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Susana Thénon dice que al poema le
incumbe todo, y que en él está todo y
nada para ser dicho. Dice que el poeta
es una venturosa incursión por lo
ignorado. El Poema con mayúsculas es
el resultado de sumas infinitas; sería
como un dios nacido de criaturas
mortales.
Esta gran poeta nació al año
siguiente en el que naciera Alejandra
Pizarnik, en 1937. Está ubicada en la generación del 60 pero no formó parte
de ningún grupo literario. No se relacionó demasiado con poetas coetáneos,
salvo con Pizarnik y María Negroni, quien sería luego una de las compiladoras
junto a Ana María Barrenechea de sus libros póstumos. Por esta época de los
años 60, Pizarnik, Thénon y Juana Bignozzi, comparten un marcado
descontento con el mundo. Susana construye una poética del escarnio que la
deja fuera de toda filiación, ya sea romántica, coloquialista o surrealista. Su
palabra se posa sobre el peso insuperable de la creación; va por debajo de los
océanos de las limitaciones. Su texto es de asombro, de revelación, de
sobresalto, de rebeldía frente a un dios que no funciona, tal como lo ha
expresado en uno de sus poemas de su segundo libro. La riqueza creativa es
constante, no claudica, no abandona la batalla contra la desolación. Hay
divergencia de planteos estéticos con el resto de autores y no hay elementos
suficientes, como dije antes, para ligarla a ningún movimiento; algunas
coincidencias sí aparecen en el último período de su producción, pero sólo
algunas y lo hacen como inquietudes personales. Su escritura es asincrónica
con la de sus contemporáneos y eso se debe a que Thénon busca su propia voz.
Es solitaria y busca su lugar. Su poesía se mueve por la soledad de su voz