto de Rebeca, volvieroná sonar los golpes cautelosos que antes habia oido á la puerta. 'Entra,respondió, si eres amigo; y si eres enemigo, ¿por qué llamas?—Soy yo, dijo entrando en el aposento Rrian de Bois-Guilbert:amigo ó enemigo, según quieras tú misma, y según resulte deesta entrevista.»Asustada al ver á este hombre, á cuya licenciosa pasión atribuíaRebeca, y con sobrados motivos, todos los infortunios que la rodeaban,la infeliz doncella dio algunos pasos atrás, no aparentandomiedo, sino recelo y precaución; y se retiró al lado opuesto de lapieza, resuelta á huir en cuanto se lo permitieran las circunstancias,y en todo caso á oponer una resistencia inflexible á la osadíade su perseguidor. Púsose en actitud firme y decidida, no comoquien provoca el ataque, sino como quien está dispuesto á recibiral enemigo con toda su fuerza y poder.No tienes razón para temerme, Rebeca, dijo el templario; ó á lomenos no tienes razón para temerme ahora.—Ni ahora ni nunca, respondió la hebrea, aunque la agitacióncon que respiraba desmentía en parte el heroísmo de su resolución,confío en quien es mas fuerte que tú. No; no creas que te temo.—Haces bien, dijo el templario con gravedad y compostura. Ni


C.VÍTUI.O xxxix. 343rea- 1ta que puedo abandonarme en la ocasión presente a los frenéticosímpetus de mi pasión. A poca distancia de aquí hay unaguardia, que seguramente no hará caso de mis mandatos. Es la• l ue lia de conducirte al patíbulo, mas no por eso permitiría quese te hiciera el menor daño; ni aun respetaría mi carácter, si áanto llegara mi locura, que así puedo llamarla.—Gracias al cielo, dijo Rebeca, la muerte es lo que monos temo»11 medio de tantas aflicciones.-Sí, repuso el templario, la idea de la muerte no espanta aiánimo valeroso cuando viene pronto y sin rodeos. Un tajo, unaestocada, son cosas despreciables para mí. Tú puedes precipitartele una torre, y guardar tranquila el golpe del puñal: pero ¿qué essto comparado con la deshonra, con la infamia, con un nombreenvilecido? Oye atenta lo que voy á decirte. Quizás mis ideas sobreel honor no son menos exaltadas que las tuyas: lo cierto espie. sabré morir mas bien que desmentirlas.- ¡Hombre infeliz! esclamó Rebeca. ¡Morir en defensa de unos prindpiosque odias en lo íntimo de tu corazón! Te enagenas de un te--oro, en cambio de una paja: mas no creas (pie yo pienso del mismumodo, 'fu resolución fluctuará en las mudables y agitadas olasíe ias opiniones humanas: la mía se apoya, en la roca dolos siglos.—De poco te aprovechan esas ideas y propósitos, dijo Brian deHois-( iuilbert. ha muerte que te aguarda no es suave ni pronta•orno la que desea el desgraciado, como la que la desesperaciónprefiere; sino lenta, amarguísima, prolongada por los tormentos,mal corresponde al crimen que los hombres te atribuyen.— V ¿á. quién se la. debo, dijo líebeca, sino al que me condujo á•sa odiosa mansión para satisfacer un deseo vil y brutal, y ahora,por motivos que no comprendo, está exagerando la suerte, que élmismo me ha preparado?— No creas, dijo Hois-Guilbert, que yo soy el autor de tu desgrana.Yo te hubiera servido de escudo contra olla, del mismo modov con tanto /cío como cuando (espuse mi vida y recibí los tiros queamenazaban la tuya.—Si tu objeto hubiera sido la. protección de una mujer indefensainocente , dijo Rebeca, yo hubiera sabido mostrarte mi gratitud;i ro puesto que tantas veces me has echado en cara ese patrocinio,dol>o decirte (¡ue en nada estimóla vida comprada ai precio, ;•• tú Isas querido exigirme por ella.


344 IVANH0E.—Basta de janctancia, dijo el templario; hartas pesadumbresme abruman en este momento, y no necesito que tú las aumentescon tus reconvenciones.—¿Qué pues es lo que intentas? dijo Rebeca. Dílo, y sea prontoSi vienes á contemplar las desgracias y miserias que me has ocasionado,complácete en ellas, y déjame en paz. El tránsito del tiempoá la eternidad es corto, pero terrible; y yo no tengo sobrado espaciopara prepararme á él.—Conozco, dijo el templario, que no cesarás de atribuirme tusdesventuras, que de todo mi corazón hubiera querido evitarte.—Señor caballero, dijo Rebeca, no es esta, ocasión de quejas:pero lo cierto es que mi muerte se debe á tu desordenada pasión.—Te engañas, te engañas, dijo Brian con grandes muestras deimpaciencia. Me imputas lo que no he podido prever ni evitar,¿Quién habia de pensar en la inesperada venida del gran Maestre,á quien algunos raptos de valor han elevado al puesto que ocupa?—¡Y sin embargo, dijo Rebeca, tomas asiento entre mis jueces, yaunque sabes que soy inocente, apruebas con tu silencio mi sentencia;y si no me engaño, vas á empuñar las armas para defendermi culpa y asegurar mi pérdida!—Ten paciencia, dijo Brian. Nadie mejor que el judío sabe contemporizar con la suerte, y navegar con todos vientos.— ¡Perezca la hora, dijo la hebrea, en que la casa de Israel aprendióesa ciencia de envilecimiento y de ignominia. Pero la adversidaddobla el corazón , como el fuego dobla los metales mas duros.¿Y qué, ha de hacer el que no tiene, sueldo ni patria ni hogar? quéha de hacer el que ha sido arrojado de la mansión paterna, sinosometerse al extranjero á cuya merced se pone? Sin duda nuestrospecados y los de nuestros padres nos han acarreado la maldiciónque hoy nos oprime; pero tú, que te jactas de tu libertad y de!lustre de tu cuna, ¡cuanto mas vil no es tu humillación, puestoque cedes á las preocupaciones ágenos, obrando contra lo que tuconvicción te dicta!—Amargas son tus acusaciones, dijo Brian; mas yo no vengo áreñir ni á disputar. Sabe que Bois-Guilbert no cede á hombre alguno,aunque las circunstancias le obliguen á veces á diferir la ejecuciónde sus planes. Su resolución es como el arroyo de la montaña,que puede rodear al pié de una peña, pero que. por mas estorbosque encuentre, va á parar al Océano. ¿De quién piensa? que


CAPÍTULO XXYIY. 345venia aquel papel en que se te aconsejaba que pidieses campeón,si no es de Brian de Bois-Guilbert? ¿De quién podías esperar tantointerés y tan saludable consejo?—Para suspender un momento una muerte inevitable, dijo Rebeca.¿Es eso todo lo que podías hacer por mí, después de habermesumido en el abismo de mi perdición?—No, dijo el templario, no es esto todo lo que me propongo hacer.Si no hubiera sido por la intervención del gran Maestre y deGoodalricke, que se jacta de pensar y sentir según las reglas ordinariasde la humanidad, el oficio de campeón defensor correspondía,no á un preceptor, sino á un compañero de la Orden. En estecaso, yo mismo, tal era mi propósito, me hubiera presentado en elpalenque al primer sonido de la trompeta, disfrazado como un caballeroerrante (pie va á caza de aventuras y á probar con el primeroque se presenta la fuerza de su espada y de su lanza. Y entonces,aunque Beaumanoir hubiera escogido dos, tres, cuatrocaballeros de los mas valientes de la Orden, yo te aseguro que nadahubiera tenido que temer; entonces hubiera sido declarada tu inocencia,y quedaría á cargo do tu gratitud el galardón de tantoriesgo y de tanto sacrificio.—Os estáis vanagloriaudo, dijo Rebeca, de lo que hubierais hechoá no haber tenido por mas conveniente obrar de otro modo.Habéis recibido mi guante; y mi campeón, si una criatura tan desgraciadapuede encontrar quien la defienda, tendrá que lidiar convos cuerpo á cuerpo. ¿Y aun 03 atrevéis á llamaros mi protector ymi amigo?—Y lo seré, respondió el templario; pero observa el riesgo; ó pormejor decir, la certeza del deshonor que me aguarda, y no estraiíesque estipule algunas condiciones antes de esponer lo que siemprelie apreciado mas que la vida.— Habla, dijo Rebeca, que no te entiendo.— Te hablaré, dijo el Templario , con la misma franqueza que eipenitente al confesor. Si no me presento en ei combate, como se melia mandado, pierdo para, siempre la fama y la dignidad que ocupo; cosas que son para nosotros como el aliento que respiramos:pierdo la estimación de mis hermanos, y las esperanzas bien fundadasde subir á la suprema autoridad que hoy ocupa Lúeas deBeaumanoir. Tal será mi suerte si no salgo armado á combatir tucausa. ; Maldito sea el preceptor que me armó este íazo, y maldito


346 1VAN1101Í.sea Alberto de Malvoisin que me impidió arrojar tu guante al rostrode aquellas gentes que dan oidos á una acusación tan absurdacontra una criatura tan perfecta como tú !— De poco sirven ahora los cumplimientos y la« lisonjas, dijo iajudía. Tú has escogido entre la, sangre de una inocente, y tu vauidad y tus esperanzas mundanas. ;, De qué sirve hablar sobre loqueno tiene remedio? Has tomado tu partido.—No lo he tomado aun , dijo el Templario en tono mas suave yacercándose á Rebeca. Tú eres quien debes decidirme. Si me presentoal combate, debo mantenerla reputación (pie lie sabido grangearmeen la carrera délas armas: y en este caso, tengas ó no tengascampeón, mueres en la hoguera : porque hasta ahora no hecedido á nadie, salvo á ('orazon de Peón y á. su favorito Ivaehoe.Ivanhoe, como sabes, no se halla en estado de vestir armadura ¡ Ricardoestá preso en tierra, estraña. No hay remedio : si salgo al palenque, mueres , aunque tus gracias esciten á, algún joven do ánimoá tomar el campo en tu favor.— ¿A qué viene repetir lo mismo tantas veces? dijo Rebee.!.— Sirve de mucho, dijo Brian ; porque conviene que considerestu suerte bajo todos sus aspectos.— Entonces, dijo la judía, vuélvela medalla, y veamos el rev :rso.— Si no me presento al combate me degradan, me deshonran,me acusan de magia y de sortilegio. El nombre ilustre que llevo yque. he sabido conservar , llegará, á ser un dictado de vilipendio.Todo lo pierdo, fama, honor, esperanzas, ambición ; y mi ambición,Rebeca, es como las montañas con que los gigantes quisieron escalarel Olimpo. Y sin embargo, esta grandeza que sacrifico, estafama, á que renuncio, este poder que abandono, aun teniéndolo casiseguro, no son nada ¡i mis ojos, si Rebeca se digna decir: Briante doy mi corazón.— No pienses en esas locuras, señor caballero, dijo líebeca. \euieal Regente y al príncipe Juan , ios cuales . si en algo aprecian iadignidad de la corona de Inglaterra, no podrán permitir esa autoridadque el gran Maestre se arroga. De este modo podrás protegermesin hacer sacrificios , y sin tener protestos que alegar paraexigírmelos.— Nada tengo que ver con ellos, dijo Brian ; á tí sola me dirijo yen tus ¡nanos pongo tu suerte y la mía : la muerte es mi rive', yen caso de escoger, mas valgo yo que ella.


CAPÍTTJTO XXXX1X.IÍ47— YODO hago esa comparación, dijo Rebeca temerosa de exasperarnías al caballero , pero resuelta á no dar acogida á su pasión yaun á no ungir que la daba. Sé hombre y sé cristiano. Si eres nobley generoso, sálvame de esta horrible muerte, sin exigir un galardónque convertiría tu heroísmo en villanía.— No, dijo el Templario volviendo á su acostumbrada actitud deorgullo y altanería. No es tan fácil abusar de mi credulidad : sipierdo toda mi ventura , por tí la pierdo ; contigo debo dividir lasuerte que me aguarda. Mira , Rebeca, añadió suavizando la voz:Inglaterra, Europa, no son el mundo entero. Regiones hay bastanteanchas para mi ambición : en ellas podremos vivir y ser felices.Iremos á Palestina ; allí está Conrado de Monserrate, mi amigo ínfimo.Allí sabré encontrar nuevos caminos al engrandecimiento. LaEuropa oirá los pasos del que ha arrojado de su seno. Los millonesde cruzados que ella envia no pueden hacer tanto en defensa dePalestina, ni los sables de los ejércitos sarracenos pueden cimentartan sólidamente su dominio en aquella tierra, objeto de tantos combates,como yo y algunos de mis hermanos cpie están unidos conmigopara todo cnanto exija yo de ellos. Serás reina ; colocaré enaquellas tierras el trono que habré sabido conquistar para tí; y enlugar de ese bastón que tanto tiempo he deseado, empuñaré un ce-'ro que hará temblar el mundo entero.— Eso es sonar, dijo Rebeca ; pero aunque fueran realidades tusquimeras, no creas que bastarían áconmover mi resolución. No tengotan en poco á la patria y á la religión , que pueda mirar conaprecio al que rompe tan sagrados vínculos , y sacude el yugo deana orden á la cual lo ligan sus juramentos, por satisfacer la pa--ion que le ha inspirado una estraña. No pongas precio á mi libertad; no vendas la protección ; defiende al oprimido por caridad ; no"O vista de ventajas perecederas. Implora el amparo del trono deInglaterra; Ricardo acogerá mí apelación contra esos hombrescacles.— Hso no, Rebeca, dijo el templario ; si renuncio á mi orden, por;i la renuncio. Si tu amor no me recompensa , á lo menos conser-\ aré mi ambición ; que lo contrario seria perderlo todo á un tiemoo.¡ Humillarme ante Ricardo ! ¡Pedir gracias á aquel modelo de-nberbia y de orgullo! No, Rebeca: jamás se humillará tanto le orlende los templarios en mi persona. Puedo salir de su seno ; peron cubrirla de ignominia.


34.8 IVYNMIOK.— Pues Dios tenga piedad de mí, dijo Ucheca , ya que en lo=hombres no puedo hallarla.— No por cierto , dijo el templario: eres altiva , y has dado conquien no lo es menos que tú. Si llego á entrar en el palenque conla lanza en ristre.no hay consideración humana que me estorbe hacertodo lo que puedo en semejantes casos: piensa en el resultadoSufrirás una muerte horrorosa, como el peor de los criminales: serásconsumida por las llamas ; ni un átomo quedará de esa estructurapreciosa ; dotada ahora de vida, de movimiento , do genio , depasiones.... no, no hay mujer que pueda sostener el aspecto de tanespantoso porvenir. Rebeca, cederás á mis súplicas.— Bois-Guilbert , respondió la judía , no conoces la. índole, de lamujer , ó solo has tratado con las que han perdido los nobles sentimientoscon que nos ha distinguido la naturaleza. Sabe, arrogantecaballero, que no has ostentado tú tanto valor en las mas encarnizadasbatallas, como el que posee una mujer resuelta á sufrir antesque sacrificar su afecto ó su obligación . Soy mujer , y criada conla mayor blandura, y naturalmente temerosa del peligro, .lamas hecisto de cerca la desgracia,, y por consiguiente no sé sufrirla : perocuando entremos en el campo de batallaytú á pelear, y yo á morir,mi corazón me dice que te escederá en valor, en firmeza y en resolución.A Dios : no perdamos el tiempo en palabras vanas; el pocede que puedo disponer en la tierra debe ser empleado de muy distintomodo. Voy á buscar al Padre, de las misericordias, que no niegasus consuelos al que los busca con sinceridad y candor.—Separémonos, dijo el templario; y ¡ojalá nunca nos hubiéramosvisto, ó á lo menos hubieras nacido noble y cristiana! Por e!cielo santo, que cuando te contemplo, y considero las circunstanciasen (pie nos hemos di 1volver á ver, quisiera, haber nacido en tudegradado pueblo, y entender mas bien de mercancías y de zoquines,que de espadas y broqueles. Entonéis estaría, acostumbradoá doblarla cabeza ante los nobles y poderosos, y solo serian terriblesmis miradas para mis deudores. Solo puedo formar semejantesdeseos, por estar mas cerca de tí en la vida, y por evitar elgolpe horrible que me prepara tu muerte.— Hablas del judío según ahora lo estás contemplando. El cié!en su cólera, le ha arrojado del suelo natal; pero su industria le haabierto el camino del poder y de la riqueza, que lian querido cerrarlelas naciones. Léela historia antigua del pueblo de Dios.;


oCAPÍTULO XXXIX. 349diluí' si aquellos en cuyo favor obró Jeovah tantos prodigios entrolas naciones, eran una cuadrilla de míseros usureros. Y sabe quepodemos contar muchos nombres, junto álos cuales los nobles quetanto orgullo os inspiran, son lo mismo que el hisopo comparadoal cedro; nombres cuyo catálogo sube á los tiempos venturosos enque la presencia Divina se mostró en un trono de querubines;nombres que derivan su esplendor, no de una raza terrena, sino deaquella voz formidable que congregó á nuestros padres para quefuesen testigos de las visiones celestes. Tales fueron los príncipe?de !a casa de Jacob.»Encendiéronse las mejillas de Rebeca al referir las glorias de supueblo: ¡icro muy en breve se cubrieron de palidez al añadir dandoun suspiro: oTales eran los príncipes de Jacob; pero no son así enel día. Han sidobollados como la yerba marchita,, y mezclados coi,la arena del camino. Sin embargo, judíos hay que no se avergüenzande tan alta genealogía, y de este número es la hija de Isaac,hijo de Adonikam. A Dios: no te envidio tus sangrientos honores;no te envidio tu bárbaro origen de los paganos del norte; noteenvidio esa fe que siempre está en tus labios, y nunca en tu corazónni en tus obras.— Por Dios que estoy verdaderamente hechizado, dijo Erian: elgran Maestre tiene razón; y la repugnancia con que me separo deti parece obra de un poder sobrenatural. ¡Hermosa criatura', dijeacercándoseá la judía; ¡tan joven, tan linda, tan impávida en presimeia de la muerte, y condenada á morir, y á morir con infamia,\ en medio de horribles tormentos! ¿Quién no llorará tu suerteV\ einte años hace que no se asoman lágrimas á mis ojos, y ahora se,humedecen al contemplarte. Pero debe ser: nada es capaz de salva:-fu vida. Tú y yo somos ciegos instrumentos de alguna fatalidadirresistible, que nos empuja y arrastra como los barcos en la.tormenta cuando las olas los sacuden y hacen chocar entre sí .y perecen.Perdóname, y separémonos amigos. En vano lio querido disuaclirte de tu resolución; pero la mía es inapeable como los decreto*que dimanan del destino.— Así es como, dijo Rebeca, los hombres achacan al destinóloque es efecto d.e sus indómitas pasiones. Yo te perdono, Bois-Guüherí,aunque eres el autor de mi muerte terrena. No puedo negareco hay gérmenes nobles en reanimo atrevido; pero es como e!jardín del perezoso, en el cual les raices se lian .apoderado del ter-


