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<strong>Literatura</strong><br />

Archivo<br />

Carlos Ramírez /<br />

Proyecto México Contemporáneo 1970 - 2020<br />

Los intelectuales inventaron<br />

a Fidel Castro<br />

Carlos Ramírez<br />

36


Colección completa de<br />

Archivo Carlos Ramírez / Indicador Político<br />

en http://noticiastransicion.mx<br />

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al sitio de Noticias Transición<br />

2<br />

Archivo Carlos Ramírez / Indicador Político<br />

© Grupo de Editores del Estado de México<br />

© Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S.C.<br />

© Indicador Político.<br />

Una edición del Centro de Estudios Políticos y de Seguridad<br />

Nacional, S.C., presidente y director general: Mtro. Carlos Ramírez,<br />

derechos reservados. Web:<br />

http://noticiastransicion.mx


Los intelectuales inventaron<br />

a Fidel Castro<br />

Carlos Ramírez<br />

Intelectuales cubanos y Castro<br />

I<br />

3<br />

Los intelectuales, paradójicamente, habían inventado a Fidel Castro. Fueron los<br />

intelectuales progresistas, lo mismo Cabrera Infante que Regis Debray y muchos<br />

otros que después abjuraron de su creatura. Y Castro los usó y después los desdeñó.<br />

La relación de los intelectuales con Cuba, Castro y la revolución cubana ha<br />

pasado por etapas. Entre ellas, hay una que muchos intelectuales críticos de la fase<br />

estaliniana del castrismo quisieran olvidar: cuando esos intelectuales convirtieron<br />

a Fidel Castro no sólo en el jefe de la revolución socialista mundial, sino en un<br />

intelectual-revolucionario o en un revolucionario intelectual. Como Sísifo, esos<br />

intelectuales subieron cargando a la montaña una pesada roca llamada Fidel Castro,<br />

pero luego esa roca se viene pendiente abajo. Y otros intelectuales le entran al<br />

relevo para volver a subir la roca hasta lo más alto de la montaña.<br />

Las críticas de intelectuales a la decisión autoritaria de Castro de fusilar a tres<br />

cubanos que habían secuestrado una lancha para huir del país y de encarcelar a<br />

75 disidentes en el 2003 llamaron la atención no tanto por la crítica al endurecimiento<br />

político en Cuba sino por las firmas. En los “abajo firmantes” aparecieron<br />

intelectuales que no sólo apoyaron en el pasado a la revolución cubana, sino que<br />

convirtieron a Fidel Castro en el prototipo de los intelectuales revolucionarios.<br />

Castro, en realidad, era un político, un revolucionario y un abogado. Pero nunca<br />

había publicado algún ensayo o novela, salvo sus largos discursos.


4<br />

De los intelectuales que antes apoyaban a Castro y que luego rompieron relaciones<br />

ideológicas y sentimentales con la revolución cubana, pocos —casi ninguno,<br />

en realidad— hicieron algún acto público de razonamiento sobre su ruptura.<br />

Si acaso, el peruano Mario Vargas Llosa allá por comienzos de los setenta a raíz<br />

del caso Padilla, el chileno Jorge Edwards justamente por haber sido uno de los<br />

protagonistas del caso Padilla y haber sido echado de Cuba como persona non<br />

grata por reunirse con el poeta Heberto Padilla y el francés Regis Debray con<br />

su libro de autocrítica Alabados sean nuestros señores. Los demás tienen en su<br />

pasado ese encumbramiento de Castro como revolucionario y como “intelectual”.<br />

Debray fue un caso singular. Como estudiante nacido en 1940, Debray había<br />

hecho su primer viaje a Cuba en 1961. Ahí recopiló datos para su ensayo, escrito<br />

a los 25 años, “El castrismo: una larga marcha de América Latina”. Luego de<br />

haberlo leído, Fidel Castro invitó a Debray a La Habana en 1965. Y de inmediato<br />

lo incorporó a tareas revolucionarias. El ensayo había sido publicado en julio de<br />

1965 en la revista Les Temps Modernes, dirigida por Jean Paul Sartre. Durante<br />

una visita a París, Ernesto Che Guevara había leído el texto. Atraído por su contenido,<br />

Guevara lo tradujo y se lo envió a Castro. Y Castro lo cooptó. De 1965<br />

a 1967, Debray publicó bajo el influjo de la revolución cubana, varios ensayos<br />

sobre América Latina para culminar en 1967 con su clásico “¿Revolución en la<br />

revolución?”, un texto promotor del foquismo guerrillero. Ese mismo 1967, Castro<br />

lo ayudó a viajar a Bolivia para entrevistarse con el Che Guevara, pero éste lo<br />

mandó de regreso porque el intelectual francés carecía de preparación guerrillera.<br />

Apenas salido de la zona del Che, Debray fue aprendido junto con el argentino<br />

Ciro Bustos. La historia aún debate quién de los dos proporcionó los datos de<br />

ubicación del Che, pero el ejército, asesorado por la CIA, arrinconó al Che, lo<br />

aprendió y lo asesinó. Debray estuvo detenido hasta 1970 y fue exiliado a Chile.<br />

Ahí tomó relación con Salvador Allende hasta el golpe militar de 1973. Más tarde<br />

regresó a Francia, rompió con los comunistas, se afilió al Partido Socialista Francés,<br />

asesoró a Francois Mitterrand en el partido y en la presidencia. Y finalmente<br />

se dedicó a la reflexión sin partido.<br />

La firma de Debray no sorprendió en los comunicados públicos de abril del 2003<br />

en contra de Cuba y de Castro. Lo que sí debió de haber sorprendido a muchos fue<br />

el hecho de que Debray había sido uno de los más entusiastas promotores de Castro<br />

y la revolución cubana. Sus textos “¿Revolución en la revolución?”, “El castrismo:<br />

la larga marcha de América Latina” y “América Latina: algunos problemas de estrategia<br />

revolucionaria” —incluidos en su libro Ensayos sobre América Latina de<br />

Editorial Era en 1969— contribuyeron a teorizar sobre la lucha guerrillera como<br />

la vía para acceder al poder. Debray fue el promotor de la tesis de que “lo decisivo<br />

para el futuro es la apertura de focos militares y no de focos políticos”. Asimismo,<br />

Debray consideró al castrismo como “un leninismo hecho práctica”.<br />

Pero Debray fue más allá. Se convirtió en uno de los primeros en razonar el<br />

papel de Fidel Castro no sólo como líder guerrillero y factor revolucionario sino<br />

como intelectual. Era, ciertamente, la época romántica de la revolución cubana.<br />

Y los intelectuales extranjeros, infectados de ese romanticismo revolucionario,<br />

habían comenzado a subordinar su capacidad creativa a la prioridad de enaltecer


a la revolución y a los revolucionarios. En el número de marzo-abril de 1966, la<br />

revista Casa de las Américas —un centro de agitación de la propaganda intelectual<br />

de la revolución cubana— publicó el texto de Debray titulado “El papel del<br />

intelectual en los movimientos de liberación”.<br />

El razonamiento de Debray fue, de origen, el del compromiso. Escribió que<br />

correspondía al pueblo, el campesino y el obrero, concluir si “sienten en su lucha<br />

la necesidad del intelectual”. El intelectual debería, en consecuencia, esperar<br />

el directamente del pueblo, a menos, decía que el intelectual “haya participado<br />

realmente en un combate armado”. Debray fue el promotor de la “teoría del salto<br />

cualitativo del intelectual”: pasar de “intelectual” y “sabio” a la fase de “revolucionario”.<br />

A partir del papel del intelectual como factor revolucionario, Debray<br />

dio su propio salto cualitativo: convertir al intelectual en revolucionario. “Corresponde<br />

igualmente a los intelectuales desencadenar (subrayado de Debray) la lucha:<br />

Fidel, Luis de la Puente, Douglas Bravo y tantos otros”. Debray consideraba<br />

que en un país sin pasado obrero y sin organizaciones revolucionarias, los intelectuales<br />

deberían asumir el liderazgo revolucionario de la sociedad. “El castrismo<br />

reclama mucho del intelectual: le pide que sepa aprender una humildad alerta”.<br />

Pero la propuesta de Debray tenía un punto de partida audaz: asumir a los líderes<br />

de la revolución cubana no sólo como intelectuales —en realidad eran clase<br />

media ilustrada y educada: Castro como abogado y el Che como médico— en<br />

funciones de acto revolucionario, sino como prototipos de intelectuales. A partir<br />

de los modelos de Ernest Hemingway, John Dos Passos y André Malraux —los<br />

dos primeros combatieron en la guerra civil española junto a los republicanos y<br />

Malraux también en la resistencia francesa contra los nazis—, Debray encontraba<br />

una fusión a priori. Su análisis se sustentaba, por cierto, en una opinión de Malraux<br />

sobre el hecho de que el acto intelectual no se consumaba en libros sino que<br />

se refería a la posesión de “una sola idea, por elemental que ésta pueda ser”.<br />

Para el Debray revolucionario, en consecuencia, el valor del intelectual no se<br />

agotaba en la reflexión sino que se consumaba en la acción: intelectual y además<br />

revolucionario. “El secreto del valor del intelectual no reside en lo que éste piensa,<br />

sino en relación entre lo que piensa y lo que hace”. Pensar no basta, escribió<br />

el Debray de 1966; es “necesario aprender de y en la lucha revolucionaria”. La<br />

conclusión de Debray se convirtió en uno de los factores del estalinismo intelectual<br />

de Castro desde aquellos años hasta el 2003 del encarcelamiento de disidentes<br />

por no pensar con la revolución cubana: “hombres nacidos de esta América, como<br />

Fidel Castro y Ernesto Guevara, ¿no delinean, sin ellos ni nosotros saberlo, la<br />

verdadera figura del intelectual, elevada a su más alta incandescencia?”<br />

Si la función del intelectual es la de pensar la realidad para criticarla, Debray<br />

había subordinado la tarea intelectual a los objetivos de la revolución. Lo<br />

escribió claramente en las conclusiones de ¿Revolución en la revolución?: “no<br />

escapa a nadie que hoy, en América Latina, la lucha contra el imperialismo es<br />

decisiva. Si es decisiva, todo lo demás es secundario”. Esta reflexión de 1967<br />

de Debray es exactamente la misma de Fidel Castro en su ofensiva represiva del<br />

2003: acallar la disidencia porque la lucha contra el imperialismo norteamericano<br />

es decisiva para Cuba.<br />

5


6<br />

La revolución mexicana había radicalizado a los intelectuales. En septiembre<br />

de 1967, Debray envío una “Carta a sus amigos” para razonar su papel como intelectual<br />

subordinado a la revolución cubana. Lo interesante era que a Debray le<br />

había tocado vivir de cerca el primer conflicto de Castro con los intelectuales: la<br />

crisis del documental P.M. que había llevado a la ruptura en el suplemento Lunes<br />

de Revolución que dirigía Guillermo Cabrera Infante. Ante la necesidad de controlar<br />

la crítica, Castro había lanzado ya su apotegma: “dentro de la Revolución,<br />

todo; fuera de la revolución, nada”. Debray había asumido sus propias palabras de<br />

darle prioridad a la revolución por encima de la labor como intelectual.<br />

La prueba de fuego ocurrió durante su encarcelamiento. Debray había sido acusado<br />

de ser guerrillero y él aclaraba que no pero agregaba que estaba en camino de<br />

serlo. “Cuando se ha escrito lo que yo he escrito, se debe necesariamente, como<br />

una necesidad teórica y moral, llegar a ser un simple combatiente un día u otro.<br />

Sin fusil, pésima pluma; sin pluma, pésimo fusil”. Como intelectual y “si escribir<br />

es un acto de compromiso”, Debray se declaró “responsable de haber justificado y<br />

ensalzado la guerra de guerrillas y acepto esta responsabilidad como un cumplido”.<br />

Años después, Debray habría de asumir su realidad diferente. En 1973 publicó<br />

el libro La crítica de las armas para reconocer el fracaso de la guerrilla. La<br />

decepción por Castro ocurrió en 1989 —el año del desmoronamiento del campo<br />

comunista y de la caída del Muro de Berlín— con el caso del general Arnoldo<br />

Ochoa, héroe de la revolución cubana fusilado por Castro luego de un proceso<br />

irregular. Debray escribiría con dolor en Alabados sean nuestros señores: “desde<br />

esta fecha yo llamo, a Fidel, “Castro”. El cambio de nombre no se ha llevado a<br />

cabo sin animosidad, Con tristeza y en silencio, como después de una derrota íntima.<br />

No estoy seguro de haber envejecido mejor que mi antiguo mentor —sin duda<br />

más expuesto a las desfiguraciones de la edad que un memorialista marginal—.<br />

Hay que tener cuidado de no odiarse a sí mismo en los padres difuntos”.<br />

Las razones políticas eran entendibles. Pero en ese texto doloroso, Debray<br />

habría de reflexionar —después de pasar por la experiencia práctica— sobre los<br />

motivos intelectuales de la imposibilidad del intelectual de ser político. Se trataba,<br />

pues, del Debray que había encontrado en Castro y Guevara la síntesis filosófica<br />

del intelectual con el político revolucionario: “con la gran desventaja de sus<br />

lealtades, es cosa probada que el hombre de pensamiento sería más fácilmente<br />

lapidable que el corazón de oro. Abraza la lógica de las ideas, cuando seguir la<br />

lógica de las fuerzas es el destino de la gente del poder. Porque es más rigurosa,<br />

luego más abstracta, la inteligencia exige líneas rectas, mientras que la voluntad<br />

zigzaguea para ajustarse al acontecimiento; por lo que el intelectual es más propenso<br />

a traicionar al político”.<br />

La reflexión de Debray fue hasta el fondo filosófico: “el qué filosófico se vuelve<br />

contra el quién político, porque a menudo el quién se acomoda a cualquier<br />

qué. Como el juego de las fuerzas cambia más rápido que nuestras ideas, buenas<br />

o malas, el hombre de acción habrá tenido tiempo de cambiar tres veces de chaqueta<br />

antes de que el doctrinario a su lado se percate de que se ha cambiado de<br />

ortodoxia. Pero es el práctico quien, al simbolizar para las multitudes la causa que<br />

de hecho niega, fijará en definitiva la norma de lo recto y lo desviado”.


