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400 años de fecundidad

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Ilustración: ©ANDREA GARCÍA FLORES<br />

que no fue ni es, sino lo que hubiera querido ser.<br />

De la biografía no escrita <strong>de</strong> todo ser humano forma<br />

parte el fantasma <strong>de</strong> lo que quisimos ser y no<br />

fuimos.<br />

Es así como el gran dramaturgo no sólo es el autor<br />

que escribe, sino la autoridad que dispone el <strong>de</strong>stino<br />

<strong>de</strong> sus personajes y el actor que ejecuta —que juega—<br />

los papeles correspondientes. Un autor es muchos<br />

actores. Shakespeare fue una multitud.<br />

Hay quienes son <strong>de</strong> la opinión <strong>de</strong> que la obra <strong>de</strong>be e<br />

bastarnos por sí sola, y que nada tenemos que hacer<br />

hurgando en la vida <strong>de</strong>l autor. Pero para otros —y<br />

entre éstos me cuento yo, y se cuenta, sin duda alguna, a,<br />

Gustavo Artiles— la curiosidad que nos lleva al teatro<br />

para asomarnos a la vida <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más, a sus tragedias as<br />

y sus inconsistencias, sus alegrías y sus perplejida<strong>de</strong>s,<br />

es la misma que nos impulsa a conocer la vida, los<br />

<strong>de</strong>fectos, las virtu<strong>de</strong>s, los estudios, las ambiciones, las<br />

transformaciones, las <strong>de</strong>sventuras y felicida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />

autor. Es, pues, una curiosidad legítima, si bien sus<br />

resultados son, con una <strong>de</strong>soladora frecuencia, infructuosos.<br />

No siempre la obra <strong>de</strong> un autor ilumina su<br />

vida, <strong>de</strong> la misma manera que la vida miserable <strong>de</strong> un<br />

autor miserable no suele ensombrecer su obra.<br />

En el caso que nos ocupa, esa curiosidad por cono-ocer<br />

la vida <strong>de</strong> un autor se exacerba a los límites porque,<br />

en efecto, William Shakespeare es un enigma.<br />

No sólo se sabe muy poco sobre él sino, lo que es peor,<br />

se sospecha que él no fue él. Me explico, y esto sí que<br />

es cosa sabida: la paternidad <strong>de</strong> las obras <strong>de</strong>l bardo<br />

inglés, <strong>de</strong>l Cisne <strong>de</strong> Avon, ha sido y es atribuida a otras<br />

personas que fueron sus contemporáneos y cada<br />

uno a su modo personajes no <strong>de</strong> teatro, sino en todo<br />

caso <strong>de</strong>l gran teatro <strong>de</strong>l mundo. Por ejemplo, al hombre<br />

<strong>de</strong> leyes, filósofo y escritor Francis Bacon; a Edward<br />

<strong>de</strong> Vere, <strong>de</strong>cimoséptimo con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Oxford, y al<br />

dramaturgo inglés Christopher Marlowe. Y, last, but<br />

not least, como dirían los ingleses, ¡también se le<br />

atribuyen al propio Shakespeare! Esta última escuela<br />

<strong>de</strong> pensamiento recibe el nombre <strong>de</strong> ortodoxa o<br />

stratfordiana, en tanto que a las otras se les llama baconiana,<br />

oxfordista y marlowiana. Cada una <strong>de</strong> estas<br />

escuelas, como nos los cuenta, y lo cuenta muy bien<br />

Gustavo Artiles, posee un acervo <strong>de</strong> teorías y argumentos<br />

nada <strong>de</strong>spreciable, cuyo gran peso contribuye<br />

<strong>de</strong> manera paradójica a hacer cada vez más volátil<br />

la posibilidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>scifrar el misterio <strong>de</strong> quién fue<br />

William Shakespeare. O mejor dicho, <strong>de</strong> quién fue el<br />

autor <strong>de</strong> las obras que aparecen firmadas con ese<br />

nombre. A menos que, <strong>de</strong> pronto, se haga un hallazgo<br />

que nos permita conocer al personaje sin sombra <strong>de</strong><br />

duda. Artiles nos dice que un <strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> esta<br />

naturaleza no causaría ninguna conmoción, y que<br />

pronto nos acostumbraríamos al cambio <strong>de</strong> nombre.<br />

Creo que tiene y no tiene razón: pienso que sí provocaría<br />

un enorme barullo, pero estoy <strong>de</strong> acuerdo en<br />

que su impacto sería efímero. Y pienso que aquello a<br />

lo que nos habituaríamos sería más bien a pensar<br />

que el autor <strong>de</strong> Hamlet, La tempestad, Macbeth, Romeo<br />

y Julieta y tantas otras maravillas, fue un señor<br />

que se llamaba Bacon, o De Vere, o Marlowe, y que<br />

las escribió con el seudónimo <strong>de</strong> Shakespeare. Y así<br />

como se siguen publicando las obras <strong>de</strong> Samuel<br />

Langhorne Clemens con el nombre <strong>de</strong> Mark Twain,<br />

o las <strong>de</strong> Charles Dogson con el nombre <strong>de</strong> Lewis Carroll,<br />

o las <strong>de</strong> Neftalí Reyes con el nombre <strong>de</strong> Pablo<br />