350 IVANIIOK.reno, desfigurando su belleza y abogando las plantas útiles.—Así soy como me has pintado, dijo el templario; áspero, indómitoy envanecido con la independencia y con la fuerza que me,han hecho tan superior á esos necios casquivanos que me rodean.La guerra ha sido mi educación, y á ella debo la elevación de mismiras, y la inflexible tenacidad que empleo en alcanzarlas. Tal esmi carácter, y tal será siempre. Lo probaré con hechos que causaránadmiración al mundo. Pero ¿es cierto que me perdonas';—Como la víctima perdona al sacriíicador, dijo Rebeca.—A Líos, dijo el templario, y salió del aposento. >El preceptor Alberto aguardaba con impaciencia en una piezainmediata el regreso de Bois-Guilbcrt.«Mucho has tardado, le dije; y te aseguro que ya estaba sobreascuas. ¿Qué hubiera sido de nosotros, si hubiera venido el granMaestre, ó su amigo Conrado? Cara me hubiera costado mi condescendencia.Pero ¿qué tienes, hermano? ¿Qué significa ese señoterrible? Apenas puedes sostenerte.—Estoy, respondió Briau, como el que sabe, que va á morir dentrode una hora: y quizás peor, porque hay muchos que sebee, alcadalso como si fueran á mudar de ropa. Malvoisin, esa muchachame hace en realidad perder el juicio. Poco me faltó para ir a ver algran Maestre, abjurar de la Orden en sus barbas, y negarme á ejecutarla cruel obligación que me ha impuesto.¿Has perdido el seso? dijo Malvoisin. ¿Y qué saearias de tamañodislate? Perderte para siempre, sin salvar la vida de esa mujer quees de tanto precio á tus ojos. Beaumanoir nombrará otro individuode la Orden que tome las armas, y la judía perecerá como si tú hubierashecho lo que se te ha mandado.—Puesbien: saldré á su defensa, dijo Brian con resolueion y orgullo;y veremos si hay en la Orden quien resista al empuje de milanza. La judía es inocente: yo seré su campeón.—Pero has olvidado que ni tienes tiempo ni oportunidad de ponerenejecución tan desatinado proyecto. Oí á Beaumanoir querenuncias al voto de obediencia, y verás cuanto tarda en ponerteentre cuatro paredes, río habrán acabado de salir las palabras detu boca, cuando te hallarás á cien pies debajo de tierra, en ti calabozodel preceptorio, hasta que se te juzgue como apóstata de laOrden: ó si confirma en la idea de que estás endemoniado, prepárateá vivir en alguna cárcel distante; á gozar las dulzuras de la


CAPÍTULO XXXIX. .551oscuridad, de las cadenas y de una cama de paja. Desengáñale: 6peleas ó quedas deshonrado.—Huiré, amigo Malvoisin, dijo Brian de Bois-Guilbert; huiré ápaíses remotos. Ni una gota de sangre de esta hermosa criaturaserá derramada por mi intervención, ni con mi consentimiento.—No podrás huir, dijo el preceptor, porque ya tu conducta haescitado sospechas, y te será imposible salir del recinto de estasmurallas. Haz la prueba: preséntate á la puerta; manda que echenel puente, y verás lo que te responden. Ya veo que esta noticia tesorprende y agravia: pero ¿no es mucho mejor para, tí que así sea?¿duales serian las consecuencias de tu fuga? La deshonra de tusarmas; el envilecimiento de tu nombre y de tu familia; la pérdidade tu dignidad. ¿Dónde podrán ocultarse tus compañeros de armas,cuando Brian de Bois-Guilbert, la mejor lanza de la Orden,sea proclamado infiel y cobarde, en medio del escarnio y de las risasdel populacho? ¿Qué se dirá en la Corte de Francia? ¿Con cuantasatisfacción no sabrá, el altivo Bicardo que el caballero que lelió tan malos ratos en Palestina, y que iba ya oscureciéndole la.fama, ha perdido la suya por una mozuela judía, á quien no pudosalvar, ni aun ¡i costa de tanto sacrificio?—Malvoisin, te doy las gracias, dijo Brian: has tocado la cuerdamas sensible de mi corazón. Venga lo que viniere, el dictado décobarde no se agregará jamás al nombre de Bois-Guilbert. ¡Ojaláse presentara al combate el mismo Bicardo ó alguno de sus favoritos!Lo peor es que nadie acudirá á defender á esa infeliz; nadiese espondrá á romper una lanza por la inocente abandonada.—Mejor para tí si así sucede, dijo el preceptor. Si Rebeca no tienecampeón, no es culpa tuya, ni se te puede atribuir su muertesino al gran Maestre.—Si no hay campeón, dijo Bois-Guilbert, todo el papel que tengoque representar es salir á caballo enmedio del palenque; pero sintener parte alguna en lo que se hará después. Me mantengo en lodicho; me ha despreciado; me ha rechazado; me ha cubierto dedicterios. ¿Y por qué le he de sacrificarla opinión en que los otrosme tienen? Alberto, saldré al combate: no lo dudes.»Al decir esto salió del aposento, y Malvoisin le siguió para observarlede cerca y confirmarle en sus resoluciones. Interesábaseen la suerte de su amigo, no solo por lo que él esperaba, sino tambiénpor la recompensa que aguardaba en virtud de las promesas


852 IVAN'HOK.de Mont-Fitchet si contribuía zelosameute al proceso de Kebeca. Sin embargo , -aunque al combatir los impulsos de humanidadde Brian tenia toda la ventaja que dan la sangre fríay el egoísmo sobre los afectos vivos y exaltados , tuvo queechar mano de toda su astucia para disuadirle de su primerpropósito. Por lo mismo no quiso perderle de vista un solo instante,pues temia que en un momento de imprudencia se le escapasede entre las manos ó tuviese una entrevista con el gran Maestre,de la que naturalmente debía resultar un escandaloso rompimientoMalvoisin siguió á Bois-Guilbert, y repetidas veces le demostró 3anecesidad en que estaba de obedecer ¡i su superior, la imposibilidadde salvar en todo caso á Kebeca, y la suerte que le amenazabasi no se presentaba al duelo como campeón de la orden.CAPITULO XL.Volvamos á tomar el hilo de las aventuras del caballero de la negraarmadura; el cual habiéndose separado del generoso bandidose dirigió en derechura á un pobre convento de las inmediaciones,al que habia sido trasladado Ivanhoe, después de tomado el castillo,por el fiel Gurth y el magnánimo Wamba. Es inútil por ahoraentrar en los pormenores de lo que pasó entre Wilfrido y su libertador:baste decir que después de una larga ó interesante conversación,el Prior de san Botolph despachó mensajeros ¡idiferentes puntos,y que al día siguiente el caballero negro se dispuso á continuarsu marcha, sirviéndole el bufón de, guia.«Nos veremos, dijo el de lo negro, en el castillo de Coningsburgh,puesto que tu padre va á celebrar en él las exequias de sunoble pariente Athelstane. Allí veré á vuestra parentela y nos conoceremosunos á otros. No faltes á esta cita, y yo me encargo dereconciliarte con Cedric.»Dicho esto, se despidió afectuosamente de Wilfrido, el cuaimanifestó los mas vivos deseos de acompañarle: mas el caballero noquiso dar oídos ó semejante proposición.«Pasa aquí el dia de hoy; y aun Dios sabe si tendrás mañanabastantes fuerzas para ponerte en camino. No quiero tener mas


CAPÍTULO NL. 333guia que el honrado Waniba, el cual sabe hacer el cuerdo y el lotosegún se presenta la ocasión.—V yo te acompañaré de mil amores, dijo el bufón, pero no quisierafaltar al convite del tlia del entierro, porque si todo no está enorden, es capaz el muerto de salir de la tumba, y armar un peloteracon el cocinero y el mayordomo: y cierto seria cosa de ver. Entodo caso, señor caballero, tu valor me servirá de padrino si Cedricdesaprueba esta romería,—Y si tu ingenio no hasta á justificarte, ¿de qué servirá mi•:alor?—El ingenio, dijo el bufón, puede mucho. Es un truhán astuto,que sabe aprovecharse del flanco del enemigo, y ponerse á, sotaventocuando mas fuerte soplan sus pasiones. Pero el valor es un calaveraaturdido, que parte por medio y hace astillas cuanto se le presenta.Navega contra viento y marea, y siempre va adelante.Por tanto, mas seguro es confiar en tu valor que en mi ingenio.-Señor Caballero del candado, dijo AVilfrido, ya que no permitesque se te dé otro nombre; no sé si te acomodará un guia taninquieto y parlanchín: pero á lo nimios uo hay cazador que sepamejor que él todas las v crudas y atajos de estas eselvas y matorrales-Por lo demás, motivos 1 ¡enes de saber que es mas fiel que el oro.-Condúzcame él, dijo el caballero, por el camino mas corto ymas seguro, y diga si quiere cuantas locuras se le presenten á laimaginación. A. "Dios, buen Wilfrido; cuida de tu salud, y no tepongas en camino hasta mañana »Dicho esto, presentó la mano á Wilfrido, el cual se la besó respetuosamente;se despidió del prior; montó á caballo y empezó ácaminar, siguiendo los pasos del bufón. Ivanlioe los estuvo mirandohasta que desaparecieron en las sombras del bosque.Pero poco después del toque de maitines mandó llamar al prior.VA anciano acudió iumediatamente y le preguntó por el estado desu salud.•' Mucho mejor, respondió Wilfrido, de lo que hubiera podido esperar.O la herida no es tan considerable como lo daba á entenderta gran efusión de sangre, ó ese bálsamo ha hecho en mí un efectoprodigioso. Se me figura que puedo armarme sin inconveniente -y creed que me alegro, porque me están pasando cosas por la imaginaciónque me hacen insoportables la inacción y el reposo.—No permitan los santos del Cielo, dijo el prior , que el hijo de23


35lIYANHOK-Cedric salga déoste convento sin estar perfectamente curado. Seriapor cierto deshonra de nuestra profesión.—Ni yo quisiera tampoco , reverendo padre, dijo Ivanlioe, dejaila hospitalidad que tan generosamente me habéis ofrecido, si nome sintiera capaz de soportar la jornada, y si no me creyera obligadoá emprenderla.—;. V que motivo podéis tener , dijo el prior, para tan repentinamarcha?—¿ No has sentido nunca, dijo "Wilfrido, vagos presentimientosde una calamidad próxima y sin causa conocida? ¿No lias tenidonunca oscurecido el espíritu, á manera de los campos cuando lasnubes les anuncian la cercanía de la tempestad ? ¿Y no crees queson dignos de atención semejantes impulsos, como avisos celestesdel peligro que nos amenaza?—No puedo negar, dijo el prior, que se han visto grandes ejempíos de esos testimonios de la protección divina; pero siempre tienenun fin visiblemente útil y saludable: mas tú estás herido, yno puedes defenderá tu amigo en caso de verse atacado.—Prior, dijo Ivanhoe, te engañas. Todavía tengo bastante fuerzaen los puños para ajustaría cuenta á todo el que me provoque: pero aunque así no fuera, no solo puede uno servir á su amigo conel vigor de los brazos. Sabido es el odio que los Sajones tienen Alos Normandos; y ¿quién sabe á dónde puede llevarles la exasperaciónque ha producido la muerte de Athelstane, y mas cuando hayahecho su efecto el vino que va á distribuirse en el castillo despuésde las exequias? La ocasión en que ese hombre va á presentarseen medio de gentes que detestan á los de su raza es en estremopeligrosa, y yo < stoy resuelto á evitarle toda especie de mal, óá sufrirlo con él. Proporcióname un caballo cuyo paso sea mas suaveque el del mío.—Te daré mi yegua, dijo el prior, é irás en ella como cu un colchon de plumas. Es mucho animal Malkin. En tu vida has montado bestia mas noble ni mas segura.— Pues bien, reverendo padre , dijo Ivanhoe; manda aparejar aMalkin, y di á Gurth que me prepárelas armas.—Eso no, amigo, dijo el prior; Malkin están pacífica como suamo, y no sufrirá que la montes con todo ese aparato de peto y espaldar. No consiente encima mas peso que aquel á que está acostumbrada.El otro dia al despedirme del abad de Canuto me prestó


CAPÍTULO -VL35óun tomo del Frucius temporum; pero Malkin ÜO quiso moverse dela puerta hasta que devolví aquel grueso volumen, y quedé sin otroequipaje que el Breviario.—No creáis, dijo Wilfrido, que la molestará mi peso; y si quierehabérselas conmigo, difícil será que se salga con la suya »Ivanhoe pronunció estas últimas palabras mientras Gurth le cal•/.aba un par de espuelas doradas, capaz de convencer al caballomas rebelde, que el mejor partido que podía abrazar era someterseá la voluntad del ginete.arrepentido el prior de su cortés oferta al ver las puntasenorm.esde las espuelas de Ivanhoe, le dijo algo confuso y apesadumbrado:«Buen caballero, Malkin no está acostumbrada á sufrir hierro enlos ijares. Mejor fuera enviar por el caballo capón del proveedor delconvento, que puede estar aquí dentro de una hora , y es muchomas manso y tratable, puesto que está hecho á traer cargas de leba,y uuuca prueba grano.—Os doy gracias, dijo Ivanhoe; pero vuestra primera oferta meacomoda mucho mas. Malkin está ya ala puerta, seguu estoy viendodesde aquí, y no quiero hacerle ese desaire. Gurth llevará miarmadura, y no tengáis recelo, que la yegua volverá á vuestro poder sin menoscabo.»Ivanhoe bajó las escaleras mas aprisa de lo que podía esperarseen su situación, y montó sobre le yegua, deseando verse libre d


ílürt¡v ANUO i:.eauaa de Inglaterra, y bueno es que Mnlkin emplee los suyos en lamisma. Quizls si ganan los nuestros se acordarán de este convento,que bien lo necesite; ó á lo menos enviarán un buen caballo deregalo al prior. Si así no lo hicieren, porque los grandes suelen olvidarlos favores de los pequeños, me servirá de recompensa la satisfacciónde haber cumplido con mi deber. Pero ya es hora de mandartocar á refectorio para el almuerzo.»El prior pasó en efecto al refectorio, donde se estaba \ a sirvieu.do á la comunidad el bacalao y la cerveza que ordinariamente ieservia de desayuno. Sentóse á la testera , y soltó algunas palabrassobre los grandes beneficios que podrían resultar al convento ticcierto servicio importante que acababa de hacer á persona de altofiordo, y que en otra época hubiera.hecho gran ruido en el mundo.Entretanto, el caballero negro y su guia atravesaban alegres ycontentos los laberintos del bosque: el primero , entreteniéndoseora en escitar con preguntas el buen humor y el agudo ingenio delsegundo; ora en cantar á media voz algún romanee de trovadorenamorado: de. modo, que su conversación formó una estraña misceláneade prosa y verso , de que procuraremos dar alguna idea ánuestros lectores. Imagínense á este poderoso guerrero, como yale hemos bosquejado, alto de estatura, fuerte de huesos, montado enun caballo negro que parecía hecho para semejante ginete; alta lavisera para respirar con holgura , pero subido el barboquejo demodo que solo podía distinguirse una parte de su rostro, (ion todo,bien se echaban de ver las prominencias de sus tostadas mejillas, ylos grandes y brillantes ojos azules que centellaban notablementeal través de la sombra de la visera: iodo su talante indicaba elbuen humor de quien no sabe temer peligros y la seguridad dequien sabe arrostrarlos ; una índole incapaz de prever los contratiempos,pero resuelta a combatirlos y sobrepujarlos; y sin embargo,los riesgos eran la ocupación habitual de su vida, puesto quesolo vivía de guerras y de aventuras.El bufón llevaba su traje acostumbrado: pero las últimas ocurrenciasle habían obligado á prevenirse de una grande cuchillaencorvada, en lugar de su espada de palo, y de un broquel que 'fi«ervia de defensa. A pesar de, su profesión, se habia servido diestramentede estas dos armas durante el asedio del castillo de Erente-de-buey.V ciertamente la enfermedad mental de Wamba no-consistía mas, que en una especie de irritabilidad ó impaciencia,


CAPÍTULO XI., 353r¡ue no lo dejaba permanecer en la misma posición ni fijarse en unaidea: no obstante lo cual, podia desempeñar todo lo que requeríaprontitud y eficacia, y comprender con la mayor claridad lo quese presentaba de golpe á su entendimiento. Cuando iba á caballo,estaba en movimiento continuo, ora junto á la cola, ora junto alas;orejasdel animal; ya dejando colgar las dos piernas hacia un lado, ya vuelta la espalda ¡i la cabeza. Tales fueron sus evolucionescuando acompañaba al caballero de lo negro; y tantos fueron susbrincos, y gestos y contorsiones, que el caballo no pudo sufrirlos 3le arrojó cuan largo era al suelo. Este incidente sirvió de gran diversiónal del candado, y de lección al bufón para guardar algúnmas reposo y compostura.Al principio de la jornada los dos alegres caminantes se pusieroná cantar alternativamente, formando una especie de certamen, enque el uno continuaba ó respondía al tema que el otro habia empezado:y en esta lucha de ingenio, aunque el caballero tenia masinstrucción y facilidad, no llevó gran ventaja, á su compañero. So.primer canto fué como sigue:Ei CAIULLKÜO. WAMJ-.A.Despierta. .1 muía;No mas dormir;Ouc el aura saleCon su carmín.Deja ya el leclio.S:il á lucirl.n faz de rosasV de marfil.Grato es el sueno.Grato es dormir.AI que durmiendoSolo es feliz,¡Sueño en mi amanteComo le viBajo ios olmosOe mi jardín.Cou tus miradasDanme estos sueño-.Hay. revivirPlacer sin fin:\1 que se muere Pero no piensesOe an-or ñor ti.Que -ueño en tí.«Donosa canción! dijo Wainba cuando hubo concluido; y á fe quilamoral es de lo bueno, y cosa que todos los dias se ven entre mujeresy hombres. Muchas veces la he cantado con mi compañeroííurt, hoy. por la. gracia de Dios y de mi amo, elevado á la altadignidad de hombre libre; y una vez nos enfrascamos tanto en ellaque nos estuvimos en la cama hasta dos horas después de habersalido el sol, cantándola entre sueños, hasta que nos desportaron álatigazos. Desde entonces nunca la canto sin que me tiemblen los


858 IVANH0E.huesos. Sin embargo, por daros gusto he hecho el papel de Juana»y estoy pronto á responder á cuantas entonéis.—Ahora te toca á tí empezar, y á mí responder, dijo el caballero.El bufón empezó otra canción por el estilo déla precedente, que.con la respuesta del caballero, decía así:WAMBA.Tres galanes á mi puebloVinieron de buen humor,A buscar una -viudaQue dé por respuesta: No.Un hidalgo, un caballero,Y el tercero un labrador;Y dieron con Catalina,Que es viuda y como un sol.EL CABALLERO.Diz el héroe: «Catalina,Mas turcos he muerto yo,Que arenas ciñen los mores.Y rayos despide el sol.En Flándes y en PalestiniTiene fama mi pendón.¿Qué respondes?—La viudaLe dio por respuesta: A'o.vWAMBA:Diz el noble «Catalina,Ilustres abuelos sonLos que fundaron mi alcurniaAllá cuando el Key rabió.Tengo barras en mis armas,Dos calderas y un león.¿Qué respondes?—La viudaLe dio por respuesta: ííc.tDiz el patán: «CatalinaTengo á tu disposiciónDiez hanegadas de tierraY algún ganado mayor;Un buen corral de gallina;-Y para pascua, un lechen¿Qué respondes?—La viudaDio no por respuesta? No.«Quisiera, amigo Wamba, dijo el caballero, que estuviese aquínuestro alegre ermitaño de Copmanhurst para que nos hicieratercio.—Pues yo no quisiera, dijo Wamba, aunque me valiera ese preciosocuerno que cuelga de tu tahalí.—Prenda es esta, dijo el de lo negro, de la buena amistad delmontero Locksley, aunque no creo me veré en el caso de hacer usode ella. Pero si fuera preciso, con solo tocar tres notas en ese cuerno,ya verías acudir gente á nuestro socorro.—Dios nos libre de ellos, dijo Wamba, aunque creo que el cuerm.de Locksley sirve de pasaporte para que nadie os moleste en estassoledades.—¿Qué quieres decir? repuso el caballero. ¿Crees tú que esos honráelos monteros son ladrones?—No he dicho semejante cosa, contestó Wamba, y me guardaremuy bien de decirlo: porque habéis de saber, señor caballero, que