La fábula del príncipe y el cantor había llegado a su fin. “No me vanaglorio<br />

de mis abjuraciones”, razonaba Debray en Alabados sean nuestros señores. “Son<br />

otros tantos remordimientos. Me despiertan antes del alba”. Y más adelante: “necesité<br />

diez años para dejar a Fidel Castro”. Y su ruptura fue de fondo. En La crítica de<br />

las armas ajustó cuentas consigo mismo y con su propuesta de ¿Revolución en la<br />

revolución? Debray había estado en la cárcel y había pasado por el fracaso del Che<br />

en Bolivia, los golpes de Estado de derecha en AL y la derrota de Salvador Allende<br />

en Chile, así como otras evidencias de derrotas guerrilleras en el continente.<br />

En este contexto, Debray había cambiado de parecer en pocos años. “Fue un<br />

libro de un momento”, escribió sobre su ensayo de exaltación del foco guerrillero.<br />

Su pasión por las armas formaron parte, reconoció, de “fiebres hoy mitigadas”.<br />

El calentamiento intelectual de un lustro, de 1966 a 1971, había registrado el dato<br />

de que “todo el mundo dejó plumas y muchos la vida”. Además, Debray consideró<br />

que su ensayo había sido tomado casi como libro de texto. Y Debray se asumió<br />

como el tercero en discordia: “no fui más que un chivo expiatorio ideológico y<br />

¿Revolución en la revolución? No habría causado jamás todo ese sobresalto de<br />

no haber permitido a los portavoces latinoamericanos de determinada ortodoxia<br />

vaciar su rencor largo tiempo comprimido por no haber tenido la audacia de dirigirlo<br />

a quien correspondía, a la dirección de la revolución cubana”.<br />

Pero el daño ya estaba hecho. Los intelectuales habían sido los responsables de<br />

encumbrar a Castro, de endiosarlo hasta dotarlo del don de la infalibilidad y luego<br />

ver cómo la roca camusiana de Sísifo se iba pendiente abajo. En 1969 el escritor colombiano<br />

Oscar Collazos habría de tropezarse con la piedra debrayiana. Trabajando<br />

en la Casa de las Américas de Cuba, Collazos publicó un ensayo en la revista uruguaya<br />

Marcha, de Carlos Quijano. Titulado “La encrucijada del lenguaje”, el texto<br />

causó escozor: era una crítica a la novela 62/Modelo para armar de Julio Cortázar,<br />

a declaraciones de Mario Vargas Llosa en el suplemento La Cultura en México de<br />

la revista Siempre y a Carlos Fuentes por su novela Cambio de piel.<br />

En 1969 acababa de pasar la polémica por el primer desencuentro del caso Padilla:<br />

la premiación del poemario Fuera del juego, en medio de un debate sobre la<br />

libertad del creador frente a la revolución. Cortázar, Vargas Llosa y Fuentes eran<br />

escritores reconocidos internacionalmente en el contexto del boom literario latinoamericano,<br />

como lo calificó en crítico Emir Rodríguez Monegal. A muchos molestaba<br />

en el fondo la fama de los escritores, sobre todo porque los había alejado<br />

del apoyo a la revolución cubana. Collazos era de la opinión de que la revolución<br />

cubana había parido al boom de narradores. Los escritores habían, por su parte,<br />

simpatizado y apoyado a la revolución cubana pero sin perder su cosmopolitismo.<br />

El debate abierto por Collazos tocaba la relación del intelectual y la revolución.<br />

Vargas Llosa ya había roto con Cuba, Cortázar se mantenía dolorosamente<br />

fiel porque tenía que pasar por constantes agravios a su literatura fantástica y<br />

alejada del inmediatismo revolucionario —aunque en lo personal siempre apoyó<br />

a las revoluciones socialistas— y Fuentes se encontraba deslumbrado con la<br />

experiencia revolucionaria cubana. Vargas Llosa y Fuentes aparecieron firmando<br />

el desplegado de abril del 2003 contra Castro por los fusilamientos y encarcelamientos.<br />

7


8<br />

La discusión atendió al dilema de subordinar la literatura a la revolución o la<br />

revolución a la literatura. La crítica de Collazos a Cortázar y Fuentes radicaba en<br />

el alejamiento de las obras literarias del tema revolucionario. 62/Modelo para armar<br />

era un desprendimiento del capítulo 62 de Rayuela. A pesar de su propuesta<br />

de revolución del lenguaje y la creatividad, Rayuela había sido recibida en Cuba<br />

con mohines de disgusto por su cosmopolitismo y su alejamiento de las luchas revolucionarias<br />

de América Latina. Cambio de piel fue leía en La Habana como una<br />

apología de la clase media alta en decadencia y sus vicios. Collazos le reclamaba<br />

a Cortázar y a Fuentes regresar al cuento Reunión que trataba sobre el Che y a La<br />

muerte de Artemio Cruz, como la capacidad de invención de una obra literaria<br />

pudiera manipularse a discreción.<br />

Collazos usó la polémica para sentar la tesis de que la revolución estaba por<br />

encima de la literatura. Su razonamiento no fue filosófico sino pragmático: Castro<br />

era el ejemplo del intelectual revolucionario. Collazos lo escribió sin rubor: “pienso<br />

cómo en los discursos de Fidel Castro se traduce una manera de decir, un discurso<br />

literario, un ordenamiento y una reiteración verbal, una modelación de la palabra<br />

en el plano del discurso político que, a su vez, podría ser la fuente de un tipo de literatura<br />

cubana dentro de la revolución”. Es decir, los discursos de Castro como<br />

un estilo literario, como una moda, como una función. Aunque Cortázar rechazó<br />

por estalinista esta propuesta, de todos modos en 1970 se referiría “al discurso de<br />

Castro del 26 de julio de 1970 es el de un creador”. Castro como intelectual al<br />

frente de una revolución y sus dichos y prioridades reimplantadas en el intelectual.<br />

La repuesta de Vargas Llosa en 1969 a la propuesta de Collazos de tomar los<br />

discursos de Castro como una fuente literaria hizo hincapié en el hecho de que<br />

la creación carece de controles humanos. El temor de Cortázar estaba en esos momentos<br />

en las limitaciones creativas del escritor —el caso Padilla en 1968 había<br />

bordado justamente sobre el hecho de que la línea de Castro debía de ser seguida<br />

inflexiblemente por los intelectuales— como una forma de estalinismo: “en la<br />

época de Stalin ocurrió: el líder no sólo fue “fuente” de verdades políticas, sino<br />

también literarias, científicas, morales, lingüísticas”.<br />

La culpa del autoritarismo literario de Castro la tienen los intelectuales. En<br />

1969 se publicó el libro El intelectual y la sociedad, escrito casi colectivamente<br />

por Roque Dalton, René Depestre, Edmundo Desnoes, Roberto Fernández Retamar,<br />

Ambrosio Fornet y Carlos María Gutiérrez. En un registro de frases, el poeta<br />

Gabriel Zaid encontró algunas perlas sobre el endiosamiento de Castro como el<br />

intelectual paradigmático: “no veo una tragedia en el hecho de que papel de la<br />

conciencia crítica caiga en manos del intelectual de esta revolución, Castro”.<br />

“Fidel Castro, Che Guevara y muchos otros dirigentes de la revolución, ¿no son<br />

intelectuales?” “Castro y el Che no son sólo dirigentes políticos máximos de<br />

la revolución, sino ellos mismos, en varios sentidos intelectuales que, como en<br />

el caso de Martí, se realizan como conductores de pueblos”. “La sociedad se<br />

autocritica a través de sus dirigentes, de sus cuadros. Es evidente que Fidel, por<br />

ejemplo, es el crítico más intransigente de la sociedad revolucionaria”. Y “sería<br />

ridículo por parte del intelectual querer ser más polémico y más rebelde que los<br />

hombres de acción que han hecho la revolución”.


Salvador Allende y Fidel Castro<br />

En aras del intelectual-revolucionario Fidel Castro, los intelectuales arrearon<br />

sus banderas: “no veo otra salida para nosotros, en este continente y en un proceso<br />

revolucionario de este tipo, que el de colaborar, con la máxima eficiencia y la<br />

adecuada modestia, en un proceso que no está en nuestras posibilidades dirigir”.<br />

Lo cual implica “cierto renunciamiento a una libertad de maniobra sin límites<br />

prefijados y, por lo menos en forma transitoria, el reconocimiento de una disciplina<br />

total donde las dudas queden postergadas por la confianza”. “Un intelectual,<br />

ahora, no tiene más posibilidades de poder que un machetero, un conductor de<br />

camión o un soldado”.<br />

Así, los intelectuales inventaron a Castro y le ofrendaron su poder creativo a<br />

los objetivos terrenales de la revolución. Lo dijo sin dobleces Carlos Fuentes en<br />

los sesentas, cuando los escritores progresistas mexicanos quedaron deslumbrados<br />

con la revolución cubana como una extensión posible de las banderas radicales<br />

de la revolución mexicana. Cuenta el escritor chileno José Donoso en Historia<br />

personal del boom que Fuentes le dijo en un viaje a Concepción —a una reunión<br />

de intelectuales latinoamericanos que cubanizó la creación literaria— que “después<br />

de la revolución cubana él (Fuentes) ya no consentía hablar en público más<br />

que de política, jamás de literatura; que en Latinoamérica ambas eran inseparables<br />

y que ahora Latinoamérica sólo podría mirar hacia Cuba. Su entusiasmo (de<br />

Fuentes) por la figura de Fidel Castro en esa primera etapa, su fe en la revolución,<br />

enardeció a todo el congreso de intelectuales”.<br />

El entusiasmo que refirió Donoso llevó a Fuentes, junto con Pablo Neruda, a<br />

convencer a Alejo Carpentier que no leyera en el congreso su ponencia “Elementos<br />

mágicos en la literatura del Caribe” sino que en su lugar “improvisara algo<br />

bastante soso sobre las reformas educativas de Fidel Castro”. Para Donoso, una de<br />

9


10<br />

las tres razones que empujaron el boom de la literatura latinoamericano había sido<br />

la adhesión de los escritores a la revolución cubana y su apoyo a Fidel Castro. De<br />

modo creciente pero asumido concientemente por los intelectuales, Castro, Cuba<br />

y la revolución cubana se metieron hasta el inconciente creador de los intelectuales,<br />

pero como propuesta autoasumida de los propios intelectuales, aunque a pesar<br />

de la crisis de 1961 con Lunes en Revolución.<br />

Los intelectuales mexicanos de los cincuenta quedaron efectivamente deslumbrados<br />

por Castro. E. Suárez-Íñiguez explica en Los intelectuales en México<br />

el surgimiento del grupo El Espectador alrededor de la revista El Espectador<br />

en mayo de 1959: Víctor Flores Olea, Carlos Fuentes, Francisco López Cámara,<br />

Luis Villoro, Jaime García Terrés y Enrique González Pedrero. Uno de los temas<br />

recurrentes fue justamente el de la revolución cubana. De hecho, dice el autor,<br />

“la defensa de Cuba fue un punto esencial del grupo El Espectador”. El grupo se<br />

acercó al general Lázaro Cárdenas en la fundación del Movimiento de Liberación<br />

Nacional en 1961. Así, las revistas Política y El Espectador y el MLN se convirtieron<br />

en México en defensoras de Cuba y de Castro, como lo refuerza Gabriel<br />

Careaga en Los intelectuales y la política en México.<br />

El desencanto de los intelectuales debería ser también hacia sí mismos. Fuentes<br />

firmó desplegados de apoyo a Castro y ahora lo critica. Pero los intelectuales<br />

contribuyeron, con su deslumbramiento y razonamientos, a la consolidación de<br />

un liderazgo fuerte y sin contrapesos en la conducción del proceso de la revolución<br />

cubana. Fuentes aparece hoy desencantado de lo que ayudó a edificar. Lo<br />

mismo pasa con Hans Magnus Enzensberger, intelectual alemán que apoyó con<br />

entusiasmo a Castro y ahora lo critica. Lo interesente de Enzensberger radica en<br />

el hecho de que en 1969 publicó en la revista Casa de las Américas un texto sobre<br />

el interrogatorio de los invasores de Bahía de Cochinos en 1961. En El interrogatorio<br />

de La Habana, Enzensberger trazó una interpretación política de los juicios<br />

sumarios contra los invasores y los respectivos fusilamientos y los justificó. En el<br />

2003, la firma de Enzensberger aparece en cartas públicas de crítica a Fidel Castro<br />

por el fusilamiento de tres cubanos que secuestraron una lancha para huir del país<br />

y por el encarcelamiento de 75 disidentes. Lo curioso es que la argumentación de<br />

Castro es la misma en los casos de 1961 y 2003, pero en 1961 Enzensberger los<br />

asumía de un modo y en el 2003 de otro. En 1961 se trataba de endiosar a Castro;<br />

en el 2003, de condenarlo.<br />

La historia aparece en el libro El interrogatorio de La Habana y otros ensayos<br />

de 1973. En 1961, Enzsensberger asumía la situación de Cuba en el contexto<br />

dialéctico revolución-contrarrevolución. Así, se trataba de una revolución<br />

poniendo en el banquillo de los acusados a una “contrarrevolución vencida”. Los<br />

juicios, por tanto, no fueron legales sino revolucionarios: “frente a la contrarrevolución<br />

vencida toma asiento el pueblo que ha derrotado a la burguesía y la sigue<br />

derrotando”. Eran, en suma, juicios políticos. “El interrogatorio no goza de ningún<br />

estatuto jurídico ni forma procesal alguna; no es parte integrante de ningún<br />

procedimiento judicial. Gracias a ello, pasa por alto el formalismo, las sutilezas y<br />

los subterfugios tácticos de un tribunal. Al término del interrogatorio no se dictan<br />

condenas; no es ésta su misión. Los prisioneros de guerra no son unos acusados”.