Neruda, se seguirían publicando y llevando a escena<br />

las obras <strong>de</strong> no importa cuál <strong>de</strong> los tres supuestos autores,<br />

con el nombre <strong>de</strong> William Shakespeare. Y es<br />

que Shakespeare no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ser Shakespeare,<br />

ni siquiera en el caso <strong>de</strong> que Shakespeare no fuera el<br />

nacido y registrado con ese nombre en la partida <strong>de</strong><br />

bautismo <strong>de</strong> la iglesia parroquial <strong>de</strong> Stratford, en<br />

Stratford-upon-Avon, condado <strong>de</strong> Warwickshire, Inglaterra,<br />

fechada el 26 <strong>de</strong> abril <strong>de</strong> 1564. ¿Dije el<br />

nombre que aparece en la partida <strong>de</strong> bautismo? En<br />

realidad, en ella está escrito un nombre distinto: el<br />

<strong>de</strong> Shakspere, así como en la primera edición <strong>de</strong> sus<br />

obras, <strong>de</strong> 1623 —nos recuerda Artiles—, aparece otra<br />

variante: la <strong>de</strong> Shake-speare, que se pronuncia <strong>de</strong><br />

manera diferente a Shakespeare.<br />

Tenemos así que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que nace con el nombre <strong>de</strong><br />

Shakspere, y celebra sus nupcias con los nombres<br />

<strong>de</strong> Shaxpere y Shagspere —mismos que aparecen en la<br />

licencia y el acta <strong>de</strong> matrimonio, respectivamente— y<br />

recupera al morir el nombre con el que nació, Shakspere<br />

—tal como se asienta en el acta <strong>de</strong> <strong>de</strong>función—,<br />

nuestro muy ilustre <strong>de</strong>sconocido se ve preso en la trama<br />

<strong>de</strong> una comedia <strong>de</strong> las suposiciones, las vacilaciones<br />

y las aproximaciones en la que participan, más<br />

que los personajes que él inventó, los personajes que<br />

SHAKESPEARE Y CERVANTES: <strong>400</strong> AÑOS DE FECUNDIDAD<br />

¿QUÉ HAY EN UN HOMBRE?<br />

lo inventan a él, Shakespeare, y entre ellos los stratfordianos,<br />

los baconianos, los marlowianos y muchos<br />

más: porque así como se han registrado más <strong>de</strong> 60<br />

grafías diferentes <strong>de</strong> su nombre, su obra ha sido atribuida,<br />

nos dice Artiles, a más <strong>de</strong> 60 personas distintas,<br />

entre ellas al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Derby, a sir Walter Raleigh<br />

y a la mismísima reina Isabel I <strong>de</strong> Inglaterra. Esto,<br />

agregado a la existencia <strong>de</strong> una escuela que le atribuye<br />

la autoría <strong>de</strong> la obras a un equipo, o grupo, dirigido<br />

tal vez por Francis Bacon, <strong>de</strong>l cual, por otra parte, se<br />

ha dicho que fue el autor nada menos que <strong>de</strong> El Quijote,<br />

obra que hizo traducir al español bajo el nombre<br />

<strong>de</strong> Miguel <strong>de</strong> Cervantes. Como se ve, y como nos lo señala<br />

Gustavo Artiles, abundan también las fabulaciones<br />

fantásticas bordadas sobre este misterio.<br />

Pero <strong>de</strong> lo que trata Un enigma llamado Shakespeare<br />

no es <strong>de</strong> esas teorías que lindan con lo absurdo,<br />

y sí <strong>de</strong> aquellas que han sido consi<strong>de</strong>radas<br />

como serias y más o menos sustentables. Serias no<br />

sólo por la <strong>de</strong>nsidad y verosimilitud <strong>de</strong> su discurso<br />

