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ENTRE_CUENTOS_Y_OTRAS_FICCIONES 2022

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A pesar de los marcados problemas de comunicación interpersonal de sus compañeros,

Camila estaba lista para masacrar a Mitsu-Yun por haber aceptado ese cebollín de

peluche. Al llegar a la oficina, se dio cuenta que el escritorio de Roberta se encontraba

vacío, sin fotos, sin el señor cara de papa que sostenía los clips, sin post-its de nubes de

colores, sin imanes de Pucca y Garu.

Frente a esa tabla de plástico color beige se hallaba parado el señor Gato Von Hielo, el

gerente de la oficina que una semana antes le había propuesto a Roberta un proyecto

que, según él, era benéfico para ambos y en caso de no ser así, no se perdería nada,

solo se vestirían y seguirían cada quien por su cuenta.

Roberta había decidido no ser beneficiara de ese proyecto.

Camila rompió su bonita tradición y no dio los buenos días al señor Gato Von Hielo,

caminó con la cabeza agachada hasta su escritorio, ignorando a todos sus compañeros,

mirando como sus pies comenzaban a hundirse.

Camila no había terminado de instalarse en su oficina cuando el señor Gato Von Hielo la

detuvo con un apretoncito en el hombro, que, de la nada, se convirtió en un lento deslizar

de mano por todo su brazo hasta encallar en el codo de Camila, donde dio un segundo

apretón.

-Hoy están dando mantenimiento a su módulo de ruta y no hay internet, señorita. Pero no

se preocupe, vengase a trabajar a mi oficina.

Camila sonrió y se apresuró a tomar su bolso para que el movimiento disimulara la

violencia de arrancar su codo de las peludas patitas del gerente.

-No se preocupe, hoy voy a trabajar en los datos de registro. No necesito el internet.

Con una media sonrisa y sin una sola palabra el señor Gato Von Hielo bajó la mirada y

siguió hundiéndose con rumbo a su oficina.

Camila envió inmediatamente un mensaje a Roberta, el cual quedó como una palomita

gris volando en el vacío, tal como sus redes sociales, que ahora, habían desparecido.

Decidió llamarle, pero “el número que usted marco no existe” fue el último grano de

amistad diluido en una solución de 2 millones de personas.

¿Un tinto? Camila siempre llevaba consigo una bolsita de 40 gramos de café de

Chinchiná. Abrió su bolso y su estómago se cerró al mirar todos los granitos negros

desperdigados entre las copias de las facturas y el cargador de la laptop.

Con un vació en sus ojos caminó hacia la cafetera de la oficina, se sirvió una taza de ese

líquido palidecido e hirviente y bastó el primer trago para que se le quemará alma y se

le amargara el pecho.

-Si vas a tomar cafecito son 15 pesos de cooperación, Cami, porque yo lo compro.

Dijo alguna de las señoras de contabilidad mientras la señalaba con una uña postiza

adornada con florecitas encapsuladas en gelish amarillo.

-Con gusto. Y dejó los 15 pesos en un bote de plástico.

-Ah, y dice el señor Von Hielo que vayas a su oficina a imprimir los datos del registro,

los necesita urgentemente y la impresora que estaba en el escritorio de Roberta se fue

a inventario.

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