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Literatura

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a la revolución y a los revolucionarios. En el número de marzo-abril de 1966, la<br />

revista Casa de las Américas —un centro de agitación de la propaganda intelectual<br />

de la revolución cubana— publicó el texto de Debray titulado “El papel del<br />

intelectual en los movimientos de liberación”.<br />

El razonamiento de Debray fue, de origen, el del compromiso. Escribió que<br />

correspondía al pueblo, el campesino y el obrero, concluir si “sienten en su lucha<br />

la necesidad del intelectual”. El intelectual debería, en consecuencia, esperar<br />

el directamente del pueblo, a menos, decía que el intelectual “haya participado<br />

realmente en un combate armado”. Debray fue el promotor de la “teoría del salto<br />

cualitativo del intelectual”: pasar de “intelectual” y “sabio” a la fase de “revolucionario”.<br />

A partir del papel del intelectual como factor revolucionario, Debray<br />

dio su propio salto cualitativo: convertir al intelectual en revolucionario. “Corresponde<br />

igualmente a los intelectuales desencadenar (subrayado de Debray) la lucha:<br />

Fidel, Luis de la Puente, Douglas Bravo y tantos otros”. Debray consideraba<br />

que en un país sin pasado obrero y sin organizaciones revolucionarias, los intelectuales<br />

deberían asumir el liderazgo revolucionario de la sociedad. “El castrismo<br />

reclama mucho del intelectual: le pide que sepa aprender una humildad alerta”.<br />

Pero la propuesta de Debray tenía un punto de partida audaz: asumir a los líderes<br />

de la revolución cubana no sólo como intelectuales —en realidad eran clase<br />

media ilustrada y educada: Castro como abogado y el Che como médico— en<br />

funciones de acto revolucionario, sino como prototipos de intelectuales. A partir<br />

de los modelos de Ernest Hemingway, John Dos Passos y André Malraux —los<br />

dos primeros combatieron en la guerra civil española junto a los republicanos y<br />

Malraux también en la resistencia francesa contra los nazis—, Debray encontraba<br />

una fusión a priori. Su análisis se sustentaba, por cierto, en una opinión de Malraux<br />

sobre el hecho de que el acto intelectual no se consumaba en libros sino que<br />

se refería a la posesión de “una sola idea, por elemental que ésta pueda ser”.<br />

Para el Debray revolucionario, en consecuencia, el valor del intelectual no se<br />

agotaba en la reflexión sino que se consumaba en la acción: intelectual y además<br />

revolucionario. “El secreto del valor del intelectual no reside en lo que éste piensa,<br />

sino en relación entre lo que piensa y lo que hace”. Pensar no basta, escribió<br />

el Debray de 1966; es “necesario aprender de y en la lucha revolucionaria”. La<br />

conclusión de Debray se convirtió en uno de los factores del estalinismo intelectual<br />

de Castro desde aquellos años hasta el 2003 del encarcelamiento de disidentes<br />

por no pensar con la revolución cubana: “hombres nacidos de esta América, como<br />

Fidel Castro y Ernesto Guevara, ¿no delinean, sin ellos ni nosotros saberlo, la<br />

verdadera figura del intelectual, elevada a su más alta incandescencia?”<br />

Si la función del intelectual es la de pensar la realidad para criticarla, Debray<br />

había subordinado la tarea intelectual a los objetivos de la revolución. Lo<br />

escribió claramente en las conclusiones de ¿Revolución en la revolución?: “no<br />

escapa a nadie que hoy, en América Latina, la lucha contra el imperialismo es<br />

decisiva. Si es decisiva, todo lo demás es secundario”. Esta reflexión de 1967<br />

de Debray es exactamente la misma de Fidel Castro en su ofensiva represiva del<br />

2003: acallar la disidencia porque la lucha contra el imperialismo norteamericano<br />

es decisiva para Cuba.<br />

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