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400 años de fecundidad

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Ilustración: ©ANDREA GARCÍA FLORES<br />

La voz narrativa confiesa y encara los conflictos, sentimientos y<br />

emociones negativas que suelen afectar al escritor que intenta<br />

crear algo nuevo y vivir <strong>de</strong> su trabajo: minusvalía, inutilidad,<br />

esterilidad, sufrimiento por la indiferencia <strong>de</strong>l público, envidia ante<br />

la mejor suerte <strong>de</strong> los otros… Como dicen, toda literatura es historia<br />

<strong>de</strong> las ilusiones muertas.<br />

Pequeña novela<br />

sobre un taller<br />

<strong>de</strong> novela<br />

FELIPE SOTO VITERBO<br />

A<br />

lgún día todos se darán<br />

cuenta que eres un frau<strong>de</strong>,<br />

piensas al verlos, caras<br />

expectantes, cua<strong>de</strong>rnos en<br />

el pupitre. Lo dices. La vez pasada no<br />

lo confesaste porque aún te quedaba<br />

un poco <strong>de</strong> pru<strong>de</strong>ncia. Te miran como<br />

si hubieran oído mal. Oyeron bien. Un<br />

frau<strong>de</strong>. También les adviertes: “Este<br />

taller que están a punto <strong>de</strong> tomar está<br />

<strong>de</strong>stinado al fracaso.” En ninguno <strong>de</strong><br />

los casos mientes. Doce sábados para<br />

apren<strong>de</strong>r sobre escritura <strong>de</strong> novela<br />

apenas alcanza, a lo sumo, para<br />

pergeñar un centenar <strong>de</strong> páginas <strong>de</strong><br />

las cuales es recomendable cortar<br />

—borrar <strong>de</strong> la memoria humana— al<br />

menos la mitad, si no es que todas las<br />

cuartillas que paciente, artesanalmente<br />

se fueron llenando <strong>de</strong> párrafos.<br />

Escribir una novela es proyectar un<br />

universo. Ni Dios pudo hacer el<br />

mundo en los siete días que los<br />

ju<strong>de</strong>ocristianos con <strong>de</strong>masiada buena<br />

fe calculan. En tres meses, suponiendo<br />

que el autor es disciplinado y logre<br />

redactar una cuartilla <strong>de</strong>cente al día,<br />

habrá escrito unas noventa: apenas<br />

para conocer a medias el universo en<br />

el que se van a <strong>de</strong>senvolver los personajes.<br />

“Esto es como entrenar al<br />

maratón”, les dices. “No pue<strong>de</strong>n<br />

esperar que al final <strong>de</strong> este curso-taller<br />

ya estarán listos para escribir una<br />

novela.” También les adviertes: “Es<br />

como ir al gimnasio. Deben <strong>de</strong>dicarle<br />

mínimo un par <strong>de</strong> horas al día. Es<br />

disciplina. Es tozu<strong>de</strong>z.” Tus comparaciones<br />

<strong>de</strong>portivas hacen un contraste<br />

divertido con tu panza, que se te<br />

abulta sobre el cinturón.<br />

Tu voz interna, mientras tanto, te<br />

recuerda que tú, pen<strong>de</strong>jo —así te dice<br />

tu voz interna, que es muy llevada<br />

contigo—, cuentas más <strong>de</strong> diez <strong>años</strong><br />

sin escribir una novela completa. Eso<br />

no es lo lamentable; al contrario: así<br />

evitas que la gente pierda tiempo<br />

leyéndote, evitas la tala <strong>de</strong> bosques<br />

por aquello <strong>de</strong>l papel, evitas la actitud<br />

insufrible <strong>de</strong> quien firma un autógrafo<br />

en la primera página. Lo verda<strong>de</strong>ramente<br />

triste no es que ya no escribas,<br />

sino que ya no leas libros.<br />

Antes los comprabas al por mayor.<br />

Ahora te apabulla ver cómo se amontonan<br />

sus hojas vírgenes en los<br />

muebles <strong>de</strong> tu casa porque ya no caben<br />

en los libreros. Antes entrabas a una<br />

librería y te perdías por horas en esas<br />

promesas <strong>de</strong> abismamiento. Ahora<br />

miras la mesa <strong>de</strong> noveda<strong>de</strong>s editoriales<br />

y te <strong>de</strong>prime ver todas esas páginas<br />

<strong>de</strong> autores que sí escriben y sí son<br />

publicados y que probablemente<br />

nunca leerás porque no te dará la vida<br />

para ello. Antes creías en los autores<br />

como <strong>de</strong>ida<strong>de</strong>s propiciatorias; ahora<br />

no crees en ellos. Ahora eres un autor<br />

<strong>de</strong> escasa importancia que da cursos<br />

sobre novelas y cada vez que se<br />

inaugura uno piensas, mientras<br />

intentas memorizar las caras <strong>de</strong> tus<br />

alumnos (quizá nunca apren<strong>de</strong>rás sus<br />

nombres), “algún día todos se darán<br />

cuenta que soy un frau<strong>de</strong>”.<br />

Quienes toman cursos <strong>de</strong> novela no<br />

siguen un patrón que los <strong>de</strong>fina. Van<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> menores <strong>de</strong> edad hasta adultos<br />

mayores, casi la misma proporción <strong>de</strong><br />

hombres que <strong>de</strong> mujeres. Lo único que<br />

no cambia es que tien<strong>de</strong>n a esfumarse.<br />

El primer día llegan alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong><br />

treinta. Doce sesiones <strong>de</strong>spués,<br />

quedarán a lo sumo la mitad. Unos se<br />

habrán ido porque los cursos son<br />

sabatinos y siempre es una afrenta<br />

levantarse los fines <strong>de</strong> semana para<br />

encerrarse dos horas en un salón <strong>de</strong><br />

22 MARZO-ABRIL DE 2016

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