You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
DRAMA DE LA VIDA REAL<br />
LA CASCABEL<br />
LETAL<br />
Durante una caminata por un paraje remoto,<br />
sentí un golpecito en el tobillo. En un abrir y cerrar<br />
de ojos, me encontré entre la vida y la muerte.<br />
Kyle Dickman<br />
Tomado de Outside Magazine
Nuestro hijo Bridger tenía dos semanas de edad cuando Turin,<br />
mi esposa, y yo decidimos emprender un viaje. Ella tenía tres meses<br />
de licencia por maternidad y mi empleo era flexible. No tendríamos<br />
la oportunidad de tomar unas buenas vacaciones hasta quién sabe<br />
cuándo. Dos semanas después, compramos una Ford TransVan<br />
1988 transformada en autocaravana y salimos de nuestra casa, en<br />
Los Álamos, Nuevo México, una cálida mañana primaveral de 2017.<br />
Turin y yo llevábamos siete años casados.<br />
Yo tenía 33. Antes de convertirme<br />
en escritor, fui bombero forestal<br />
y realizador de programas televisivos<br />
de aventura para National Geographic.<br />
Pisé una víbora terciopelo en<br />
Belice, la guerrilla me encañonó con<br />
un AK-47 en la República Democrática<br />
del Congo y esquivé un cocodrilo<br />
que intentó morderme en Papúa<br />
Nueva Guinea. Que la diarrea haya<br />
sido mi peor aflicción era un milagro.<br />
El ansia aventurera de Turin encaja<br />
con la mía a la perfección. Desde<br />
que nos casamos ha hecho 14 viajes<br />
internacionales, algunos por trabajo<br />
(investiga el cambio climático en el<br />
<strong>La</strong>boratorio Nacional de Los Álamos),<br />
la mayoría por placer. Durante el primer<br />
trimestre de embarazo, recorrió<br />
233 kilómetros de tierras yermas en<br />
Alaska a bordo de una balsa.<br />
En nuestra excursión, temblamos<br />
de frío en el parque nacional Canyonlands,<br />
hicimos barranquismo en<br />
el cañón de San Rafael, en Utah, y<br />
surfeamos en la costa de Oregon.<br />
Mi familia nos esperaba en el parque<br />
nacional de Yosemite, nuestra<br />
última escala. Garrett, mi hermano<br />
mayor, vivía en El Portal, California,<br />
una colonia industrial del National<br />
Park Service ubicada cerca de la entrada<br />
suroeste de Yosemite, encargada<br />
de las 303,000 hectáreas de vegetación<br />
de la reserva. Él y Erin, su esposa, botánica<br />
también, habían comprado la<br />
estación de tren, que data de 1908.<br />
Mis padres, que acababan de jubilarse,<br />
permanecieron en El Portal<br />
desde enero ayudándoles a restaurar<br />
el inmueble. <strong>La</strong> noche que llegamos<br />
estuvimos en su remolque, pasándonos<br />
a Bridger y contando historias. A<br />
la mañana siguiente, 23 de abril, Garrett<br />
sugirió que diéramos un paseo<br />
por la zona de flores silvestres aledaña.<br />
“Están floreciendo”, afirmó.<br />
Escalamos unos 4.5 kilómetros, entre<br />
prados y bloques de granito, desde<br />
El Portal rumbo a la cascada que se<br />
halla junto a la comunidad de Foresta.<br />
Garrett y Erin nombraron las flores de<br />
todos colores y les sacamos fotos.<br />
A las 11:45 llegamos a un puente<br />
que cruzaba un salto, y Turin se detuvo<br />
a fin de alimentar a Bridger en<br />
una saliente de granito.<br />
fotos de la portadilla: Jacob Lund (piernas); fivespots (víbora), ambas de Shutterstock
Kyle, Turin y Bridger en los primeros días de su larga expedición.<br />
foto: cortesía de Kyle Dickman<br />
Comimos nuestros bocadillos. Erin<br />
se tumbó en la barandilla posterior<br />
del puente. Aparte de mí, fue la única<br />
que vio a la serpiente. “Café y grande”,<br />
así la recuerda. Para mí, fue más bien<br />
una sensación: un golpecito en el tobillo<br />
derecho. Después me desmayé.<br />
Cuando me desperté, experimenté<br />
el primer episodio violento<br />
de vómito. Mis padres<br />
estaban discutiendo las opciones para<br />