CAPÍTULO KL. 338tos arbolen tienen oídos como las paredes. Solo quisiera que adi\ ¡miráisun acertijo. ¿Cuando están la copa y la. bolsa mejor, vacíasque llenas'?—;La copa y la bolsa! respondió el caballero : nunca.—Merecerías por tan simple respuesta, dijo Wamba, que nuncaestuvieran llenas las tuyas. Vacía la copa antes de pasarla á, manosde un sajón, y vacía la bolsa, antes de ponerte en cambio.—Eso es decir en dos palabras, respondió el caballero, que nuestrosamigos son ladrones do profesión.—Ni por pienso, dijo Wamba. El caballo marcha mas ligero cuantono lleva, maleta, en la grupa , y la conciencia está mas tranquilaaiando el hombre no lleva en el bolsillo lo que , según dicen, es la.causa de todo el mal que sucede en el mundo: por tanto, me guardarémuy bien de dar ese feo nombre que has pronunciado á las almascaritativas que. se entretienen en aligerar conciencias y caballos.Pero para aporrarles trabajo bueno es dejar en. casa bolsa ymaleta.—Encomendémoslos á Dios, dijo el caballero, y pidamos por ellos,M son lo que tfi dices.-Recemos por ellos, dijo el bufón: pero en casa y no en despoblado.— Dí lo que quieras, repuso el caballero: lo cierto es que esos hombreshan asistido bravamente á tu amo en la toma del castillo defrente- de-buey.—¡Toma! dijo Wamba: esa es su composición con el cielo.—¿ Qué quieres decir? preguntó el caballero.—Esa gente, dijo Wamba, tiene cuenta abierta con el (délo, comoIsaac el judío con sus deudores; y á guisa de este y de todos los desu casta, con poco dinero abren un crédito ilimitado. Sin duda cuentancon el siete por uno.—Dame un ogemplo de tu idea, dijo el del Candado, que á fe míamuy poco ó nada se me alcanza en esto de cuentas y números.—Menester es, dijo Wamba, que tengáis embotada la mollera. Sabedpues que esa gente paga con una buena acción otra que no loes tanto. Cuando quitan cien bisantes á un provincial, dan algunosmaravedises á un mandadero de monjas. Cuando hacen algunafechoría con la doncella que topan en el camino, envían un cuarterónde pan á una viuda pobre.—¿Cuál de esas acciones es la buena, y cual es la mala V preguntócaballero.


360 IYANUOK.—Bien dicho, voto á tantos , esclamó Wamha: y bien se conoceque andas con hombres de ingenio, y que el tuyo se va aguzandoPues, como iba diciendo, esos monteros ó como se llamen, reparanuna choza y queman un castillo; encienden una lámpara á la Virgeny roban un convento; y para contraernos á lo del dia, libertai'á un hidalgo sajón y queman vivo á un barón normando. Cortesesson aunque desalmados, y caritativos aunque ladrones; pero mavaleno topar con ellos, si no es cuando han hecho una mala acción—¿Cómo es eso? dijo el caballero,—Porque cuando deben, respondió Wamha , quieren pagar; asicomo cuando les deben, quieren cobrarse por sus manos. Frescoestá el primer caminante que encuentren después de la buena obraque han hecho con Frento-de-buey. Y sin embargo, continuó acercándoseal caballero y hablándole al oido, no es esa la peor genteque podemos hallar por estas inmediaciones.—;Pues qué! dijo el caballero. ¿Hay por aquí tigres y panteras ,y—No, dijo YYamba, sino la cuadrilla de Malvoisin , que en tiemposde revueltas como los presentes son mucho peores que todas lasAeras de los desiertos de Libia. Ahora están esperando su agosto,y mucho mas con el refuerzo de los que se escaparon del castillode Frente-de-buey. Si damos con ellos, señor caballero, nos ponenlas peras á cuarto.—Vengan , dijo el del Candado, y verás como los clavo al suelocon mi lanza.—¿Y si son cuatro? preguntó Wamba.—Todos tendrán la misma suerte, respondió el caballero.—¿Y si son seis? continuó Wamba. ¿No echarás mano del cuernode í.oclvsley?—I Pedir socorro contra esa canalla , cuando un buen caballercbasta para veinte de esos malsines 1—Hazme el favor . dijo Wamba, de prestarme ese cuerno, que :>fe mía es primoroso y lo quiero mirar de cerca.»El caballero se quitó el tahalí y lo entregó al bufón, el cual se leciñó inmediatamente. Púsose á silbar el mismo tono que Lockshvhabia enseñado al caballero, y dijo con aire orgulloso : oSeñor caballero,yayo sé la solfa tan bien como tú.—¿Qué es eso, bribón? dijo el caballero: vuélveme esa alhaja,—Poco á poco, que, está en buenas manos, dijo AVamba : cuandoel valor y la locura caminan juntos , bueno es que la locura üev r -


CAPÍTULO XI. .el cuerno, puesto que tiene mejores pulmones para soplarlo.Eso pasa de chanza, dijo el de lo negro. Venga el cuerno, 6 noscerémos las caras.•—Señor caballero, dijo el bufón poniéndose á cierta distancia desu compañero, pocas fanfarronadas, que si la locura toma las de Villadiego, veremos lo que hace el valor solo en estos laberintos demonte.--Haz lo que quieras, dijo el caballero, que no tengo ánimo deenfadarme contigo. Guarda el cuerno, con tal de que andemos deprisa.—¿Puedo acercarme sin recelo de que me hagas un cariño? preguntóel bufón.—Nada temas , respondió el del Candado.—¡Palabra de caballero! dijo Wamba.—Palabra de caballero, dijo el de la Negra armadura.—Ahora sí que te creo, repuso el bufón acercándose sin temor. Enverdad que no soy aficionado á las chanzas que tuvistes con el er~mitaño debajo de la encina. Y ahora que la locura lleva el cuerno,bien puede prepararse el valor, que si no me engaño, hay podencosfpae nos rastrean.—¿Por qué lo dices ? preguntó el caballero.—Porque ya hace rato que estoy viendo relumbrar un morriónentre aquellos árboles de en frente. Si fueran hombres de bien, ven -drian por el camino : pero aquella maleza es muy frecuentada deladrones.—Voto á tantos , dijo el caballero , que tienes razón.Y ya era tiempo de apercibirse, porque apenas habia pronunciadoestas palabras, cuando se dispararon del sitio sospechoso tres flechasque vinieron A dar en su yelmo; y una de ellas le hubieraatravesado las sienes, á no haberla rechazado el filo de la visera,ñas otras dos dieron en la gola, y en el escudo que el paladín llevabacolgado al cuello.«Gracias al armero, dijo sin alterarse el del Candado. A ellos,amigo AYamba;» y al decir esto se dirigió á todo escape al puntode la emboscada. Saliéronle al encuentro seis hombres armados,con lanzas en ristre, y también á carrera tendida. Las tres primeraslanzas que le atacaron se Licierou astillas como si hubieran dadocontra una torre de bronce. Los ojos del caballero despedían ceñidlasal través de las barras de la visera. Alzóse sobre los estribos3C>\


:îf>2¡vAHNOic.con noble altivez, y eselamó : «¿Qué significa esto, enmaradas?» A.lo cual los desconocidos respondieron sacando las espadas , acometiéndoletodos á un tiempo, y gritando: Muera el tirano >—San Jorge! san Eduardo! eselamó el caballero derribando unhombre á cada invocación. Traidores sois, que no bandidos. •Aunque desesperados y resueltos, los alborotadores tuvieron algúnmiedo de un brazo que en cada golpe despachaba un enemigo.Va iba el terror á decidir la victoria, cuando un caballeroarmado de azul, que hasta entonces habia permanecido detrás delos otros, apretó espuelas, y dirigiendo la lanza, nó a! ginete sinoal caballo, hirió mortalmentc al noble animal.•¡Traidor cobarde! esclamó el del candado cayendo a! suelo conel generoso compañero ele sus hazañas.eBu aquel momento Wambatocó el cuerno, y no habia podidohacerlo antes, por no haberle dado tiempo tan repentino ataque.Este incidente hizo retroceder á los asesinos; y Wamba. aunque;tan mal armado, como ya hemos visto, corrió hacia el caballero, yle ayudó á ponerse en pié.-Cobardes! dijo entonces el de las armas azules que parecía elcaudillo de los otros. ¿Huís del guindo de un cuerno tocado por unbufón?Animados por estas palabras, los desconocidos volvieron á atacarcon nuevo furor al caballero; el cual, apoyada la espalda contrauna encina, se defendía valerosamente con su espada. El de lo azul,que habia tomado otra lanza, aprovechando el momento en que suenemigo se hallaba en los mayores apuros, corrió) hacia él, con eldesignio de clavarle al árbol de un lanzazo; mas el bufón supofrustrar su intento. Valiéndose de toda su ligereza y presencia deánimo, Wamba, en quien no habían reparado los asesinos, que teníantoda su atención lija en el caballero., cortó la carrera al caudillo,y tiró una terrible estocada al caballo, el cual dio en tierracon el ginete. Sin embargo, la. situación del caballero del ('andadoera. cada instante mas critica y peligrosa, porque las habia conhombres armados de punta en Illanco, y ya empezaba á cansarlola necesidad de parar continuamente los golpes que en todas direccionesle asestaban: pero de pronto cayó uno atravesado poruñadecha, y en seguida se presentó una cuadrilla do monteros, capitaneadospor Lochsley y por el ermitaño. Presentarse estos valientesy dejar muertos ó mal heridos á todos los contrarios, fué obra


CAPÍTULO XV. 3(53de Tin momento. El caballero de las negras armas dio gracias á suslibertadores con majestuosa dignidad, que hasta entonces no habiannotado en su continente, el cual parecía mas bien el de unsoldado intrépido, que el de una persona de alto nacimiento.«Lo que mas me importa, dijo, aun antes que mostraros mi gratitud,es averiguar quienes son estos enemigos encubiertos. Wamba,abre la visera de ese de lo azul, que parece ser el capitán de.•sos villanos.»El bufón se acercó al instante al jefe de los asesinos, que entumidopor el golpe y embarazado con el peso del caballo herido, nopodía huir ni hacer la menor resistencia.-Vamos, valiente guerrero, díjole Wamba, vuestro escudero hesido, y ahora seré vuestro armero. Os he ayudado á desmontar, yahora os despojaré de vuestra armadura.,Dicho esto, arraneó y tiró por el suelo, con no mucha blandura.,i cortesía, el yelmo del do lo azul; y el caballero del candado reconocióá Valdemar de P'ifzurse, á quien seguramente no esperabaver en aquella ocasión.¡Valdemar! dijo con espanto el caballero, ¡f'on tus canas, ycon tus altos empleos! ¿Quien ha podido escitarte á tan loco des.gnio:—Ricardo, dijo el cautivo alzando la vista al Soberano, no conocesá los hombres si ignoras á donde pueden, conducir á. cada,lujo de Adán la ambición y el deseo de venganza.—Venganza! dijo el caballero negro. ¿Que daño te he, hecho, yporqué deseas vengarte de raí?—Despreciaste la mano de mi hija, y jamás podrá olvidar esta,afrenta un noble normando tan ilustre como tú.—¡Tu bija! Cierto que no aguardaba tanta enemistad portan¡eve motivo. Amigos, dijo á los monteros, retiraos algunos pasos,que quiero hablarle á, solas. Valdemar Fitzurse, dime la verdad:confiesa quién te lia instigado á este desacato.—El hijo de tu padre, respondió Fitzurse, cpie castiga de este•.nodo lo que tú hiciste con el que te dio la vida.»Los ojos de Ricardo centelleaban de indignación; mas esta cediómuy en breve, á los impulsos de su bondad natural. Púsose la manoen la frente, y permaneció algún rato contemplando al vencidoHarón, en cuyo rostro luchaba el orgullo con la vergüenza.—¿No me pides la vida? dijo el Rey.


3t>4 IVANHOE.—Seria inútil, respondió Fitzurse, puesto que está en las garrasdel león.—El león, dijo Ricardo, no ensangrienta sns uñas en bestias rendidas."Vive, pero sal dentro de tres dias de Inglaterra; ve á ocultartu infamia en tu castillo de Normaudía, y guárdate de dar áentender la parte que ha tenido mi hermano en esta villanía. Si tedetienes en Inglaterra un momento después del término concedido,mueres: si pronuucias una palabra que manche el honor de mi familia,ni el templo de Dios te ha de preservar de mis ¡ras. Por sanJorge que has de estar colgado de tus almenas hasta que los cuervos hayan dado fin de tí. Locksley, franquea á este hombre uno delos caballos de sus cómplices; desármale, y déjale ir en paz.—Ya veo, respondió el bandido, que estoy hablando con uno áquien no puedo ni debo desobedecer; pero soy de opinión de ahorrará ese villano el trabajo de hacer una larga jornada.—Tienes un corazón inglés, dijo el caballero, y él te ha dichoque debes someterte á mis mandatos. Yo soy Ricardo de Inglaterra.»Y estas palabras, pronunciadas con una majestad digna de unmonarca y denlos elevados sentimientos de Corazón de León, losmonteros se arrodillaron á un tiempo, reconociéndole por su soberano, y pidiéndole el perdón de sus delitos.«Alzaos, amigos,» dijo Ricardo con la mayor afabilidad. Notábaseya en su rostro la espresion habitual de buen humor y franqueza;habia desaparecido toda señal de resentimiento, y solo enias sonrosadas mejillas se veían algunas huellas de los esfuerzoshechos durante tan desesperado conflicto. «Alzaos, amigos, repitió;vuestros escesos y descarríos no valen tanto como el leal servicioque habéis lacho á mi causa en el castillo de Erente-de-bue,\y el socorro que liabeis dado este dia á vuestro Soberano. Alzaos,y sed buenos vasallos de ahora en adelante. Y tú, valiente Locksley....— No me deis eso nombre, dijo el capitán, sino el mío verdaderoque , quizás la fama habrá llevado á vuestros oidos. Y r o soy Robínllood, del bosque de Shervvood (11.(1; Cuando los reyeá normandos promulgaron en Inglaterra sus tiránicas ordenarlasde montee, se licuó la isla de bandidos y descontentos, á quienes la crueldadde aquellas leyes habia dado las armas de la desesperación. Robin llood, ca-;irio. Siestri«iru'i hombre valiente y emprendedor, capitaneaba una formidable ctia-


CAPITULO XL.ÍJtíü— ¡Rey de los bandidos, y príncipe de la gente del bronce ! exclamóel Rey. Quién no habrá oído las famas de tus proezas, puestoque hau llegado á Palestina? Pero nada tenias. El velo del olvidocubrirá todo lo que ha pasado en mi ausmcia. y durante las revueltasá que ella ha dado lugar.— Bien dice la copla , esclamó Wamba interrumpiendo al Rey,aunque no con su acostumbrada petulancia:Valló '/.apiron , y al punió.irman gresca los ratones.—Qué! ¿ Estás aquí, W'amba? dijo el Rey. Como hace tanto tiempoque no oigo tu voz, creí que las habías afufado.—¿Cuándo se, separó la locura del valor? dijo Warnba. Aquí estael trofeo de mi espada, añadió señalando al caballo de Eitzurse; ¡yojalá estuviera el buen animal lleno de vida y salud, con tal de queel amo ocupara su lugar! Estas son todas mis hazañas , porque elgabán no resiste á los golpes como un peto de acero. Mas si no tebe igualado en el manejo de, la espada, no podrás negar que sé manejardiestramente el cuerno,—Y muy á propósito , dijo id Monarca. No olvidaré tus buenosservicios.— Confíteor, dijo entonces una voz trémula y compungida. OM-.fiteor, que es todo el latin de que me acuerdo. Confieso mis delitos,y pido la absolución antes de subir al palo. >-Ricardo volvió la vista, y descubrió al ermitaño que estaba de rodillas,tirado al suelo el garrote que no había estado ocioso durantela acción. Hacia cuanto podía por dar á sus facciones la espresionde la contrición mas profunda, clavados los ojos en el cielo, é inclinadashacia abajo las estreñíidades de los labios, como los cordonesde una bolsa, según la comparación de YVamba : pero en medio deeste aparato de santidad, bien se echaba de ver su natural truhaneríay desfachatez. En una palabra, su aspecto era mas bien e) deun verdadero arrepentido.—¿Por qué tanto abatimiento? dijo Ricardo. ¿Temes que llegue•A oídos de tu diocesano la fama de las virtudes que practicasen tuermita, y del modo que tienes de servir á san Dunstan ? No tengomiedo: Ricardo sabe guardar los secretos que se sellan con «1jarro.drilla de estos desgraciados, lis personaje famoso en las orínicaq y romances aquellos tiempos.


