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38 grados, la interesante yuxtaposición de las imágenes relacio-
permite que coexistan e integren de manera funcional los opuestos, y
así “copulan […]/ la tierra con el aire/ y el fuego con el agua” (Poema
XXV) porque “es agua esta ciudad de lagunas cratéricas” (Poema
XXVI), lo que nos recuerda que estamos frente a un arquetipo
mitológico de larga data 2 . Toda la composición se mueve, entonces,
entre el ámbito del fuego y del agua, en donde esa tierra que arde
(Poema IV) a 38 grados se funde con esa misma “tierra, que/ agua procura
ser” (Poema IX) y que no olvida, porque “memoria es Managua,
Laura […] y los peces barbudos del gran lago” (Poema XIX). Es por
esto que, como difrasismo precolombino, desde su título, Managua +
38 grados se convierte en esa construcción gramatical que coordina
contrarios, resemantizándolos para lograr un tercer sentido, una
especie de alt tlachinolli gonzaliano, cuya carga metafórica hace
del agua que quema o agua y tierra quemadas el signo lingüístico del
desastre pero también de la renovación. Porque acá, a diferencia del
sentido religioso-marcial usualmente adjudicado a este pictograma 3 , el
agua-incendio, es decir la unión de lo ígneo y lo acuático, es portadora
de milagros, como es el caso del Poema XXII, en el que encontramos
que para calmar la sed de un Dios humanizado, el agua ofrecida se
transforma en mandarinas, frutos de una tierra en ebullición, una
tierra que recuerda. He allí la verdadera hipérbole mencionada al
inicio, Managua 38 grados, esa paradójica unión de los opuestos,
ese testimonio de la catástrofe, siguiendo el consejo de “cantémosle
al agua”, de la voz de la Tierra en el Poema IX, nos lleva del lamento
de una elegía funeral colectiva al recomenzar desde las cenizas.
Managua 38 grados es un canto al fuego bañado por el agua, un canto
al renacer de las cenizas en el agua.
2 johansson, Patrick, “El agua y el fuego en el mundo náhuatl prehispánico”, Arqueología
Mexicana núm. 88, pp. 78-83.
3 Wright carr, david charles, “Teoatl tlachinolli: una metáfora marcial del centro
de México”, en Dimensión Antropológica, vol. 55, mayo-agosto, 2012, pp. 11-37.
Disponible en: http://www.dimensionantropologica.inah.gob.mx/?p=8136
NO EXISTE
MI LUGAR SEGURO
Por: Nathaly Campos
Esta noche, escucho las nostálgicas notas del violonchelo que mi
vecino toca al otro la de la ventana. El reloj marca las doce y aún
no termino el avance de mi anhelada tesis. Busco desesperadamente
mi taza café y no la encuentro; no recordaba que ya no bebía
desde hace más de diez días. Me distraigo y veo que afuera llueve,
a cántaros, pareciera que el cielo llora sobre una ciudad inhabitada.
Me inunda una profunda nostalgia de querer caminar en ella, de
detenerme tras el aroma dulce de mi panadería preferida o del café
vinilo al que solía ir con mi amiga.
Ya son las dos y no he avanzado, me pierdo en el umbral del tiempo;
los recuerdos y las sensaciones surgen de la memoria, se me
hace imposible avanzar, mientras tanto el tiempo corre, da pasos
agigantados, corre y yo no logro hilvanar ideas. En mi habitación,
las horas pasan en un abrir y cerrar de ojos, no existe lugar donde
dejar las responsabilidades a un lado y simplemente respirar.
no hay nada más que está habitación.
“El ser humano es relacional: la memoria urbana es una relación
entre la vida y su representación, un constructo semiótico de lo
dado culturalmente y lo creado subjetivamente.” Recordé haberlo
leído en uno de los tantos libros y es que nuestra capacidad simbólica
es increíble, inconscientemente le vamos otorgando significado
a los lugares, nos expandimos en él y los recuerdos nos inundan
haciéndonos volver a sentir y a vivir. Observo desde mi ventana
la ciudad y nace un sentimiento embrollado de imaginarme nuevamente
caminando entre los árboles y sentir la brisa en todo el
cuerpo. no existe mi lugar seguro y es que esta nueva normalidad
de la que todo el mundo habla, hace que la ciudad parezca que está
dejando de existir y mi habitación se vuelve todos los lugares en
uno, mi ciudad.
Afuera sigue lloviendo; deseo salir, bailar y llorar junto con las
nostálgicas notas del violonchelo, para que mis lágrimas se mezclen
con la lluvia y caigan en la tierra para que nazca una flor,
pero ese deseo se desvanece y ahora me atormenta pensar que mi
habitación ya no es ella en sí misma, ni el lugar donde puedo esconderme
de mí o del mundo; una ciudad invisible con edificios de
ropa sucia, de libros y papeles mal puestos, un caos donde no ha
sido fácil no volverse loca.
Debo terminar, no he dormido y ya está amaneciendo; tecleo y
borro, me arden los ojos. Suena mi celular, es un mensaje. Es mi
asesor de tesis. no encuentro la manera de explicarle que no tengo
un plan de trabajo, un plan de vida, que no tengo nada.
08
Edición Extra | 18 de Julio de 2020 |