Se trata, para Enzensberger de un hecho singular: “el interrogatorio de La<br />

Habana no sólo nace de una situación revolucionaria sino que es por sí mismo un<br />

acto revolucionario”. Se trata, repite el intelectual de invasores, mercenarios y<br />

pistoleros contrarrevolucionarios que atacan a la revolución. Sería, por cierto, el<br />

mismo escenario del 2003: tres cubanos que delinquen para huir de la revolución<br />

y 75 escritores y periodistas que critican a la revolución. Se repite la dialéctica<br />

revolución-contrarrevolución. Sólo que en 1961 era el romanticismo intelectual y<br />

en el 2003 la irracionalidad del poder. Pero en 1961 los intelectuales fueron parte<br />

de los responsables de haber idolatrado a Castro y a su revolución.<br />

El juicio de 1961 fue revolucionario. Escribió entonces Enzensberger para justificarlo:<br />

“los vencedores no buscan una prueba de culpabilidad”. Se trataba, hay<br />

que repetirlo, de actos revolucionarios. “Cualquier encubrimiento o manipulación<br />

quedan excluidos: la burguesía, como peón del imperialismo, ha sido descubierta<br />

en flagrante”. “El interrogatorio no tiene por meta obtener una confesión sino trazar<br />

un autorretrato. Más concretamente, el autorretrato de una clase social”. Los actos<br />

revolucionarios, en la lógica de Enzensberger, pueden prescindir de la racionalidad<br />

jurídica y hasta humana. Por tanto, se trata de exhibir a la contrarrevolución antes de<br />

fusilarla. La misma lógica de la represión revolucionaria del 2003. “A la hora de la<br />

invasión, la contrarrevolución ya no conocía partidos, sino sólo el enemigo común:<br />

el pueblo cubano; y un patrón común: el imperialismo norteamericano”.<br />

En su texto, Enzensberger hizo hincapié en el aspecto político e ideológico<br />

de los interrogatorios a los invasores. No se trataba de juzgar la violación del<br />

territorio y el uso de armas contra el gobierno, sino de exhibirlos públicamente a<br />

través de la televisión como contrarrevolucionarios. Castro lo dijo en el discurso<br />

del primero de mayo de 1961: entre los mil cien invasores había 800 miembros<br />

de las familias ricas que poseían 372 mil hectáreas, 10 mil casas de alquiler, 70<br />

empresas industriales, 2 periódicos, 10 refinerías azucareras, 2 bancos, 5 minas y<br />

todos eran miembros de los clubes más aristocráticos. Por tanto, merecían morir<br />

por representar el viejo régimen. Intelectuales como Enzensberger avalaron el<br />

razonamiento del poder.<br />

Enzensberger reproduce un diálogo ilustrativo de los juicios de La Habana de<br />

1961. Antes de ser fusilado, el invasor José Andreu fue sometido a un interrogatorio<br />

político, no judicial:<br />

—¿Conoce usted las cooperativas que funcionan hoy en día?<br />

—No tuve ocasión de estudiarlas.<br />

—¿Ha intentado usted enterarse del funcionamiento del movimiento sindical?<br />

—No tuve oportunidad de realizar tales estudios.<br />

—¿Tampoco tuvo usted ocasión de enterarse de las reformas universitarias<br />

que estamos llevando a cabo aquí y que por primera vez abren a los obreros las<br />

puertas de la universidad?<br />

—No sé nada acerca de esto.<br />

La revolución juzga a la contrarrevolución: juicios políticos, ideológicos. Y<br />

hasta filosóficos:<br />

—Usted ha dejado arrinconado su racionalismo cuando decidió atacar con la<br />

fuerza de las armas a sus propios compatriotas.<br />

11


12<br />

—Nos encontramos aquí —responde José Andreu— ante una contradicción:<br />

la contradicción entre las reflexiones que preceden a una acción y esta acción<br />

misma. Esta contradicción es inevitable. Por lo tanto, nunca se puede saber con<br />

exactitud en qué punto es preciso interrumpir las reflexiones e iniciar la acción.<br />

En escenarios similares, las conductas intelectuales cambian. El Enzensberger<br />

de los interrogatorios de 1961 justificaba los juicios políticos en la dialéctica revolución-contrarrevolución;<br />

el Enzensberger del 2003, en una situación borgiana<br />

tipo Pierre Menard, autor del Quijote, reescribe la historia pero condenando<br />

al jefe revolucionario. El intelectual del 2003 como crítico ante el poder fue el<br />

intelectual del poder en 1961.<br />

Los intelectuales, pues, inventaron a Fidel Castro y ahora no saben cómo<br />

desarmarlo. “Abajo firmante” de cartas públicas contra Fidel Castro por los fusilamientos<br />

y encarcelamientos de 2003, el escritor uruguayo Eduardo Galeano<br />

decidió cortar el cordón umbilical con el castrismo. Pero es el Galeano que le dio<br />

la coartada ideológica al castrismo como movimiento revolucionario nacionalista<br />

en los sesenta con su ensayo Las venas abiertas de América Latina, un estudio<br />

de la explotación imperialista. Hoy Galeano decide separarse de Castro, de Cuba<br />

y de la línea autoritaria de la revolución cubana. “Cuba duele”, escribió a raíz de<br />

los fusilamientos y encarcelamientos del 2003.<br />

Pero Galeano fue otro de los promotores o inventores de la leyenda de Castro<br />

y la revolución cubana. En 1964, estallada la crisis de 1961 con Lunes en Revolución,<br />

el escritor Galeano le cantaba a Cuba con sentimiento, como recuerda en<br />

la recopilación de textos en su libro Nosotros decimos no. “Bien se puede afirmar,<br />

Cuba, que una revolución como la tuya nace vacunada contra el sectarismo y el<br />

dogmatismo”. Era un canto al idealismo de la revolución cubana. Y a Fidel: “yo<br />

hubiera querido estar en ti, Cuba, para el 26, en los carnavales de Santiago. Sin<br />

sombra de duda, me hubiera gustado compartir la euforia del cumpleaños de la<br />

revolución, sentir al pueblo dialogando con Fidel en la plaza, desde un océano<br />

de sombreros de yatey y machetes; bailar contigo en las calles; beber, contigo,<br />

guarapo y cerveza”.<br />

Y en un texto fechado en 1988-89, ya enmohecida de autoritarismo la revolución,<br />

Galeano seguía apuntalando la Cuba de Castro. Comenzó Galeano su texto<br />

“Cuba, 30 años después, una obra de este mundo”, con una frase de Bolívar:<br />

“saben elogiarme pero no saben defenderme”. Galeano siguió: “a Cuba le ocurre,<br />

sospecho, algo parecido”. Y Galeano se largó una defensa de Cuba: “los enemigos<br />

de la revolución cubana, que tanto dinero tienen y tanto poder, le faltan el respeto<br />

confundiéndola con el Infierno”. No hay campos de concentración, escribió,<br />

“cualquiera que no tenga telarañas en los ojos puede ver que la gente se expresa a<br />

pleno pulmón”, aunque reconoce que no es el “reino de la perfecta felicidad”: en<br />

Cuba “encuentran tiendas vacías, teléfonos imposibles, transportes pésimos, una<br />

prensa que a veces parece de otro planeta y una burocracia que para cada solución<br />

tiene un problema”.<br />

La Cuba de Galeano era contradictoria, sin libertad, pero sin descalzos, sin<br />

analfabetas, sin hambrientos de los que sobran en América Latina, solidaria<br />

con las luchas revolucionarias del tercer mundo. “En estos 30 años Cuba ha


derrotado su hambre, ha multiplicado la dignidad latinoamericana y ha dado un<br />

continuo ejemplo de solidaridad al mundo”. La Cuba perfecta, pues. El Galeano<br />

que le duele Cuba no es el Galeano de los 30 años de revolución que perdonaba<br />

todo y le perdonaba todo. En efecto, disculpaba los errores. Por toda esa Cuba<br />

“aunque sus enemigos tuvieran razón en lo que contra Cuba dicen y mienten,<br />

valdría la pena seguir jugándose por ella. Con burocracia y todo”. Galeano<br />

aguantó 30 años. Quince años después Cuba no le da alegría sino que le duele.<br />

Pero como intelectual, durante 30 años contribuyó a construir el mito político<br />

de Cuba y de Castro.<br />

Así, los intelectuales que construyeron a Castro paulatinamente, en diferentes<br />

etapas y por motivos diversos se fueron alejando de Fidel, de Cuba y de la revolución<br />

cubana. Pero casi todos —a excepción de Debray— lo hicieron acríticamente,<br />

sin ajustar cuentas consigo mismos ni documentar su ruptura, sobre todo<br />

a partir de que su involucramiento fue total —como Carlos Fuentes— y por tanto<br />

comprometido con un modelo que no dio los resultados esperados. Su deslindamiento<br />

ha sido como “abajo firmante” y en función de excesos del poder castrista.<br />

Sin embargo, su afiliación fue integral por tanto, su ruptura debería de pasar por<br />

un enjuiciamiento del modelo social, político, económico y cultural de Cuba.<br />

II<br />

Sin la guerra fría como telón de fondo, en un mundo que viene de regreso del<br />

frío soviético y en medio de una ola que ha privilegiado la libertad como esencia<br />

de la democracia, intelectuales progresistas han vuelto a encontrarse —como<br />

personajes de Dickens— con uno de los fantasmas de la navidad pasada: el autoritarismo<br />

castrista de la Revolución Cubana. Y como hace 42 años, el régimen<br />

unipersonal de Fidel Castro no permite vacilaciones ni reflexiones y de nueva<br />

cuenta exige la lealtad ciega, sin información, a priori. Sólo que ahora el mundo<br />

ha cambiado y los intelectuales procastristas comienzan a romper el cordón umbilical<br />

de la ideología y a darse cuenta que el rey cubano realmente está desnudo.<br />

José Saramago, Darío Fo, Carlos Fuentes y Eduardo Galeano —como antes<br />

Julio Cortázar, Guillermo Cabrera Infante y Mario Vargas Llosa y luego Heberto<br />

Padilla, Reinaldo Arenas, Eliseo Alberto y Norberto Fuentes—, todos ellos simpatizantes<br />

de la causa de Castro en Cuba pese a las evidencias de represión y falta<br />

de libertades de los últimos 40 años, han hecho finalmente público su alejamiento<br />

de Castro. Así no, dijeron algunos; sigan solos, afirmaron otros; me duele, afirmó<br />

otro. El fusilamiento de tres cubanos que querían huir de Cuba y el encarcelamiento<br />

de poco menos de un centenar de periodistas y escritores por delitos de opinión<br />

provocó una nueva polémica. Y de nueva cuenta los intelectuales burocráticos de<br />

Cuba, encabezados por el sargento Roberto Fernández Retamar, vuelven a las andadas<br />

con desplegados públicos que claman por la adhesión acrítica, como antes,<br />

como hace más de cuatro décadas, para “no hacerle el juego a Estados Unidos”.<br />

Pero el problema en la relación intelectuales-Cuba no tiene que ver sólo con<br />

casos concretos sino que implica definiciones de fondo en uno de los temas que<br />

13


14<br />

el socialismo en el poder nunca pudo resolver —ni en Cuba ni en la URSS, ni en<br />

China ni en los países del Este europeo ni en Chile—: la libertad de pensamiento,<br />

de creación y de opinión junto a la instauración de un sistema socialista de Estado<br />

o democrático. A 42 años de la declaración excluyente de Castro sobre la creación<br />

literaria —“con la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”—, la argumentación<br />

castrista sigue siendo exactamente la misma: evitar cualquier crítica a las<br />

decisiones de la Revolución Cubana.<br />

El escenario, sin embargo, ya cambió. El escritor mexicano Carlos Fuentes,<br />

que disculpó los autoritarismos del pasado castrista y guardó silencio cómplice<br />

sobre la represión a los intelectuales con Cuba, acaba de anunciar su ruptura con<br />

el gobierno de Castro. Saramago dice que llegó hasta aquí, hasta los fusilamientos<br />

de tres cubanos que habían secuestrado una lancha para huir de la isla. Eduardo<br />

Galeano se dice lastimado por Cuba. Y, de nueva cuenta, Gabriel García Márquez<br />

pondera su amistad con Castro por encima de sus posiciones políticas e intelectuales<br />

y guarda ominoso silencio.<br />

Como si el tiempo no hubiera pasado, el ejercicio de la libertad de crítica revive<br />

el fantasma de Stalin. En 1961 por la libertad de prensa. En 1971 por el encarcelamiento<br />

del poeta Heberto Padilla, en 1989 por el fusilamiento del general Arnoldo<br />

Ochoa y ahora por más fusilamientos y penas de cárcel a periodistas. Castro<br />

y la Revolución Cubana no han podido resolver uno de los conflictos originales<br />

del socialismo: la libertad para pensar, decir, escribir dentro de un proceso revolucionario<br />

aislado y sin capacidad para convivir con la crítica. En medio de una<br />

situación de crisis profundizada, Cuba ha aumentado las exigencias de disciplina,<br />

control y autoritarismo, pero a costa de la represión a intelectuales, periodistas o<br />

simples disidentes.<br />

III<br />

De todas las experiencias revolucionarias del Siglo XX, sólo la cubana despertó<br />

tantos entusiasmos entre los intelectuales. Y ahí nació la primera polémica: ¿Cuba<br />

provocó el llamado boom de escritores latinoamericanos en el mundo en los sesenta<br />

o los escritores latinoamericanos jalaron la atención mundial hacia Cuba? Esta primera<br />

polémica sigue sin ser resuelta. Y fue puesta en la mesa de debates por el escritor<br />

colombiano Oscar Collazos en un texto publicado en la revista Marcha de Uruguay<br />

—de don Carlos Quijano— en septiembre de 1969, a propósito de las novelas<br />

62, modelo para armar de Julio Cortázar, de Cambio de piel de Carlos Fuentes y de<br />

unas declaraciones de Mario Vargas Llosa sobre el acto creador como independiente<br />

de la realidad. El texto de Collazos provocó la respuesta de Cortázar “<strong>Literatura</strong> en<br />

la revolución y revolución en la literatura”, sin duda el texto más reflexivo sobre la<br />

autonomía entre creación y realidad pero sin demeritar a ninguna de las dos.<br />

