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Que_alguien_me_escuche

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El sujeto estaba en coma; eso decían<br />

los médicos. Pero había <strong>alguien</strong><br />

que no estaba de acuerdo...<br />

el paciente.<br />

TOM HALLMAN<br />

ILUSTRACIONES: JONATHAN BARTLETT


DRAMA DE LA VIDA REAL<br />

¡<strong>Que</strong><br />

<strong>alguien</strong><br />

<strong>me</strong><br />

<strong>escuche</strong>!


SELECCIONES <br />

ARICHARD MARSH lo despertó el pitido constante de<br />

una máquina. Sentía algo incrustado en la garganta. No<br />

podía toser. No podía incorporarse. Estaba paralizado.<br />

¿Qué está pasando?, pensó. Intentó mover las piernas,<br />

los brazos, los dedos. Ni siquiera podía desplazar los ojos de un lado<br />

a otro; sintió que <strong>alguien</strong> le aplicaba gotas para hu<strong>me</strong>ctarlos, aunque<br />

no logró identificar de quién se trataba.<br />

¿Qué <strong>me</strong> pasa?<br />

No podía ver más que en una sola dirección: al frente.<br />

Gracias a la visión periférica, Marsh<br />

alcanzó a distinguir a su esposa de<br />

reojo. Estaba a su derecha. La escuchó<br />

hablar con un hombre que llevaba lo<br />

que parecía ser un traje quirúrgico.<br />

—Me temo que le tengo malas noticias<br />

—dijo el sujeto.<br />

¿Pero qué pasa?<br />

—Tiene muy pocas probabilidades<br />

de sobrevivir —continuó.<br />

Están hablando de mí.<br />

Richard le suplicó a su cuerpo que<br />

respondiera: habla, parpadea, mueve<br />

las manos. Pero nada de eso sucedió.<br />

—Hay que prepararse para lo peor<br />

—concluyó el hombre con el traje quirúrgico<br />

dirigiéndose a la esposa de Richard,<br />

Liliana García.<br />

A pesar de que en su semblante<br />

había una profunda tristeza, ella no<br />

lloró. Era enfer<strong>me</strong>ra y trabajaba con<br />

pacientes terminales, así que su pri<strong>me</strong>ra<br />

reacción fue pedirle los por<strong>me</strong>nores<br />

clínicos al médico, como si la<br />

persona en cama fuera un enfermo<br />

más y no el amor de su vida.<br />

Aquí estoy.<br />

Y luego todo su mundo se nubló.<br />

DOS DÍAS ANTES Richard había amanecido<br />

algo decaído. Liliana lo notó<br />

un poco pálido. Sin embargo, él no<br />

quería que su esposa lo estuviera<br />

rondando y prodigándole cuidados<br />

excesivos, como en su trabajo. Le<br />

pidió que no se preocupara e insistió<br />

en que fuera a trabajar. Así era él.<br />

Una vez solo, se sentó a descansar en<br />

el sillón antes de salir rumbo a la escuela.<br />

Daba clases de criminología y<br />

economía cerca de su casa en Napa,<br />

California, y era uno de los profesores<br />

más populares del bachillerato.<br />

Se puso de pie, listo para irse; entonces<br />

sintió como si hubiera estado<br />

en la cubierta de un pequeño barco<br />

azotado por la fuerte marejada. Alcanzó<br />

a detenerse de la orilla de una<br />

<strong>me</strong>sa y, como pudo, se abrió paso<br />

hasta el teléfono. Marcó al trabajo de<br />

su esposa y le dejó un <strong>me</strong>nsaje: “Regrésa<strong>me</strong><br />

la llamada, por favor”.


