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La experiencia, a veces, está marcada por la presencia del
padecer...Hola Alejandro:Te escribo ya que hoy me siento preocupada y
entristecida, tal cual el narrador de Benjamín. La pasión que me fortalecía se
fue esfumando y ahora estoy casi sin palabras, medio impávida. El vértigo es
tan grande que no encuentro manera de hacer equilibrio.
Estoy viendo en estos momentos imágenes televisivas de lo que está
sucediendo en el mundo y en nuestro país y lo que se me ocurre a esta
horas de la madrugada es escribir.
No sé si relacionar estas sensaciones que se me aparecen con el estado de
convalecencia del que habla Baudelaire, que me da la posibilidad de
accionar, o si por el contrario me pasa lo del spleen tan mencionado en el
siglo XIX, ese decaimiento profundo, esa extenuación vital, mezclada con
esa ausencia de entereza para transformar lo que sucede.
Me inclino por el primer estado, porque si evidentemente puedo escribirte
quiere decir que no continúo en la inmovilidad en que me encontraba al
principio, con esa carencia de voz, de palabras para nombrar lo que
acontece.
Decían los fragmentos de un texto que estuve leyendo hace poco: “la
carencia que se transforma en balbuceo fisura el lenguaje y permite la
experiencia”.Pero también cavilo que en momentos de duelo es difícil poner
palabras, poder trasmitir, hacer de esto un aprendizaje.
Sé que hemos pasado por estados semejantes, donde el silencio era la
manera de comunicar lo incomunicable: torturas, exilio, traiciones, muertes; y
por ese entonces la publicidad decía “el silencio es salud”. ¡Qué ironía!.
Esa experiencia, como dirían los griegos, estaba marcada por la presencia
del padecer.
Quizás tanto dolor, tantas muertes, hayan sido algunas de las causas como
enuncia Walter Benjamín, de la caída de la narración, como la manera de
trasmitir la experiencia. Él manifiesta que hasta hace algún tiempo, “no había
habitación que no guardara el recuerdo cercano y fresco de la agonía de un
moribundo. En ese recuerdo vivo también tenían lugar narraciones y
experiencias”.