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Literatura

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mundo”, de los que ven problemas en Cuba cuando se trata de “dos o tres ovejas<br />

descarriadas”, los intelectuales que “no tienen derecho de seguir sembrando el<br />

veneno y la insidia dentro de las Revolución, los que “no ven que los problemas<br />

reales de Cuba son los de un país amenazado por el bloqueo, por las armas de todo<br />

tipo, hasta bacteriológicas”. Dogmático, Castró sacó la Revolución Cubana del<br />

debate y dijo que el socialismo “no puede servir de pretexto a los semi izquierdistas<br />

descarados que pretenden ganar laureles en París, Londres, Roma”. Acusó<br />

a los intelectuales que “en vez de estar en las trincheras del combate, viven en los<br />

salones burgueses a diez mil millas de los problemas, usufructuando un poquito<br />

las platas que ganaron cuando pudieron ganar algo”. Se refirió a “estos señores<br />

intelectuales burgueses y liberalistas burgueses y agentes de la CIA ya no vendrán<br />

a hacer el papel de jueces de concursos, ya no tendrán entrada a Cuba. Cerrada la<br />

entrada indefinidamente, por tiempo indefinido, y por tiempo infinito”.<br />

Para Castro, la función del intelectual y del escritor era la de producir obras<br />

para apoyar al proceso revolucionario. “Es ilógico que falten libros de formación<br />

infantil mientras la minoría privilegiada continúa escribiendo cuestiones de las<br />

que no deriva ninguna utilidad, que son expresiones de decadencia”. Para Castro,<br />

los intelectuales se consideraban “un grupito que ha monopolizado el título de<br />

trabajador intelectual”. “Esos intelectuales aquí han estado recibiendo premios<br />

señorones escritores de basura”. La tesis no pudo dejar de emitirse: “nosotros,<br />

en un proceso revolucionario, valoramos las actividades culturales y artísticas en<br />

función del valor que le entreguen al pueblo, de lo que aporten a la felicidad<br />

del pueblo. Nuestra valoración es política”.<br />

Los desplegados de los intelectuales en realidad no le preocupaban a Castro.<br />

Se lo dijo a Edwards en su conversación de marzo de 1971: “ya sabemos que<br />

ahora se ha puesto de moda en Europa atacarnos entre los que se llaman intelectuales<br />

de izquierda. ¡Eso no nos importa! ¡Esos ataques nos tienen absolutamente<br />

sin cuidado!” El caso Padilla de 1971 había llevado a Cuba al endurecimiento<br />

político, ideológico y cultural y muchos intelectuales solidarios con el proceso revolucionario<br />

estaban siendo dejados a la vera del camino. La Revolución Cubana<br />

no admitía sino lealtades a ciegas, acríticas.<br />

El enfriamiento sentimental de la izquierda hacia Cuba dejó aislado a Castro.<br />

Paz rompió definitivamente con el autoritarismo cubano. Carlos Fuentes mantuvo<br />

la distancia crítica. Regis Debray se desencantó de la vía armada y luego corrigió<br />

su ensayo Revolución en la Revolución con dos libros sobre el fin de la vía armada<br />

y terminó su ruptura en Alabados sean nuestros señores. García Márquez prefirió<br />

la amistad con Castro y ayudar a salir de Cuba a escritores malditos. Semprún,<br />

también jurado del premio Casa de las Américas, luchó contra el autoritarismo<br />

del comunismo español y fue echado junto con Claudín, como lo narra en su libro<br />

Autobiografía de Federico Sánchez. Cortázar siguió fiel pero siempre mal comprendido<br />

y sufrió mucho las críticas cubanas hacia su literatura fantástica, aunque<br />

se alejó sentimentalmente de Cuba y prefirió el sandinismo de Nicaragua, aunque<br />

no pudo ver su decadencia también autoritaria y corrupta. De todos ellos, Vargas<br />

Llosa fue no sólo el más coherente sino el más lúcido en sus argumentaciones en<br />

contra del autoritarismo de Castro y de la Revolución Cubana.

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