Richard se sentó en una silla junto<br />

al escritorio. Algo andaba mal. No solía<br />

consumir bebidas alcohólicas, jamás<br />

fumaba y estaba en muy buena<br />

forma. A sus 60 años <strong>me</strong>día 1.88 <strong>me</strong>tros<br />

y pesaba 97.5 kilos. Solía ir al<br />

gimnasio a levantar pesas. Era un hábito<br />

que había adquirido en los días<br />

en que se desempeñó como policía,<br />

su pri<strong>me</strong>r empleo.<br />

El teléfono sonó, era Liliana en respuesta<br />

a su <strong>me</strong>nsaje. “Ven a casa”, intentó<br />

decir. Pero lo único que Liliana<br />

escuchó fue una serie de expresiones<br />

ininteligibles. Entonces marcó al nú<strong>me</strong>ro<br />

de e<strong>me</strong>rgencias.<br />

Minutos después, una ambulancia<br />

trasladaba a Marsh al hospital.<br />

El entu<strong>me</strong>cimiento había empezado<br />

en los pies, luego se había extendido<br />

hacia las piernas y de ahí a la cintura.<br />

Sentía que perdía el control sobre sus<br />

músculos. No podía pasar saliva. Para<br />

EL DIAGNÓSTICO FUE CONTUNDENTE: LAS<br />

PROBABILIDADES DE SOBREVIVIR ERAN DEL 2%.<br />

salvarle la vida, los médicos de la sala<br />

de urgencias lo anestesiaron y realizaron<br />

una traqueotomía. Le administraron<br />

el tratamiento indicado en casos<br />

de evento vascular. Los especialistas<br />

pensaban que un coágulo estaba obstruyendo<br />

la circulación.<br />

Después de hacer lo que estuvo a<br />

su alcance, el personal de enfer<strong>me</strong>ría<br />

llevó a Richard a la unidad de terapia<br />

intensiva. Y entonces esperaron.<br />

CUANDO ABRIÓ LOS OJOS, Richard se<br />

encontraba paralizado; no obstante,<br />

sentía cuando los médicos y las enfer<strong>me</strong>ras<br />

lo tocaban.<br />

No <strong>me</strong> siento mal. El problema es<br />

que no <strong>me</strong> puedo mover.


