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elclubdelsoftware.blogspot.commalayo, evitaba buena parte de las conjugaciones, los verbos irregulares y otrascomplicaciones características de muchas lenguas naturales. A comienzos de ladécada de 1970 lo hablaba la mayoría de los indonesios, aunque estos seguíanempleando el javanés y los demás dialectos locales dentro de sus respectivascomunidades. Rasy era un maestro estupendo, con gran sentido del humor, ycomparado con el shuar, o incluso el español, el estudio del bahasa resultabafácil.Rasy tenía un ciclomotor y se empeñó en mostrarme su ciudad y su gente.«Voy a enseñarte un aspecto de Indonesia que todavía no has visto», meprometió una tarde, invitándome a montar detrás de él en su máquina.Pasamos por teatrillos de sombras, orquestas de instrumentos tradicionales,escupefuegos, malabaristas y buhoneros que vendían toda clase de artículos,desde música americana de contrabando hasta las más curiosas artesaníasindígenas. Por fin aterrizamos en una minúscula cafetería poblada de hombres ymujeres jóvenes cuya indumentaria, sombreros y peinado habrían quedadoperfectos en un recital de los Beatles a fines de la década de 1960. Pero todosellos eran inconfundiblemente indonesios. Rasy me presentó a un grupo queocupaba una de las mesas, y que nos hizo un hueco.Todos hablaban inglés con mayor o menor soltura, pero agradecieron yelogiaron mis esfuerzos por expresarme en bahasa. Abordando el tema confranqueza me preguntaron por qué los estadounidenses nunca se tomaban lamolestia de aprender su idioma. No supe qué contestar. Ni conseguía explicarmepor qué era yo el único americano o europeo en aquella parte de la ciudad,cuando pululaban tantos de ellos en el Golf and Racket Club, los restaurantesfinos, los cines y los supermercados de lujo.Esa noche la recordaré toda la vida. Rasy y sus amigos me trataron como auno de los suyos. Experimenté una sensación de euforia al hallarme allícompartiendo su ciudad, su comida y su música, aspirando el humo de loscigarrillos de clavo y otros aromas característicos de sus vidas, bromeando yriendo con ellos. Era como volver al Peace Corps y me pregunté qué me habíahecho querer viajar en primera clase y alejarme de personas como aquéllas.Conforme avanzaba la velada empezaron a tirarme de la lengua, deseosos deconocer mis opiniones sobre su país y sobre la guerra que estábamos haciendo enVietnam. Todos se manifestaron escandalizados por lo que llamaban «unainvasión ilegal» y muy aliviados al comprobar que yo compartía sus puntos devista.Cuando regresamos era tarde y el parador estaba a oscuras. Le agradecíefusivamente a Rasy que me hubiese invitado a su mundo y él64

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