Literatura
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formados de su gobierno. En las reuniones se transmitió el documental y luego el<br />
presidente Osvaldo Dorticós abrió la discusión sobre la película y, de paso, sobre la<br />
situación del intelectual dentro de la Revolución. Guillermo Cabrera Infante contó<br />
después que nadie quiso hablar pero “de pronto la persona más improbable, toda<br />
tímida y encogida, se levantó de su asiento y parecía que iba a darse a la fuga pero<br />
fue hasta el micrófono de las intervenciones y declaró: yo quiero decir que tengo<br />
mucho miedo. No sé por tengo ese miedo pero es todo lo que tengo para decir”.<br />
Era Virgilio Piñera, poeta, jurado del Premio Casa de las Américas, ganador de<br />
uno de esos premios y luego perseguido político por sus ideas exclusivistas pero<br />
sobre todo por su homosexualismo. El miedo de Piñera revelaba la primera ruptura<br />
de los intelectuales respecto a la Revolución. La Revolución Cubana había<br />
perdido su generosidad. Si la revolución socialista se había ofrecido como liberadora<br />
de la opresión del viejo régimen capitalista, bien pronto exhibió su rostro de<br />
puño cerrado. Y si el socialismo era el sistema de la alegría, el miedo de Piñera<br />
simbolizaba los sentimientos de los intelectuales frente al uso de la fuerza por el<br />
poder y sobre todo indicaba muy pronto el ascenso de Fidel Castro a la cúspide<br />
del poder represor.<br />
Luego de un debate intimidado por la presencia de altos funcionarios del gobierno<br />
y del propio Castro y a partir de la experiencia de que el gobierno decidía<br />
cargos, ingresos y permisos para los creadores, Fidel Castro hizo uso de la palabra<br />
y pronunció uno de sus discursos más famosos: “Palabras a los intelectuales”. El<br />
líder guerrillero que en 1969 sería propuesto por Collazos como la síntesis entre el<br />
revolucionario y el intelectual definió la línea autoritaria del gobierno castrista: “con<br />
la revolución, todo; contra la revolución, nada”. El mensaje había sido muy claro:<br />
la creación intelectual debería de subordinarse a las exigencias políticas. La crítica,<br />
por tanto, estaba cancelada. Las primeras decisiones posteriores a ese discurso fueron<br />
muy claras: prohibición definitiva a la exhibición del documental P.M, cancelación<br />
del espacio de televisión que se había abierto para las discusiones y sobre todo<br />
el fin del suplemento Lunes de Revolución aduciendo falta de papel.<br />
La línea contenidista del arte fue privilegiada por la Revolución después de<br />
junio de 1961. Los premios Casa de las Américas debían de ser asignados a los<br />
que exaltaban la Revolución. El arte fue sometido a la política. Y los intelectuales<br />
debieron de ser calificados no en función del talento de sus obras sino de su apoyo<br />
a la Revolución. Un caso fue significativo: cuando apareció la novela Rayuela de<br />
Julio Cortázar, los intelectuales del régimen cubano la exaltaron pero no por su<br />
propuesta revolucionaria en lenguaje, estilo y contenido sino por el hecho de que<br />
su autor era amigo “incondicional” de la Revolución Cubana. En una carta del 17<br />
de agosto de 1964, Cortázar le agradece a Fernández Retamar, el intelectual burócrata<br />
por excelencia de Cuba, sus conceptos. Cortázar, por cierto, se congratula de<br />
una frase de Fernández Retamar sobre la novela: “¿de modo que se puede escribir<br />
así por uno de nosotros?”.<br />
El idilio duraría poco. En 1969 Cortázar se había alejado de los criterios de<br />
amistad de la Revolución Cubana y en 1968 había apoyado a Padilla. Por tanto,<br />
Rayuela había sido sometida a una nueva lectura. En su texto de septiembre de<br />
1969, el escritor colombiano pero cercano a los afectos a la Revolución Cubana