306 IVAN'HOK.— No, benigno Soberano, respondió el anacoreta ( el cual es muyconocido en las historias con el nombre de hermano Tuck , y fuécompañero y amigo de Robin Hood). No temo al báculo, sino alcetro. ¿ Cómo no he de temblar si considero que mi sacrilego puñoha osado tocar al ungido del Señor?— Ya se me halda olvidado, dijo Ricardo , aunque es cierto queme estuvieron zumbando todo el dia los oidos Pero si el golpe fuébien dado, que digan todos los presentes si no fué bien devuelto. Ysi crees que te debo algo, pronto estoy A pagar lo que reclames.— Nada menos , dijo el ermitaño : la deuda está pagada y conusura. ¡ Ojalá pague V. A. tan cumplidamente las de su corona.— Si se pagaran con los puños, dijo el Rey , yo te aseguro quenunca estaria Yació mi tesoro.— Pero ¿qué penitencia he dé hacer, repuso el ermitaño volviendoá su postura humilde y abatida, por tan impío desacato?— No haolemos de eso, dijo Ricardo. Después de haber recibidotantos golpes de inñeles y paganos, no seria justo llevar á mal uupescozón de un ungido ermitaño como el de Copmanburst. Aunquesi he de decir lo que siento, mejor seria para tí que entrases á serviren los monteros de mi guardia, custodiando mi persona, comohasta ahorahas custodiado la de san Dunstan.— Señor , dijo Tuck , perdone Y. A. si no acepto su favor. SanDunstan y yo nos avenimos perfectamente. Gran honor seria sinduda para mí vestir el uniforme de los monteros de vuestra guardia: mas si me entretengo acaso en consolar una viuda, ó en tirarcuatro tiros en la selva, ¿quede injurias no lloverán sobre mí?¿Donde esta el maldito Tuck? dirá el uno. ¿Quién ha visto á esecondenado


CAPÍTULO XL"I. 367bota do vino seco, un pellejo de malvasía, y tres barriles de cervezala mejor. Si esto no basta para apagarte la sed , ven á, la corte yhazte amigo del mayordomo-— ¿Y para san Dunstau? dijo Turk.— ¿No chaceemos con las cosas santas , dijo el Rey ; no sea queDios se ofenda de ver que pensamos mas en nuestras locuras queen su servicio.— Yo respondo de san Dunstau, dijo Turk.— Responde de tí mismo, dijo el Rey con gravedad; y en seguída presentó la mano al ermitaño, el cual hincó una rodilla y la beso.Va veo, continuó Ricardo que haces mas acatamiento á mi manocuando está cerrada que cuando está abierta ; porque á esta tearrodillas, y á aquella te postras.»El auacoreta, temeroso de abusar de la paciencia del Rey con susjocosidades y hurlas , riesgo á que se esponen los que conversar',con poderosos, hizo una profunda reverencia, y se retiró.Al mismo tiempo entraron dos nuevos personajes en la escenaCAPITULOXLI.Eran Wilfrido de Ivanboe, montado en la yegua del prior de i>otolph, y (íurtb en el caballo de batallo de su amo. No puede describirse la sorpresa del caballero al ver la armadura del Rey salpicada de sangre , y los muertos y despojos que cubrían el campode batalla. Ni estrañó menos ver á Ricardo circundado de bandidosy ladrones , que no son por cierto la escolta mas segura para unmonarca perseguido. No sabia si debería dirigirle la palabra comon un caballero errante, ó como á su señor y monarca legítimo. Ricardoconoció su embarazo.«Nada temas, Wilfrido, dijo el Rey : habíame como á Ricardo doPlautagenet. Estoy rodeado de verdaderos ingleses , á quienesquizás el natural arrojo de la nación ha hecho cometer algunos pecadosveniales, que ya están perdonados.—Sir Wilfrido de Ivanboe, dijo el gefe de los bandidos , de nadaserviría lo que yo dijera después de lo que habéis oido: séame lícitosin embargo añad.r que a u nque hemos sufrido mucho y estamos


368 IVANH0Eprivados de ia protección de las leyes , el Rey de Inglaterra no tienevasallos mas leales que los que en este instante le rodean.—No lo dudo puesto que tú los mandas, dijo Wilfrido de Ivanlioe: pero ¿qué significan estas señales de discordia y muerte? quésignifican esos cadáveres y esas manchas de. sangre en la armadurade mi Principe?—La traición, amigo lvanhoe , dijo el Monarca, acaba de haceruna délas suyas; pero ha recibido la pena que mi recia, gracias ¡d/.elo y á la fidelidad de estos valientes. Pero ahora caigo , añadiósonriéndose, en que tú también eres traidor y desobediente ;i ¡asórdenes de tu Monarca. ¿ No te mandé permanecer en el conventode san Botoldh hasta que estuviera curada tu herida?—Lo está, señor, dijo lvanhoe; y lo que tengo es como araño dogato travieso. Pero ¿ será posible que deis tanta inquietud á losque os aman y sirven , esponiendo vuestra vida cu estas correríasy aventuras, como si no fuera mas preciosa que la de un caballeroerrante, sin mas dominios ni fama que los que la lanza y la espadale proporcionen ?—Ricardo de Plantagenet no ambiciona, mas gloria ni mas imperiosque los que con su espada y su lanza sepa adquirir ; y en masalto precio tiene llevar á cabo una aventura con la fuerza de su brazo,que ganar una batalla á la cabeza de cien mil hombres armados.—Pero, señor, dijo lvanhoe, la disolución y la guerra civil amenazaná vuestro reino. ¿ Qué será de vuestros vasallos si perecéisen uno de esos peligros que continuamente estáis arrostrando?No hace mucho que os habéis visto espuesto á perder la vida en lasoledad de un bosque.—¡Mi reino y mis vasallos! dijo el Rey. Sabe que ninguno de ellostiene mas juicio que yo. Por ejemplo, mi fiel servidor Wilfrido delvanhoe acaba de faltar á mis preceptos, y ahora me predica porqueno he seguido sus avisos. Pero por esta vez te perdono. Va tehe dicho en el convento que-debo mantenerme oculto, para dartiempo á que los nobles que se han mantenido fieles á mi causa,reúnan sus fuerzas y se aperciban á la defensa do mis derechos.Ricardo no debe presentarse á la Nación inglesa si no es á la cabezade un ejército numeroso, que baste á frustrar los planes desus enemigos sin necesidad de desenvainar el acero. Estoteville yBohun necesitan todavía veinte y cuatro horas antes de poder pre-


OAFÍTTJLO XLI. 369sentarse delante de York. [Aun no tengo noticias de los progresosque hacen Salisbury, Beauchamp y Multon. Debo contar con Londres,y de esto se ha encargado el Canciller. Mi aparición repentiname espondría á peligros mayores que los que puedo vencer conmi espada y con mi lanza, aun cuando viniesen á mi socorro Robíncon su arco, Tuck con su garrote, y Wamba con .su cuerno.»Ivanbóe se inclinó respetuosamente, y no quiso persistir en susreconvenciones : sabia que era invencible la afición del Rey á lospeligros y aventuras caballerescas, aunque conocía cuan imperdonableera semejante arrojo en el gefe del Estado. Wilfrido lanzó unsuspiro y no rompió el silencio ; mientras Ricardo, satisfecho dehaber puesto término á sus objeciones, aunque no podia menos dereconocer su justicia, entró en conversación con Robín Hood. «Reyde los monteros, le dijo con ¡a mayor afabilidad el Monarca , ¿notiene un pedazo de carne que ofrecer á otra testa coronada ? Porqueesos desalmados me cogieron en ayunas, y las estocadas mehan abierto el apetito.—Seria pecado engañar AV. A. respondió el bandido : nuestradespensa se halla suficientemente provista de....» Robín no se atrevióá continuar, porque sabia apesar de la indulgencia de Ricardo,cuando ofendían á ios príncipes de la casa Normanda las infraccionesde las leyes de montería.«¿De venado? dijo Ricardo. Y como un rey no puede estar todooldia en el monte, matando la caza que han de servirle A la mesa,bueno es que haya quien se la tenga muerta y guisada.—Si Y'. A. se digna honrar con su presencia uno de nuestrospuntos de reunión , no le faltará carne de venado ; y aun quizás leofreceremos un buen trago de cerveza y otro de vino seco.,->Robin se puso en camino, seguido por el alegre Monarca , massatisfecho con el encuentro de aquel célebre bandido , que si estuvierapresidiendo un banquete Real , á la cabeza de los nobles ypares de Inglaterra. La novedad tenia grandes atractivos para elcorazón de Ricardo, y mucho mas después de haber vencido y arrostradopeligros y contratiempos. Aquel Monarca realizaba el carácterde los caballeros andantes, héroes de tantas novelas y romances.Pa gloria personal, adquirida por su intrepidez y valor,le era mucho mas grata que la que hubiera podido grangearse pormedio de una política sabia y juiciosa. Su reinado fué como uno de•'sos brillantes y rajados metéoros que cruzan la inmensidad de los


370 IVANHOE.cielos esparciendo portentosas ráfagas de luz. y que al instante seconfunden en la oscuridad del espacio. Sus proezas sirvieron detexto inagotable á los trovadores de su siglo, sin proporcionar á suReino ninguno de aquellos sólidos beneficios que la historia perpetúa en sus anales para ejemplo de la posteridad. Kn la ocasión pre¡senté, sin embargo,sirvió de mucho á Ricardo su espíritu arrojadoy caballeresco ; porque le grangeó el afecto de aquellos hombresindómitos y emprendedores, entre los cuales se mostró franco, alegrey bondadoso. 151 valor eraá sus ojos la primera de las virtudes,y apreciaba á todo el que lo poseía, cualquiera que fuese suclase y su condición.Sentóse el Rey de Inglaterra debajo de una frondosa encina, a!rústico banquete que le habían preparado aquellos hombres, pocoantes perseguidos por las leyes de su Peino, y (pie á la sazón componiaii toda su Corte y toda su guardia.A medida que daba vueltas el jarro, los bandidos empezaron aperder el terror que al principio les había inspirado la. presenciade su Soberano. Hubo chanzas y canciones; y mientras cada cualreferia sus hazañas, todos olvidaban que estas eran oi ras tantasinfracciones de las leyes cuyo protector natura! les estaba oyendoEl Monarca reía y chanceaba como los demás, olvidándose de sudignidad, y poniéndose al nivel de sus huéspedes. Robín Hood.sin embargo, que era hombre de sana razón, temía que ocurriesealgún disgusto y que se turbase la buena armonía que hasta entonceshabia reinado en el banquete. Aumentáronse sus receloscuando observó la inquietud de Vilfrido de Ivanhoe. Llamó á parteal barón, y le dijo: «Grande honor es para nosotros la presenciade nuestro amado Soberano; pero los negocios de su Peino sonmuy urgentes, y es lástima que pierda un tiempo tan precioso.—Tienes razón, Robin, dijo Ivanhoe, y sabe además (pie los quese familiarizan con la majestad, aun cuando esta olvida lo que vale,juegan con un león que saca, las garras ,\ destroza cuando menosse pienza.—Habéis dado en la verdadera causa de mis recelos: esos hombresson ásperos de suyo, y violentos por hábito. Y el Rey, aunquede buen humor, suele tener sus arranques. La menor cosa puededar motivo á que se le ofenda, y Dios sabe á donde llegarían lasconsecuencias. Tiempo es de separarnos.—'•rocara m hacerlo con mañana y delicadeza, dijo Ivanhoe:


CAPITULO SU ..tilporque yo lio ocluido algunas indirectas y todas nao sido inútiles-— Sei" or, d'joRobin Hocd ¡i hienido, voy á espoi erme al enojodo \. A .; pero por san Cristóbal que es por su bien, y que lo he dehacer aunque nunca, me perdoi e. Bernardo, dijo entonces llamandoá parte á un montero, corre á esas malezas de la izquierda, sinque te observe ninguno de los presentes; toca, el cuerno ala manerade los normandos; y si to detienes un instante, te parto pormedio.»Bernardo se separó con el mayor disimulo de la concurrencia, \obedeció exactamente las órdenes de su capitán. Aquel inesperadosonido dejó suspensos á todos los asistentes.«Este es el toque de Malvoisin» dijo el molinero apoderándosedel arco. El ermitaño dejó caer el jarro, y empuñó el garrote. Wambasuspendió sus carcajadas, y echó mano de la espada y del broquel.Todos los demás se pusieron en pié y tomaron las armas.hombres de vida tan precaria y borrascosa pasan sin alterarsede la alegría del banquete al peligro de la batalla.Para Ricardo esta transición era un recreo. Pidió el yelmo y laspiezas principales de la armadura, y mientras Gurth se las ajustaba. mandó espresamento á Wilfrido de Ivanhoe, so pena de su perpetuoenojo, que no tomase parto cu el encuentro.«Hartas veces has peleado por mí, le dijo el Monarca: ahora serásespectador, y verás como sabe pelear Ricardo por su vasallo, \por su amigo. >Entretanto, Robín Hood hah ia enviado algunos monteros en diferentes direcciones, como para reconocer al enemigo; y cuandovio que todos estaban en pié y separados, y el Rey completamentearmado y dispuesto á marchar, se echó á sus pies y lo pidióperdón.«¿De qué, buen montero? dijo Ricardo. ¿No basta el perdón general(pie ya es he concedido? Piensas tú que mi palabra es unapluma que el viento lleva á discreción? ¿O has cometido desde entoncesalgún nuevo desaguisado?—Sí señor, respondió Robín Hood: he cometido una falta, si asípuede llamarse un engaño que redunda en bien de V. A. El toqueque habéis oido no es de Malvoisin, sino dado por orden mía. Miobjeto ha sido poner término á. este banquete, en el cual se estáperdiendo un tiempo que puede ser mas útilmente empleado.»Levantóse al concluir estas palabras; cruzóse de brazos, y en ac-


:Y¡2IVASIIOE.litud mas respetuosa que sumisa, aguardó la respuesta del Rey,como quien conoce la falta que ha cometido, y confia en la rectitudde los motivos que le han impulsado. Asomóse la cólera á los ojosdel Rey; pero este movimiento instantáneo cedió á la justicia naturalde su carácter.«El rey de los bosques, dijo, tiene miedo do que Ricardo dé finde su venado y de su vino seco: yo te convidaré á comer en Londres,y no te echaré tan pronto de mi mesa. Tienes razón, Robín:á caballo y marchemos. Hace una hora que estoy leyendo la inquietuden los ojos de 'Wilfrido: díme, ¿no tienes en tu cuadrillaalgún amigo que, no contento con estar predicando todo el dia,observa tus movimientos, y se pone de mal humor cuando tú haceslo que se te antoja?—Sí señor, respondió Robín Hood; esa es justamente la condiciónde mi teniente .luanito, que está ahora de espedicion en losconfinés de Escocia; y aseguro á V. A. que algunas veces me molestanlas libertades que loma: pero bien reflexionado, no puedoenfadarme contra quien se aflige por mi bien, y se inquieta pormis peligros.—Bien has dicho, contestó Ricardo; y si yo tuviera por un ladoá Ivanboe para dirijirme por sus graves consejos y amonestaciones,y á tí por otro para que me engañases en lo que crees convenienteá mi servicio, pronto me veria tan libre en mis accionescomo el esclavo atado á una cadena. Vamos, gente honrada, á Oo~ningsburgh, y no hablemos mas del asunto.»Robin notició al Rey y á su amigo que había enviado una partidade descubierta al camino, y que sin duda si había alguna emboscadapronto se tendría aviso: les dijo que por entonces no teniael menor peligro, pero que en todo caso, él y los suyos no se separaríande aquellos alrededores, y acudirían, como ya lo /odre;;hecho, á la menor novedad.Las prudentes y atentas precauciones adoptadas por el bandidopara la seguridad de Ricardo enternecieron su corazón geni-roso,y disiparon todas las sospechas que hubiera podido inspirarle el.artificio do que había echado mano. Presentóle otra vez la suya,asegurándole su perdón y su protección, y dándole palabra desuavizar las ordenanzas de montes y otras leyes tiránicas y opresivasque tenían á muchos buenos ingleses en un estado de perpetuarebeldía. Frustró las buenas intenciones del Monarca su


CAPÍTULO XLI. 373muerte desgraciada y prematura, y las leyes de montería fueronabolidas después & despecho de Juan, cuando este sucedió á su heroicohermano. En cuanto á las otras aventuras de Robín Hood,que terminaron por una muerte traidora, los lectores podrán consultarlas innumerables relaciones de la historia de este famosobandido que corren impresas en Inglaterra.Volvamos á Ricardo corazón de león, el cual en compañía deIvanhoe, de Gurth y de Wamba, llegó sin obstáculo ni tropiezo,como Robin lo habia predicho, á vista del castillo de Coningsburgbantes que el sol se ocultase en el occidente.Pocas escenas hay en el territorio de Inglaterra mas hermosas ymas interesantes, que las que ofrecen las cercanías de esta fortalezasajona. El manso y apacible rio Don pasea en suaves circuitossus limpias y cristalinas aguas por un anfiteatro en quelas tierras cultivadas alternan en vistoso desorden con frondosasselvas y espesos y herbosos matorrales. Sobre uno de los montesque se elevan desde las márgenes del rio, bien defendido por fososy murallas, se erguía el antiguo edificio que, como su nombre loda á entender, servia de residencia, antes de la conquista, á losmonarcas de Inglaterra. I.a fortificación esterior fué sin dudaconstruida por los Normandos ; pero toda la parte interior indica¡a mas remota antigüedad. El edificio principal está sobre una elevación,en uno de los ángulos del recinto de la forticaíicion antigua,y forma un círculo completo, de cerca de veinte y cinco piesde diámetro. El muro es estraordinariamente macizo, y lo apoyany defienden seis gruesos esperontes (1), que forman otras tantasproyecciones del círculo, y suben hasta la torre, por sus ángulos,como para sostenerla y fortificarla. Eos esperontes están huecos ensu estremidad superior, y terminan en una especie de torrecillasque comunican interiormente con la cúpula. El aspecto lejano de estesólido edificio, con sus estraños adornos, es tan interesante alamante de la belleza pintoresca, como las cuadras y salones del castilloal historiador y al anticuario; pues todo recuerda en ellas la gloria,los usos y las desgracias de los monarcas sajones de la Isla. Enlas cercanías del castillo hay todavía una pequeña elevación, que secree fué el sepulcro del famoso Hengisto, y en el cementerio inmediatose ven muchos monumentos no menos curiosos que antiguos.(fi KxiKm'iir. es ana especie de estribo ó espolón, qne formaba un úugulo salieni"011 las fortificaciones antiguas.


374 IVANHOK.Cuando Ricardo corazón de león se acercó con su comitiva á estesingular edificio, no estaba como ahora rodeado de obras estenores.El arquitecto sajón babia apurado todo su esmero y su saberen la defensa del cuerpo del castillo; y fuera, de él no habia otracircunvalación que una tosca empalizada.Una gran bandera negra que tremolaba en lo alto di; la torre,indicaba que se estaban celebrando á la sazón las exequias del ultimodueño del castillo. No se distinguía en ella ningún emblemarelativo al origen ni al nacimiento del difunto; porque los Sajonesdesconocían enteramente el uso de los escudos de armas, los cualesaun entre la nobleza normanda eran unaoovedad en los tiempos áque se refiere esta historia. Habia otra bandera sobre la puerta conla mal trazada figura, de un caballo blanco. Este símbolo de ||enlistoy de sus guerreros era. relativo al origen sajón de los habitantesde la casa.Las inmediaciones del castillo ofrecían una escena de bulla jconfusión; porque las ceremonias fúnebres de los Sajones dabanlugar á la hospitalidad mas generosa y opípara, de la que disfrutabanno solo los deudos, amigos y aliados de la familia del muerto,sino todos los pasajeros y desconocidos que se presentaban.Esta costumbre se observó en aquella ocasión con estraordinariapompa y prodigalidad, en atención á la riqueza é ilustre origen deVthelstano. Veíanse, numerosas cuadrillas de forasteros subir ybajar por el monte en que estaba situado el castillo; y cuando elRey y sus acompañantes llegaron á las puertas de la barrera esterior,que estaban abiertas y sin guardias, el concurso que se ofrecióá su vista no parecía muy análogo ni conforme al objeto desu reunión. Los cocineros asaban bueyes y carneros; la cervezacorría á raudales. Los huéspedes, distribuidos en diferentes gruposque se componían de gentes de toda clase y condición, devorabancon ansia los manjares, y apuraban las botas que con tantaabundancia se les repartían. El miserable siervo sajón procurabadesquitarse del hambre y de la sed de todo el año, con un día deglotonería y de embriaguez. El labrador y el montero saboreabaná sus anchas el] lomo ó la costilla, y criticaban los ingredientes dela cerveza, y la habilidad del fabricante. Algunos caballeros normandos,no de los mas ricos ni poderosos, habian sido atraídospor la curiosidad, ó quizás por el deseo de sacar el vientre de malaño. Distinguíanse i or sus ropillas cortas y por sus barbas afeita-


