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El Conflicto de los Siglos

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<strong>El</strong> <strong>de</strong>stino <strong>de</strong>l mundo predicho 33<br />

26:18. En el sitio y en la mortandad que le siguió perecieron más <strong>de</strong><br />

un millón <strong>de</strong> judíos; <strong>los</strong> que sobrevivieron fueron llevados cautivos,<br />

vendidos como esclavos, conducidos a Roma para enaltecer el triunfo<br />

<strong>de</strong>l conquistador, arrojados a las fieras <strong>de</strong>l circo o <strong>de</strong>sterrados y<br />

esparcidos por toda la tierra.<br />

Los judíos habían forjado sus propias ca<strong>de</strong>nas; habían colmado<br />

la copa <strong>de</strong> la venganza. En la <strong>de</strong>strucción absoluta <strong>de</strong> que fueron<br />

víctimas como nación y en todas las <strong>de</strong>sgracias que les persiguieron<br />

en la dispersión, no hacían sino cosechar lo que habían sembrado con<br />

sus propias manos. Dice el profeta: “¡Es tu <strong>de</strong>strucción, oh Israel, el<br />

que estés contra mí; [...] porque has caído por tu iniquidad!” Oseas [34]<br />

13:9; 14:1 (VM). Los pa<strong>de</strong>cimientos <strong>de</strong> <strong>los</strong> judíos son muchas veces<br />

representados como castigo que cayó sobre el<strong>los</strong> por <strong>de</strong>creto <strong>de</strong>l<br />

Altísimo. Así es como el gran engañador procura ocultar su propia<br />

obra. Por la tenacidad con que rechazaron el amor y la misericordia<br />

<strong>de</strong> Dios, <strong>los</strong> judíos le hicieron retirar su protección, y Satanás pudo<br />

regir<strong>los</strong> como quiso. Las horrorosas cruelda<strong>de</strong>s perpetradas durante<br />

la <strong>de</strong>strucción <strong>de</strong> Jerusalén <strong>de</strong>muestran el po<strong>de</strong>r con que se ensaña<br />

Satanás sobre aquel<strong>los</strong> que ce<strong>de</strong>n a su influencia.<br />

No po<strong>de</strong>mos saber cuánto <strong>de</strong>bemos a Cristo por la paz y la protección<br />

<strong>de</strong> que disfrutamos. Es el po<strong>de</strong>r restrictivo <strong>de</strong> Dios lo que<br />

impi<strong>de</strong> que el hombre caiga completamente bajo el dominio <strong>de</strong> Satanás.<br />

Los <strong>de</strong>sobedientes e ingratos <strong>de</strong>berían hallar un po<strong>de</strong>roso<br />

motivo <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>cimiento a Dios en el hecho <strong>de</strong> que su misericordia<br />

y clemencia hayan coartado el po<strong>de</strong>r maléfico <strong>de</strong>l diablo. Pero cuando<br />

el hombre traspasa <strong>los</strong> límites <strong>de</strong> la paciencia divina, ya no cuenta<br />

con aquella protección que le libraba <strong>de</strong>l mal. Dios no asume nunca<br />

para con el pecador la actitud <strong>de</strong> un verdugo que ejecuta la sentencia<br />

contra la transgresión; sino que abandona a su propia suerte a <strong>los</strong><br />

que rechazan su misericordia, para que recojan <strong>los</strong> frutos <strong>de</strong> lo que<br />

sembraron sus propias manos. Todo rayo <strong>de</strong> luz que se <strong>de</strong>sprecia,<br />

toda admonición que se <strong>de</strong>soye y rechaza, toda pasión malsana que<br />

se abriga, toda transgresión <strong>de</strong> la ley <strong>de</strong> Dios, son semillas que darán<br />

infaliblemente su cosecha. Cuando se le resiste tenazmente, el Espíritu<br />

<strong>de</strong> Dios concluye por apartarse <strong>de</strong>l pecador, y este queda sin<br />

fuerza para dominar las malas pasiones <strong>de</strong> su alma y sin protección<br />

alguna contra la malicia y perfidia <strong>de</strong> Satanás. La <strong>de</strong>strucción <strong>de</strong><br />

Jerusalén es una advertencia terrible y solemne para todos aquel<strong>los</strong>

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