La tesis de Collazos retomaba la polémica abierta por la Revolución Cubana<br />

en 1961 a propósito de la crítica como la función esencial del escritor y del intelectual:<br />

el papel de Castro como el eje —y límite— de los espacios de libertad.<br />

Collazos lo escribió así: “pienso cómo en los discursos de Fidel Castro se traduce


una manera de decir, un discurso libertario, un ordenamiento y una relación verbal,<br />

una modelación de la palabra en el plano del discurso político que, a su vez,<br />

podría ser la fuente de un tipo de literatura cubana dentro de la revolución”. Así,<br />

los discursos del dirigente Castro habrían de proponerse como el paradigma del<br />

acto creador, aunque Max Weber hubiera mucho antes delineado la separación<br />

entre el intelectual y el político en función de la ética de la convicción para el<br />

primero y la ética de la responsabilidad para el segundo.<br />

Castro, como muchos años atrás Stalin, Papa Stalin, habría de ser señalado<br />

como el prototipo del político-creador. Collazos coloca a Castro por encima de la<br />

realidad y del debate. Por ello Collazos le reclamó a Mario Vargas Llosa en 1969:<br />

“cuando cito el riesgo del endiosamiento o soberbia producido por un pensamiento,<br />

por un intelectual que se mueve en esquemas ideológicos que quiere dar el mot<br />

d´ordre de la honestidad o de la definición de una permanente conducta crítica, no<br />

puedo dejar de pensar en el gran novelista Mario Vargas Llosa dándole lecciones<br />

de política internacional y sensatez, desde una tribuna reaccionaria, a Fidel<br />

Castro cuando la ocupación o “invasión” a Checoslovaquia (en 1968)”. Castro,<br />

pues, sí podría dictarle lecciones a los intelectuales, pero los escritores tenían<br />

prohibido aconsejar a Castro en materia política.<br />

El texto de Collazos definía el centro del debate: la Revolución Cubana había<br />

prohijado a los escritores y por tanto éstos tenían una deuda pendiente con aquella:<br />

“de ahí que, a partir de la Revolución Cubana, se haya producido ese vuelco<br />

violento del intelectual hacia el único país que ofrecía y ofrece una posibilidad<br />

real de afirmación cultural, el único país que es un desafío frente a las formas más<br />

refinadas de colonialismo cultural”. También: “nos debemos (como intelectuales<br />

y escritores) a un momento sociocultural y político que el refinamiento de algunos<br />

escritores latinoamericanos, volcados hacia Europa, quiere desvirtuar”. Y fue<br />

hasta el fondo: “en una revolución se es escritor pero también se es revolucionario”.<br />

“Dentro o fuera de la revolución, participantes o espectadores de ella, no<br />

podemos seguir permitiéndonos la vieja libertad de escindir al escritor entre ese<br />

ser atormentado y milagroso que crea y el hombre que ingenua o perversamente<br />

está dándole la razón al lobo”.<br />

Las tesis de Collazos no hacían más que revivir, negándola obviamente, la<br />

tesis del arte de contenido o subordinado a la revolución que había causado tantos<br />

estragos en el largo ciclo estalinista en la Unión Soviética. Las respuestas de<br />

Cortázar y Vargas Llosa eludieron las trampas dialécticas de Collazos y fijaron el<br />

criterio de que el arte, aún sofisticado, puede ser revolucionario, que lo revolucionario<br />

no radicaba en escribir sencillo y que la revolución dentro de la literatura<br />

tenía que ver con el lenguaje y las propuestas estilísticas. Y los dos reivindicaron<br />

—Vargas Llosa casi rompiendo con la Revolución Cubana y Cortázar doliéndose<br />

sentimentalmente de los ataques— el papel del intelectual como creador y también<br />

como crítico de los abusos de poder.<br />

El boom de la literatura latinoamericana había atraído la atención mundial.<br />

La Revolución Cubana había derrocado al dictador Fulgencio Batista el primero<br />

de enero de 1959 y ese mes entraron las columnas guerrilleras en La Habana. En<br />

abril de 1961organizó Estados Unidos un intento de invasión con grupos cubanos<br />

15


Sartre, Che Guevara, Armando Hart y Fidel Castro<br />

16<br />

entrenados por la CIA pero fueron derrotados en Playa Girón. Ese año, Castro decretó<br />

el contenido marxista-leninista de la Revolución y comenzaron las presiones<br />

pero también las adhesiones. A lo largo de los sesenta, al calor de una radicalización<br />

progresista del mundo, Cuba y los escritores latinoamericanos se colocaron<br />

en el primer plano. En 1968, el mundo se dio un frentazo: ganó Richard Nixon<br />

las elecciones en EU, asesinaron a Robert Kennedy y al luchador negro y tanques<br />

de la Unión Soviética invadieron la ciudad de Praga para romper de cuajo con la<br />

experiencia de socialismo democrático de Alexander Dubcek.<br />

El verdadero boom —o estallamiento— de la literatura latinoamericana ocurrió<br />

en 1963 y duró hasta 1967. En esos cinco años aparecieron las mejores novelas.<br />

En 1963 circularon La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa; Rayuela,<br />

de Julio Cortázar; Los albañiles, de Vicente Leñero. Carlos Fuentes había sorprendido<br />

con La región más transparente en 1958, con La muerte de Artemio<br />

Cruz y Aura en 1962, por lo que se consideraba de otro ciclo literario, aunque por<br />

afinidad de edad y de amistad se metió en el grupo del boom. Su novela Cambio<br />

de piel que generó elogios y críticas se publicó en 1967, el mismo año en que<br />

circuló Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.<br />

Al boom pertenecen, en el lustro de la irrupción, La casa verde y Conversación<br />

en la catedral de Vargas Llosa; 62, modelo para armar, de Cortázar; Tres tristes<br />

tigres de Guillermo Cabrera Infante en 1969; Paradiso, de José Lezama Lima, una<br />

novela maravillosa aunque fuera de los marcos de referencia del boom, aunque el<br />

autor cercano a los escritores latinoamericanos; El astillero y Juntacadáveres, de<br />

Juan Carlos Onetti; y De dónde son los cantantes, del cubano Severo Sarduy. Estas<br />

novelas llevaban una propuesta de estilo, de estructura y de registro de la realidad de<br />

la región. De todas ellas, sólo dos hablaban de Cuba y no precisamente con elogios<br />

aunque sí de los tiempos anteriores al castrismo: Cabrera Infante, que había partici-


pado en algunas actividades culturales de la guerrilla y dirigido el primer periódico<br />

de la Revolución, ya había roto con Castro, publicó su novela como una propuesta<br />

de ruptura estilística. Sarduy realmente no perteneció al boom aunque su novela se<br />

leyó en el contexto de una revolución literaria en la novela.<br />

El boom se cruza con la Revolución Cubana, pero a la vuelta de los años se puede<br />

localizar un detonador menos político. El descubrimiento de la nueva literatura<br />

mexicana por los lectores europeos, sobre todo los españoles y luego los franceses.<br />

España seguía atada a las restricciones de la dictadura de Franco y Juan Goytisolo<br />

irrumpiría hasta 1970 con Señas de identidad, la novela de la ruptura española. Los<br />

escritores de Francia oscilaban entre el formalismo del noveau roman y los resabios<br />

de la posguerra de Sartre y Camus. De América Latina habían llegado los textos de<br />

Juan Rulfo, los primeros de Mario Benedetti y los cuentos de Vargas Llosa y García<br />

Márquez. Pero en realidad ninguno de los autores centrales del boom —Vargas Llosa,<br />

Cortázar, Fuentes y García Márquez— había escrito sobre Cuba. Al final, Castro<br />

había revolucionario la política latinoamericana al instalar un gobierno comunista<br />

a 90 millas de EU y los escritores habían a su vez revolucionado las letras con las<br />

propuestas estilísticas de Cortázar y Cabrera Infante. Lo curioso fue que ninguna de<br />

las obras del boom trataban sobre la Revolución Cubana.<br />

Si hubo un detonador sin duda que fue el premio Biblioteca Breve de la<br />

editorial Seix Barral, un semillero de la nueva literatura española, latinoamericana<br />

e internacional por las traducciones. En 1969 Collazos trataría de explicar,<br />

desde la perspectiva de la literatura de contenido que promovió la Revolución<br />

Cubana, el auge de la novela latinoamericana en función de la atención hacia<br />

Cuba. Pero en materia literaria el camino había sido desbrozado por Alejo Carpentier,<br />

Augusto Roa Bastos y Pablo Neruda. Carpentier, por cierto, impuso el<br />

género de lo “real maravilloso” por la magia de los escenarios a partir de un<br />

lenguaje sin inhibiciones. A este género adicionan Cien años de soledad, de<br />

García Márquez.<br />

En el fondo, Cuba atrajo la atención y el interés de los escritores latinoamericanos<br />

por la frescura de sus ideas y el símbolo de lo revolucionario, además de la<br />

acusada carga anti norteamericana de la cultura de América Latina. Algunos escritores<br />

cubanos se habían sumado a la lucha guerrillera, pero ninguno en niveles<br />

de dirección. El detonador de la relación entre Cuba y la cultura latinoamericana<br />

se dio alrededor de las tareas de la organización Casa de las Américas de Cuba, de<br />

su revista y evidentemente de sus premios anuales. Cuba atrajo cada año a los más<br />

importantes escritores como jurados de los premios, cuyos géneros de novela,<br />

cuento, testimonio y poesía eran muy cotizados entre los escritores. Pero hubo el<br />

detalle de que los más importantes escritores de la región participaron en los jurados<br />

de los premios de 1960 a 1968. Luego, por los problemas de debate en torno<br />

al contenido y las críticas severas a algunos de ellos —sobre todo a Cortázar por<br />

62, modelo para armar y Carlos Fuentes por Cambio de piel— y la incomodidad<br />

por las declaraciones de Vargas Llosa, la calidad de los jurados de los premios de<br />

las Américas decayó.<br />

Varios de jurados y premiados por Cuba fueron defenestrados al estilo estaliniano.<br />

17


IV<br />

18<br />

De 1960 al 2003 han pasado más de 40 años de conflictos entre Fidel Castro y<br />

la Revolución Cubana con los intelectuales. En el jurado de novela de 1960, por<br />

ejemplo, estuvo Carlos Fuentes; en el 2003, Fuentes decidió romper públicamente<br />

con Castro. En ese año de 1960 fue jurado de poesía Virgilio Piñera, quien años<br />

después sería humillado por la homofobia del castrismo debido a su debilidad<br />

homosexual. En los jurados de 1960 a 1968 llegaron a participar Fuentes, Cabrera<br />

Infante, Juan Goytisolo, Julio Cortázar, José Lezama Lima, Jorge Edwards y Jorge<br />

Semprún, todos ellos luego críticos del autoritarismo de Castro.<br />

El centro de la polémica no fue si el boom de los escritores latinoamericanos<br />

se había debido a la Revolución Cubana y por tanto le debían lealtad, sino el<br />

conflicto original del socialismo entre libertad de creación y dependencia hacia<br />

la doctrina socialista. El tema, en los sesenta, no era nuevo. Había estallado en la<br />

URSS hacia 1950 con los primeros testimonios sobre la falta de libertad de creación<br />

en todo el campo socialista soviético. Justamente en 1950 Octavio Paz había<br />

comenzado su viaje de distanciamiento del socialismo autoritario que lo llevaría<br />

en los setenta y sobre todo en los ochenta al nivel de Diablo. Paz criticaba la existencia<br />

de prisiones políticas y un año después publicaría un texto al respecto en la<br />

revista Sur de Buenos Aires.<br />

El problema de fondo no afectaba a los escritores en particular. Más bien se<br />

había hecho sensible en el nivel de los creadores. Stalin había impuesto la obligación<br />

de darle “contenido” socialista a toda obra creativa, algo que en México<br />

había ocurrido con la pintura mural que debía de tener por obligación un apoyo al<br />

socialismo. Paz se metió a fondo en el caso de los campos soviéticos, pero en México<br />

pasó casi desapercibida la polémica en torno a la novela Los días terrenales<br />

de José Revueltas, circulada en 1949 pero sometida a una severa crítica estalinista<br />

que lo llevó a retirarla de la circulación. El contenido de esa novela dibujaba de<br />

manera pesimista a los personajes de la lucha socialista. Uno de los críticos más<br />

severos de Revueltas fue Enrique Ramírez y Ramírez, entonces en los cuadros ortodoxos<br />

del Partido Comunista Mexicano y posteriormente una importante pieza<br />

del priísmo progresista. El eje del debate giraba en torno a la obligación de los<br />

creadores de dibujar el socialismo con optimismo.<br />

Contenido y libertad refería el primer choque entre creadores y funcionarios<br />

revolucionarios. En ese camino hubo un incidente que debió de haber profundizado<br />

la polémica pero que se dejó pasar por la comunidad intelectual: el reforzamiento<br />

del socialismo soviético en el Medio Oriente con el ascenso de Nasser<br />

en Egipto y la nacionalización del Canal de Suez en 1956 y el aplastamiento<br />

de la experiencia de socialismo democrático en Hungría por parte de tanques<br />

soviéticos, lo que se repetiría doce años después en Checoslovaquia. El único<br />

que le entró al asunto fue Jean Paul Sartre con su texto poco leído y menos<br />

analizado El fantasma de Stalin. La tesis de Sartre serviría para fijar criterios de<br />

largo plazo: ejercer la crítica contra los excesos autoritarios del socialismo pero<br />

con el sentido de buscar evitarlos. “Para conservar la esperanza (en el socialismo)<br />

hay que hacer, precisamente, lo contrario (a ocultarlos): reconocer, a través


de los errores, de las monstruosidades y los crímenes, los evidentes privilegios<br />

del campo socialista y condenar con tanto más vigor la política que pone esos<br />

privilegios en peligro”, escribió Sartre.<br />

Pero la izquierda socialista y sus intelectuales acompañantes tenían más motivos<br />

de alejamiento que de alianza. El primer gran tropiezo de los intelectuales fue<br />

su incomprensión y crítica al pacto de Stalin con Hitler en 19.., sobre todo porque<br />

se veía venir el holocausto nazi. La crítica a Stalin bordaba sobre el oportunismo,<br />

aunque la justificación implicaba ganar tiempo. Al final, Hitler rompió con Stalin<br />

y lanzó la invasión sobre la Unión Soviética. Pero a la fecha cierta izquierda intelectual<br />

no le perdona a Stalin su pacto con Hitler. Y luego vinieron las invasiones<br />

a Hungría y Checoslovaquia para romper con tanques las experiencias democratizadoras<br />

del socialismo. La invasión de tanques rusos a Praga en 1968 —acción<br />

que, por cierto, fue avalada por Castro y con ello provocó mayores críticas de la<br />

izquierda democrática— terminó de detonar la ruptura entre los gobiernos socialistas<br />

autoritarios con intelectuales proclives al socialismo democrático.<br />

Si bien el pacto y Hungría y Checoslovaquia estaban lejos de América Latina,<br />

el punto de disputa con los intelectuales latinoamericanos ocurrió al calor<br />

de la libertad de expresión de los creadores. El caso Padilla de 1968 cuando el<br />

poeta recibió el premio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba por su libro<br />

de poemas Fuera del juego hasta su carta de autoconfesión de 1971 y el debate<br />