SELECCIONES <br />

Poco a poco fue dándose cuenta de<br />

que se hallaba atrapado en la prisión<br />

de su cuerpo. Escuchó al especialista<br />

informarle a Liliana que estaba en<br />

coma. Sus palabras fueron contundentes:<br />

las probabilidades de sobrevivir<br />

eran del 2 por ciento.<br />

—Y si vive, quedará con daño cerebral<br />

grave... Hay pocas esperanzas...<br />

En el <strong>me</strong>jor de los casos no morirá,<br />

pero quedará en estado vegetativo...<br />

Tendrá que considerar la opción de<br />

retirar el soporte vital.<br />

Liliana regresó y le informó al médico<br />

que la familia había decidido<br />

esperar unos cuantos días para ver<br />

cómo evolucionaba. Las chicas, explicó,<br />

aún no estaban listas para ver<br />

a su padre partir. Ella tampoco estaba<br />

preparada para perder a su esposo.<br />

A lo largo del día, varios amigos fueron<br />

a visitarlo y se quedaron ahí, junto<br />

al paciente. Charlaban con él y recordaban<br />

los viejos tiempos. Le dijeron<br />

que lo querían mucho y que se veía<br />

bastante bien.<br />

“¿ALGUNO DE USTEDES YA SE ACERCÓ<br />

A PREGUNTAR SI HAY ALGUIEN AHÍ?”.<br />

Eso fue lo que Richard escuchó decir<br />

al médico.<br />

En ese instante recordó una conversación<br />

que había tenido con Liliana<br />

tres años antes, poco después de casarse.<br />

Hablaron sobre la eutanasia. Si<br />

alguno de los dos, Dios no lo quisiera,<br />

llegaba a necesitar soporte vital por<br />

cualquier circunstancia, el otro, en<br />

un acto de amor y compasión, lo tendría<br />

que desconectar.<br />

Richard oyó las voces de sus hijas a<br />

lo lejos. ¿Estarían en el pasillo? Liliana<br />

le respondió al doctor que lo consultaría<br />

con la familia de su esposo. Marsh<br />

tenía dos hijas adultas producto de un<br />

matrimonio anterior.<br />

Tal parece que voy a morir.<br />

Sus hijas llevaron a los nietos. Aunque<br />

trataban de animar a su abuelo,<br />

cuando se acercaron a su cama, Richard<br />

notó lágrimas en sus ojos.<br />

No. ¡Aquí estoy!<br />

Sintió cómo le besaban la frente.<br />

Tal como el personaje de una macabra<br />

escena en una película de terror,<br />

se quedó solo con sus pensamientos<br />

como único pasatiempo. Jamás regresaría<br />

a casa ni a dar clases. Ya nunca<br />

besaría a su esposa de nuevo. Se quedaría<br />

años postrado en una cama de<br />

hospital, el confinamiento solitario<br />

por excelencia. O quizá los suyos firmarían<br />

los papeles y esperarían a su<br />

lado mientras los médicos hacían lo<br />

necesario para dejarlo partir.


