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Edicion 06 de noviembre 2021

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Diario Co Latino

Opinión Sábado

6 de noviembre de 2021 9

La guerra de las palabras

Iosu Perales

Director Presidente:

Francisco Elías Valencia

Vicepresidente:

Nelson López

Jefa de Información:

Gabriela Castellón Fajardo

Coordinadora de Prensa: Patricia Meza

Teléfonos: 2222-1009, 2271-0671, 2271,0971 Fax: 2271-0822

131 AÑOS INFORMÁNDOTE CON CREDIBILIDAD

“Quien controla las palabras

controla las herramientas

mentales que organizan la

formulación de normas, clasificaciones,

nomenclaturas, percepciones e interpretaciones,

que a su vez inducen modelos

de acción, estrategias y políticas” Son palabras

del sociólogo belga Armand Mattelart.

De ahí la importancia del sentido de las palabras.

De hecho, se está haciendo del uso de

determinadas palabras, un campo de batalla

sin final previsto. Es la guerra de las palabras.

Una guerra en la que pierde la razón y se

consagra la manipulación de palabras que

cambian su significado. Se impone un lenguaje

frívolo donde no falta el insulto y la

mentira como arma política. A falta de argumentos

las palabras levantan muros en lugar

de acercar posiciones y cuando lo logran

es para poco tiempo. Hace muchos años que

no hay debates políticos de esos que suministran

a la sociedad insumos para pensar y alimentar

la formación de opiniones inteligentes.

Lo que ahora se lleva son las soflamas, las

descalificaciones, la sectarización del campo

propio frente a los demás, como instrumento

político. La competencia entre partidos, está

llevando la política a un terreno sumamente

contaminado en el que la verdad es sacrificada

y se impone el viejo lema del fin justifica

los medios.

Como en la guerra, en la política todo gira

en torno al engaño. Y no tengo mucha esperanza

en que la cosa mejore, habida

cuenta el bajo nivel intelectual y

moral que inspira a las políticas y

políticos, más preocupados en preservar

su sillón que reporta buenos

dividendos que en cultivar la verdad

y el entendimiento. Claro que no es lo

mismo el campo progresista que el conservador,

y no digamos ya el ultraderechista.

Los cargos públicos deberían pasar por

cursillos donde se enseñe a hablar, como se

hacía en la antigua Grecia. Eso lo primero.

La maltrecha exhibición del lenguaje, empeora

la percepción que la ciudadanía tiene del

oficio de político o política. El telón de fondo

de esta guerra está presidido por tres características:

la simplificación de las ideas, la personalización

del mensaje y el impacto emocional

que está en la base de la manipulación.

¿Cuál es el escenario idóneo para esta triada?:

Los medios de comunicación. No es la Asamblea

Nacional, o el Congreso y el Senado, son

los medios y en menor medida las redes sociales.

Un buen ejemplo de personaje que encarna

estas tres cualidades es Nayib Bukele.

Cuando se ganan unas elecciones con el

arma del Twitter como herramienta preferente,

algo malo está sucediendo. Sin embargo,

los tiempos venideros sustituirán los debates

por la utilización de palabras adecuadas

a cada elector o electora, a partir de sus pensamientos,

de sus creencias, de sus aficiones

e inclinaciones convenientemente capturados

por las nuevas tecnologías. Mediante consignas

simples que sepan recoger malestares sociales

y convertirlos en explosiones emocionales,

líderes populistas ganarán elecciones,

con menajes personalizados y sin un horizonte

social que responda a la pregunta ¿qué tipo

de sociedad, de mundo habitable queremos?

La dialéctica de las palabras en la política,

dramatiza al máximo la confrontación, trasladando

a la sociedad la percepción de que el

conflicto siempre triunfa sobre el debate. Las

palabras, democracia, libertad, igualdad, decencia,

transparencia, patria, terrorismo, dictadura,

y otras muchas son colinas a conquistar

en un contexto de batalla permanente entre

rivalidades políticas. Conquistar es aquí,

hacerse poco menos que dueño de palabras a

las que dar el significado que interesa. El populismo

de Bukele lo está haciendo bastante

bien. En poco tiempo ha robado palabras

que estaban en las manos de la izquierda para

unirlas a la bandera de un proyecto autócrata.

Así se presenta como libertador cuando no

es sino un yuppie de la política más frívola.

Se trata de una escenificación, casi teatral,

simbólica en todo caso, donde se disputa la

hegemonía del relato sobre lo que sucede en

el presente. Quién logre imponer sus palabras

a la hora de nombrar la realidad estará mejor

situado para acceder al poder. Un ejemplo

que ilustra bien qué es la escenificación, lo

fue la invasión de la Asamblea Nacional por

efectivos militares en febrero de 2020, encabezados

por el presidente convertido en un vulgar

tiranuelo.

Ese acto fue el anuncio y proclamación del

fin de la palabra inteligente y deliberativa sustituida

por el “que hablen los fusiles”, por el

lenguaje militar cuyas palabras están investidas

de plomo. Es día, la división de poderes y

la democracia fueron violentadas por un autogolpe.

Otra vez la política manejada desde la simplificación

interesada y la manipulación de

sentimientos, para imponer relatos. El lenguaje

político es hoy tóxico. Somos dueños

de las palabras no sus esclavos. Pero es el caso

que, en un escenario político dominado por

los medios de comunicación y la circulación

de signos, las palabras tienden delgadas redes

que nos atrapan y de las que es difícil salir.

Cuando los políticos construyen significados

de manera unilateral y utilizan el lenguaje

para maltratarse y levantar trincheras están

corrompiendo la política. Lo cierto es que en

democracia en principio era la palabra para la

deliberación, hoy en día los políticos suben al

ring para ejecutar un cuerpo a cuerpo e intercambiar

palabras obscenas, de pelea de bar.

Alrededor de las palabras, la política corre

detrás de las cámaras y de los media, tratando

de capturar la atención. Los voceros políticos

son dirigidos por la opinión encuestada.

Sus opiniones son como disparos en forma

de acusaciones a los rivales, al tiempo que la

judicialización de la política embarra el tablero

de juego. La confrontación en torno a la

palabra condena, mantiene viva la crispación

y tensiona las aspiraciones electorales.

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