Collazos-Cortázar-Vargas Llosa había tenido un incidente anterior que marcó las<br />

primeras rupturas dentro de la Revolución Cubana pero sin afectar la relación con<br />

escritores no cubanos: en 1961 ocurrió el primer choque de Castro con la libertad<br />

de creación de los intelectuales. El centro de la polémica fue Guillermo Cabrera<br />

Infante, un escritor que había colaborado activamente con la guerrilla y que había<br />

publicado en 1960 el mejor libro de historias y cuentos sobre la gesta revolucionaria<br />

Así en la paz como en la guerra.<br />

Al triunfo de la Revolución Cubana, Cabrera Infante fue designado director de<br />

un suplemento cultural Lunes de Revolución y de Ediciones R(evolución). Pero<br />

a mediados de 1961, menos de dos y medio años de gobierno revolucionario,<br />

ocurrió el primer gran enfrentamiento entre la libertad de creación y los dogmas<br />

revolucionarios. Ese 1961 fue de definiciones: fracasó el intento de invasión patrocinado<br />

por Estados Unidos, Castro declaró la tendencia marxista-leninista de la<br />

Revolución y los intelectuales fueron condicionados a sumarse a las tareas de la<br />

Revolución, preparó la alineación a la URSS y la crisis de los misiles de octubre<br />

de 1962 y arribó en 1964 a la magnificación del autoritarismo con la creación en<br />

la provincia de Camagüey de los primeros campos de trabajos forzados (Unidades<br />

Militares de Apoyo a la Producción) para los disidentes y minorías sexuales. En<br />

ese 1961 Castro se puso por encima de los intelectuales.<br />

El motivo fue la exhibición del documental P.M. que contaba la vida nocturna<br />

en La Habana, producido por un hermano de Guillermo Cabrera Infante. El suplemento<br />

Lunes de Revolución, dirigido por el propio Guillermo, abrió un debate<br />

“para esclarecer la cuestión” de la libertad de creación intelectual. El gobierno de<br />

Castro le entró al tema y organizó, durante los sábados 16, 23 y 30 de junio, reuniones<br />

en la Biblioteca Nacional a las que asistió Castro acompañado de los uni-<br />

19


20<br />

formados de su gobierno. En las reuniones se transmitió el documental y luego el<br />

presidente Osvaldo Dorticós abrió la discusión sobre la película y, de paso, sobre la<br />

situación del intelectual dentro de la Revolución. Guillermo Cabrera Infante contó<br />

después que nadie quiso hablar pero “de pronto la persona más improbable, toda<br />

tímida y encogida, se levantó de su asiento y parecía que iba a darse a la fuga pero<br />

fue hasta el micrófono de las intervenciones y declaró: yo quiero decir que tengo<br />

mucho miedo. No sé por tengo ese miedo pero es todo lo que tengo para decir”.<br />

Era Virgilio Piñera, poeta, jurado del Premio Casa de las Américas, ganador de<br />

uno de esos premios y luego perseguido político por sus ideas exclusivistas pero<br />

sobre todo por su homosexualismo. El miedo de Piñera revelaba la primera ruptura<br />

de los intelectuales respecto a la Revolución. La Revolución Cubana había<br />

perdido su generosidad. Si la revolución socialista se había ofrecido como liberadora<br />

de la opresión del viejo régimen capitalista, bien pronto exhibió su rostro de<br />

puño cerrado. Y si el socialismo era el sistema de la alegría, el miedo de Piñera<br />

simbolizaba los sentimientos de los intelectuales frente al uso de la fuerza por el<br />

poder y sobre todo indicaba muy pronto el ascenso de Fidel Castro a la cúspide<br />

del poder represor.<br />

Luego de un debate intimidado por la presencia de altos funcionarios del gobierno<br />

y del propio Castro y a partir de la experiencia de que el gobierno decidía<br />

cargos, ingresos y permisos para los creadores, Fidel Castro hizo uso de la palabra<br />

y pronunció uno de sus discursos más famosos: “Palabras a los intelectuales”. El<br />

líder guerrillero que en 1969 sería propuesto por Collazos como la síntesis entre el<br />

revolucionario y el intelectual definió la línea autoritaria del gobierno castrista: “con<br />

la revolución, todo; contra la revolución, nada”. El mensaje había sido muy claro:<br />

la creación intelectual debería de subordinarse a las exigencias políticas. La crítica,<br />

por tanto, estaba cancelada. Las primeras decisiones posteriores a ese discurso fueron<br />

muy claras: prohibición definitiva a la exhibición del documental P.M, cancelación<br />

del espacio de televisión que se había abierto para las discusiones y sobre todo<br />

el fin del suplemento Lunes de Revolución aduciendo falta de papel.<br />

La línea contenidista del arte fue privilegiada por la Revolución después de<br />

junio de 1961. Los premios Casa de las Américas debían de ser asignados a los<br />

que exaltaban la Revolución. El arte fue sometido a la política. Y los intelectuales<br />

debieron de ser calificados no en función del talento de sus obras sino de su apoyo<br />

a la Revolución. Un caso fue significativo: cuando apareció la novela Rayuela de<br />

Julio Cortázar, los intelectuales del régimen cubano la exaltaron pero no por su<br />

propuesta revolucionaria en lenguaje, estilo y contenido sino por el hecho de que<br />

su autor era amigo “incondicional” de la Revolución Cubana. En una carta del 17<br />

de agosto de 1964, Cortázar le agradece a Fernández Retamar, el intelectual burócrata<br />

por excelencia de Cuba, sus conceptos. Cortázar, por cierto, se congratula de<br />

una frase de Fernández Retamar sobre la novela: “¿de modo que se puede escribir<br />

así por uno de nosotros?”.<br />

El idilio duraría poco. En 1969 Cortázar se había alejado de los criterios de<br />

amistad de la Revolución Cubana y en 1968 había apoyado a Padilla. Por tanto,<br />

Rayuela había sido sometida a una nueva lectura. En su texto de septiembre de<br />

1969, el escritor colombiano pero cercano a los afectos a la Revolución Cubana


Oscar Collazos criticaba Rayuela y sobre todo uno de sus desprendimientos más<br />

lúcidos y propositivos del estilo revolucionariamente literario de Cortázar: 62,<br />

modelo para armar, un texto de 1968 que era una continuación oblicua justamente<br />

del capítulo 62 de Rayuela. Presionado por las circunstancias, Cortázar no<br />

se desvió del su camino experimental pero publicó en 1973 una novela sobre la<br />

guerrilla titulada Libro de Manuel. Los más fieles cortazarianos la consideraron<br />

una novela fallida, escrita casi a pedido de las circunstancias, como una forma<br />

de probar que la literatura fantástica —un género en el que encasillaron erróneamente<br />

a Cortázar— podría también vincularse a la realidad. Casi paralelamente<br />

apareció en 1975 la novela El otoño del patriarca de García Márquez como una<br />

forma de ajustarse a la lógica contenidista y predeterninada de Castro. Las dos,<br />

por cierto, fueron criticadas justamente por su orientación y falta de libertad al<br />

escribir, además de ser una larga lista de metáforas sin sentimiento.<br />

A diferencia del Fuentes que permaneció al margen, del García Márquez que<br />

se hizo amigo incondicional de Castro y del Vargas Llosa que rompió de tajo con<br />

la Revolución Cubana, Cortázar fue el escritor latinoamericano que más sufrió el<br />

problema de la creación y la realidad. En su respuesta a Collazos, por ejemplo,<br />

Cortázar no pudo ocultar su sentimiento de decepción por la incomprensión hacia la<br />

literatura que se escribía en una determinada realidad pero que no la incluía por definición.<br />

Inclusive, Cortázar llegó a polemizar alrededor de su cuento El perseguidor<br />

al calificarlo él mismo como el más político de todos —aun más que Reunión, una<br />

anécdota que gira en torno a la guerrilla cubana en Sierra Maestra y al Che Guevara—,<br />

aunque su tema fuera una reproducción del jazzista Charlie Parker. Después<br />

del experimento fallido de Libro de Manuel, Cortázar se alejó de la literatura de<br />

contenido pero se convirtió en un apoyador de movimientos revolucionarios, sobre<br />

todo de Nicaragua, pero con declaraciones y textos periodísticos.<br />

El esfuerzo analítico de Cortázar no fue comprendido por la burocracia intelectual<br />

de La Habana. En su respuesta a Collazos, Cortázar abrió un tercer camino<br />

—ni en contra ni a favor de la Revolución, sino un camino propio— para la<br />

literatura frente a la realidad: “ocurre que un cuentista o un novelista no lo es por<br />

crítico (a la realidad) sino por creador; si su capacidad crítica la comparte con el<br />

político, el dirigente e incluso con cualquier ciudadano consiente y responsable,<br />

la función creadora en el plano narrativo le es propia y privativa, es eso que hace<br />

de él un novelista, un poeta o un dramaturgo”. “¿Olvido la realidad? De ninguna<br />

manera: mis cuentos no solamente no la olvidan sino que la atacan por todos los<br />

flancos posibles, buscándole las venas más secretas y más ricas. ¿Desprecio de<br />

toda referencia concreta? Ningún desprecio, pero sí selección, es decir, elección<br />

de terrenos donde narrar sea como hacer el amor para que el goce cree la vida”.<br />

En su debate, Collazos había exaltado la novela Los hombres de a caballo<br />

del argentino David Viñas, que había recibido el premio Casa de las Américas en<br />

1967 y en cuyo jurado había estado precisamente Julio Cortázar. A partir de ahí,<br />

Cortázar reconoció el valor de las obras que recogen una realidad muy precisa y<br />

en situación revolucionaria, pero no dejó de insistir en el hecho de que las propuestas<br />

de estilo también ayudaban a modificar la realidad. “Una literatura que<br />

busca internase en territorios nuevos y por ello más fecundos, no puede acanto-<br />

21


22<br />

narse en la vieja fórmula novelesca de narrar una historia, sino que necesita tramar<br />

su estructura y su desarrollo de tal manera que el texto de lo así tramado alcance<br />

su máxima potencia gracias a ese tratamiento implacable de la exigencia”.<br />

Los esfuerzos de análisis de Cortázar no fueron entendidos ante el dogma<br />

del contenido. Cortázar le había escrito a su colega Collazos: “la revolución es<br />

también, en el plano histórico, una especie de apuesta a lo imposible, como lo<br />

demostraron sobradamente los guerrilleros de la Sierra Maestra. La novela revolucionaria<br />

no es solamente la que tiene un “contenido” revolucionario sino la que<br />

procura revolucionar la novela misma, la forma de la novela, y para ello utiliza<br />

todas las armas de la hipótesis de trabajo, la conjetura, la trama pluridimensional,<br />

la fractura del lenguaje”. “Uno de los más agudos problemas latinoamericanos es<br />

que estamos necesitando más que nunca los Che Guevara del lenguaje, los revolucionarios<br />

de la literatura, más que los literatos de la revolución”.<br />

El caso de Cortázar fue desgarrador para un intelectual que nunca se alineó<br />

al contenidismo de la literatura pero que siempre fue simpatizante —más sentimental<br />

que racional— de los movimientos revolucionarios de América Latina.<br />

Cortázar había escrito —en una carta a Fernández Retamar— el dato de la incomprensión<br />

de los revolucionarios a las obras literarias complejas, aun cuando los<br />

exaltaran a ellos. Cortázar había escuchado que su cuento Reunión, que habla del<br />

Che, le haya resultado “poco interesante” a Guevara. Cortázar explicaba inútilmente<br />

la dimensión creativa y recreativa de la literatura. “¿Qué puedo saber yo del<br />

Che, y de lo que sentía o pensaba mientras se abría paso hacia la Sierra Maestra?<br />

La verdad es que en ese cuento él es un poco —mutatis mutandis, naturalmente—<br />

lo que fue Charlie Parker en El perseguidor: catalizadores, símbolos de grandes<br />

fuerzas, de maravillosos momentos del hombre”.<br />

De poco le sirvieron a Cortázar las explicaciones. En una carta a Fernández<br />

Retamar de mayo de 1967 a propósito de un número de la revista de la Casa de<br />

las Américas sobre “la situación del intelectual latinoamericano” —ya no era,<br />

en lenguaje de Gramsci, la cuestión—, Cortázar hizo su enésimo esfuerzo para<br />

sacar a la literatura del debate sobre contenido, al grado de reconocer —sin ser<br />

totalmente cierto— que su obra se había latinoamericanizado gracias a la Revolución<br />

Cubana. Cortázar había comenzado a reflexionar sobre un matiz fundamental<br />

que después racionalizaría con mayor profundidad en su debate con Collazos: la<br />

diferencia entre el escritor y el intelectual: el “error principal de Collazos en este<br />

terreno es su división entre el novelista, respondiendo de una manera auténtica a<br />

un talento vertiginoso y real, y por otra el intelectual, el teorizante seducido por<br />

las corrientes del pensamiento europeo”.<br />

A partir de esa división, Cortázar le escribió en 1967 a Fernández Retamar:<br />

“cuando regresé a Francia después de esos dos viajes a Cuba, comprendí mejor<br />

dos cosas. Por una parte, mi entonces vago compromisos personal e intelectual<br />

con la lucha por el socialismo entraría, como ha entrado, en un terreno de definiciones<br />

concretas de colaboración personal allí donde pudiera ser útil. Por otra<br />

parte, mi trabajo de escritor continuaría el rumbo que le marca mi propia manera<br />

de ser, y aunque en algún momento pudiera reflejar ese compromiso lo haría por<br />

las mismas razones de libertad estética que ahora me están llevando a escribir una


novela (62. modelo para armar) que ocurre prácticamente fuera del tiempo y del<br />

espacio histórico. A riesgo de decepcionar a los catequistas y a los propugnadores<br />

del arte al servicio de las masas, sigo siendo un cronopio que escribe para su<br />

regocijo personal, sin la menor concesión, sin obligaciones “latinoamericanas” o<br />

