IGNACIO DE LA CRUZ
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Ignacio de la Cruz<br />
Esta era su concepción, como lo era también el rechazo<br />
del anónimo. Por las circunstancias riesgosas y difíciles de<br />
entonces, cuántos por pequeñez, envidia, venganza o cobardía<br />
—el “im prudente infame”, los “alevosos calumniadores”— buscaban<br />
de encubrirse bajo su capa.<br />
He aquí la lección de su palabra:<br />
Pero sí es cierto que todos tenemos la libertad de decir lo que<br />
pensamos, y de combatir lo que otros piensan y dicen: sí podemos<br />
sostener este o aquel principio, según nuestras convicciones,<br />
y atacar a nuestros oposicionistas sin restricción alguna;<br />
si es cierto que de esa oposición limpia y franca se esperan mejores<br />
resultados, y la sociedad recibe un positivo bien: Si todo<br />
esto es realmente cierto, ¿no será más conveniente y más en relación<br />
con las ideas adelantadas del siglo, que abandonando el<br />
anónimo, desafiemos al enemigo con cara descubierta? Ello se ría<br />
más noble, y consiguientemente más digno: el público sen sato<br />
juzgará con acierto; porque no hay duda, las más veces que da<br />
juzgado un escrito con sólo la significación del nombre que lo<br />
autoriza. Además, la verdad pierde mucho de su mérito desde<br />
que se hace necesario una máscara para emitirla; y el autor de<br />
una producción anónima se coloca en la siguiente terrible disyuntiva:<br />
o es cierto lo que escribe, y entonces no hay motivo que<br />
impida su autorización; aparte de un imprudente infame, en<br />
cuyo caso obra la recta justicia de la opinión pública; o es una<br />
calumnia, y entonces ningún objeto tiene la publicación, que no<br />
sea en desdoro de quien la produce. Verdad es que hay escritos<br />
que por estar basados en hechos auténticos hacen su perflua toda<br />
autorización; pero ya se comprenderá que nosotros no hemos<br />
querido aludir a esta clase de escritores.<br />
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