Richard oyó al personal hablando<br />

y riendo en el pasillo. La vida cotidiana,<br />

con los mo<strong>me</strong>ntos extraordinarios<br />

que daba por sentado, estaba<br />

tan cerca y distante a la vez.<br />

Tal vez la muerte sería una bendición,<br />

concluyó. Marsh aceptó lo inevitable.<br />

Se había resignado. <strong>Que</strong> suceda<br />

lo que tenga que pasar.<br />

A la mañana siguiente, durante su<br />

visita a la unidad de terapia intensiva,<br />

el neurólogo se reunió con otros médicos<br />

en torno a la cama de Richard<br />

para discutir el caso. El paciente escuchó<br />

parte de la conversación:<br />

—¿Alguno de ustedes ya se acercó a<br />

preguntar si hay <strong>alguien</strong> ahí?<br />

El neurólogo se acercó tanto que<br />

Marsh pudo sentir su respiración sobre<br />

la <strong>me</strong>jilla.<br />

—Richard, si <strong>me</strong> escuchas, pestañea.<br />

Parpadea... Inténtalo...<br />

Cuando fue policía, había sido<br />

adiestrado para enfrentar con arrojo<br />

las situaciones más tensas. Sin embargo,<br />

ahora... ¿y si no lograba hacerlo?<br />

Entonces apeló al comisario<br />

en él, al hombre fuerte y duro como<br />

una piedra. Sabía muy bien cómo lidiar<br />

con las víctimas en los mo<strong>me</strong>ntos<br />

más dolorosos. Pero, en esta ocasión,<br />

ese era su papel.<br />

¡Parpadea!<br />

Y entonces... pestañeó con una lentitud<br />

tan angustiante que dejó dudas<br />

en los neurólogos.<br />

—Richard, hazlo otra vez. ¿Me oyes?<br />

Una vez… más.<br />

Ahora estaban seguros.<br />

LUEGO DE NUMEROSAS pruebas,<br />

los médicos dieron con<br />

el problema. Richard padecía<br />

una anomalía congénita que<br />

afectaba una de las dos principales<br />

arterias del cerebro. Uno de los vasos<br />

estaba bien formado, pero obstruido.<br />

El otro no había terminado de desarrollarse.<br />

Se trataba de un defecto natal<br />

sin diagnosticar que, no obstante,<br />

jamás le había dado problemas. Hasta<br />

ese mo<strong>me</strong>nto.<br />

El cerebro había dejado de recibir<br />

suficiente sangre debido a que la<br />

única arteria viable estaba obstruida.<br />

Entonces se produjo un accidente<br />

vascular en el tronco encefálico. Dicha<br />

estructura, que comunica al cerebro<br />

con la médula espinal, controla<br />

casi todas las funciones corporales. Si<br />

bien el corazón le latía, Richard era<br />

práctica<strong>me</strong>nte incapaz de mover el<br />

cuerpo a voluntad.<br />

Liliana se encontraba en la habitación,<br />

al lado de su esposo. Los<br />

médicos le explicaron que padecía<br />

“síndro<strong>me</strong> de cautiverio”: literal<strong>me</strong>nte,<br />

estaba atrapado en su cuerpo.<br />

Entonces le pidieron al paciente<br />

que pestañeara una vez para decir “sí”<br />

y dos para decir “no”. Fue toda una hazaña,<br />

aunque Richard lo hizo.<br />

Hasta 70 por ciento de los pacientes<br />

con síndro<strong>me</strong> de cautiverio mueren<br />

en poco tiempo. De los que sobreviven,<br />

solo un puñado recobra la capacidad<br />

de llevar una vida normal.<br />

Antes de poder aspirar siquiera a<br />

correr con tal suerte, el profesor de


SELECCIONES <br />

bachillerato tendría que hacerle frente<br />

a nuevos suplicios.<br />

LOS MÉDICOS TRASLADARON a Richard<br />

de la unidad de terapia intensiva<br />

a un hospital donde, según los<br />

especialistas, el mismo organismo<br />

les daría la pauta para elegir el tratamiento<br />

adecuado. Dado que no era<br />

capaz de tragar, los médicos le practicaron<br />

una traqueotomía: hicieron<br />

una incisión a la altura de la tráquea<br />

para insertar un tubo que lo ayudaría<br />

a respirar. Las enfer<strong>me</strong>ras se encargarían<br />

de aspirar la saliva para evitar<br />

que esta se desviara a los pulmones.<br />

¿En esta esquina? Un parpadeo.<br />

¿Pri<strong>me</strong>ra línea? Dos pestañeos. ¿Esta<br />

letra? Dos parpadeos. ¿Segunda línea?<br />

Un pestañeo. ¿Esta letra? Dos parpadeos.<br />

Tomaba una eternidad deletrear<br />

cada palabra.<br />

Si durante el día la pasaba mal, las<br />

noches sin los suyos eran un verdadero<br />

infierno. El personal no se tomaba<br />

la molestia de utilizar el tablero<br />

y no estaba al pendiente de él. Se encontraba<br />

atrapado, solo y asustado.<br />

Los fluidos se le acumulaban en la<br />

garganta y, aunque sentía que se asfixiaba,<br />

no había nadie cerca para auxiliarlo.<br />

Su compañero de habitación<br />

LA FAMILIA LLORABA, REÍA Y SE ABRAZABA<br />

CON CADA NUEVO TRIUNFO.<br />

Esto es terrible. Pero al <strong>me</strong>nos saben<br />

que estoy aquí.<br />

Para que Richard pudiera comunicarse<br />

un poco <strong>me</strong>jor, Liliana compró<br />

un tablero con letras que la familia<br />

sostenía frente a él. Estaba dividido<br />

en cuatro cuadrantes —en cada uno<br />

de ellos se encontraban varios renglones,<br />

los cuales contenían cinco letras—,<br />

en el centro tenía un espacio<br />

vacío para escribir el <strong>me</strong>nsaje del paciente.<br />

Cuando Marsh utilizaba este<br />

instru<strong>me</strong>nto, sus parientes debían<br />

seguir su mirada en busca del cuadrante<br />

que él indicara.<br />

lo oía batallar al respirar y tocaba el<br />

timbre para llamar a la enfer<strong>me</strong>ra.<br />

Entonces una mañana, poco después<br />

de que llegara su familia, Richard<br />

volteó a ver, desesperado, su<br />

<strong>me</strong>dio de comunicación. Si bien lo<br />

hizo lenta<strong>me</strong>nte, logró expresarse:<br />

“¡Sáquen<strong>me</strong> de aquí!”.<br />

A los pocos días, su esposa lo llevó<br />

a un hospital que se encontraba más<br />

cerca de su hogar. Tanto los terapeutas<br />

físicos como los ocupacionales intensificaron<br />

su trabajo con el afán de<br />

recuperar la movilidad del paciente.<br />

Pasaron los días.