trasladarme. Mi madre había sido enfermera<br />
de urgencias y asistente de<br />
un médico durante 35 años. Sin embargo,<br />
en las 700 misiones en las que<br />
ella y mi padre habían participado<br />
como voluntarios para el grupo de<br />
búsqueda y rescate Bend, de Oregon,<br />
jamás se habían enfrentado a la mordedura<br />
de una <strong>cascabel</strong>.<br />
Acostado en el pasto, pensé que<br />
quizá eso era todo lo que me haría el<br />
veneno: marearme. No lo sabía entonces,<br />
pero, en estos incidentes, el tiempo<br />
es oro. Los minutos u horas que pasan<br />
antes de recibir el antídoto determinan<br />
el resultado: una tarde en urgencias,<br />
una amputación o la muerte.<br />
Vomitaba cada pocos minutos, con<br />
mayor intensidad cada vez. Garrett ya<br />
regresaba corriendo a El Portal a fin<br />
de obtener señal telefónica y solicitar<br />
auxilio. Según el mapa, se podía llegar<br />
por carretera a Crane Creek Road,<br />
donde me mordió el reptil. Falso. Dos<br />
incendios forestales habían quemado<br />
la zona recientemente y sería muy generoso<br />
decir que dos carriles habían<br />
sobrevivido. <strong>La</strong> operadora no estaba<br />
al tanto de la situación. Despachó a<br />
un helicóptero y a una ambulancia
que suele estar estacionada en el valle<br />
de Yosemite. Pidió a Garrett que<br />
corriera a Foresta con el propósito de<br />
guiar a los rescatistas.<br />
Para entonces, chisguetes de sangre,<br />
diluidos por el veneno, manaban<br />
de la herida. Me ardía la pierna<br />
a causa de las proteínas que habían<br />
evolucionado, causando dolor. Yo estaba<br />
conmocionado, tumbado junto<br />
a un gran charco de vómito producto<br />
de las toxinas. Turin me frotaba la espalda<br />
entre cada episodio.<br />
“Llévate a Bridger de aquí”, le rogué.<br />
No podría soportar que me viera<br />
ambas manos y cruzó apoyándose en<br />
una de las vigas.<br />
Según el registro de los servicios de<br />
emergencias, mi hermano corrió más<br />
de 3 kilómetros y ascendió 244 metros<br />
en 19 minutos. En ese momento, Jason<br />
Montoya, guardabosques de Yosemite<br />
y especialista en rescates técnicos del<br />
equipo de élite Yosemite Search and<br />
Rescue, conducía a toda velocidad<br />
desde el valle hasta mi ubicación con<br />
las luces y la sirena de la ambulancia<br />
encendidas. Pidió un segundo helicóptero<br />
y un equipo de camilleros<br />
con seis voluntarios para evacuarme<br />
UN ÁRBOL CAÍDO BLOQUEABA EL PASO<br />
DE LA AMBULANCIA Y UN NEUMÁTICO<br />
SE HABÍA ATASCADO EN EL ARCÉN.<br />
morir. Ella se lo llevó y caminó por la<br />
carretera, mirando a lo lejos cómo me<br />
aferraba a las manos de mis padres.<br />
Garrett regresó corriendo a<br />
Foresta, hasta un puente sobre<br />
el arroyo Crane Creek. El cauce<br />
llevaba corriente y lo único que sobrevivió<br />
de la estructura tras el incendio<br />
del año anterior eran cuatro vigas de<br />
acero humedecidas por la niebla y el<br />
agua que salpicaba. Corriente abajo,<br />
el caudal sufría una caída de 45 metros.<br />
Garrett se detuvo. Al otro lado del<br />
valle, lo único que podía vislumbrar<br />
era a mis padres encaramados sobre<br />
mí. Se agarró a la barandilla con<br />
en caso de que el rescate aéreo fracasara.<br />
Montoya asumió que tendría que<br />
sacarme del cañón en un helicóptero<br />
equipado con elevador y luego trasladarme<br />
a otro de transporte.<br />
En las épocas más concurridas del<br />
año, Yosemite tiene una de estas aeronaves<br />
apostadas. Sin embargo, en ese<br />
momento no estaba ahí; llegaría hasta<br />
la próxima semana. El vehículo de reserva<br />
atendía otra emergencia y un<br />
segundo repuesto tenía una fuga de<br />
aceite. Por fin, a las 13:11, despegó un<br />
