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Edicion 18 de junio 2020

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38 grados, la interesante yuxtaposición de las imágenes relacio-

permite que coexistan e integren de manera funcional los opuestos, y

así “copulan […]/ la tierra con el aire/ y el fuego con el agua” (Poema

XXV) porque “es agua esta ciudad de lagunas cratéricas” (Poema

XXVI), lo que nos recuerda que estamos frente a un arquetipo

mitológico de larga data 2 . Toda la composición se mueve, entonces,

entre el ámbito del fuego y del agua, en donde esa tierra que arde

(Poema IV) a 38 grados se funde con esa misma “tierra, que/ agua procura

ser” (Poema IX) y que no olvida, porque “memoria es Managua,

Laura […] y los peces barbudos del gran lago” (Poema XIX). Es por

esto que, como difrasismo precolombino, desde su título, Managua +

38 grados se convierte en esa construcción gramatical que coordina

contrarios, resemantizándolos para lograr un tercer sentido, una

especie de alt tlachinolli gonzaliano, cuya carga metafórica hace

del agua que quema o agua y tierra quemadas el signo lingüístico del

desastre pero también de la renovación. Porque acá, a diferencia del

sentido religioso-marcial usualmente adjudicado a este pictograma 3 , el

agua-incendio, es decir la unión de lo ígneo y lo acuático, es portadora

de milagros, como es el caso del Poema XXII, en el que encontramos

que para calmar la sed de un Dios humanizado, el agua ofrecida se

transforma en mandarinas, frutos de una tierra en ebullición, una

tierra que recuerda. He allí la verdadera hipérbole mencionada al

inicio, Managua 38 grados, esa paradójica unión de los opuestos,

ese testimonio de la catástrofe, siguiendo el consejo de “cantémosle

al agua”, de la voz de la Tierra en el Poema IX, nos lleva del lamento

de una elegía funeral colectiva al recomenzar desde las cenizas.

Managua 38 grados es un canto al fuego bañado por el agua, un canto

al renacer de las cenizas en el agua.

2 johansson, Patrick, “El agua y el fuego en el mundo náhuatl prehispánico”, Arqueología

Mexicana núm. 88, pp. 78-83.

3 Wright carr, david charles, “Teoatl tlachinolli: una metáfora marcial del centro

de México”, en Dimensión Antropológica, vol. 55, mayo-agosto, 2012, pp. 11-37.

Disponible en: http://www.dimensionantropologica.inah.gob.mx/?p=8136

NO EXISTE

MI LUGAR SEGURO

Por: Nathaly Campos

Esta noche, escucho las nostálgicas notas del violonchelo que mi

vecino toca al otro la de la ventana. El reloj marca las doce y aún

no termino el avance de mi anhelada tesis. Busco desesperadamente

mi taza café y no la encuentro; no recordaba que ya no bebía

desde hace más de diez días. Me distraigo y veo que afuera llueve,

a cántaros, pareciera que el cielo llora sobre una ciudad inhabitada.

Me inunda una profunda nostalgia de querer caminar en ella, de

detenerme tras el aroma dulce de mi panadería preferida o del café

vinilo al que solía ir con mi amiga.

Ya son las dos y no he avanzado, me pierdo en el umbral del tiempo;

los recuerdos y las sensaciones surgen de la memoria, se me

hace imposible avanzar, mientras tanto el tiempo corre, da pasos

agigantados, corre y yo no logro hilvanar ideas. En mi habitación,

las horas pasan en un abrir y cerrar de ojos, no existe lugar donde

dejar las responsabilidades a un lado y simplemente respirar.

no hay nada más que está habitación.

“El ser humano es relacional: la memoria urbana es una relación

entre la vida y su representación, un constructo semiótico de lo

dado culturalmente y lo creado subjetivamente.” Recordé haberlo

leído en uno de los tantos libros y es que nuestra capacidad simbólica

es increíble, inconscientemente le vamos otorgando significado

a los lugares, nos expandimos en él y los recuerdos nos inundan

haciéndonos volver a sentir y a vivir. Observo desde mi ventana

la ciudad y nace un sentimiento embrollado de imaginarme nuevamente

caminando entre los árboles y sentir la brisa en todo el

cuerpo. no existe mi lugar seguro y es que esta nueva normalidad

de la que todo el mundo habla, hace que la ciudad parezca que está

dejando de existir y mi habitación se vuelve todos los lugares en

uno, mi ciudad.

Afuera sigue lloviendo; deseo salir, bailar y llorar junto con las

nostálgicas notas del violonchelo, para que mis lágrimas se mezclen

con la lluvia y caigan en la tierra para que nazca una flor,

pero ese deseo se desvanece y ahora me atormenta pensar que mi

habitación ya no es ella en sí misma, ni el lugar donde puedo esconderme

de mí o del mundo; una ciudad invisible con edificios de

ropa sucia, de libros y papeles mal puestos, un caos donde no ha

sido fácil no volverse loca.

Debo terminar, no he dormido y ya está amaneciendo; tecleo y

borro, me arden los ojos. Suena mi celular, es un mensaje. Es mi

asesor de tesis. no encuentro la manera de explicarle que no tengo

un plan de trabajo, un plan de vida, que no tengo nada.

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Edición Extra | 18 de Julio de 2020 |

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