La Sirena Varada: Año II, Número 8

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6 EL JUEGO Por Francisca Navarro
Hace tiempo que no veía a toda mi familia reunida, viejas rencillas nos habían distanciado, perdiéndonos en el tiempo, pero hoy la vida se burlaba de nosotros mostrándonos lo absurda que era. Debía admitirlo, me estaba divirtiendo, pero no podía dejar de sentirme culpable por hacerlo en el velatorio de mi abuelo. Él siempre fue un hombre duro y severo, ¿quién iba imaginar que se marchitaría solo en una cama de hospital? —Mañana hablaremos de cómo repartiremos la herencia —murmuró. —Por favor, mamá, no es el momento indicado para hablar de ello —recriminó Elena, mi hermana mayor. Yo me encargaba de cuidar a la menor de mis sobrinas, quien jugueteaba intentando atrapar una enorme palomilla negra. —Deja eso, Victoria —corrí tras de ella. —Solo la intento ahuyentar —pronunció en una voz infantil. —Déjala, es solo un insecto —la tomé por la cintura, antes de cargarla. —Se llevó el alma del abuelo —sus ojos se volvieron vidriosos y su rostro enrojeció. Yo quedé boquiabierto, pero lo pasé por alto creyendo que estaba sobreactuando por el estrés del momento. Por fin todo aquello había terminado, mi familia y yo nos quedaríamos en casa de Elena. Revisé mis bolsillos y me percaté de que no tenía mi teléfono celular conmigo. Ricardo, mi cuñado, me ayudo a buscarlo. —Te marcaré —me avisó—. Tal vez suene en algún lugar del velatorio —dijo pasándome su aparato. Yo lo coloqué sobre mi oído y pude escuchar que la llamada conectó. Sonó una y otra vez, pero no había ningún ruido que lo evidenciara dentro del edificio. De pronto, alguien contestó y una respiración agitada sonó por el auricular. —¡Rayos! ¡Devuélveme mi celular! —grité, pero colgaron—. Maldición, alguien robó mi celular —me quejé dirigiéndome a Ricardo, quien me veía preocupado. —Al menos solo fue eso... Al llegar a la casa, Elena acomodó a mi esposa e hijos en la habitación de las niñas, mientras que yo dormiría en la habitación de huéspedes. —Muy pequeño —enuncié al ver el cuarto. —Es solo una noche —me besó mi esposa antes de salir. Yo me introduje, sentándome sobre el colchón, mientras aflojaba mi corbata. De la nada, alcancé a ver mi celular sobre la mesa de noche. —¿Qué hace esto aquí? —enuncié tomándolo entre mis manos. Probablemente aquello fue una broma de mal gusto. Comenzaba a dormitar, cuando de pronto el ruido blanco del televisor me despertó. <strong>La</strong> programación había terminado dejando entrever simple estática. —¿Qué hora es? —murmuré revisando el pequeño reloj sobre la cómoda. Tres minutos para las tres de la madrugada. Me levanté desganado, ni siquiera me coloqué mis sandalias y apague la televisión. El cuarto se quedó casi a oscuras, salvo la tenue luz que se colaba por la ventana con las cortinas corridas. Una serie de destellos azules alumbraba justo encima de mi cama. Me recosté sobre esta, haciendo sonar los viejos resortes que cedían ante mi peso. Me tapé hasta el cuello, era una noche fría. Repentinamente, miré por encima del colchón, algo había llamado mi atención. Se trataba del viejo títere de mi sobrina, una bailarina que en la penumbra de la noche tenía rasgos algo siniestros. Parecía moverse, arrastrándose entre la alfombra. Me quede sin aliento, paralizado. El pequeño juguete 7
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