Perdidos en la nieve

DRAMA DE LA VIDA REAL
PERDIDOS
EN LA NIEVE

Pese a sus grandes habilidades de supervivencia,
esta pareja finlandesa estuvo en grave peligro.
LISA FITTERMAN
LIISA Y TUOMO PELTOLA SALEN de su bungaló en
un barrio boscoso de Turku, una pequeña ciudad en el
suroeste de Finlandia. Son casi las 8:00 de una soleada
mañana de sábado a finales de marzo de 2015. El clima
es fresco, pero el tiempo promete tornarse cálido pronto.
Están a punto de emprender un viaje en coche para
recorrer 1,200 kilómetros y llegar a un páramo de Laponia
en el Círculo Polar Ártico, como parte de su excursión
anual de esquí de cuatro días.

SELECCIONES
La pareja revisa sus mochilas: sacos
de dormir, café instantáneo y dos
mantas impermeables que utilizarán
por la noche en las cabañas rústicas
en las que piensan pernoctar. Harán
una escala de una noche y comprarán
comida. Después de colocar los
esquís de fondo sobre la escotilla
trasera, se preparan para conducir
más de dos días y pasar Kilpisjärvi,
un asentamiento saami, pueblo indígena
también conocido como lapón.
Allí comenzarán su travesía.
Es un trayecto que no presenta ninguna
dificultad. De vez en cuando,
Liisa señala un pájaro que su esposo
mira de reojo; le ha enseñado a amar
el avistamiento de aves tanto como él.
—Los puedes ver más tiempo que yo
—refunfuña Tuomo en son de broma.
—Sí —responde ella, contenta.
Siempre ha existido una especie de
rivalidad entre la pareja, ya sea al avistar
aves, esquiar o correr. A ambos les
apasionan las carreras de orientación,
un deporte que exige ubicarse en una
zona desconocida con un mapa y una
brújula, con la naturaleza como terreno
de juego.
La excursión de esquí en Laponia
es una de sus favoritas, un recorrido
recto que ya han hecho por lo menos
cinco veces: 30 kilómetros en dirección
este, atravesando un páramo; un
paisaje alto, en su mayor parte yermo,
con colinas ondulantes, algunas subidas
empinadas y rocas escarpadas.
Aquí pueden estar solos con la naturaleza.
Unas cabañas formadas por es-
tructuras muy básicas y angostas son
su único contacto con la civilización.
Aunque llevan cuatro años casados,
se conocen hace más de 50, cuando
Liisa, quien actualmente tiene 65, era
una adolescente tímida, alta y talentosa,
con una espesa trenza rubia;
una década después ganaría el campeonato
mundial femenino de carreras
de orientación. Tuomo, casi seis
años mayor, de rasgos marcados y un
PESE A QUE HABÍAN
ESQUIADO DURANTE
CASI 3 HORAS, AÚN NO
LOGRABAN DIVISAR LA
PRIMERA CABAÑA.
sentido del humor sutil, pertenecía al
mismo club deportivo, estaba casado,
era ingeniero y topógrafo.
—En retrospectiva, jamás pensé
que me iba a enamorar de ti —recuerda
Liisa—. Pensaba que eras muy
cuadrado y aburrido.
—De alguna manera ocultamos
nuestros sentimientos —responde él.
Mientras, hubo otras bodas y niños
que criar: los tres de Liisa y el hijo y
la hija de Tuomo. En su primera cita,
hace unos 14 años, ella pensó que
solo sería un paseo por el bosque.
Para Tuomo, era algo más que eso.
—Quería besarte —admite.
Y lo hizo. Diez años después ya eran
marido y mujer.
FOTOILUSTRACIÓN DE LA PORTADILLA ANTERIOR: MAGGIE LAROUX
FOTOS: JUHO KUVA/GETTY IMAGES, WESTEND61/GETTY

