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El Conflicto de los Siglos

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276 <strong>El</strong> <strong>Conflicto</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Sig<strong>los</strong><br />

[282]<br />

someterse a sus exorbitantes exigencias. La carga <strong>de</strong>l sostenimiento<br />

<strong>de</strong> la iglesia y <strong>de</strong>l estado pesaba sobre <strong>los</strong> hombros <strong>de</strong> las clases<br />

media y baja <strong>de</strong>l pueblo, las cuales eran recargadas con tributos por<br />

las autorida<strong>de</strong>s civiles y por el clero. “<strong>El</strong> placer <strong>de</strong> <strong>los</strong> nobles era<br />

consi<strong>de</strong>rado como ley suprema; y que el labriego y el campesino<br />

pereciesen <strong>de</strong> hambre no era para conmover a sus opresores [...]. En<br />

todo momento el pueblo <strong>de</strong>bía velar exclusivamente por <strong>los</strong> intereses<br />

<strong>de</strong>l propietario. Los agricultores llevaban una vida <strong>de</strong> trabajo duro<br />

y continuo, y <strong>de</strong> una miseria sin alivio; y si alguna vez osaban<br />

quejarse se les trataba con insolente <strong>de</strong>sprecio. En <strong>los</strong> tribunales<br />

siempre se fallaba en favor <strong>de</strong>l noble y en contra <strong>de</strong>l campesino; <strong>los</strong><br />

jueces aceptaban sin escrúpulo el cohecho; en virtud <strong>de</strong> este sistema<br />

<strong>de</strong> corrupción universal, cualquier capricho <strong>de</strong> la aristocracia tenía<br />

fuerza <strong>de</strong> ley. De <strong>los</strong> impuestos exigidos a la gente común por <strong>los</strong><br />

magnates seculares y por el clero, no llegaba ni la mitad al tesoro <strong>de</strong>l<br />

reino, ni al arca episcopal, pues la mayor parte <strong>de</strong> lo que cobraban<br />

lo gastaban <strong>los</strong> recaudadores en la disipación y en francachelas.<br />

Y <strong>los</strong> que <strong>de</strong> esta manera <strong>de</strong>spojaban a sus consúbditos estaban<br />

libres <strong>de</strong> impuestos y con <strong>de</strong>recho por la ley o por la costumbre a<br />

ocupar todos <strong>los</strong> puestos <strong>de</strong>l gobierno. La clase privilegiada estaba<br />

formada por ciento cincuenta mil personas, y para regalar a esta<br />

gente se con<strong>de</strong>naba a millones <strong>de</strong> seres a una vida <strong>de</strong> <strong>de</strong>gradación<br />

irremediable” (véase el Apéndice).<br />

La corte estaba completamente entregada a la lujuria y al libertinaje.<br />

<strong>El</strong> pueblo y sus gobernantes se veían con <strong>de</strong>sconfianza. Se<br />

sospechaba <strong>de</strong> todas las medidas que dictaba el gobierno, porque se<br />

le consi<strong>de</strong>raba intrigante y egoísta. Por más <strong>de</strong> medio siglo antes<br />

<strong>de</strong> la Revolución, ocupó el trono Luis XV, quien aun en aquel<strong>los</strong><br />

tiempos corrompidos sobresalió en su frivolidad, su indolencia y su<br />

lujuria. Al observar aquella <strong>de</strong>pravada y cruel aristocracia y la clase<br />

humil<strong>de</strong> sumergida en la ignorancia y en la miseria, al estado en<br />

plena crisis financiera y al pueblo exasperado, no se necesitaba tener<br />

ojo <strong>de</strong> profeta para ver <strong>de</strong> antemano una inminente insurrección. A<br />

las amonestaciones que le daban sus consejeros, solía contestar el<br />

rey: “Procurad que todo siga así mientras yo viva; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mi<br />

muerte, suceda lo que quiera”. En vano se le hizo ver la necesidad<br />

que había <strong>de</strong> una reforma. Bien comprendía él el mal estado <strong>de</strong> las<br />

cosas, pero no tenía ni valor ni po<strong>de</strong>r suficiente para remediarlo. Con

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