helicóptero de Paso Robles, a 1 hora y<br />
45 minutos de distancia.<br />
Un poco antes de Foresta, Garrett<br />
se encontró con la ambulancia. Un
El parque nacional de Yosemite, popular entre campistas, abarca unas 303,000 hectáreas.<br />
foto: Ilias Kouroudis/Shutterstock<br />
árbol caído bloqueaba el paso y un<br />
neumático se había atascado en el<br />
arcén. Tres paramédicos estaban sacando<br />
el material del automóvil: sondas<br />
intravenosas, una camilla inflable,<br />
fármacos y otros suministros médicos.<br />
Garrett reconoció a uno de los miembros<br />
del personal de inmediato. El<br />
año anterior había conocido a Levi<br />
Yardley, de 34 años, durante una escalada<br />
no muy lejos de ahí.<br />
Yardley le lanzó una maleta con<br />
equipo médico a Garrett, y junto con<br />
Montoya y otro miembro de la cuadrilla<br />
se pusieron en marcha. Al llegar al<br />
puente quemado, los médicos dieron<br />
la vuelta. Si alguien se resbala, morirá,<br />
pensó Montoya. No podían arriesgarse.<br />
Así que corrieron más de 1.5 kilómetros<br />
cuesta arriba y cruzaron el Crane<br />
Creek por otra plataforma. Después, se<br />
abrieron camino entre la maleza de las<br />
paredes del acantilado y robles venenosos<br />
que les llegaban a la cintura.<br />
Llegaron a las 12:51 y la escena<br />
tomó a Yardley por sorpresa. Yo tenía<br />
los calzoncillos abajo. <strong>La</strong> diarrea sobrevino<br />
a los 20 minutos de la tarascada<br />
y mis padres me ponían de lado<br />
cuando vomitaba o defecaba. Estaba<br />
pálido y sudando, gimiendo de dolor.<br />
<strong>La</strong> sangre brotaba de la herida y me<br />
habían salido cardenales arriba de la<br />
rodilla, señal de hemorragia interna.<br />
Mi madre también notó la presencia<br />
hemática en la bilis.<br />
Yosemite suele tener algunas<br />
dosis de antídoto a mano,<br />
pero las habían usado el año<br />
anterior y no las habían repuesto. No<br />
obstante, Yardley le lanzó a mi madre<br />
un tensiómetro y tomó 1,500 mililitros<br />
de solución salina, una pastilla para
Kyle con su mamá (al fondo) y Turin tras<br />
ser dado de alta del hospital.<br />
detener el vómito y fenatilo, un potente<br />
analgésico.<br />
Me insertó una aguja en cada brazo.<br />
Los fármacos funcionaron. El dolor<br />
cedió, dejé de vomitar y se detuvo la<br />
diarrea; el suero intravenoso me rehidrató<br />
temporalmente.<br />
Poco después, la cuadrilla de El Portal<br />
me subió a la camilla inflable. Logré<br />
sonreír cuando me pusieron gafas<br />
de sol para protegerme los ojos, anticipando<br />
que el helicóptero estaba a<br />
punto de llegar. Hasta tuvimos tiempo<br />
de tomarnos una foto familiar.<br />
A las 14:07, los camilleros me llevaron<br />
al punto de extracción. Entonces<br />
las cosas empezaron a complicarse.<br />
Montoya descubrió que el radio no<br />
tenía señal en el cañón.<br />
Un garaje en El Portal se estaba incendiando.<br />
Desde su posición, Garrett<br />
podía ver el humo negro. Entre nosotros<br />
y las llamas mediaba una pradera<br />
con hierba que tres años antes había<br />
ardido en media hora.<br />
“Si no lo sacamos de aquí ahora,<br />
vamos a tener un caso crítico en<br />
nuestras manos y no cuento con los<br />
medicamentos para tratarlo”, le dijo<br />
Yardley a Montoya. Los fármacos dejaron<br />
de hacerme efecto y los síntomas<br />
se volvieron a manifestar.<br />
Por si fuera poco, mientras los siete<br />
integrantes del equipo de emergencias<br />
me rodeaban, una abeja me picó<br />
en el muslo. “¡Soy alérgico!”, informé.<br />
Yardley le pidió a alguien que fuera<br />
por un autoinyector de epinefrina.<br />
“No, por favor”, rogué. Me preocupaba<br />
que el compuesto exacerbara el<br />
efecto del veneno. Justo entonces apareció<br />
el helicóptero sobre el puente y<br />