FOTO: ESA URHONEN
Liisa ganó
el campeonato
mundial
femenino de
carreras de
orientación
cuando
era joven.
CUANDO LLEGAN al punto de partida
el domingo por la mañana, el
viento, que ha alcanzado una velocidad
de 72 kilómetros por hora, ha
esparcido la nieve, cubriendo todo de
blanco bajo unos espesos nubarrones
negros. Pero el tiempo no les asusta.
Como corredores de orientación, ya
se han enfrentado al mal tiempo.
Se cuelgan las mochilas, se ponen
las máscaras y las gafas protectoras y
se adentran en la tormenta. Tuomo
lidera la expedición con un mapa
arrugado y muy manoseado. Son casi
las 4 de la tarde y planean llegar a la
primera cabaña a las 7, antes de que
se haga de noche.
—Al menos podemos ver a unos
150 metros —dice Liisa.
Hoy, su ruta los tiene que llevar a
la cabaña de Lossujärvi, cerca de la
frontera con Noruega. Está a unos 12
kilómetros al este, pasando una cerca
para renos que atraviesa la región y
los pastores saami utilizan para evitar
que los renos escapen. La valla será el
indicador de Liisa y Tuomo.
Pasan 2 horas antes de que inicien
el ascenso de lo que creen que será
la última colina antes de llegar a la
cabaña; aún luchan contra el viento.
Como si se tratara de una coreografía,
empiezan a subir de lado, clavando
los cantos de los esquís en la
nieve compacta para ganar tracción.
Recorren lentamente varios cientos de
metros; para cuando llegan a la cima,
llevan casi 3 horas al aire libre. No
pueden ver con precisión en qué lugar
se encuentran. Solo saben que no
es donde deberían estar, en la cabaña.
Tienen duda de si habrán estado
dando vueltas. Liisa le pregunta a
Tuomo si la brújula se descompuso.
—No lo sé— responde él, encogiéndose
de hombros.
Puede ser por el clima o los campos
magnéticos. O quizá, como ellos,
la brújula no es capaz de distinguir
dónde acaba el cielo y empieza la tierra.
El celular tampoco tiene señal.
—Soy ingeniero —dice Tuomo—. A
veces las cosas funcionan, a veces no.
Los esposos esquían una hora más
antes de detenerse y acampar.
—Mañana sabremos dónde estamos,
cuando haya luz —añade él.

SELECCIONES
La pareja cava un agujero en la
nieve lo suficientemente ancho para
que los dos quepan dentro con sus sacos
de dormir. Usan una de las mantas
impermeables como un forro sobre el
cual acostarse, y la otra como techo
improvisado. Cenan pan, queso y
plátanos, y luego se acurrucan en sus
sacos a pasar la noche.
Para las 8 de la mañana del lunes,
Liisa había desayunado pan y queso.
Su esposo solo bebió café, pues comer
por la mañana lo hace sentir cansado.
A sus 70 años, vital y en forma, él sabe
que no se puede dar el lujo de estar
fatigado en esta excursión.
El viento sigue soplando con fuerza,
y la luz únicamente les permite ver 30
metros a la redonda cuando retoman
el camino. Tuomo está convencido de
que ayer se desplazaron demasiado
al sur. Consultan el mapa, que tiene
la medida de la cerca para renos y la
ubicación de la cabaña, pero como no
están seguros de dónde están, no les
es de mucha ayuda.
—Tenemos que dirigirnos hacia el
noreste —indica él.
Durante un lapso aproximado de 90
minutos, ambos apuestan a que van
por el camino correcto y se concentran
en las zancadas, los deslizamientos
y la respiración. Entonces, tal y
como lo había dicho Tuomo, la cerca
se eleva ante ellos, cubierta parcialmente
por la nieve.
—¡Vamos hacia la izquierda, sigamos
la valla! —grita.
Aliviados, retoman la marcha.
Sin embargo, apenas han avanzado
300 metros cuando Tuomo empieza
a sentirse mareado. Se detiene y se
apoya en los bastones para mantener
el equilibrio.
—¿Qué pasa? —pregunta Liisa.
—Tengo que descansar.
Liisa no piensa que sea algo grave.
Él tampoco. Lo único que necesita
es un minuto o dos para recuperar
el aliento. Se quedan allí de pie, bebiendo
en silencio, hasta que Tuomo
asiente. Liisa toma el mando con la
LIISA SE EMPEZÓ A
PREOCUPAR. ¿SERÁ
ALGO MÁS GRAVE QUE
FATIGA? ¿INFLUENZA?
¿Y SI MUERE?
esperanza de que su delgado cuerpo
le sirva de cortavientos a su esposo.
Liisa puede oír a Tuomo jadeando
tras ella; es el mismo ingeniero y corredor
de orientación tenaz, fuerte y
valiente que siempre ha sido capaz de
hacer lo que se propone. Consiguen
establecer un ritmo: esquían unos minutos,
se detienen para que él recupere
el aliento y comienzan de nuevo.
No pienses en el cansancio de Tuomo,
repite Liisa para sí, atinadamente.
Primero lo primero. Podemos lograrlo.
Entonces recuerda cuando era parte
del equipo nacional de corredores de

