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El Conflicto de los Siglos

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356 <strong>El</strong> <strong>Conflicto</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Sig<strong>los</strong><br />

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el mensaje fueron encarcelados. En muchos puntos don<strong>de</strong> <strong>los</strong> predicadores<br />

<strong>de</strong> la próxima venida <strong>de</strong>l Señor fueron así reducidos al<br />

silencio, plugo a Dios enviar el mensaje, <strong>de</strong> modo milagroso, por<br />

conducto <strong>de</strong> niños pequeños. Como eran menores <strong>de</strong> edad, la ley <strong>de</strong>l<br />

estado no podía impedírselo, y se les <strong>de</strong>jó hablar sin molestar<strong>los</strong>.<br />

<strong>El</strong> movimiento cundió principalmente entre la clase baja, y era<br />

en las humil<strong>de</strong>s viviendas <strong>de</strong> <strong>los</strong> trabajadores don<strong>de</strong> la gente se<br />

reunía para oír la amonestación. Los mismos predicadores infantiles<br />

eran en su mayoría pobres rústicos. Algunos <strong>de</strong> el<strong>los</strong> no tenían más<br />

<strong>de</strong> seis a ocho años <strong>de</strong> edad, y aunque sus vidas testificaban que<br />

amaban al Salvador y que procuraban obe<strong>de</strong>cer <strong>los</strong> santos preceptos<br />

<strong>de</strong> Dios, no podían dar prueba <strong>de</strong> mayor inteligencia y pericia que<br />

las que se suelen ver en <strong>los</strong> niños <strong>de</strong> esa edad. Sin embargo, cuando<br />

se encontraban ante el pueblo, era <strong>de</strong> toda evi<strong>de</strong>ncia que <strong>los</strong> movía<br />

una influencia superior a sus propios dones naturales. Su tono y<br />

sus a<strong>de</strong>manes cambiaban, y daban la amonestación <strong>de</strong>l juicio con<br />

po<strong>de</strong>r y solemnidad, empleando las palabras mismas <strong>de</strong> las Sagradas<br />

Escrituras: “¡Temed a Dios, y dadle gloria; porque ha llegado la hora<br />

<strong>de</strong> su juicio!” Reprobaban <strong>los</strong> pecados <strong>de</strong>l pueblo, con<strong>de</strong>nando no<br />

solamente la inmoralidad y el vicio, sino también la mundanalidad y<br />

la apostasía, y exhortaban a sus oyentes a huir <strong>de</strong> la ira veni<strong>de</strong>ra.<br />

La gente oía temblando. <strong>El</strong> Espíritu convincente <strong>de</strong> Dios hablaba<br />

a sus corazones. Muchos eran inducidos a escudriñar las Santas<br />

Escrituras con profundo interés; <strong>los</strong> intemperantes y <strong>los</strong> viciosos<br />

se enmendaban, otros renunciaban a sus hábitos <strong>de</strong>shonestos y se<br />

realizaba una obra tal, que hasta <strong>los</strong> ministros <strong>de</strong> la iglesia oficial<br />

se vieron obligados a reconocer que la mano <strong>de</strong> Dios estaba en el<br />

movimiento.<br />

Dios quería que las nuevas <strong>de</strong> la venida <strong>de</strong>l Salvador fuesen<br />

publicadas en <strong>los</strong> países escandinavos, y cuando las voces <strong>de</strong> sus<br />

siervos fueron reducidas al silencio, puso su Espíritu en <strong>los</strong> niños para<br />

que la obra pudiese hacerse. Cuando Jesús se acercó a Jerusalén,<br />

seguido <strong>de</strong> alegres muchedumbres que, con gritos <strong>de</strong> triunfo y on<strong>de</strong>ando<br />

palmas, le aclamaron Hijo <strong>de</strong> David, <strong>los</strong> fariseos envidiosos<br />

le intimaron para que hiciese callar al pueblo; pero Jesús contestó<br />

que todo eso se realizaba en cumplimiento <strong>de</strong> la profecía, y que si la<br />

gente callaba las mismas piedras clamarían. <strong>El</strong> pueblo, intimidado<br />

por las amenazas <strong>de</strong> <strong>los</strong> sacerdotes y <strong>de</strong> <strong>los</strong> escribas, <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> lanzar

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