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maqueta tripa roderick.indd - Editorial Funambulista

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Cecilia rió suavemente, y Rowland se inclinó hacia adelanteen su hamaca. Se había recostado allí a petición de Bessie y estabajugando a que era su niñito y ella lo mecía para dormir. Ella sesentaba a su lado, balanceando la hamaca y cantando una nana. Alincorporarse, lo empujó hacia atrás diciéndole que el niño debíaterminar su siesta.—Pero yo quiero ver al caballero con el demonio dentro —dijoRowland.—¿Qué demonio? —preguntó Bessie—. Sólo es el señorHudson.—Muy bien, quiero verlo.—¡Ah, no te preocupes de él! —dijo Bessie, con la concisiónpropia del desdén.—Hablas como si él no te gustara.—¡No me gusta! —afirmó Bessie, acostando de nuevo aRowland.La hamaca se balanceaba en un extremo del porche, bajo lamás espesa sombra de las parras, y el fragmento de diálogo pasóinadvertido. Rowland se dejó acunar un rato más y se conformócon escuchar la voz del señor Hudson. Era una voz suave y no deltodo masculina, de un tono más bien lastimero y malhumorado.El joven parecía contrariado; se quejaba del calor, del polvo, deque le apretaba un zapato, de haber caminado una milla en laotra punta de la ciudad para hacer un recado para que luego lapersona a la que buscaba se hubiese marchado de Northamptonuna hora antes.—¿No quieres una taza de té? —preguntó Cecilia—. Quizáconsiga serenarte.—¡Sí pero a cambio de tenerme en vela toda la noche! —dijoel señor Hudson—. En el mejor de los casos, ir a la oficina es como26

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