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elclubdelsoftware.blogspot.com7La civilización a pruebaQuiero que conozcas a un dalang —anunció Rasy, radiante—. Ya sabes, losfamosos titiriteros indonesios. —Era evidente su satisfacción por tenerme denuevo en Bandung—. Esta noche da una función muy importante en el barrio.Me llevó con su ciclomotor por partes de la ciudad que no sabía ni queexistieran, atravesando barriadas de kampong, casas tradicionales de Java queparecían templos en miniatura pero en versión pobre, con cubiertas de teja. Allíno se veían las espléndidas mansiones coloniales holandesas ni los edificios deoficinas a los que yo estaba acostumbrado. La población era visiblemente humildepero lo llevaba con gran dignidad. Vestían sarongs estampados en batik,deshilachados pero limpios, blusas de vivos colores y sombreros anchos de paja.En todas partes fuimos recibidos con sonrisas y cordialidad. Cuando nosdetuvimos, los niños acudieron corriendo a tocarme y a palpar la tela de misvaqueros. Una chiquilla me prendió en el cabello una fragante flor de frangipani.Estacionamos la motocicleta cerca de un teatro al aire libre donde se habíancongregado ya varios centenares de personas, unas de pie y otras sentadas ensillas plegables. El cielo completamente despejado auguraba una nocheespléndida. Aunque estábamos en el centro de la ciudad vieja de Bandung, nohabía alumbrado público y las estrellas titilaban sobre nuestras cabezas. En elaire flotaban aromas de cacahuete, de clavo, de hogueras de leña.Rasy desapareció entre la multitud y regresó enseguida, acompañado demuchos de los jóvenes que me había presentado en la cafetería. Me invitaron a técaliente con galletas y sate, que son bocaditos de carne frita en aceite decacahuete. Debí poner cara de perplejidad al verlos, porque una de las jóvenesapuntó con el dedo a un fogón pequeño: «Carne muy fresca —rió—. Reciénhecha».Entonces comenzó la música, la mágica y alucinante melodía del gamelan,un instrumento cuyo sonido recuerda las campanas de los67

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