y sus inferencias, sino también por la seriedad <strong>de</strong><br />

quienes las han elaborado: académicos y eruditos,<br />

doctos hombres <strong>de</strong> letras que nada tienen que ver<br />

con las alegres y chismosas comadres autoras <strong>de</strong> las<br />

hipótesis más estrambóticas: en lo que dicen y afirman<br />

se juegan todo su prestigio. Me aventuraría a<br />

<strong>de</strong>cir que en ello les va la vida. Es por eso que, como<br />

dice nuestro autor, para los ingleses en general —y en<br />

particular para los stratfordianos— sería una tragedia<br />

<strong>de</strong>scubrir que ese dios que —con sobrada razón—<br />

es para ellos Shakespeare, padre <strong>de</strong> la lengua inglesa,<br />

no fuera el mismo muchacho <strong>de</strong> Stratford-upon-<br />

Avon, hijo <strong>de</strong> un carnicero que ayudaba a su padre<br />

sacrificando terneras con estilo y con discursos,<br />

como se consigna en este libro, y que <strong>de</strong>spués, un día,<br />

se marchó a Londres para conquistar el mundo, y<br />

lo logró. “Es un misterio estupendo —dijo en una<br />

ocasión Charles Dickens, citado por Artiles—. Vivo<br />

aterrorizado <strong>de</strong> que un día <strong>de</strong> estos se <strong>de</strong>scubra<br />

algo…”<br />

Gustavo Artiles, él mismo un gran conocedor <strong>de</strong><br />

Shakespeare, nos cuenta las distintas teorías, las<br />

analiza, las escudriña con ojo <strong>de</strong> experto. El resultado<br />

es un ensayo fascinante que nos enseña muchas cosas,<br />

entre ellas la magnitud <strong>de</strong> nuestra ignorancia. Pero es<br />

privilegio <strong>de</strong> los lectores —los lectores avisados y con<br />

una sólida cultura, los buenos lectores, se entien<strong>de</strong>—<br />

disfrutar <strong>de</strong> todo lo disfrutable que nos ofrecen estas<br />

brillantes y sabrosas trifulcas académicas. El lector<br />

—tú, yo— pue<strong>de</strong> no tomar partido. O pue<strong>de</strong> tomarlo, si<br />

así lo <strong>de</strong>sea. En otras palabras, es como gustes, lector,<br />

As you like it.<br />

Por supuesto, la muy variada grafía <strong>de</strong>l nombre <strong>de</strong><br />

Shakespeare dista <strong>de</strong> ser el meollo <strong>de</strong>l enigma, porque<br />

en aquellos tiempos la ortografía estaba en pañales.<br />

El misterio es más hondo: es una suma <strong>de</strong> ausencias<br />

porque, como <strong>de</strong>cíamos, casi nada se sabe <strong>de</strong> la vida<br />

<strong>de</strong>l bardo isabelino: no se han encontrado cartas que<br />

hablen <strong>de</strong> él, o anécdotas escritas, y nadie, en el pueblo<br />

<strong>de</strong> Stratford, lo asocia nunca, en su época, con la<br />

actividad teatral. No publicó sus obras en vida. Como<br />

lo señala Artiles, no parece haber sido percibido en<br />

sus días por ninguno <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong> letras y críticos<br />

notables. No se tiene noticia tampoco <strong>de</strong> que<br />

haya recibido la<br />

educación que se supone <strong>de</strong>bió tener<br />

para hacer gala <strong>de</strong> tantos conocimientos históricos,<br />

que incluían vivencias íntimas <strong>de</strong> las activida<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

la Corte. En fin, no sabemos cuál fue su formación li-<br />

teraria, si es que alguna vez la tuvo. Se sabe sólo que<br />

ese hombre <strong>de</strong><br />

Stratford llamado Shakespeare, o<br />

Shakspere, era un merca<strong>de</strong>r <strong>de</strong> cereales, malta y bie-<br />

nes raíces. Nada más. En cambio, varios <strong>de</strong> los indi-<br />

viduos a quienes se les atribuye la autoría <strong>de</strong> sus<br />

obras, sí reúnen, con creces, condiciones suficientes<br />

para ser consi<strong>de</strong>rados como candidatos plausibles.<br />

A tal punto que<br />

algunos intelectuales y escritores cé-<br />

lebres no han<br />

vacilado en tomar posiciones, como<br />

Sigmund Freud, que era un acérrimo oxfordista —o<br />

sea partidario <strong>de</strong> Edward <strong>de</strong> Vere—, o titubeado en ca-<br />

lificar toda la historia <strong>de</strong> la atribución <strong>de</strong> la autoría <strong>de</strong><br />

la obras <strong>de</strong> Shakespeare a Shakespeare, como uno<br />

<strong>de</strong> los frau<strong>de</strong>s más gran<strong>de</strong>s y <strong>de</strong> más éxito en la histo-<br />

ria <strong>de</strong> la literatura, como lo hizo Henry James. Cada<br />

una <strong>de</strong> las teorías, en sí, aparece tan sólida como un<br />

castillo, y por lo mismo inexpugnable. Pero si pensa-<br />

mos en la posibilidad <strong>de</strong> que algún día se pueda pro-<br />

bar que alguna <strong>de</strong> ellas es la verda<strong>de</strong>ra, las restantes se<br />

