Edicion 23 de septiembre 2020
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Diario Co Latino
Opinión
Miércoles
23 de septiembre de 2020 13
Sociología y otros Demonios (1022)
El amor en los tiempos de la mascarilla (1)
René Martínez Pineda
Sociólogo, UES
Estos meses ha sido un imperativo
moral y un acicate sociológico
escribir sobre la pandemia y
su arreo principal: la cuarentena,
en tanto hechos que se convirtieron
en la brújula de lo históricocultural
y en la coartada exquisita
de la exclusión social promovida
por el capitalismo digital que, desde
el primer día del siglo XXI, quiere
cortar todos los lazos de las relaciones
sociales cara a cara para acabar, de una
buena vez, con la conciencia social, y po-
Desde el ombligo de marzo -encerrado
en mí mismo entre cuatro paredes muy
íntimas para cumplir el deber ciudadano
de frenar, con uñas y dientes, el temible
contagio; encerrado en las horas
escatológicas de la madrugada sin saber
si suicidarme o masturbarme recibiendo
una clase virtual levemente odiosa-,
vuelvo (con la ayuda de Sófocles, Boccaccio,
Defoe, Poe, London, Camus y
García Márquez) a aquellos años en que
estuvimos en peligro, y lo hago con el
propósito de repasar, como si se tratara
de una olvidada lección de historia, el
que vivimos en la actualidad, a pesar de
que es un tiempo-espacio recorrido mu-
se compromete a erradicar la peste frente
a la multitud suplicante de su pueblo
que ve -¡oh, dura hija de Zeus!- a sus hijos
en el suelo portando la muerte; el pícaro
Boccaccio y su ardiente y lácteo Decamerón
(1,348) en el que narra la mortífera
peste de las hinchazones que crecían
al tamaño de un huevo o de una manzana;
el bohemio Poe encarnando a El
Rey Peste (1,845) que nos jura que “jamás
una peste había sido tan espantosa y
tan fatal que la sangre era su encarnación
y su sello: el rojo y el horror de la sangre
que comenzaba con agudos dolores,
un vértigo repentino, y luego los poros
sangraban y acaecía la muerte”; o el entrañable
García Márquez que conoció El
Amor en los Tiempos del Cólera (1,985)
a través de la mente maravillosa del doctor
Juvenal Urbino quien “apenas terminados
sus estudios de especialización en Francia,
se dio a conocer en el país por haber conjurado
a tiempo, con métodos novedosos
y drásticos, la última epidemia
de cólera morbo que padeció
la provincia”, no sin antes sufrir
sus personales Cien Años de Soledad
(1,967) desde que “José Arcadio
Buendía se dio cuenta de que
la peste había invadido el pueblo, y
por eso reunió a las jefes de familia para
explicarles lo que sabía sobre la enfermedad
del insomnio, y se acordaron medidas
ellos me explican con horrorosos y pestilentes
detalles -con la premonición propia
del genio literario- lo que está sucediendo
hoy, y hacen que me sumerja en el mar tenebroso
del compromiso social de comprender
los terribles efectos que causa en
el alma de lo cotidiano una pandemia tan
letal que, no obstante ser una recurrencia,
Como singularidad sociológica, podríamos
decir que se trata de la ruleta rusa de
la historia que jugamos esperando, con el
culo haciendo un nudo ciego, que nunca
nos toque la bala maldita, o sea el virus que
llega cuando menos se le espera, aunque lo
dos
en el solitario laberinto de los epicentros
constitucionales, da igual si tenemos
De las pandemias digamos que se pue-
rios
de los virus, y su danza de la muerte,
si tenemos la prudencia de estudiar los casos
previos a través de los ojos de las víc-
tidas,
que las cosas empeoran el día después,
siempre el día después en que sali-
Desde la plaga de Justiniano (del año 541
al 543) hasta la pandemia del coronavirus
–poniendo en medio la peste negra, la viruela,
el sarampión, la gripe española y la
corrupción salvadoreña- es común ver a la
gente luchando frontalmente para difuminar
el contagio, con las mismas ganas con
que se trata de olvidar la hermenéutica de
una pesadilla jurídica; desde la procesión
que organizó el papa Gregorio Magno en
el año 590 (que fue tan devota que hizo
aparecer al Arcángel San Miguel quien
epidemia) es común ver los esfuerzos titánicos
de la gente sencilla dándole vida
a sus mejores fetiches para impedir que
el brote de una enfermedad desconocida
se convierta, por sus propios méritos,
en una pandemia que nos desconozca
a todos y nos amenace con enterrar
en una fosa común las tradiciones culturales
y los toqueteos que nos dan identi-
y la muerte cultural, y el miedo nos recomienda
aferrarnos a los hacedores de mi-
Este tipo de tragedias sanitarias y sociales
me convencen de que las personas
tienen una memoria corta que, por ser
tal, se convierte en el cuerpo del suicidio,
ya que espera con desdén a la siguiente
peste sin preparase para recibirla, tal
como lo dice con agonía irreal uno de los
personajes de la Peste (de Camus): “No
me importa esperarte cuando sé que tie-
lleva a la gente a buscar respuestas solo
cuando ya está parada en la situación límite
que exige información del presente
y del pasado, porque, como concluye Camus,
“todo lo que el hombre puede ganar
al juego de la peste y de la vida es el
Atormentados por el miedo al contagio
y por el hastío de una cuarentena que
tiene días que duran meses, la gente busca
en el viejo armario del pasado familiar
las pestes negras que vencieron sus
ancestros, pensando que pueden aprender
algo aferrados a la fe macondiana
de que la vida siempre es más larga que
cualquier cuarentena, y que solo se necesita
paciencia, resignación y mucho ungüento
de altea calentado en las manos
de las abuelas que saben cómo vencer a
que podemos seguir en este ir y venir del
tenía la respuesta preparada desde hacía
cincuenta y tres años, siete meses y once