CAPÍTULO xu.das, y manteníanse juntos, y separados de !a muchedumbre, burlándosecutre sí de aquellos usos estraños pero sin desdeñar losnian jares y tragos que tan liberalmente se les presentaban.Habían acudido bandadas de mendigos: soldados vagabundosque acababan de llegar, según decían, de la Tierra santa: buhoneros,con sus tiendas portátiles llenas de baratijas y chucherías;jornaleros que buscaban acomodo, peregrinos charlatanes; músicosy trovadores, que cantaban salmos y plegarias al son de susagrios y desentonados instrumentos. Uno entonábalos encomiosle Atbelstane en pomposo y altisonante panegírico; otro enumerabaen versos sajones los ásperos y exóticos nombres de sus ilustresascendientes. No faltaban titiriteros y bufones, para divertircon sus chistes y contorsiones á la concurrencia: ni parecían impropiosestos ejercicios en ocasión tan triste y en tan respetableceremonia. Las ideas dominantes entre los Sajones sobre estas fúnebresfestividades eran sencillas y aun groseras. La pesadumbreno sacia el hambre ni apaga la sed: y en este principio se fundabaia costumbre inmemorial que observaban de solemnizar la muertede sus parientes y amigos con borracheras y comilonas, proporcionandoal mismo tiempo motivos de distracción y recreo á losque se sentían sobradamente afligidos y consternados. Los concurrentesse aprovechaban de tantos y tan eficaces motivos de consuelo;pero do cuando en cuando , como si se acordaran de pronto delobjeto que les bahía reunido, los hombres prorumpian de consunoen sollozos, y las mujeres en penetrantes lamentos y aullidos.Tal era el aspecto que presentaba el patio del castillo de G'oningshurghcuando entraron en él Kieardo y los suyos. El senescal, quese curaba poco de los huéspedes de clase inferior, procurando soloevitar sus escesos y conservar el buen orden, reparó con estrañezami el buen talante de Kieardo y de Ivanhoe; recordando al mismotiempo una idea, aunque confusa, de las facciones del último. La venidaademás de dos caballeros , porque tales denotaban ser los dosestrangeros en sufrago, era raro acaecimiento en una fiesta de.Sajones, y se consideraba como gran honor al difunto y á su familia.El senescal, vestido de luto, y empuñando la vara blancaque denotaba su oficio, penetró por entre ia muchedumbre, y condujoá los dos recíenvenidos á. la entrada de la torre. Gurth yWamba encontraron muchos conocidos en el patio, y no se atrevieronó pasar mas adelante hasta ser espresamente llamados.:fi5


376 1YANH0K.CAPITULOXLII.La entrada de la torre principal del castillo deConingsburghera tan singular en su estructura, como correspondiente á la toscasencillez de los tiempos en que fué erigida. Por unos escalones tanestrechosy empinados que mas bien merecían el nombre de precipicio,se entraba á un portal bajo, situado en la parte del sur de latorre, por el cual el curioso anticuario puede aun pasar, ó podiaálo menos hace pocos años, á la escalera construida en el espesor delmuro que conducía al piso tercero del edificio. Los dos inferioresse componían de piezas embovedadas, sin otra luz ni ventilaciónque la que recibían por un agujero cuadrado, el cual, por mediode una escala de mano, servia de comunicación con los aposentosaltos. Los pisos eran cuatro, y la escalera principal que conducíade unos & otros, se apoyaba en los esperoutes de que ya hemos hechomención.El rey Ricardo, en compañía de Ivauhoe, pasó por esta complicaday difícil entrada, y fué introducido al aposento circular queocupaba todo el tercer piso. AVilfrido se subió cuanto pudo el embozode la capa, porque no juzgaba oportuno presentarse á su padrehasta que se lo mandase el Rey.En este aposento, y en torno de una gran masa de encina, estabansentados doce de los mas distinguidos representantes de las familiassajonas residentes en los condados circunvecinos. Todoseran de edad avanzada, ó alómenos algo mas que madura, porquelos jóvenes habían seguido, con gran sentimiento de sus padres, elejemplo de Ivanhoe, y roto las barreras que por mas de medio siglohabían separado á los vencedores Normandos de los vencidosSajones. Las miradas graves y abatidas de aquellos hombres venerablespresentaban una escena algo diferente del bullicio y alegríade los huéspedes estemos del castillo. Cualquiera hubiera dicho a¡ver aquellas blancas cabelleras, aquellas barbas hasta la cintura,juntamente con las túnicas antiguas y las anchas capas negras,que los personajes reunidos en tan singular y tosco aposento eran


CAPÍTULO XLI1. 377algunos sacerdotes del templo de Woden (1), reciensalidos de sussepulcros para deplorar la pérdida de su gloria nacional.Cedric, aunque sentado sin distinción enmedio de sus compañeros,parecía ejercer, por consentimiento de ellos, las veces de presidentede aquella reunión. Levantóse con ademan majestuosocuando vio entrar á Ricardo, á quien solo conocia por el título decaballero del Candado, y le saludó con la fórmula ordinaria Waes//fiel, alzando al mismo tiempo una copa basta la frente. El Rey.que no desconocía las costumbres de sus vasallos, devolvió el saludocon las palabras de estilo, Drim Me!, y bebió de la copa que lepresentó el coporo. La misma formalidad se usó con ivanhoe, elcoa' respondió con una cortesía, temeroso de que le descubriese elsonido de su voz.Terminada esta ceremonia, de introducción, Cedric se separó desus compañeros, presentó la mano á Ricardo, y le condujo á unapequeña capilla, labradaá pico en uno de los esperontes rpie rodeabanesteriormente la cúpula. Una estrechísima claraboya era lafin lea abertura que se notaba en la pared; mas ;í la rojiza y opacalez de dos cirios, se distinguían la techumbre embovedada, los muros desnudos, y un tosco altar de piedra, con un crucifijo de b>mismo.i leíante del altar estaba colocado el ataúd, entre dos frailes arrodillados,que rezaban en voz baja con aspecto devoto y compungído. La madre del difunto pagaba una buena propina al conventode san Edmundo por la asistencia de estos religiosos; y á ñu de darmayor esplendor á la ceremonia, la comunidad entera sehabia trasladadoá Coningsburgh. Seis sacerdotes estaban constantementede guardia en la capilla. Ponían todo su empeño en no interrumpirun solo instante sus devotas oraciones; también cuidaban deque ningún lego tocase al paño de tumba que había servido enigual ocasión al bendito san EdmundoI¡ ¡cardo y Wilfrido entraron en la capilla mortuoria conducidospor Cedric, el cual les señaló, con gesto grave y melancólico elataúd de su amigo.Los tres se santiguaron devotamente, y dijeronuna breve oración por el reposo de su alma.Concluido este acto de piadosa caridad. Cedric hizo seña á su*huéspedes que le siguiesen; salió, con pasos silenciosos, de la capilla,y después de subir algunos escalones, abrió con gran precauIDivinid ad fabulosa de los sajones.


378 IVANHOK.eion la puerta de un pequeño oratorio contiguo. Era una pieza deocho pies en cuadro, abierta, como la capilla, en la misma piedradel muro, y alumbrada también por una claraboya; mas esta dabaal occidente, y estando el sol á la sazón en el ocaso, un rayo de suluz que en aquel momento penetró en el opaco recinto, descubrióá los ojos de los dos estranjeros una dama de gravísimo aspecto,cuyo rostro conservaba notables restos de majestuosa hermosuraSu pomposo y ancho trago de luto, y la guirnalda de fúnebre ciprésque le sombreaba la frente, realzaban la blancura de su complexióny el esplendor de su rubia cabellera, que ondeaba esparcidapor el cuello y por los hombros, sin que los años la hubiesen aunplateado ni disminuido. La espresion de su fisonomía era la delmas profundo dolor, comprimido por la resignación y por la humildad,Tin la mesa de piedra que tenia en frente había un crucifijode marfil, y un misal con primorosas viñetas, y broches y placasde oro.—Noble Edita, dijo Cedric después do haber permanecido algúnrato en silencio, como para dar tiempo á los estranjeros á que examinasenel aposento de la dama; aquí están dos dignos caballeros,que vienen á tomar parte en vuestra aflicción. Este particularmentees el valiente guerrero que peleó con tanto arrojo por la libertaddel que hoy lloramos.—Reciba su valor el tributo de mi agradecimiento, respondiólallama, aunque la voluntad Divina dispuso que le emplease tan infructuosamente.También agradesco su cortesía y la de su compañero,por haber venido á compañar á la viuda do Adeling y á lamadre de Athelstane, en los días de su mayor pena y amargura. Avuestra amistad y vigilancia los encomiendo, y espero que no careceránde la hospitalidad que esta triste mansión puede ofrecerles.»Los dos caballeros la saludarofi con una humilde reverencia, y seretiraron en compañía de su oficioso conductor.Este los introdujo por otra escalera auna pieza de las mismas dimensionesque la que acababan de visitar, situada sobre ella y dela cual salía una armonía melancólica y pausada. Cuando entraronen este aposento, se hallaron en presencia de viente matronas ydoncellas de las mas ilustres familias sajonas. Cuatro de las últimas,dirigidas por lady Rowena, entonaban una canción fúnebre,de la cual solo hemos podido descifrar las siguientes estrofas:


CAPITULO XXII. 379Polvo y cenizasY corrupción.Ka ya el potenteNoble señor.Y el alma libreRauda volóDonde la llame.Celeste voz.Quizás habitaNegra mansiónReino fio llantosY rio dolor:Mientras el fuegoLimpia el borrónQue la privaraDe su esplendor;Reina del cieloMadre de Dios!De su martirioTen compasión.Bajo el amparoDe tu favor,Entre en el puertoDe salvación.Duran te esta canción, cuyo tono correspondía á su asunto, lasotras damas y doncellas estaban separadas en dos divisiones. Lasunas se ocupaban en bordar un paño de tumba de un rico tejido de.seda, que debía servir para cubrir el féretro de Athelstaue. Las«tras aderezaban guirnaldas de flores para la ceremonia del entierro.Aunque el aspecto de las doncellas era comedido y decoroso, yalgunas de ellas parecían realmente afligidas, de cuando en cuandose les solía escapar tal cual seña ó sonrisa, que les atraía una severareconvención de las tías y de las madres: y aun hubo algunaentre elias que se empleaba mas en examinar como le sentaba el traige de luto, que en disponerse para la triste solemnidad del día. Sihemos de confesar la verdad, la presencia de los dos caballeros diolugar á nuevos gestos y miradas. Pero liowena, que era orgullosay no vana, se contentó con inclinar la cabeza á su valiente libertador.Su continente era grave, pero no abatido; y quizás esta gravedadprovenia mas bien de la incertidumbre en que estaba acercade su suerte y del paradero de Ivanhoe, que de la pesadumbre quele producía la muerte de su pariente.Cedric, sin embargo, cuya perspicacia no era la prenda que sobresalíaen su carácter, creyó ver en el rostro de su pupila mayoresmuestras de aflicción que en los de las otras amas del duelo, y notardó en esplicará sus huéspedes la causa de esta diferencia. «LadyRoweua, les dijo, era la esposa prometida de mi desgraciado amigo.»Ivanhoe oyó esta esplicacion, y poco le faltó para interrumpircon unacarcajada la tristeza general que reinabaen Coningsburgh-Después de haber sido introducidos á las diferentes partes del editicio,en que se celebraban de diversos modos las exequias del noblesajón, los dos caballeros, conducidos siempre por Cedric, pasa-


880 IYANHOK.roa á otro aposento destinado á los forasteros de distinción, quepor su conexión con la familia quisiesen venir á acompañarla en lafúnebre solemnidad. Cedric les aseguró que podrían residir allí coroo en sus propias moradas, y ya iba á retirarse, cuando el caballerode las negras armas le detuvo por la mano.cYhora es la ocasión de recordarte noble Cedric, le dijo, quecuando nos separamos después de la toma del castillo de Frente-de.Buey, me prometiste.? una gracia en galardón de los servicios quetuve la fortuna de emplear en tu defensa.—Está concedida de contado, dijo Cedric; pero en esta triste ocalíien sé, dijo Ricardo, que no es la mas oportuna; pero el tiempome urge, y no creo tampoco que sea fuera de propósito cuando secierra ia tumba de un amigo, depositar en ella todo resentimientoy enemistad.—Señor caballero del candado,dijo Cedric poniéndose encendido,ia gracia que fe be prometido es para ti, y no para otra persona:ni puedo permitir que un estranjero turne parle en lo concernienteal honor ele mi familia.— Ni yo quiero tomarla, dijo ed ny . sino en lo que peculiarmenteme interesa. Hasta ahora solo lie sido á tus ojos el caballero delcandado. ¿Conoces a Ricardo Plantagcnet?—¡Ricardo de Ynjou! esclamó Cedric dando un paso atrás, atónitoy confuso.—No, noble Cedric: Ricardo de Inglaterra, cuyo mas vivo interé.-.. cuyo mas vehemente deseo es ver unidos á todos los que la.Providencia ha colocado bajo su protección. ¡Y qué! ¿No doblas larodilla átu soberano?-.(amas se doblo ante la sangre normanda, respondió Cedric.—Reserva pues tu homenaje, dijo el rey, piara cuando veas quemi protección abraza igualmente á normandos é ingleses.—Príncipe, respondió Cedido, siempre he hecho justicia átu valory á tu magnanimidad: ni ignorólos derechos que alegas á la coronade Inglaterra, por tu descendencia de Matilde sobrina de EdgarAiheling é hija de Malcolm de Escocia. Pero Matilde, aunque desangre real sajona, no era la inmediata heredera del trono.—No vengo á disputar contigo mis derechos, dijo el monarca:solo te pido que veas si encuentras otros (pie poner en la balanza—¿V has venido á este castillo á decírmelo? para amargarme con


CAPITULO XLII. 061ios recuerdos de nuestra degradación y miseria, cuando aun no estácerrada !a tumba del último vastago de la familia real de Sajonia?—No por cierto, dijo el rey: te hablo con la confianza que tuhombre de bien puede tener en otro, sin que ninguno de los dosdeba temer las consecuencias.—Tienes razón, señor Rey , dijo Cedric ; porque rey eres, y reyserás en despecho de mi débil oposición : y creo que no soy capaz,de aprovecharme de la ocasión que tú mismo me ofreces de estorbarlo,por grande que sea la tentación.—Volvamosá la gracia que me lias concedido, dijo el Rey , y 1:0presumas que confio menos en tu palabra, por la repugnancia cíemuestras á reconocerme por tu legitimo soberano. Exijo de tí, cernohombre de honor y de palabra, so pena de declararte deslecl yvillano mal nacido, que restituyas tu afecto paternal al buen caballeroWilfrido de Ivanhoe. Confieso que estoy interesado en estareconciliación , tanto por la ventura de mi amigo , como p'»r•oncordia que deseo ver establecida en todos mis vasallos.—¿ Y es este Wilfrido? dijo Cedric señalando á su hijo.—Yo soy, dijo Ivanhoe echándose á los pies de Cedric: padre -,. '. .


382 IVANHOE.No c. posible describirla sensación que produjo esta aparición enios que la presenciaron. Cedric retrocedió precipitadamente hastala pared, y quedó apoyado en ella como si no bastasen sus propiasfuerzas á sostenerle. tijas las miradas , entreabiertos los labios, éincapaz de respirar y de moverse. Ivanhoe se santiguaba lo masde prisa que podia, y recitaba cuantas oraciones se presentaron ásu memoria en sajón, en latin y en francés. Ricardo, luchando entresus sentimientos religiosos y su inturbable valor . empezó porim salmo y acabó con un terrible juramentoAl mismo tiempo se oyó en las piezas inferiores una confusagritería.«En nombre de Dios, dijo Cedric al que creía espectro de su difuntoamigo, si eres mortal, habla ; si eres espíritu, dínos por quécausa vuelves ñ la tierra , ó qué podemos hacer para asegurar tueterno reposo: vivo «i muerto , noble Athelstane , habla á tu amigoCedric.—Hablaré, dijo el espectro sin alterarse , cuando me dejes hablary cuando cobre aliento. ¿ Que si estoy vivo ? Tanto como puedeserlo el que ha estado en ayunas por espacio de dos dias , que mehan parecido dos siglos. Sí, padre Cedric, así Dios me salve; y providencia de Dios es que pueda contarlo.— ¿Como es posible? dijo Eicardo. Yo mismo te vi caer bajo laespada del feroz templario poco después del asalto del castillo, ycreí como después me aseguró VVamba, que te habia partido elcráneo hasta los dientes.—Te engañaste, señor caballero, dijo Athelstane, y Wamba mintiócomo villano: mis dientes están como estaban , y espero probarlocuando me den de cenar. No fué la culpa del templerario , sino desu espada, que se le torció en las manos y cayó de llano sobre micabeza. A no haber estado sin morrión, ni aun hubiera sentido elgolpe, y el templario hubiera ido á contarlo al otro mundo. Peroestaba descubierto, y caí aturdido, aunque sin daño considerablePin seguida cayeron sobre mí cinco ó seis entre muertos y heridos,todo lo cual prolongó mi muerte aparente. Cuando recobré missentidos, me hallé dentro de un ataúd, que por fortuna estabaabierto, en frente del altar de san Edmundo. Estornudé repetidasveces, me quejé, disperté de un todo, y ya iba á levantarme, cuandoel sacristán y el abad acudieron al ruido aterrados y confusos,tomándome por un espectro. Así que echaron á correr y me quedé


CAPÍTULO XL1I. 383solo. Kl sitio estaba envuelto en la mas profunda oscuridad. Era sinduda el cementerio de su convento. Ocurriéronme estraños pensnmientos acerca de todo lo quo me había pasarlo.—Cobrad aliento, noble Athelstane , dijo Ricardo , para referirvuestra historia, que perlas barbas de mi padre , tiene algo denovela.—No hay novela que valga, dijo Athelstane.—En nombre do la Virgen santísima, dijo Cedric tomando la manoá su amigo: ¿como pudiste escapar de tan inminente peligro ?—Tuve la buena suerte de que el sacristán cerrase la puerta envago.»Athelstane se sintió cansado de hablar y con la lengua seca. Pidióde beber, y quiso que sus huéspedes le hiciesen la razón. EntretantoEdita, después do haber dado ciertas disposiciones que leparecieron prudentes en tan estraordinaria ocurrencia , siguió iospasos del resucitado y entró en el cuarto de los extranjeros. Acudieroninmediatamente cuantos huéspedes cabian en tan reducidapieza. < Pros se agolparon en la escalera, y la historia de Athelstanecorrió do boca en boca., con tantas alteraciones y comentarios, quecuando llegó á los que estaban fuera del castillo, en nada se parecíaá la realidad. El muerto entretanto continuó del modo siguientela relación de sus aventuras :«Pocos esfuerzos bastaron para levantarme de mi embarazosaposición. 1 abre ya, subí las escaleras con la ligereza que me permitiael peso que llevaba encima, y sin saber donde dirigirme, seguí elsonido de un alegre romance que llegó á mis oídos. Bajé alas cuadrasy encontré en una de ellas á mi propio caballo, que sin dudael Abad se había reservado para su uso particular. Púsome en camino,aguijoneándole cuanto mas podía , y asustando con mi sepulcralpresencia á cuantos alcanzaban á, verme á una milla dedistancia. Ni aun en mi propio castillo hubiera hallado entrada, áno ser porque los de la puerta rne tomaron por uno de los bufonesque están divirtiendo ahí fuera á los que han venido a mis exequias;y exequias mas alegres en mi vida las be visto. Fui me en derechuraá ver á mi madre, y he venido en seguida á buscaros, noble amigo.—Y aquí me encuentras, dijo Cedric, pronto siempre á sostenerteen el camino de la gloria y de la libertad. Las circunstancias nopueden ser mas favorables, y jamás hallarás mejor dispuesto elterreno para libertar la ilustre raza de tos Sajones,


