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hombrecitos

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Medio-Brooke no se cansaba de leer ni de explicar sus lecturas favoritas, y

los amigos pasaban muchas horas gratas en el nido del sauce, entretenidos con

Robinson Crusoe, con Las mil y una noche y con muchas historias que han

sido, son y serán encanto y deleite de la niñez. Estas sesiones abrieron

horizontes nuevos ante Nat, y su entusiasmo por leer aquellos libros

maravillosos le hizo aprender a leer correctamente como cualquiera de sus

camaradas; y tan satisfecho y orgulloso se sintió con su ciencia de lector que

se temió fuera a convertirse en una laucha de biblioteca como Medio-Brooke.

Otro acontecimiento agradable hubo que registrar. Varios de los niños estaban

"ocupados" (según decían ellos) porque, siendo pobres y teniendo que ganarse

la vida en el futuro, los señores Bhaer los iban acostumbrando a la conquista

de la independencia por el trabajo. Tommy vendía los huevos de su gallina;

Jack especulaba con los gusanitos; Franz auxiliaba en la escuela, mediante

retribución; Nat era aficionado a la carpintería y le dieron un torno con el cual

fabricaba objetos útiles o curiosos, que ponía a la venta; Medio-Brooke

construía, para los niños, molinitos de agua y viento, y multitud de máquinas

desconocidas y complicadas.

—Si le gusta, dejémoslo ser mecánico —observaba papá Bhaer—. Dadle a

un niño un comercio cualquiera y habréis asegurado su independencia. El

trabajo es sano y toda actitud o talento infantil es base de lícita explotación.

Así pensando, Nat llegó un día muy excitado, a preguntar:

—¿Puedo tocar el violín ante varias personas que meriendan en el

bosquecillo?... Me pagarán y me agradaría ganar algún dinero; para ello sólo

dispongo de mis conocimientos musicales.

El señor Bhaer le contestó:

—Ve hijo mío, y que sea enhorabuena. Tu trabajo es fácil y grato, y

celebro mucho que se te presente esta ocasión.

Nat fue y lo hizo tan bien que cuando volvió a la casa llevaba dos dólares

en el bolsillo, que enseñó satisfecho, mientras contaba lo mucho que había

gozado de aquella tarde, lo afectuosa que era la gente joven y los elogios que

habían hecho de su música, a más de ofrecerle volver otro día.

—Esto es mejor que ir tocando por las calles, porque entonces yo no tenía

nunca dinero, y ahora lo tengo todo y paso un buen rato. Además, ya estoy

ocupado como Tommy y como Jack—exclamó Nat, creyéndose ya millonario.

Realmente estuvo ocupadísimo, pues durante el verano las meriendas

fueron muy numerosas y todos, para bailar, buscaban al violinista. Este tenía

permiso para ir, siempre y cuando las meriendas fuesen de personas

respetables, y a condición de que no por ello desatendiera sus lecciones. El

señor Bhaer le explicó que no debía ir donde hay personas mal educadas, y

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