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Diario Co Latino
Sociología y otros Demonios (1064)
Opinión
Miércoles
14 de julio de 2021 11
A la tercera es la vencida (3)
René Martínez Pineda
Sociólogo
P
ara él, esta tercera imagen
tenía que ser la vencida
porque ya mucho
tiempo había pasado muerto y
encerrado en el ataúd de la ingenuidad.
Desde 1994 hasta 2019 su
esposa había tenido cuidados extremos
colocar el ataúd en la plaza Libertad para
que los transeúntes le ayudaran. Cada
uno de los que pasaba viendo el cadáver
–el muerto con vida debido a las primeras
dos imágenes que deliró en la cárcel
de su imaginario- dedicaba unos minutos
para limpiarlo y para cambiar el agua
de los tres jarrones que contenían unas
por cierto- que nunca se marchitaban y,
de cuando en cuando, abrían la ventanilla
para dejar que la gente le tocara el rostro
y comprobara que seguía tibio y suave,
como si en lugar de estar muerto estuviera
dormido. Claro que había unos que se
apartaban para no pasar a la par de una
cosa tan insólita y áspera y tétrica como
esa de un tener un ataúd a medio parque,
pero más tarde que temprano empezaron
a sentir lástima pura y se fueron acercando
y entregando su cariño para evitar que
una mañana amaneciera frío y rígido; rígido
y ausente; ausente y hediondo; hediondo
a ijillo y muerto, muerto de verdad,
porque eso iba a generar una crisis
Sin embargo, la tercera imagen le gritaba
que estaba vivo, que debía estar vivo
en su muerte para terminar lo que quedó
pendiente en el archivo de la corrupción y
la traición. En esta ocasión sabía que estaba
vivo por aquella sosegada quietud con
que su esqueleto inició la salida del ataúd.
Las cosas se veían muy distintas fuera de
ese calabozo de madera y la tercera imagen
iniciaba su tímido reinado. Todo había
cambiado de un día para otro. El corazón
empezaba a hablar fuerte y claro. Al
principio se sintió rígido, primitivo como
la tierra en sus primeros años; primitivo y
despojado de las ruinas de su muerte previa.
Animado por la fuerza de la tercera
vez, que según él sería la vencida, empezó
a frotarse cada una de las partes
de su cuerpo. Todas seguían ahí.
Sintió sus labios abiertos, gruesos
y ardientes por los bordes superiores.
La mitad del limón que le pusieron
había rodado hasta su cuello.
Se salió del ataúd y estaba treinta años
más viejo, aunque su imaginario había rejuvenecido
esta tercera vez, la vencida. Lentamente,
sus brazos empezaron a recuperar la
fuerza perdida por tanto luchar para romper,
desde adentro, el ataúd. Su cuerpo le
pesaba como piedra, pero poco a poco dio
unos pasos para huir del armatoste de madera
con la ayuda de quienes miraban tal resurrección.
Se sintió feliz y liberado y lúcido.
Las cosas eran distintas de cómo las miraba
desde sus dos muertes. Las candelas
blancas que protegían el ataúd seguían encendidas,
pero no se gastaban ni un milíme-
tuorias.
Su cadáver viviente fue uno con la
ley de la gravedad, lejos ya de los sepultureros
que como zopilotes esperaban el desenlace
fatal detrás de quienes hacían todo para
mantenerlo vivo en su muerte.
Dejó de sentir miedo de morir porque era
un resucitado a la tercera imagen.
Unos minutos después el miedo se convirtió
en nostalgia futurista, pues en lugar de
ser comido por los gusanos iba a ser comido
por los sueños. La noche previa a ese salirse
del ataúd la había pasado sonriendo en
la ecuménica compañía de su propio cadáver
que se negaba a morir para siempre para no
descomponerse en miles de fragmentos hediondos
y gelatinosos y morados; se negaba
a morir para no pudrirse en la corrupción de
las primeras dos imágenes. Sin embargo, ya
fuera del ataúd, ya sabiéndose vivo, el miedo
a lo vivido en sus muertes se amotinó en
su cuello. ¡Sí, el miedo! Un miedo natural a
que las imágenes previas infectaran a la tercera
para que no fuera la vencida; un miedo
biológico, tangible, comprensible y hasta necesario
para que no repetir la muerte o para
que no lo enterraran vivo.
¡Pero no estaba muerto! No podía estar
muerto si era consciente de todo, si el olor a
vida había triunfado sobre el olor a cadáveres
sin formalina, si la llovizna le lavaba los
pecados de la amnesia y la apatía, si la luz
de las luciérnagas era más intensa que la del
oro robado, si el canto de las cigarras cuaresmales
era más fuerte que el tronar de dedos
enjaranados. Todo le indicaba que había
sobrevivido a su muerte, a sus muertes.
Pero, ¿y ese tufo que inundaba al lugar en el
que se había salido del ataúd?, ¿las ratas son
inmortales?, ¿ese tufo es un presagio de que
lo volverían a meter al ataúd para enterrarlo
de inmediato?
Alzó la voz en medio del parque para que
no quedara dudas de que estaba vivo, furiosamente
vivo. Destrozó el ataúd para impedir
tentaciones ajenas y oscuras. Las imágenes
previas se fueron desvaneciendo en su
imaginario para que la tercera, la vencida,
se hiciera algo concreto y con vida propia.
¿Habría estado muerto o lo habría soñado?,
¿fue un mal sueño de la conciencia social
eso de haber vivido sus muertes? La alegría
inundó su rostro cuando sintió el abrazo de
los que, como él, habían regresado de sus
ver
a vivirlas y de no dejar que otros las sufrieran.
De inmediato supo que no había sido
un mal sueño, sino un sueño malo. Estaba
convencido de que, hoy sí, debía vivir
su muerte para hacer del presente algo digno
de estar presente en el futuro, pero sabía
que no debía morir en su vida porque se
arriesgaba a no despertar jamás o a acomodarse
a la tibieza del ataúd y el leve olor de
Había regresado de su muerte en vida,
por tercera vez, que esta vez sería la vencida.
Al menos eso esperaba él con todas las
fuerzas de su imaginario. Los familiares y
vecinos se aglomeraron en el parque, la noticia
de la resurrección se había difundido
por todo el país. No se hablaba de otra cosa
en esos días. La pregunta y preocupación
que rondaba era ¿qué harían con las ratas
que seguían esparcían toda su pestilencia y
enfermedad congénita? El calor de los polvos
del desierto de la pobreza llenó el ambiente,
los huesos, las carnes y el imaginario
de todos, porque todos recuperaron la
despierte de un mal sueño. Pero hoy si estaba
resignado a no resignarse a morir en
vida, porque la tercera es la vencida.