Yardley apostó a que, si no se había<br />
manifestado hasta entonces la anafilaxia,<br />
ya no aparecería.<br />
Eran las 16:30. Los arbustos se agitaban<br />
con el viento y consiguieron<br />
bajar un cable. Sentí cómo me elevaban<br />
desde el suelo y experimenté un<br />
profundo alivio.<br />
Mientras el rugido de los rotores<br />
se alejaba y desaparecía, los negros<br />
presagios que Turin había estado ignorando<br />
la invadieron de golpe. Tanto<br />
ella como mis padres comenzaron a<br />
sollozar. Bridger no emitía sonido alguno.<br />
No había llorado desde que se<br />
produjo la mordedura.<br />
foto: cortesía de Kyle Dickman
Tras aterrizar en el Doctors<br />
Medical Center de Modesto,<br />
las enfermeras me llevaron en<br />
silla de ruedas a la sala de urgencias<br />
y cortaron mis pantalones y la camiseta.<br />
Cinco horas y media después del<br />
incidente, me administraron el primer<br />
dispositivo intravenoso con el antídoto.<br />
Durante las siguientes 72 horas,<br />
recibí otros 18 viales.<br />
De la media docena de médicos<br />
que me vieron, algunos me aseguraron<br />
que nunca habían visto una mordedura<br />
de serpiente, mientras que los<br />
demás afirmaban que esta era la peor<br />
que habían atendido. Toxicología, a<br />
quien las enfermeras consultaban<br />
cada dos horas, guiaba mi terapia.<br />
Mi pierna se tornó negra y amarilla,<br />
y, al final, se hinchó al doble de<br />
su diámetro normal. En mi primer día<br />
internado me pusieron morfina cada<br />
dos horas; aun así, el dolor era tan intenso<br />
que me impedía dormir. Sentía<br />
una gran agonía, como si los nervios<br />
se me estuvieran reventando.<br />
El cirujano ortopédico estaba cada<br />
vez más convencido de que había desarrollado<br />
el síndrome compartimental,<br />
que interrumpe la circulación en<br />
las extremidades; en el peor de los casos<br />
lleva a la amputación. <strong>La</strong> solución<br />
era recurrir a la cirugía de emergencia:<br />
incisiones profundas con objeto<br />
de aliviar la presión.<br />
Mi enfermero del turno de la noche,<br />
John, veterano de la guerra de<br />
Vietnam de 71 años que había sufrido<br />
en dos ocasiones la mordedura de<br />
una <strong>cascabel</strong>, me salvó de la cirugía.<br />
En la mañana me encontró pulso en<br />
la parte superior del pie, señal de que<br />
aún tenía circulación, la suficiente<br />
como para evitar la intervención.<br />
Tardé cuatro días en poder moverme<br />
de la cama a una silla. Dos más<br />
en ponerme de pie. Los doctores me<br />
dieron de alta ocho jornadas después.<br />
En septiembre, Garrett y yo volvimos<br />
al puente donde todo ocurrió.<br />
Quería ponerle punto final al asunto<br />
y saber si había hecho algo mal para<br />
merecer ese castigo.<br />
Nos acompañaron Robert Hansen,<br />
editor de la revista Herpetological<br />
Review, y Rob Grasso, ecologista de<br />
Yosemite. Los dos iban ataviados con<br />
bermudas. Garrett y yo nos enfundamos<br />
en unos pantalones protectores<br />
de kevlar, como si estuviéramos a<br />
punto de desactivar un auto bomba.<br />
Hansen volteó a vernos. “No quieren<br />
morderte”, dijo.<br />
Al fin llegamos al puente. “Creo que<br />
debe estar ahí”, aventuró Hansen, señalando<br />
una saliente sombría situada<br />
a unos 9 metros sobre una tira de granito,<br />
donde imaginaba que podría estar<br />
la guarida del reptil.<br />
Me acerqué al borde, me asomé<br />
por una grieta oscura y no vi ninguna<br />
serpiente. Hansen tenía razón: las <strong>cascabel</strong><br />
no quieren atacar a nadie. Ni siquiera<br />
quieren ser vistas. A veces todo<br />
se reduce a un poco de mala suerte. Y<br />
luego te pica una abeja.<br />
tomado de outside magazine (junio de 2018). © 2018 por<br />
Kyle Dickman, outsideonline.com