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El Conflicto de los Siglos

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446 <strong>El</strong> <strong>Conflicto</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Sig<strong>los</strong><br />

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predicadores insisten muy poco en la ley divina. En otro tiempo<br />

el púlpito era eco <strong>de</strong> la voz <strong>de</strong> la conciencia [...]. Nuestros más<br />

ilustres predicadores daban a sus discursos una amplitud majestuosa<br />

siguiendo el ejemplo <strong>de</strong>l Maestro y recalcando la ley, sus preceptos<br />

y sus amenazas. Repetían las dos gran<strong>de</strong>s máximas <strong>de</strong> que la ley es<br />

fiel trasunto <strong>de</strong> las perfecciones divinas, y <strong>de</strong> que un hombre que no<br />

tiene amor a la ley no lo tiene tampoco al evangelio, pues la ley, tanto<br />

como el evangelio, es un espejo que refleja el verda<strong>de</strong>ro carácter<br />

<strong>de</strong> Dios. Este peligro arrastra a otro: el <strong>de</strong> <strong>de</strong>sestimar la gravedad<br />

<strong>de</strong>l pecado, su extensión y su horror. <strong>El</strong> grado <strong>de</strong> culpabilidad que<br />

acarrea la <strong>de</strong>sobediencia a un mandamiento es proporcional al grado<br />

<strong>de</strong> justicia <strong>de</strong> ese mandamiento [...].<br />

“A <strong>los</strong> peligros ya enumerados se une el que se corre al no reconocer<br />

plenamente la justicia <strong>de</strong> Dios. La ten<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l púlpito<br />

mo<strong>de</strong>rno consiste en hacer separación entre la justicia divina y la<br />

misericordia divina, en rebajar la misericordia al nivel <strong>de</strong> un sentimiento<br />

en lugar <strong>de</strong> elevarla a la altura <strong>de</strong> un principio. <strong>El</strong> nuevo<br />

prisma teológico separa lo que Dios unió. ¿Es la ley divina un bien<br />

o un mal? Es un bien. Luego la justicia es buena; pues es una disposición<br />

para cumplir la ley. De la costumbre <strong>de</strong> tener en poco la ley y<br />

justicia divinas, el alcance y <strong>de</strong>mérito <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sobediencia humana,<br />

<strong>los</strong> hombres contraen fácilmente la costumbre <strong>de</strong> no apreciar la gracia<br />

que proveyó expiación por el pecado”. Así pier<strong>de</strong> el evangelio<br />

su valor e importancia en el concepto <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres, que no tardan<br />

en <strong>de</strong>jar a un lado la misma Biblia.<br />

Muchos maestros en religión aseveran que Cristo abolió la ley<br />

por su muerte, y que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces <strong>los</strong> hombres se ven libres <strong>de</strong><br />

sus exigencias. Algunos la representan como yugo enojoso, y en<br />

contraposición con la esclavitud <strong>de</strong> la ley, presentan la libertad <strong>de</strong><br />

que se <strong>de</strong>be gozar bajo el evangelio.<br />

Pero no es así como las profetas y <strong>los</strong> apóstoles consi<strong>de</strong>raron la<br />

santa ley <strong>de</strong> Dios. David dice: “Y andaré con libertad, porque he<br />

buscado tus preceptos”. Salmos 119:45 (VM). <strong>El</strong> apóstol Santiago,<br />

que escribió <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Cristo, habla <strong>de</strong>l Decálogo<br />

como <strong>de</strong> la “ley real”, y <strong>de</strong> la “ley perfecta, la ley <strong>de</strong> libertad”. Santiago<br />

2:8; 1:25 (VM). Y el vi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Patmos, medio siglo <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> la crucifixión, pronuncia una bendición sobre <strong>los</strong> “que guardan

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