EL RELATOCeroPor Sheila R. Melhem. Ilustración de Laura ArtilesLo de las sesiones de meditación había sido idea de María,que estaba harta de no poder dormir conmigo cuandose quedaba en casa. A mí todo aquello me parecía unasoberana estupidez. El centro tenía un nombre impronunciableque, según me contaron, significaba “el flujo liberador” enalgún idioma inventado. Empezaron por enseñarme las nocionesbásicas de relajación.—Soy consciente del espacio que ocupa el dedo pulgar de mipie derecho, y si noto alguna tensión la voy a dejar fluir…Era instantáneo, pensar en el dedo gordo de mi pie derechoy que empezara a picarme como si se fuera a caer a cachos.Tenía que sacar los pies de las babuchas blancas de tela yrascarme disimuladamente, bajo la mirada acusadora de unagran variedad de señores encorbatados en bata blanca. Hastaen bata blanca se les veía la corbata.—Hermano Alejandro —decía la voz mantenida, impertérritadel maestro— debes dejarte fluir ¿qué te ocurre?—Me pica. El dedo…—Hermano Alejandro —repetía, ahora autoritaria— debesdejar fluir ese picor, debes asumir esa sensación y dejarla quesea sin más condicionantes, dejar que tu cuerpo hable. Todosjuntos: “Soy consciente del espacio que ocupa mi nalga derecha,y si noto alguna tensión...”pregunté entonces por qué la indumentaria del maestro eracrema, y no blanca, y supuse que para que hiciera juego conel cordón dorado— ¿Hermano?—Eh, no sé...—100 —el maestro respiró hondo— significa la totalidad, eltodo. El primer número completo.—Ajá.—Así que quiero que observes en esta cartulina la totalidad,la totalidad de tu vida, tus problemas, todo lo que te preocupa—El maestro guardó silencio un minuto, respetando mi supuestaconcentración— Y ahora —dijo, retirando lentamentela cartulina de la totalidad y dejando al descubierto un bonito99 en letra de molde— quiero que te despojes de ellos, a medidaque yo cambie los números, que los dejes fluir.—Como el picor.—Sí, como el picor —dijo, satisfecho— al fin y al cabo estasansiedades también son eso, ¿no? Picores.—Yo no tengo ansiedad. Sólo insomnio —Odiaba las metáforas.Y más si se referían a mi vida.—En cualquier caso —contestó, como si no me hubiera escuchado—debes repetir esta operación, mentalmente, cadanoche —. Asentí respetuoso, y asistí al ritual obediente, perono tuve ninguna revelación. Al acabar, el hermano - maestro olo que fuera se alongó en la mesa y me tomó del brazo.— Hermano Alejandro, si consigues contactar contigo mismo,si realmente tienes fe, esto puede cambiar tu vida. —Le olía elaliento a pepino.Me mandó a casa con las instrucciones en una libretita yun cd de música de delfines. La misma música que, por laEl maestro también atendía a cada hermano individualmente,y yo le había contado, por encima, lo de mi insomnio.—No puedo dormir.—Ajá —el maestro, que se llamaba Carlos, según vi en la hojade inscripción, me miraba expectante. Era feo, demasiado feopara no levantar sospechas.—No puedo dormir. Sólo eso.—Nunca es sólo eso —su cara de complacencia era tal queuno nunca sabía si estaba tocado por la divinidad o simplementeera gilipollas— ¿Ansiedad?—No, sólo que no duermo.Bueno, busquemos entonces alguna solución parcial hastaque podamos tocar las teclas adecuadas.—¿Qué teclas? —La pregunta llegó demasiado tarde; el maestro,pulcramente ataviado con su toga color crudo atada conun cordón dorado a la cintura, ya había depositado sobre lamesa una caja de trastos, de la que extrajo con orquestadaparsimonia una serie de cartulinas blancas. En cada cartulinaestaba escrito un número en negro, letra de molde. Colocófrente a mí la cartulina correspondiente al número 100.—¿Qué te sugiere, Hermano? —Me vi a mí mismo por un instante,con aquella bata blanca, blanquísima, las babuchas amedio quitar. Parecía que acababa de salir de la ducha. Me24<strong>marzo</strong> <strong>2009</strong>
