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Paula Bombara
La mujer insiste. Llevemos la tela con nosotras. Así piensa 1¡11
te fuiste de la plaza.
La chica duda.
La mujer habla de un modo que invita a aceptar, per
no la conoce. Sé lo que se siente. Es eso. Solo quiero ayudarte, 1
dice, adivinándole el pensamiento. Desde mi casa podés llt1
mar a tu familia, si querés.
La chica asiente, desata la tela, la guarda y comienza
a descender. Al verla frente a frente, la mujer de la plaza
abre los brazos.
Leonor se sorprende de la naturalidad de su gesto: hacr
mucho que no abraza a alguien. Pero se da cuenta de que
la chica necesita eso y pronto la siente temblorosa y tensa
en el hueco que arma su cuerpo.
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Gracias, murmura la chica.
Vamos, responde la mujer.
Casi sin mirarse, caminan rápido.
Hilitos de sangre en los brazos,
Mochila en la espalda,
bolsas.
la mejilla,
la frente.
IN 'n~
La mujer abre la puerta de su p~queño
departamento. Está en una planta ba¡~ oscura,
de un edificio antiguo. Solo caminaron
media cuadra desde la plaza. Abre la puerta
y enciende una luz.
El ambiente es tan cálido como la propia
Leonor. No se ven mueb~e s altos. Se ven
almohadones, un sillón, vanas plantas, una
mesa pequeña y ovalada, de patas. cortas.
Bienvenida a mi castillo, dice haciendo una
reverencia que intenta provocar una sonrisa.
Mi nombre es Leonor. .
M ... Alma, responde ella, aún desconfiando,
sin sonreír, mientras mira los adornos, la
lámpara, la biblioteca.