Creo que no volveré a ser el de antes.<br />

Y las semanas.<br />

Esto es lo más difícil que he hecho en<br />

toda mi vida.<br />

Y un día, final<strong>me</strong>nte sucedió: Richard<br />

dobló el dedo gordo del pie izquierdo.<br />

Dos semanas después movió<br />

la cabeza de un lado al otro. Al poco<br />

tiempo <strong>me</strong>neó el pie. Una o dos jornadas<br />

más tarde logró hacer lo mismo<br />

con las piernas. La familia lloraba, reía<br />

y se abrazaba con cada nuevo triunfo.<br />

Poco más de dos <strong>me</strong>ses después<br />

de haber sido diagnosticado con el<br />

síndro<strong>me</strong> de cautiverio, Richard hizo<br />

algo que toda la vida había dado por<br />

descontado: levantó la mano y se tocó<br />

la nariz. Luego empezó a caminar. Era<br />

como un niño pequeño que recién<br />

aprendía a hacerlo. Daba pequeños<br />

pasos tambaleándose frente al andador<br />

que utilizaba para conservar el<br />

equilibrio y abrirse paso de la cama<br />

a la puerta y de regreso. Su terapeuta<br />

estaba todo el tiempo junto a él por si<br />

llegaba a tropezar.<br />

Transcurridos exacta<strong>me</strong>nte cuatro<br />

<strong>me</strong>ses y nueve días desde el accidente<br />

vascular, tras una dolorosa<br />

y desafiante rehabilitación, Richard<br />

Marsh entró a casa por su propio pie.<br />

Se sentó en su silla. Estaba de vuelta.<br />

PARA ÉL, NADA volvería a ser<br />

igual. Había perdido 50 kilos<br />

de músculo. Cuando regresó<br />

a su hogar, se encontraba<br />

tan débil que ni siquiera podía sostener<br />

un envase de leche. En la parte<br />

física, tuvo que reconstruirse. Aunque<br />

le tomó un año entero, recuperó<br />

su peso habitual y regresó a levantar<br />

pesas al gimnasio.<br />

En cuanto a lo emocional, aprendió<br />

a no enojarse ni preocuparse por nimiedades.<br />

Se volvió <strong>me</strong>nos controlador.<br />

Hasta dejó su empleo de profesor<br />

para hacerse cargo de las labores del<br />

hogar mientras Liliana salía a trabajar.<br />

Gracias a la terrible experiencia<br />

aprendió a disfrutar de las cosas sencillas<br />

de la vida.<br />

Alguien le regaló el libro El llanto de<br />

la mariposa (Le scaphandre et le papillon),<br />

la autobiografía de Jean-Dominique<br />

Bauby, un periodista francés<br />

que tras sufrir un accidente vascular<br />

padeció el síndro<strong>me</strong> de cautiverio de<br />

por vida. A base de parpadeos y valiéndose<br />

de un tablero de letras organizadas<br />

por orden de frecuencia,<br />

Bauby dictó su historia a una asistente<br />

editorial con su único ojo funcional.<br />

Su autor murió tres días después de<br />

que se publicara. Richard leyó los pri<strong>me</strong>ros<br />

dos capítulos y optó por regalárselo<br />

a <strong>alguien</strong> más. A diferencia de<br />

Jean-Dominique, él estaba más vivo<br />

que nunca.<br />

Jamás olvidará el día en que despertó<br />

en la unidad de terapia intensiva<br />

de un hospital, ni la odisea que<br />

vivió para escapar de la prisión que<br />

suponía el síndro<strong>me</strong> de cautiverio.<br />

Había recibido una segunda oportunidad,<br />

un regalo de oro. Juró que no<br />

despilfarraría tan maravilloso presente<br />

ni un solo día de su vida.

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