orientación, cuando ganó el campeonato
estando embarazada del mayor
de sus tres hijos; cuando luchaba con
calma contra todo, incluso contra las
náuseas matutinas.
Esto es un reto más, piensa.
Pasa el tiempo: zancada, deslizarse,
respirar… De pronto, ella se percata de
que ya no oye a su compañero.
—¡Tuomo! ¡Tuomo! —lo llama.
Por algunos segundos, nadie contesta.
Luego, oye un débil silbido.
Espera a que él la alcance.
A las 5:30 de la tarde se dan cuenta
de que tendrán que pernoctar fuera
otra vez. Ha sido un día largo y pesado.
Ya tendríamos que haber encontrado
la cabaña, piensa Liisa. Después,
dice en voz alta:
—Mañana encontraremos la cabaña.
Mientras se acomodan para pasar
otra noche en la nieve, Tuomo empieza
a temblar y tiene náuseas.
Para la mañana del martes está
peor; aun así se pone los esquís.
—Ya pasará —repone—. Tenemos
una misión: encontrar la cabaña.
El día transcurre igual que el anterior:
andar y detenerse, una y otra vez;
las paradas son cada vez más prolongadas.
Liisa se siente preocupada y
frustrada. ¿Será algo más que cansancio?
¿Influenza, quizá una infección?
Siguen esquiando, pero a media
tarde Tuomo se detiene en seco.
—Liisa, necesito dormir antes de
seguir avanzando —informa.
Está claro que algo, aparte del cansancio,
anda mal.
Liisa se angustia. Sí, siempre
duerme una siesta en casa, pero ¿y si
esta vez no despierta? No termina el
pensamiento con su conclusión lógica:
¿Y si muere?
Tuomo se acuesta en una de las
mantas impermeables. Tras una siesta
de 20 minutos avanzan otras 2 horas
hasta las 7 de la noche, cuando él ya
no puede continuar, aunque está convencido
de que la cabaña está a solo
un kilómetro, exactamente al norte. Es
como si su cuerpo fuerte hubiera sido
poseído por alguien viejo y frágil.
Arréglatelas, se dice Liisa con decisión.
Con cuidado, mete a su esposo
al saco de dormir y lo tapa con una
manta. Él se duerme al instante.
¡Tengo que hacer algo!
Liisa clava uno de los esquís de
Tuomo en la nieve, ata su lámpara en
el extremo y la enciende: eso le indicará
dónde está en la oscuridad.
Se inclina para darle un beso de
despedida y dice:
—Volveré pronto.
Luego parte en busca de la cabaña.
Son aproximadamente las 8 p.m.
EL CIELO se despeja lentamente y
la temperatura desciende a 5 grados
bajo cero. Pero Tuomo, envuelto como
si fuera una momia en el saco de dormir,
no siente frío, miedo ni dolor.
Todo está en completa calma.
Durante algún momento en la
noche, queda inconsciente, con el
cuerpo congelado, inmóvil. En la oscuridad,
la luz de la lámpara que Liisa