:$4 IVAKHOE.—No me hables de libertar á nadie, dijo Athelstane, que hartohe hecho con libertarme á mí mismo.—¿Es posible, dijo Cedric, que pienses de ese modo cuando tienesabierta la carrera de la gloria? Vé aquí al príncipe normando Ricardode Anjou; dile que aunque tiene un corazón de león en elpecho, trabajo le ha de costar subir al trono de Alfredo Ínterinexista un descendiente del santo Confesor que se lo dispute.—Qué! esclamó Athelstane. ¿Este es el noble rey Ricardo?—Este es Ricardo de Plantagenet, dijo Cedric, cuya vida y libertadestán seguras en nuestras manos, puesto que ha venido porsu propia voluntad á ser nuestro huésped. El noble Athelstane deOoningsbugh sabrá respetar los derechos de la hospitalidad.—Y también los de la soberanía, dijo Athelstane; y como Rey lereconozco con mano y palabra.—¡Hijo mió! dijo Edita; ¿así olvidas la sangre que tienes en lasvenas?—¡Príncipe degenerado! esclamó Cedric. ¿Así abandonas la libertadde Inglaterra?—Madre! amigo! dijo Athelstane, no mas reconvenciones. Cucalabozo y dos dias de pan y agua son poderosos agentes para humillarla ambición. El sepulcro me ha dado el juicio y la sensatezque me faltaban. Esta ocurrencia ha disipado las locuras que mecalentaban el celebro. Me ha dado una buena lección, y yo no laecharé en saco roto. Desde que anda toda esta baraúnda de planesy proyectos de restablecimiento, y de libertad, y de patriotismosolo he sacado en limpio sendas indigestiones, y sendos golpes yporrazos, cautiverio y ayuno. ¿En qué vendrían á parar todosnuestros castillos en el aire? En la muerte de algunos millares deinocentes, queso curan muy poco de nuestro engrandecimiento yde nuestra dignidad. No señor. Key seré, pero no mas allá de misestados; y el primer acto de mi soberanía será apoderarme del sepulturerodel convento y torcerle el gaznate.—¿Y mi pupila Rovveua? dijo Cedric.—Padre Cedric, continuó el sajón, hablemos claro. Lady Rovenano piensa en mi, ni ha pensado nunca. Mas aprecia ella un dedode la mano de mi primo Wilfrido, que toda mi persona. Aquí estáella, que no me dejará mentir. No te avergüences, parienta: todossabemos que un caballero cortesano vale mas que un hidalgo destripaterrones.¿Te ries, Rowena? Pues cierto que una mortaja y un


CAPÍTULO XLII. 385rostro de fantasma como el mío son cosas de risa. Pero si estás dehumor de divertirte, yo te proporcionaré diversión. Dame tu mano,ú por mejor decir, préstamela por algunos instantes, cpie solo te lapido como amigo. ¡Hola, primo Wilfrido de Ivanlioe! en tu favorrenuncio y abjuro. ¿Donde diablo se ha escabullido? O el ayunome ha puesto telarañas en la vista, ó no hace un minuto que estabaaqui á mi lado.»Ivanhoe habia en efecto desaparecido. Buscáronle por todas paríes,y al fin se supo que habia venido á buscarle un judío; que despuésde una breve conversación mandó llamar á Gurth, pidió laarmadura, montó á caballo, y habia salido á todo escape por lapuerta del castillo.«Hermosa prima, dijo Athelstane, si no creyera que esa salidarepentina ha sido ocasionada por motivos urgentes y poderosos,con tu permiso retractaría....»No pudo acabar la frase, pues echó de ver que también se habiadesvanecido Rowena, la cual viéndose en una situación embarazosay delicada, habia salido del aposento sin que nadie lo notase.< ¡Lo que son las mujeres! esclamó Athelstane. No hay peoresbichos en la tierra. Cuando esperaba que me diera las gracias pormi generosidad., y quizás... quizás un beso de gratitud, desaparececomo una sombra. Esta mortaja tiene sin duda la virtud de hacerhuir de mi presencia á todo el género humano. Pero tú, noble reyBicardo, á quien repito mi homenaje....»Alzó los ojos y se encontró sin el Rey. Este habia bajado al patiode! castillo cuando supo las nuevas de la partida de Ivanhoe. Habiócon el judío: pidió á toda prisa un caballo; obligó al israelita ámontar en otro, y los dos habiau tomado el trote, «en términos,decia \Vamba, (pie no doy dos maravedises por los huesos del hijode Abraham.»—Zernebock, dijo Athelstane, se ha apoderado de mí y de micastillo. Cosas se han visto en estos pocos dias que podrían llenarmuchas historias. Muertos resucitados, reyes, damas y caballerosque se hunden como por escotillón. Pero, pensemos en lo principal.Amigos míos, los que todavía no se hayan convertido en humo,que me sigan al comedor. Allí estáis todos seguros. Algunosrestos habrán quedado de la comilona fúnebre de un noble sajón-No nos detengamos, porque ¿quien sabe si no habrá cargado oíDiablo con la cena?»2:;


386 IVA.NHOE.CAPITULO XLIII.Figúrense nuestros lectores que están á vista del castillo 6 preceptoriode Templestowe, una hora poco mas ó menos antes dedarse el sangriento combate del que dependia la vida ó la muertede la interesante y desgraciada Rebeca. Habíase agolpado á presenciartan terrible escena, como á divertirse en una feria ó romería,un numeroso concurso de habitantes de los pueblos circunvecinos.Mas la curiosidad que escitan los espectáculos crueles no especuliar de los siglos bárbaros. Pos duelos solemnes y legales, enque un guerrero perdía la vida á manos de otro, en presencia deuna gran muchedumbre, y con tantas formalidades religiosas yjurídicas como si fuera el lance mas inocente, eran entonces comunísimosy formaban parte de las costumbres públicas. Pero en nuestrosdías, con todos los progresos que hemos hecho en la civilización,con todas las teorías que ilustran y fortifican los principiosmorales, ¿no vemos correr hombres y mujeres á millares á presenciarla ejecución de una sentencia de muerte? ¿No hay todavíacorridas de toros en España, y combates á puñadas en Inglaterra?El tropel que rodeaba el preceptorio se había dividido en dosporciones. Los unos estaban en frente de la puerta, aguardando laprocesión que debia dar principio á las solemnidades del día; losotros, en mayor número, habían ido á tomar puesto alrededor delcampo de batalla. Era este un vasto cercado, inmediato al edificio,nivelado con el mayor esmero para que sirviese á los ejercicios militaresde los caballeros del Temple. Ocupaba el pié de una suaveeminencia, y estaba rodeado de fuertes empalizadas y barreras; ycomo los Templarios gustaban de lucir su destreza en el manejode armas y caballos, había dispuestas en torno suficientes galeríaspara admitir un gran número de espectadores.En la ocasión presente se habia erigido un trono en uno de loslados del palenque para el Gran Maestre de los Templarios, y puestosde distinción para los caballeros y preceptores de la Orden. Tremolabasobre este aparato el estandarte sagrado llamado Le Batícan,que era la insignia, como su nombre era el grito de guerra, deaquella Orden militar,


CAPÍTULO XLIII. 38"JEnfrente del trono se alzaba la pira fúnebre, dispuesta alrededorde una estaca, de modo que quedaba en'medio un espacio vacíopara la víctima que las llamas debían consumir. De la estaca pendíanlas cadenas destinadas á sujetarla. Custodiaban esta horriblearmazón cuatro esclavos africanos, cuyo color y facciones que á lasazón no eran muy comunes en Inglaterra, llenaban de terror á lamuchedumbre. Mirábanles los espectadores como demonios verdaderos, y dignos ejecutores del infernal ministerio que se les habiaencargado. Estos hombres estaban inmóviles como estatuas, y solodaban señales de vida cuando el que hacia de jefe les mandaba echarleña en la hoguera. Parecían insensibles á todo lo que les rodeabay solo atentos al desempeño de su odiosa obligación. Cuando hablabancid re sí, los movimientos de sus prominentes labios , y lablancura de los dientes que descubrían, aumentaban la estrañezay el horror do los que los observaban. Hubo quien dijo que eran losespíritus familiares de la hebrea, convocados por ella con sus ensalmosy brujerías, para asistirla en el lance terrible que la aguardaba.Esta opinión dio lugar á grandes comentarios sobre las hechuríasde Luzbel en aquellos tiempos de crímenes y revueltas ;ypor cierto que so le atribuyeron cosas en que no tuvo la menor parte.«¿lias oído decir, fio Dionisio, preguntó un patán á otro avanzadoen años, que el diablo ha cargado con Athelstane, el señor delcastillo de Coningsburgh?—Sí, respondió Dionisio; pero ya lo ha devuelto, gracias á Diosy á san Dunstan.—¿ ( orno es eso ? » preguntó un joven de gallarda presencia, vestidode gabán verde , bordado de oro, y acompañado por un muchacho(pac llevaba el arpa, símbolo de su profesión. Este maestrode la gaya ciencia parecía hombre do alguna distinción: porque,además del esplendor do su trage , llevaba al cuello una cadena deplata, de ¡a que pendía la llave que le servia para templar el instrumento.Tenia en el brazo derecho una placa del mismo metal,en la cual, en lugar de la divisa ó escudo del señor feudal á quienpertenecía, solo se notaba, grabada de realce, la palabraShcrwood.«¿Cómo es eso? volvió á preguntar el alegro arpista tomando partaen la conversación de los dos campesinos. Justamente vengo á buscarasunto para un romance, y por la Virgen que me alegro de hallarmecon dos. Lúa judía quemada por los Templarios, y un baroaarrebatado por los Demonios,


388 IVANHOE.—Es bien sabido, dijo el viejo Dionisio, que Athelstane de Coningsburgh,después de haber estado muerto cuatro semanas.,.—No puede ser, dijo el trovador; porque yo le vi lleno de vida ysalud en el paso de armas de Ashby-de-la-Zouche.—Muerto estaba, dijo el campesino joven, ó en poder de Satanás,que es lo mismo para el caso. Yo mismo oí á los frailes de san Edmundocuando le cantaban el responso. Y además, que el castillode Coningsburgh ha estado lleno de gentes estos dias, y ha habidopernil por barba, como era regular. Y yo no hubiera faltado á lafiesta, si no fuera porque le dio torozón al mulo.—Muerto estaba, dijo el tio Dionisio; y es lástima , porque era•el último do los...—Vamos al caso, dijo el músico con alguna impaciencia.—Acabad con dos mil santos el cuento, dijo uno que parecía frai-,le, que se había acercado á la sazón, y que se apoyaba en un palogrueso capaz de desempeñar en caso necesario, y según lo exigíanlas circunstancias, las funciones de garrote y de bordón de peregrino.Acabad el cuento, que no tenemos mucho tiempo que perder.—Con perdón de vuestra reverencia, continuó Dionisio, diré quevino un bribón borracho á visitar al sacristán de san Edmundo...—No gusta mi reverencia, respondió el fingido religioso, dequehaya bribones borrachos en el mundo. Sed comedido y bien hablado, hermano ; y no digáis que estaba borracho, sino arrobado•en algún estasis quo á veces hace ¡laquear las piernas, como si estuvierael estómago lleno de vino nuevo. Lo sé por esperiencía.—Puede ser así, dijo el labrador; pero lo cierto es que el tal, que•como iba diciendo vino á visitar al sacristán de san Edmundo, esel que mata la mitad de los venados que se roban en esos cotos: hombreque gusta mas del jarro que de la campanilla, y mas de unalonja de jamón que del Breviario. Por lo demás, es una buena criatura(mis palabras no le ofendan], capaz de manejar el palo con elmejor montero de estos alrededores.—Tus últimas palabras, dijo el pseudo fraile, te han libertado detener dos costillas hundidas. Al cuento, y dejémonos de floreos.—Pues, como digo, continuó Dionisio,cnaudo enterraron á Atbelstanede Coninsgsburgh en el convento de san Edmundo...—¡Qué lo habían de enterrar, dijo el otro, si yo le vi en cuerpoy alma caminar hacia su castillo!—Busca quien te dé mas noticias, # dijo el viejo cansado de tan


CAPÍTULO XLIII. 389repetidas interrupciones. Pero cedió á las instancias de su compañeroy del trovador, y volvió á tomar el liilo de su historia.«Los dos santos varones, ya que este reverendo padre no quieroque se les dé otro título, estaban piadosamente ocupados en vaciaruna bota de cerveza, cuando oyeron cadenas y gemidos, y vieronentrar por la puerta el alma en pena de Athelstane, que les dijocon voz terrible, y echando fuego por los ojos: En nombre de-Dios...—No dijo tal cosa, repuso el fingido fraile.— Tuck de Parrabas , dijo el músico llamando á parte al ermitaño,¿ como quieres que componga el romance si á cada paso estás,quitando á ese hombre las palabras de la boca?— Dígote, Allan-á-Dale, contestó Tuck, que yo vi con mis ojos áAthelstane de Coningsburgh , como te estoy viendo á tí. Estabaamortajado, y apestaba á difunto. Una arroba de vino seco no bastaráá borrarle de mi memoria.—; Qué ganas tienes de, chancearte! dijo Allan-á-Dale.— Por mas señas, continuó Tuck, que le asesté un garrotazo capazde derribar á un toro de ocho años; pero lo mismo le atravesóel cuerpo que si hubiera sido de humo.—Por san Huberto, dijo el arpista, que es cosa maravillosa y dignade ponerse en romance.— Si yo lo canto, dijo el fraile, que me ahorquen de una encina,¿Quieres que se aparezca otra vez el muerto , y me dé otro sustocomoel pasado? No, hijo mió; esas son chanzas pesadas.»A! decir esto, la ponderosa campana de la iglesia de san Miguelde Templestowe, venerable edificio situado en una aldea inmediataal preeeptorio, interrumpió su conversación. Uno á uno llegaron úsus oidos aquellos golpes majestuosos, dejando apenas tiempo á queuno se desvaneciese en los ecos distantes cuando el bronce conmovíade nuevo los aires. Esta era la señal del principio de la ceremonia.Los espectadores quedaron suspensos y aterrados, y todas lasmiradas se. fijaron en la puerta del preeeptorio, aguardando la salidadel gran Maestre, de la judía y de su campeón.EcLóse el puente levadizo, abrióse la puerta, y se presentó un caballerocon el gran guión de la orden, precedido por seis trompetas,y seguido por los preceptores, que marchaban dos á dos, y áquienes precedía el gran Maestre montado en un soberbio caballoenjaezado con la mayor sencillez. Detrás venia Brian de Bois-Guil-


390 IVANHOE.bert, brillantemente armado de punta en blanco. Dos escuderos llevabansu escudo, su lanza y su espada. Aunque el pomposo plumerodel morrión le ocultaba parte del rostro, bien se echaba de veren sus facciones alteradas y descompuestas que el orgullo y la irresoluciónluchaban obstinadamente en su alma. La palidez de surostro indicaba que habia pasado muchas noches sin gozar de sueñoni de reposo; mas sin embargo, manejaba el caballo con la destrezay gracia propias de la mejor lanza del Temple. Su continenteera, como siempre , noble y majestuoso ; pero el que le observabacon atención leia en sus ojos sentimientos y pasiones en que noqueremos fijar la nuestra.A los dos lados del campeón de los templarios, venían Conradode Mont-Fitchet y Alberto de Malvoisin , que hacían de padrinosen el duelo, y que vestían el trage de paz , ó manto blanco de laOrden. Seguíanles los caballeros y compañeros, y una gran comitivade pajes y escuderos, que aspiraban á los mismos grados. Detrásde estos neófitos marchaba una guardia de alabarderos , entrecuyas aceradas puntas se divisaba el pálido rostro de Rebeca. Suaspecto denotaba aflicción, pero no abatimiento. Habíasela despojadode todos sus adornos, por miedo de que hubiese entre ellos algúntalismán ú otra prenda diabólica dada por el enemigo de lasalmas para privarla de la facultad de confesar sus pecados, aun enmedio de las agonías y de los horrores de la muerte. En lugar de suvistoso y espléndido traje oriental, llevaba uno de grosera telablanca y de sencillísima forma; pero tan irresistible era la espresionde valor y resignación que se leia en sus miradas, que aun enaquel tosco atavío, y sin otra gala que las largas trenzas de susnegros cabellos, inspiró la mas tierna compasión á cuantos la veían.Hasta los hombres mas empedernidos deploraban su suerte, lamentándosede que una criatura tan favorecida por la Providencia,hubiese caido en las redes del ángel de las tinieblas, y fuese destinadaá ser vaso de reprobación.Seguían á la víctima todos los dependientes del preceptorio , quemarchaban en buen orden , con los brazos cruzados, y la vista enel suelo.Subió la procesión á la altura próxima á la escena del combate,entró en el palenque, dio una vuelta por él de derecha á izquierda,y concluida hizo alto. El gran Maestre y todos los que le acompañaban,escepto el campeón y los dos padrinos, desmontaron de


CAPÍTULO XLIII. 391sus caballos, y estos salieron inmediatamente de las barreras, conducidospor los pajes que con este objeto los seguían.La desgraciada Rebeca pasó en medio de la guardia á un banquillocubierto de negro , próximo al sitio de la ejecución. Al echaruna ojeada á los horrorosos preparativos de la muerte que le estahadestinada , tan espantosa por los agudos tormentos que debíanacompañarla, se estremeció, cerró los ojos, y el movimiento de suslabios denotó que sus primeros pensamientos en tan amargo trancese dirigían al Padre de las misericordias. Abrió sin embargo losojos después de algunos instantes, miró atentamente á la pira, comopara familiarizarse con su aspecto , y volvió sin afectación lacabeza á otro lado.Entretanto el gran Maestre ocupó su sitio; y cuando todos los individuosde la Orden se acomodaron en los que correspondían á susgrados y dignidades, las trompetas anunciaron la abertura solemnedel juicio. Malvoisin entonces , como padrino del campeón,tomó el guante de la judía, y lo arrojó á los pies del granMaestre.«Valeroso señor y reverendo padre, dijo, aquí está el buen caballeroBrian de Bois-Guilbert, caballero preceptor de la orden delTemple, que al aceptar la prenda do batalla que presento á los piesde vuestra reverencia, se ha obligado á hacer su deber en el combatede este dia , y á mantener que la mujer judía llamada Rebecamerece la sentencia pronunciada contra ella por el capítulo de estasanta orden del Temple, condenándola como á hechicera. Aquí está,vuelvo á decir, el caballero campeón de la Orden , para pelearcomo tal y como hombre de honor, si tal es vuestra noble y santavoluntad.— ¿ Ha hecho juramento, preguntó el gran Maestre, do ser justay honrosa ia causa que defiende ? Traed el cáliz y la patena.—Señor y muy reverendo padre, dijo Malvoisin, nuestro hermanoque está presente ha jurado ya la verdad de su acusación en manosdel buen caballero Conrado de Mont-Fitchet, y no puede celebrarsede otro modo esta formalidad, en vista de que la parte contrariano puede jurar, por ser infiel.»El astuto Alberto había imaginado este subterfugio, por estarconvencido de la gran dificultad, ó por mejor decir, de la imposibilidadabsoluta de reducir á Bois-Guilbert á pronunciar delante deaquel vasto concurso un juramento tan contrario á sus sentimien-