noche, sonaría en mi cuarto mientras yo, harto de dar vueltasy vueltas en la cama, me hacía consciente de cómo me picabantodos las partes del cuerpo en las que pensaba. Una vezasumí el espacio que ocupaba en la cama el último pelo demi sobaco, comencé a visualizar el número 100. La totalidadde mi vida estaba tras una puerta de mi mente, amontonada,aporreando, y yo no estaba seguro de querer abrirla. “Voy adejarme fluir”—pensé, en un acto insólito de fe. Y eso hice.(99) Allí no pasaba nada. (98) Aquello parecía tan absurdocomo en presencia del jarecrisna posmoderno. (97) De prontoMaría entró en la habitación y se sentó a oscuras en la cama.(96) María no podía estar en la habitación porque acababa dehablar con ella y estaba en su casa, (95) en la cama, y con vozde dormida. (94) Además, María no tenía llaves de mi casa.(93) A ambos nos parecía demasiado pronto para eso. (92) Sinembargo el culo de María parecía estar levemente apoyado enmi pierna izquierda. (90) “¿María?” (90) “¿Qué haces aquí?”(89) “Alejandro, en realidad yo no sé lo que quiero...” (88) Noparecía oírme (87) “o si te quiero, yo... necesito tiempo” (86)“¿Qué?” (84) “Además, el otro día… ¿Te acuerdas de Moisés?”(83) Un fuerte golpe interrumpió su discurso (82) “¿Quién andaahí?” (81) Estaban dentro, (80) podía sentirlos caminar por elpasillo. (79) Estaban dentro y habían entrado por la ventanadel salón, (78) siempre supe que tenía que haber hecho algocon esa ventana. (77) Pude ver dos sombras avanzando por elpasillo (76) “¡Quién anda ahí!” (75) Una tercera sombra entróen la habitación (74) “Perea, ¿ha traído el informe de cuentas?”(73) Si María no podía tener el culo apoyado en mi brazo enese momento, mi jefe no podía estar hablándome de pie juntoal cabecero de la cama, (72) sin embargo, insistió: (71) “Perea,¡conteste!” (70) “Estoy harto de sus desplantes” (69) “Le veréen mi despacho” (68) Las sombras de los ladrones se habíanmetido en la cocina, arrastraban muebles y revolvían gavetas.(67) Me di cuenta de lo fácil que sería para ellos acabar conmigo,(66) y supe que si no lo hacían era porque tampoco estabanallí, (65) aunque ahora los viera arrastrar la nevera hastala puerta de la entrada. (64) Decidí quedarme muy quieto, (63)muy quieto y muy callado, (62) no emitir juicios, no pensar,(61) dejar que todo pasara (60) concentrándome sólo en micuenta atrás (59) en la totalidad que se diluía. (58) A medidaque imaginaba números (57) la habitación se llenaba de personas,(56) y mi casa se vaciaba de objetos. (55) Yo sabía queno debía hacer nada, (54) sólo dejarlo fluir. (53) “Alejandro, deverdad lo siento” (52) “no eres tú, soy yo” (51) “Pase, Sr. Perea”(50) “Lo siento mucho” (49) “Los resultados de sus análisis sondeterminantes” (48) “Ale” (47) “Ha venido Moisés” (46) “quierehablar contigo” (45) “Perea, firme aquí” (44) “Tío, ya sabescómo son estas cosas” (43) “En cobros le entregarán un chequecon su finiquito” (42) “Es algo tan inesperado… El amordigo” (41) “No te lo tomes como algo personal” (40) “Ale, note cabrees, pero le he dicho a Luisa que le gustas” (39) “A ellale gusta Pablo, el de 2º C” (38) “El de la moto” (37) “Ademásdice que le dan asco tus granos” (36) “Perea, a la pizarra” (35)“Definitivamente al niño hay que ponerle aparatos, señora”(34) “¿Cuánto es la raíz cuadrada de 768?” (33) “Mamá, ¿hasvisto a Calcetines?” (32) “¿Calcetines?” (31) “¡¡Calcetines!!”.Cuando abrí los ojos empezaba a amanecer.Lo último que recuerdo es el gato muerto y escuchar a los ladronesimaginarios cargando el home cinema en el ascensor,ambientados por el mar y los delfines.Había sido muy cansado, estaba empapado en sudor, perosentía una paz que no pensé que fuera a alcanzar nunca. Permanecíen la cama unos minutos, disfrutando de aquella sensación.Cerré los ojos un momento, para asegurarme. Nada.Se habían ido para siempre.Me incorporé.Realmente algo se había purificado dentro de mí.Noté enseguida el eco de mis pasos en la casa. Sonaba diferente.Pensé que era la paz, lo liviano que me sentía. Entréen el salón. Estaba desierto. Bajo mis pies, las marcas en elparqué de arrastrar el sillón. Pensé que todavía estaba soñando,que aquello no se había acabado. Me acerqué y toquéel polvo que había donde antes estuvo mi tele de plasma.Parecía bastante real.En el suelo de la cocina, al lado de alguna pieza de pasta amedio hacer que habría debajo de la nevera, había una nota,unas llaves y una especie de tela.—“Enhorabuena, Hermano Alejandro. Has pasado al siguientenivel.”No habían dejado ni el cuchillo de jamón.Recogí las llaves, y me anudé concienzudamente la bata colorcrema a la cintura con el cordón dorado.Salí a la calle.· www.quelugares.blogspot.com ·· www.lauraartiles.blogspot.com ·25