SELECCIONES
La pareja en su
hogar. Dos cosas
salvaron a Tuomo:
su excelente condición
física y la
determinación
de su esposa.
le dejó, lo oculta entre sombras, como
si fuera un trapo en el suelo.
LIISA SE DIRIGE AL NORTE, con
el foco de su lámpara parpadeando
intermitentemente en la oscuridad
hasta que se apaga. Menos mal que la
nieve se está asentando, piensa. Todavía
puedo encontrar el camino.
Cuando Tuomo le viene a la mente,
se lo imagina esperándola. Está allí y
me está enviando fuerza.
Luego de esquiar casi una hora y no
encontrar la cabaña, decide volver al
lado de su esposo; la búsqueda puede
esperar hasta la mañana siguiente.
Pero, por alguna razón, no puede encontrar
la luz que dejó encendida. ¿Se
habrá apagado?
Sigue esquiando, se dice, y da media
vuelta en busca de la cabaña.
Poco después se abre
paso con sus esquís
entre algunas rocas y
se encuentra con… Un
momento, ¿no son esas
las huellas que ella
misma ha dejado?
¿Estoy perdida?, se
pregunta. ¿Otra vez?
La mayoría de la
gente sentiría pánico
ante una situación así.
Lleva cuatro días extraviada
en la naturaleza,
dejo atrás a un compañero
enfermo y quizá
moribundo. Pero Liisa
no se aterra. Como antigua
corredora de orientación, sabe
que esto no debería estar pasando. No
se reprocha nada. Sería una pérdida
de tiempo; además, nadie es perfecto.
En este momento, lo que tienes es resistencia
e instinto, piensa.
Elige una dirección y se pone a esquiar
en línea recta durante más o
menos un kilómetro y medio, hasta
que algo la hace dar media vuelta,
seguir sus huellas hasta las rocas y
cambiar de dirección. Es como si una
presencia la guiara: la estrella de Belén,
Dios o su propia obstinación.
Cuando el Sol sale ese miércoles,
devela un paisaje que, por primera
vez en tres días, está despejado. Cansada,
hambrienta y llena de adrenalina,
Liisa sube por una colina, se
detiene en la cima y desde allí ve el
radiante tejado de la cabaña.
FOTO: ESA URHONEN

Consigue llegar a la cabaña en una
media hora, alrededor de las 11 de la
mañana. Dentro se encuentra Ole-
Thomas Baal, pastor de renos saami.
Los saami, el pueblo indígena más
septentrional de Escandinavia, hablan
su propia lengua, pero Liisa sabe que,
por lo general, también hablan sueco.
Perplejo, el pastor le pregunta:
—¿Está sola?
—No —responde ella, arrastrando
las palabras por el agotamiento—.
Mi esposo está ahí fuera. He estado
esquiando durante 15 horas seguidas
para encontrar ayuda… ¿me podría
dar agua, por favor? Estoy sedienta.
Ole-Thomas se las arregla para enterarse
de que el marido de Liisa está
en serios problemas. Tras darle a ella
parte de su agua, sale de la cabaña,
se monta en su moto de nieve y sigue
las huellas de los esquís de la mujer.
Transcurridos 30 minutos, ve un bulto
oscuro e inmóvil en la nieve.
He llegado demasiado tarde, piensa.
Se acerca a Tuomo, se arrodilla
y, sorprendido, oye un ruido. Contiene
la respiración para poder escuchar
mejor. No cabe duda alguna: el
cuerpo está roncando.
El saami saca su teléfono celular y
marca el número local de emergencias
médicas; sabe que el centro de
salud más cercano es el Hospital Universitario
de Tromsø, en el norte de
Noruega, a menos de 100 kilómetros
de distancia. Cuando le dicen que el
helicóptero llegará en 30 minutos,
enciende las luces de su moto de
nieve para que los rescatistas puedan
encontrarlos con mayor facilidad
desde el aire.
EN EL HOSPITAL, Tuomo es trasladado
al quirófano enseguida. La
temperatura de su cuerpo es de 25
grados Celsius, 12 puntos debajo de
lo normal. El médico Geir Bjørsvik,
especialista en anestesia cardiaca, decide
iniciar de inmediato el procedimiento
para calentar su cuerpo, dado
que el paciente respira por sí mismo.
Durante las 2 horas siguientes, una
máquina cardiopulmonar drena lentamente
la sangre fría e inactiva de
su cuerpo y la devuelve tibia. Lo hace
poco a poco, más o menos a un ritmo
de un par de grados a la vez, hasta que
Tuomo alcanza niveles normales.
Aunque los médicos no pudieron
diagnosticar qué hizo que el hombre
colapsara en un principio, la hipotermia
que sufrió ha ocasionado daños
graves. En los próximos días le practicarán
una operación de emergencia
para extirpar un metro de intestino
que se necrosó debido a que su sangre
estaba ocupada conservando los
órganos principales. También le amputarán
cuatro dedos y medio de los
pies a causa de la congelación. Sus riñones
tardarán dos semanas en volver
a funcionar con normalidad.
Pero los doctores dicen que en realidad
Tuomo tendría que estar muerto.
Algo es seguro, dos cosas lo han
salvado: su excelente estado físico y
Liisa, su decidida mujer.