“socialistas” entendidas como a priori pragmáticas”. Y remató: “jamás escribiré<br />

expresamente para nadie, minorías o mayorías, y la repercusión que tengan mis<br />

libros será siempre un fenómeno accesorio y ajeno a mi tarea; y sin embargo, hoy<br />

sé que escribo para que haya una intencionalidad que apunta a esa esperanza de un<br />

lector en el que reside la semilla del hombre futuro”. Para Cortázar la diferencia<br />

estaba en el tribuno y el testigo.<br />

Pero Cortázar fue el ejemplo del intelectual incomprendido por la Revolución<br />

Cubana pero comprometido con sus objetivos sociales y libertarios. En febrero de<br />

1972, a propósito del Caso Padilla, Cortázar le escribió una dolida carta a Haydée<br />

Santamaría, fundadora de la Casa de las Américas y promotora de la cultura<br />

latinoamericana, pero dura estalinista hasta que se decepcionó de la Revolución<br />

Cubana y se suicidó. En esa carta, Cortázar hizo hasta lo imposible para justificar<br />

su firma en un desplegado de intelectuales para criticar a Castro y exigir la liberación<br />

de Padilla.<br />

23


V<br />

24<br />

El Caso Padilla fue paradigmático de la relación de la Revolución Cubana con<br />

los intelectuales. Heberto Padilla, nacido en 1932, no había participado directamente<br />

en la guerrilla. En 1959 fue designado corresponsal de la agencia oficial cubana<br />

Prensa Latina en Nueva York. Ese mismo año regresó a La Habana y formó<br />

parte del periódico Revolución que dirigía Carlos Franqui, uno de los intelectuales<br />

protagonistas de la Revolución y autor del Libro de los Doce que narra la lucha<br />

guerrillera desde el Granma hasta la toma de La Habana. El suplemento Lunes de<br />

Revolución le publicó fragmentos de su novela Buscavidas y recibió una mención<br />

honorífica del premio Casa de las Américas por su poemario El justo tiempo. Fue<br />

fundador de la Unión Nacional de Artistas y Escritores Cubanos —la misma que<br />

luego lo condenó— y trabajó en el Ministerio de Comercio Exterior. En 1962 se<br />

fue a Moscú como corresponsal de la agencia Prensa Latina y Revolución.<br />

A partir de 1966 Padilla se convirtió en un factor de crisis intelectual en Cuba,<br />

hasta su aprehensión en marzo de 1971 y su exilio definitivo en 1980. En 1966<br />

Padilla se enfrascó en una dura polémica ideológica en el periódico Juventud Rebelde,<br />

de la Unión de Jóvenes Comunistas. Padilla era ya un disidente y defensor<br />

de la libertad de escribir, mientras que la burocracia castrista comenzaba a acotar<br />

los espacios de los escritores. La revista Verde Olivo lo atacó con el texto “Las<br />

provocaciones de Heberto Padilla” en 1968, pero ese mismo año recibió el premio<br />

por su polémico poemario Fuera de juego. Así, el problema con Padilla no era su<br />

libro de poemas sino su conducta disidente.<br />

Por la polémica que despertó el premio, la Unión de Escritores y Artistas decidió<br />

publicarlo pero sorprendentemente fue prologado por un texto de la propia<br />

UNEAC criticando el premio y la publicación. Más que un ejemplo de democracia,<br />

se trató de un abuso de poder. El prólogo criticaba severamente el libro<br />

y alentaba su inmolación. En el texto, los dirigentes de la Unión se comportaron<br />

como verdaderos “policías del pensamiento” del Orwell de 1984. “La dirección<br />

de la UNEAC no renuncia al derecho ni al deber de velar por el mantenimiento<br />

de los principios que informan nuestra Revolución, uno de los cuales es sin<br />

duda la defensa de ésta, así de los enemigos declarados y abiertos como —y son<br />

los más peligrosos— de aquéllos otros que utilizan medios más arteros y sutiles<br />

para actuar”.<br />

El texto de la Unión revelaba el acotamiento de las libertades. Al fundamentar<br />

la publicación de libros no gratos a la Revolución Cubana, la Unión expresaba<br />

“la decisión de respetar la libertad de expresión hasta el mismo límite en que<br />

ésta comienza a ser libertad de expresión contrarrevolucionaria”, aunque con la<br />

circunstancia agravante de que esa libertad absoluta de expresión “estaba siendo<br />

considerada como el surgimiento de un clima de liberalismo sin orillas, producto<br />

siempre del abandono de los principios”. La Unión señaló en el prólogo que los<br />

premios a los géneros de poesía y teatro “habían recaído sobre elementos ideológicos<br />

francamente opuestos al pensamiento de las Revolución”. Así, el primer<br />

límite estaba definido por la vigencia, por encima de todas las cosas, del “pensamiento<br />

de la Revolución”.


Lo inusitado del prólogo de la Unión radicaba en el esfuerzo de fundamentación<br />

política e ideológica de los poemas de Padilla. Como policías del pensamiento,<br />

los dirigentes de la Unión diseccionaron los poemas de Padilla y los<br />

caracterizaron como contrarrevolucionarios. El problema, sin embargo, fue de<br />

matiz. De haberse publicado sin problemas, el libro de Padilla hubiera pasado<br />

desapercibido. Al meterlo en un conflicto de ideas y de personalidades, las autoridades<br />

políticas e intelectuales cubanas sobredimensionaron el poemario y lo colocaron<br />

en el centro del interés mundial. Y lo peor fue que el manotazo autoritario<br />

organizado por Fidel Castro convirtió a un humilde poeta en un personaje famoso.<br />

El análisis de los directivos de la Unión de los poemas de Padilla fue un verdadero<br />

reporte policiaco sobre el pensamiento. Su título Fuera de juego, decía<br />

la Unión, “deja explícita la autoexclusión del autor de la vida cubana”. Al eludir<br />

la situación geográfica de la realidad, Padilla “puede lanzarse a atacar a la<br />

Revolución Cubana amparado en una referencia geográfica”. Por tanto, Padilla<br />

mantenía en su libro dos “actitudes básicas: una criticista y otra ahistórica”. La<br />

primera le permitía un distanciamiento “que no es el compromiso que caracteriza<br />

a los revolucionarios” y por lo tanto era contrarrevolucionario. Su ahistoricismo<br />

se expresaba por medio “de la exaltación del individualismo frente a las demandas<br />

colectivas del pueblo en desarrollo histórico y manifestando su idea del tiempo<br />

como un círculo que se repite y no como una línea ascendente. Ambas actitudes<br />

han sido siempre típicas del pensamiento de derecha y han servido tradicionalmente<br />

de instrumento de la contrarrevolución”.<br />

La lectura ideológica y marxista de los poemas convirtió a Fuera de juego<br />

en un documento a la altura de las obras de Marx y Lenin, como si unos poemas<br />

pudieran cambiar el rumbo de la historia y del desarrollo dialéctico de la realidad.<br />

Pero los redactores del prólogo de la Unión no tuvieron pudor. Y escribieron que<br />

“cuando Padilla expresa que le arrancan los órganos vitales y se le demanda que<br />

eche a andar, es la Revolución, exigente en los deberes colectivos, quien desmembra<br />

al individuo y le pide que funcione socialmente. En la realidad cubana<br />

de hoy (1968), el despegue económico que nos extraerá del subdesarrollo exige<br />

sacrificios personales y una contribución cotidiana de tareas para la sociedad”.<br />

La disección ideológica de la Unión sobre los poemas de Padilla fue verdaderamente<br />

sorprendente por su sensibilidad para interpretar lo que el poeta dibujó con<br />

palabras, como si los redactores de la Unión hubieran descubierto una conspiración<br />

para derrocar a Castro y minar las bases de la Revolución Cubana en un poemario<br />

que hubiera tenido una circulación de no más de 2 mil ejemplares. Pero el fondo<br />

político fue también policiaco. Castro aprovechó el incidente para aplicar su modelo<br />

de operación política: adelantar las vísperas y reventar conflictos antes de que<br />

pudieran estallar por sí mismos para tomar ventaja y quitársela al adversario.<br />

De ahí que el prólogo de la UNEAC haya sido parte de la estrategia de Castro<br />

de arrinconar no sólo al poeta Padilla, sino también a los jurados y simpatizantes.<br />

Se trataba de obligarlos a dar explicaciones sobre sus comportamientos políticos<br />

y, de paso, conducirlos a actos de fe revolucionarios. Ciertamente que los poemas<br />

de Padilla llevaban implícitas algunas metáforas de crítica hacia la Revolución<br />

Cubana, pero en el fondo su efecto iba a ser menor, casi de capilla. En cambio,<br />

25


26<br />

Castro obligó a Padilla a salir al despoblado y a debatir nada menos que con la<br />

cúpula revolucionaria que había hecho la guerrilla para derrocar a Batista.<br />

La tesis policiaca de los colegas narradores y poetas de Padilla se basa en la<br />

caracterización del poemario Fuera del juego tenía que ver más con la ideología<br />

que con la creación. En los textos de Padilla “se realiza”, decía la UNEAC, “una<br />

defensa del individualismo frente a las necesidades de una sociedad que construye<br />

el futuro y significan una resistencia del hombre a convertirse en combustible<br />

social”. La argumentación de los sargentos de la policía del pensamiento castrista<br />

estaba basada en una incomprensión de las tareas del creador: como escritor y<br />

como intelectual. Cortázar se lo dijo a Collazos en 1969 en la revista Marcha: “un<br />

novelista semejante (refiriéndose a Mario Vargas Llosa) no se fabrica de buenas<br />

intenciones y de ninguna militancia política; un novelista es un intelectual creador,<br />

es decir, un hombre cuya obra es fruto de una larga, obstinada confrontación<br />

con el lenguaje que es su realidad profunda, la realidad verbal que su don narrador<br />

utilizará para aprehender la realidad total en todos sus múltiples contextos”.<br />

Muchos años después el escritor húngaro y ganador del premio nobel de literatura<br />

2002 Irmez Kremész lo resumiría con sencillas en un libro de conferencia<br />

sobre la literatura en los escritores que vivieron y padecieron el holocausto nazi<br />

contra los judíos: (localizar cita en su libro).<br />

A partir de la exigencia para practicar solamente una literatura que se apartara<br />

de la defensa del individualismo y se pusiera del lado de la sociedad que<br />

construye el futuro, los redactores del prólogo de la UNEAC concluyeron que el<br />

mensaje de Padilla en sus poemas trataba de fijar el criterio de que “el que acepta<br />

la sociedad revolucionaria es el conformista, el obediente. El desobediente, el que<br />

se abstiene, es el visionario que asume una actitud digna”. Así, seguía el prólogo<br />

oficial, Padilla “realiza un trasplante mecánico de la actitud típica del intelectual<br />

liberal dentro del capitalismo, sea ésta por escepticismo o de rechazo crítico”.<br />

Eso sí, los escritores oficiales se lavan las manos: “la Revolución Cubana no<br />

se propone eliminar la crítica ni exige que se le hagan loas ni cantos apologéticos.<br />

No pretende que los intelectuales sean corifeos sin criterio”. Sin embargo,<br />

el prólogo está redactado de tal manera que se condena al intelectual que ejerce<br />

la libertad de criterio y de pensamiento con su poesía pero es condenado por no<br />

privilegiar las tareas ideológicas de la Revolución Cubana en la cultura. Los ataques<br />

contra Padilla fueron justamente por no cantarle loas ni cantos apologéticos<br />

a los revolucionarios y a la Revolución. La presión oficial contra el jurado para<br />

evitar la asignación del premio ocurrió justamente porque el poemario de Padilla<br />

se apartaba de los cánones del arte oficial.<br />

La preocupación de los policías de la cultura y del pensamiento castrista se<br />

basó en la interpretación ideológica de algunos versos. El prólogo señaló: “al<br />

hablar de la historia como el golpe que debes aprender a resistir, al afirmar<br />

que ya tengo el horror / y hasta el remordimiento de pasado mañana y en otro<br />

texto decir sabemos que en el día de hoy está el error / que alguien habrá de<br />

condenar mañana, Padilla ve la historia como un enemigo, como un juez que<br />

va a castigar. Un revolucionario no teme a la historia, la ve, por el contrario,<br />

como la confirmación de su confianza en la transformación de la vida”. Este


párrafo del prólogo confirma la percepción de que estaban criticando en Padilla<br />

la interpretación ideológica de un poema.<br />

Padilla era asumido como un evasor político. La UNEAC señaló en el inusitado<br />

prólogo del poemario premiado Fuera del juego que “Padilla trata de<br />

justificar, en un ejercicio de ficción y de enmascaramiento, su notorio ausentismo<br />

de su patria en momentos difíciles en que ésta se ha enfrentado al imperialismo;<br />

y su inexistente militancia personal”, aunque los datos de la biografía de Padilla<br />

señalan que de 1959 a 1966 trabajó como funcionario en ministerios de la Revolución<br />

y además había sido corresponsal de la agencia oficial Prensa Latina. Apenas<br />

de 1966 a 1988 Padilla había entrado en polémicas con otros intelectuales por la<br />

libertad de creación.<br />

Los redactores del prólogo no midieron la dimensión de sus acusaciones ni el<br />

tamaño de sus razonamientos. Se metieron con la vida privada del poeta —“convierte<br />

la dialéctica de la lucha de clases en lucha de sexos”—, lo acusan de imaginar<br />

“persecuciones y climas represivos” —el prólogo era la evidencia de los<br />

temores del poeta—, le recuerdan que la Revolución “se ha caracterizado por la<br />

generosidad y la apertura” —aunque sea un condenado político—.<br />

Pero los redactores de la UNEAC estaban realmente indignados por algunos<br />

versos de Padilla: “resulta igualmente hiriente para nuestra sensibilidad que la<br />

