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Edicion 17 de septiembre de 2022

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EL ÚLTIMO BESO

5 haikú

Por: Sergio Inestrosa

Sombras siniestras

en la noche profunda.

Vuelan murciélagos.

Original de Wayne Cochran (Last Kiss, 1961), “El

último beso”, será para siempre, de nadie más que

de Alci Acosta, el incomparable artista soledeño,

colombiano, hasta la médula.

Un cantor popular de grandes éxitos en ese tono romántico,

de profunda melancolía. De exquisita depresión, sobre la

barra de un antro del ayer o del hoy, que perfectamente en

el pasado, pudo ser “La Marea”, allá frente al Zoológico Nacional,

donde recibí el beso de tantas madrugadas, durante

la década brutal, peligrosamente quemante, de los años

ochenta; o en “La Bota”, “El Chipilín”, “El Pulpo”, “Mundial

70”, “Gambrinus”, “Nuevo Lutecia”, “Coronita 2”, “El amigo”,

( en su versiones 1 y 2) o muchos otros, que no prestaban ganas

con sus rokcolas a toda hora. Verdaderos paraísos llenos

de policías encubiertos, sediciosos, vagos, tahúres, ladrones,

bebedores empedernidos y poetas noctámbulos.

Otro ambiente, igual de denso, pero quizá menos ensordecedor

se vivía en los bares tradicionales: “El Chico”, “Nacional”,

“El Alcázar”, “Juan Chong”, donde iban y venían las frívolas,

las polarizadas bebidas enervantes, con toda su corte

de jóvenes meseras, sabrosas bocas, vendedores de lotería,

baratijas, lustradores y demás.

Y ahí, siempre presente, Alcibíades Alfonso Acosta Cervantes,

alias, Alci Acosta. Impensable que “Alci”, dos sílabas inmortales

para la música popular latinoamericana, procedan

del mitológico Alcibíades, al cual -según la tradición filosófica-

Sócrates hizo una apasionada declaratoria de amor.

Declaratoria por los amores trágicos, accidentados, fatales,

nos ofrece el genial Alci Acosta, en melodías que han conmovido

a miles y miles de almas, como ésta: “Aturdido y

abrumado por la duda de los celos/ se ve triste en la cantina

a un bohemio ya sin fe/con los nervios destrozados y llorando

sin remedio/ como un loco atormentado, por la ingrata

que se fue” (La Copa Rota).

Canción coreada por una manada de enardecidos seguidores

de Baco, sobre todo, en aquel estribillo: “Mozo… Sírvame

la copa rota/sírvame que me destroza esta fiebre de

obsesión/Mozo… Sírvame la copa rota/ quiero sangrar gota

a gota el veneno de su amor”.

Entre nubes de cigarrillos, vocabulario soez y bailarinas exóticas,

danzando sobre las mismas mesas de los parroquianos,

se escuchaba y escucha aún, aunque más débilmente:

“Yo tuve que matar/a un ser que quise amar/ y aunque aun

estando muerta yo la quiero/ al verla con su amante/ a los

dos los maté/ por culpa de esa infame moriré/ por culpa de

esa infame moriré…” (La cárcel de Sing Sing).

Entre los pocos y verdaderos cantores, cuyo escenario último

fue “El Willy”, viene en el recuerdo de la puntual legión

de beodos, la voz de don Mauricio, así, a secas, sin apellidos,

un artista popular que interpretaba con gran maestría las

canciones memorables del gran Alci Acosta, pero también

las de Julio Jaramillo, Juan Gabriel, Los Galos, Leo Dan, Los

Iracundos, Javier Solís, Los Ángeles Negros, José José, José

María Napoléon y otras estrellas del firmamento artístico.

El terrible alcohol que nada respeta, fue apagando esta

magnífica voz, ese talento natural, que hizo su vida en los

corredores de la noche de San Salvador, alegrando intensa

y fugazmente, la vida de los bohemios argonautas, viajeros

por extraños planetas. Sea para él, la gloria y esta copa del

estribo, rota ya en los laberintos del tiempo.

Pero también el gran Alci sonaba en las alegres y peligrosas

samotanas que se armaban en las célebres sociedades y

clubs de baile del San Salvador de antaño, recuerdo, entre

estos respetables recintos: “La Sociedad de Peluqueros de

El Salvador”, “La Sociedad de Limpiabotas”, “La Sociedad

de Meseros”, la inolvidable Sociedad de Artesanos “La Concordia”,

y otros sitos, verdaderas cuevas del placer dancístico

y alcohólico, como el memorable “Sancocho”, de tan

bellos y sangrientos recuerdos.

Alci Acosta, el compositor y cantante amado por las multitudes,

tiene ya ochenta y dos años, y vive, hasta donde tenemos

noticia, en su pueblo de Soledad, del departamento de

Atlántico en Colombia, atendiendo – ocasionalmente- algunas

presentaciones nacionales o internacionales.

En El Salvador, se le ha venerado como a un robusto dios,

al igual que a su coterráneo Aniceto Molina, tan escuchado,

especialmente, en las fiestas de fin de año.

Para mí, será el piano, el bolero, la hiriente voz, entre un frío

vodka o una cerveza de tiempos pretéritos, la que eternamente

me seguirá arrancando una lágrima, o acaso el recuerdo

de un beso, mientras se escucha a lo lejos: “Por qué

se fue, y por qué murió…/por qué el Señor me la quitó…/

se ha ido al cielo y para poder ir yo/ debo también ser bueno

para estar con mi amor”.

Quince gaviotas

descansan en la playa.

Brillan las olas.

Redonda luna

en el centro del cielo.

Floresta espesa.

Huellas de cascos

en pegajoso barro.

Anchas llanuras.

Muros de sal

ocultan el océano.

Playa sin gente.

04

Edición Extra Sábado 17 de Septiembre de 2022

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