392 IVANHOE.tos y opiniones. El gran Maestre quedó satisfecho , y Malvoisin librede un gran embarazo.El gran Maestre mandó entonces á los heraldos que hicieran sudeber. Tocáronse de nuevo las trompetas; y un heraldo, presentándoseen medio del campo de batalla, proclamó el duelo en lostérminos siguientes:« Oid, oid , oid. Aquí está el buen caballero sir Brian de Bois-Guilbert, pronto y apercibido á pelear cuerpo á cuerpo con todo caballerode sangre libre que salga á la defensa de la judía Rebeca,en virtud de la facultad que se le ha concedido de presentarse pormedio de otra persona en este juicio de Dios, en que debe ser juzgada;y al caballero que salga al duelo, como campeón de la dichaRebeca, el reverendo y valeroso gran Maestre de la muy santa ordende los Templarios, que está aquí presente , concede campo libreé igual partición de sol y aire y todos los demás requisitos deun combate legal.» Volvieron á sonar las trompetas , y siguieronalgunos minutos de suspensión y silencio.«Ningún campeón se presenta por la apelante, dijo el grá^ Maestre.Heraldo,pregunta á la judía Rebeca si aguarda que se presentealgún caballero que tome las armas en su defensa.»El heraldo se encaminó hacia la judía, y Bois-Guilberí, volviendode pronto las riendas al caballo, en despecho de las amonestacionesde sus dos padrinos, se dirigió al mismo punto, y llegó á élcasi al mismo tiempo que el heraldo.«¿Es esto conforme á las reglas del combate judicial?Alberto de Malvoisin al gran Maestre.preguntó—Sí, hermano, respondió Lúeas do Beaumauoir; porque en estaapelación al juicio de Dios no debemos estorbar que las partes comuniquenentre sí, á fin de no impedir ninguno de los medios quepuedan conducirnos al descubrimiento de la verdad y de la justicia.»Entretanto, el heraldo habló á Rebeca en estos términos :«Doncella, el honorable y reverendo gran Maestre te pregunta siestás apercibida de algún campeón que sostenga tu parte en la pelea,ó si reconoces la justicia de la sentencia y te sometes á la penaque te impone.—Di al gran Maestre, respondió Rebeca, que persisto en declararmi inocencia; y protesto, y debo protestar contra el fallo pronunciado,so pena de ser homicida de mí misma. Dile además que le


CAPÍTULO XLIIL 393pido .y requiero me conceda todo el término que las formalidadesdel juicio permitan; á ver si Dios, que socorre al hombre en las últimasestremidades, me suscita un libertador: y si este término pasa,hágase su santa voluntad.» El heraldo se retiró á llevar esta respuestaal gran Maestre.«No permita Dios , dijo Lúeas de Beaumanoir, que falte yo á'.ajusticia, aunque sea judío ó pagano quien la demande. Hastaque las sombras sean arrojadas deponiente á levante , aguardaremosá ver si se presenta algún campeón en favor de esa cuitada.»El heraldo comunicó la resolución del gran Maestre á Rebeca, lacual inclinó respetuosamente la cabeza, cruzó los brazos y miró álos ciclos, como si esperase de su bondad el favor que ya no podiaaguardar de los hombres. Durante este terrible intervalo llegó ásus oidos la voz de Bois-Ouilbert. Aunque apenas podia entendersus pala i iras; aquel sonido le hizo mas impresión que si fuera el deun trueno espantoso.«¿Me oyes, Rebeca?le dijo el templario.—Nada tienes que decirme, hombre cruel y empedernido, respondióla desgraciada.- Limo si entiendes mis palabras, dijo Brian ; porque yo mismono me entiendo. Apenas sé donde estoy, ni con qué objetóme hantraído aquí. Esas barreras, ese asiento enlutado, esos haces de leña,¿qué significan... Ah !... ya sé... ya conozco la triste realidad...pero ¿es realidad ó ilusión? Ilusión tenebrosa que espanta mi fantasía,y no convence mi razón.—Mi razón y nú fantasía, dijo Rebeca, no son parte á desvanecerla realidad de mi suerte. Esos haces de leña van á consumir miexistencia terrena : van á abrirme un tránsito doloroso , pero breve,á la eternidad.—Óyeme, Bebeca, continuó con estraño anhelo. Mas esperanzasde vida y libertad puedes tener, que las que esos insensatos se figuran.Monta en la grupa de mi caballo; de mi valiente Zamorquejamás abandona á su ginete. Despojo es del Soldán de Trebizonda,á quien vencí en singular combate. Monta, digo ; y dentro de pocashoras te burlarás de esos encarnizados perseguidores : un nuevomundo de placeres se abrirá á tu vista, y á mí una nueva carrerade ambición y de fama. Pronuncien contra mí sus anatemas: yolos desprecio. Borren el nombre de Bois-Guilbert del catálogo de


394 IVANH0E.los suyos: yo borraré con su sangre cualquier mancha que osenechar en mi escudo.—Huyede mí, tentador, dijo Rebeca. Tus ofertas nobastanáconmovermi resolución , aun estando como estoy en el borde del sepulcro.Me veo rodeado de enemigos ; pero tú eres el peor y el masimplacable. Apártate, en nombre de Dios.»Alberto de Malvoisin, á quien inquietaba sobremanera esta conversación,la interrumpió'acercándose á su amigo.« ¿Ha confesado su culpa, le preguntó, ó está resuelta á negarla?—Está resuelta, respondió enfáticamente Bois-Guilbert.—Pues entonces , dijo Malvoisin , debes volver á tu puesto, y esperará tu enemigo si es que alguno se presenta. El término señaladose aproxima. Brian de Bois-Guilbert, tú eres la esperanza de laorden del Temple, y pronto serás su caudillo.»Dijo estas palabras con tono suave y amistoso ; pero al mismotiempo echó mano al freno del caballo de su amigo , para guiarleal puesto que debía ocupar.«i Villano, falso amig-o 1 dijo Bois-Guilbert. ¿Cómo te atreves áapoderarte de la brida de mi caballo?» Y en seguida , arrancándosedélas manos de su compañero, echó á correr hacia el lado opuestodel palenque.« Todavía, dijo Alberto á Conrado, hay brio en su corazón: lástimaes que lo emplee tan desacordadamente.»Ya hacia dos horas que los jueces aguardaban en vano al campeónde Rebeca.«¿ Quién ha de querer esgrimir la espada en favor de una judía?dijo Tuck á su amigo el cantor : y sin embargo, por las barbas demi padre , es lástima que tan joven y tan hermosa vaya á pereceren las llamas, sin haber quien dé un golpe en su favor. Aunquefuera diez veces bruja, con tal de que tuviera algo de cristiano ensu cuerpo, por Dios santo que el templario y yo nos veríamos lascaras; y yo le aseguro que un garrotazo descargado por mí en sugorra de acero, le había de quitar las ganas de llevar el asunto adelante.»La opinión general de los espectadores era en efecto que ningúncristiano se decidiría á montar á caballo por una hechicerajudía. Los Templarios , escitados por Malvoisin , hablaban yaentre sí de dar por finada la causa, y de pasar á la ejecución de lasentencia, cuando se vio venir un caballero á todo escape por la


CAPÍTULO XLIII. ' 395llanura inmediata al campo de batalla. «¡Un campeón , un campeón.'» gritaron á un mismo tiempo los espectadores ; y en despechode la preocupación general y de los errores que dominaban enaquella época de tinieblas, la presencia del desconocido escitó losaplausos de la muchedumbre. Sin embargo , perdieron toda esperanzalos que se interesaban en la suerte de Rebeca. El caballodel forastero, que sin duda habia hecho una larga jornada, parecíal'atigadisimo; y el ginete, sea por cansancio, ó por debilidad,ó por ambas causas juntas, apenas podía mantenerse sobre lasilla.A las preguntas de los heraldos acerca de su nombre y clase, ydel objeto que allí le traía, el caballero respondió con firmeza yprontitud : «Soy un noble y buen caballero, que vengo á sostenercon lanza y con espada la justa causa de Rebeca, hija de Isaac deYork, contra la sentencia pronunciada en su juicio, la que declarofalsa é inicua; y á desafiar á sir Brian de Bois-Guilbert, como traidor,homicida y embustero. Y lo probaré en este campo de batalla,con mis armas y con la ayuda de Dios, de la Virgen y de san Jorgeel buen caballero.—El forastero debe probar ante todo, djjo Malvoisin, que ha sidoarmado caballero, y que es de noble linaje. Los campeones del Templeno pelean con hombres desconocidos.—Mi nombre, dijo el caballero alzando la visera, es mas noble, ymi linaje mas puro que el tuyo, Malvoisin. ó'o soy AVilfrido deIvanhoe.—No seré yo quien pelee contigo , dijo Brian demudado y trémulo.Cúratelas heridas, toma mejor caballo, y puede ser que recibasuna lección de mi mano por esta pueril fanfarronada.—Bien podias tener presente, dijo Ivanhoe, que dos veces has cedidoal impulso de mi lanza, Orgulloso templario , acuérdate delpaso de armas de Ashby; acuérdate de tu insensata jactancia en elsalón de ('edric, cuando diste tu cadena de oro contra mi relicario,en prenda de que pelearlas con Ivanhoe, y que recobrarías el honorde que te despojó su brazo. Por aquel bendito relicario, por la santareliquia que contiene , juro que te declararé cobarde en todas lascortes de Europa, en todos los preceptorios de tu Orden , si no tomaslas armas inmediatamente.»Bois-Guilbert volvióla vista hacia Rebeca, con todas las señalesde la irresolución; después echó una mirada feroz á Ivanhoe; y es-


396 IVANHOE.clamó: «Perro sajón, tómala lanza , y prepárate á la muerte quete has acarread».—Gran Maestre, preguntó Ivanhoe, ¿ me concedéis el campo ?—No puedo negarlo, dijo Lúeas de Beaumanoir , con tal de quela acusada te acepte por campeón. Duéleme, sin embargo, que vengasá este combate con tan mala salud, y con tan pocas fuerzas.Siempre has sido enemigo de nuestra urden ; mas DO quisiera quepelearas con desventaja.—Así he de pelear, dijo Ivanhoe , y no de otro modo. Este es eljuicio de Dios. A su santa guardia me encomiendo. Rebeca , dijodespués de haberse aproximado á la judía, ¿me aceptas por tucampeón ?—Te acepto , dijo con una turbación que el miedo de la muerteno le había ocasionado. Te acepto por el campeón que los cielos mehan enviado. Pero no : tus heridas están abiertas ; no te espongasal furor de ese malvado. ¿ Has de perecer tú también ?»Ivanhoe no oyó estas últimas palabras, porque ya estaba en supuesto, visera calada, y lanza én ristre. Brian de Bois-Guilherthizo lo mismo; y su escudero observó , al tiempo de darle el escudo,que su rostro, aunque se hahia mantenido pálido como el de uncadáver durante todas las agitaciones del dia, se encendió estraordinariamenteen aquel momento crítico.El heraldo entonces, viendo á los dos combatientes en sus puestosrespectivos, pronunció tres veces en alta voz : Faitea votre devoir,prcwx chevaliers (1). Después del tercer grito, se acercó á las barrerasy pregonó que ninguno se atreviese, so pena de la vida, á interrumpirel combate de obra ni palabra. El gran Maestre, que teniaen sos manos el guante de Eebeca, prenda del desafio, lo arrojóal campo de batalla, y pronunció las fatales palabras : Lalssezaller (2).Sonaron las trompetas, y los dos adalides partieron uno contraotro á carrera tendida. El caballo de Ivanhoe y su ginete cayeronal suelo, como todos temían, ante la formidable lanza y el vigorosotrotero del templario: pero aunque la lanza del primero no hizomas que tocar el broquel del segundo, Bois-Guilhert, con asombrogeneral de los concurrentes, después de haber titubeado en la silla,perdió los estribos y cayó del caballo.(1¡ Cumplid con vuestra oblig-acion. valientes caballeros.2) Dejadlos ir.


CAPÍTULO XLIV.39Tlvanhoe desembarazándose del suyo , se puso inmcdiamente enpié, con designio de reparar su mala suerte con la espada: pero suantagonista no se levantó. Wili'rido, plantándole el pié en el pecho,y colocando la punta de la espada en la garganta, lo gritó : « Ríndeteó mueres. » Bois-duilbert no dio respuesta alguna.« No le mates, señor caballero, dijo el gran Maestre; está sin confesión: ten piedad de su alma. Le damos por vencido : tuya es lavictoria.»El gran Maestre bajó al campo , y mandó descubrir al campeónvencido. Sus ojos estaban cerrados; sus mejillas encendidas. Mientrastodos le observaban con espanto , abrió los ojos , pero estabanhelados y íijos. La palidez déla muerte se esparció al instante porsu rostro. No le había tocado la lanza de su enemigo: murió víctimade la violencia de sus encontradas pasiones.«Este es el juicio de Dios, dijo Lúeas de Reaumanoir alzando losojos al cielo : Fiat tolmitas lita.CAPITULO XLIV.Cuando pasaron los primeros momentos de sorpresa y de agitaciónque este inesperado suceso había producido, Wilfrido de lvanhoepreguntó al gran Maestre como á juez del campo, si había cumplidobien y legalmente su deber en el combate.«Bien y legalmente lo has hecho, respondió Lúeas de Beaumauoir.Declaro á la doncella absuelta y libre. Las armas y el cuerpodel caballero vencido quedan al arbitrio del vencedor.—Ni lo despojaré de sus armas, dijo Wilfrido de lvanhoe, ni privarédo sepultura á quien tantas veces se espuso en defensa de lacristiandad. La mano de Dios le ha vencido; no mi lanza. Lo únicoque exijo es que sean privadas sus exequias, puesto que en estaocasión peleó por una causa injusta; y en cuanto á la doncella....»Interrumpió la voz del caballero el estrépito de un gran númerode caballos, los cuales se aproximaban con tanta rapidez, que hacíantemblar la tierra. No tardó en presentarse en el campo de batallael caballero negro, capitaneando una gran cuadrilla de guerrerosy caballeros en completa armadura.


398 IVANHOB.«Vengo tarde, dijo el de lo negro, mirando á todas partes. Veniaá tomar posesión de la persona de Bois-Guilbert, y á escusarle eltrabajo de morir por ahora. ¿Es regular, sir Wilfrido, que os metáisen aventuras cuando apenas podéis sosteneros á caballo?—El cielo, señor, dijo Ivanhoe, lo ha dispuesto así, señalando sujusticia con la muerte de este hombre; ni aun siquiera era digno devuestro enojo.—Dios tenga piedad de su alma, dijo el Rey, mirando atentamenteel cadáver. Era valiente, y ha muerto vestido de acero comomueren los hombres de pro. Pero no perdamos el tiempo. Bohun,haz tu oficio.»Al mandato del Rey salió de su comitiva un caballero, y poniendola mano en el hombro de Malvoisin, le dijo: «Alberto de Malvoisin,date preso como reo de alta traición.»El gran Maestre habia mirado con gran estrañeza la repentinaaparición de aquella gente armada. Entonces rompió el silencio.—¿Quien se atreve, dijo, á prender á un caballero del Templedentro de la jurisdicción de su preeeptorio, y delante del granMaestre de la Orden? ¿Por mandato de quién se comete este atentado?—Yo me apodero de su persona, dijo el caballero: yo, EnriqueBohun, conde de Essex, lord gran Condestable de Inglaterra.—Y quien loba mandado, dijo Ricardo alzándose la visera, esRicardo de Plantagcuet, que está presente. Conrado Mont-Fitchet,válgate no haber nacido en mis estados. Y tú, Malvoisin, morirásantes de una semana, con tu hermano Felipe.—Protesto contra esta violencia, dijo Lúeas de Beaumanoir.—Es en vano, orgulloso templario, dijo el Rey; alza los ojos á losmuros de tu preeeptorio: verás tremolado en ellos el estandarteReal de Inglaterra. Ten prudencia, y no hagas una resistencia infructuosa.Estás en la boca del león.—Apelaré á la cristiandad, dijo el gran Maestre, contra estausurpación de los privilegios de mi Orden.—Haz lo que quieras, dijo el Rey; pero no hables de usurpaciónpor ahora, si no quieres pasarlo mal. Disuelve tu Capítulo, y retíratecon tu comitiva al primer preeeptorio que encuentres, si acasohay alguno que no haya sido teatro de traidoras conspiracionescontra el Rey de Inglaterra. O si quieres quedarte en casa, gozarásde mi hospitalidad y presenciarás mi justicia.


CAPÍTULO XLIV. 399—¿Ser huésped donde he sido amo? dijo el templario: nunca.Hermanos, entonad el salmo Quare fremuericni gentes. Caballeros;escuderos, dependientes de la santa Orden de los caballeros delTemple, preparaos á seguir la bandera de Baucan.»El gran Maestre habló con una dignidad que sorprendió á Ricardo,y escitó las esperanzas y el valor délos Templarios. Todos acudieroncerca de su persona, como las ovejas al perro que las guarda,cuando oyen el aullido del lobo. Mas no imitaron la timidez;del rebaño indefenso; sus gestos y miradas indicaban los deseosque teniau de venir á las manos con un enemigo, á quien sin embargono osaban provocar de otro modo. Formaron en breve unespeso bosque de, lanzas, en que sobresalían ios mantos blancos delos caballeros por entre el negro conjunto de sus subalternos, comolos bordes de una nube tenebrosa cuando reilejan los rayos del sol.La muchedumbre, que desde el principio de esta escena habia alzadoel grito contra los Templarios, miró con algún terror aquelformidable cuerpo de guerreros esperimentados, á quienes habían,insultado tan temerariamente El tropel enmudeció, y se retiró &cierta distancia.El conde iie Esscx, cuando los vio formados con tanto orden y en.tan considerable número, apretó espuelas al caballo, y corrió portodas partes dando las órdenes que creyó necesarias á fin de evitaruna sorpresa. Ricardo solo, como si se complaciese en el peligroque 61 habia provocado, se adelantó hacíalos Templarios, gritándoles:« ¿Qué es eso, señores Templarios? ¿rio hay uno entre vosotrosque quiera romper una lanza con Ricardo de Inglaterra? Enpoco tenéis á vuestras damas, si rehusáis pelear conmigo por suhonor.»El gran Maestre se separó de los suyos, salió al encuentro á Ricardo,y le dijo: «Los hermanos del Temple no pelean por tan profanosmotivos. En mi presencia no peleará contigo ninguno de missubditos. Los príncipes de Europa decidirán entre tú y yo, y elloste harán saber si conviene á un monarca cristiano adoptar la causapor la que tú lias querido pronunciarte. Kos retiramos sin ofenderá nadie, si no somos ofendidos. A tu honor confio las armas, y otrosefectos que, dejamos en el preceptorio, yá tu conciencia el encargode responder del escándalo que has dado hoy á la cristiandad.»Al decir esto, y sin esperar contestación, el gran Maestre dio iaorden de marchar: las trompetas tocaron una marcha oriental, que


