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afecto Dan, aun cuando sólo lo demostraba en los momentos en que se
hallaban solos. Pero los ojos de una madre lo ven todo, y el corazón materno
sabe adivinar quién ama a sus hijos. Tía Jo, cuando descubrió el flaco de Dan,
se esforzó por agrandar la brecha, para conseguir la conquista.
Mas un acontecimiento inesperado y alarmante destruyó todos los planes y
desterró de Plumfield al niño salvaje.
Tommy, Nat y Medio-Brooke comenzaron protegiendo a Dan, al verlo
objeto del desprecio de los demás muchachos; pero muy pronto sintieron que
existía cierta fascinación por el niño malo y le admiraron más y más, cada cual
por diferente razón. Tommy lo admiraba por diestro y valeroso; Nat quería
pagar su deuda de antiguo afecto, y Medio-Brooke lo consideraba como
viviente libro de historia, pues el salvajito siempre estaba dispuesto a referir
algunas de sus muchas e interesantes aventuras. A Dan le gustaba la
predilección de los tres niños que le eran más simpáticos, y se esforzaba por
hacerse agradable. Los señores Bhaer sorprendidos y ansiosos esperaban que
el trato y la influencia de los tres niños beneficiarían a Dan, sin daño para
nadie. Dan notaba que tenían poca confianza en él, y en vez de procurar
inspirarla, se complacía en mostrarse peor de lo que era, en defraudar las
esperanzas de sus protectores y en irritarlos.
Papá Bhaer no consentía la lucha, por no considerar como ejercicio varonil
ni como prueba de valor el que dos chicos se zurrasen mutuamente para
diversión de los demás. Toleraba toda clase de juegos y ejercicios arriesgados,
pero se oponía a que, por pasatiempo, los muchachos se estropeasen los ojos o
las narices a puñadas. Dan se reía de la prohibición, y se complacía en hablar
de su valor y de las refriegas en que había intervenido, y tan entusiastas eran
las descripciones, que los oyentes se sentían inflamados de ardores bélicos.
—Guárdenme el secreto y les enseñaré a luchar —dijo Dan.
Y reuniendo a media docena de condiscípulos tras el henil, les dio una
lección de boxeo que dejó satisfechos a casi todos. Emil, sin embargo, no se
resignaba a reconocer la superioridad de su camarada más joven—porque
Emil había cumplido catorce años y era el gallito de la casa— y desafió a Dan.
Este aceptó, y todos les rodearon interesados. Sin duda, "el pajarito verde"
llevó al maestro el cuento de lo que estaba sucediendo, porque en lo más
áspero de la refriega, cuando Dan y Emil peleaban como embravecidos
cachorros alanos, y cuando los demás los excitaban fieramente, apareció papá
Bhaer, que separó a los combatientes con mano vigorosa, y exclamó con
acento solemne:
—¡No puedo consentir esto! ¡Deténganse inmediatamente y que jamás
vuelva a repetirse este espectáculo! Yo tengo escuela para niños, no para
bestias salvajes.