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ENTRE_CUENTOS_Y_OTRAS_FICCIONES 2022

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más que la responsabilidad social. El muchacho murió porque ni siquiera hubo tiempo

de que la camilla que le quitaron al albañil al que le habían caído encima más de 200

cilindros de concreto y milagrosamente seguía con vida, llegara con él para ser pasado

a quirófano, murió ahí, a la vista de todos los desvalidos. ¿Y quién podría ser el único

responsable de este evento tan desafortunado? Claro, el director general sin ni siquiera

haber presenciado el acaecimiento. Máximo me lo contaba a detalle y con tantísimo

miedo, como si se le hubieran informado la consecuencia de esta “negligencia” médica.

Un mes después, fue el mismo Dr. Norberto Ocampo quien me avisó que justamente

en el hospital habían asesinado a mi esposo. Sí, en el mismo lugar donde lo conocí,

en el mismo lugar dónde más de mil personas laboran, ahí, donde el espacio nunca

es suficiente para los derechohabientes, y absolutamente nadie me puede contar los

hechos, nadie me dice exactamente lo que pasó. Nadie porque nadie miró nada, nadie

escuchó nada y nadie nunca supo nada.

Selene sabía muy bien que lo que yo padecía era limerencia porque su hija, Luna Selene,

lo padeció, y de la misma manera como se ven mis ojos, se veían los de ella. Pero la

cura de Lunita Selenita, como ella la llamaba, definitivamente no podía ser mi cura, ella

se casó con un piloto alto, fuerte, guapo y además alemán mucho más rubio que el sol.

Después de conocerlo, poco a poco, los síntomas de la limerencia desaparecieron. Sin

embargo, poco tiempo antes de codearse con el piloto, la madre y la hija habían visitado

a una doctora homeópata quien tenía testimonios de haberse curado de esta tan común

pero poco hablada enfermedad. A mí la verdad eso me sonó a comercial para enganchar

a las personas desesperadas a quienes la ciencia no les puede dar un diagnóstico exacto

de lo que padecen, y como sí estaba desesperada, agobiada y consternada por esta

incierta condición, me dispuse a ir con la tal Dra. Kustnetsova.

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