Revolución de Octubre (de la URSS, de la que después los castristas abjuraron<br />

por lo que llamaron la “traición” de Mijail Gorbachov) sea encasillada en acusaciones<br />

como el puñetazo en plena cara y el empujón a medianoche, el terror<br />

que no puede ocultarse en el viento de la torre de Spaskaya, las fronteras llenas<br />

de cárceles, el poeta culto en los más oscuros crímenes de Stalin, los 50 años que<br />

constituyen un círculo vicioso de lucha y de terror, el millón de cabezas cada<br />

noche, el verdugo con tareas de poeta, los viejos maestros duchos en el terror de<br />

nuestra época, etcétera”.<br />

La UNEAC no dejó pasar la oportunidad de ajustar cuentas con Padilla y pasarle<br />

facturas pendientes; las acusaciones de Padilla a la Unión “con calificativos<br />

denigrantes y que en breve lapso y sin que mediara una rectificación” participara<br />

en un concurso de la Unión. Y “también entendemos como una adhesión al enemigo<br />

la defensa pública que el autor hizo del tránsfuga Guillermo Cabrera Infante,<br />

quien se declaró públicamente traidor a la Revolución”.<br />

En fin, concluyó el prólogo, “se trata de una batalla ideológica, un enfrentamiento<br />

político en medio de una Revolución en marcha a la que nadie podrá<br />

detener. En ella tomarán parte no sólo los creadores ya conocidos por su oficio,<br />

sino también los jóvenes talentos que surgen en nuestra isla y sin duda los que<br />

trabajan en otros campos de la producción y cuyo juicio es imprescindible en una<br />

sociedad integral”. “En resumen, la dirección de la Unión de Escritores y Artistas<br />

de Cuba rechaza el contenido ideológico del libro de poemas y de la obra teatral<br />

premiados. Es posible que tal medida pueda señalarse por nuestros enemigos declarados<br />

o encubiertos y por nuestros amigos confundidos como un signo de endurecimiento.<br />

Por el contrario, entendemos que ella será altamente saludable para<br />

la Revolución porque significa su profundización y su fortalecimiento al plantear<br />

abiertamente la lucha ideológica”.<br />

27


28<br />

Sin embargo, el caso Padilla no había comenzado con el concurso, el premio y<br />

la publicación a regañadientes. Tenía antecedentes que los cubanos no conocieron<br />

y que algunos pocos supieron: la lucha burocrática y las presiones para evitar el<br />

premio a Padilla. La historia la contó el poeta Manuel Díaz Martínez, quien había<br />

sido uno de los jurados del premio de Padilla y que había ganado el mismo premio<br />

de la UNEAC en 1967. El antecedente del conflicto había apuntado ya una<br />

dura polémica entre Padilla y Lisandro Otero, uno de los intelectuales oficiales<br />

de Castro. Padilla se había quejado por escrito que en la difusión de novelas que<br />

compitieron por el premio Biblioteca Breve de Seix Barral le hubieran dado espacio<br />

en el suplemento El Caimán Barbudo a una novela de Otero —Pasión de<br />

Urbino— que no había ganado y no a Tres tristes tigres de Cabrera Infante que sí<br />

había ganado el premio. Padilla se había referido entonces a las nefastas consecuencias<br />

de la estalinización de la cultura en Cuba.<br />

Con ese antecedente y la polémica alrededor de la política cultural del socialismo<br />

cubano, Padilla había enviado su libro Fuera del juego al concurso de la<br />

UNEAC. Con algunos versos críticos al estalinismo, sin duda que Padilla había<br />

previsto la dimensión del conflicto. Díaz Martínez no lo escribió en su texto pero<br />

dejó entrever que Padilla había llegado al concurso envuelto en el escándalo cultural<br />

con los redactores de El Caimán Barbudo. Poco a poco, Díaz Martínez fue<br />

sintiendo las presiones para evitar que el poemario de Padilla, que se perfilaba<br />

como favorito, fuera el ganador. Díaz Martínez, por cierto, formaba parte de la<br />

estructura cultural del gobierno cubano: era en ese entonces redactor jefe de La<br />

Gaceta de Cuba de la UNEAC.<br />

Fidel Castro con Gabriel García Márquez y Felipe López Caballero


Díaz Martínez contó en su versión del caso Padilla que él mismo contaba ya<br />

con problemas culturales. Durante el proceso de la llamada “microfracción”, Díaz<br />

Martínez había sido castigado. Ese proceso fue una dura lucha por posiciones<br />

políticas entre grupos del viejo Partido Socialista Popular y el nuevo Partido Comunista<br />

de Cuba. Juzgado militarmente por delitos de opinión y de pensamiento,<br />

Díaz Martínez recordó que había sido encontrado “culpable de debilidad política”<br />

por no haber denunciado a otro microfraccionario estalinófilo y prosoviético que<br />

intentó reclutarlo. Asimismo, Díaz Martínez había manifestado su apoyo al grupo<br />

democratizador de Praga, dirigido por Alexander Dubcek, pero luego de que Castro<br />

apoyó la invasión de los tanques soviéticos. A Díaz Martínez lo castigaron con<br />

la prohibición de ocupar cargos ejecutivos, administrativos, políticos o militares<br />

durante tres años y lo condenaron a “pasar a la producción” como obrero.<br />

Con esos antecedentes, Díaz Martínez fue jurado junto con otra figura polémica<br />

de la cultura cubana: José Lezama Lima, uno de los más grandes poetas y<br />

narradores. Lezama había sido jurado del premio Casa de las Américas, pero su<br />

falta de involucramiento con la Revolución Cubana y su homosexualismo había<br />

sido colocado en el cajón de los disidentes peligrosos. Sin embargo, el peso internacional<br />

de Lezama impedía cualquier agresión, aunque durante años había sido<br />

marginado de la vida cultural oficial. Los intelectuales por excelencia de Cuba<br />

eran Alejo Carpentier, Nicolás Guillén y Roberto Fernández Retamar.<br />

Como el poemario de Padilla se perfilaba como el posible ganador, las presiones<br />

oficiales sobre el jurado comenzaron a crecer para evitar el dictamen final.<br />

Díaz Martínez reveló entonces que un día recibió la visita del poeta Roberto<br />

Branly, quien acababa de verse con el teniente Luis Pavón, director de la revista<br />

Verde Olivo, órgano oficial de las fuerzas armadas y por tanto terreno exclusivo<br />

de Raúl Castro, hermano de Fidel. “Confidencialmente” le habían dicho a Branly<br />

que el premio a Padilla sería considerado “contrarrevolucionario” e iba a provocar<br />

graves problemas.<br />

“No me di por enterado”, escribió Díaz Martínez, “y en la reunión del jurado<br />

sostuve que Fuera del juego era crítico pero no contrarrevolucionario, más bien<br />

revolucionario por crítico, y que merecía el premio por su sobresaliente calidad<br />

literaria”. Los otros miembros del jurado coincidieron con este criterio. “No<br />

hubo cabildeo, nadie tuvo que convencer a nadie de nada”. Pero sí hubo presiones<br />

del lado contrario: “sí hubo cabildeo, en cambio, por parte de la UNEAC<br />

para que no le diéramos el premio a Padilla. Nicolás Guillén visitó a Lezama e<br />

intentó disuadirlo”.<br />

Los intentos por evitar la premiación a Padilla llegaron al punto de que Guillén<br />

—el poeta cubano del songorocosongo y candidato oficial a todos los premios<br />

nacionales e internacionales— envió a David Chericián, cuyo libro competía con<br />

el de Padilla, a casa del jurado José Zacarías para “que persuadiese al viejo poeta<br />

izquierdista de lo negativo que sería para la revolución que se premiara Fuera del<br />

juego”. Zacarías se indignó, corrió a Chericián de su casa y le llamó a Guillén por<br />

teléfono para increparlo por pretender coaccionarlo. Asimismo, el poeta y cuentista<br />

Félix Pita Rodríguez, presidente de la sección literatura de la UNEAC “me<br />

aconsejó que desistiera de votar por Padilla”, contó Díaz Martínez.<br />

29


30<br />

Los intentos por quebrar al jurado llegaron al grado de extender el castigo<br />

a Díaz Martínez por su juicio ideológico al terreno de las sanciones “ideológico-educativas”<br />

para sacarlo del jurado. El poeta contó cómo llevó el asunto<br />

hasta el comité central del Partido Comunista, con el enojo de Guillén. Los burócratas<br />

lograron su cometido…, pero sólo por unas horas. Díaz Martínez salió<br />

del jurado del premio de poesía de la UNEAC. Al final de una noche de sábado,<br />

Lezama Lima le llamó por teléfono a Díaz Martínez para decirle: “joven, campanas<br />

de gloria suenan, usted ha sido repuesto en el jurado”. La intervención de<br />

Carlos Rafael Rodríguez, comunista y tercer hombre en la jerarquía de Cuba,<br />

había sido decisiva.<br />

El costo iba a ser alto. Díaz Martínez fue de todos modos castigado y destituido<br />

de su cargo de jefe de redacción de La Gaceta de Cuba, lo acusaron de conspirar<br />

contra Cuba por cartas que le había escrito a Severo Sarduy y lo espiaron hasta<br />

quitarle la privacidad. Ya publicitado el premio a favor de Padilla, la UNESA hizo<br />

de todos modos un foro a modo de juicio contra el libro Fuera del juego y contra<br />

el jurado que lo premió. Pita Rodríguez, narrador pero burócrata de la cultura<br />

castrista, dijo que “el problema, compañeros y compañeras, es que existe una<br />

conspiración de intelectuales contra la Revolución”. Como castigo, la UNEAC no<br />

le entregó a Padilla y al dramaturgo Antón Arrufat el premio en metálico de mil<br />

pesos cubanos ni el viaje prometido a Moscú.<br />

El criterio oficial, incluido en el inusual y sorprendente prólogo de la UNEAC<br />

para desprestigiar y limitar la lectura del libro publicado, rayaba en la politización<br />

de un asunto cultural: “nuestra convicción revolucionaria”, decían los redactores<br />

de la Unión, “nos permite señalar que esa poesía y ese teatro sirven a nuestros<br />

enemigos y sus autores son los artistas que ellos necesitan para alimentar el caballo<br />

de Troya a la hora en que el imperialismo se decida a poner en práctica su política<br />

de agresión bélica frontal contra Cuba”. El criterio policiaco también operó<br />

con eficacia: la oficina de Díaz Martínez fue saqueada y dispersados sus papeles<br />

como un aviso de que la Revolución iba a confrontarlo con todas las armas.<br />

La persecución no cesó. Díaz Martínez reveló en su texto del caso Padilla que<br />

en noviembre de 1968 apareció un texto difamatorio en las páginas de Verde Olivo<br />

firmado por un tal Leopoldo Ávila para atacar sin piedad a Padilla, a Virgilio<br />

Piñera, a Antón Arrufat, a Rodríguez Llois, a Cabrera Infante y a muchos otros<br />

tachados de enemigos de la Revolución. El texto era rabioso y hacia acusaciones<br />

de homosexualidad y acusaba a Cabrera Infante de ser agente de la CIA.<br />

VI<br />

La segunda fase del caso Padilla estalló en abril de 1971, casi tres años<br />

después del affaire del premio de poesía. Padilla fue arrestado por razones políticas,<br />

encarcelado dos semanas y liberado a cambio de una confesión de errores<br />

revolucionarios para delatar a los cómplices de la conspiración. Esta segunda<br />

parte de la historia tenía un antecedente. El escritor chileno y diplomático Jorge<br />

Edwards había sido designado encargado de negocios de Chile en Cuba y en-


viado a La Habana a instalar la embajada formal. Gobernado por el socialista<br />

Salvador Allende, Chile había sido el primer país en restaurar relaciones diplomáticas<br />

con Cuba desde la ruptura de 1962 organizada por Estados Unidos a<br />

través de la OEA. A excepción de México, todos los países del área rompieron<br />

relaciones diplomáticas con Cuba.<br />

La designación de Edwards no había sido bien recibida por Cuba, pero nada<br />

hicieron para impedirla. Edwards llegaba no sólo con trabajo diplomático de carrera<br />

sino por su excelente relación personal y literaria con el poeta Pablo Neruda,<br />

candidato presidencial del Partido Comunista Chileno que había renunciado a<br />

favor de la nominación de Allende como candidato único de la Unidad Popular.<br />

Edwards debía de abrir la embajada, entregarla al que sería nuevo embajador e<br />

incorporarse a la embajada de Chile en París con Neruda.<br />

Edwards había trabado una buena relación con Cuba. En 1968 había sido jurado<br />

del género cuento del premio Casa de las Américas, en la que había sido<br />

galardonado Norberto Fuentes por su libro Condenados de Condado. Entre otros,<br />

un compañero de jurado de Edwards había sido Rodolfo Walsh, un extraordinario<br />

escritor y militante político que sería asesinado años después por la dictadura<br />

argentina. En un prólogo a una edición posterior de esos cuentos, Fuentes narró<br />

la irritación de Castro por la premiación a un libro que hablaba de algunas de las<br />

víctimas campesinas de la Revolución Cubana. Sin control, Fidel Castro lanzó el<br />

libro contra la pared y gritó que era un desperdicio gastar papel en esas obras que<br />

en nada ayudaban a concienciar a la gente.<br />

El jurado y el libro premiado de Fuentes —como preludio a lo que vendría después<br />

con Fuera del juego— fueron destrozados en la revista Verde Olivo de Raúl<br />

Castro. En su libro de memorias sobre su estancia habanera, Edwards escribió que<br />

“los cuentos de Norberto Fuentes transcurren en los parajes de Escambray, donde<br />

la huella de las balas da testimonio de la violencia y el dramatismo de la lucha.<br />