400 IVANHOE.era la señal de ataque de que usaban ordinariamente los Templarios.Cambiaron la formación de línea en coluna, y se pusieron enmovimiento con suma lentitud, como si dieran á entender que seretiraban solo por obedecer á su superior, y no por temor de susenemigos.«Por la Virgen nuestra señora, dijo Ricardo, es lástima que esosTemplarios no sean tan leales como disciplinados y valientes.»El concurso, á guisa de gozque tímido y cauteloso, que solo ladracuando se aleja el objeto de su terror, prorumpió en denuestosé injurias apenas habia vuelto la espalda el aguerrido escuadrón.Durante el alboroto á que dio lugar la retirada de los templarios,Rebeca ni oyó ni vio nada de lo que ocurría. Estaba aprisionadaen los brazos de su padre, aturdida y enagenada, á efecto delas violentas sensaciones que habia esperimentado en tan rápidamudanza de circunstancias. Las palabras de Isaac la hicieron volveren sí,«Vamos, hija mia, le decía el viejo, tesoro restituido, vamos áecharnos á los pies de ese valiente joven.—No, no, respondió su hija: no tengo bastantes fuerzas para hablarleen este momento. Quizás diria mas no, padre mió; dejemoscuanto antes este horroroso sitio.—Pero, hija mia, repuso Isaac, ¿hemos de salir de aquí sin manifestarnuestra gratitud al que ha espucsto su vida por salvar latuya, siendo hija de un pueblo cstraíio? liste servicio merece algúnagradecimiento.—Merece todo el agradecimiento que puede abrigarse en el corazónhumano: merece mas todavía: pero ahora me es imposible.Padre mío, ten piedad de la hija de tu amor.—¿Que dirán de nosotros? dijo Isaac. Dirán que somos unos perrosingratos.—¡En presencia de Ricardo! esclamó Rebeca.—Tienes razón, dijo Isaac, y eres mas prudente que tu padre.Vamonos, vamonos pronto. Ricardo está falto de dinero, como queviene de Palestina; y aun dicen que ha sufrido un penoso cautiverio.No le faltarán pretestos para arrancarme hasta el último maravedí,si sabe mis negocios con su hermano Juan. Salgamos ceaquí cuanto antes. Isaac y Rebeca salieron inmediatamente delpalenque, y en las acémilas que ei hebreo leuia preparadas pasaroná casa del rabino Nathan,


CAPÍTULO XLIV. 401La judía, cuya suerte había sido el objeto del interés general enlos diferentes sucesos de aquel dia, pudo retirarse sin que nadie loechase de ver,porque la atención de todos los espectadores se habiafijado en la llegada repentina y en el belicoso acompañamientodel caballero de las negras armas. Reconocido ya por el pueblo,oyéronse por todas partes las mas ruidosas aclamaciones.«¡Viva Ricardo de Inglaterra, Corazón de león! ¡Mueran los usurpadoresTemplarios!—A pesar de todas estas demostraciones de afecto y lealtad, dijoIvanhoe al conde de Essex: bien ha hecho el Rey en venir en tucompañía y en la de tus fieles y valientes partidarios.»El Conde se sonrió, como si conviniera en la observación deYVilfrido:sin embargo, no qiuso confesar que fuesen justos sus recelos.«Conociendo tan á fondo á nuestro amo, le respondió, ¿le juzgascapaz de tomar esas precauciones? la casualidad ha querido quecuando me dirijia á York, por tener noticias del armamento delpríncipe Juan, encontrase á Ricardo, solo, como un caballero andante;y creo que su intención era acometer esta aventura de lajudía y del templario.—¿Y qué noticias tenemos de York? preguntó Ivanhoe. ¿Creestú, noble conde, que nos resistirán los traidores?—Como la nieve resiste al fuego, respondió Essex. Ya se estándispersando como bandada de aviones. ¿Sabes quién ha venido enposta á traernos la noticia? El mismo príncipe Juan.—¡Traidor! desagradecido, insolente traidor! esclamó 'Wilfrido.¿No le mandó echar Ricardo una cadena de veinte arrobas?—No por cierto, dijo el conde. Lo mismo le recibió que si le hubieradado cita para correr liebres. Ya ves, le dijo, llamándole laatención á la gente que yo habia conducido, ya ves, hermano, loque traigo conmigo. Anda á ver á nuestra madre; hazle presentemi cariño y sumisión. Quédate en su compañía hasta que se apacigüenestas revueltas.—¿Y" no hubo mas? dijo Ivanhoe. No parece sino que Ricardo convidaá los rebeldes con su clemencia.--Como el hombre, dijo Essex, convida á la muerte cuando peleateniendo abiertas sus heridas.—Ya te entiendo, señor conde, dijo Ivanhoe; pero y o no espongomas que mi vida, y Ricardo espone la seguridad de su reino.—Los que desprecian su vida, dijo el conde de Essex, no suelen2G


402 IVANHOE.tener en mucho la de los otros. Pero, vamos al castillo. Ricardopiensa castigar á muchos de los que han tomado parte en.la conspiración,aunque ya están perdonados algunos de los jefes principales.»El manuscrito de que hemos sacado los sucesos de esta historiarefiere muy por menor los procedimientos judiciales á que dio lugarel plan tramado contra los derechos legítimos de Ricardo Plantagenet.Nos limitaremos por ahora á poner en noticia de nuestroslectores que Bracy huyó á P'rancia, y se alistó al servicio del reyFelipe; cpie Alberto de Malvoisin, preceptor de Templestowe, y suhermano el Barón, murieron en el cadalso; que Yvaldemar Fitzurse,á pesar de haber sido el resorte principal de la conspiración, fuátratado con mas blandura, y salió desterrado del reino: y que elpríncipe Juan, cuya ambición había dado lugar á tantos crímenesy trastornos, no recibió la menor reconvención de su bondadosohermano. No hubo un inglés que se apiadara de los dos hermanosMalvoisin: todos confesaban que habían merecido la muerte porsus innumerables perfidias, tiranías y crueldades.Poco después de terminado el combate judicial, Cedric el Sajónfué llamado á presencia de Ricardo, el cual con el objeto de apaciguarlos condados mas turbulentos, había establecido su corteen la ciudad de York. Cedric hizo mil aspavientos al recibir estamensaje; mas no se atrevió á desobedecer al Monarca. En efecto,el regreso de este príncipe habia desbaratado enteramente las esperanzasy los proyectos do restablecer la dinastía sajona en eltrono de Inglaterra. En los vaivenes de la discordia civil, los sajonespodían adquirir mucho partido: y nada podían esperar bajoel dominio indisputable de Ricardo, el cual se habia grangeadoademás la afición del pueblo por sus buenas calidades y por su famamilitar, no obstante la sobrada indulgencia, el criminal abandonoy la injusta arbitrariedad de su gobierno.Cedric, por otra parte, conocía á pesar suyo que la unión delpartido sajón por medio del casamiento de lady Rowena con Athelstaneno podia tener efecto en virtud de la repugnancia delas partes interesadas. El buen viejo, lleno siempre de entusiasmoen favor de la causa que defendía, no habia previsto esta ocurrencia:y aun después de desengañado, le costaba mucho trabajocomprender que dos sajones de sangre real renunciasen á unaalianza tan necesaria al bien general de su nación. Mas era preci-


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CAPÍTULO XLIV. 403so ceder á la realidad: lady Rowena se había manifestado opuestaal proyectado consorcio; y Athelstane, desde la aventura del entierrono habia cesado de declarar en los términos mas positivosque renunciaba para siempre á sus antiguas pretensiones. Cedric,á.pesar de su obstinación, no pudo sobrepujar tan insuperables inconvenientes,y era inútil que persistiese en querer ligar dos personastan poco dispuestas sí realizar sus deseos. Hizo, sin embargo,la última tentativa, y procuro reducir con razones que le parecieroninvencibles el ánimo do su amigo; mas este, lejos de darlaoídos, solo hablaba del atentado cometido en su persona y del castigoque trataba do imponer.A pesar de todas sus amenazas, pudieron mas la natural blandurade su índole, 3 rlas instancias y ruegos de su madre. El ilustredescendiente déla Casa Real do Sajorna estaba tan embebido en estacontroversia y en los medios de refrenar la ambición del Abad,que Cedric nopñdo llamar su atención á ningún otro asunto. Cuandopronunció el nombre de Rowena, Athelstane llenó una copa devino, y dijo: «A la salud de tu hermosa pupila, y á su próximaunión con mi pariente Yv'ilfrido.» El negocio no dejaba la menoresperanza. Yvamba enterado de todos estos pormenores, dijo: «Athelstanees un gallo que no quiere pelea.»Quedaban sin embargo que vencer dos grandes obstáculos en elánimo de Cedric, para realizar los deseos do los dos amantes, á saber:su tenacidad característica, y el odio con que miraba á la dinastíanormanda. El primero fué cediendo poco á poco á las instanciasde Rowena, y al orgullo que le inspiraba la fama de su hijo-Cedric tenia además á mucha honra la alianza de su familia con lade aquella ilustre dama, á pesar de todo el empeño que habia manifestadoen unirla con el único descendiente de Eduardo el Confesor.También se enfrió considerablemente su aversión á los conquistadoresde Inglaterra. Consideraba quo era imposible despojarlesdel trono en quo habían sabido cimentarse. Contribuyó á suavizarlela bondad que le manifestaba Ricardo, el cual se divertíacon sus francas y naturales ocurrencias. Lo cierto es que á los sietedias de su permanencia en la corte del Monarca, el noble sajóndio su consentimiento al enlace de Rowena y Yv'ilfrido.Las bodas de nuestro héroe, obtenida la venia de su padre, se ceebraronen la augusta y magnífica catedral de York. Honrólasaquel Príncipe con su asistencia: y la afabilidad con que entonces


404 IVANIIOE.y en otras muchas ocasiones, trató a los abatidos y desgraciadoscompatriotas de Cedric, le grangeó mayores auxilios para la defensade sus legítimos derechos, que los que hubiera podido esperarde las vicisitudes de la guerra civil. La iglesia hermoseó aquella solemnidadcon toda la pompa y esplendor del culto católico.Gurth, vistosamente engalanado, acompañó á su amo en calidadde escudero, y tuvo en gran precio este galardón de sus fieles servicios.El magnánimo Wamba concurrió también á la ceremonia,luciendo un ruidoso atavío de campanillas de plata. Habian sidocompañeros de lvanhoe en sus infortunios, y desde entonces fueroncomo debian esperarlo, partícipes de su prosperidad.Las bodas de Wilfrido y Kowena dieron lugar á un numerosoconcurso de familias normandas y sajonas, de todas clases y gcrarquías.Unas y otras miraron aquel enlace como prenda de la íntimaunión de los dos pueblos; los cuales desde aquella época sehan ido mezclando y confundiendo en términos que ya no los separaninguna distinción. Cedric vivió lo bastante para alcanzar losúltimos anuncios de la completa unión de ambos pueblos; porqueya en su tiempo empezaban á ligarse sajones y normandos con losvínculos del matrimonio; los unos perdían sus modales altivos, ylos otros su natural grosería y aspereza. Pero hasta el reinado deEduardo 111 no se habló en la corte de Londres la lengua mixta llamadainglesa; y entonces fué también cuando sajones y normandosllegaron á formar una sola familia.Dos dias después de su casamiento, ltowena supo por su camareraElgita que una doncella estrangeray bien parecida deseaba hablarleá solas. La esposa de Wilfrido recibió con sorpresa este mensaje;vaciló acerca de la respuesta que habia de dar, y cediendo porfin á la curiosidad, mandó que le diesen entrada.Presentóse á su vista una persona de noble y majestuoso talante,cubierta de un gran velo blanco, que lejos de ocultar, realzaba iagracia de su talle. Su aspecto indicaba respetuoso comedimiento,con algunos visos de temor, ó mas bien de deseos de concillarse indulgenciay buena voluntad. Rowena estaba siempre naturalmentedispuesta á compadecer y aliviar los males ágenos. Levantóse óiba á dar asiento á la hermosa estranjera, cuando reparó en Elgita,á quien hizo seña de retirarse. Cuando esta la hubo obedecido,no sin alguna repugnancia, la desconocida hincó una rodilla entierra, se puso las dos manos en la frente, la inclinó hasta el sue-


CAPÍTULO XLIV. 405lo, y á pesar de la resistencia de lady Ivanhoe le besó la guarnicióndel vestido.«¿Qué significa esto? dijo la dama con la mayor sorpresa. ¿Quésignifica tan estraña demostración de homenaje?—Lady Rowena, dijo Rebeca levantándose y volviendo á tomarsu modesta y grave actitud, vengo á pagaros la deuda que he contraídocon vuestro esposo. Perdonadme si os ha ofendido la espresionde veneración y agradecimiento usada en mi pueblo. Yo soya desgraciada judía por quien el caballero de Ivanhoe arrostró taninminentes peligros en el campo de batalla de Templestowe.—Doncella, dijo Rowena, YVilfrido de Ivanhoe no hizo mas y niaun tanto como debia por quien con tanta caridad le asistió en susheridas é infortunios. Decidme si todavía podemos mi esposo y yohacer algo en vuestro obsequio.—Nada, respondió la judía. Solo os pido le deis en mi nombre elúltimo á Dios.—¿Os vais de Inglaterra? dijo Rowena aun no bien recobrada dela sorpresa que le causaba aquella visita.—Saldré de Inglaterra antes que esta luna termine su giro. Mipadre tiene un hermano que goza favor de Mohammed Boabdil, reyde Granada. Allí podemos gozar de paz y protección, en cambiodel tributo que aquel Monarca exige de nuestro pueblo.—¿No estáis bastante protegidos en Inglaterra? dijo Rowena. Miesposo merece mucho favor de Ricardo, el cual es además tan generosocomo justo.—No lo dudo, dijo Rebeca; pero los ingleses son hombres turbulentosy arrojados; discordes entre sí y con sus vecinos; dispuestossiempre á esgrimir las armas unos contra otros. Los hijos de mipueblo no pueden vivir en tan inquieto asilo. Israel, durante su peregrinación,no puede fijar sus tiendas en una mansión de sangrey de disturbios, rodeada de enemigos y dividida en facciones enearnizadas.—¿Qué tienes que temer? dijo lady Rowena. La que consoló áIvanhoe en sus desventuras, la que curó sus heridas, añadió conentusiasmo, puede vivir tranquila en Inglaterra, donde sajones ynormandos se esmerarán en protegerla y honrarla.—Dulces son tus palabras, dijo Rebeca, y mas dulces son tus sentimientos:pero no puede ser. Sobrado profundo es el golfo que nossepara. La educación y la fe no nos permiten atravesarlo á unos ni


406 IVANHOE.á otros. A Dios; pero antes de irme quiero pedirte una gracia. Alzael velo nupcial que te cubre, y déjame contemplar esa hermosura deque tanto dice la fama.—La fama pondera como acostumbra, dijo Rovvona; pero consientoen lo que me pides, con tal que me concedas el mismo favor.»•i Descubrióse la dama, y sea por modestia y timidez, sea por vanidad,enrojeció de tal manera que el pecho y el rostro se le cubrieronde un carmin subidísimo. También enrojeció la judía al despojarsede su velo, mas solo duró su rubor un instante, pasando ligeramentepor su fisonomía, como los tintes encendidos de la nubeque muda de color cuando el sol se unde en el horizonte.—Noble dama, dijo Rebeca, las facciones que os habéis dignadomostrarme vivirán largo tiempo en mi memoria. En ellas reinanla gentileza y la bondad; y si no está exenta su amable espresiondel orgullo que traen consigo las vanidades mundanas, ¿qué estrañoes cpie lo que es de tierra conserve su color original? Jamás olvidarélo que ahora he visto. Y gracias á Dios que mi generoso libertadorha conseguido ya...»Detúvose al decir estas palabras; vertió algunas lágrimas; lanzóun profundo suspiro, y viendo que lady Eovcena se inquietabacreyéndola indispuesta, le dijo: «No os asustéis; estoy buena, perome estremezco al recordar los sucesos del castillo de Frente-debuey,y del preceptorio de los Templarios. Solo me queda que molestaroscon otra pequeña súplica. Aceptad este cofreeito, y no ossorprendáis al ver lo que contiene.»Entonces presentó un cofreeito de ébano guarnecido de plata álady Rovrena, la cual lo abrió y vio en él un collar de diamantes yotras piedras preciosas, que parecían de gran valor.«Es imposible, dijo lady Rowena devolviendo el cofre á la judía;me es imposible aceptar un don de esta especio.—No me neguéis esta prueba de benevolencia,dijo Rebeca. Vosotrolos Nazarenos tenéis el poder, las dignidades, la autoridad é influjo,nosotros los Hebreos tenérnosla riqueza, que es el origen de nuestrafuerza, y de nuestros males. Aunque el valor de esas friolerasfuera mil veces mas subido, no podria tanto en Inglaterra como>lmas fugaz de tus deseos. Lo que te doy es de poco precio para tí:para mí de mucho menos. No pienses tan bajamente de mi nacióncomo la mayor parte de tus compatriotas. ¿Crees tú que estimo masesos brillantes fragmentos de piedra, que mi libertad? ¿Crees tú


CAPÍTULO XLIV.que mi padre los tiene en mas que mi honor y mi vida? Acéptalos.Inútiles son para mí,puesto quejamásadornaré con joyas mi persona;—Muy desgraciada debes de ser, dijo Rowena, á quien hicieronuna estraña impresión las últimas palabras de la judía. Quédatecon nosotros; los consejos de los hombres sabios y piadosos te apartarándo los errores do tu creencia, y yo seré tu hermana.—No señora, dijola judía con un tono de voz y con una espresioude melancolía y de abatimiento. Es imposible: yo no puedo abandonarmi fe, como si fuera un ropaje que no se usa en la tierra enque vivo. Seré desgraciada; pero no tanto. Aquel á quien he consagradomi vida será quien me consuele: hágase su voluntad.—¿Tenéis conventos en vuestra religión? ¿Piensas retirarte á algunode el I os?—No señora, dijo Rebeca; pero desde los tiempos do Abraham hastalos presentes ha habido en la nación hebrea mujeres desengañadasy piadosas, que han dedicado sus pensamientos á las verdadeseternas y al ejercicio de la caridad, ocupándose en curar al enfermo,en dar de comer al hambriento, y en socorrer al desvalido: talserá mi destino de ahora en adelante. Decidlo así á vuestro esposo,si alguna vez se digna preguntar por aquella desgraciada á quiensalvó la vida.»El temblor involuntario que se apoderó de Rebeca al pronunciarestas palabras, y el tono suave y afectuoso de su voz espresaban ma sdo lo que ella quería. Dióse prisa á retirarse diciendo: A Dios, nobledama: el que dio la vida á judíos y á cristianos derrame sobre vosla plenitud de sus bendiciones.»Rebeca desapareció del aposento dejando tan sorprendida á Rowenacomo sihubiera pasado ante sus ojos una visión sobrenatural.La hermosa sajona refirió esta estraña conferencia á su esposo, áquien dio mucho en qué pensar. Rowena é Ivanhoe vivieron largosy felices anos, porque les ligaban vínculos que se estrecharon en suinfancia, y porque jamás olvidaron los obstáculos que so habíanopuesto á su anión. No seria sin embargo prudente averiguar S£el recuerdo de la hermosura y de la magnanimidad de]Rebeca s epresentaba á la imaginación de Ivanhoe con mas frecuencia de laque convenia á la tranquilidad de la bella nieta de Alfredo.Ivanhoe se distinguió en el servicio de Ricardo, y mereció nueva;prendas de su favor. Mayor hubiera sido su elevación á no haberlainterrumpido la muerte prematura del heroico Corazón deJLeoii40^


408 IVANHOE.ocurrida en el asedio del castillo de Clialuz, cerca de Limoges. Conla vida de su magnánimo, pero temerario y novelesco protector,perecieron todos los proyectos que su generosa ambición habia formado.Pueden aplicársele,con algunaalteracion, estos versos compuestospor un poeta inglés á Carlos XII, Rey de Suecia:Destino fué del héroe que cantamosCoger laureles en remotos climas. »Tuto humilde castillo, y pecho andace,Y un yate oscuro celebró sus hechos.Su nombre fué terror del enemigo,Y dio asunto moral & esta novela.FIN DEL IVANHOE.

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