<strong>de</strong>rrumbarían con gran estrépito —o ¿por qué no?,<br />

se evaporarían en silencio—, y por lo tanto nos vemos<br />

obligados a aceptar que todas, en principio, son como<br />

los castillos en el aire, <strong>de</strong>smoronables.<br />

¿Y no podríamos <strong>de</strong>cir que el hecho <strong>de</strong> no saber<br />

nada <strong>de</strong> Shakespeare es, en sí, el verda<strong>de</strong>ro misterio?<br />

Después <strong>de</strong> todo, Shakespeare no vivió hace dos mil<br />

<strong>años</strong>. De la vida, pasión y muerte <strong>de</strong> muchos <strong>de</strong> sus contemporáneos,<br />

<strong>de</strong> su carácter, sus manías y sus cualida<strong>de</strong>s,<br />

por ejemplo <strong>de</strong>l propio Cervantes, y <strong>de</strong> quienes<br />

lo antecedieron ocho siglos atrás, como Mahoma, tenemos<br />

todo un tesoro <strong>de</strong> información. ¿Por qué no es<br />

así en el caso <strong>de</strong> Shakespeare?<br />

La duda, si existe en lo que se refiere a las piezas<br />

teatrales, adquiere una dimensión por <strong>de</strong>más significativa<br />

cuando se habla <strong>de</strong> otra parte <strong>de</strong> la obra <strong>de</strong><br />

Shakespeare que tuvo una trascen<strong>de</strong>ncia distinta y<br />

particular: los sonetos. Si se consi<strong>de</strong>ra que los sonetos<br />

—como lo señala Artiles, y como en efecto se ha<br />

consi<strong>de</strong>rado— contienen veladas y no tan veladas<br />

alusiones a la vida <strong>de</strong> su creador, resulta entonces<br />

que el mejor candidato como autor <strong>de</strong> los sonetos no<br />

es Shakespeare, sino Christopher Marlowe, <strong>de</strong>l cual<br />

también nos cuenta Artiles la fantástica leyenda que<br />

existe sobre su muerte, en apariencia fingida, teatralizada,<br />

y <strong>de</strong> su probable exilio, bajo otro nombre, en<br />

Italia. Esto, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, antes <strong>de</strong> que lo alcanzara su<br />

segunda y verda<strong>de</strong>ra muerte.<br />

Fascinado, o mejor dicho enredado, como siempre,<br />

en juegos <strong>de</strong> palabras, a los que tanto parece prestarse<br />

la escritura <strong>de</strong> Shakespeare, no resisto la tentación <strong>de</strong><br />

terminar este escrito a manera <strong>de</strong> prólogo, con algunos<br />

más, <strong>de</strong> mi cosecha propia y ajena. Entre ellos,<br />

el más obvio: Un enigma llamado Shakespeare, como el<br />

lector ya se habrá dado cuenta, nos plantea una cuestión<br />

muy shakespeareana: el dilema <strong>de</strong> ser o no ser, to<br />

be or not to be, <strong>de</strong> William Shakespeare.<br />

El libro <strong>de</strong> Gustavo Artiles es, por otra parte, una<br />

especie <strong>de</strong> baile <strong>de</strong> disfraces. En él hay varias máscaras,<br />

todas con la cara <strong>de</strong> Shakespeare, a disposición<br />

<strong>de</strong> los diversos candidatos a la autoría <strong>de</strong> sus obras.<br />

Hay, también, una máscara <strong>de</strong> cada uno <strong>de</strong> esos candidatos<br />

que Shakespeare pue<strong>de</strong> usar a voluntad. Todas,<br />

en fin, son intercambiables, <strong>de</strong> manera que nunca<br />

sabremos con exactitud quién es quién. El lector está<br />

invitado a participar con diversas máscaras que expresen<br />

su sorpresa, su credulidad o su escepticismo.<br />

Pero <strong>de</strong> ninguna manera su indiferencia: nos hallamos,<br />

sin hallarnos <strong>de</strong>l todo, frente a un misterio <strong>de</strong><br />

las bellas artes —y <strong>de</strong> las más bellas que jamás se hayan<br />

escrito— que es, también, un paradigma.<br />

El resto ¿es silencio? No, con toda seguridad continuará<br />

el ruido —sonido y con frecuencia furia— sobre<br />

lo que hay en el nombre <strong>de</strong> William Shakespeare.<br />

Leamos, pues, a Gustavo Artiles. W<br />

Fernando <strong>de</strong>l Paso es novelista, recientemente<br />

galardonado con el Premio Miguel <strong>de</strong> Cervantes 2015.<br />

16 MAYO-JUNIO DE 2016

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