Pero Fuentes, que lo había hecho como cronista, no quiso como narrador dividir el<br />

mundo en blanco y negro, con lo cual toco el dogma de la inmaculada pureza del<br />

ejército revolucionario, de su disciplina, una de las divinidades intocables en el<br />

altar de la Salud Pública. Todo está dicho en las viejas páginas de Michelet sobre<br />

el Comité, sobre Robespierre, sobre la Revolución y sobre la guillotina”.<br />

Edwards narró los incidentes de su corta estancia de casi cuatro meses en<br />

Cuba en su libro Persona non grata, que fue editado con censuras y autocensuras<br />

en 1973 antes de la caída de Allende y que después apareció ya sin ningún<br />

recorte. Durante esos meses, Edwards tuvo muchas reuniones con intelectuales<br />

disidentes, sobre todo con Lezama Lima y con Heberto Padilla. Las reuniones,<br />

realizadas en el hotel Habana Libre, habían sido grabadas por la policía política<br />

de Castro. Con el contenido de las grabaciones, Castro le pidió a Allende<br />

que sacara a Edwards de Cuba porque se había convertido en un enemigo de<br />

la Revolución. Edwards abandonó Cuba echado por Castro y se incorporó a la<br />

embajada de París con Pablo Neruda.<br />

La salida de Edwards de La Habana ocurrió horas después de haberse dado<br />

el arresto de Padilla. Con Padilla en la cárcel y a punto de tomar el avión para<br />

salir de Cuba, Edwards fue llevado ante Castro para una ácida conversación de<br />

31


32<br />

despedida que narra en su libro. Pero nada hizo dar marcha atrás a las ruedas<br />

del molino del socialismo cubano. Padilla se quedó en la cárcel, fue obligado<br />

a delatar a amigos escritores que conspiraban —en el lenguaje de las autoridades<br />

cubana— contra la Revolución. Luego fue despedido de sus trabajos y<br />

enviado a hacer traducciones. Enfermo, tuvo que recluirse mucho tiempo. En<br />

1980, por una campaña internacional, salió de La Habana exiliado rumbo a<br />

Estados Unidos.<br />

Pero el desgarramiento interno de Padilla no fue comprendido por la Revolución.<br />

Días antes de su arresto, Padilla fue entrevistado por Cristián Huneeus y<br />

ahí habló de sus contradicciones internas. Contó que los escritores latinoamericanos<br />

que vivían en regímenes no socialistas hablaban del socialismo como de<br />

una esperanza. “Los latinoamericanos viven todavía una fase épica en su literatura,<br />

es decir, que el socialismo es para ellos un propósito a cumplir, pero que en<br />

modo alguno exigiría una reflexión sobre su práctica, sobre su existencia. Pero<br />

nosotros, a 13 ó 10 años, de haberse creado en Cuba una sociedad socialista, no<br />

podemos escribir ya en la misma forma. A tal punto la experiencia histórica nos<br />

ha marcado”.<br />

La aprehensión de Padilla detonó un escándalo cultural internacional. Si el<br />

argumento de las autoridades cubana insistió en el hecho de que Padilla realizaba<br />

actividades personales contrarrevolucionarias —que en realidad eran de crítica al<br />

sistema socialista—, los intelectuales llevaron el asunto al tema de la libertad de<br />

creación. Una carta apareció en el diario Le Monde de Francia firmada por Jean<br />

Paul Sartre, Somine de Beuavoir, Susan Sontag, Julio Cortázar, Mario Vargas<br />

Llosa, Juan Goytisolo. Después, en 1972, Cortázar trataría de matizar su adhesión<br />

en contra del encarcelamiento de Padilla en una carta enviada a Haydée Santamaría,<br />

directora de la Casa de las América, acreditando la dureza de la misiva<br />

de los 50 intelectuales a la ausencia de información. Pero ocurrió que nadie en<br />

Cuba se atrevió a dar más información que la policía. Y luego Santamaría acusó a<br />

Vargas Llosa de “escritor colonizado, despreciador de nuestros pueblos, vanidoso,<br />

confiado en que escribir bien no sólo hace perdonar actuar mal, sino que permite<br />

enjuiciar a todo un proceso grandioso como la Revolución Cubana. Que a pesar<br />

de sus errores humanos, es el más gigantesco esfuerzo hecho hasta el presente<br />

por instaurar en nuestras tierras un régimen de justicia”. Años después Haydée<br />

Santamaría se suicidaría decepcionada por el socialismo cubano.<br />

La carta de autocrítica de Padilla no causó gran conmoción porque todos vieron<br />

detrás la mano autoritaria del régimen cubano. Inusitadamente, Padilla elogiaba<br />

a los organismos de seguridad de Cuba y a sus anteriores enemigos literarios,<br />

censuró a sus amigos y hasta a su propia esposa y a los intelectuales que lo<br />

defendieron. No era el Padilla que conocía, el Padilla que había polemizado en<br />

1968 con Lisandro Otero y a propósito del cual había escrito padilla: “ciertos marxistas<br />

religiosos asegurar por ahí que el revolucionario verdadero es el que más<br />

humillaciones soporta; no el más disciplinado, sino el más obediente; no el más<br />

digno, sino el más manso. Allá ellos. Yo admiraré siempre al revolucionario que<br />

no acepta humillaciones de nadie, y menos a nombre de la revolución que rechaza<br />

tales procedimientos”.


La carta de los intelectuales a Fidel Castro del 9 de abril de 1971 contenía un<br />

acto de fe en Cuba pero también una severa crítica a la perversión autoritaria de la<br />

revolución: “los abajo firmantes, solidarios con los principios y objetivos de la revolución<br />

cubana, se dirigen a usted para expresar su preocupación ante el arresto<br />

del poeta y escritor Heberto Padilla y para solicitar a usted se tenga a bien examinar<br />

la situación creada por dicho arresto. Considerando que el gobierno cubano no<br />

ha evacuado hasta el momento ninguna información sobre la materia, empezamos<br />

a temer el resurgimiento de un proceso de sectarismo más fuerte y más peligroso<br />

que aquel denunciado por usted en marzo de 1962 y al que el comandante Che<br />

Guevara hiciera alusión muchas veces cuando denunciaba la supresión del derecho<br />

de crítica en el seno de la revolución.<br />

“En momento en que se instaura un gobierno socialista en Chile y en que la<br />

nueva situación creada en Perú y Bolivia (golpes militares de generales de izquierda)<br />

facilita la ruptura del bloqueo criminal contra Cuba por el imperialismo<br />

norteamericano, el recurso a los métodos represivos contra los intelectuales y artistas<br />

que han ejercido el derecho a la crítica en la revolución no puede tener sino<br />

una repercusión profundamente negativa entre las fuerzas antiimperialistas del<br />

mundo entero, y más especialmente de la América Latina, donde la Revolución<br />

Cubana es un símbolo y una bandera. Agradeciendo de antemano la atención que<br />

usted se sirva dispensar a esta solicitud, reafirmamos nuestra solidaridad con los<br />

principios que guiaron la lucha en la Sierra Maestra y que el gobierno revolucionario<br />

ha expresado tantas veces a través de la palabra y la acción de su primer ministro,<br />

del comandante Che Guevara y de otros tantos dirigentes revolucionarios”.<br />

Las firmas fueron muchas: Carlos Barral (editor de la editorial Seix Barral),<br />

Simone De Beauvoir, Italo Calvino, Fernando Claudín (comunista español), Julio<br />

Cortázar, Jean Daniel (director de Le Nouvel Observateur), Marguerite Duras,<br />

Hans Magnus Ensenberger, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Juan<br />

Goytisolo, Alberto Moravia, Maurice Nadeau, Octavio paz, Rossana Rossanda,<br />

Claude Roy, Jan Paul Sartre, Jorge Semprún (ex jurado del premio Casa de las<br />

Américas y luego comunista echado del PC español por demócrata) y Mario<br />

Vargas Llosa, entre otros.<br />

La respuesta del gobierno nunca llegó directa pero sí indirecta. El gobierno<br />

preparaba la realización del primer gran encuentro de intelectuales y artistas en<br />

mayo. Por tanto, el arresto de Padilla parecía parte del escenario preparado por<br />

Fidel Castro para darle sentido, orientación y contenido al congreso cultural. En<br />

el discurso oficial, Castro se refirió con desprecio a los intelectuales que asumen<br />

actitudes críticas contra la Revolución. Se trataba de un discurso que seguía la<br />

línea del de 1961 a propósito del documental P.M. y del papel de Cabrera Infante<br />

en la apertura crítica de los medios del gobierno y en donde fijó el criterio autoritario<br />

de que “con la revolución, todo; contra la revolución, nada”. En 1971, Castro<br />

afirmó: “algunos (intelectuales) retratados aquí con lúcidos y nítidos colores hasta<br />

trataron de presentarse como simpatizantes de la revolución”. Pero había entre<br />

ellos más de un “pájaro de cuenta”.<br />

Castro perdió la medida del tema y habló de los intelectuales que estaban<br />

“locos de remate”, “adormecidos hasta el infinito”, “marginados de la realidad del<br />

33


34<br />

mundo”, de los que ven problemas en Cuba cuando se trata de “dos o tres ovejas<br />

descarriadas”, los intelectuales que “no tienen derecho de seguir sembrando el<br />

veneno y la insidia dentro de las Revolución, los que “no ven que los problemas<br />

reales de Cuba son los de un país amenazado por el bloqueo, por las armas de todo<br />

tipo, hasta bacteriológicas”. Dogmático, Castró sacó la Revolución Cubana del<br />

debate y dijo que el socialismo “no puede servir de pretexto a los semi izquierdistas<br />

descarados que pretenden ganar laureles en París, Londres, Roma”. Acusó<br />

a los intelectuales que “en vez de estar en las trincheras del combate, viven en los<br />

salones burgueses a diez mil millas de los problemas, usufructuando un poquito<br />

las platas que ganaron cuando pudieron ganar algo”. Se refirió a “estos señores<br />

intelectuales burgueses y liberalistas burgueses y agentes de la CIA ya no vendrán<br />

a hacer el papel de jueces de concursos, ya no tendrán entrada a Cuba. Cerrada la<br />

entrada indefinidamente, por tiempo indefinido, y por tiempo infinito”.<br />

Para Castro, la función del intelectual y del escritor era la de producir obras<br />

para apoyar al proceso revolucionario. “Es ilógico que falten libros de formación<br />

infantil mientras la minoría privilegiada continúa escribiendo cuestiones de las<br />

que no deriva ninguna utilidad, que son expresiones de decadencia”. Para Castro,<br />

los intelectuales se consideraban “un grupito que ha monopolizado el título de<br />

trabajador intelectual”. “Esos intelectuales aquí han estado recibiendo premios<br />

señorones escritores de basura”. La tesis no pudo dejar de emitirse: “nosotros,<br />

en un proceso revolucionario, valoramos las actividades culturales y artísticas en<br />

función del valor que le entreguen al pueblo, de lo que aporten a la felicidad<br />

del pueblo. Nuestra valoración es política”.<br />

Los desplegados de los intelectuales en realidad no le preocupaban a Castro.<br />

Se lo dijo a Edwards en su conversación de marzo de 1971: “ya sabemos que<br />

ahora se ha puesto de moda en Europa atacarnos entre los que se llaman intelectuales<br />

de izquierda. ¡Eso no nos importa! ¡Esos ataques nos tienen absolutamente<br />

sin cuidado!” El caso Padilla de 1971 había llevado a Cuba al endurecimiento<br />

político, ideológico y cultural y muchos intelectuales solidarios con el proceso revolucionario<br />

estaban siendo dejados a la vera del camino. La Revolución Cubana<br />

no admitía sino lealtades a ciegas, acríticas.<br />

El enfriamiento sentimental de la izquierda hacia Cuba dejó aislado a Castro.<br />

Paz rompió definitivamente con el autoritarismo cubano. Carlos Fuentes mantuvo<br />

la distancia crítica. Regis Debray se desencantó de la vía armada y luego corrigió<br />

su ensayo Revolución en la Revolución con dos libros sobre el fin de la vía armada<br />

y terminó su ruptura en Alabados sean nuestros señores. García Márquez prefirió<br />

la amistad con Castro y ayudar a salir de Cuba a escritores malditos. Semprún,<br />

también jurado del premio Casa de las Américas, luchó contra el autoritarismo<br />

del comunismo español y fue echado junto con Claudín, como lo narra en su libro<br />

Autobiografía de Federico Sánchez. Cortázar siguió fiel pero siempre mal comprendido<br />

y sufrió mucho las críticas cubanas hacia su literatura fantástica, aunque<br />

se alejó sentimentalmente de Cuba y prefirió el sandinismo de Nicaragua, aunque<br />

no pudo ver su decadencia también autoritaria y corrupta. De todos ellos, Vargas<br />

Llosa fue no sólo el más coherente sino el más lúcido en sus argumentaciones en<br />

contra del autoritarismo de Castro y de la Revolución Cubana.


C o l e c c i ó n<br />

Archivo<br />

Carlos Ramírez /<br />

Proyecto México Contemporáneo 1970 - 2020<br />

1. Salinas de Gortari, candidato de la crisis.<br />

2. El proyecto salinista.<br />

3. El nuevo sistema político mexicano.<br />

4. La vida en México en el periodo presidencial del Sup Marcos.<br />

5. Las muchas crisis del sistema político mexicano.<br />

6. El nuevo sistema político mexicano.<br />

7. La polémica Sartre-Camus.<br />

8. Carlos Fuentes: el pensamiento Manchuria.<br />

9. Narcotráfico y violencia: vidas paralelas.<br />

10. Las estaciones políticas de Octavio Paz.<br />

11. El crimen del padre Leñero.<br />

12. Manuel Buendía 1948-1984.<br />

Periodismo como compromiso social.<br />

13. La posdemocracia en México.<br />

14. México: hacia un nuevo consenso posrevolucionario.<br />

Lázaro Cárdenas, la izquierda y la última muerte<br />

de la Revolución Mexicana.<br />

15. Los intelectuales en el reino de PRIracusa.<br />

La parresia de Gabriel Zaid.<br />

16. Los intelectuales inventaron a Fidel Castro.<br />

17. Benedetti, el último comisario del Camelot tropical.<br />

18. Emilio Rabasa: prensa y poder en el siglo XIX.<br />

19. Carlos María de Bustamante (1874-1848).<br />

Los intelectuales y la política en el México independiente.<br />

20. García Márquez no le torció el cuello al cisne.<br />

31. De cómo Cuba y Fidel Castro castraron literariamente a Cortázar<br />

32. Cortázar en París<br />

33. Una entrevista inédita con Cortázar<br />

34. El cuento de Cortázar<br />

35. La Maga, modelo para armar<br />

36. Los intelectuales inventaron a Fidel Castro<br />

35


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