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Nº20 | marzo | 2009 - Mass Cultura

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EL RELATOCeroPor Sheila R. Melhem. Ilustración de Laura ArtilesLo de las sesiones de meditación había sido idea de María,que estaba harta de no poder dormir conmigo cuandose quedaba en casa. A mí todo aquello me parecía unasoberana estupidez. El centro tenía un nombre impronunciableque, según me contaron, significaba “el flujo liberador” enalgún idioma inventado. Empezaron por enseñarme las nocionesbásicas de relajación.—Soy consciente del espacio que ocupa el dedo pulgar de mipie derecho, y si noto alguna tensión la voy a dejar fluir…Era instantáneo, pensar en el dedo gordo de mi pie derechoy que empezara a picarme como si se fuera a caer a cachos.Tenía que sacar los pies de las babuchas blancas de tela yrascarme disimuladamente, bajo la mirada acusadora de unagran variedad de señores encorbatados en bata blanca. Hastaen bata blanca se les veía la corbata.—Hermano Alejandro —decía la voz mantenida, impertérritadel maestro— debes dejarte fluir ¿qué te ocurre?—Me pica. El dedo…—Hermano Alejandro —repetía, ahora autoritaria— debesdejar fluir ese picor, debes asumir esa sensación y dejarla quesea sin más condicionantes, dejar que tu cuerpo hable. Todosjuntos: “Soy consciente del espacio que ocupa mi nalga derecha,y si noto alguna tensión...”pregunté entonces por qué la indumentaria del maestro eracrema, y no blanca, y supuse que para que hiciera juego conel cordón dorado— ¿Hermano?—Eh, no sé...—100 —el maestro respiró hondo— significa la totalidad, eltodo. El primer número completo.—Ajá.—Así que quiero que observes en esta cartulina la totalidad,la totalidad de tu vida, tus problemas, todo lo que te preocupa—El maestro guardó silencio un minuto, respetando mi supuestaconcentración— Y ahora —dijo, retirando lentamentela cartulina de la totalidad y dejando al descubierto un bonito99 en letra de molde— quiero que te despojes de ellos, a medidaque yo cambie los números, que los dejes fluir.—Como el picor.—Sí, como el picor —dijo, satisfecho— al fin y al cabo estasansiedades también son eso, ¿no? Picores.—Yo no tengo ansiedad. Sólo insomnio —Odiaba las metáforas.Y más si se referían a mi vida.—En cualquier caso —contestó, como si no me hubiera escuchado—debes repetir esta operación, mentalmente, cadanoche —. Asentí respetuoso, y asistí al ritual obediente, perono tuve ninguna revelación. Al acabar, el hermano - maestro olo que fuera se alongó en la mesa y me tomó del brazo.— Hermano Alejandro, si consigues contactar contigo mismo,si realmente tienes fe, esto puede cambiar tu vida. —Le olía elaliento a pepino.Me mandó a casa con las instrucciones en una libretita yun cd de música de delfines. La misma música que, por laEl maestro también atendía a cada hermano individualmente,y yo le había contado, por encima, lo de mi insomnio.—No puedo dormir.—Ajá —el maestro, que se llamaba Carlos, según vi en la hojade inscripción, me miraba expectante. Era feo, demasiado feopara no levantar sospechas.—No puedo dormir. Sólo eso.—Nunca es sólo eso —su cara de complacencia era tal queuno nunca sabía si estaba tocado por la divinidad o simplementeera gilipollas— ¿Ansiedad?—No, sólo que no duermo.Bueno, busquemos entonces alguna solución parcial hastaque podamos tocar las teclas adecuadas.—¿Qué teclas? —La pregunta llegó demasiado tarde; el maestro,pulcramente ataviado con su toga color crudo atada conun cordón dorado a la cintura, ya había depositado sobre lamesa una caja de trastos, de la que extrajo con orquestadaparsimonia una serie de cartulinas blancas. En cada cartulinaestaba escrito un número en negro, letra de molde. Colocófrente a mí la cartulina correspondiente al número 100.—¿Qué te sugiere, Hermano? —Me vi a mí mismo por un instante,con aquella bata blanca, blanquísima, las babuchas amedio quitar. Parecía que acababa de salir de la ducha. Me24<strong>marzo</strong> <strong>2009</strong>

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